CAP. 1: ALGO LLORA EN LOS BOSQUES

Los pasos resonaron secos sobre la hierba de un invierno tardío. Ese día hacia más frío de lo acostumbrado, un frío que helaba los huesos y calaba las telas más mullidas, y te hacía arrepentirte de haber dejado el cálido interior del hogar.

El silencio era pesado y un manto de inquietud caía sobre el aire.

-¿No lo oyes? Viene de por aquí...

Una niebla atravesaba todo el bosque dificultando los pasos de las dos mujeres que tropezaban entre las rocas y las raíces de los viejos árboles que se mecían inquietos por la brisa matutina. Aún no había amanecido, pero unos pocos rayos de luz blanca se colaban entre las ramas iluminando tenuemente el caminillo de tierra.

La vieja mujer resopló tras tropezar por cuarta vez con una rama caída hacía tiempo de un pino sin hojas.

-Ya te he dicho que no he oído nada, no sé por que te he hecho caso...-refunfuñó encogiéndose sobre sí misma.

Ambas mujeres se estremecieron por la repentina ola de viento helado que vino hacia ellas. La más joven siguió hacia delante, y la otra mujer se paró en seco, malhumorada.

El silencio volvió a caer entre ellas, y el bosque nunca les había parecido tan inquietante, sobre todo con la consciencia de que su cálida aldea estaba a solo unos pocos kilómetros de ellas.

El sonido volvió a repetirse. Brenda miró hacia su alrededor, las pequeñas arrugas de sus ojos marcándose mientras los entrecerraba agudizando el oído.

-¿Ves? ¡Ahí está de nuevo!-recobró su compañera improvisada de viaje con enérgico optimismo y una sonrisa que alzó sus regordetas mejillas rojas por el frío.

Brenda achicó aún más los ojos clavándolos en la espalda de la otra mujer que seguía con su paso calmado y curioso, y echó a andar tras ella de nuevo con paso rígido.

-Sea lo que sea, si me has despertado antes del alba solo por un sonido del bosque y acabamos muertas, te mataré Engla.

-Estoy segura de que lo hará señora-comentó distraída sin borrar su sonrisa.

Las gruesas faldas de sus vestidos pesados de invierno les dificultaron el paso mientras subían una pequeña colina de donde parecía venir aún más luz de un sol que prometía con salir en unas pocas horas.

Esta vez, el sonido fue indiscutible. Brenda se paró en seco a mitad de la colina, petrificada. Su amiga tenía razón. Algo había en el bosque. Reconocería ese sonido en cualquier sitio.

El llanto de un bebé.

No era muy fuerte, paraba para hipar entre varios segundos, pero era constante y se escuchaba claramente ahora que los árboles no se interponían en el sonido.

Engla fue la primera en terminar de subir apresurada, recogiéndose con ambas manos el dobladillo del vestido para aligerar el paso entre las rocas y tierra resbaladizas.

Un claro amplio y circular lleno de capullos de flores cerrados y hierbas escarchadas y bajas las recibió con más luz gracias al cielo limpio y despejado sobre sus cabezas aún grisáceo por la hora. El aire se notaba más suave y se podían apreciar más todos los olores y colores de la mañana. La niebla despejada ayudó a ver la pequeña cesta de mimbre colocada justo en el centro del claro.

Ambas mujeres llegaron a un silencio casi religioso, con Brenda resoplando un poco por la subida, la otra mujer más joven llegó con pocas zancadas al centro del claro, sus pasos amortiguados por la hierba mullida cubierta de rocío.

A cada pasó, logró distinguir una ligera manta blanca pulcra sin una macha, arremolinada alrededor de un pequeño bulto. El bebé, casi como si hubiera percibido la presencia de las dos mujeres, disminuyó su llanto hasta callarlo por completo.

Un trino de un petirrojo se oyó a lo lejos haciendo eco entre los árboles altos cuando Engla asomó su cabeza a la cesta. Sus lacios mechones de cabello castaño que consiguieron escapar de su apretada corona de trenzas se pegaron a sus mejillas mientras se agachaba. Oyó los pasos de su superiora acercarse a su espalda. Contuvo el aliento y se soprendió de chocar con unos ojos grandes y brillantes bien abiertos como un cielo despejado de verano.

El bebé hizo un sonido bajo removiéndose entre la manta captando la atención de sus observadoras.

-Oh por Odín, pobre y dulce criatura...-consoló en voz baja y maternal mientras se agachaba en la hierba y alzaba una mano cuidadosa a las mejillas frías del bebé. Debía de haber estado llorando en ese claro desde hacía muchas horas.

Engla sonrió cuando el bebé cambió su gesto a uno de pura curiosidad cuando tocó su mejilla, para luego reír agudamente. La mujer notó con gracia el remolino de cabello dorado coronando su cabecita.

-Tiene los ojos abiertos-comentó Brenda sin agacharse, mirando casi con desconfianza al bebé en la cesta- Es extraño.

-No debe tener más de unas mes, pobrecita...

Si algo sabían ambas mujeres, era que ese bebé no había llegado ahí por casualidad. Alguien lo había abandonado cerca de la aldea con la esperanza de que cuando amaneciera alguien se ocupara de él.

-¿Y ahora que hacemos?

Brenda se quedó en silencio, no pensando en qué hacer con él bebé, si no más bien en cómo llegó hasta ahí, en quién más exactamente lo trajo, mientras que la otra mujer ya había cogido al bebé entre risas y arrumacos y había empezado a mecerlo en sus grandes brazos. La risa del bebé volvió a sonar como campanillas rellenando el silencio. La mujer mayor podía contar cada cana en su antes cabello cobrizo por cada bebé abandonado que había llegado a ella, así que sabía como actuar. Le arrebató con un suspiro el bebé a la mujer y lo alzó ante ella, analizándolo.

-Tenemos espacio de sobra-propuso Engla ante el silencio de su superior-Llevémoslo a la aldea con los demás.

Brenda arrugó la nariz, con la sábana alrededor del pequeño cuerpo que la miraba fijamente, curioso, cayendo en pliegues arrugados hasta casi tocar el suelo.

-Querrás decir llevémosla. Es una niña-comentó con un tono de hastío en su voz seca. Alzó al bebé más arriba para recoger la sábana con su mano libre y que no se manchara envolviendo los pliegues más alrededor del bebé, que soltó un pequeño quejido infantil.

-¿De verdad? Genial, ¡no tenemos muchas niñas en casa!

Engla rió con gracia.

-Parece que no le agradas-añadió cuando el bebé se retorció entre el agarre de la mujer mayor.

Brena gruñó entrecerrando los ojos al bebé, y se lo pasó a Engla con un rodado de ojos cansado. La mujer lo recibió meciéndolo y sonriendo ilusionada.

-Volvamos antes de que me arrepienta y la deje aquí para que la encuentren los lobos.

-¡Henrietta! ¡Vuelve aquí ahora mismo!

Las risas infantiles y pasos ágiles contra la madera resonaron por el corto pasillo tenuemente iluminado. Un taconeo enfadado y fuerte tras de ellos.

-¡Henrietta!-repitió cansada y más furiosa la mujer.

La niña cruzó una esquina ahora callando sus risas, mientras Brenda seguía corriendo torpemente tras ella agitando un pequeño y voluminoso vestido azul con botones y lazos entre sus manos.

-¡No voy a ponerme un vestido!-gritó con voz ligera sin muestras de cansancio- ¡Y ya le he dicho que no me llame así!

Brenda resopló al oír lo mismo.

-¡No digas tonterías, niña! ¿¡Es que no quieres que te adopten?!

-¡NO!

La respuesta clara y concisa llegó a la anciana unos metros más atrás.

-¡HENRIETTA!

-¡No la oigo! ¡Na na na na na! -respondió burlona en tono cantarín.

-¡Te vas a quedar sin cenar la próxima semana, lo juro por Thor, niña ingrata!

Más risas alegres como campanillas rebotaron en los pasillos.

La niña pasó correteando por unas puertas abiertas.

Un pequeño grupo de chicas de entre doce o catorce años le sonrieron al verla pasar con rapidez apoyadas en los marcos de las puertas de sus habitaciones, y la saludaron entre risas no sorprendidas por la situación.

-Buenos días Astrid-saludó una de ellas.

-¡Corre, Astrid!

-¡Hey, Astrid!

-Sigues en forma, pequeña-rió otra.

-¡Hola Astrid!

La niña pasó corriendo a su lado con un hola despreocupado y ligero para desaparecer al final del pasillo.

Brenda llegó corriendo hasta las chicas entre jadeos y maldiciones aún agitando el ahora arrugado vestido entre sus callosas manos.

-¡HENRIETTAA!

-¡Buenos días señora Brenda!-saludaron las chicas a coro sonrientes al verla pasar.

-¡Oh, calláos todas!-replicó enfadada sin dejar de correr con torpeza-¡Henrietta!

Por supuesto, no era la primera vez que se veía esta escena en la casa destartalada e inclinada de tres pisos que había a acogido a niños desde hacía más de tres generaciones. El bebé del bosque había crecido sano y fuerte para convertirse en un torbellino rubio de ojos de cielo que siempre correteaba de un lado a otro.

Astrid había recibido muchos nombres. "Astrid" era como el más popular en la casa.

Se convirtió en una niña bonita y sonriente, que pronto demostró ser decidida, con mucho carácter, fuerte y cabezota, lo que le hizo ganarse su nombre a sus tempranos tres años. Pero para llegar a ese había pasado por "niña", "torbellino" y hasta "niña dragón" cuando en una salida por la aldea la habían encontrado intentando abrazar a unos juguetones Terrores Terribles antes de que la señora Brenda los espantara horrorizada.

La señora que dirigía la casa la había llamado Henrietta desde que tenía conciencia. A ella no le gustaba ese nombre. Era largo y estirado, y se sentía una mujer mayor como Brenda que solo sabía despotricar y quejarse del tiempo. A ella no le gustaba.

Pero eso no la detuvo de seguir llamándola así cada vez que podía, por suerte, todos los demás de la casa coincidieron en que "Henrietta" no se ajustaba a ella, y la anciana fue la única que la llamó así. Tras pasar por "Henrietta", cuando cumplió los tres años, su mente inocente descubrió de que realmente no tenía nombre, por lo que cuando Engla, la mujer encargada de la cocina, esa mujer a la que le encantaba espachurrarla en abrazos fuertes y que olía a pan recién horneado la llamó Astrid por primera vez cuando se peleó durante casi cuatro horas seguidas con un niño mayor que ella de la casa por el último trozo de tarta de manzana.

La mujer solo se rió, y le dijo que deberían llamarla Astrid por su fuerza y carácter. La niña proceso las palabras casi como si hubiera dicho una oración. Sonrió y decidió que "Astrid" le gustaba. Le gustaba ser fuerte y tener carácter aunque realmente no supiera lo que significaba. Su nuevo nombre se expandió como un buen cotilleo en la casa y "Astrid" se implantó en ella.

Las dos cortas trenzas rebotaron en su espalda mientras seguía corriendo. Un olor de pan y gachas del desayuno llegó hacia ella mientras corría. Sonrió y apretó el paso, notando que los gritos de su superiora se hacían cada vez más lejanos.

Llegó a la cocina de la casa, un pequeño espacio que siempre estaba caliente por el fuego encendido y que siempre olía a hogar. Astrid no detuvo su paso, solo disminuyéndolo para no chocar con ninguna mesa en la que se apilaban platos y ollas oxidadas.

Engla estaba sacando unas bandejas del pequeño horno cuando vio a Astrid entrar sonriente, como si hubiera cometido alguna trastada de las suyas.

-¡Buenos días, pequeño torbellino!

-Hola, Engla-deambuló por la cocina sin mirarla mientras la mujer colocaba la bandeja en un hueco de una mesa de madera.

-¿De qué huyes esta vez?-comentó despreocupada sin mirar a la niña que se acercaba a una mesa donde había puesto una bandeja de bollos de pan hacía unas horas- ¿Trolls? ¿Dragones? ¿La señora Brenda?-rió con humor.

Astrid sonrió mientras cogía un bollo de pan aún caliente y le daba un gran mordisco, se giró para ver a la corpulenta mujer.

-Sip-soltó aún masticando.

-¿Otra adopción no?

La niña asintió mientras tragaba y se acercaba a la puerta que daba al jardincito de la casa.

-¡Henriettaa!-oyeron la voz amortiguada de la anciana acercándose.

Engla suspiró.

-Ten cuidado ahí fuera, distraeré a la señora, torbellino.

Astrid le sonrió y corrió afuera.

Desde ahí, pudo oír los gritos de los hombres desde el puerto que llevaba esperando tantos días:

Avistamiento de barcos.