Título: El Mayor Miedo.

Resumen: ¿Qué hay peor que escuchar a Elena Gilbert decir que jamás te querrá? Damon estaba a punto de descubrirlo… [DELENA]

Nota: Los personajes no me pertenecen a mí, sino que son de L. J. Smith y CW.


—Damon…

—Elena, ¿qué pasa?

La joven lo observó en silencio, ojerosa y pensativa, mientras Damon sentía su -muerto- corazón a punto de escapársele del pecho. Esa expresión no presagiaba nada bueno…

—No podemos seguir así. No podemos seguir haciendo esto…

—¿Qué?

La tristeza y agonía en su mirada era como puñales en sus entrañas, retorciéndose, haciéndolas jirones.

—No te quiero, Damon. Y nunca te querré— lanzó lo que serían las balas certeras que terminarían con acabar su vida.

El vampiro cerró los ojos, sintiendo como sus pulmones dejaban de trabajar, sintiendo la fisura de la herida de su pecho ir abriéndose poco a poco, centímetro a centímetro, amenazando con desgarrarlo por dentro en dos mitades. Miles de veces se había dicho que cabía la posibilidad de que fuera a escuchar esas palabras, no esperaría nada menos… para él; pero nunca, jamás… No importaba la cantidad de veces que se lo había repetido a sí mismo, nada habría servido a la hora de la verdad.

Que le hubieran arrancado el corazón de cuajo le hubiera dolido menos que escuchar esas palabras salir de los labios femeninos.

—Elena…

—No, Damon— ella dio un paso hacia atrás, pero para él fue todo un abismo. Un profundo e insondable abismo— No puedo seguir con esto, no puedo hacer como que en realidad no me importa… Me duele, no puedo más— un sollozo escapó de ella y Damon abrió los ojos súbitamente— No es a ti a quién quiero.

La expresión abatida y llena de dolor de ella, sus ojos rojos y húmedos y la mueca de dolor en sus labios… Mierda, iban a ser su muerte.

—Yo…— balbuceó como un idiota; su mente repitiendo las mismas palabras una y otra vez: «No es a ti a quién quiero, no es a ti a quién quiero».

Su cuerpo actuó por sí solo, y cuando quiso darse cuenta, se encontraba caminando hacia ella. Eran pasos torpes y casi sin fuerzas, pero malditamente decididos. Y es que, ahora mismo, en ese pequeño instante, nada hubiera sido capaz de alejarlo de ella. Nada ni nadie.

Acortó la distancia que les separaba y sintió una vez más su respiración detenerse cuando Elena alzó la mirada y ese pozo sin fondo de tristeza se clavó en él.

—No digas nada— murmuró él en un último intento, levantando una mano para posarla suavemente en su mejilla; deseando jodidamente mucho apartar el dolor de ella, aunque eso significase que le arrancase el corazón de cuajo, física y metafóricamente hablando— No me digas nada porque yo…

—No quiero seguir mintiéndote, odio hacerlo—ella se dejó llevar con su caricia, inclinando la cabeza y cerrando los ojos; mostrándose malditamente frágil y vulnerable frente a uno de los vampiros más temibles y egoísta de todo el mundo— Eres…

—No lo digas— repitió, cerrando él también los ojos, dejando que sus frentes se juntasen— No quiero escucharlo.

—Eres mi mejor amigo— dijo, no obstante, ella. Damon sintió sus piernas a punto de ceder y fue un milagro que no hubiera caído al suelo; el mundo daba vueltas a su alrededor como un tornado y solamente Elena era quién lo mantenía sujeto, pero esas cuerdas… estaban amenazando con ceder y dejarlo volar a la deriva—. No quiero que me esperes. Yo nun-

—¡Mierda, Elena, te dije que no siguieras! — bramó él, iracundo, separándose súbitamente, arrasando con lo primero que vio a su paso. La licorería del salón de la mansión Salvatore. El cristal haciéndose añicos resonó en el silencio de la habitación, y vino acompañado por el grito sorprendido de la chica.

—¡Damon!

—Vete— espetó él, con ambas manos apoyadas en la sucia y pegajosa superficie de la mesa. No quería verla. No quería ni siquiera respirar el mismo aire que ella. Si se quedaba solo un segundo más, él… él… no sabía de lo que sería capaz. La quería lejos. Necesitaba tenerla lejos para poder pensar con claridad y alejar las cientos de imágenes que no dejaban de acudir a su cabeza, hiriéndolo, fustigándolo—. Vete, Elena. Lárgate. Corre muy lejos de mí, vete con tu maldito amor, porque no sé… no quiero verte— cada palabra expulsada a duras penas era como si echase fuego por la boca. Quemaba, lo desgarraba por dentro vivo.

Sus manos temblaron por el imperioso deseo de lanzar la mesa contra la ventana. Por destruir la casa hasta los cimientos.

Por coger a la chica, echársela al hombre y hacerle jurar por medio de besos y caricias que siempre estarían juntos.

¡Maldita sea! No importaba cuanto lo intentara, cuanto se dijese que no le importaba ser "el otro", que jamás tendría una oportunidad con ella. Estaba Stefan. Siempre Stefan. Siempre su jodido y santurrón hermano. Siempre él. Y Damon estaba cansado. Cansado de nadar contra corriente, intentando subir una cascada, sintiendo más y más piedras agarrándose a sus pies conforme iba ascendiendo… Era agotador, sin embargo, por ella sería capaz de cualquier cosa. Cualquier-jodida-cosa. Pero… daba igual cuando lo intentase… cuando luchase… cuando esperase… Al final, ella… Elena era capaz de destruirlo con tan solo una palabra.

Y ahora estaba firmando su sentencia de muerte.

—Jodido Stefan— rio o sollozó, nunca lo supo bien. Toda su situación era tan patética e irrisible…

—¿Stefan? — inquirió Elena, y el desconcierto en su voz consiguió encender la chispa en su mente que hizo que se quedara paralizado— ¿Por qué dices Stefan?

La cabeza de Damon se alzó súbitamente, aunque no se dio la vuelta. No podía de mirarla, no si quería aplastar cualquier emoción que brotara de su interior.

—No, Damon, te estás equivocando— la escuchó caminar hacia él, y sus pasos resonaron en la habitación. El sonido de la muerte acechando a un pobre moribundo— No me refiero a Stefan— una mano se posó en la parte alta de su espalda y Damon luchó contra el imperioso deseo de sacudirse, de alejarse lejos, muy lejos de allí; pero por sus palabras era incapaz de moverse. ¿No hablábamos de su querido hermanito Stefan? — A él lo quise, sí, pero sé que no es mi verdadero amor.

Pero… pero… ¿en qué jodido mundo paralelo acaba de entrar?

La escuchó inspirar con fuerzas, como si se estuviera armando de valor para decir sus siguientes palabras.

—Damon…— se alejó. Dejó de tocarlo y dejó un mundo entre ellos— Damon, escúchame, yo a quién verdaderamente amo es a Matt.

—Pero El- Espera, ¿qué?

¿Matt?

Definitivamente tenía que estar soñando. Una jodida ilusión de su mente. Ella no podía haber dicho que…

—Lo que oyes— afirmó Elena, contraponiéndose al tono receloso que él le había dedicado— Amo a Matt. Me ha costado darme cuenta, pero he sido incapaz de olvidarlo en todos estos meses y…

No, no, no… Era mentira. Estaba jugando con él. Tenía que ser todo una jodida broma porque Elena, su Elena, no podía… querer a…

¿De verdad ha dicho Matt? ¿El inútil e imbécil humano? ¿La comida con patas?

De pronto, se oyó un fuerte estruendo que atrajo la atención de ambos y cuando ambos se giraron hacia la puerta de entrada, en ella advirtieron una figura encorvada que respiraba agitadamente. Fuera, un trueno bramó furioso y la luz iluminó por un instante la habitación dejando visible un maldito cabello amarillo y unos hombros anchos, que causó que una carcajada incrédula escapara de los labios del vampiro.

¡¿Qué mierda hacía Donovan en su casa?!

—Matt…— exhaló Elena.

—Elena…— respondió él, en el mismo tono patético, mirándola como lo haría un cachorro a su dueño.

Por el rabillo del ojo, vio las intenciones de la muchacha de correr hacia él. Joder, las sintió. Damon se tensó, su cuerpo negándose en redondo ante esa idea, y mientras un gruñido escapaba de sus labios, se giró hacia ella alargando la mano para sujetarla. Sorprendentemente, Elena había desaparecido de su lado y sus dedos se cerraron, vacíos, en el aire.

¿Pero qué…?

«Damon…»

—Oh, Matt…— la escuchó decir en tono meloso y cuando volvió a mirar hacia la puerta, vio a los dos tortolitos abrazándose.

Damon estuvo a punto de echar su primera ración de sangre por el revoltijo que asaltó su estómago.

—Elena, amada mía…

«Damon…»

—Lo siento, perdóname, cariño, he sido tan tonta…

—No te preocupes, mi vida, ya nada podrá separarnos…

Se separaron lo justo para poder mirarse a los ojos. Entonces, una mierda de emoción pareció emerger de ellos en el momento que sus miradas se anclaron y Damon deseó en ese instante haber muerto hace mucho, mucho tiempo para no estar presenciando aquella imagen. Porque entonces Matt -aquel bastardo que había firmado su sentencia de muerte- sonrió ligeramente y empezó a inclinarse para besar los -anhelantes- labios de la muchacha.

¡Por encima de su cadáver!

—¡Elena! — quiso ir hacia ella, pero sus pies no se movían del sitio. Se encontraban anclados en el suelo y por más que lo intentaba, era incapaz de moverse. Tan solo… tan solo… podía observar y ella… ¡Mierda! — ¡Elena, no!

Elena y Matt se besaron frente a él, y el mundo a sus pies desapareció por completo.

«Damon…»

—¡Damon, eh!

Como si hubiera emergido de las profundidades de un glaciar, Damon abrió los ojos y lo primero que se encontró fue con la expresión ceñuda de Elena.

—¡Ya era hora! — resopló molesta incorporándose y observándolo desde su altura con las manos en la cintura— Llevo un buen rato llamándote. ¿Qué tanto bebiste anoche?

—Elena…— murmuró él, confundido, perdido… Joder, nunca reconocería que eso que latía bajo su piel y lo hacía querer correr hasta desfallecer era el miedo.

«A quién verdaderamente amo es a Matt.»

Con su velocidad vampírica, se incorporó sobre la superficie blanda en la que estaba y en menos de un parpadeo, se acercó hacia Elena, quién se sobresaltó ante el inesperado y súbito movimiento. Sus ojos y boca se abrieron hasta formar tres perfectas "o" mientras que los dedos de Damon se ciñeron en su brazo, apresándola; esta vez sí, impidiéndole escapar.

Joder, que maravillosa sensación era la de querer moverte y poder hacerlo. La de poder tener a Elena junto a él, sentirla.

—¿A quién quieres? — preguntó con -algo que solo más tarde reconocería- desesperación.

Elena se quedó de piedra, con el corazón yéndole a gran velocidad. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué le preguntaba eso… de forma tan directa?

—Damon, ¿qué pretendes? — intentó soltarse con una sacudida, pero sus manos parecían más zarpas que otra cosa, y la frente femenina se llenó de arrugas— Damon, basta, ¿qué te pasa? ¡Suéltame! ¿Te has vuelto loco o qué?

—Responde. La. Maldita. Pregunta. Elena.

La chica se quedó mirándolo por un momento con el corazón latiéndole a gran velocidad, con la sangre bombeando en sus venas hasta ascender a sus mejillas y colorear su expresión. Esos ojos azules parecían estar escudriñándola como si quisiera leer hasta el más profundo y oscuro de sus secretos, como si necesitase escuchar la respuesta de sus labios. Mierda, se veía muy real; pero Damon… ¿por qué le preguntaba eso? ¿Qué le estaba pasando?

La única respuesta aceptable es que estuviera haciendo todo este paripé para que ella le confesara… dijera en voz alta que…

Pero él no…

—Quiero a tu hermano— espetó con la voz más temblorosa de lo que le hubiera gustado.

Contra todo pronóstico y dejándola completamente descolocada, el color volvió al ya de por sí pálido rostro de Damon, quién mutó su expresión ceñuda a algo bastante parecido al… ¿alivio? ¿Qué? Espera, ¿desde cuándo a Damon le… aliviaba que ella dijera que… quería a su hermano? ¿Qué estaba pasando?

—¿Puedes soltarme? — masculló entre dientes, un poco picada. ¿Por qué? Aún no estaba muy segura.

Damon la miró como si hasta ese momento no se hubiera dado cuenta de su presencia y rápidamente le hizo caso. Trastabilló hacia atrás, cayendo de culo en el sofá, donde hasta hace un momento… estaba… sí, lo recordaba, estaba echando una cabezadita.

Mierda, había sido todo un sueño.

Un. Maldito. Y. Jodido. Sueño.

—Damon, ¿qué te pasa? ¿Estás bien? — inquirió preocupada Elena, observándolo desde la distancia.

—Si, sí— sacudió la cabeza Damon, sintiendo que podía volver a respirar con normalidad— Yo… solo… solo ha sido… una pesadilla.

Tener de enemigo sentimental a Stefan, al bueno, perfecto y santurrón Stefan, era malo. Sabía que, al final del día, acabaría perdiendo porque Elena jamás escogería a la oveja negra de familia -al sádico, egoísta y malhumorado ogro- por encima de su caballero de brillante armadura, de su príncipe azul y todas esas mierdas encarnadas en su impoluto hermanito. Por mucho que le jodiera, podría aceptarlo porque sabría que su hermano sería capaz de cuidarla y protegerla como ella lo merecía.

Sin embargo… tener que luchar contra Matt… era simplemente el suicidio. Porque eso significaba que Mathew Donovan era mejor que Damon Salvatore no solo en algo -que ya de por sí sonaba bastante surrealista-, sino que lo era en la batalla más importante de su vida.

«A quién verdaderamente amo es a Matt.»

Damon se estremeció de los pies a la cabeza.

Un motivo más por el que ir contra ese saco de venas y sangre que tenía capacidad de andar y respirar.

—Tenía pensado ir a Grill— le dijo Elena, echándole una mirada entre curiosa y preocupada por su último comportamiento— ¿Me llevas? Fuera está lloviendo.

—¿Al Grill? — se incorporó. ¿Justo ahora al Grill? — ¿Qué tienes que hacer allí?

—Devolverle unos apuntes de clase a Matt.

Damon estuvo a punto de gruñir, sintiendo su sangre calentarse de forma fulminante en sus venas.

—Claro, vamos— pasó por su lado rápidamente.

Necesitaba tener una conversación urgentemente con ese jodido Donovan. Con suerte, la sangre no llegaría al río.

Se quedaría por el camino