Disclaimer: Los personajes de Bleach no me pertenecen, son propiedad de Tite Kubo.
Temblor
.
Desde que sintió la cálida piel de esa mujer, Ulquiorra ha sentido frío.
Unos súbitos escalofríos le sacuden, el frío reinante en Las Noches se filtra en su cuerpo seco pero tonificado. Se estremece imperceptiblemente, tratando de no ser visto por ella, que se sienta al otro lado del sofá nevado.
Orihime lo mira confundida, como siempre.
Tan cerca, tan lejos.
Juguetea nerviosamente con un mechón de su pelo, haciéndolo girar entre sus dedos.
El Espada casi se siente como esa brizna cobriza, atormentada por invisibles y cálidas falanges que agudizan la sensación de escalofrío en su esternón que cree vació, ríe para si mismo "pero que estupidez"
Los labios sonrosados y carnosos de Inoue están todavía, extrañamente cerrados. Por lo general, trata de hablar, de romper ese silencio tan espeso que parece un muro de hormigón. Pero se queda en silencio en ese momento, disfrutando de esa ausencia de sonido.
–¿Por qué no hablas? –pregunta Ulquiorra, mirándola fijamente, como si tratara de desentrañar su respuesta sin hacerla hablar.
Su silencio también le intriga.
La mirada de Orihime parece preocupada, nunca la habían mirado así los Espada.
–En algunos casos, las palabras salen sobrando –responde ella, con su voz y sus ojos clavados en los esmeralda de él.
Como si fuera atravesado por mil dagas de hielo, Ulquiorra vuelve a temblar. No puede contener sus espasmos por más tiempo, sacudiéndose convulsivamente, y Orihime nota su temblor.
La muchacha bajó los ojos, ligeramente sorprendida por sus iris de ese verde esmeralda sobrenatural.
Ulquiorra permanece en silencio. Está avergonzado, porque ha dejado que un sentimiento humano se filtre en su cuerpo más blanco que la nieve.
Orihime no tiembla, no tiene frío. Quizá porque el calor de su piel le basta para calentarse. Ulquiorra se pregunta si podría funcionar para él también.
–Tu cuerpo está caliente –murmura el Espada– ¿Por qué?
Inoue se queda meditándolo unos instantes antes de responder.
–Todos los humanos desprendemos calor.
El Espada vuelve a temblar, imperceptiblemente. La chica se acerca y levanta una mano para tocarle la frente.
Ulquiorra no se inmuta como antes, aunque su mente lucha, gritándole que no ceda a la firme bondad de la mujer. Cuando sintió las cálidas yemas de los dedos de ella sobre su frente, decidió, por una vez, no retirarse bruscamente.
Nunca lo admitiría, pero desde que había sentido el calor de su epidermis, estaba deseando volver a sentirlo.
–Eres frío –susurró.
–Lo sé, es mi naturaleza –responde.
Orihime aleja lentamente su mano, como si no quisiera alejarse. La mano grande del Espada le agarra la muñeca de repente. Sus ojos se abren por un instante, temerosos.
La mirada de Ulquiorra, casi tan fría como su piel, no consigue tranquilizarla.
–He llegado a comprender que no existe el frío sin calor –murmura– Antes de ti, no podría haberlo sabido, porque siempre he vivido en el frío.
Inoue le mira fijamente; sus ojos, asustados al principio, parecen suavizarse. El Espada suspira, sabe que se maldecirá para siempre por lo que va a decir.
–Acércate a mí –susurra.
La voz impasible, rozando la indiferencia, choca con la dulzura de la petición. La chica se queda inicialmente atónita, sin saber cómo reaccionar.
Ulquiorra le suelta la muñeca, no quiere forzarla, no más de lo que ya había hecho en ese momento. Orihime se lleva una mano a la cara, pensativa. Luego se acerca lentamente al Espada, que deja de temblar y cierra los ojos, para disfrutar del ansiado calor.
Los párpados de Inoue también caen, con la cabeza apoyada en su hombro. Ulquiorra sabe que está pensando en Kurosaki, sabe que sueña con compartir su calor con él. Tal vez sea lo que siente por él lo que le calienta la piel hasta tal punto.
El olor de la chica hace que las fosas nasales del Espada se estremezcan, huele bien, un aroma que no puede identificar. Sólo entiende que es dulce, pero no empalagoso.
Ulquiorra se encuentra pensando en la buena suerte de Kurosaki, que pudo disfrutar de ese olor, de esa calidez que él nunca había sentido. Se siente bien, tan bien que tiene miedo.
Tiene miedo de no volver a sentirla a su lado.
Su mano blanca como la nieve roza su pelo castaño, con fingido desinterés. Orihime se sacude, sin esperarlo.
Los dedos helados del Espada se deslizan por el rostro de la joven, que permanece inmóvil. Tal vez intimidada, tal vez atraída por esa mano fría que la acaricia. La mano de Ulquiorra se desliza por su cuello, deleitándose con el palpitar de las venas de Inoue que aumenta cada vez más. Pero cuando las yemas de los dedos del Espada bajan a sus pechos, Orihime se estremece de repente.
Le mira fijamente, con desdén y miedo.
–No, ni hablar –responde ella, seca, la suavidad que caracterizaba su voz parece desaparecer en el olvido.
Se levanta bruscamente y con pasos rápidos sale de la habitación. Ulquiorra permanece sentado en el sofá que de repente ha crecido demasiado. El frío le vuelve tan rápido que hace una mueca de dolor. Y se da cuenta de que actuó con Inoue como el escalofrío que ahora le hace temblar de nuevo.
Había intentado insinuarse a ella con la misma vehemencia. Orihime no había temblado, se había ido, y su calor con ella.
Una penumbra reina en el dormitorio. El Espada puede oír la ligera respiración de Inoue, que yace en su cama, aún despierta. En cuanto lo ve, la chica se aparta con desdén. Una rabia helada le asalta.
Piensa en Kurosaki, sabe que ella siempre piensa en él.
Él que quiere salvarla, pero no la ama como se debe amar a una mujer como ella. Él que no merece su calor y su olor, él que no lo necesita.
Lo sabe, lo sabe de verdad, porque desde que Orihime está en Hueco Mundo se ha dado cuenta de que siempre ha vivido en el frío y sus fosas nasales siempre han estado impregnadas del olor de la muerte.
–Mujer –murmura.
–Tengo un nombre –responde secamente, con la voz apagada por la almohada.
Tanto rencor en tan pocas palabras.
Quiere meterse en su cama y en su piel, tomar su calor a la fuerza para hacerle comprender la gélida realidad que le rodea. Pero sabe que es una cobardía, y él no es un cobarde.
Se sienta en su cama, de espaldas a ella a su vez.
–Sólo quería dejar de temblar –dice– Sólo los débiles tiemblan.
–Temblar no significa que seas débil –su voz sigue siendo rencorosa, y Ulquiorra haría cualquier cosa por volver a escuchar su habitual tono dulce–. Se tiembla de frío, de miedo, de alegría y de ira, el temblor comunica un sentimiento.
–Exactamente –murmura.
Oye el crujido de las sábanas, Orihime se da la vuelta para poder verlo.
–Sentir frío no es de débiles, simplemente significa que uno tiene frío.
Ulquiorra se vuelve, mirándola a los ojos. En la penumbra puede ver sus iris confusos.
–¿Qué hacéis los humanos cuando tenéis frío?
Inoue riza su pelo rojizo, que cae sobre su pecho en mechones desordenados.
–Nos cubrimos.
Dicho esto, la chica coge su sábana y la pone distraídamente sobre los hombros del Espada. El calor de su piel se ha transferido a la tela, al igual que su aroma.
Pero ese trozo de tela estéril no es como su piel.
–No es lo mismo –dice Ulquiorra, extendiendo una mano para intentar tocarla.
Siente la suavidad de la piel de su hombro, descubierta por el camisón. Deja que sus dedos se deslicen a lo largo de su brazo, luego se desplaza a sus caderas, a su abdomen aún cubierto.
–¿Qué quieres de mí? –pregunta Inoue, ligeramente impaciente.
–Tu calor, es todo lo que quiero –responde el Espada– lo necesito, mujer.
Su tono sigue siendo indiferente, pero poco a poco toma un giro casi suplicante. Orihime lo nota. Nunca nadie le había dicho "te necesito" de esa manera. Se contiene de tomar su mano, el pensamiento de Kurosaki todavía brilla en su alma.
–Aquí no está el shinigami –dice secamente Ulquiorra– Sólo estamos tú y yo, siento frío y tú eres la única que puede darme calor.
Inoue encuentra la mano delgada y nívea del Espada, rozando el dorso de la misma con sus dedos antes de apoyarlos. Ulquiorra con un chasquido repentino entrelaza sus dedos con los de ella.
–Acércate a mí –le dice de nuevo, ella obedece, apoyando la cabeza en el hombro del Espada.
Luego se acurruca contra él, rodea sus hombros con sus brazos. Ella le abraza por detrás, el Espada siente sus pechos presionando contra su espalda. Ulquiorra ya no tiembla, y se regodea en una dulce sensación de total plenitud.
Su cara se hunde en su pelo de ébano. Se gira lentamente, hasta que puede rozar su cara con la nariz. Ahora es Orihime la que tiembla, en cuanto siente el frío de la punta que le hace cosquillas en la mejilla se estremece por un escalofrío.
–¿Tú también tienes frío? –pregunta Ulquiorra en voz baja.
Se vuelve hacia el Espada. Sus labios están cerca, muy cerca. Tal vez demasiado cerca, pero a ninguno de ellos le importa. Sus alientos se mezclan, como dos amantes que se abrazan lánguidamente.
Inoue sacude lentamente la cabeza.
Permanecen inmóviles durante unos instantes, con la respiración entrecortada y la mirada fija en el otro, como si se aferraran desesperadamente a ese momento. Ulquiorra se muerde los labios, queriendo irse, antes de que sea demasiado tarde.
Sabe que si espera un segundo más, se zambullirá en la rosada y tentadora boca de Orihime y no querrá dejarla nunca más. Está olvidando que esa mujer es propiedad de Aizen, él sólo es un frío carcelero. Pero Inoue sigue observándolo, sigue con sus iris cada rasgo de su rostro, recorre con su mirada las líneas negras que surcan su cara.
El Espada quiere esperar más, quiere sentir su cálida piel sobre él el mayor tiempo posible.
No quiere irse.
Un movimiento imperceptible, y él acerca suavemente su rostro al de ella. Lo que está haciendo es imperdonable. Pero, ¿es un delito calentarse cuando se tiene frío?
Orihime se estremece, pero no puede evitar que sus fríos labios rodeen los suyos. No es un beso voraz, del tipo apasionado de una novela romántica, Ulquiorra no intenta devorarla. La saborea suavemente, agarrando de vez en cuando sus labios con los suyos. Entonces, la boca del Espada se aprieta contra la de la joven, se abre con ternura. La punta de su lengua entra lentamente, casi con miedo a lo que pueda encontrar.
Busca la de Orihime, que permanece inmóvil, agazapada en su boca. Cuando se le une la de Ulquiorra, se estremece de repente bajo sus húmedas caricias. Al cabo de unos minutos sus lenguas chocan, se abrazan, bailan en una dulce sincronía que hace palpitar, sudar y temblar al mismo tiempo.
Sus manos se mueven suavemente, hundiéndose en el espeso pelo negro del Espada. Ulquiorra la mantiene cerca, puede oírla jadear. Con sus labios aún encerrados en el beso, se dejan caer en la cama. El frío y el calor se unieron en una espiral rebelde, anhelando amar y suspirar.
Sus mejillas se enrojecen, sus ojos líquidos le escrutan.
Cuando se alejan, Orihime susurra:
–No podemos…
–No digas eso, por favor –la interrumpe el Espada– Los que tienen frío buscan calor, los que tienen calor buscan refrescarse, algo tan obvio no puede estar mal.
Las sábanas se enredan entre los cuerpos aún vestidos.
Ulquiorra le quita suavemente el camisón. Orihime no se resiste, simplemente se estremece de vez en cuando. Le da vergüenza decir que quiere dar su calor al Espada. Se aleja de vez en cuando, sólo para acercarse de nuevo.
Decepcionada de su concepción del bien y del mal.
Ulquiorra no quiere hacerle daño. Sus manos no son perversas, sus labios no son depravados, sus ojos no son malos. Ella acerca las palmas de las manos al pecho de él, indecisa entre apartarlo o quitarle la ropa.
Con un suspiro, aparta la chaqueta blanca, dejando al descubierto su pecho blanco como la luna, el número cuatro destacando entre esa blancura, el hueco de Hueco que la intimida, pero que inexplicablemente la atrae.
Se desnudan lentamente, alternando besos y caricias, suspiros y gemidos entrecortados. Cuando se dan cuenta de que están completamente desnudos se envuelven en un abrazo casi desesperado.
Ambos saben que todo está muy mal, pero también muy bien.
Aunque está desnudo, Ulquiorra nota que su piel se calienta más, se aferra a ella como si le aterrara el frío que podría coger cuando se separe de su piel.
Los fríos dedos del Espada se cierran sobre los pechos de Inoue, perdiéndose en su suavidad. Son hermosos y tranquilizadores. Los besa, los acaricia con su fría lengua, como si su boca hubiera sido creada específicamente para arrancar gemidos de la boca de Orihime. Los pezones se endurecen como bayas entre sus labios. Era como si el Espada conociera su cuerpo desde siempre, sabía dónde besar, lamer y acariciar, sabía cómo conseguir hacerla gemir de placer.
Sin margen de error, sin partes del cuerpo omitidas.
Al llegar a su intimidad, Ulquiorra la encontró dilatada de placer, la besó suavemente, la penetró tiernamente con un dedo, moviéndolo lentamente para no herirla. Su gélida lengua inquieta a Inoue, cuya piel se estremece, pero su alma arde como una llama hambrienta de aire y besos.
El Espada se desliza sobre el vientre de la chica para volver a su cara con los labios brillantes y temblorosos, Inoue acaricia su cara, su pelo, sus dedos viajan hasta su espalda, que roza con sus falanges. Ulquiorra la penetra lentamente, viéndola cerrar los ojos gimiendo.
Una vez que la penetra por completo, se queda quieto unos instantes, para que ella se acostumbre. La besa una y otra vez mientras empuja suavemente dentro de ella. Le acaricia el pelo humedecido por el sudor que la invade, le besa las mejillas y los labios, le toca cada parte del cuerpo con los dedos, disfrutando del calor que emana de ella.
A un paso del orgasmo, Inoue le toma la cabeza entre las manos, le mira a los ojos para rogarle que no se detenga. Sus delicadas paredes se tensan sobre él, haciéndole gemir.
El Espada se vuelca en ella, besándola de nuevo, como si quisiera compartir no sólo su aliento, sino también el placer que le está haciendo caer en un olvido rosado como los labios de Orihime.
Se miran jadeantes a los ojos, envueltos en las sábanas húmedas.
–Tan… equivocado –murmura Ulquiorra.
–Así es… –responde Inoue.
