Gilderoy

Todos dicen que está loco. Bueno, no lo dicen así, ni se lo dicen a la cara. Dicen cosas como "está recuperándose" o "sus facultades mentales están un poco…", incluso "…volverá a ser el de antes". El de antes. Y entonces es cuando se pregunta quién era antes y por qué ahora no lo es y es como si le dijeran que está loco, aunque no lo digan en realidad.

Puede que lo esté, pero no es tonto.

Quizá antes lo era, no puede recordarlo del todo. Le enseñan fotografías donde sale enseñando mucho los dientes y con la túnica perfecta y su pelo perfectamente peinado. Todo perfecto. Y piensa que ese hombre no es él. No puede serlo. No se reconoce. No sabe bien quién es pero desde luego él no.

También le enseñan libros que dicen que ha escrito. No tienen ni idea. Él tampoco. Apenas logra perfilar pequeñas notas escritas con letra de niño en papeles arrugados. Ni hablar de escribir libros enteros. Eso ha tenido que hacerlo otra persona. Él no. Además, ni siquiera recuerda los temas, los pasajes, las supuestas aventuras vividas en todos ellos. No puede recordar absolutamente nada.

Y ahí empieza a preguntarse qué es verdad y qué es mentira. Y es cuando descubre, no solo que no lo sabe, si no que ni siquiera es capaz de saber si él es de verdad. Tendrá que fiarse de ellos. De todos esos que le llaman loco sin llamárselo, de esos que le miran compadeciéndole pero no del todo. Aquellos que le sonríen con los labios mientras le miran con ojos fríos, como si realmente pensaran que se merece lo que le ha pasado, el no poder recordar, el perderse a sí mismo cuando se mira en el espejo cada mañana.

Realmente no sabe si lo merece o no, solo sabe que es lo que hay.

Y suspira y después sonríe de esa manera tan estúpida, intentando imitar al hombre que ve en las fotografías, mirando hacia un lado, mirando hacia el otro. No hay forma, ese no es él.

¿Y quién es? Se pregunta una y otra vez. Y no hay nadie que pueda darle una respuesta. Escritor de libros, profesor de un colegio. Nada de eso le dice quién es, solo a qué se dedicaba. Con eso no puede hacer nada. Su cabeza es como un pozo, vacío e insondable, que si mira abajo le da vértigo y entonces tiene que echarse hacia atrás y dejar de mirar para recuperar el aliento. Sabe que si mira, que si se atreve a dar un paso dentro de ese negro abismo, es posible que halle las respuestas. Pero no se ve capaz.

¿Cómo va a ser capaz de caer al vacío si ni siquiera sabe quién es?

Y vuelta otra vez a empezar. Se levanta y se mira en el espejo y hay días que sí, que ese pequeño algo está allí, algo que parece suyo, que parece él. Es solo un segundo, incluso menos, y en cuanto lo ve se desvanece, perdiéndose de nuevo en el abismo de su cabeza, en ese vacío lleno de cosas que no puede alcanzar.

Los médicos son optimistas. Los médicos son muy optimistas. Y él piensa que son idiotas. Mucho más de lo que decían que era él. Se limita a seguirles el juego, a asentir cuando le preguntan si recuerda tal o cual cosa. Pero no es cierto.

Y no tiene claro si quiere mejorar. No le gusta quien era, ese otro tío con la cara perfecta y los dientes blancos. Ese escritor, el profesor del colegio. No le conoce, pero todo el mundo habla de él cuando creen que no escucha. Ese tío era idiota, un farsante. No quiere ser él y se alegra de no recordar serlo.

Quizá la pregunta no es quien era, sino quien es ahora. Cree que ya se ha hecho muchas veces esa pregunta, pero a veces tiene otro significado distinto. No se trata tanto de adivinar, a ciegas, las cosas que le gustaban o cómo le gustaban los macarrones, sabe que los prefiere con queso. Piensa que es otra cosa, algo nuevo, como si fuera un niño, intentando averiguar qué clase de persona es. Se pregunta si es bueno o malo, si trata bien a las mujeres, si cede su asiento a los ancianos, esa clase de cosas. Y le aterra no saberlo.

El problema es que está en el hospital y aunque los médicos optimistas dicen que se recuperará él sabe la verdad. No lo hará nunca. Y se quedará allí para siempre, viviendo como un niño que no sabe quien es el resto de su vida. Y eso le aterra también.

Por eso, una noche, decide subir hasta el último piso del hospital. No puede vivir así el resto de su vida.

Pero eso también es descorazonadoramente decepcionante. Quizá es mas idiota de lo que pensaba y está harto de no conocerse a sí mismo. Es una enfermera, la que tiene la cara redonda y expresión maternal, la que le lleva de la mano otra vez hasta su habitación. "Como un niño" musita la enfermera con una sonrisa cálida. Y él la siente como una bofetada en la cara.

Pero se calla y sonríe, diciéndole que solo buscaba el cuarto de baño. No le dice que no puede más, que no se quedará allí el resto de su vida siendo tratado como un niño, como un loco. Solo asiente y se calla y sigue caminando.

Solo cuando la enfermera le arropa y se va vuelve a abrir los ojos y mira la oscuridad. Sabe que solo tiene dos opciones. Atreverse a saltar al vacío o escapar.

Escapar, escapar, escapar.

Al día siguiente volverá a intentarlo. No parará, hasta que se encuentre a sí mismo.