Uncharted 1

-Siento que no hayas conseguido tu historia -la voz de Nathan le llegó lejos a pesar de que lo tenía justo al lado.

El barco se mecía ligeramente mientras atravesaban el agua y ese gesto natural la había estado adormeciendo. Haber corrido, escalado, disparado y todas las demás cosas que habían pasado en esos últimos días le había pasado factura. Le dolían todos los músculos, su cuerpo entero le estaba pidiendo un descanso.

Nathan y Sully no parecían tener mejor aspecto, pero reinaba cierta calma, cierto sentimiento de haber encajado en algúna especie de puzle.

-No pasa nada, habrá otras historias -meneó la cabeza rubia llena de polvo y suciedad; sonrió de forma enigmática- tu me debes una.

Sus brazos se habían estado rozando todo el tiempo de norma natural, como si debiera ser así. Nate movió su cuerpo de forma casual, como si no le costara esfuerzo y le rodeó los hombros.

Tenía una gran sonrisa en el rostro cuando habló.

-Cuando quieras.

Su encanto era embriagador, no podía negar que su personalidad infantil la había pasmado al principio, después había entendido que soltar bromas en medio de un tiroteo era su forma de no sucumbir a la paralisis o al miedo. Parecía mentira, pero ayudaba.

Elena levantó un momento la mirada para verle, parecía contento, satisfecho, sus ojos azules estaban enrojecidos por la falta de descanso, se fijó en que tenía varias heridas medio sangrantes en la cara y se sorprendió de su facilidad para recibir golpes.

No estaba muy segura de que estaba haciendo, pero la mujer lo cogió del brazo con cuidado y tiró de el.

-Vamos a curarte esos arañazos -anunció.

Nathan se dejó llevar abediente al camarote bajo la cubierta donde había una cocina y un sofá alrededor de una mesa. Todo anclado al suelo para que la marea no lo moviera.

Se sentó frente a la mesa y se quitó la cartuchera de sus pistolas. Las dejó encima de la superficie y al estirarse notó un pinchazo de dolor en las costillas. Después de tanto seguro que tendría algo roto.

Elena había vuelto con el y llevaba una caja metálica en las manos. Su presencia había pasado de molestarle a gustarle, se sentía tranquilo con ella, como si pueda enfrentarse a cualquier cosa mientras la tuviera al lado. Bueno, eso casi había sido demostrado.

Veía sus movimientos gráciles, como si ya nada la preocupara y recordó su expresión en el momento en que Roman y el bastardo de Navarro se la habían llevado. Parecía más enfadada consigo misma que con el por haberse dejado atrapar. En ese momento supo que estaba en problemas, no había ido a por ella porque era lo correcto o porque tenía que detenerlos. Había ido a por ella porque se había dado cuenta de que no quería perderla.

Nathan tenía su código moral y sus principios, algo dentro de el le decía que colarse así por una mujer a la que apenas conocía no tenía sentido pero la inmensa mayoría de el solo le decía que disfrutara, que una mujer preciosa como aquella se aburriría de el en seguida.

La rubia se sentó a su lado, el asiento era pequeño y estaba encajonado al lado de un viejo armario. Todo olía a poca ventilación y a sal, aunque ahora que lo pensaba seguramente el olería peor.

Elena preparó varias gasas y algodones llenos de mejunje con una rapidez pasmosa.

-Tengo dos hermanos mayores -sonrió explicándose cuando el hombre la miró interrogante.

Sus dedos fueron delicadamente por cada una de sus heridas con afanosa dedicación, en ese tiempo Nate pudo observar su rostro sin sentirse culpable. Ella tenía ojos grandes, de un castaño dorado que con la poca luz de ese cuarto parecían muy oscuros, era muy guapa a pesar de las manchas y la mugre, entonces se detuvo en sus labios. Carnosos y delicados. Tenía una pequeña herida con apenas una gotita de sangre en el labio inferior, seguramente de morderselo en situaciones extremas. Se imaginó besando esos labios, quería borrar esa herida de su piel.

Al mirarla a los ojos se dio cuenta de que sus movimientos se habían detenido, Elena parecía tan absorta como el.

Con eterna lentitud llevó una mano a su mejilla y fue acercándose.

Llevaba bastante tiempo imaginando como sería, habían sido interrumpidos alguna que otra vez.

Cuando la besó lo entendió todo. Lo bueno se hace esperar.

La mujer soltó el aire en un suspiro, como si por fin hubiera conseguido algo que llevaba tiempo buscando, sabía bien. A tranquilidad, a comprensión. Joder, sabía a para siempre.

Cuando subió las manos a su cuello y se pegó más a él supo que se enfrentaría al mundo entero, a todos los piratas o psicópatas, porque lo bueno si es de verdad bueno, se hace esperar.