Día de la madre
Día 7. Quedan 23.
Disclamer: Saint Seiya pertenece a Kurumada. Los dioses griegos tampoco son míos.
Traído a ustedes por mi recién descubierto amor por las aliteraciones.
Día de la madre
Ares sabía que no iba a ser su día desde el momento en que entró a su templo y se encontró a sus hermanas conversando como si el lugar les perteneciera.
—¿Acaso sus templos se inundaron? —les preguntó con voz monótona.
—¿No podemos visitar a nuestro hermano…?
—Favorito, Hebe. Soy su hermano favorito.
Hebe apartó la vista, encontrando algún punto entre la pared y el piso de los más interesante.
Ilitia sonrió y se acercó a Ares.
—Eres uno de los favoritos.
—Somos dos.
Ilitia le dedicó una de sus sonrisas demasiado-dulce-para-ser-condescendiente-pero-que-igual-te-hacian-sentir-como-idiota y se paró en punta de pies para darle unas palmadas en la cabeza.
—Hablando de hermanos —interrumpió Hebe—, pronto será el día de la madre y te toca escribirle un poema a Hera.
—¿Eso no es para buenas madres? —Ares se sacó la mano de Ilitia del cabello y dio un paso atrás.
—Si no lo hacemos se sentirá rechazada —dijo su hermana acercándose otra vez y acomodándole el cabello que ella misma había convertido en un desastre.
Ares decidió ignorar a Ilitia y concentrarse en su Hebe.
—¿Y por qué no lo escriben ustedes?
—Nosotras nos estamos ocupando de la fiesta, la ambrosía, los bocadillos, asegurarnos que ninguna de las amantes de Zeus caiga de sorpresa…
—¿Y por qué no Hefestos?
—Festo se ocupa de los regalos. Le está haciendo un collar de lo más hermoso. —Ilitia dejó su cabello y se chupó el pulgar para limpiar una mancha de tierra de su mejilla.
Ares volvió a alejarse de las manos de su hermana.
—Con suerte el collar sea para atarla a su templo.
—¡Ares! —El regaño de Hebe no tenía fuerza y ella escondía una sonrisa detrás de su mano.
—¿Pero por qué yo?
—Porque sos el único que no aportó nada.
—¿Pero por qué un poema?
—Escribe. —Ilitia se acercó de nuevo pero toda su disposición había cambiado—. El maldito. —Ares dio un paso atrás y se encontró con la pared. ¿En qué momento lo había acorralado?—. Poema. ¡Ares! —le ladró en la cara.
Congelado entre la furia y la pared, Ares no tuvo más remedio que aceptar.
Y así había terminado, agonizando sobre un pedazo de papel en blanco, sin saber qué escribir. Lo había sabido desde el principio. Si sus hermanas visitaban no sería su día.
Una estampida de risas se acercaba por la entrada del templo y Ares se masajeó las sienes.
—Escuchamos que necesitas inspiración —dijo Calíope asomándose, corona de laureles torcida entre su cabello.
—Y donde se necesite inspiración, somos invitadas —agregó Erató, entrando en la habitación y acomodando su corona de rosas.
A Erató le siguieron otras musas, que no tardaron en empujarlo un poco por acá y un por para allá para arremolinarse a su alrededor y clavar los ojos en la hoja en blanco.
—Siéntanse como en su casa, adelante, no hay problema.
—La página en blanco —dijo Melpómene con aire soñador—, siempre trae tragedia. Ese hundimiento en la desesperación que engendra creatividad.
—No es necesario sufrir para ser creativo Mel —dijo Talía—. Ya hablamos de esto. La página en blanco es divertida, está llena de posibilidades.
—Hermanas, hermanas. Tenemos un trabajo que hacer. —Clío se sentó más cerca de Ares y puso su libro abierto sobre sus piernas, pluma en mano—. Primero lo primero. Ideas. ¿Qué le querés decir a Hera?
—Nada. —Ares cruzó los brazos, se inclinó hacia atrás y acabó chocando con Erató que le sonrió y le plantó la corona hasta los ojos.
—Algo se te tiene que ocurrir —insistió Clío—. ¿Cómo te sentís cuando te visita?
—Me paso los segundos pensando en qué arma me mataría más rápido.
Melpómene fue la única que se río. Clío le lanzó una mirada de reproche y volvió a enfocarse en Ares.
—Recuerdo haber escuchado que solía cantarte de pequeño.
—Esa fue Ilitia. Cada vez que escucho a Hera hablar me dan ganas de arrancarme los tímpanos.
—Algo bueno tiene que haber, algo rescatable —insistió golpeteando la pluma contra su libro.
—Me hizo a mí. Es lo único que le salió bien.
—Entonces te gusta tenerla de madre. —Clío recuperó su vitalidad y empezó a escribir furiosamente—. Eso es progreso.
—Me va a gustar más cuando la pueda encerrar en el Tártaro.
—¿Y qué le dirías entonces?
—Te quiero mami, ahora entra ahí y no vuelvas a salir más.
La musa suspiró, cerró los ojos y se quedó en silencio.
Las otras musas se aplastaron más sobre él para poder acercarse a las notas en el papel.
Clío separó la hoja y la levantó en el aire.
—¿Creen que podemos trabajar con esto?
Calíope arrancó la hoja de los dedos de su hermana y la sostuvo lejos de las demás.
—Primero necesita un poco de orden, algo de elocuencia. —La musa se robó la pluma y empezó a escribir, de a momentos se detenía para tachar y volver a empezar. El resto esperaron en silencio.
—Listo. —Calíope se paró derecha, se limpió la garganta y comenzó a recitar.
"Tu visita me disgusta.
Tu voz hace que quiera morir.
Soy lo único que hiciste bien.
El día en que termines en el Tártaro podré decirte que te quiero tanto"
—Le falta emoción —dijo Melpómene quitándole el poema y agarrando la hoja en blanco olvidada de Ares.
Talía se pegó a su hermana y pasaron varios minutos haciéndose señas entre ellas, señalando la página y reescribiendo el poema.
—Ahora sí —. Melpómene y Talía se levantaron, hicieron un show de prepararse para leer y empezaron a leer la mitad cada una.
"Odio cuando estás en la misma habitación. Odio cada vez que escucho tu voz.
Te agradezco por haber nacido, pero quisiera no haberte conocido.
No puedo esperar a que te encierren en el Tártaro para poder decir, con honestidad, que no te odio tanto."
—Ustedes… —Erató negó con la cabeza masajeándose las sienes— no tienen nada de tacto.
Les sacó la hoja de las manos y se acomodó en una esquina, lejos de las demás. Empezó a escribir y tachar murmurando por lo bajo.
Las musas se estaban arreglando las uñas y los cabellos y Ares trabajaba en unos planes de entrenamiento para sus hijos.
—¡Listo!
El grito de Erató hizo saltar a todos.
—La hice más amorosa, sino Hera va a matarnos a todos. Ahora, escuchen.
"La adictiva ausencia de tu presencia.
La palpable pausa de tu ponzoñosa voz.
Milagroso el momento en que me diste memoria.
Milagroso el momento en que seas historia, y pueda agradecerte, apropiadamente, en eterna euforia por ser, en este especial espacio del mundo, mi maldita madre"
El silencio que cayó sobre el templo de Ares era como ningún silencio que hubiera caído jamás sobre el Olimpo.
—Se te terminó lo amorosa al final —dijo Clío luchando contra una carcajada.
—No me pidas tanto que bastante hice.
—¿Por qué las excesivas aliteraciones? —agregó Calíope con el ceño fruncido mientras sostenía la hoja con la punta de los dedos lejos de su cuerpo.
—Son divertidas.
—Por lo menos las palabras esconden la tragedia de ser hijo de Hera. Creo que se le puede poner más—
—Tiene la cantidad perfecta de tragedia en palabras específicas escondida debajo de un toque cómico —interrumpió Talía cubriendo la boca de su hermana—. Me gusta.
—Estamos de acuerdo entonces. —Clío miró a cada una de sus hermanas a los ojos —. Está terminado.
Las musas se miraron, haciendo contacto con cada una de las otras.
—Puedo hacerlo mejor —dijo Erató—. Ese final no me gusta. Necesita una mejor palabra, una un poco más positiva pero que no rompa la aliteración.
—Hay suficientes aliteraciones para durar una era.
—Un poco más de comedia no vendría mal, para que Hera no se enoje tanto.
—La tragedia debería ser más prominente. Seguro si le preguntamos a Ares nos da más material.
Las musas giraron hacia donde habían dejado al responsable del poema y se encontraron con el aire. El aire y sin el borrador.
OMAKE
Hera se tambaleaba por el salón, botella de ambrosía en mano y se dejaba caer sobre los invitados mostrándoles el collar que su pequeño Hefestos le había hecho. ¿No era acaso el más habilidoso de los Dioses? Lo había heredado de ella por supuesto. Y ¿no eran acaso Ilitia y Hebe unas amorosas por haberle hecho una fiesta? Lo habían heredado de ella por supuesto. ¿De quién más? ¿Zeus?
Ares se acercó a su madre y le entregó una carta.
—¿Para mí? —dijo la Diosa dejando caer la botella—. ¡Mi niño favorito! —Hera arrojó sus brazos alrededor de Ares que no pudo esconder el disgusto y se alejó lo más rápido que la fuerza de Hera le permitía.
La Diosa abrió la carta, parpadeó un par de veces para que las letras dejaran de moverse y empezó a leer.
—Ares... —dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Son las palabras más hermosas que me hayan dicho.
El Dios le dedicó una sonrisa congelada que había aterrado a todo el Olimpo por milenios y se giró hacia Ilitia, Hebe y Hefestos.
—Lo hacemos desaparecer para mañana.
Datos de dudosa importancia
1. Hera no recuerda haber celebrado el día de la madre y está ofendida de que sus hijos no la celebraron.
2. El collar que Hefestos le regalo si era para atarla al templo.
3. Hera no está feliz con el collar que obviamente no le regalaron. Solo apareció.
4. Las musas le dieron cacería a Ares para continuar trabajando en el poema.
5. El poema en cuestión parece nunca haber existido.
6. Las musas llevan días intentando recrearlo.
7. Urania, Polimnia, Euterpe y Terpsícore no entienden qué están buscando.
8. Ares terminó regalándole flores y chocolates a Ilitia que fue más madre para él que Hera.
9. Ilitia no lo deja ir.
10. Hebe ignoró la mirada suplicante de su hermano y siguió con lo suyo.
Gracias por leer…
