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TODO SE RESUELVE CON COMIDA

El caluroso verano en la tierra del Sol Naciente, las inclementes condiciones climáticas no tenían misericordia con la nación asiática que esperaba en el puerto a sus visitas. Observó que sus funcionarios tampoco toleraban bien el calor implacable que hacía hervir sus cuerpos. Japón respiro el aire caliente, húmedo y salado que le brindaba las brisas del mar, esperando captar el barco o navío en donde viajaba su nuevo socio comercial.

Una nación del continente americano. Su entusiasmo era... bajo.

No le agradaban en particular los occidentales. Japón vio lo que le hicieron a China después de que perdió la guerra del Opio, obligándolo a firmar ese tratado de supuesta paz, tomando lejos a Hong Kong, la perdida de sus rutas comerciales y quien sabe cuántas cosas le quitaron a Yao. Fue injusto para la nación más vieja y no quería que le pasara lo mismo. Sus jefes estuvieron de acuerdo. La solución fue sencilla: aislar el país del exterior. Sin contacto, los occidentales no podrían hacerle nada.

Funciono, maravillosamente funciono por siglos.

En 1853, fue cuando ocurrió lo inevitable, los estadounidenses acabaron con el Sakoku al forzar la apertura del comercio. Estados Unidos era superior en fuerzas militares, una tecnología avanzada y esa rara doctrina a la que se había apegado, era una victoria indiscutible. No les quedo de otra más que negociar, bueno si es que en esas condiciones se le puede llamar de esa forma. Aceptando esa lista de absurdas condiciones como la apertura de sus puertos para recibir los buques y comerciantes de Alfred, abastecimiento del combustible y protección de su fuerza naval para los soldados extranjeros además de permitirles vivir a los ciudadanos estadounidenses en sus tierras y jamás serian juzgados por las leyes por las que tanto trabajo.

Como si su sistema judicial y soberanía no valieran la pena respetarlos. Tratándolo como si fuera una colonia de Estados Unidos.

Los impuestos de los estadounidenses serian bajos y preferenciales, como si se trataran del mismo emperador. No tenía nada en contra del libre culto, pero obligarlo a que siguiera las misiones religiosas de ellos en su propia casa fue...

No, él era sintoísta y eso jamás cambiaría.

Trato de retrasar las condiciones lo más que pudo, saboteando algunos documentos, poniendo excusas aprovechando la ignorancia del gobierno estadounidense acerca del suyo y distrayendo a los funcionarios con asuntos que se podían resolver fácilmente. Pero solo dos años bastaron para que Inglaterra siguiera los pasos de su antigua colonia solo que sus condiciones serian el doble de peores. No les quedo de otra que ceder por el bien de su gente, todo para firmar el tratado de Kanagawa y después una amistad formal entre Alfred y él.

No hace falta decir que su primera impresión de los estadounidenses era... negativa.

Las cosas fueron empeorando desde ahí. Potencias occidentales como Francia, Rusia y Gran Bretaña que forzaban a su gobierno a aceptar tratos iguales o incluso que el de Kanagawa. Fue como abrir una puerta para el resto de naciones para aprovecharse de su incapacidad de defenderse, no importaba de que continente vinieran, todos eran igual de abusivos con él y su gente. Tratados que beneficiaban a todos que no eran él.

¿Por qué en está ocasión sería diferente? ¿Qué seria esta vez? ¿Qué le quitaran o le obligaran a hacer?

Japón se movía incómodo en su lugar al lado de su jefe, quien también se veía nervioso. El viento caluroso soplaba desordenando sus lisos cabellos y agitando las partes más ligeras de su yukata.

— Nihon-san —le llamaron la atención.

— ¿Pasa algo?

— Ahí vienen, Nihon-san.

El humano señaló al mar donde era evidente una embarcación acercándose, una que ondeaba la bandera tricolor con un escudo de un águila comiéndose una serpiente.

Mekishiko...

México...

No sería la primera vez que se verían, se conocieron hace años atrás con la diferencia de que ella en ese tiempo se llamaba Nueva España, una joven adolescente de aparatosos vestidos teniendo en sus brazos a un niño filipino aferrándose a ella. Por otro lado, él era un samurái que se regía por un código de honor. Los tres conectados por un galeón que navegaba por el gran mar que en un accidente perdió tripulación y rescatados por japoneses que les construyeron un barco para enviarlos seguros a su tierra madre.

Sabía que esa inocente niña que le miro con agradecimiento en esos enormes ojos dorados con sombras causadas por sus pestañas pintadas, no sería la que bajaría de ese navío.

Curiosamente aún conserva ese reloj que le había regalado el virreinato, ya no funcionaba, pero había sido el primer reloj que vio y fue un regalo de valor más sentimental que uno de valor monetario.

— ¡Buenos días, señores! — gritó una voz femenina.

Los pensamientos de la nación asiática fueron consolidados ante la imagen de la nación latina que puso un pie en la estable estructura del puerto. Su cabello dejo atrás las coletas largas y trenzadas que recordaba, lo que veía era un peinado poco elaborado con su corto cabello con un enorme sombrero blanco. Su cuerpo se desarrolló por completo todo delineado con esos vestidos que veía en las mujeres europeas, sin duda ya no teniendo la figura desgarbada e incómoda de una adolescente. Kiku debería dejar de mirarla fijamente.

La niña dejo de ser una. Ahora estaba la mujer con intenciones desconocidas en su tierra.

— Buenos días. Es un honor tenerla aquí, Mekishiko-san — se inclinó haciendo una reverencia. Al alzar la vista vio que la mujer morena extendió su mano para saludar. Rápidamente ella hizo que se rascaba la cabeza con esa misma mano.

— Se me olvida que aquí no se saluda con la mano — comentó nerviosamente.

Kiku asintió sin saber qué hacer. México jugó un poco con las mangas de su molesto vestido. Los dos se miraron, Japón sin ninguna expresión en su rostro y México con una sonrisa que se volvía vacilante con cada segundo que pasaba.

— Yo... — empezó ella — Me gusta su puerto, ha cambiado mucho en lo que no nos hemos visto. Tú, digo, usted se cortó el cabello.

El japonés se llevó una mano a sus mechones cortos. Se acordó que ella lo conoció con una coleta de caballo que se balanceaba en cada paso que daba y que México disfrutaba jugar con su cabello. No le importo mucho, era una niña.

— Era molesto cuidar del cabello largo — explicó.

México asintió — Estoy de acuerdo, por eso también me lo corte. Además, se siente culero cuando te lo jalan. No le diga a mi jefe el bigotón que dije una mala palabra, por favor — dijo sin dejar de sonreír.

— Esta bien. Supongo que usted y su gente tienen hambre.

— Por favor, cualquier cosa será bienvenida — hizo una pausa — Excepto sopa, me canse de comer sopa. No me dejaban entrar a la cocina diciendo que Don Porfirio había ordenado que no me dejaran. Comiendo sopa por dos semanas en este clima caluroso ¿en qué pensaban?

Kiku lo comprendió bien. Debía ser un infierno consumir alimentos calientes en una embarcación que se balanceaba de un lado al otro con el intenso calor. Se pregunto cómo aguantaba el calor con ese vestido apretado con capas de tela pesada.

— Entonces no habrá sopa.

¿Por qué todo esto se sentía tan incómodo? ¿Era por la forzada formalidad de México? ¿O eran las cortantes respuestas de Japón? Ambas naciones caminaron a través de las calles que eran vistas con asombro por los mexicanos, tratando de analizar cada detalle de los edificios, de la naturaleza, de los rasgos de la gente y como iban vestidos.

— Japón — Rosalía señaló los templos mirándolos con curiosidad y una evidente intención de querer entrar a uno — Son hermosos ¿qué hay ahí?

— Son mis templos — dijo con un ligero sonrojo de ser llamado indirectamente hermoso.

México se volteó a verlo — Es enorme. Nunca he visto algo como esto, no me habías dicho lo precioso que eres. Me hubieras avisado para prepararme para tanta hermosura.

La nación asiática se le subieron los colores a la cara — ¡Mekishiko-san!

— ¿Qué? Oye, me dirías que significa el "san". Sé que pronuncias mi nombre en tu idioma, pero no sé qué es lo último que le agregas — habló la mujer dejándole de usar el tono formal, pero no con menos respeto.

Japón tosió tratando de abandonar su vergüenza por el descarado coqueteo de la mujer latina.

— Es un honorifico, por así decirlo — tropezó con sus palabras — Es una cortesía.

México parpadeó, asintiendo a las palabras dichas por Japón, de su bolso sacó un largo documento — Quiero ser tu amiga, Nihon.

El timbre de su voz salió como una melodía al pronunciar el nombre de la nación asiática. Kiku sintió su corazón precipitándose a su estómago, esperando que ella le exigiera que agachara la cabeza y dejara que caminara sobre él, pues esas fueron las mismas palabras que le dijo Alfred. Sabía que no era totalmente la culpa del chico rubio, pero era la forma más sencilla de dirigir su ira y rencor hacia el joven imperio.

Se dejó guiar por la chica a un banco debajo de un árbol frondoso que les regalaba su sombra. Tembloroso, Japón tomo el documento sin querer enfrentarse a la amble sonrisa (debe ser falsa) de la nación femenina. Su saliva se atoró en su garganta... el tratado tenía traducciones tanto al español como en japonés. Sus ojos leyeron cada línea de los párrafos, su incredulidad se plasmó en su rostro...

No condiciones que la beneficiaban en exceso.

No exigía la apertura de sus puertos. Ni misiones religiosas.

También había beneficios... para él.

Era un tratado justo.

— ¿Por qué?

Rosalía puso una cara de confusión — ¿Por qué, qué?

— ¿No hay trampas? ¿No me obligaras a? — la voz de Kiku se fue apagando releyendo la página de intercambio de exportaciones e importaciones. Demasiado bueno para ser verdad.

— No sé de qué estás hablando — dijo México — No quiero obligarte a nada.

— Yo creí que todos ustedes...

La voz de Japón se quebró en la última palabra, no estaba familiarizado con esa opresión en su pecho ¿era... alivio? ¿conmoción? Solo sabía que un enorme nudo en la garganta amenazaba con desatar en un llanto porque al fin alguien lo veía como a un igual. Rompiendo con todos los esquemas a los que fue sometido por tantos años.

No, no quería llorar... no lo haría...

Pero... había sido tanto tiempo en que se ha guardado todo...

México frotó la espalda de su compañero, su toque inseguro no queriendo que rehuyera del contacto que quería brindarle.

— Aunque no hablemos el mismo idioma, si nuestras costumbres son diferentes o que seamos de diferentes continentes; no importa, creo que todos debemos respetarnos porque todos compartimos un mismo mundo — ella lo miro con una sonrisa — No miento cuando digo que quiero que seamos amigos. Sé... sé lo que es estar viviendo constantemente por los abusos de otra nación, lo doloroso que te vean desde abajo, que alguien que se hace llamar tu amigo te haga esto. Desde que nos conocimos, te he considerado un amigo, y está bien que no me veas así... al menos aún, en verdad quiero...

Japón explotó en llanto. Un llanto feo que necesitaba grandes exhalaciones para no quedarse sin oxígeno. Mientras, México entro en pánico.

— Japón, ay Dios. Perdón cualquier pendejada que haya dicho para hacerte llorar, en serio perdón. Mierda, México eres una idiota. Perdóname, neta perdóname. Lo siento, Japón — dijo atropelladamente sin poder decidirse entre abrazarlo o secar sus lágrimas con la manga de su camisa — Te juro que lo que haya dicho no fue mi intención, solo estoy pendeja...

Japón continuaba llorando sintiendo la tela de la camisa de su amiga sacando sus lágrimas. Kiku quería decirle que no dijo nada malo, en absoluto, era todo lo contrario. Sin embargo, sus hipeos le hacían imposible hablar, pero alcanzó a sonreírle a Rosalía que aún estaba en pánico creyendo que de alguna forma ofendió al japonés.

— ¡Ya sé! — gritó de repente — Te preparare mis mejores platillos, todo se vuelve mejor con comida ¿verdad?

Kiku Honda asintió sintiendo su corazón volando de felicidad.

Fue el comienzo de una de las amistades más fuertes y privilegiadas de la historia.


30 de noviembre de 1888

Se firma el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Japón.

El primer tratado justo de la historia del país del Sol Naciente.