¡HOLA! ¿Cómo están? :3 Bueno, vengo a traerles esta nueva historia. Varías de las situaciones están basadas en un par de capítulos específicos de mi serie de televisión favorita: Supernatural. Llevaba tiempo pensando cómo usar algunas situaciones de la serie con InuYasha, y adaptarlas a este universo. Esto será algo triste, quienes me tengan en redes ya lo saben, ya lo anticipé. ¿Que soy mala? Puede ser (?) Pero quería explorar este tipo de cosas.
No olviden de seguirme en mi página de Facebook: Iseul. Allí sabrán de cualquier adelanto y de todas las actualizaciones c:
Nos vemos en las notas de autor al final c: Gracias de antemano por leer esto, los adoro!
«All Hell Breaks Loose» es el nombre de los capítulos de la serie, y significa «Todo el infierno se desata». Ya entenderán por qué le puse así a este fic.
All Hell Breaks Loose
Instante
Todos alguna vez hemos escuchado que nuestras vidas pueden cambiar tan solo en un segundo. Un disparo, un choque, un paso, una palabra. Cosas que suceden en un instante y pueden mejorarlo todo…
O destruírlo.
El hanyō de ojos dorados estaba acostumbrado a que su vida diera ciertos giros de vez en cuando, más ahora que se había convertido en una especie de superhéroe junto a sus amigos —o, más bien, un antihéroe—. Los disparos, los choques, los malos pasos y las malas palabras ya eran un condimento usual en cada uno de sus enfrentamientos. Creyó que sabría cómo actuar en toda clase de situaciones que se le presentaran. A todas las aprovecharía para su beneficio… porque así lo había hecho siempre, ¿no? Así era como se suponía que debía sobrevivir.
Pero sobrevivir ya era un concepto un tanto anticuado para esta etapa de su vida, porque ya no se trataba simplemente de eso.
Porque desde que sus orbes de oro se conectaron con esa mirada chocolate en aquel árbol al que perteneció por 50 años, ya no se trataba simplemente de sobrevivir.
Porque desde que esa persona se convirtió en lo más preciado para él, en la razón de su felicidad y en quién le devolvió la esperanza, ya no se trataba simplemente de sobrevivir.
Porque desde que su presencia le era esencial en su día a día y en lo único que pensaba era en protegerla, ya no se trataba simplemente de sobrevivir.
Quería vivir. Quería vivir con ella.
Por eso, cuando ese par de gruesas lanzas atravesaron el pecho y el estómago de la joven azabache, el tiempo pareció detenerse.
Apenas unos minutos antes, había logrado sacarla del medio de una explosión que los tomó desprevenidos. Se convirtió en el escudo de la colegiala y luego la tomó entre sus brazos para alejarla de allí lo máximo posible ya que, con sus poderes sellados, no había mucho que pudiera hacer y estaba en peligro. No logró calcular o dimensionar que ese ataque iría dirigido a ella, porque estaba fuera de juego, o eso creyó.
—¡KAGOME!
Abrió sus ojos hasta donde su anatomía le permitió, incrédulo, cuando el filo se incrustó en el cuerpo de Kagome. Intentó correr hacia ella en ese preciso instante, pero sus extremidades dejaron de responder. Los sonidos ya no llegaban a sus oídos con normalidad, todo se oía como si estuviera muy, muy lejos. Los gritos de sus amigos se escuchaban como si estuvieran a millas del lugar. El aire tampoco ingresaba en sus pulmones con normalidad, porque una espantosa sensación estaba aprisionando su corazón sin piedad alguna.
—¡KAGOME! ¡NO! —logró distinguir la voz del monje. Intentó seguirlo con la mirada, pero hasta su vista se había vuelto borrosa. ¿Qué demonios estaba ocurriendo?
Kagome…
No sabía en qué momento habían pasado de tener un día medianamente normal, a terminar peleando contra un demonio que no quería entender que ellos ya no poseían ningún fragmento de la Perla. Tenía pinta de ser esa clase de monstruos fáciles de derrotar, pero no necesitaron de mucho tiempo para darse cuenta que les tomaría, al menos, más de un minuto vencerlo.
Fue justo cuando el híbrido daba su golpe final que este demonio decidió atacar con unas lanzas que salieron de su cuerpo, como un manotazo de ahogado, como una abeja que clava su aguijón antes de morir. Jamás pensaron que estas mismas irían a impactar en el lugar menos pensado: la sacerdotisa.
La vio caer en cámara lenta, y entonces supo que su peor pesadilla se había vuelto realidad.
—¡INUYASHA! —gritó la exterminadora de demonios, quien se había arrodillado a la par del cuerpo inerte de la miko. Se llevó una de sus manos hacia su boca sin poder evitar que más lágrimas recorrieran todo su rostro. Su llanto era desesperadamente desgarrador.
Tras escuchar su nombre, el hanyō recuperó los sentidos, moviéndose inmediatamente hacia donde yacía Kagome. Se tiró de rodillas al suelo para intentar sostenerla, pero se detuvo al ver el charco de sangre en el que la azabache se encontraba sumergida. La blancura de su camisa escolar apenas era distinguible. El verde de su falda iba lentamente fundiéndose con el oscuro rojo que brotaba de sí misma.
Un panorama que jamás habría imaginado, ni en sus peores pesadillas.
El experto olfato del medio-demonio no hacía más que invadirse del aroma de la sangre de la sacerdotisa de una forma muy potente, debido a la cantidad. Aquel olor que lo asustaba y odiaba, porque significaba que ella estaba lastimada, ahora mismo estaba torturándolo. Sus manos comenzaron a temblar. Las lanzas aún seguían incrustadas muy profundamente en su carne.
Su mente no se creía capaz de hilvanar al menos una sola idea. Simplemente quería tomarla y salir corriendo, como si llevarla lejos de donde estaban fuera a curarla mágicamente y a ponerla a salvo en sus brazos.
Pero las cosas no sucedían así.
Con manos temblorosas y el semblante desfigurado por el miedo, Miroku comenzó a desgarrar sus propias vestiduras para ver si de alguna manera lograba detener el incesante sangrado. Pedazo de tela que ponía, pedazo de tela que se teñía de rojo en menos de un segundo. Jamás serían suficientes, y eso lo espantó.
—Te-tenemos que… llevarla a Kaede. Ella sabrá q- —el híbrido tartamudeaba al hablar mientras se sumaba al monje rasgando sus telas y colocándolas sobre la miko, actuando casi en automático. Su estado de shock era tal que no era capaz de hablar o pensar con claridad.
—¿¡De qué estás hablando!? ¡Estamos en medio de la nada! Volver a la aldea nos tomará mínimo dos días… —reaccionó Sango, dándose cuenta con sus propias palabras de que todo estaba perdido para la joven del futuro—. Ella… no sobrevivirá.
Decirlo lo materializaba aún más. Con la mirada perdida y deshecha, la exterminadora sintió cómo su garganta se desgarró pronunciando esas palabras. Ella misma deseaba no creerlo, pero las circunstancias frente a sus ojos solo mostraban una cruda verdad.
Y como si una mecha se hubiese prendido en su interior, esas palabras hicieron que todo explotara dentro del hanyō. Se volvió hiperactivo de repente y se quitó su haori para acomodarlo sobre la azabache para que absorba todo lo que tenía que absorber.
—Claro que sobrevivirá. ¿Tu crees que voy a dejar que ella muera? —contestó con un muy fingido tono de tranquilidad. Comenzó a realizar presión sobre las heridas con la tela para que la sangre deje de salir, pero mientras él creía que lo estaba logrando, esbozando una sonrisa con tintes de esperanza y locura, Sango y Miroku —quien había dejado de asistirlo— observaban con tristeza y dolor cómo todos los esfuerzos del híbrido eran completamente en vano. Cada vez era más, y más, y más…
—Tú no vas a morir, ¿me oyes? No lo permitiré. No lo permitiré… —se murmuraba y repetía a sí mismo mientras sus manos abandonaban su color natural para ser hundidas en un rojo mar espeso.
Él ya había experimentado el sentimiento de creer que la había perdido hace un tiempo. Fue la peor sensación del universo, tanto así que, cuando vio que se salvó gracias al anciano Myoga, no pudo resistir llorar de alivio por primera vez en su vida. Estaba viva, en sus brazos, irradiando dulzura con su mirada chocolate como siempre lo había hecho. Jamás se habría perdonado si hubiera muerto en ese momento. Es por eso que ahora no podía permitirse pensar en que podía perderla. No quería volver a sentir eso nunca más en la vida.
—Tienes que resistir hasta que podamos encontrar a alguien por la zona que te cure. ¿Está bien? Solo tienes que resistir… solo…
—Inu… yasha…
Una débil voz que él conocía mucho pronunció su nombre con dificultad. Inuyasha paró en seco, sintiéndose roto, y dirigió su mirada hacia Kagome. Le recordó al momento en que ella recobró sus sentidos luego de haber sido envenenada. Sus orbes instantáneamente se llenaron de lágrimas que habían estado batallando por salir desde hacía rato.
La exterminadora hizo el intento de acercarse a ella tras escucharla, como si oír su voz le hubiese devuelto la esperanza, pero el monje la detuvo agarrándola de la mano. Sango lo miró, y solo eso bastó para que desistiera. En la mirada desesperanzada y abatida de Miroku pudo comprender que ese iba a ser el último momento entre el hanyō y la sacerdotisa, y que mejor se quedaba donde estaba.
—¡KAGOME! —gritó el híbrido desesperado y tomó su delicada y pálida mano entre las suyas, tan fuerte como si su propia vida dependiese de aquello. Parecía como si el estado de shock lo hubiese abandonado, dando lugar a un Inuyasha que estaba cayendo en la cruel realidad en la que su amada estaba muriendo—. Voy a salvarte, Kagome. Por favor, resiste, resiste todo lo que puedas, yo-
—Escú… chame, Inuyasha… —murmuró nuevamente la azabache y apretó frágilmente la mano del hanyō, correspondiendo a su gesto. Mientras un par de lágrimas caían por sus mejillas dejando caminos acuosos, el híbrido abrió sus ojos en señal de sorpresa y decidió escuchar.
—Gracias… por protegerme siempre… —inspiró con dificultad mientras abría y cerraba sus ojos lentamente, pero nunca dejando de mirar al medio-demonio—. Gracias… por siempre estar a mi lado…
La joven de ojos chocolate sabía que estaba muriendo. No estaba realmente consciente de toda la situación, pero sabía que no le quedaba mucho tiempo. La sensación era extraña, nunca la había experimentado. Creía estar sumida en la inconciencia, cuando sintió unas manos haciendo presión sobre su cuerpo y un dolor punzante la devolvió a la realidad. Pero, pasados unos segundos, ese dolor desapareció. De hecho, prácticamente no sentía nada más allá de sus hombros. Un sentimiento de calma la invadió de repente, al que se le sumaba una visión increíblemente borrosa.
Entonces lo supo. Este era su final. No sabía cómo ni por qué, pero lo era.
—Kagome… no… —interrumpió, sacudiendo su cabeza para negar, aún incrédulo—. ¿Te estás despidiendo? ¿¡QUÉ ESTÁS HACIENDO!? ¡NO HAGAS ESO! ¡NO TE DESPIDAS DE MÍ, TONTA! ¡TE LO PROHÍBO! —su voz se quebró en medio de sus desgarradores gritos—. ¡NO VAS A MORIR, NO PUEDES HACERLO!
—Inuyasha… —lo nombró dulcemente para que vuelva a escucharla—. Te amo… —sonrió con calidez—. Siempre te he amado…
El corazón del híbrido dio un vuelco, el vuelco más grande que alguna vez sintió en su vida. ¿Era cierto lo que acababa de escuchar? Sus ojos se abrieron aún más grandes y su desesperación se disparó a niveles impensados. Escuchar eso solo lo hizo desear tener más tiempo, no solo para decirle la verdad de sus sentimientos, sino para también poder demostrárselos. No podía irse justo ahora que escuchaba esto. No podía dejarlo justo ahora que sabía con certeza lo que ella sentía. No podía morir justo ahora que faltaba tan poco para derrotar a Naraku y, quizás, por fin, tener una vida juntos…
Ella no podía… no podía. Ella lo amaba. Ella era la razón de su vida. Ella tenía que salvarse para estar juntos, como tanto lo había deseado y tanto lo había pospuesto.
Él no era el que estaba muriendo, sin embargo, sintió como si toda su vida le hubiese atravesado la mente en una fracción de segundo. Quizás, él estaba muriendo con ella…
—Kagome… —sollozó fuertemente—. ¡KAGOME! ¡YO… YO TAMBIÉN TE AMO! ¿ME OYES? ¡TE AMO! ¡POR ESO NO PUEDES DEJARME, MALDITA SEA!
Y en el instante en que él terminó su confesión, el agarre de Kagome sobre su mano se soltó.
¿Lo había logrado escuchar antes de partir?
El hanyō observó con terror cómo sus ojos no volvieron a parpadear jamás, habiendo quedado entreabiertos, a mitad de camino.
—¿Kagome?
Volvió a reafirmar el sostén sobre sus manos, buscando y deseando que le correspondiera, pero no recibía respuesta alguna. La piel de la sacerdotisa debajo de sus dedos había empezado a perder su característico calor.
No…
Tomó su mejilla y la sacudió levemente, pero con desesperación.
—¡¿KAGOME?!
No había caso. Ni en sus ojos ni en su cuerpo latía vida alguna. Y él lo sabía, pero no quería aceptarlo.
No podía aceptarlo.
Sango hizo el intento de acercarse nuevamente, pero solo fue para confirmar que su amiga ya no estaba junto a ellos en este mundo. Se llevó otra vez su mano hacia su boca y descargó todas sus lágrimas sobre la misma. Todo había sucedido tan rápido, que no les dio tiempo de procesar nada.
El híbrido posó sus temblorosos orbes dorados sobre su amada una vez más, sin poder creer que la vida que tanto había jurado proteger se le acababa de escapar de las manos en apenas un momento.
—No… no… ¡NO!
Gritó, desgarrándose la garganta en el proceso.
Gritó, como si con eso pudiese deshacerse de todo el dolor que estaba conquistando cada milímetro de su cuerpo.
Gritó, como si gritar más y más fuerte pudiera traerla de regreso. Porque gritaría hasta que regrese. Gritaría su nombre una y mil veces si con eso conseguía que vuelva a abrir sus ojos. Pero también gritaba porque sabía que no importaba cuánto lo haga, ella jamás regresaría.
Se dejó caer laxo sobre ella, perdiendo su rostro en medio de las hebras de su oscuro cabello. Su magnífico aroma seguía ahí, y era tan fuerte que, si cerraba sus ojos, podía ilusionarse y hacer de cuenta que aún estaba viva. Claro, de no ser por el olor de su sangre…
Levantó la vista luego de unos segundos. Observó las lanzas que aún seguían unidas a la sacerdotisa con sus ojos intensamente irritados. Su mirada se tiñó de ira y locura, y la mantuvo fija sobre esa maldita cosa que le arrebató a Kagome de su vida. Posó sus dedos sobre los párpados de Kagome para cerrarlos y, con un subidón de furia, se puso de pie. Tomó ambas lanzas con sus manos y las retiró en un solo movimiento conciso, para no rasgar y lastimar aún más el cuerpo de la azabache, aunque eso no vaya a cambiar nada. Sango y Miroku miraron horrorizados y asustados creyendo que el hanyō haría alguna locura con eso en su poder, pero simplemente las partió a la mitad y las tiró lo más lejos que pudo.
Solo quería liberarla.
Volvió a arrodillarse a su lado y la tomó entre sus brazos con fuerza, empapándose de su sangre. La abrazó y la atesoró, deseando tenerla así de cerca por siempre. Enterró su rostro en el cuello de la joven, y no paró de llorar ni un solo segundo, dejando ir lágrima tras lágrima. Sus sollozos eran poderosos, al punto de quebrar los corazones del monje y la exterminadora, quienes no solo estaban sufriendo por la muerte de su amiga, sino por lo destrozado que estaba Inuyasha.
Pero eso era obvio, e inevitable. Todos sabían el gran amor que el hanyō sentía por Kagome, a pesar de todo. Perderla era lo peor que podía pasarle, y temían mucho por él, por lo que podría hacer ahora. Sango se abrazó al monje, quien la correspondió en sus brazos, y acompañaron al híbrido en su llanto.
—Kagome… —masculló el medio-demonio, con su voz quebrada casi tanto como su alma, aumentando la fuerza de su abrazo—. No... me dejes...
No se creía capaz de soltarla, porque eso significaría dejarla ir.
Y él jamás podría hacer eso. Ni en mil vidas.
Un disparo, un choque, un paso, una palabra.
Un instante.
Un infierno que se desató en la vida de Inuyasha.
Y aquí empezamos. Puede que las palabras de Kagome, a quien haya visto SnK, les recuerde a las palabras de Mikasa. Puede ser (?)
Perdónenme por escribir algo tan oscuro. Se me hizo realmente triste, y espero haber podido transmitir esa tristeza desgarradora que todos sentirían si algo así hubiera pasado, y sobretodo con Inuyasha.
Déjenme saber en sus reviews lo que opinan de esto y qué creen que ocurrirá. Sus comentarios me hacen inmensamente feliz, y me inspira a seguir trayéndoles historias. Saben que los amo mucho, ¿no?
Nos vemos en un siguiente capítulo c:
Con amor, Iseul.
