El comienzo
Aquella noche era muy oscura y helada.
La señora Cole contaría después que había sido el invierno más crudo que había vivido. Fuertes vientos gélidos amenazaban con derribar a los árboles, mientras azotaba violentamente las débiles puertas de madera del orfanato. La nieve no había cesado de caer en toda la semana, pero esa noche en especial se había desatado una verdadera tormenta.
No era un fin de año especialmente animado. En Londres las celebraciones planeadas se habían suspendido por las nevadas y había prácticamente un silencio sepulcral en las calles.
El orfanato no era la excepción. Los niños ya se habían ido a acostar después de una breve pero alegre celebración.
Martha y la señora Cole estaban sentadas cerca de la chimenea, en un intento de evitar el frío de afuera que se colaba por las rendijas del viejo portón. La primera tejía pacientemente a la luz de las llamas, mientras la segunda, sentada en la silla más cercana al fuego, sumaba y restaba cantidades mientras anotaba cuidadosamente los resultados en una libreta de hojas amarillentas.
De pronto, algo interrumpió la ya de por sí aterradora tormenta. Un alarido casi fantasmal que hizo eco en las paredes de piedra e hizo que los cabellos de Martha se erizaran por el miedo. Aquel terrible sonido duró un par de minutos más y después se fue apagando, dejando como único ruido el crepitar de la madera en el fuego.
"¿Quién estaría afuera con este clima?" preguntó recuperándose de la impresión. Habría jurado que acababa de escuchar a un fantasma o a un peor, a la mismísima muerte. Aquello no había parecido un grito humano.
"Alguien o muy loco o muy desgraciado" respondió la señora Cole que a pesar de ser escéptica parecía realmente nerviosa.
Un par de fuertes golpes las hizo saltar de sus asientos, con el corazón tamborileando en su pecho e incluso una incómoda palpitación en la cabeza. La señora Cole estaba inmóvil en su asiento mientras que Martha, a pesar del frío, comenzaba a sentir gruesas gotas de sudor helado bajando por su espada.
No habían pasado ni un par de segundos antes de que cerca de la puerta se escuchara una voz femenina lloriqueando. Murmuraba en voz baja y de vez en cuando siseaba en un lenguaje inentendible. Finalmente, pudo distinguir un par de palabras susurradas con desesperación.
"Ayúdenme. Ayúdenme por favor"
"¡Dios mío!" exclamó la señora Cole mientras se levantaba inmediatamente, como impulsada por un resorte, seguida inmediatamente por la otra mujer cuyos ojos desorbitados delataban el inmenso temor que sentía.
"Abre la puerta Martha" le ordenó la señora Cole mientras se ponía rápidamente un viejo abrigo que había dejado cerca de la entrada.
"Pero señora Cole…" le dijo la muchacha con voz temblorosa. Los ojos de su compañera se abrieron brevemente, sorprendidas por su vacilación, pero rápidamente pareció recuperarse.
"Ábrela" le ordenó con voz severa.
El cerrojo de la puerta saltó con un suave tintineo en el momento en que se introdujo la llave y el portón emitió un chirrido agudo cuando la mujer más joven lo empujó con fuerza, mientras la señora Cole hacía un esfuerzo para asomarse hacia afuera.
El viento helado y la nieve golpeó su rostro, dificultando su visión, pero después de unos cuantos segundos fue capaz de distinguir la imagen que se presentaba ante ella.
A los pies de las escaleras del orfanato se encontraba una mujer, acostada en posición fetal.
Su ropa, un vestido desgarrado y sucio notablemente la protegía poco de las terribles inclemencias del tiempo, ya que temblaba violentamente y tenía las mejillas, la punta de los dedos y de la nariz de un color rojizo rozando el púrpura. Su mirada estaba perdida y su cabello revuelto y sucio. Para cualquier persona que la hubiera visto parecería una vagabunda loca proveniente de algún manicomio.
Pero lo que más llamaba la atención era su vientre abultado que parecía tratar de proteger inútilmente con sus manos.
"Mi bebé…" balbuceó, mientras un creciente hilo de agua bajaba de sus piernas hasta el suelo.
Ambas mujeres la tomaron de los brazos, haciendo verdaderos esfuerzos para ignorar el desagradable aroma que desprendía su invitada y con cuidado la colocaron en el suelo.
"Debemos llevarla cerca de la chimenea" comentó Martha con preocupación. El temblor de la mujer se había reducido a un tiroteo espontáneo, pero sus labios comenzaban a ponerse de color violeta y su cara se veía muy pálida.
La señora Cole analizó a la mujer y meneó con la cabeza.
"El bebé está a punto de nacer. No nos dará tiempo"
"¡Trae paños húmedos y agua caliente!" gritó la señora Cole a Martha, quien rápidamente salió corriendo directamente al sótano a buscar las cosas.
Un par de minutos después estaba de vuelta con los paños húmedos y velas, además de unas cuantas sábanas y una tijeras limpiadas por su propia mano.
La señora Cole las recibió sin decir una sola palabra, aunque notó de inmediato la mirada asustada de Martha que se dirigía de sus manos a las piernas de la mujer y viceversa, una y otra vez.
"¿Vas a ayudarme Martha?" preguntó finalmente cuando terminó de lavarse con el agua caliente que le había traído su empleada. La joven se revolvió la gruesa falda, nerviosa.
"Lo siento señora Cole, pero le suplico que me excuse. No soporto ver la sangre"
La señora Cole dio un suspiro de hartazgo. A veces Martha podía ser realmente inoportuna.
"Bien. Baja a ver si encuentras más cobijas para improvisar una cama" dijo finalmente, convencida de que no lograría convencer a la otra mujer de que la ayudara. Al menos no a tiempo. Martha pareció sentirse aliviada por eso y bajó de inmediato de nuevo hacia el sótano, dejándola sola con la extraña.
"¿Es su primer hijo?" preguntó al darse cuenta de que la chica no parecía muy dispuesta a hablar.
Los ojos de la mujer se posaron por primera vez en los de la señora Cole. A pesar del aspecto de la chica, aquellos ojos estaban llenos de inocencia. Le recordaron a los ojos de los niños que cuidaba.
"Lo es. Por favor, tengo miedo" le dijo ella con un hilo de voz.
Había algo raro en esa chica. Sentía el instinto de abrazarla y consolarla. Pero ella era una extraña y probablemente esa inesperada muestra de afecto la pondría más nerviosa de lo que ya estaba. Así que se limitó a esbozarle una sonrisa sincera y apretar brevemente su mano con consuelo.
"No pasará nada, estará bien. Respire profundo y apriete las sábanas cuando puje" le dijo de la forma más tranquilizadora posible.
Los siguientes minutos fueron una mezcla de jadeos y gritos de dolor, combinados con palabras apremiantes y consoladoras. Probablemente había pasado una hora ya cuando por fin, el esperado grito rompió el ruido amenazador de la tormenta con el anuncio de una nueva vida llegando al mundo.
Los ojos esmeralda del recién nacido brillaron a la luz de las velas mientras la señora Cole lo ponía en el regazo de su madre. La mujer acarició el cabello negro del bebé con ternura y pareció recuperar un poco de energía al sentir a su hijo entre sus brazos.
"Se llamará Tom por su padre, Marvolo como su abuelo" recitó como si se tratara de una especie de ritual extraño. La señora Cole, aunque sorprendida, supo bien ocultar su asombro.
"Señora, debería descansar. Debe ahorrar fuerzas" le sugirió amablemente.
Pero la mujer parecía no escucharla, extasiada en una especie de trance mientras miraba al bebé con adoración.
"Su apellido es Riddle. Espero que se parezca a su padre" dijo como si hablara consigo misma mientras reía sola.
Instintivamente. la señora Cole dio un paso hacia atrás, casi tropezando con las sábanas.
Aquella mujer había dejado de inspirarle ternura para dar lugar a un sentimiento de miedo.
"Iré por más sábanas" susurró mientras bajaba al sótano para encontrarse con Martha, escuchando como aquella mujer canturreaba una extraña melodía.
¿Estaría loca? El segundo nombre que le había dado a su hijo parecía sacado de un espectáculo de circo, ¿tal vez de ahí habría escapado? ¿por eso parecía tan extraña y vulnerable a la vez?
"¿Todo bien allá arriba?" preguntó Martha, sacándola de sus silenciosas cavilaciones. La señora Cole suspiró profundamente.
"Sí. Es un hermoso varón" le contó mientras trataba de ignorar el escalofrío que todavía recorría su espalda. Martha no pareció darse cuenta de nada de esto.
"Su madre parece ser algo extraña" comentó en un susurro apenas audible, claramente con el propósito de evitar que su huésped lo escuchara.
"Y que lo digas, sospecho que viene de algún..." comenzó a decir su acompañante, cuando algo la detuvo.
Un crujido ligero, pero claramente fuera de lugar se había escuchado arriba. Incluso el helado viento del exterior pareció contenerse, junto con la respiración de ambas mujeres, que subieron de inmediato las escaleras casi a trompicones.
Lo primero que notaron fue que el canturreo de la madre se había detenido.
La mujer estaba acostada inmóvil en donde la habían dejado. En los brazos de la chica seguía el niño que la señora Cole había ayudado a traer al mundo, revolviéndose cada vez más inquieto, tal vez notando que algo malo le había sucedido a su madre.
Pero eso no era lo que llamaba la atención de las dos mujeres.
A un lado de la joven, sobre las sábanas blancas que había llevado Martha, había otro pequeño bulto rosado que lloraba. Tenía los mismos ojos verdes y cabello azabache que el primero, pero a diferencia de este era un poco más pequeño y tenía una gran mancha roja en su frente.
Ambas mujeres se miraron, estupefactas.
"¿Pero por qué ella no mencionó…?" comenzó a preguntar Martha, visiblemente confundida.
La señora Cole meneó la cabeza, con un aire de tristeza.
"No creo que tuviera el dinero para pagarse un doctor. Probablemente no lo sabía" explicó con un toque de lastima en su voz. Martha asintió, comprendiendo.
No era muy frecuente que una mujer de la calle tuviera acceso a algún tipo de atención médica, y que alguien tuviera mellizos en esas condiciones era aún más infrecuente.
Pero la mirada de la señora Cole estaba clavada en el cuerpo de la chica.
Al principio había pensado que estaba dormida, pero su pecho no se movía de ninguna forma y sus ojos abiertos estaban fijos en el techo. Sus sospechas se confirmaron cuando Martha pareció darse cuenta de lo mismo y llegó a la misma conclusión que ella.
"¿Está…?" preguntó Martha, las palabras atorándose en su boca.
"Sí. Probablemente llevaba días sin comer y la tormenta la debilitó aún más. Pobre criatura" dijo mientras la miraba con pena. Todo sentimiento de miedo se había esfumado y tan solo quedaba la tristeza por aquella vida perdida.
"¿Qué haremos con ellos?" preguntó Martha mientras señalaba a los bebés. El niño entre los brazos de la mujer se revolvía cada vez más inquieto, mientras el pequeño entre las sábanas no dejaba de llorar.
"Si la tormenta logra pasar mañana tendremos que ir a la ciudad. Buscaremos una nodriza o algo que puedan comer. Mientras tanto, envuélvelos en las sábanas y los pondremos en la vieja cuna para ponerla junto al fuego. Este frío puede ser mortal"
"Que terrible. Perder a su madre, tan jóvenes…" comentó Martha mientras se agachaba y cerraba suavemente los ojos de la pobre mujer y ambas susurraban una breve oración.
Justo antes de que Martha se levantara, algo llamó su atención
"Señora" dijo, señalando al segundo chico.
El niño se había movido y había dejado al descubierto algo que emitía un brillo excepcional.
Oculto bajo la sábana había un extraño objeto dorado, hecho de alguna clase de material metálico. Tenía el diseño de un extraño pájaro que ninguna de las mujeres pudo identificar a la luz de las velas.
"Tal vez sea una especie de reliquia familiar" comentó mientras se agachaba para recojerlo.
Cuando Martha lo levantó para verlo mejor algo cayó al suelo, a los pies de la señora Cole, quien lo levantó con el ceño fruncido. Era un papel con los bordes casi negros, como si hubiera sido quemado. Sin embargo, podían distinguirse unas letras garabateadas escritas en él con tinta. Un nombre.
Harry
