El día de Athena
Día 6. Quedan 24.
Disclamer: Saint Seiya pertenece a Kurumada. Los dioses griegos tampoco son míos.
El día de Athena
Grecia. Dionii's
Miriya, ménade y bartender del antro de Dionisio nunca había visto a la Diosa Athena como ese día.
La muchacha permanecía medio tirada sobre el bar, con su vigésimo vaso de ambrosia en mano y lagrimas cayendo por sus ojos. No había logrado sacarle ni una palabra.
–Athena, que raro encontrarte por acá –dijo Ares. El Dios estaba en su cuerpo mortal, lo que le resulto extraño ya que según Danna se la pasaba abandonándolo para irse por ahí y la dejaba de niñera. Casualmente siempre que la amazona tenía una cita con el Caballero-Marina.
–No estoy de humor, Ares –Athena no levantó la vista de su vaso y ni se molestó en secarse las lágrimas.
–¿Que paso? ¿Finalmente descubriste lo inútil que eres?
El vaso de ambrosia se estrelló contra el piso y la Diosa sostenía al niño del cuello, cosmo agitado y extendiéndose por el lugar.
Miriya sonrió ante el rostro pálido del Dios de la Guerra.
Ese día. por la mañana
Athena, Regente de la Tierra, Diosa de la Sabiduría, se había levantado del lado correcto de la roca. Tenía todos los músculos de su cuerpo descansados y la cabeza de lo más clara. Por lo general se levantaba mal, su contenedor no estaba acostumbrado aun a que ella lo abandonara mientras dormía para atender otros asuntos. No sabía cómo Ares lo hacía.
Sonrió a su habitación vacía y abrió las cortinas, el sol brillaba sobre el Santuario pero no hacía calor, era el día perfecto.
Salió al Salón Principal y hacia la oficina de Shion.
–Shion –llamó asomándose por la puerta, no queriendo importunar al Patriarca.
No recibió respuesta y se encontró con Shion, Saga y Aioros rodeados de pilas y pilas de papeles.
–¿Acá qué dice? –pregunto Aioros enseñándole un papel a Saga.
–Si no sabes leer, vete a hacer otra cosa en lugar de interrumpirme.
–No es mi culpa que tus letras parezcan símbolos de ritual diabólico escritas por un borracho senil.
–Aioros –interrumpió el mayor–, dijiste que entendías la letra de Saga, si no vas a ayudar no estorbes.
–¿Usted la entiende? Además Saga no escribía así antes. ¿Estas seguro de que estabas poseído y no otra cosa?
–Yo puedo ayudar –ofreció la Diosa haciendo que notaran su presencia.
–Oh, Princesa. Buenos días.
–Buenos días –. Athena se acerco a tomar uno de los papeles. Aioros estaba exagerando, la letra de Saga era bastante entendible, tenía en sus manos un reporte de entrenamiento de Milo de hacia seis años.
Shion le sacó el papel de las manos y lo agregó a una pila.
–No hace falta, Princesa. La letra de Saga es bastante complicada. Deje que nosotros que lo conocemos manejemos esto.
Athena dejó la oficina y salió del templo. El buen humor se le había pasado un poco pero cuando el aire fresco y la calidez del sol llegaron a ella recobró el ánimo. Aun había muchos a los que podía ayudar.
Bajó los escalones a los saltitos hasta llegar a Piscis. Las rosas venenosas no le hacían efecto y, aunque nunca se lo había dicho a nadie, a veces se escapaba por la noche para sentarse entre ellas y conversar con su prima/tía.
Se paró sobre la punta de sus pies y, bloqueando el sol con una mano, buscó entre las rosas a su dueño. Lo encontró en la forma de un muy colorido sombrero moviéndose cerca de la salida del Templo. Se acerco a él con pasos rápidos y miró sobre los hombros del Caballero.
–Buenos días, Afrodita. ¿Necesitas ayuda?
–Athena, buenos días. No, no. Estoy bien. Siempre me encargo del jardín por mi cuenta es relajante y me sirve de excusa.
–¿Pero hay algo? Podría ayudarte a cargar las macetas, o a regar las plantas, o-
–No, no, no. No querría que se lastimara o ensuciara las manos, usted es una Diosa después de todo. Ahora, si me disculpa.
El Caballero se giró dando por terminada la conversación y la Diosa atravesó el Templo con los hombros caídos.
Al salir del lugar el aire fresco y la calidez del sol volvieron a llenarla de energía. No era nada, no era nada. Aun quedaba mucha gente.
El Templo de Acuario desafiaba al día. Estaba frio, muy frio. Ella sabía que Camus no soportaba el calor pero ya estaba exagerando. Le sorprendía que las paredes no estuvieran hechas de hielo.
Camus, su alumna y Hyoga estaban entrenando. La Diosa los observó por un momento y notó que la niña tenía problemas para mantener su cosmos constante. Hyoga intentaba ayudar aunque sus explicaciones no eran muy útiles, Camus ni se molestaba en explicar. Quizás tendría que hablar con él sobre cómo ser mejor maestro.
–Buenos días. Yo puedo ayudar –. Ninguno de los tres magos del hielo le dirigió siquiera una mirada. Estaban demasiado concentrados.
–Hyoga –intento otra vez. El rubio se volteó a verla y le dedicó esa extraña expresión que Athena había aprendido a entender como una sonrisa.
–Saori, buenos días.
–Pase sin problema, Princesa. Es su Santuario después de todo –dijo Camus sin mirarla.
–Podría ayudar –ofreció una vez más.
–No hace falta, Saskia lo entenderá al final del día.
–Pero…
–Estoy seguro que tiene mejores cosas para hacer.
Athena contuvo la respiración y se giró sin decirles más nada. Fría y rechazada. Manejar el cosmos era lo suyo. Había salvado vidas con eso. Que le preguntaran a Kanon.
No se sintió mejor hasta después de cruzar Capricornio que estaba vacío. ¿Cuántas veces la habían llamado la Diosa de la Inutilidad en el Olimpo? Ni siquiera a las espaldas. Oh no, lo hacían en su cara.
Sagitario también estaba vacío, su dueño podía oírse quejándose de Saga y su horrible letra desde allí.
Escorpio estaba en silencio, lo que era muy raro considerando a sus habitantes. Con pasos cuidadosos la Diosa se adentró hasta donde estaban las habitaciones. La habitación de Kyros estaba vacía, la pequeña maquina de preguntas en algún lugar desconocido. Al otro lado del pasillo, la puerta estaba cerrada.
Athena miró el picaporte, su mano abriéndose y cerrándose. ¿Golpeaba? ¿La abría?
Finalmente se decidió por abrir la puerta con cuidado. Milo dormía a pierna suelta medio caído de la cama. Su almohada estaba a los pies en el suelo y las sábanas se habían enroscado en un intento de cuerda.
Con cuidado, la Diosa se adentró y levantó la almohada poniéndola debajo de la cabeza del Caballero y desenroscó las sábanas para taparlo mejor. Dejó el templo en silencio.
Desde la entrada de Libra llegaba el aroma a té. Athena lo conocía bien, el señor Kiddo solía beber el mismo té con ella cuando era niña. El recuerdo trajo una sonrisa a su rostro.
–Buenos días, Athena –saludó el chino desde su lugar en un cojín.
–Buenos días, Dohko
–¿Le gustaría una taza de té? Si no está muy ocupada.
–Me encantaría. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
Dohko se quedó callado mientras servía el té y el aroma de las hierbas llenaba el lugar.
–No. Nada.
Athena dejó caer sus hombros y ocultó la línea de sus labios detrás de la taza. Una vez terminado su té, saludó al Caballero y siguió bajando.
El olor a sahumerio la atacó a medio camino hasta Virgo y, una vez dentro, se encontró con el guardián y su alumno en posición de loto, ojos cerrados y respiración tranquila. Cómo podían respirar con tanto humo era un misterio.
Estaba a punto de hablarles cuando la ceja de Shaka se movió en una especie de tic nervioso y la Diosa decidió que mejor seguía de largo, el caballero de Virgo había estado muy raro desde que habían vuelto a la vida y todavía más desde que le habían asignado un alumno.
Leo también estaba vacío. ¿Qué pasaba que su mayor elite no estaba donde tenía que estar? Ninguno estaba haciendo su trabajo. ¿Para eso les pagaba? Que ellos no vieran un centavo porque siempre tenía que usar el dinero para arreglar sus desastres no era culpa suya.
Apenas entró en Cancer fue recibida por una nube de polvo y un ataque de tos.
Alguien le colocó un pañuelo sobre la boca desde atrás.
–No puede andar por ahí respirando tierra, Princesa.
–Mascara, buenos días. Veo que estas limpiando.
–El viejo no dejaba de quejarse y Aioria se quejo de que había ratas.
–Hay una justo ahí –Athena apuntó hacia una esquina donde una rata permanecía en el centro de un cojín adornado con bordados de oro.
–Esa es Francesca. Shion no quiso escucharlo y Aioria no lo aclaró.
Athena eligió no comentar sobre la mascota de Mascara y se giró hacia el caballero que había regresado a limpiar.
–¿Puedo ayudarte?
No recibió respuesta.
–¿Mascara?
Nada
–¿Mascara de la Muerte?
El Caballero no le contestó.
Con un suspiro detrás del trapo en su cara, la Diosa dejo el lugar.
Francesca clavó sus pequeños ojos redondos en su dueño.
–No me mires así. No sabía cómo decirle que no y no se me ocurrió ninguna excusa.
Francesca siguió mirándolo y su dueño le dio la espalda y no volvió a hablarle.
Athena esperaba encontrar a Kanon en Géminis, seguro estaba cuidando de los aprendices de Saga y agradecería la ayuda. Pero Géminis se veía aun mas vacío que los otros templos. Algo se movió en una de las paredes y decidió que era mejor si cerraba los ojos y dejaba que su cosmos la guiara hasta la salida.
En Tauro esperaba encontrarse con la voz retumbante y alegre de Aldebarán pero en su lugar escucho al dueño del lugar más abajo.
En Aries descubrió porque nadie estaba en su posición haciendo su trabajo como debían.
Kanon tenía a Alex sujetado de la camisa evitando que el gemelo se lanzara contra Kiki que reía a pierna suelta a los pies de Mu. Gilbert estaba escondido detrás de Aldebarán y Lía negaba con la cabeza en una perfecta imitación de Shura, que hacía lo mismo a su lado.
–Kiki. Ya deja de reírte –le pidió Mu. El lemuriano no hizo más que seguir riendo.
–¡Te voy a matar! ¡Bájame, Kanon!
–No. Ya tuvimos demasiados geminianos homicidas como para agregar otro a la lista.
Athena carraspeó suavemente.
–La inútil esta aquí— informo Lía a su maestro que le lanzó una mirada de reproche.
–¿Que te he dicho?
–Que no la llame así a su cara
–Que no la llames así, punto.
Athena decidió ignorar a la mocosa y plantó una sonrisa en su rostro.
–¿Puedo ayudarlos en algo?
–Estábamos por salir a hacer compras –dijo Kanon que aun sostenía a Alex pero por lo menos lo había bajado al piso.
–Nos estábamos dividiendo las tiendas cuando Kiki y Alex empezaron a pelear.
–A Gil no le gusta la verdulería
El nombrado se escondió más detrás de Aldebarán que lo levantó sobre sus hombros.
Alex olvidó su pelea anterior y se lanzó contra el caballero de Tauro, Kanon lo dejó ir.
–Bájalo. A Gil no le gustan las alturas.
Athena sabía que los nuevos gemelos tenían sus rarezas pero Gil no parecía para nada asustado de estar tan alto. Escondió una sonrisa cuando recordó que Saga hacia cosas similares con Kanon cada tanto.
–¿Puedo acompañarlos?
Ocho pares de ojos se clavaron el ella y el silencio se extendió por tanto tiempo que Athena tuvo que resistir las ganas de moverse en su lugar y esconder su rostro.
–Princesa –empezó Kanon.
–Tenemos que ir a muchos lugares y cargar muchas bolsas –siguió Shura.
–Además usted debería quedarse en el Santuario para estar a salvo –Mu le dedicó esa sonrisa pequeña que seguro había aprendido de Shion porque la Diosa la había visto muchas veces acompañada de las mismas palabras.
–Quien sabe cuántos peligros hay afuera.
–¿Y nosotros tenemos que ir? –preguntó Gilbert–. Me gustaría quedarme con la Señorita Athena.
–Tú también vienes –dijo Kanon–. No creas que no sé cómo te escapas de tus tareas todo el tiempo.
–Lo sentimos Athena, pero ya vamos atrasados. La veremos luego –dijo Aldebran girándose acompañado de Shura y dejando el lugar.
–No te lleves a Gil.
–¡Alex! –Kanon salió corriendo detrás de su alumno postizo–. ¡Nosotros tenemos que ir para el otro lado!
—Entonces –dijo Mu mientras inclinaba la cabeza ante ella–, hasta luego.
Athena quedó sola en la entrada de las doce casas. El viento que esa mañana le había parecido vigorizador se burlaba de ella y el sol que la había hecho feliz era pesado y agotador.
Dejo el Santuario de todas maneras.
–¿Peligroso? –le preguntó al aire– ¡Soy la Diosa de la Guerra! ¡Le gané a Hades y a Poseidón! Muchas veces antes de que ellos nacieran. ¿Es que acaso nunca me van a tomar en serio? Ni siquiera agradecen la oferta de ayuda. Manga de desagradecidos, haraganes, insolentes. ¡Milenios! ¡Ni en milenios me han tratado así!
Levantó la cabeza para encontrarse con el cartel apagado de Dionii's, con su segunda i mal pintada.
–Hasta ese borracho tiene mejor reputación que yo.
La puerta se abrió y una de las ménades salió del lugar cargando la basura. Athena se acercó a ella.
–¿Puedo ayudarte?
–Ya termine –la ménade vio la desilusión pintada en la cara de la Diosa–. ¿Pero por qué no entra? Le serviré algo –ofreció mientras sostenía la puerta–. Soy Miriya.
Actualidad
–¡No es mi culpa que cuando estoy siendo útil no me necesitan!
Ares se mantenía rígido con las manos de Athena en su cuello. Miriya miró entretenida como el Dios de la Guerra pretendía ser una zarigüeya para sobrevivir. Si solo tuviera una cámara.
Una cabellera azul llamo su atención y Miriya dejó el entretenimiento para dirigirse al nuevo cliente.
–Es noche de Dioses, Milo.
–Sí, ya sé. Estoy buscando a…
Se giró hacia la Diosa a la que servía. Había sentido el cosmos alterado pero no esperaba encontrarle con las manos en el cuello de Ares.
–Por divertido que es, quizás deberías llamar su atención –ofreció la ménade.
–Athena.
La Diosa dejó caer a su hermano, que aun no recobraba la habilidad de mover su cuerpo, y dirigió su mirada hacia el caballero que le sonreía como si no la hubiera visto a punto de matar a alguien.
–Milo.
–Usted me acomodó la almohada y me tapó esta mañana, ¿no? Nadie más en el Santuario lo haría. Gracias –sin dejarla contestar se giró saludando a Miriya y dejó el lugar.
Athena se dejó caer sobre su asiento, ojos fijos en el lugar donde antes estaba el Caballero.
Miriya sonrió ante el rojo que subía por el cuello de la Diosa. Eran tan entretenidos cuando tenían cuerpos mortales.
–Bueno, por lo menos sirves de niñera
Athena invocó su báculo y noqueó al mocoso cuerpo del Dios más molesto que Miriya conocía.
Se preguntaba cuándo Dionisio encarnaría y cómo lidiarían ellas con eso. No podía esperar.
Le pasó un vaso nuevo a la Diosa que escondió su rostro detrás de su cabello y no dijo nada.
Gracias por leer…
