Me siento un poco traidor al volver aquí y encontrarme con viejas historias que no llegué a terminar. Lo siento mucho, mis estudios y mi vida en general hicieron que dejase de escribir y no ha sido hasta hace poco que he vuelto a empezar de nuevo. Hace años que no reviso la historia de Dirge of Cerberus y muchos más que ya no sigo el fandom de Harry Potter. Sin embargo, como compensación, me gustaría darle un cierre a esas historias así que, cuando retome el hábito de escribir y me resulte un poco más sencillo, me gustaría refrescar un poco esos fandom para poder zanjarlas después de todos estos años.

Ahora he vuelto con esta nueva y ambiciosa historia donde retratar a mis personajes favoritos de AoT y que espero que disfrutéis.


La vida no siempre sale como uno quiere y eso Reiner lo tuvo claro en cuanto firmó el papel del divorcio desde el lado contrario de la mesa, mirando a la que había sido su mujer desde hacía cinco años. Hasta ese momento no se había planteado que su matrimonio fuese a terminar.

Uno se va acostumbrando a que la normalidad sea cada vez menos agradable. Una vez que se ve envuelto en una incomodidad constante, con discusiones por cualquier cosa y disgustos cada dos por tres siempre acaba pensando "es una mala racha, si lo soporto un poco más, todo volverá a ser como antes". Pero pasan seis, doce, quince meses y ese "antes" no vuelve. Y uno se plantea, de vez en cuando, que quizá el antes fuese lo ficticio y el ahora sea la realidad. Que la verdadera relación con la persona de la que te habías enamorado sea que no os soportáis el uno al otro.

Además, cuando hay niños de por medio la cosa se complica y la idea de familia ideal se impone como una moral inamovible que te retiene donde estás. Aunque donde estás se convierta en una cárcel. "Los padres se sacrifican por los hijos", es lo que uno piensa. Pero lo mejor para los hijos no suele ser que la idea de familia feliz se sostenga sobre una tensión constante, que hace estallar la máquina cada vez que la servilleta está mal doblada.

En cuanto estampó su firma en el papel tuvo sentimientos encontrados. Por un lado, se sintió como si llevase años construyendo una casita de palillos: había puesto todo su esfuerzo y sacrificio en hacer que su familia funcionase y de repente todo se derrumbaba.

Pero por el otro, sintió un enorme alivio. Ella había hecho lo que él no había sido capaz de hacer y lo había liberado de aquella situación donde se conformaba con tener una vida amarga y deslustrada. Se sintió agradecido por aquello, por no haber tenido que ser él, y lo tomó como una última muestra del cariño que ella le había tenido.

También había sentido mucho miedo por Krista. Uno de sus mayores temores al pensar en separarse había sido precisamente el no poder ver crecer a su hija. No es que su exmujer fuese una persona especialmente cruel, pero los enfrentamientos podían llevarla al rencor y el rencor a la venganza.

Sin embargo, todo fue bastante bien. El acuerdo entre las partes fue sencillo y Reiner se quedó con la custodia de Krista y una pensión alimenticia que supliera su sueldo.

Krista tenía 9 años cuando su madre le explicó que se marcharía a vivir a otra ciudad y la vería sólo de vez en cuando. Pero no tardó demasiado en entender que aquello traería la paz a su casa, haciendo que las cosas fuesen mucho más sencillas.

Aunque quería a su madre, siempre había tenido una relación especial con su padre, que además se preocupó de llevarla a una psicóloga especializada para que todo le resultase lo más llevadero posible.

Y así se cerró aquel capítulo que había empezado con una pareja de jovencísimos enamorados dispuestos a enfrentarse al mundo para formar una familia y había terminado en un par de adultos que se acabarían llevando mejor cuanta más tierra hubiese de por medio.

La relación entre Reiner y Krista no hizo otra cosa que mejorar. Consiguieron que la confianza la fortaleciera y la comprensión le diese robustez. Reiner enfocó su vida en cuidar de Krista y las pocas veces que la niña pasaba algunos días con su madre los aprovechaba para organizar todo lo que iban a comer y hacer cuando ella volviese.

Pero Krista se iba haciendo mayor y los días de pizza y peli, senderismo o picnic iban siendo sustituidos por cumpleaños de amigos, fiestas o quedarse a dormir en casa de Ymir. Al principio no fue realmente consciente del paulatino alejamiento, pero cuando Krista le confesó que tenía pareja, Reiner se dio cuenta de que su hija ya no necesitaba estar bajo el ala de su padre.

Fue entonces cuando empezó a vivir un nuevo proceso de separación. Esta vez no había tensión, ni malestar, ni una relación deteriorada. No era una cuestión de querer permanecer lejos el uno del otro. Esta vez era algo natural, orgánico, el momento en el que un hijo deja de ser un niño para convertirse en el proyecto de adulto que será en breve. Para Krista aquel momento era excitante y decisivo, para Reiner supuso empezar a sentir la verdadera soledad.

Cuando se separó de su mujer, al menos le quedaba su hija. Pero ahora que su hija, el centro de su vida, se estaba alejando de él, ¿qué le quedaba?

XXX

"El alcalde Erwin Smith trasladará su vivienda habitual a una nueva casa en las afueras que compartirá con sus dos parejas: Levi Ackerman y Petra Ral. Todavía no se ha facilitado la localización exacta de la que se-"

—Menuda casa de putas. Se compra un casoplón nuevo para meter ahí a sus amantes. Que puto asco de ciudad… —Porco bebió de su botellín de cerveza rompiendo el silencio que se había generado en la mesa por el interés de la noticia.

—Pero, ¿qué te importan a ti las relaciones que tenga la gente? Siempre estás criticando todo —Pieck se quejó de forma amistosa. El carácter de Porco era complicado de llevar para la mayoría, pero ella sabía cómo tantearlo.

—Pues porque es el alcalde de mi ciudad y lo que tiene que hacer es cuidarla, no comprarse casas donde follarse a medio barrio —reprochó de mala manera.

—Ah, sólo te preocupa tu ciudad. Entonces debe encantarte el alcalde. Ha liquidado las deudas del ayuntamiento, mejorado el acceso a las ayudas para el comercio local, impulsado las pocas zonas turísticas para generar movimiento en la ciudad, ha mejorado la accesibilidad de personas con movilidad reducida… Hasta te ha cambiado el contenedor ese roto que tenías en tu barrio —enumeró cantarina, sin alterarse en ningún momento.

—¡Que te calles! Ya todos sabemos que te encanta el pervertido ese de mierda —Porco se irritaba a la mínima así que ya nadie se extrañaba de verle gritando.

—Pues no sé por qué es un pervertido por tener una relación poliamorosa. Los tres están de acuerdo y viven contentos. No seas tan garrulo, que me da vergüenza que te escuchen —Reiner habló con seriedad antes de comerse un puñado de cacahuetes.

—Pff ya, ya sabemos que a ti eso te encanta

—No te pases, Porco —Pieck le quitó el pincho de tortilla que iba a coger él como castigo a su comportamiento.

—Yo creo que la tía sólo esta para que puedan tener hijos —Todos centraron su mirada en Annie, que no solía opinar sobre nada, pero cuando lo hacía no dejaba indiferente a nadie. Ni siquiera teniendo aquel tono frío y bajo.

—¿Veis? Annie me da la razón —proclamó Porco, cogiendo un pincho de pan con chorizo clavado con un palillo.

—No. A mí me la suda a quién meta en su casa. Sólo que no me creo eso del poliamor romántico. Tienen que tenerla ahí como uno de esos vientres de alquiler —Aclaró Annie.

—Con menuda panda de cuñados me junto —Reiner suspiró, bebiendo de su jarra de cerveza. En días como aquellos reunirse con sus antiguos compañeros le suponía más abatimiento que desconexión.

Pieck dejó a Porco y Annie comentando sobre la vida privada de gente que no conocían y movió su silla de ruedas para acercarse a Reiner. Éste se apartó para dejarle hueco entre Annie y él.

—¿Qué tal tu niña? —Preguntó.

—Bien, como siempre. Este verano se ha anotado a un campamento de escritores que dura un par de semanas. Se está aplicando mucho para poder hacer la carrera de literatura en la universidad de Wallrose —. Le comentó Reiner. Pieck era la única que solía preguntar por Krista.

—Ostras, la capital. Seguro que entra, que es muy estudiosa y muy lista. Y, por casualidad, no estarás teniendo ese síndrome del nido vacío del que hablan, ¿verdad? —Bromeó Pieck, dándole un pequeño codazo.

—Buff, qué dices, me deja tranquilo por fin. La adolescencia ha sido insoportable —se rio al principio— No sé. Es verdad que la casa se va a quedar muy vacía. Aunque no creo que mi vida cambie mucho cuando se vaya. Trabajaré, vendré aquí… poco más. De todas formas, vendrá algunos fines de semana para que le prepare tuppers, así que estaré igual de entretenido.

—¿Y no es un buen momento para pensar un poco en ti? Que ya bastante tiempo has hecho girar toda tu vida alrededor de tu hija. Obligaciones sí, pero todavía eres joven y tendrás tus propias metas y necesidades —Pieck conocía bastante a Reiner y notaba que las cosas no estaban yendo tan bien como él contaba.

—Bueno, soy padre soltero. Eso no te deja mucho tiem-…

—Sí, sí, sí. Llevas años con la misma excusa, pero tu hija es casi mayor de edad y, cuando se vaya a la universidad, vas a tener todo el tiempo del mundo para ti. Espero que tengas un plan y que sepas vivir solo, que nos conocemos y tú enseguida te enganchas a lo primero que se te ponga por delante —Movió los ojos hacia sus pantalones, divertida, para indicarle a qué se refería. Pese a su aspecto formal, Pieck solía soltar comentarios para nada sobrios.

—Anda que… mira en lo que piensa —Reiner se rio. Hablar con Pieck siempre lo animaba—Tranquila. Con mi edad ya ni me acuerdo de cómo se conoce gente y tampoco me apetece soportar a nadie…

—No sé por qué vas a tener que conocer a nadie, si soltero es como mejor se está —Porco interrumpió la conversación para dar su opinión sin reparos.

—Sí, por lo bien que te va ti —le replicó Pieck.

—Joder, es que no puedo decir nada sin que te me eches encima, tía.

—Es que encima de ti es donde mejores siestas me echo.

Reiner los dejó enzarzarse sin interrumpir, bebiendo un poco más de su jarra de cerveza. La verdad era que temía el momento de quedarse solo en aquella casa y tener que enfrentarse a su vida desde cero. Buscar motivaciones, reconectar consigo mismo y sus intereses… Todo eso se le hacía muy cuesta arriba en esos momentos.

Pero tampoco le apetecía conocer a nadie. No quería pasar por todo el proceso de buscar a alguien nuevo que le gustase, poner tiempo y esfuerzo en verse con esa persona, conocerse… Imaginárselo ya le parecía extenuante. No, lo único que quería era que las cosas se quedan como estaban, respetando su zona de confort.

—¿Y por qué no voy a estar yo pendiente de él? ¿eh? Soy tan amigo suyo como tú.

—Si no estás pendiente ni de tu gato, Porco.

—¡Reiner! Dime un día para quedar. No voy a dejarle a la petarda de Pieck que me diga cómo llevarme con mis amigos —. Porco parecía cada vez más alterado y sus últimas palabras las acompañó de un golpe de su botellín en la mesa, decisivo.

Reiner suspiró y se levantó para ponerse la cazadora, dejando unas monedas encima de la mesa.

—Tengo que irme ya. Nos vemos otro día. No arméis mucho alboroto.

—Chao, Reiner —Pieck levantó la mano para acompañar su despedida.

—¿Te vas? Venga, no me jodas. Bueno pues que os den por culo. Ya quedaréis vosotros si os da la gana. Encima que le hago el favor y pasa de mí. Puto gilipollas —. Porco se indignó todavía más, enfurruñándose como un crío como si Reiner le acabase de decir que había matado a su gato Jaws.

—Mira que eres tonto, hijo —. Ese comentario de Pieck fue lo último que Reiner escuchó entre el bullicio.

Annie, por su parte, hizo un gesto con la cabeza para despedirse, ignorando la batallita que tenían los otros tres.

Reiner salió del bar y se cerró bien la chaqueta. Aunque la primavera ya había empezado, los días todavía eran frescos y por la noche se notaba mucho más.

Ensoñado en sus cavilaciones sobre el tiempo no se dio cuenta de que Zeke pasaba junto a él hasta que lo saludó.

—Eh, Reiner, ¿qué hay? —. Zeke todavía estaba acabándose el cigarro.

—Ah, hola, no te había visto. Yo ya me iba, pero Pieck, Porco y Annie siguen dentro —Le indicó Reiner.

Zeke le parecía un tío muy extraño, poco fiable, y por eso no le acababa de caer del todo bien. Siempre iba con sus gafas extrañas, su cuello vuelto y su pitillo, dándoselas de intelectual, y realmente era un currante como todos. Lo último que sabía era que trabajaba de relaciones públicas y portero en una discoteca del centro. Reiner creía que se las daba de importante porque jugaba en un equipo de baseball de veteranos que a veces jugaban partidos en otras provincias. Debía creerse una estrella del deporte.

—Ah, ok. Ya nos veremos —Zeke hizo un gesto para despedirse, tiró lo que le quedaba de cigarrillo y entró.

Reiner hizo un gesto a modo de despedida. Sabía perfectamente que aquel tono significaba que, como mucho, saludaría de lejos y se iría a lo suyo, ignorando a los demás. Era lo que solía hacer cuando no le interesaba el favor de ninguno. Se dio cuenta de que no iba solo, si no que lo acompañaban dos personas más altas que él. Sin embargo, sólo se fijó en que la más alta era una mujer rubia que perfectamente podría medir dos metros, porque casi tuvo que doblarse a la mitad cuando pasó por la puerta.

XXX

Cuando volvió a casa apenas era la una de la madrugada. Era viernes, pero Krista no había ido a dormir con Ymir porque en breve tendrían exámenes de seguimiento del curso y quería estudiar también los fines de semana.

Reiner se acercó a su habitación y se asomó en silencio, viéndola dormir con el ceño fruncido, como solía hacer cuando estaba estresada. Se quedó allí un rato, apoyado contra el marco de la puerta, observándola. Era verdad, Krista había dejado de ser la niña que no ocupaba ni la mitad de la cama para convertirse en toda una mujer que pronto se iría a vivir fuera. Reiner se sorprendió y maldijo la velocidad con la que habían pasado aquellos buenos años. Pero así eran las cosas.

Cuando por fin se metió en la cama tuvo tiempo de pensar en lo que le había dicho Pieck. Era cierto que uno de sus mayores defectos era el no soportar quedarse solo. Él no había conocido a su padre porque los había dejado tirados a su madre y a él, su relación con su madre siempre había sido tortuosa y, cuando creyó haber encontrado a la mujer con la que compartir su vida, había acabado por separarse. Y ahora le tocaba marcharse a Krista. Sus amigos seguían ahí, amenizando sus tarde-noches del viernes, pero no podía depender de ellos para que llenasen la soledad de su casa.

Se giró en la cama, saturado. Tenía la sensación incómoda de que algo desagradable se cernía sobre él. Había conseguido sobreponerse a un divorcio sacando a una niña adelante él solo, pero ¿podría rehacer su vida una vez más?