¿Qué era lo último que recordaba Percy?
Recordaba haber saltado al abismo junto con Annabeth, sabiendo que lo que le esperaba más abajo era el Tártaro, pero cuando abrió los ojos, no fue lo que esperaba.
Para empezar, su mejor amiga no estaba a su lado.
El cielo alzándose sobre ella era de un claro color azul, más azul incluso que el cielo que estaba acostumbrada a ver, pues este parecía no tener rastro alguno de contaminación. No era experta en el Tártaro, pero ella pensaba y estaba totalmente segura que el cielo no podría ser así de bonito.
Se quedó tendida un buen rato, por su visión periférica podía ver un puente de piedra de su lado izquierdo, escuchaba algunas voces lejanas, pasos, pero no tenía la fuerza suficiente para levantarse.
Hasta que vió una pequeña figura flotante cernirse sobre ella.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó aquella figura con una voz chillona.
Los instintos de Percy se activaron, aunque no luciera como lo que había esperado del Tártaro, nada le aseguraba que no lo fuera en realidad.
Se puso de pie de un salto y llamó por su espada, que se materializó en sus manos en un segundo, aunque no tuvo demasiado tiempo de pensar en ese hecho. La pequeña ¿hada? chilló de sorpresa al mirar el filo de la espada tan cerca de ella, acto seguido, el filo de otra espada chocó contra la suya, deteniendo cualquier movimiento amenazante que ella pudo haber hecho hacia el ser flotante.
El dueño de la otra espada era un chico rubio, un poco más bajo que ella y de ojos amarillos.
Se miraron durante un segundo entero, estudiando al otro.
Y ambos pensaron lo mismo: Que ropas tan raras.
—Todos tranquilos, bajen las espadas, ¿qué está pasando aquí? —se unió otra persona, con una voz muy tranquila y un tono que Percy pudo haber encontrado atractivo.
—¡Esta chica estaba tendida a un lado del puente y cuando Paimon se acercó a ver como estaba, sacó una espada y atacó a Paimon! —le explicó la figura ahora conocida como Paimon.
Una mano bronceada enfundada de unos guantes de esos que no cubren los dedos se poso entre sus dos espadas y aplicó un poco de presión, dándole a entender a ambos que bajaran sus armas.
El rubio lo hizo, mirando de reojo al recién llegado y cambiando su postura a una más segura, al parecer estaba seguro de que si ella decidía atacar, no tenía oportunidad contra ellos dos juntos.
Percy bajó su espada a regañadientes y por fin miró al recién llegado.
Lo que más le llamó la atención fue su ojo azul, con una pupila en forma de diamante. Su otro ojo lo tenía cubierto con un parche. Su cabello era azul oscuro, largo y atado en una coleta baja.
El hombre le regaló una sonrisa que Percy no pudo identificar, lo que lo hizo más peligroso a sus ojos que el rubio de ojos amarillos.
—Supongo que es algo tarde para las formalidades, ¿así que por que no mejor no nos dices tu nombre y de donde vienes de una vez? —le dijo el más alto.
—Mi madre me dijo que no respondiera preguntas de desconocidos —le respondió Percy. Paimon y el chico rubio únicamente miraban el intercambio desde unos metros aparte.
—Estoy seguro de que esa regla puede romperse por ahora, al ver que llegaste a Mondstadt y atacaste a nuestro preciado Caballero Honorario, como el Capitán de Caballería de los Caballeros de Favonius es mi deber cuestionarte y retenerte en caso de que sea necesario.
Percy se le quedó mirando, procesando sus palabras pues había entendido apenas la mitad.
—¿Mond... qué? —fue la única pregunta que fue capaz de formular. Percy sacudió la cabeza, se acercó de una zancada al peliazul y picó su pecho con uno de sus dedos—. Escuché, señor capitán de caballería, acabo de aparecer en este mundo, no tengo idea de nada y necesito encontrar a mi amiga, ¿y por qué Hades mi ropa pesa tanto? —dicho eso último, volteó hacia abajo y abrió los ojos con sorpresa al ver lo que llevaba puesto. Suspiró y cerró los ojos, tratando de encontrarle sentido a todo aquello—. ¿Por qué estoy vistiendo el atuendo de un gladiador?
Aquella última pregunta la susurró, más para ella misma que para el resto.
Entonces, sintió dos manos situarse en sus hombros, no con agresividad y tampoco con cariño, llamó su atención de regreso al tipo de cabello azul.
Kaeya vió rápidamente en los ojos de la chica un cambio muy repentino. Cuando volvió a levantar su mirada hacia él, parecía estar en un momento de fragilidad, incluso pareciendo que iba a llorar. Pero al momento siguiente todas esas emociones se escondieron en el interior de ella y dejaron ver otra vez a la chica segura de hace unos momentos.
—Parece que no eres una mala persona, vamos a la ciudad, a la Gran Maestra Intendente le gustará conocerte.
Percy se disculpó con Paimon y Aether en el camino, el rubio tuvo que obligar a su pequeña amiga flotante a que la perdonara, pues que le apuntaran con un arma de verdad había afectado a la pequeña.
—No sabía si iban a atacarme —seguía excusando Percy, mientras se detenían en el camino pues Kaeya se había detenido a hablar con un caballero.
—¡Paimon te preguntó si estabas bien!, ¿crees que eso haría alguien que fuera a atacarte? —le dijo Paimon y Percy se preguntó por quinta vez porque hablaba en tercera persona.
—Una vez una señora nos invitó a mi y a mis amigos a comer hamburguesas, después de eso, nos intentó matar —el terminó correcto sería "nos intentó petrificar", pero ellos no necesitaban saber tantos detalles.
Antes de que ella y Paimon pudieran continuar con esa discusión, Kaeya volvió a acercarse a donde estaban ellos esperando a un lado de la fuente.
La gente pasaba y se le quedaba mirando a Percy, y ¿cómo no? Con la ropa que llevaba.
—Parece que Jean está en el Obsequio del Ángel, ¿vamos? —les dijo Kaeya y los otros tres asintieron.
Percy no estaba que el Obsequio del Ángel fuera una taberna. Al entrar, el inconfundible olor a vino entró por sus fosas nasales y aunque ella no era fan de las bebidas alcohólicas, en realidad era un olor agradable.
Reconoció a la Gran Maestra Intendente al instante, era la única ahí que no parecía ebria o que trabajara ahí. Su cabello rubio como el de una princesa le recordó a Annabeth, y su corazón dolió aún más cuando pudo ver sus ojos, que eran de un azul grisáceo, lo suficientemente parecidos a los de Annabeth como para que le doliera el simple hecho de verla a la cara.
—Kaeya, Caballero Honorario, Paimon, ¿qué pasa? —preguntó la rubia, se encontraba sentada en la barra, a un lado de un bardo que parecía perdido de borracho. Jean posó sus ojos en ella con curiosidad, más aún al ver sus ropas.
La crisis de Stormterror había pasado, pero aún así Jean quería asegurarse de que Barbatos alías Venti, estuviera bien después de todo aquello. Y también quería asegurarse de que a su hermana menor no le diera un infarto si es que la magia del Arconte dejaba la Lira Sagrada Der Himmel y revelara su autentica apariencia.
—Gran Maestra Intendente, el viento nos ha traído a un viajero más a las puertas de nuestra ciudad —le decía Kaeya mientras señalaba con un gesto a Percy—. Aunque a diferencia de nuestro Caballero Honorario, no sabemos si ella puede ser una nueva aliada o un enemigo.
Jean apretó los labios, y se puso de pie.
—Será mejor que hablemos en la sede —dijo Jean, dirigiéndose a la salida.
—No hace falta —dijo el pelirrojo detrás de la barra, Percy no le había prestado mucha atención al entrar, pensando que era un simple bartender, pero ahora ya no estaba segura—. ¡Cerramos la taberna, los quiero a todos fuera en menos de cinco minutos!
Eso último lo dijo en voz alta, para el resto de clientes del lugar quienes se quejaron pero no tardaron en levantarse y moverse hacia la salida.
—Gracias, Diluc —le dijo Jean con sinceridad.
—No hay necesidad de agradecerme, solo quiero escuchar también. Así no tengo que preguntarle lo mismo más tarde —dijo Diluc y Percy se preguntó quién demonios era ese hombre, pues al parecer no era miembro de los Caballeros, pero parecía envuelto en el mismo tipo de asuntos que ellos.
—Les faltó un borracho —dijo Percy, señalando al bardo con un gesto de su cabeza.
El bardo soltó una risita cantarina e infantil al tiempo en el que se enderezaba y se daba la vuelta para encararla.
—Aún no estoy lo suficientemente borracho como para dejar esta taberna, además, yo también quiero escuchar la historia de tan enigmática señorita, ¡tal vez pueda componer una canción en tu honor!
Percy parpadeó, que raro era todo aquello, pero igual se encogió de hombros, caminó hasta la barra y tomó asiento en uno de los taburetes.
—Está bien, pregunten antes de que me arrepienta y decida escaparme —les dijo ella, con total sinceridad y seriedad. A pesar de estar rodeada por los que ella sabía eran tres Caballeros bien formados en batalla, un tipo raro que bien podría tener la misma experiencia en combate que los otros tres y un bardo medio borracho, estaba segura de que podría librarse de esa. Aunque para ser sinceros, el que más le preocupaba era el bardo, pues sentía un aura diferente viniendo de él, algo que ya había sentido antes pero no sabía decir dónde.
Dios, está ropa es tan rara, pensaba ella mientras se acomodaba en su lugar. Lo cierto era que no era incómoda, le dejaba moverse libremente y se había acostumbrado al peso rápidamente, pues no era la primera vez que vestía una armadura.
—¿Has visto a una chica parecida a mi? —fue la pregunta de Aether, a lo que Percy negó.
—¿Sabes cocinar? —preguntó Paimon, y Percy asintió.
Los adultos miraron a esos dos entre divertidos y frustrados.
—¿Qué te trajo a Mondstadt? —le preguntó Jean.
—No lo sé, aparecí aquí y ya —contestó Percy.
—¿Cómo sabemos que no estás de parte de la Orden del Abismo? —preguntó Diluc.
—¿La Orden qué? —preguntó ella, frunciendo el ceño—. ¿Qué no escuchaste cuando dije que no sé como aparecí aquí? Literalmente lo primero que vi cuando abrí los ojos fue a Paimon. En mi mundo hay cosas raras, pero nunca había visto algo como ella.
Diluc la miró con sus ojos rojos totalmente serios, probablemente midiendo si decía la verdad o no. Ella le regresó la mirada, con aburrimiento.
El pelirrojo fue el primero en apartarla y asintió una vez con la cabeza, al parecer creyendo en ella.
—¿Cómo conseguiste tu Visión? —ahora preguntó el bardo.
—¿Mi qué? —preguntó ella.
El bardo apuntó a algo en su pecho, Percy bajó la mirada y miró un broche en su hombro derecho, bueno, ella había pensado que era un broche. Adornaba la parte delantera de su capa, porque si, también llevaba una capa. Era de color azul y tenía un símbolo raro, incluso parecía brillar un poco.
—No sé que es una Visión y tampoco sabía que tenía una —respondió ella, encogiéndose de hombros.
Venti le explicó rápidamente lo que una Visión era, y cuál era la suya. Cuando Percy escuchó que era Hydro, casi se ríe, ¿qué más poder podría tener ya sobre el agua? De cualquier forma, no dijo nada para no revelar más de ella.
—Creo que todos olvidaron la pregunta más importante hasta ahora —dijo Kaeya, dando un paso hacia ella, tenía un brillo coqueto en sus ojos, pero a Percy no le pudo haber importado menos. Ese hombre podía ser lo atractivo que quisiera, pero no confiaba en él—. ¿Cuál es tu nombre, hermosa?
Vale, Percy no confiaba en él, pero la pregunta le hizo gracia, pues había estado todo el rato preguntándose cuando le preguntarían aquello.
—Mi nombre es Perceia Jackson, pero pueden llamarme Percy.
