Disclaimer: George Martin es muchimillonario, a diferencia de mí. Si cobrase por esto, seguiría siendo pobre.
Esta historia participa en el reto "Tres condiciones" (#113) del foro Alas Negras, Palabras Negras. Las condiciones que me tocaron fueron: Sansa Stark (personaje principal), Calle de la Seda (en negrita) y noche (en negrita). Es un AU en el que Sansa y Joffrey se han casado. Palabras: 784.
Lo que no te mata...
Las doncellas susurraban entre ellas y Sansa fingía que no las escuchaba. Sin alterarse lo más mínimo, continuaba con la labor. La tela era preciosa y las agujas, afiladas.
Pretendían hacerse las descuidadas. Deseaban que Sansa girase la cabeza y les preguntase a qué venían tantos murmullos. Querían ver su reacción cuando una de ellas, muy resignada, le contase qué pasaba. Como si no las conociera. Eran doncellas de Cersei, como todas, y esa artimaña llevaba su nombre escrito.
Como si le importase.
Como si no lo supiese ya.
Puede que un día Sansa fuese una niña, una tonta; pero ya no era así. Tenía quince días del nombre y un propósito: sobrevivir. A Cersei le encantaría verla fracasar. No le daría el gusto. Al contrario, pondría todo su empeño en aventajarla, deslumbrarla, en derrotarla. Ya solo era cuestión de tiempo.
Su mayor error había sido permitir la boda. Eso la había horrorizado y, de hecho, seguía haciéndolo; y también era su mejor arma. Un año más y Sansa sería la Reina. Sería libre de sus maquinaciones.
―Bethany ―llamó, de pronto. La chica dio un respingo. Sansa la miró de soslayo, de arriba abajo, y la doncella se levantó y acudió a su lado―. Ve a las cocinas. Necesito refrescarme.
―¿Vino, mi señora?
―Alteza ―la corrigió, con ensayada condescendencia―. Sé que no se te dan bien las letras, pero has de saber comportarte. No eres cualquier moza de castillo, ¿verdad?
Era una Brune de Vallepardo, una casa menor de Punta Zarpa Rota, hermana de otra Brune colindante, tan insignificante como la rama principal. Antes le asustaba hasta hablar con las doncellas, pero había aprendido en no confiar en las espías de Cersei, ni en darles alas para continuar con sus maldades.
Bethany Brune se sonrojó e hizo una levísima reverencia.
―Además ―añadió Sansa, volviendo a mover las agujas―, el vino es para los borrachos. Sin duda habréis estado en presencia de la reina madre.
La despidió con la mano y la doncella se retiró. Ninguna se atrevería a contárselo a Cersei. Ella pagaría la ira con las chicas, no eran tan tontas como para no saberlo. Sansa tampoco temía las consecuencias. ¿Qué podían quitarle? ¿Qué le quedaba?
Quizá todavía pensasen que deseaba congraciarse con Joffrey y Cersei. Si era así, no estaban prestando atención.
Ellyn, privada de su compañera, miró derredor buscando quehacer. Se levantó a avivar el fuego, lo que Sansa agradeció. El invierno estaba durando mucho y estaba siendo especialmente duro. La guerra se estaba volviendo eterna. Aunque las batallas, por el momento, habían cesado, el conflicto estaba lejos de resolverse. El Norte tenía demasiados dueños en los últimos tiempos. Los Bolton, Stannis, los hombres del hierro… todos se disputaban el más grande de los reinos, sin preservarlo. Por ese motivo habían querido celebrar la boda de inmediato. Era la forma que tenían los Lannister de reclamar lo que consideraban suyo.
Lamentablemente para ellos, el heredero que tanto necesitaban para comprar el Norte no llegaba. Seis lunas la habían hecho sangrar. Sansa se había encomendado a los dioses, a los nuevos y a los antiguos, y estos al fin le respondían.
Con un poco más de suerte, algún otro rey mataría a Joffrey antes de que la bondad divina se agotase.
Su escasa fecundidad era uno de los temas favoritos de las criadas. Bien lo sabía ella. El otro era la insistencia con la que su esposo visitaba la Calle de la Seda. El primero lo agradecía. El segundo, todavía más.
Joffrey había adquirido cierta destreza, pero seguía siendo un amante muy torpe. A veces le costaba empezar. Sansa había aprendido a engañarse, a pensar que estaba en otra parte y con otro hombre. Al principio, él se enfadaba por su falta de colaboración. Sin embargo, ni sus golpes ni sus palabras eran algo nuevo para ella. Después, como le pasaba siempre, empezó a aburrirse. Y buscó un nuevo entretenimiento. Ya solo la visitaba lo imprescindible y, a veces, si Cersei le recordaba que tenía que hacerlo.
Eran también las doncellas, y los criados y los guardias, los que murmuraban sobre Joffrey. El rey quería ponerla en ridículo, hacerlo público y que todos supiesen ―hasta el último hombre del Lecho de Pulgas― que le era infiel. No se amparaba en la noche, no. Visitaba los burdeles de día, bromeaba con las chicas que le seguían el juego e invitaba a su séquito a tener las mujeres que él no quería.
Pero los rumores sobre Joffrey eran ruidosos, y Sansa sabía que algunos eran ciertos.
Tanto mejor para ella. Cada segundo que él estaba lejos, pretendiendo avergonzarla, le hacía un favor.
Y mientras tanto seguiría rezando, aferrándose a la suerte, anhelando su muerte.
