Los personajes de Ranma ½ no me pertenecen. Este fic está creado por diversión y sin ánimo de lucro.
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Hambriento lobo, dulce cordero
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El invierno parecía haberse aferrado al hormigón de la calle con uñas de titanio.
Las mañanas eran frías y grises, con la escarcha cubriendo el pavimento y el mobiliario urbano. Las noches oscuras y silenciosas, como si el helado hálito hubiera acallado hasta el más leve susurro. El calor huía a esconderse en el interior de las casas, o como esa noche, junto a la cálida y humeante plancha de un restaurante local.
Konatsu suspiró mientras despedía a los últimos clientes del turno, era casi la una de la madrugada cuando al fin consiguió que los ebrios hombres abandonaran el local entre risas y confidencias. Salió junto a ellos a la calle y, con toda la educación que había recibido a lo largo de los años, como toda una dama japonesa de impecables maneras, se inclinó varias veces de forma recatada y suave, viéndolos marchar. Descruzó las manos y poniéndose de puntillas sobre sus desgastadas sandalias de madera tomó la cortina que coronaba la entrada. Era el momento de recoger y descansar.
La señora Ukyo se había ido de viaje, de regreso a su pueblo natal para visitar a su viejo padre. Konatsu quiso acompañarla, pero su jefa insistió en que un día con el negocio cerrado era dinero perdido. Y el dinero era importante, Konatsu lo sabía bien, aunque lo cierto era que a él bien le valía con un techo y tres comidas al día. No pedía más a la vida. Era muy afortunado.
Entró de regreso al local y se aseguró de tener bien remangado el kimono antes de agarrar todo su arsenal de limpieza, tan importante era una deliciosa comida como una cocina bien limpia.
Comenzó con la barra, con empeño, mientras el esfuerzo de un día de duro trabajo le pasaba factura, apenas había comido algo entre servicio y servicio. Se sentía débil y agotado. El cabello recogido en una alta cola de caballo había comenzado a escapar en traviesos mechones que caían sobre su rostro, y su carmín había comenzado a palidecer después de tantas horas sin retocarlo. Se moría por un baño.
Entonces la puerta del restaurante se abrió de golpe, Konatsu levantó la vista de su tarea para ver una imponente figura recortada contra la oscuridad de la calle, el frío helado invadió la estancia haciendo que el ninja tiritara.
—Está cerrado —dijo con voz amable bajo la cual traslucía su cansancio, pero el hombre de la puerta no se movió, sus ojos amenazantes y duros recorrieron la estancia y le observaron impasibles.
—Necesito comer, tengo dinero —declaró con voz seca, casi desesperada. El ninja le observó serio, en guardia, reconociendo en aquel hombre un sentimiento que arrastraba cierta nostalgia. Sus ojos se cruzaron y Konatsu no pudo más que rendirse a la misericordia, en pleno invierno y pidiendo un poco de comida… él también vivió así antes de encontrar a la señora Ukyo, él también debió verse de aquella manera: Fuerte y aún así débil en su tenaz empeño por parecer mucho mejor de lo que era en realidad.
—Está bien, pero cierre la puerta, por favor —concluyó el ninja dejando el trapo de limpiar y muy a su pesar regresando tras la barra.
El hombre suspiró mientras cerraba a su espalda, aliviado. Dejó caer un pesado macuto de viaje y se sentó en uno de los taburetes altos del restaurante.
—¿Qué quiere tomar, señor cliente? —pregunto servicial en muy bien educado cocinero.
—Lo que sea estará bien —contestó fatigado el viajero.
—¿No tiene preferencias? —insistió el ninja comenzando a hacer la mezcla de la masa.
—La comida es comida, no soy quisquilloso.
Konatsu alzó una ceja y esbozó una diminuta sonrisa, eso mismo pensaba él. Encendió la plancha y vertió sobre ella una buena cantidad de masa de okonomiyaki (la señora Ukyo había insistido mucho en que no racaneara con eso), añadió un huevo y varias tiras de cerdo. Sazonó con sal y pimienta y, tras unos minutos de exquisito olor, le dio la vuelta con una técnica impecable.
El recién llegado le observaba con ojos fijos y curioso, Konatsu sabía bien de las miradas que solían dedicarle los hombres, pues era obvio que sus ojos veían en él lo que les brindaba: Una mujer de cuerpo firme y delgado, con modales exquisitos y rostro de muñeca. No era raro recibir una o dos proposiciones por turno, aunque la señora Ukyo solía mostrarse firme con los babosos y los expulsaba sin paños calientes. Pero ahora ella no estaba, y aquel hombre le miraba con tanta o más hambre que a su cena.
Konatsu sacó el manjar de la plancha y lo depositó en un plato, lo aderezó con una gran cantidad de salsa dulce y espesa, mayonesa y copos de katsuobushi. El okonomiyaki estaba listo, y el cocinero se lo tendió a su cliente con un gesto satisfecho.
—¿Desea algo para beber?
—Agua —contestó agarrando un par de palillos y al fin quitándole los ojos de encima para atender a su comida.
Konatsu asintió y no tardó más de unos segundos en regresar con un vaso de agua que depositó con cuidado junto a la comida del hombre.
—Que le aproveche —dijo educadamente, haciendo una ligera inclinación con el tronco de quince grados. Pero cuando estaba a punto de retirarse para continuar limpiando, un alto y sonoro gruñido emergió desde sus tripas, delator.
No pudo hacer más que enrojecer mientras su cliente le observaba socarrón.
—¿No has comido? —preguntó dedicándole toda su atención, y el ninja avergonzado fijó la vista en el suelo mientras retorcía las manos.
—No he tenido tiempo —se excusó, y el cliente torció el gesto sin perder el buen humor.
—Entonces come, yo invito.
—¿Que… que me invita? —repitió Konatsu sin entender la propuesta, el hombre asintió seguro.
—Tú cocinas y yo pago tu comida.
—Señor cliente, eso es un poco… inadecuado —dijo ladeando el rostro, aquel hombre resultaba de lo más peculiar.
—Si no has hecho más que trabajar en todo el día vas a desmayarte de hambre, come —terminó autoritario, y de alguna forma aquellos toscos modales, brutos y de ninguna manera pulidos se le antojaron tiernos.
Konatsu regresó a la plancha y, mientras su cliente se comía gustoso la cena, se preparó para él mismo un okonomiyaki con los ingredientes que más le apetecían. Hoy él invitaba.
Cuando al fin terminó de preparar su ración se encontraba de un excelente buen humor. Había tenido la osadía de añadir delicias que de ninguna manera se hubiese atrevido siquiera a acercar a sus labios, como auténticas gambas e incluso un poco de ternera.
El servil ninja se sentó en la barra tras apagar la plancha con su plato perfecto, pero antes de degustarlo dirigió una mirada agradecida a su cliente, entre ellos dos tan sólo se encontraba un asiento de distancia.
El cliente le sonrió cómplice y él no pudo más que alegrarse de haberle dejado entrar a cenar en aquella fría noche invernal. Konatsu degustó encantado los primeros bocados de su cena y antes de darse cuenta ya había terminado, se encontraba realmente famélico.
Limpió sus labios con delicadeza, dándose pequeños golpecitos con la servilleta y no pudo evitar enrojecer al percatarse de que su comportamiento podría no haberse ajustado a la buena educación que le habían enseñado sus hermanas.
—Sí que tenías hambre —comentó de pasada el hombre, al cual aún le quedaba la mitad de su cena, Konatsu sonrió avergonzado.
—Ah, sí… deje que se lo agradezca, señor cliente —dijo dando un salto de su sitio y perdiéndose por la puerta del fondo, hacia el almacén de ingredientes.
Después de un minuto regresó con una gran botella entre las manos. Se trataba de licor de flor de cerezo casero, una receta familiar de la que se sentía personalmente orgulloso, no en vano sus hermanas se las solían beber casi de una sentada.
Sacó un vaso pequeño y le sirvió una generosa cantidad de licor, el hombre lo observó curioso, aceptó la bebida y se la llevó a los labios, le sorprendió que a pesar de ser tan fuerte tuviera un gusto dulce y fresco.
—Me gusta, pero beber solo es un poco triste —dijo mirando de reojo a lo que él entendía era una preciosa camarera—, ¿no me acompañas?
Konatsu le mantuvo la mirada, como si aquella amabilidad no parara de golpearle hasta dejarle atónito. No era tan ingenuo como para no saber que bien podía nacer del interés, pero tampoco era tan estúpido para rechazarla.
A lo largo de su vida las personas que habían sido amables con él podían contarse con los dedos de una mano. La primera de ellas había sido la señora Ukyo, quien sin pensarlo demasiado le "adoptó" y le proporcionó un nuevo hogar y un trabajo.
Adoraba a la señora Ukyo, hasta el punto de la absoluta devoción, bien podía decirse que la amaba con su alma, con todo su ser. Era un estómago agradecido, un corazón repleto, pero aquello no quitaba que también se sintiera abrumado por los ojos salvajes de aquel desconocido. Cogió un vaso limpio y se sirvió un trago, degustó con deleite el licor que tanto trabajo le costaba elaborar y que nunca se reservaba para él.
Estaba resultando ser un día increíblemente bueno. Sonrió maravillado y el cliente le tendió de nuevo su vaso vacío, de buen humor, Konatsu se lo volvió a llenar e hizo otro tanto con el suyo propio.
—¿Y usted, señor cliente, a qué se dedica? —preguntó dejándose llevar por el valor que le proporcionaba el alcohol, calentándole la lengua.
El hombre se llevó el vaso a los labios y le dio un trago ligero.
—Yo… creo que soy algo así como un artista marcial desempleado —confesó a su pesar.
—Oh, supongo que es complicado encontrar trabajo de "artista marcial" —asintió el ninja comprensivo.
—Lo es si no tienes un dojô —dijo el guerrero con la vista nublada.
—¿Perdió su dojô, señor cliente? —volvió a incidir el camarero.
—Lo destruí probando una absurda técnica… es una historia un poco rara. Problemas familiares.
—De eso entiendo mucho —asintió Konatsu con una sonrisa.
—¿Ah, sí?
Y la charla continuó y continuó hasta que la botella de licor menguó por completo y los ánimos de ambos se fueron caldeando más y más. Llegó un momento en el que Konatsu se encontraba tan desinhibido que apenas y mantenía la postura, medio tirado sobre la barra y con una sonrisa en los labios.
—Entonces señor cliente, cuénteme otra vez lo de ese engaño —dijo intentando enfocarse en la conversación.
—Ya te he dicho que me llames Ryu, y no fue un engaño, es que esa señora se pensó que yo era su hijo, ¡pero no fue culpa mía!
—Eso está muy feo —le acusó con un dedo—, ¡nunca se debe jugar con el corazón de una madre!
—Ya lo sé, lo sé…
—¡Oh, no! —Saltó de pronto Konatsu de su asiento, como si repentinamente su sentido de la responsabilidad hubiese acudido para imbuirle algo de cordura—. Mire la hora que es, y yo aún sin recoger la cocina ni lavar los platos.
—¿Es tarde?
—¡Son las cuatro de la mañana!
—¿De veras? —preguntó Ryu rascándose la cabeza, vio como Konatsu se apresuraba a recoger platos y vasos, y aquellos gestos apresurados y torpes terminaron por despertar en él el valor que había estado buscando toda la noche —. Deja que te ayude.
—No puedo consentir eso, señor cliente.
—Ryu— le corrigió molesto.
—Señor Ryu, haga el favor de… —y no acabó la frase cuando el guerrero comenzó a recoger los platos y los palillos, los montó en una pila y con ágiles gestos agarró los vasos y la botella con su mano izquierda. Los depositó en el fregadero tras la barra, tomándose la libertad de entrar hasta la cocina y se dispuso a lavarlos.
—Tú puedes ir secando.
—Pero señor Ryu, no puedo consentir que usted se haga cargo.
—Al fin y al cabo es culpa mía por entretenerte, estarás cansada.
Konatsu frunció el ceño al oírle referirse a él como "cansada". No es como si le hubiera dado ninguna pista clara sobre su auténtico género, pero aquella suposición le molestó más allá de cualquier lógica.
Solo por aquello le dio la espalda y comenzó a frotar la plancha de forma airada. El licor calentaba su sangre y su boca, así como sus atribulados pensamientos. Todos suponían que era una mujer, ¿por qué de todas las personas que lo hacían a diario iba a ofenderse precisamente con él?
Cerró los ojos un instante, tomó aire dispuesto a pedirle al cliente que pagara la cuenta y se marchara de una vez, pero antes de poder darse la vuelta en la barra sintió el duro cuerpo del guerrero pegado a su espalda. Jadeó incrédulo cuando sintió sus labios posarse suaves en su cuello y comenzar a moverse anhelantes reclamando por su blanca piel.
—Señor Ryu... —murmuró sonrojado, recibiendo el primer contacto carnal de su vida. Mareado y absolutamente entregado a aquella caricia, a sus manos amables, giró el rostro y el guerrero no dudó en apresar su boca en un beso húmedo y condenado, lleno de deseo imparable.
Konatsu no conocía lo que era un beso, no sabía cómo debía mover los labios o posar las manos. Era un imberbe muchacho intentando vivir de forma honrada, siempre dejándose mecer por el destino, por la amabilidad que tan pocas veces le prestaban los desconocidos.
Y aunque su corazón pertenecía por completo a su señora, allí, en aquel instante de arrolladora pasión sentía su cuerpo prendido por las fuertes manos de Ryu. Suspiró dejándose hacer, sintiendo cómo el hombre le subyugaba con su lengua y sus gestos, adentrando las manos en su kimono, aflojando el cierre en busca sin duda de mucha más carne suave.
El ninja no quiso quedarse atrás, nunca había pensado en tener una relación, y en su cabeza su predilección por "cuerpo de hombre" o "cuerpo de mujer" tampoco estaban claras, era vergonzoso pensar que quizás siquiera se lo había planteado seriamente, demasiado confuso consigo mismo.
Pero ese hombre le atraía, y lo hacía de forma magnética, cortándole la respiración, ralentizando su pensamiento. Le echó las manos al cuello, aceptando el contacto, firmando el pacto de silencio y urgencia. Rápidos, sus dedos se perdieron en los pliegues del kimono y Konatsu suspiró al sentirle tomar su cintura. Antes de que pudiera darse cuenta Ryu ya le había arrinconado y de un veloz embate le había alzado contra la barra cercana, abriendo sus piernas en busca sin duda de un placer prohibido.
Y en aquel instante detuvo sus actos, el hombre paró sus caricias y sus besos, apenas se separó de sus labios, con escasos restos de carmín y le observó lleno de muda confusión. Invadido por la vergüenza Konatsu se tapó el rostro sabiendo que no había podido disimular su propio deseo, y sin duda el señor Ryu se había detenido al sentir contra él su propia e incontestable erección.
—Eres… —comenzó tragando saliva, sin soltarle un ápice, con sus manos prendidas en su pelvis, apretándolo contra sí.
—¿Es… un problema? —contestó el ninja sintiendo la vergüenza invadir su rostro, como un febril creyente deseando degustar aún más profundo la luz que se le brindaba.
Ryu gruñó, sus pupilas fijas en los ojos del joven muchacho, incendiadas y sedientas.
—Ya te he dicho que no soy quisquilloso —contestó abalanzándose sobre él, terminando de bajar la apertura del kimono y succionando ansioso la piel de su fino cuello.
Sí, había dicho algo de eso, que la "comida era comida", ¿eso era para él? ¿algo caliente con lo que saciar su necesidad carnal? Pero en lugar de sentirse utilizado, el aprendiz de cocinero se sintió bien. Útil, repleto. Al fin y al cabo él también lo usaba, no sentía cariño ni amor por aquel cliente, era puro calor.
Desprendido de cualquier mesura, de la ternura que de alguna forma hubiera reservado para una solitaria camarera en lugar de un sano muchacho, Ryu comprendió que no tenía por qué contener su ardor. Raudo y hambriento giró al chico y le apoyó contra una de las mesas cercanas, subió la tela del kimono y cubrió su espalda con su ancho pecho, dejando que sintiera el peso de todo su cuerpo, acarició su cabello agarrado en una cola de caballo y finalmente prendió una mano en su cuello, ejerciendo presión hacia abajo mientras con la otra mano apenas alcanzaba a bajar sus pantalones y restregarse contra sus glúteos desnudos.
Konatsu, tumbado bocabajo sobre la rígida mesa sintió con absoluto y desgarrador estupor cómo aquel hombre le exigía y poseía, cómo entraba en él con imperiosa potencia, con quejidos conmocionados de placer. Jadeó mientras lo sentía, intentando acomodarse a la sensación de intrusión y al hecho de estar vergonzosamente duro, mientras sus manos se empuñaban sobre el tablón, clavándose las uñas en las palmas mientras que las penetraciones aumentaban su impacto.
Era un temblor, la mesa traqueteaba imparable mientras ambos suplicaban en su propio idioma de gemidos, gruñidos y respiraciones. El ninja tenía la mente completamente obnubilada, centrado en su propio placer hasta que de una estocada especialmente profunda se sintió vaciarse incontenible, sin más roce que el de las caderas de Ryu contra él. Gimió poseído, con la boca derramada y el kimono absolutamente descolocado cuando sintió las estocadas finales de su amante, caliente y húmedo terminar en él.
El sonido tambaleante de las patas de la mesa cedió de repente, dejando lugar a sus rapidísimos y desbocados corazones, a sus jadeos agónicos dejándose llevar durante unos instantes por el placer mutuo. Ryu soltó su cuello y visiblemente turbado salió de él, se subió los pantalones y se aclaró la garganta intentando recomponerse.
Konatsu se incorporó dolorido, le temblaban las rodillas y su cabello, maquillaje y ropa eran un desastre. El rostro sonrojado y con gotas de sudor. Miró al hombre con el que había osado cometer aquella transgresión, ensuciando el restaurante de la persona que le había acogido, tal falta de sentido común no era propia de él.
Intentó arreglar sus cabellos, recomponer su kimono. Ryu regresó al otro lado de la barra y, aunque intentara disimular, era indudable que también se sentía raro respecto a lo que acababa de ocurrir allí. Quizás también era su primera vez. O al menos su primera vez con un hombre.
—Yo… siento si he sido… rudo —murmuró avergonzado, sin entender que esa parte salvaje de él era la que en primer lugar había seducido al ninja.
—No importa —dijo Konatsu, pero lo cierto es que apenas y podía dar un paso. Se quedó junto a la mesa intentando disimular lo absurdamente débil que se sentía. Al cansancio se unía la sensación del orgasmo y el ejercicio explosivo, se encontraba al borde del desmayo.
—Ah, debo… ¿cuánto debo por la cena? —preguntó rebuscando en su mochila, y ante aquel gesto Konatsu se sintió sucio.
—Guarde su dinero, no pienso cobrarle nada —apuntó digno.
—Pero…
—He dicho que no. —Se mantuvo en su postura, con la barbilla firme y los ojos afilados. Ryu cabeceó sabiendo a qué se debía su repentina negativa a aceptar el dinero, pero eso sólo hacía que se sintiera aún peor.
—No te estoy pagando por…
—Lo sé, pero lo parece —confesó descorazonado. Ambos se apartaron la vista, esquivos e inquietos, sin saber qué hacer. La incomodidad era tan evidente como su brevísimo interludio nocturno. Toda la estancia olía a okonomiyaki y a sudor, a sexo repentino y salvaje —. Debería irse, señor cliente —Le invitó el ninja tozudo, simulando que podía mantenerse en pie.
—S-sí, bien. Es tarde, querrás descansar —recogió su mochila del suelo y se dirigió hacia la puerta, abrió dejando que el frío que colara en el lugar, llevándose consigo el ambiente estancado. El hombre se giró desde el quicio de la entrada, mirando a Konatsu con el entrecejo fruncido, con un extraño peso en el estómago—. ¿Puedo volver algún día? —preguntó lleno de dudas.
Konatsu le observó impresionado, pero aunque lo intentó con toda su alma, no pudo más que asentir, tímido.
La puerta se cerró lentamente y al fin el ninja pudo dejarse caer hasta el suelo con un suspiro de alivio. Se permitió descansar en aquella postura, tumbado en el piso hasta que la frialdad mordió sus huesos. Con una protesta se puso en pie y comenzó a limpiar todos los platos, después se ocupó de las sillas y las mesas, después fregó el suelo y finalmente, tirando de sí mismo caminó hasta derrumbarse en el delgado futón de la habitación que ocupaba en la planta alta del restaurante. Estaba amaneciendo.
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Era cierto que el U-chan no solía abrir hasta la noche entre semana, ya que Ukyo aún asistía a clases, pero desde que Konatsu había comenzado a trabajar con ella las cosas habían cambiado.
Fue por ello que la dueña del restaurante miró con desaprobación la puerta cerrada y la evidente falta de actividad dentro. Konatsu no solía ser perezoso, pero al parecer bastaba con unos días solo para que se relajara en exceso.
Ukyo entró y se dirigió rauda al piso de arriba, abrió la puerta de la habitación que ocupaba el ninja y frunció aún más el ceño al encontrar un futón arrugado y vacío, ¿pero dónde se había metido? Regresó a la planta baja justo cuando Konatsu ingresaba en el U-chan, con enseres de baño en sus manos y el rostro pálido y ojeroso.
—¡S-señora Ukyo! No la esperaba tan pronto —dijo dando un brinco en el sitio, Ukyo le miró estrechando los ojos.
—¿Sabes qué hora es? ¡Deberías estar organizando los pedidos desde hace más de una hora! —Le afeó severa, a lo cual el ninja suspiró decepcionado consigo mismo.
—Lo siento muchísimo, ayer hubo un cliente que no se fue hasta tarde… No volverá a suceder.
La cocinera suspiró, inmediatamente arrepentida por la regañina a su buen "empleado".
—Está bien, ya te he dicho que eres demasiado blando. Debes decirles que se marchen a la hora del cierre.
—Lo sé, lo lamento.
Ukyo negó con la cabeza mientras Konatsu soltaba sus enseres, se arremangaba el kimono y buscaba un delantal para comenzar con el trabajo. Paseó la vista asertiva sobre su restaurante y se acercó hasta una de las mesas. El ninja detuvo repentinamente sus actos para ver como su señora recolocaba la mesa recta y se alejaba un par de pasos.
—Así mejor, y ahora a trabajar —concluyó tomando un delantal y entregándose a la labor.
Konatsu tragó saliva duro, y con las mejillas rojas asintió, intentando alejar de su cabeza los recuerdos de la noche pasada, normalizar los latidos de su corazón. Preguntándose secretamente si aquel chico realmente regresaría algún día. Quizás deseando que así fuera.
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¡Hola!
lo sé, lo sé, esto queda muy lejos de mi temática habitual, pero aprovechando la invitación para la dinámica lemon de secundarios promovida por Mundo fanfics de Inuyasha&Ranma me atreví a hacer algo diferente, y aquí está mi primer BL (boys love).
Aunque no todo el mérito es mío, esta singular pareja nació en el pensamiento de otras personas. Desde aquí mi agradecimiento por dejarme usar sus ideas al trío cómico (jajaja) y altamente locuaces en twitter, Danisita, Lunagitana y Shojoranko. Espero que os haya gustado, y si no pues nada, lo metéis en el cajón mental de los malos pensamientos XDDD.
Agradecimientos también a SakuraSaotome por sus opiniones y por leerlo la primera, también era su primer Boys Love, jijiji.
Pues nada, creo que me he gustado publicar esto. Nos leemos pronto en otras historias (de otra temática).
Besos!
LUM
