Buenos días gente.

Hace poco ha fallecido la actriz Helen McCrory, quien interpretó a Narcisa Malfoy en la saga de películas Harry Potter, entre otros papeles.

Así que rindo mi sencillo tributo por el personaje que interpretó.

OoO

Estaban solos en la Mansión. Lucius, Bellatrix y su cuñado habían salido a una misión para el Señor Oscuro y, cuando ellos acabasen, dudaba si volverían a casa o irían donde los Lestrange.

Si volvían.

Sacudió la cabeza. No podía permitirse esos pensamientos negativos estando en el estado en el que se encontraba.

Severus entraba, de vez en cuando, a preguntar si necesitaba algo. Ella negaba y le sonreía levemente dándole las gracias. Él se limitaba a dar un golpe seco con la cabeza y volvía a salir.

A pesar del cansancio, ella se sonreía de la actitud del hombre. Verle nervioso al cuidado de una mujer embarazada.

Suspiró al notar otra punzada de dolor en el abdomen. Si no tenía suficiente con la espalda —aunque la poción que Severus le había preparado mitigaba bastante los dolores— y los tobillos hinchados, llevaba un buen rato con punzadas.

Volvió a suspirar. Otra vez tenía que ir al servicio. Posiblemente, tendría que cambiar las sábanas de la cama. Se sentó en el borde y sintió algo extraño cuando se levantó.

Estaba húmeda. Notaba como un líquido bajaba por sus piernas que no era orina.

—Por Merlín —dijo ella, con una nota de histeria y un volumen más alto de lo normal.

—¿Qué sucede? —Severus entró como un rayo en el cuarto.

—Creo que he roto aguas —respondió Narcisa. El hombre arqueó una ceja—. Voy a tener el bebé —especificó la mujer.

—Gárgolas galopantes —susurró el hombre, acercándose a su lado para que se apoyase en él—. ¿Qué necesitas?

—De momento, acompáñame al baño.

Con un asentimiento, ambos echaron a andar. La mujer entró sola al servicio, hizo sus cosas y se limpió las piernas. Cuando tuvo otra punzada cayó en la cuenta. Eran contracciones. Al salir, de nuevo Severus la cogió con suavidad y firmeza por la cintura y fueron de nuevo al dormitorio.

Narcisa se tumbó mientras él esperaba órdenes. La mujer dudaba pero, al notar otra punzada, tomó una decisión.

—Tienes que avisar a mi hermana —le dijo al hombre.

—Bellatrix está en medio de una misión, no creo que… —explicaba el hombre, pero ella le cortó.

—No, a Bella no… —Ella evitó mirarle a la cara—. A Drómeda… Mi hermana Andrómeda.

Lo que le gustaba de Severus era que no hacía preguntas indiscretas y si se sorprendía de algo, era perfectamente capaz de no reflejarlo en el rostro.

—Necesito una dirección, dónde puedo encontrarla —comentó el hombre.

—Dile: «Rompo las cadenas». Ella entenderá el mensaje—explicó Narcisa, después de decirle la dirección. Vio cómo el hombre salió del cuarto. La mujer quiso saber cómo la avisaría. Una lechuza era demasiado lenta y presentarse por la Red Flu no lo veía factible, aunque él estuviese «teóricamente» trabajando para Dumbledore y estaban en el supuesto mismo bando... Y ella no quería usar a los elfos domésticos, podrían llegar a ser indiscretos…

Deseaba sinceramente que su hermana acudiese en su ayuda. Había mantenido en secreto que se habían estado carteando y que fuese ella quien la ayudase en el parto porque no se sentía cómoda con la idea de ir a San Mungo, a pesar de los generosos donativos. Se preguntó cómo sería su sobrina Nymphadora. Se emocionó ante la perspectiva de tener una niña, aunque no rechazaba tener un hijo varón.

Odiaba estar en un vaivén de emociones. Le gustaba tener el control de la situación. Era una Black y una Malfoy, al fin y al cabo.

Las contracciones parecían que iban aumentando de frecuencia. Afortunadamente el dolor era aguantable, pero se estaba empezando a enfadar, preguntándose dónde diablos se había metido Snape.

Como si la hubiese leído el pensamiento, el hombre entró al cuarto y dejó paso a Andrómeda Tonks.

Ambas mujeres se quedaron mirando en silencio. Narcisa se sintió indecisa. Boqueó un par de veces, pero no le salían las palabras. Sentimientos encontrados.

—Deberías acercarte para ver cómo se encuentra —comentó Severus de modo conciliador. La recién llegada le miró con el ceño fruncido, pero hizo lo que le dijeron.

Andrómeda se sentó al borde de la cama y estiró una mano, que rápidamente Narcisa cogió entre las suyas.

—Hola Cissy —dijo su hermana, y a Narcisa le dio un vuelco el corazón de alegría y comenzó a llorar—. Tranquila, todo va a salir bien.

—Me alegro de verte, Drómeda —respondió Narcisa—. Espero que… ¡aah!

Soltó las manos para acariciarse el vientre. Andrómeda se puso de pie y Severus se acercó algo más.

—¿Cada cuanto tienes las contracciones?

—No lo he calculado pero cada vez son más frecuentes…

Andrómeda la destapó de un tirón y levantó el camisón. A Narcisa le dio pudor e intentó taparse, y también notó cómo Snape se ponía colorado y se les daba la espalda con un giro brusco.

—Me has llamado para ayudarte, ¿no? —dijo Andrómeda con impaciencia. Por un momento le recordó a Bellatrix en el tono de voz—. Déjame ver.

Le quitó la ropa interior, le colocó las piernas abiertas y flexionadas y notó cómo la palpaba.

—¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó Snape, sin darse la vuelta. Ha Narcisa le hizo gracia las ganas de huir que tenía el hombre. Tal debía ser la vergüenza de debía estar pasando, que prefería irse y traerlo sin magia que convocarlo con unos simples pases de varita.

—Trae dos recipientes con agua caliente, toallas limpias, compresas, pañales, jabón, tijeras…—enumeró Tonks.

Snape dio el primer paso cuando Narcisa habló.

—Las tijeras están en mi tocador. —La mujer señaló el mueble—. En el primer cajón… son las de plata con el emblema de mi familia.

—Bien, voy primero por el resto de cosas —respondió Severus, saliendo del cuarto casi a la carrera.

—Esto va bien —dijo Andrómeda, levantándose de su posición, acercándose al cabecero de la cama y poniéndola cojines a la espalda para incorporarla un poco—. Más avanzado de lo que creía. —Le acarició el pelo—. ¿Emocionada?

—Sí… —respondió Narcisa, contrayendo el rostro ante una contracción—. Más bien muerta de miedo —reconoció la mujer.

Andrómeda soltó una carcajada, le volvió a acariciar el pelo y acabó agachándose para darse un abrazo mutuo.

—Drómeda, siento que…

—Shhh. Cissy, ahora no es el momento. —le cortó su hermana—. Y no creo que lo sea nunca. Me dolió y no olvido lo que pasó. Pero no quita para que seas mi hermanita pequeña y venga a ayudarte.

—Como cuando éramos niñas…

—Claro… Veo que tú has heredado las tijeras de la familia Black…

—Sí… Mamá me las dio, al poco de…

—De jurar que yo ya no era parte de la familia. Supongo que pensó que tú tendrías descendencia antes que Bellatrix…

—Tengo curiosidad… —Narcisa miró fijamente a Drómeda, deseosa de cambiar de tema—. ¿Cómo te ha avisado Snape? Has llegado más pronto de lo que me imaginaba.

—Pues… no lo sé. —Andrómeda volvió a la posición de partera, para ver el avance—. Recuerdo algo luminoso, oír la contraseña acordada con la voz de Snape —Andrómeda puso cara como de haber chupado un limón al decir el apellido del hombre— y aparecerme a las puertas de la mansión.

Cuando Narcisa iba a preguntar por la luz soltó un grito. Se estaba pasando el efecto de la poción y las contracciones se notaban más.

La puerta se abrió y entró Snape, varita en mano. Flotando detrás de él estaba los dos recipientes grandes humeantes, las toallas y demás enseres. Movió mediante magia la mesita de noche del lado de Narcisa, la agrandó y los objetos se posaron sobre ella. Se acercó al tocador y cogió las tijeras, que posó al lado del resto de objetos, sacando de un bolsillo interno de su túnica unos frascos con pociones.

—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Drómeda—. Acerca también el moisés —indicó bruscamente, sin dejarle responder, el hombre enarcó la ceja—. Esa cuna pequeña de ahí— dijo con desprecio la mujer.

—No hace falta usar ese tono, Andrómeda —comentó Severus, mientras agitaba la varita y el moisés se acercaba a la cama de matrimonio.

—Limítate a seguir mis órdenes —respondió la aludida—. Y para ti, Snape, son la señora de Tonks y a mucha honra.

El hombre iba a replicar, pero Narcisa, con un chillido de dolor les cortó.

—¡Nada de discusiones! —gritó enfadada— ¡Por si no os habéis dado cuenta, estamos en un pa…AAAH!

Otra contracción. ¿Habría pasado ese mismo dolor su hermana? Por un momento, Narcisa se sintió estúpida por pensar en purezas de sangre y orígenes. Todos venían al mundo de la misma manera: desnudos, inocentes y entre los gritos de dolor de la futura madre.

¿No había preferido a Andrómeda antes que a Bellatrix para que la ayudase en tal crucial momento?

Volvió a gritar.

—Ponte en la cabecera —ordenó Andrómeda a Severus. Este se colocó en el sitio y le dio las manos a Narcisa, que las cogió y apretó con todas sus fuerzas—. Vale, ahora concéntrate en empujar.

—Inspira, expira, Narcisa —le susurró con suavidad Severus, haciendo él también los gestos de manera exagerada. Ella se concentró y le imitó—. Eso es, inspira, expira…

—Me duele…

—He traído algo para el mitigarlo… —comentó Severus a Andrómeda, que negó con la cabeza.

—Tendrás que soportarlo, Cissy. Cuando notes una contracción, empuja.

Así lo hizo. Respiraba bajo la supervisión de Snape y empujaba, gritando o apretando los dientes.

—¡Vas muy bien, Cissy! —gritó Andrómeda— ¡Ya asoma la cabeza! ¡Un poco más!

Entre gritos y empujones llegó un repentino alivio. Narcisa vio como Andrómeda levantaba un pequeño bultito empapado de sangre y que aún estaba unida a ella por el cordón umbilical antes de hundirse en los cojines, cerrando los ojos.

—Coge las tijeras y ven—ordenó con suavidad Drómeda. Snape se separó del cabecero de la cama para hacer lo que le mandaba—. Corta a unos cinco centímetros… Muy bien… Lávalo con cuidado, ponle un pañal y envuélvelo en una toalla…

El bebé comenzó a llorar con fuerza. Narcisa, haciendo un esfuerzo y entreabriendo los ojos, vio cómo Severus, más pálido de lo normal, sostenía y estudiaba el bulto que tenía entre las manos como si fuese un objeto desconocido y tremendamente fascinante.

—Felicidades, Narcisa —susurró él, cuando pudo reaccionar, metiendo al bebé en una de las palanganas y empezando a bañarlo con delicadeza— Es un niño.

Narcisa rompió a llorar de alegría.

—Cissy, aún no he terminado contigo, sigue mis instrucciones —comentó con dulzura Andrómeda, que sacaba su varita.

Pasó un rato confuso, entre hechizos y que la lavasen. Estaba cansada, feliz y preocupada por el bebé, el niño, su hijo, que aún lloraba.

Severus mecía lentamente al bebé entre sus brazos, aún pálido. Ella creía que se le había comido la lengua un Kneazle.

—Ya está, Cissy —comentó Andrómeda con una sonrisa, al hacer desaparecer las manchas de sangre de las sábanas—. Sangrarás por un tiempo, es normal. Evita movimientos bruscos y que te sigan tratando como la princesita que eres —añadió con cierta burla.

A pesar de las circunstancias, a Narcisa se le escapó una sonrisa.

—Una de las pociones es para regenerar sangre… Es el frasco redondo mediano —comentó Severus.

—Vaya, algo que sabes hacer, no como calmar al niño —susurró Andrómeda—. Tómatela, te vendrá bien.

—¿Por qué sigue llorando? —preguntó Narcisa visiblemente preocupada, tras beber la poción.

—¡Ah, claro! —Andrómeda se apartó y se dirigió a Snape—. No te quedes ahí petrificado como si hubieses visto un basilisco y dale el niño a su madre.

Snape frunció un poco los labios y sus cejas se juntaron, pero hizo caso y entregó con cuidado el bebé a Narcisa.

Cuando le sostuvo entre sus brazos, la mujer comenzó a llorar otra vez. Era un pequeño milagro, sonrosado y un poquito arrugado. Tenía un mechón rubio de pelo aplastado en la cabeza. Dejó de llorar y abrió los ojos. Eran azules claros.

Se miraron y a ella le invadió un amor incondicional por aquella pequeña criatura. Su hijo. Deseaba que Lucius llegase. Poder ser los tres una familia.

La magia se cortó cuando el pequeño volvió a llorar. Narcisa miró con urgencia a Andrómeda.

—Tiene hambre, Cissy —indicó con cariño Drómeda, cogiendo brevemente al niño, acariciarle la nariz con su propia nariz y susurrar «qué cosa más bonita».

Snape dio de nuevo la espalda, y Narcisa se bajó el tirante del camisón, dejando un pecho al descubierto. Andrómeda le devolvió el bebé y la indicó cómo debía colocarse para darle de amamantar correctamente.

El bebé succionaba con fuerza. A Narcisa se le volvieron a saltar las lágrimas.

—¿Cómo se va a llamar? —preguntó Andrómeda, tras un rato de feliz silencio.

—Draco —susurró Narcisa.

—¡Ah!, ¿vas a seguir la tradición Black de los nombres del firmamento? Madre estaría orgullosa… ¿Alguna razón para ese nombre?

—Bueno… En parte es culpa tuya, Severus —comentó Narcisa.

El hombre se giró con gesto extrado, pero cuando la vio dándole el pecho al pequeño Draco, volvió a girarse antes de hablar.

—¿Mía?

—¿Te acuerdas que tuve un antojo durante el embarazo?

—Sí, de manzanas. —Unos segundos después, al hombre se le escapó una risita—. Comprendo.

—¿Me lo puedes explicar, por favor? —comentó Andrómeda, curiosa.

—Ya ves, un antojo tan sencillo como unas manzanas —comenzó Narcisa—. Lucius trajo de color rojo y Bella trajo de color verde. Ambos insistían que las suyas eran las mejores, y Severus dijo «Parecen las manzanas de la discordia»

—¿Manzanas de la discordia? —preguntó Andrómeda— ¿Qué son? ¿Qué tiene eso que ver con «Draco»?

—Según un mito griego, las manzanas de la discordia eran unos frutos dorados que, como su nombre indica, trajeron la discordia. También hay otro mito que dice que las manzanas de oro eran propiedad de Hera y, para cuidar que nadie se las comiese, puso un fiero guardián para cuidarlas… —Andrómeda la miró desconcertada—. Un dragón de cien cabezas.

—Aaah…

—El dragón murió en su propósito de la mano de Heracles, y Hera, conmovida por el animal, lo subió al cielo. Lo que ahora es la constelación de Draco —concluyó Narcisa.

—Qué bonito, Cissy…. Ojalá tu pequeño dragón te proteja fieramente… —deseó Andrómeda, y Narcisa supo que lo decía de corazón. Su hermana se levantó, la dio un beso en la cabeza, acarició al bebé, que se había quedado dormido en los brazos de su madre y se separó—. Creo que debería irme ya…

De repente, el ambiente del cuarto se puso tenso. Severus reacción al momento, sacando su varita. Andrómeda miró la mano del hombre y suspiró.

—No voy a recordar nada de esto, ¿verdad? —preguntó Andrómeda con pesar.

—Me temo que no —dijo Narcisa con un hilo de voz, mirándola fija a los ojos—. Pero yo jamás lo olvidaré.

Hubo unos segundos de tenso silencio.

—Adiós, Cissy.

—Adiós, Drómeda.

Su hermana salió del cuarto, seguida de cerca por Severus.

A solas con su preciosa criatura, le acarició con mimo la cabecita, le besó la frente y tarareó una nana. No supo cuánto tiempo había pasado, contemplando al recién nacido embelesada, cuando Lucius entró como una exhalación en el cuarto y se quedó paralizado en cuanto los vio.

—¿Es un…? —susurró su esposo.

—Un niño —terminó Narcisa, levantando la vista y encontrarse con un rostro masculino emocionado—. Nuestro hijo Draco.

Lucius se terminó de acercar a la cama y se sentó de tal forma que pudiese abrazarla por detrás. Miró al niño con orgullo.

—Te quiero, Narcisa.

—Te quiero, querido.

OoO

He escrito el nombre de Narcisa con una sola "S" porque así se publicaron en los libros en España.

Me tomé la libertad de "inventarme" el por qué Draco se llama así. Vamos, que a lo mejor es por ese motivo y he acertado de chiripa.

Seguramente lo sepáis. A McCrory le ofrecieron primero el papel de Bellatrix, pero acabó rechazándolo por estar embarazada. Por eso la historia está centrada en el momento en que se convierte en "madre".

No sé, me parecía un bonito motivo.

Espero os haya gustado.

Un saludo.

Robin Fleur.