Disclaimer: Fairy Tail es propiedad de Hiro Mashima.

Para la única persona por la que escriba Jerza, la única Sabastu. Ni Sabatsu ni Sabsatu, Sabs te amo y este fic es para ti. Ta feo pero fue con amor así que espero que disfrutes las 300 palabras.


Hoy sería el día, pensó Erza mientras se miraba al espejo. Hoy sería el día en el que por fin se confesaría y enfrentaría aquellos sentimientos que había mantenido en su interior por años. Los sentimientos que tenía por su amigo desde que iban juntos a la escuela. Sería un día perfecto y estaba totalmente lista para por fin hablar con Jellal y quizás incluso besarlo, si todo iba bien.

Para eso, se había trazado un plan, con algo de ayuda de parte de sus amigas. Específicamente de parte de Juvia, quien había sugerido la idea que Erza finalmente eligió. Era bastante simple, pero algo simple solía ser la mejor respuesta o al menos eso había escuchado. El primer paso estaba hecho, ya que lo había invitado a su casa por la tarde con la excusa perfecta: ayudarla a hornear galletas. POr suerte, Jellal no había preguntado para que necesitaba ella su ayuda cuando era perfectamente capaz de hacerlas por si misma. Erza no había preparado una respuesta en ese momento, y tampoco la tenía ahora a decir verdad.

De cualquier forma, él había aceptado y llegaría en tan sólo unos minutos, de acuerdo al plan. Erza se aseguró de cepillar su cabello hasta que brillara, cayendo por su espalda como una cortina de fuego. Todo sería perfecto y ella estaba totalmente lista para enfrentarlo. Hasta que sonó el timbre.

Erza corrió escaleras abajo, saltándose los escalones de dos en dos, y tomándose un momento para calmar su respiración antes de abrir la puerta con una sonrisa. Y bueno, ahora no estaba lista para nada y no sabía por qué pensó que sería una buena idea. Jellal le sonrió cuando abrió la puerta y se quitó los auriculares que traía en la cabeza. Ambos se quedaron parados bajo el dintel de la puerta por algunos minutos, hasta que Jellal preguntó.

– ¿Deberíamos entrar?

Erza se sonrojó de inmediato y asintió antes de moverse para dejarlo entrar, cerrando la puerta tras sus pasos. De inmediato se dirigió a la cocina, abanicándose con la mano en lo que esperaba fuera un movimiento discreto. Ya en el lugar, comenzó por reunir los primeros ingredientes que necesitarían.

– ¿Necesitas ayuda? – dijo él a su espalda, sobresaltándola.

– Uhm, si, bueno, si, ¿puedes mezclar esto? – Erza no puedo evitar tartamudear un poco, aunque se las arregló para entregarle el azúcar y la mantequilla, además de un bol para mezclar todo.

– Entonces – continuó Jelal, mientras comenzaba su trabajo – ¿Que vamos hacer?

Erza casi pudo sentir su cerebro desconectarse por un segundo antes de darse cuenta que él probablemente hablaba de las galletas, ya que no podía saber del plan ya abandonado.

– Galletas de chocolate. – Le contestó una vez se recuperó – Pensé que serían fáciles de hacer, además de deliciosas.

– Hm.

Sin decir nada más, Jellal se dio la vuelta y continuó con la mezcla. Mientras tanto, Erza intentó calmar su corazón y concentrarse en la tarea. Dicha tarea venía a ser dedicarse a las galletas ya que aparentemente no iba a ser capaz de nada más. Bueno, al menos no sería una pérdida de tiempo, podían pasar la tarde juntos lo que nunca estaba mal y además habrían galletas. Perfecto. No era su plan original pero aún así era un buen plan, ¿verdad?

Por fortuna, el proceso no requería demasiado tiempo y Erza lo había memorizado hace ya bastante tiempo. Además, Jellal parecía cómodo mezclando cualquier cosa que ella le entregara, mientras tarareaba algo en voz baja. Erza recitó la receta paso por paso mientras los seguían, lo que hizo reír a Jellal.

– ¿Sabes mucho de galletas, cierto?

– Oh, ¡si! Nunca sabes cuando necesitarás hacer galletas de emergencia. Una debe estar preparada para las más urgente circunstancias.

– ¿Con galletas?

– ¡Por supuesto! Fácil, rápido y delicioso, la mejor comida de emergencia.

– Ya veo. ¿Y que otras galletas sabes hacer?

Jellal sonrió mientras decía aquello, y Erza no pudo evitar devolverle la sonrisa antes de lanzarse en una detallada explicación de cada una de las recetas de galletas que conocía. El tiempo pasó de prisa y pronto la masa estuvo lista, suficiente como para hacer unas cien galletas más o menos.

El horno ya había sido precalentado, así que puso la primera tanda y programó una alarma en su teléfono. Mientras, Jellal había encendido los parlantes de la cocina y puesto algo de su propia música en volumen bajo. Aún tenía una sonrisa amable en su rostro cuando se dio la vuelta a mirarla, pero de pronto tomó un aire pícaro.

– ¿Qué pasa? – preguntó ella, aún de buen humor aunque algo confundida.

– Tienes algo…

– ¿¡Donde!? – Intentó frotarse la cara con la mano pero él la detuvo antes de que pudiera.

– Cuidado, tus manos sólo lo empeorarán. – Algo brilló en sus ojos por un momento y fue entonces cuando Erza notó lo cerca que estaban – Déjame hacerlo.

Y con sólo esa advertencia, le besó la nariz y, Erza asumía, le quitó algo de masa o harina. No era como si aquella fuera su principal preocupación porque, ¿qué? ¿Que acababa de pasar? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Jellal la había besado? Bueno, seguramente podía adivinar por qué pero… pero ¿por qué ahora? ¿Por qué en medio del horneo de galletas?

Una incierta cantidad de tiempo más tarde, él se separó. Erza no fue capaz de decir nada, aún intentando procesar lo que acababa de pasar y al parecer eso le puso nervioso, pues retrocedió un paso, separándolos.

– Lo siento, yo-

Erza lo interrumpió poniendo su mano sobre su boca. Su mano, que todavía tenía restos de masa. Restos que ahora estaban en su boca. Sus ojos se encontraron en silencio y Jellal alzó una ceja. ¿En serio? ¿Era aquello un desafío? Bueno. Sea pues. No era como si las cosas no fueran incómodas ya.

Erza se acercó y lo besó, asegurándose de limpiar la masa pero sin detenerse allí. Y bueno, no era como que Jellal se hubiera quejado. En vez de eso, puso sus manos en su cintura y la acercó aún más. Se separaron un momento para respirar antes de besarse otra vez, y otra vez, y otra vez, hasta que la alarma sonó advirtiendo que el tiempo de cocción había pasado.

– ¡Las galletas! – Erza gritó, girándose para revisar el horno

– No te preocupes – dijo Jellal a su espalda – No iré a ningún lado.

Y no, no iría a ningún lado si dependía de ella.