Advertencias: BL (chico x chico), lemon (sexo explícito), incesto (relación intrafamiliar), shotacon (atracción hacia un menor de edad).
Doy fe que un beso crea latidos, como tu abrazo, que genera en mi alma el mismo efecto que un par de electro-shocks.
Piensa que el mundo a veces, por un segundo, deja de ser absurdo, si en medio estamos tú y yo.
El mundo, Love of Lesbian.
Pov Kardia
¿Cuándo fue la última vez que te escuché llorar?
La primera fue el día que llegaste a casa, en brazos de mamá. A mí me dejaron con una vecina en lo que papá iba por ustedes, porque un niño de 8 años no podía ingresar al hospital. Recuerdo que contuve mi curiosidad por la furia de verte recibir toda la atención de nuestros padres. Aún así, fui a verte sollozar en tu cuna aquella noche, te tomé en mis brazos y alejaste mi amargura en cuanto sonreíste; aunque eso no pudo evitar que después soltaras un fuerte grito, haciendo gala de tus recién estrenados pulmones. Mamá llegó enseguida para darte de comer y me mandó lejos de ti. Nadie en la casa volvió a dormir con tranquilidad desde entonces.
Después de tres años, era usual ver que todos fueran detrás tuyo para que no te lastimaras, excepto yo. Con todo y que fui el que nunca se cansó de pedir un hermanito para tener con quién jugar, me tocó ver cómo tú sí podías disfrutar de un cuerpo sano, exigirle y fortalecerlo a tu gusto. Corrías por las playas a las que llegamos porque mi corazón no soporta una altitud diferente. Pero no recuerdo que lloraras. Ni siquiera en el funeral de nuestros padres.
Llegué a notar tus ojitos rojos, a veces hinchados, pero jamás encontré el tiempo ni el lugar que habías escogido para desahogarte. Y ambos hacíamos como que eso no pasaba. Por mi parte fue porque tenía suficientes problemas con el trabajador social, que me quería quitar tu custodia. Según él, alguien de 19 años y en mi "condición" no podría cuidar a un pre-adolescente.
Por dentro pensaba que tenía razón. Mi gusto por la bebida y otras sustancias ya hacía difícil desde antes que tomara en serio la escuela, y tus berrinches cuando entraste a la secundaria fueron insoportables. Aún así, no quería perder la pensión que nos cubriría mientras fuéramos estudiantes. Pero no tardé en notar que necesitabas más atención cuando robaste uno de mis porros y casi te ahogaste en la playa. Entendí que no sólo era asegurar que no murieras de hambre mientras yo regresaba de alguna "reunión de estudios", con vistas a terminar con resaca. Por fin me di cuenta de porqué mamá insistía en que dejara algo que yo sostenía no consumir.
Llevarte al hospital fue lo que necesité para dejar la universidad y todos los vicios que encontré en ella. Esa noche el que lloró fui yo, porque me di cuenta de que no toleraría perderte a ti también. Había sido un estúpido por actuar como si mi dolor fuera mayor al tuyo. Tú no sólo habías perdido a tus padres, nunca habías tenido un hermano en quien confiar y estabas a una visita inesperada de irte a vivir con un tío del que jamás habíamos escuchado.
Regresar, y encontrar la casa que por fortuna nos habían heredado totalmente vacía, me hizo deshacerme de todas mis porquerías. Nunca podría terminar de disculparme contigo, pero por lo menos podía hacer eso. Además de conseguir un trabajo de medio tiempo a parte del nocturno, ayudarte con tus tareas e intentar llenar el vacío que nuestros padres habían dejado.
Hacerte entrar en cintura fue un reto, cada grito me hacía sentir un paso más lejos de ti. Pero muy a pesar de la furia, me prometí que jamás te pondría una mano encima. Suficiente dolor y frustración sacabas en la secundaria que me sorprendía que llegaras aún con energía a la casa para luchar. Yo estaba tan cansado. Y tan solo. Cuando comencé con las fiestas, alejé a la única persona que intentó ayudarme de forma irreparable y, cuando dejé hasta el alcohol, ninguno de los que se decían mis amigos se quedó. Además, para nuestros vecinos era el vago que sólo arruinaría a sus hijos y, por mi enfermedad, habíamos quedado muy lejos de nuestros familiares. Todo lo había arruinado desde que nací, pero no por eso dejaría de luchar por tu felicidad.
El tercer aniversario del accidente volviste a encerrarte en tu cuarto y no fuiste a la escuela. No insistí. Fue el hambre lo que te hizo bajar. Volvimos a pelear, pero tu grito de: "Tú dejaste a tus amigos, a mí todos me hacen a un lado, a donde voy no soy más que el hermano del drogadicto", me paralizó. Intenté disimular la punzada en mi corazón con una mueca parecida a una sonrisa, pero fue tu carita arrepentida por tus palabras lo que más me dolió. No era justo que alguien tan amable y lindo tuviera que sufrir todavía más por mi culpa.
—Eres lo que más amo, con todo mi corazón, en este mundo —fue lo único que alcancé a decir tratando de sonar confiado, porque nunca tendría el permiso ni el derecho de disculparme.
Fui a tomar mi medicina, agradecido porque el bar cubriera el seguro médico de un bueno para nada, tomé una manzana y me fui a dormir temprano. El trabajo de medio tiempo no me perdonaría una falta. Cuando te pagan por día trabajado te das cuenta de que pedir perdón es inútil.
Y sí, fue esa noche que te escuché llorar.
Entraste a mi cuarto diciendo que tenías pesadillas. Me sorprendió que tú también recordaras el accidente que tuvimos. Nuestra ida a la playa. La carretera. El camión que fue a dar contra nosotros en contraflujo. Ellos murieron de inmediato. Nosotros apenas nos salvamos en una pieza.
Con eso en mente, no tuve corazón para mandarte de regreso a tu cama, en vez de invitarte a entrar a la mía.
Lo hubiera hecho.
Pero entonces no hubiera secado tu llanto ni habría escuchado que admirabas mis esfuerzos. No habrías confesado cuánto extrañabas nuestra vida de antes. A nuestros padres. Pero en especial, al hermano que contigo nunca estaba enojado y que estaba siempre dispuesto a divertirse jugando a la guerra.
Era cierto. Cuando mis lágrimas se acabaron también se apagó mi risa, así como la tuya, hermanito.
—¿Aún te cuesta hacer amigos? —te susurré bajo las cobijas—. ¿O por qué dijiste lo de hace rato? —tu largo silencio me lo dijo todo—. También extrañas a tu mejor amigo.
Tu pequeño cuerpo se pegó más al mío. Quise abrazarlo, pero me conformé con acercar mi cara a tu coronilla para que entendieras mi intención, ya que no eras alguien que se dejara abrazar por cualquiera.
—Nunca extrañaría a alguien que me dio la espalda al descubrir lo que soy.
Respiré un poco del aroma a shampoo que emanaba de tus largos cabellos, en lo que pensaba cómo debería consolarte.
—Duérmete. Ya tendrá mucho tiempo para arrepentirse —cerré los ojos—. Nunca encontrará a nadie tan maravilloso como tú —musité rendido.
Sentí como te acomodaste a mi lado y empecé a caer en un profundo sueño. Tal vez por eso nunca te imaginaste que notaría los pequeños movimientos de tu cadera. En un segundo te convertiste en una bomba de tiempo sobre mi pierna. El discreto torbellino bajo las cobijas aumentó la temperatura, y el silencio se llenó de una profunda respiración acompasada y urgente, hasta que un ligero quejido y la humedad me indicaron que habías terminado. Yo no podía moverme. No quería que supieras que te había captado con cada uno de mis sentidos y que perdiéramos la débil confianza que había surgido entre nosotros. Pero me robaste el sueño y la poca felicidad que había juntado.
Por la mañana te mandé a la escuela y yo me fui al trabajo, como si lo sucedido la noche anterior hubiera sido un producto de mi enferma imaginación.
Cinco días más tarde.
—Kardia —me llamaste en cuanto llegué del trabajo.
—Ya es muy tarde. ¿Qué haces despierto? —no quería ver el reloj ya que me quedaban como dos horas de sueño.
—Otra pesadilla.
Te volví a invitar a mi cama, pero, cuando intentaste repetir el escenario, no sirvió que te diera la espalda para soltarme, fingiendo estar dormido. Me torturaste con tus amortiguados gemidos y tu tibia respiración en mi nuca. Tu mano rozó mis glúteos durante una eternidad, en la que tuve que contener los instintos que despertaste bajo mi ropa. Hasta que en un entrecortado suspiro, estallaste, dejándome alborotado. Amarré mi cuerpo a la cama hasta que escuché tu respiración tranquila, y fue entonces que pude empezar a masturbarme. Imaginé a mis ex, a las exuberantes artistas y estrellas porno, pero fue el recuerdo de tu dulce voz la que liberó tantos años de inactividad mal satisfecha. Me sentí un delincuente al ver tu carita inocente en la penumbra.
La repetición convirtió aquel secreto ritual en un crimen de guerra que ninguno se atrevía a confesar. Tus notas comenzaron a mejorar en la escuela y tus arranques de ira se alejaban cada vez más y más. Hasta llegaste a sonreír de una forma muy parecida a como lo hacías antes y yo… Tal vez si no estuviera tan cansado todo el tiempo, te la hubiera podido devolver con la misma intensidad.
Comencé a relajarme pensando que todo seguiría así, hasta que meses después, en tu cumpleaños, te encontré durmiendo en mi recámara. No tocaste el pastel que te dejé en la cocina, pero por lo menos lo guardaste en la nevera. Me cambié la ropa sudada y apestosa, pensando en qué tipo de cosas podrían interesarte como regalo atrasado, y cuando entré a la cama intenté no moverte por miedo a que despertaras. Pero no estabas dormido, en cuanto me cubrí con las cobijas te pegaste a mi pecho y buscaste mis ojos en una obvia declaración de guerra. Mi corazón se saltó un latido al verse acorralado pero acepté el reto. Me recargué en tu frente y enseguida cada uno empezó a tocar su miembro al mismo tiempo. Tu mano chocaba con la mía y nuestras respiraciones se entre mezclaron. Terminaste antes que yo y me ayudaste a concentrar con tus labios. Mis hoscos gemidos viajaron por tu garganta hasta que tu pecho resonó junto al mío. Por inercia, tomé tus suaves y húmedos dedos y los guíe a mi entrepierna. Tu masaje fue tan suave, pero no lo disfruté tanto como acariciar tus cabellos, descubrir tu cuello y probar la piel de tu clavícula. Manché tu mano con mi deseo y caí rendido sobre tu cuerpo, hasta que el despertador me arrancó de tu lado.
Ya no podríamos seguir fingiendo.
Mi fuerza de voluntad se hacía añicos cuando tú estabas involucrado. Me volvió loco hundir mi lengua en tu boca, y percibir el sabor de tu saliva por las mañanas. Tus ojos coquetos, y tus juegos provocativos por las tardes. Y el calor de tu pequeño cuerpo, y la violencia de tu pasión que crecía exponencialmente por las noches.
Los choques de tu firme cadera contra la mía hacían funcionar mi mundo; sentir tu suave trasero amoldarse gustoso entre mis manos borraba cualquier rastro de arrepentimiento; y hacerte disfrutar con mi boca en tu sexo me quitaba el sueño. Todo de ti se convirtió en mi parte favorita de la semana. Ni el remordimiento era tan poderoso cómo el sólo hecho de sentir tus dedos enredados en mi cabello.
A tu lado todos los días sabían a agua salada.
Los mejores eran mis descansos, cuando jugábamos al submarino y podía descansar después de una larga lucha de caricias y besos, con mis dedos sumergidos entre tus nalgas y tu mano acariciando mi pene relajado. El lubricante se volvió nuestro mejor aliado.
Fue en uno de esos días, cuando subí tu pierna a mi cadera y comencé a dilatarte lentamente, sin dejar que tocaras los cartuchos ni nuestras pistolas. En vez de eso te revolviste ronroneando muy inquieto sobre mi pecho, sin saber qué hacer con tus manos ni en donde apoyar tus rodillas. En cuanto estuvimos listos, acomodé tu espalda sobre el sillón y enfilé mi ansiosa arma en tu entrada. Estaba decidido a hacer un contacto profundo y explorar la estrecha y cálida funda que tanto ardor me provocaba. Sería el primer hombre en tu vida.
Separé un poco tus pliegues con mi pulgar y juntos observamos cómo me iba abriendo paso en tu rosada cavidad. Empecé la invasión con movimientos circulares, mientras tú repetías mi nombre en cada pequeña embestida. Tampoco querías perderte de nada. Poco a poco, tu respiración se fue complicando y cuando por fin liberaste tu voz al recibirme de lleno, te aprisioné con todo mi peso. Tú te aferraste a mi espalda y sonreí como un idiota.
Esperé unos momentos, aunque conocía de sobra la ubicación del dulce punto que te hacía mover las caderas y estallar como una granada. Cuando te relajaste, por fin pude escuchar con atención como la mezcla de dolor y placer llegaba a ti en partes iguales, hasta que tus gemidos encendieron toda la sala como la pólvora; al mismo tiempo que tu interior me exigía por más. Sostuve con firmeza tu cadera para complacerte, y para que tus piernas pudieran volar libremente. Sí. Yo era una metralleta y tú me estabas disfrutando. Mi fuerza. Mi empuje. Eras mío. Tu voz en mi oído no mentía. Era tan dulce. Tan suave. Tan tuya. Que me vacié antes de lo que hubiera deseado. Fue inevitable. Me dejé caer sobre tu cuerpo durante mis últimos espasmos y, al notar que tú seguías excitado, empecé a acariciar tu cabello y a estimularte con pequeños besos; respirando cada exhalación hasta que conseguí que soltaras ese último disparo.
Eras tan lindo. La unión de nuestros cuerpos tan perfecta. Y supe que pensabas lo mismo que yo por la satisfacción en tu mirada. Pensé que podría pasar la vida entera enfundado entre tus piernas, acomodando los pequeños mechones que intentaban ocultarme tu rostro.
Salí del hechizo en cuanto me llamaste "hermano". Ni tu hermosa y cansada sonrisa me salvó de darme cuenta que había cruzado la frontera que jamás debí de haber tocado. Rompiste nuestra conexión y te paraste con un poco de molestia. Me dio un escalofrío verte escurriendo la prueba de mi delito mientras caminabas. Regresaste al poco tiempo con unos papeles medio arrugados, en lugar de algo para limpiarnos.
—Feliz cumpleaños —23, ya estaba viejo.
—¿Qué es esto? —tomé los documentos pero no dejé de verte.
—Me dieron la beca completa. Podrás dejar tu trabajo de medio tiempo —te sentaste junto a mí y te recargaste en mi cuerpo.
—Con que lograras entrar a la prepa fue suficiente.
—¿Bromeas? Entre el trabajo y yo. No quiero que te dé un infarto —te escondiste en mi cuello. Al parecer te habías dado cuenta de que desde hacía unos días me movía más lento.
—Gracias —tapé tu hombro con las hojas—. Pero ni así lograrás ganarme.
—Me ganarás si consigues un mejor trabajo.
—¿Y dejar el bar? Nunca. Ya soy jefe de meseros. Le apunto a ser gerente del restaurante —nunca te diría que con la escuela trunca me costaría mucho encontrar un mejor trabajo, con seguro médico incluido.
—Estás enorme. Tendré que sentarme de lado por un tiempo —te removiste un poco haciendo sonar tu pegajoso trasero.
Reí y te dí un beso en la frente. Sería mejor no volver a hacerlo.
—Iré a darme un baño.
—Te acompaño —te pusiste de pie en un brinco.
—No. Irás después de mí, no tardo.
—Te acompaño —repetiste con un hermoso mohín en tus gestos.
No hace falta decir que te volví a hacer mío en la regadera, y en el lavabo, y en la cama, y en cada rincón de la casa durante muchos años, a excepción de tu habitación. Nuestro lugar favorito para fundirnos eran los dinteles que te permitían sostenerte mientras yo te penetraba en un sin fin de posiciones. Me hice adicto a acariciar tu espalda, a mordisquear tu cuello y tus pezones. A jugar con tu miembro con mis pies y sobre todo a verte estirar las piernas cuando alcanzabas el orgasmo. Eras como la sangre y la fuerza que hacía que mi corazón nunca se hubiera sentido tan vivo.
O eso fue hasta que, cerca de cumplir tus 18 años, te fuiste al extranjero —doy un último trago y rompo el vaso.
Sé que allá conocerás el amor verdadero. No uno enfermo como el mío. Con suerte encontrarás un trabajo y nunca regresarás a mi lado.
¿Llorarás por las noches?
¿Te haré tanta falta como tú a mí? —la alarma del trabajo me avisa que es hora de asearme.
He vuelto a tener pesadillas. Tal vez, las tuyas regresarán. Espero que no lo hagan.
La casa, mi cuerpo está demasiado vacío sin tu risa.
Sé que me aproveché de ti. Abusé de tu necesidad y tu confusión, de tu confianza y tu expuesta vulnerabilidad.
Sé que nuestro crimen no existiría si te hubiera puesto un alto a la primera señal de peligro. Sólo así nunca hubieras dejado de ser mi hermanito.
Ni siquiera somos "algo más". Somos un "jamás existió". Algo que no debe ser ni en la imaginación.
Tú.
Tú te convertirás en un hombre. Uno inteligente, gracioso y atractivo. Alguien con futuro.
¿Yo?
Yo jamás encontraré a alguien como tú. Alguien tan dulce y encantador, alguien que diga que nació para mí. Nadie será capaz de quererme del mismo modo, como familia, como hermano, como amante. Sólo soy un moribundo que todo lo que toca lo echa a perder porque no quiere irse con ganas de nada.
Adiós, Milo.
Por siempre te extrañaré.
*. *. *. *. *
.
Saudades do meu coração.
(Extraño mi corazón).
Dins del meu cor.
(En mi corazón).
Si un día dejas de amarme, hazlo siempre sin querer.
El mundo, Love of Lesbian.
