Osaka, Japón.
Japón se había impuesto ante el invencible Brasil de Roberto Hongo y había obtenido su tan ansiado título mundial juvenil, el cual sería el segundo logro internacional de estos futbolistas, "la generación de oro" de la cual todo Japón estaba orgulloso. Difícilmente los muchachos del sub-19 de Japón encuentren en su repertorio un día de orgullo y felicidad mayor a este.
Pese a toda la euforia del momento, para su capitán, aquel último y decisivo gol no había sido su más arduo y ansiado logro: he aquí el objetivo que a Tsubasa Ozora le faltaba para completar una fecha de puras victorias y festejos. Aunque, probablemente, ni siquiera enfrentarse a una super selección de estrellas brasileñas, argentinas, alemanas e italianas acompañado de un puñado de Ishizakis y Manabus podría resultar tan complejo como esto.
-Calma, Tsubasa, sé que te irá genial.- Le dijo Taro, antes de su salto al precipicio.
-Conozco lo suficiente a Anego como para saber que no te rechazará.- Fueron las palabras de Genzo.
-Tú solo haz lo que te he dicho... ¡y ella caerá redondita!- Sonrió Yukari.
-Espero que esto funcione.- Tsubasa sonaba ligeramente nervioso. -Creo que es la ocasión perfecta. ¡Acabamos de ganar el Mundial Juvenil! ¡Ella no puede rechazarme ahora, con el oro colgando! ¿O sí?
-Tsubasa... si vas con esos pensamientos de "soy un campeón, debes amarme", Sanae lo único que comprenderá es que eres un cabeza de balón sin remedio, se dará la media vuelta y te dejará ahí, como un idiota.- Misugi le habló con serenidad. Aoi soltó entonces un bufido.
-¿Por qué deben exagerar todo? Solo es una propuesta de compromiso, ni siquiera es que se van a casar ya.- Dijo Shingo, mirando con incredulidad a todos allí. Hyuga, impulsado por el comentario tan despistado de su compañero, se rió, dió un paso al frente y le sacudió los cabellos negros.
-Si existiera el premio al comentario más estúpido del año, seguro que ahora mismo tendrías dos medallas doradas colgando de tu cuello.
-El compromiso es el primer paso antes de la boda, Shingo.- Le explicó Kumi al chico de Gifu, quien la miró atento, haciéndola sonrojar. Ella carraspeó. -Verás... es la forma en la que uno le pregunta a la otra persona si está dispuesta a dar ese paso. Por ende, debe de ser memorable.
-Creo que entiendo.- Musitó el Príncipe del Sol. -Tsubasa debe sí o sí esforzarse y buscar la afirmación de Sanae. De otro modo, no aceptará y no se casarán.
-Eres un genio.- Le dijo Hyuga, ganándose una mala mirada del mediocampista.
-Pero... con lo que me han contado... a Sanae le gusta Tsubasa.- Dedujo Shingo, pensativo. Kumi volvió a carraspear.
-Sí, pero no basta con gustar, tampoco con amar, pues para aceptar un compromiso de matrimonio el amor debe de ser muy fuerte.
-Sabes mucho de estas cosas, Kumi.
-Soy una romántica sin remedio.- Le sonrió la chica, logrando robarle una sonrisa a él.
-Ya, tortolitos, enfoquémosnos en lo importante.- Dijo Hikaru, entregándole el balón a su capitán. -Sanae está allí, esperando por ti. Ya sabes qué hacer. ¿Tienes el...
-Aquí.- Tsubasa sonrió, tanteando el bolsillo de su pantalón. Entonces, se dió la media vuelta, abandonó los vestuarios y se dirigió hacia el campo, seguido muy de cerca por todos los demás, quienes habían pensado en la forma correcta de presenciar tal momento sin ser descubiertos, encontrándola detrás de los carteles promocionales.
-¡Ahí va!- Chilló Ryo, al verlo acercárse a su ex mánager. A partir de ahora, y como siempre, todo quedaba en manos de Tsubasa.
A unos metros del defensor, una muchacha de corto cabello castaño mantenía su atención un poco más enfocada en uno de los seleccionados que en la emotiva propuesta de matrimonio que se estaba llevando a cabo. Lo veía observar curioso, desencajado, enarcando ambas cejas al sentir la emoción de sus compañeros. Hacía poco que él había llegado a la Selección, pero gracias a su juego y personalidad se había ganado el cariño y aprecio de muchos compañeros, simpatizantes y de ella, quien no cabía en sí misma de lo mucho que le gustaba ese jovencito de cabellos revueltos y mirada jovial.
-Shingo.
-¿Sí?- Aoi la miró. -¿Qué pasa, Kumi?
-¿Podemos hablar un momento?
-Claro.
-A solas.- Pidió, pues veía detrás del muchacho a Soda mirar de reojo, como si quisiera estar al tanto de ambas situaciones. Aoi, sin titubear ni reprochar, asintió y la siguió hasta unos metros de allí.
-¿Pasa algo?- Preguntó en voz baja al estar finalmente solos, aunque con un grupo de personas muy cerca intentando oír todo.
-Dime, ¿te has sentido bien siendo parte del seleccionado?
-Eh... sí. Claro. ¿Por qué?
-Porque...- Kumi sonrió nerviosa. -¡Ay! Ni siquiera sé porqué te lo pregunté.
Shingo soltó una suave risita.
-Debes de estar nerviosa porque una de tus mejores amigas se va a casar.
-Aún no estamos cien por ciento seguros.- Dijo ella. -Tsubasa es genial en el campo de juego, pero no tanto para demostrar sus sentimientos.
-Oye... confía en nuestro capitán.- Sonrió Aoi, mirando aquel lindo desenlace: Tsubasa develando un estuche de atrás del balón y Sanae llorando emocionada, asintiendo con la cabeza e inclinándose para darle un dulce beso. -¿Lo ves? Tsubasa nunca falla.
Miró de nuevo a la chica a su lado, a quien le brillaban los ojos de la emoción del momento. Por allá, notó a varios de sus compañeros con la misma reacción y volvió a mirar a la feliz pareja, confuso. ¿Será que todos eran una bola de llorones o simplemente él era inmune al romanticismo?
Aoi sintió entonces a Kumi acercarse a él, colocando su cabeza en su hombro, y respingó.
-¿Todo bien, Kumi?
-¿No te genera nada esto, Shingo?- Preguntó dulcemente.
-Eh... no. Quiero decir, sí estoy feliz por ellos, pero no le veo lo emocionante. Probablemente con la boda sí me emocione, pero aquí...
-Eres un chico sin sentimientos.- Se burló la muchacha, sonriéndole.
-No lo soy.- Le respondió él, regresándole la sonrisa.
En ese instante, una acción tomó por sorpresa al Príncipe del Sol. Kumi Sugimoto, perdida en los ojos castaños del chico de Gifu, se inclinó y, ante la mirada atónita de los demás, le encajó un casto beso, el cual casi lo hace caer hacia atrás.
-Eh...- Aoi enrojeció de la pena, y aún más al notar que todos allí, excepto Tsubasa y Sanae que aún continuaban en lo suyo, estaban observando la escena que él y Kumi estaban llevando adelante.
-Lamento haber hecho eso sin previo aviso.- Se disculpó ella, con una sonrisita apenada. -Yo... desde que te apareciste en la Selección en el partido contra Tailandia...
-Kumi, no...
-Me has gustado desde entonces.- Soltó, sin siquiera oír al chico. -Mi abuela prodijo tu llegada, pero no mencionó que yo llegaría a sentir esto por ti.
-Kumi, yo...
-Shingo, tú realmente me gustas.- Los ojos de Kumi brillaron.
-Lo siento, Kumi.- Dijo Aoi, apenado, y el brillo en los ojos de la japonesa de apagó, tal como su sonrisa.
-¿Eh?
-Yo... Yo solo vine para jugar al fútbol, divertirme y cumplir con la Selección.
-Espera... ¿tienes novia en Italia?- Quiso saber, en un ruego.
-Claro que no, es solo que... no quiero ningún tipo de relación ahora.
-¿Estás enamorado de otra persona?- Continuó preguntando, aguantándose la pena solo por la cantidad de personas viéndolos. Por suerte, Shingo negó. -¿Entonces?
-Yo... solo quiero dedicarme a mi carrera, no quiero una novia.- Le dijo con firmeza, para luego sonreír. -Pero te lo agradezco. Si quieres podemos ser amigos.
Ante esto, Kumi abrió enorme sus ojos, frunció el seño y se dió la media vuelta, lista para soltar todo su penar lejos de todos ellos y así conservar aunque sea un poco de su dignidad.
Shingo, confundido, miró a sus compañeros de equipo y a las acompañantes de éstos, quienes fingieron estar distraídos y ajenos a lo que acababa de pasar allí.
-¿Qué demonios acaba de pasar?- Preguntó para sí mismo.
Para la Selección de Japón, aquel día había tenido de todo: la gloria de la victoria, el gozo de una memorable propuesta bien recibida y aceptada y la desdicha de un rechazo amoroso.
