Capítulo 1: Una herencia extraña y tardía.

Ginny Weasley se enganchó a la blusa la identificación cuadrada de plata, distraídamente, mientras caminaba hacia el mostrador de seguridad del Atrio. Se sometió al chequeo de seguridad y entregó su varita de un modo impaciente.

—Con que el Ministro de Magia la ha citado a usted en persona, ¿eh? — el vigilante preguntó, enarcando una ceja, mientras la observaba de arriba a abajo, suspicaz.

—Si a usted no le hace gracia mi presencia aquí, a mí todavía menos —respondió con acritud. Y era cierto; el Ministerio de Magia le traía demasiados malos recuerdos, a pesar de que su padre y su hermano se habían empeñado en continuar trabajando allí tras la Segunda Guerra.

—Mi trabajo no es juzgar la presencia de ningún mago o bruja aquí, señorita —el hombre objetó, sintiéndose ofendido. Le devolvió la varita sin mediar una palabra más.

Y Ginny reanudó su camino, no sin antes musitar «Quién lo diría».

Caminó hacia el despacho de Kingsley Shacklebolt sin permitirse ninguna distracción. Entraría en su despacho, escucharía lo que fuera que él tuviera que decirle y se largaría con viento fresco. No podía imaginar, siquiera, lo que el Ministro de Magia podía precisar de ella; ni le importaba.

—¡Eh, pelirroja! —escuchó a su espalda, de pronto.

«¿Problemas, en serio?», se preguntó para sí, molesta. Se giró bruscamente, dispuesta a mandar a paseo a quien fuera que la había increpado y seguir su camino sin intromisiones. Su rostro cambió por completo, nada más ver quién caminaba hacia ella con paso decidido y una gran sonrisa dibujada en el rostro.

—Oh, Harry, buenos días —lo saludó con cariño, aliviada.

Harry Potter, el Jefe del Cuartel General de Aurores, le dio un beso en la mejilla, que ella correspondió del mismo modo.

—¿Cómo tú por aquí? No te gusta ver este sitio ni en pintura —él quiso saber observándola, suspicaz—. Parecía como si, en cualquier momento, fueses a empezar a levitar, tan concentrada como estabas —bromeó. Pero continuó observándola con aire de preocupación.

—Kingsley me ha enviado una lechuza diciéndome que requiere mi presencia aquí con urgencia —confesó, mientras se perdía en aquellos ojos color verde esmeralda que siempre la llenaban de paz.

Harry entornó la mirada, sorprendido. Por un momento, quedó en silencio, pensativo.

—¿Quieres que te acompañe? —le ofreció, por fin—. Intuyo que no quieres meter a tu padre o a Ron, en este asunto.

—Tienes razón. Ya sabes lo sobreprotectores que son Ron y mi padre desde, desde que…

—Lo sé —respondió, muy serio. Su mirada dejó entrever un relámpago cargado de dolor que, a pesar de haber desaparecido tan pronto como se hubo mostrado, a Ginny le encogió el corazón—. ¿Quieres que te acompañe? —le ofreció de nuevo, clavando en sus ojos una mirada dura y resuelta.

—Sí, por favor —casi suplicó.

Sentirse tan cómoda y segura a su lado le hizo reprocharse, una vez más, el haberlo dejado marchar. Cuando la Segunda Guerra hubo llegado a su fin, tras la trágica muerte de Fred, sintió que no sería capaz de sobrevivir si perdía a un miembro más de su familia, a alguien a quien amara. Por entonces, Harry ya apuntaba maneras. Ella sabía que el destino de aquel joven valiente, responsable y temerario no era otro que convertirse en auror. Y consciente de que el futuro de un auror es demasiado incierto, siempre expuesto a numerosas amenazas y peligros, cada cual más temible que el anterior, estableció un férreo muro en torno a su alma maltrecha, hizo todo lo posible para que la incipiente relación que se había gestado entre ambos se enfriara. Para que Harry, un día cualquiera como cualquier otro día, comenzase a tratarla como a una buena amiga, una hermana… y nada más. Ni siquiera hubo despedida; todo fue tan 'normal'…

Negó con la cabeza, tozuda. Ya tenía bastante con un hermano auror, se recordó a sí misma con furia. No tenía porqué sufrir también por un novio que estaba al frente, ni más ni menos, que del Cuartel General de Aurores.

Aparentemente ajeno a todas sus elucubraciones, Harry la observó hacer, en silencio.

—Vamos, pues. No hagamos esperar a Kingsley —él pidió, por fin.

Instintivamente, dio un apretón cariñoso al brazo de Harry, apoyando su mejilla en él.

Los dos caminaron en silencio, perdidos en sus pensamientos. De camino al despacho del Ministro de Magia, Ginny se asombró al poder comprobar cuánto respeto causaba Harry en todo el personal del Ministerio de Magia con tan sólo su mera presencia. Todos los magos y brujas con los que ambos se cruzaron en su camino, lo saludaron con un 'buenos días', una frase amable o una simple sonrisa seguida de un leve ademan de respeto. Incluso aquellos a quienes se notaba a la legua que lo reprobaban u odiaban por el motivo que fuera, sentían el impulso de tratarlo con respeto. Observó cómo Harry se sentía cómodo con esta situación y respondía siempre de un modo sencillo, como si se cruzase con vecinos en Godric´s Hollow, de camino a comprar el pan. Él era el mismo que ella conoció siendo tan sólo un niño, siempre sería el mismo… «Ese es el maldito problema», se obligó a recordar, una vez más.

Harry hizo sonar los nudillos contra la puerta del despacho del Ministro e, inmediatamente después, se escuchó tras esta:

—¡Adelante!

—Buenos días, Kingsley —Harry lo saludó alegremente, asomando su cabeza.

—Si hubiese sabido que eras tú, no te habría dejado pasar —recibió por respuesta, en cambio—. Lárgate de mi vista, hasta que decidas aceptar el puesto de Director del Departamento de Seguridad Mágica —lo increpó.

—Vengo con una visita.

Tranquilamente, hizo pasar a Ginny dentro del despacho. Nada más verla, Kingsley Shacklebolt, Ministro de Magia, mudó su semblante molesto por otro serio y ceremonioso.

—Pasa, hija, pasa… Y tú, lárgate —ordenó a Harry, una vez más.

Pero Harry no se dio por entendido. Caminó tras Ginny y se acomodó en una de las sillas que había frente a la mesa de despacho de Kingsley.

—Vamos, Ministro de Magia… Sabes perfectamente que el Wizengamot no está a favor de ese nombramiento —Harry dijo con una sonrisa conciliadora—. Me consideran demasiado joven. Esperemos un par de años, quizá. Hasta que me salga barba, más o menos —bromeó.

—¿Barba? ¿Barba? —repitió, indignado—. No te falta pelo en ningún sitio, chaval. Ni siquiera en los coj…

—No seas grosero delante de una señorita —Harry lo interrumpió, desaprobador.

Asesinándolo con la mirada, Kingsley se cubrió el rostro con las manos, por un momento. Suspiró.

—Argonus Dinkle era ya un dinosaurio cuando lo nombraron Director del Departamento de Seguridad Mágica —argumentó, con ademán de derrota—. Y de eso hace ya ocho años. Por favor, Harry, te necesito al frente del Departamento.

—De un modo oficioso, ya estoy al frente del Departamento. Sabes que Argonus aprueba casi todas mis iniciativas.

—Todas, menos las que más nos hacen falta. El Ministerio de Magia necesita un Departamento de Seguridad Mágica dinámico, innovador, combativo…

—No es momento para buscarse enemistades entre el Wizengamot; todavía estamos luchando por alcanzar una paz duradera. Un par de años, Kingsley, nada más —fue su turno de rogarle—. Realmente, soy yo quien dirige el Cuartel General de Aurores sin intromisiones. Conformémonos con esto por ahora.

—Nada más, dice. Me hago mayor, Harry. Necesito saber que habrá gente competente para impedir que este barco se hunda, cuando yo me marche.

—Perfecto, entonces. Porque queda mucho para eso.

—¿Tú crees? —Inesperadamente, cambió el rumbo de la conversación de un modo radical—. Ginny: tengo algo que entregarte —miró a la mujer de un modo enigmático.

—¿Que entregarme? ¿Para eso estoy aquí? —Lo miró, atónita y confundida.

—Así es. Al morir, Albus Dumbledore no sólo dejó un legado para Harry, para Hermione y para Ron; también lo dejó para ti.

—¿Para mí? ¿Pero cómo…? ¿Pero por qué…? ¿Y por qué ahora? —Buscó la mirada de Harry en busca de respuestas. Pero él, tan sorprendido con ella, observaba a Kingsley fijamente, muy serio.

—Ya sé que todo este asunto, aparentemente, no tiene ningún sentido. Ya hace nueve años que Albus nos dejó… —Exhaló, intranquilo—. Llevo nueve años custodiando este presente. Me lo confió a mí, no lo legó en testamento. Con la orden clara y tajante de que te lo entregase a día de hoy; a ti y sólo a ti.

Alargó a la chica una pequeña cajita envuelta en un elegante paño de lino rojo.

—Le acompaña una nota. Pero, como podrás comprobar, tampoco esta arroja mucha más luz sobre el porqué de tan extraña actitud.

Ginny cogió la pequeña caja y la sostuvo con ambas manos, reverente.

—Ábrela —Harry la animó—. El Director Dumbledore siempre tuvo buenos motivos para hacer todo lo que hizo.

Por un momento, Ginny lo retó con la mirada, indignada. ¿La firme decisión de enviar a un niño hacia su muerte podía sostenerse en algún motivo que la justificase? Sinceramente, ella creía que no. Daba igual cómo las cosas hubieran terminado; envió a Harry a una muerte más que probable. Eso, ella jamás lo perdonaría. Aún así, retiró la envoltura de lino con sumo cuidado y abrió la caja. De esta, extrajo un pequeño giratiempos. Sin saber qué pensar ni qué decir, observó el extraño objeto desde todos los ángulos posibles, decepcionada.

—Lee la nota —Kingsley la animó.

"A la señorita Ginevra Molly Weasley.

Un único uso, es lo que hace tan particular al giratiempo que te ha sido legado. Un único uso, que deberá ser decidido por ti con concienzudo cuidado; pues será destinado a salvar tu propia vida en una única ocasión. Elige con sabiduría, mi joven amiga."

El rostro de Harry palideció como la cera.