Bueno, me he propuesto adaptar esta, mi trilogía favorita de romance, para ustedes, mi hermoso y acogedor fandom NH. En especial porque la relación de los protagonistas me recuerda un montón a la de Naruto y Hinata. A todos los chicos es una comedia dulce y jugosa que se lee rápido, y utiliza cosas tan cotidianas que no puedes dejar de leerla. Así que espero sea de su agrado.

DISCLAIMER: Me deslindo de toda responsabilidad. La obra no me pertenece, es sólo una adaptación.

AVISO: Para esta historia en particular tuve que inventarle a Hinata una hermana mayor, y esa será Natsu. Tomé el nombre de una de las ayudantes del clan Hyuga en el anime, pero de cualquier manera espero que les guste. De todas formas, la hermana mayor de la protagonista no sale la mayor parte del libro, es sólo un efecto secundario de un montón de cosas, pero no es un personaje que veamos mucho. Igual sale Hanabi, siendo, pues, ya saben, Hanabi.

CAPITULO 1

Me gusta rescatar cosas. No se trata de cosas importantes como las ballenas, personas o el medio ambiente. Son naderías. Campanas de porcelana de las que venden en las tiendas de recuerdos. Moldes de galleta que no vas a usar nunca porque ¿quién va a querer una galleta con forma de pie? Cintas para el pelo. Cartas de amor. De entre todas las cosas que guardo, se podría decir que mis cartas de amor son mi posesión más preciada. Guardo mis cartas en una sombrerera de color verde azulado que mi madre me compró en una tienda vintage en el centro. No son cartas que me hayan escrito; de ésas no tengo ninguna. Éstas son las que yo he escrito. Hay una por cada chico del que me he enamorado: cinco en total. Cuando escribo, me muestro tal como soy. Escribo como si él nunca fuese a leerla. Porque no lo hará nunca. Todos mis pensamientos secretos, todas mis observaciones minuciosas, todo lo que he ido guardando en mi interior, lo vierto todo en la carta. Cuando termino, la sello, añado el destinatario y entonces la guardo en mi sombrerera verde. No son cartas de amor en el sentido más estricto de la palabra. Mis cartas son para cuando ya no quiero seguir estando enamorada. Son una despedida. Porque después de escribir la carta, ya no me posee un amor que todo lo consume. Puedo comer cereales y no pensar si él también prefiere trozos de plátano por encima de sus Cheerios. Puedo cantar una canción de amor sin dedicársela a él. Si el amor es como estar poseído, quizá mis cartas de amor sean como un exorcismo. Mis cartas me liberan. O, al menos, es lo que se supone que deberían hacer.

Kiba es el novio de Natsu, pero podría decirse que toda mi familia está un poco enamorada de él. No soy capaz de asegurar quién de nosotros lo está más. Antes de ser el novio de Natsu, era sólo Kiba. Siempre estuvo ahí. Digo siempre, aunque supongo que no es cierto. Se mudó a la casa de al lado hace cinco años, pero tengo la sensación de que siempre ha estado ahí. Mi padre quiere a Kiba porque es un chico y mi padre está rodeado de chicas. Lo digo en serio: se pasa el día rodeado de mujeres. Mi padre es ginecólogo, y resulta que también es padre de tres hijas, así que no hay más que chicas, chicas y más chicas todo el día. También le gusta Kiba porque éste es aficionado a los cómics y le acompaña a pescar. Mi padre intentó llevarnos a pescar una vez y yo lloré porque los zapatos se me ensuciaron de barro, Natsu lloró porque se le mojó el libro y Hanabi lloró porque seguía siendo prácticamente un bebé. Hanabi quiere a Kiba porque juega a cartas con ella y no se aburre. O al menos, finge no aburrirse. Llegan a acuerdos entre ellos: « Si gano la próxima mano, tienes que prepararme un sándwich tostado de mantequilla de cacahuete crujiente, sin corteza» . Hanabi es así. Al final, seguro que no queda mantequilla de cacahuete crujiente y Kiba dirá: « Mala suerte, escoge otra cosa» . Pero Hanabi insistirá hasta el agotamiento y Kiba saldrá a comprar un poco. Kiba es así. Si tuviese que explicar por qué lo quiere Natsu, creo que quizá respondería que porque todos lo queremos. Estamos en el salón; Hanabi está pegando fotos de perros en un pedazo gigante de cartón. Está rodeada de papelitos y de retales. Canturreando para sí, dice:

—Cuando papá me pregunte qué quiero por Navidad, le responderé: « Escoge una de estas razas y estaremos en paz».

Natsu y Kiba están en el sofá; yo estoy tumbada en el suelo, viendo la tele. Kiba ha preparado un gran bol de palomitas y estoy entregada a él, un puñado de palomitas tras otro. Aparece un anuncio de perfume: una chica corre por las calles de Suna con un vestido de espalda descubierta de color orquídea, fino como un pañuelo de papel. ¡Qué no daría por ser esa chica del vestido liviano como el papel correteando por Suna en primavera! Me incorporo de repente y digo:

—Natsu, ¿y si nos encontramos en Suna para las vacaciones de primavera?

Me imagino a mí misma revoloteando con un macarrón de pistacho en una mano y uno de frambuesa en la otra. A Natsu se le iluminan los ojos.

—¿Crees que papá te dará permiso?

—Mmm. Pues claro que sí: es un viaje cultural. Tendrá que dármelo.

Pero también es verdad que nunca he viajado sola en avión. Ni tampoco he viajado al extranjero. ¿Natsu y yo nos encontraríamos en el aeropuerto o tendría que encontrar la pensión y o sola? Kiba debe de notarme la súbita preocupación en la cara, porque dice:

—No te preocupes. Seguro que tu padre te dará permiso si yo te acompaño. Me animo al instante.

—Sería genial. Podemos dormir en una pensión y tomar pasteles y queso en todas las comidas.

—¡Podemos visitar la tumba de Hashirama! —añade Kiba.

—Incluso… podríamos ir a una parfumerie y encargar nuestros perfumes personalizados —sugiero, y Kiba suelta un bufido de risa.

—Mmm, estoy casi seguro de que eso de encargar perfumes personalizados en una parfumerie costaría lo mismo que una estancia de una semana en una pensión —comenta y le da un empujoncito con el codo a Natsu—. Tu hermana sufre delirios de grandeza.

—Es la más sofisticada de las tres —asiente Natsu.

—¿Y yo, qué? —gimotea Hanabi.

—¿Tú? Tú eres la chica Hyuga menos sofisticada. Por las noches tengo que suplicarte que te laves los pies... —. Las facciones de Hanabi se arrugan y se pone roja.

—No hablaba de eso, pájaro dodo. Hablaba de Suna.

Me la quito de encima con ligereza.

—Eres demasiado pequeña para quedarte en una pensión.

Hanabi gatea hasta Natsu y se sienta en su regazo, a pesar de que tiene nueve años, y por lo tanto es muy mayor como para sentarse en el regazo de alguien.

—Natsu, tú me dejarás ir, ¿verdad?

—Quizá podrían ser unas vacaciones familiares. Podríais ir tú y Hinata, y también papá —responde Natsu, y le da un beso en la mejilla.

Suspiro un poco. Ése no es el viaje a Suna que me había imaginado. Por encima de la cabeza de Hanabi, Kiba articula en silencio: «Lo hablamos luego» , y yo levanto discretamente los pulgares a modo de respuesta. Es de noche. Kiba se ha ido hace rato. Hanabi y papá están dormidos. Nosotras estamos en la cocina. Natsu está sentada a la mesa con su ordenador; yo estoy sentada a su lado, haciendo bolas de masa de galleta y cubriéndolas de canela y de azúcar. Las hago para recuperar el favor de Hanabi. Antes, cuando fui a darle las buenas noches, Hanabi se dio la vuelta y no quiso hablar conmigo porque está convencida que la dejaré fuera del viaje a Suna. Mi plan consiste en dejar las galletas recién horneadas en un plato junto a su almohada para que se despierte con su aroma. Natsu ha estado súpercallada y, de repente, sin venir a cuento, levanta la vista de la pantalla y dice:

—Esta noche he roto con Kiba. Después de la cena.

La bola de masa de galleta se me cae de entre los dedos y aterriza en el bol de azúcar.

—Había llegado el momento —añade. No tiene los ojos enrojecidos; no ha estado llorando. Al menos, eso creo. Su tono de voz es tranquilo y monocorde. Cualquiera que la viese pensaría que Natsu está bien. Porque Natsu siempre está bien, incluso cuando no lo está.

—No sé por qué teníais que romper. El hecho de que te marches a la universidad no significa que debáis romper.

—Hinata, me marcho a Kumo, no a cualquier parte. Está a seis mil kilómetros de distancia. ¿Qué sentido tendría? —me pregunta, mientras se sube las gafas. No puedo creer lo que dice.

—Pero se trata de Kiba. Kiba, el chico que te quiere más de lo que ningún chico haya querido nunca a ninguna chica...

Natsu pone los ojos en blanco. Cree que estoy siendo melodramática, pero no es cierto. Es la verdad, así es lo mucho que ama Kiba a Natsu. Nunca se fijaría en ninguna otra chica. De repente, dice:

—¿Sabes lo que me dijo mamá una vez?

—¿Qué?

Por un momento, me olvido completamente de Kiba, porque no importa lo que esté haciendo, tanto si Natsu y yo estamos en mitad de una discusión como si está a punto de atropellarme un coche, siempre me detendré a escuchar una historia sobre mamá. Cualquier detalle, cualquier recuerdo que Natsu conserve, yo también quiero tenerlo. De todos modos, soy más afortunada que Hanabi. Ésta no guarda ningún recuerdo de mamá que no le hayamos dado nosotras. Le hemos contado tantas historias y tantas veces que ahora le pertenecen.

—¿Os acordáis de cuando…? —comienza.

Y entonces cuenta la historia como si hubiese estado allí de verdad y no hubiese sido un bebé por aquel entonces.

—Me dijo que intentase no ir a la universidad si tenía novio. Dijo que no quería que fuese la chica que llora al teléfono cuando habla con su novio y que dice que no a las cosas en lugar de decir que sí.

Distraída, tomo una cucharada de masa de galleta y me la meto en la boca.

—No deberías comerte cruda la masa de galleta —me advierte Natsu. No le hago ningún caso.

—Kiba nunca sería un lastre. Él no es así. ¿Te acuerdas de cuando decidiste presentarte a las elecciones para el consejo de estudiantes y se convirtió en tu director de campaña? ¡Es tu fan número uno!

Después de oír mi comentario, Natsu hace un puchero y yo me levanto y me arrojo a sus brazos. Echa la cabeza atrás y me sonríe.

—Estoy bien —dice, pero no lo está. Sé que no lo está.

—Todavía no es demasiado tarde, ¿sabes? Puedes ir hacia allá ahora mismo y decirle que has cambiado de opinión.

Natsu niega con la cabeza.

—Ya está hecho, Hinata —contesta. La suelto y cierra el portátil—. ¿Cuándo terminarás la primera tanda? Tengo hambre.

Le echo un vistazo al temporizador magnético de la nevera.

—Faltan cuatro minutos.

Vuelvo a sentarme y susurro tristemente:

—Me da igual lo que digas, Natsu. No han terminado. Le quieres demasiado.

Natsu niega con la cabeza.

—Hinata —empieza, en su típico tono paciente, como si y o fuese una niña y ella una anciana sabia de cuarenta y dos años. Le ofrezco una cucharada de masa de galleta, y Natsu titubea un momento y abre la boca. Se lo doy de comer como si fuese un bebé.

—De verdad espero que Kiba y tú vuelvan a estar juntos en un día. Deberías pensarlo. Apuesto… a que te arrepentirás el día de mañana, o pasado.

Incluso mientras lo digo, sé que no es verdad. Natsu no es el tipo de chica que rompe y luego vuelve con alguien por capricho; una vez se ha decidido, eso es todo. No se anda por las ramas, no se anda con remordimientos. Como suele decir: cuando se ha terminado, se ha terminado. Desearía (y he pensado en esto muchas, muchas veces, demasiadas como para contarlas) ser más como Natsu. Porque en ocasiones tengo la sensación de que nunca habré terminado. Luego, después de lavar los platos y de dejar las galletas en la almohada de Hanabi, subo a mi habitación. No enciendo la luz. Voy a la ventana. Las luces de Kiba siguen encendidas.


A la mañana siguiente, Natsu prepara el café y yo sirvo los cereales en un bol. Susurro lo que llevo pensando toda la mañana:

—No quiero asustarte, pero lo más probable es que Papá y Hanabi se llevan un tremendo disgusto.

Cuando Hanabi y yo nos estábamos cepillando los dientes un rato antes me sentí tentada a contarle, pero Hanabi seguía enfadada conmigo por lo del día anterior, así que mantuve la boca cerrada. Ni siquiera mencionó las galletas, aunque sé que se las había comido porque en el plato sólo quedaban migajas. Natsu suelta un gran suspiro.

—¿Así que debo quedarme con Kiba por papá, Hanabi y tú?

—No, claro que no.

—Tampoco vendrá mucho por aquí cuando me haya marchado.

Frunzo las cejas. No se me había ocurrido que Kiba dejaría de venir una vez Natsu se hubiese ido. Venía de visita mucho antes de que se convirtiesen en pareja, así que no entiendo por qué iba a dejar de venir a partir de ahora.

—Puede que venga. Quiere mucho a Hanabi.

Natsu aprieta el botón de encendido de la cafetera. La estoy observando súperminuciosamente porque Natsu siempre ha sido la encargada de preparar el café y yo nunca lo he hecho y, ahora que se marcha (sólo quedan seis días), más me vale saber cómo lo hace. De espaldas a mí, dice:

—Puede que ni se lo cuente.

—Pe- pero se darán cuenta cuando no esté en el aeropuerto, Nat. — Ése es el apodo que le he puesto a Natsu. Tan sencillo como yo —. ¿Cuántos vasos de agua has puesto? ¿Y cuántas cucharadas de café?

—Te lo apuntaré todo en el cuaderno —me asegura Natsu. Tenemos un cuaderno junto a la nevera. Idea de Natsu, claro. Contiene todos los números de teléfono importantes, el horario de papá y el del transporte compartido de Hanabi.

—Acuérdate de añadir el número de la tintorería nueva.

—Hecho.

Natsu trocea un plátano para los cereales. Todas las rodajas son perfectas.

—Además, Kiba tampoco nos habría acompañado al aeropuerto. Ya sabes lo que opino de las despedidas.

Natsu hace una mueca, como si dijera: « ¡Puf, sentimientos!» . Lo sé perfectamente. Cuando Natsu decidió irse a una universidad de Kumo, me sentí un poco traicionada. A pesar de que sabía que el momento se aproximaba, porque era obvio que Natsu se iría a una universidad lejana. Y era obvio que se marcharía a Kumo para ir a la universidad a estudiar antropología, porque es Natsu, la chica de los mapas, los libros de viaje y los planes. Era evidente que algún día nos iba abandonar. Sigo estando enfadada con ella, pero sólo un poquito. Sólo un poquitín. Sé que ella no tiene la culpa, pero se marcha muy lejos, y siempre dijimos que seríamos las chicas Hyuga para siempre. Natsu primero, y o en medio, y mi hermana Hanabi, al final. Somos las tres chicas Hyuga. Antes éramos cuatro. Mi madre, Hana Hyuga. Hanie para mi padre, mamá para nosotras, Hana para todos los demás. Hyuga es (era) el apellido de mi madre. Mi madre acostumbraba a decir que sería una chica Hyuga de por vida y Natsu dijo que, en ese caso, nosotras también deberíamos serlo. Hyuga es el segundo nombre de todas y, de todos modos, parecemos más Hyuga que nada. Al menos, Hanabi y yo; Natsu se parece más a papá: tiene el pelo de un castaño claro como él. La gente dice que soy la que más se parece a mamá, pero yo creo que es Natsu, con sus pómulos altos y ojos de hielo. Ya han pasado seis años y a veces parece que fue ayer cuando estaba aquí y, otras veces, parece que nunca lo estuvo, que sólo fue un sueño. Esa mañana fregó el suelo; resplandecía, y todo olía a limones y a limpio. El teléfono sonó en la cocina, fue corriendo a contestar y resbaló. Se golpeó la cabeza en el suelo y quedó inconsciente, pero luego se despertó y se encontraba bien. Fue su intervalo de lucidez. Así es como lo llaman. Poco después dijo que le dolía la cabeza, fue a echarse un rato en el sofá y ya no despertó. Natsu fue quien la encontró. Tenía doce años. Se ocupó de todo: llamó a urgencias; llamó a papá, y me dijo que cuidase de Hanabi, que entonces sólo tenía tres años. Le encendí el televisor a Hanabi en el cuarto de los juguetes y me senté con ella. Eso fue todo lo que hice. No sé qué habría hecho si Natsu no hubiese estado allí. Aunque Natsu sólo tiene dos años más que yo, la admiro más que a nadie. Los demás adultos se admiran cuando descubren que papá es un padre viudo. « ¿Cómo lo consigue? ¿Cómo se las arregla él solo?» . La respuesta es Natsu. Ella ha sido la organizadora desde el principio, todo etiquetado y programado y ordenado en filas iguales. Natsu es una buena chica, y supongo que Hanabi y yo seguimos sus pasos. Nunca he mentido, ni me he emborrachado, fumado un cigarrillo o siquiera tenido un novio. A veces bromeamos con papá y le recordamos lo afortunado que es de que seamos tan buenas, pero la verdad es que nosotras somos las afortunadas. Es un gran padre. Y se esfuerza mucho. No siempre nos comprende, pero lo intenta, y eso es lo que cuenta. Las tres chicas Hyuga tenemos un pacto tácito: hacerle la vida lo más fácil posible a papá. Aunque quizá no sea tan tácito; ¿cuántas veces he escuchado a Natsu decir: «Shh, silencio, papá está echándose una siesta antes de volver al hospital» o «¿No molestes a papá con eso, hazlo tú misma»? Le pregunté a Natsu cómo pensaba que serían las cosas si mamá no hubiese muerto. ¿Pasaríamos más tiempo con su lado de la familia y no sólo Acción de Gracias y el día de Año Nuevo? O si… Natsu no le ve el sentido a hacerse preguntas. Vivimos como vivimos. No tiene sentido preguntarse qué habría pasado. Nadie podría darte las respuestas. Me esfuerzo, de verdad que lo hago, pero me cuesta mucho aceptar este modo de pensar. Siempre me estoy preguntando por los «¿y si…?», por los caminos no seguidos. Natsu y papá bajan al mismo tiempo. Natsu le sirve a papá una taza de café solo y yo le sirvo a Hanabi un tazón de cereales. Se lo pongo delante y ella aparta la cara y saca un yogur de la nevera. Se lo lleva al salón para comérselo delante de la tele. Es decir, sigue enfadada.

—Luego me pasaré por Costco, así que preparad una lista de todo lo que necesitáis —comenta papá mientras toma un buen sorbo de café—. Creo que compraré filetes para cenar. Podemos prepararlos a la barbacoa. ¿Compro uno también para Kiba?

Vuelvo la cabeza de un bandazo en dirección a Natsu. Ésta abre la boca y vuelve a cerrarla. Al final, responde:

—No, sólo para nosotros, papá.

Le lanzo una mirada triste, pero no me hace caso. Nunca había visto a Natsu acobardarse, pero supongo que, en asuntos del corazón, es imposible prever cómo va a comportarse alguien.

Estaré actualizando los primeros 10 capítulos del libro puesto que ya los tengo adaptados, después las actualizaciones serán graduales. Entre semana y fines de semana hasta completar el libro.

Nos leemos.