Hola, hola, Luna de Acero reportándose.
Primer Kenny x Uri de mi repertorio y estoy hiper mega feliz de escribirlo, es un two shot. Esta es una comisión que pidió la hermosa Rosa Mayfair, sepan que tengo comisiones abiertas, así que consulten que puedo escribirles esa historia que siempre quisieron y no pudieron leer jamás. Rosita, esto va dedicado a ti con todo mi corazón.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de Isayama Hajime, la historia si es de mi completa invención.
Advertencias: Ninguna en realidad, un poco de violencia, alguna palabra altisonante por aquí o por allí, solo eso. Mucho fluff.
.
.
"Al igual que la música en las aguas, tu voz es así de dulce para mí".
Lord Byron
.
.
Todos lo reconocieron apenas puso un pie dentro del bar.
Kenny era un hombre oscuro, huraño, parecía ir dejando una estela de frío por donde pasara, tal como una especie de parca nocturna; los habitantes de los callejones se abrían a su paso, se arrinconaban para pasar desapercibidos, lo observaban de reojo a lo lejos, y algunos llegaban a persignarse. Los seres humanos solemos aferrarnos más a las creencias fantasiosas que nos han inyectado en la infancia más que a la vida misma.
Él los ignoraba, aquello que no era para su beneficio no le importaba en absoluto. Ya estaba arriba de la cuarta década de vida y seguía igual de solitario que al principio. En su caso la soledad no era un camino obligado sino elegido. No tenía tiempo, ni ganas de andar explicándole a otros su forma de ver las cosas, con su propia fuerza y maña podía sobrevivir por su cuenta, no necesitaba a nadie, al menos eso creyó hasta esa noche.
Aunque había música de fondo y algunas mesas estaban ocupadas, sus pasos resonaron con la fuerza de un ejército dentro del bar, las botas negras y el sombrero, su altura y su complexión, eran parte de su marca registrada, y ese tono de voz cuando se dirigía a alguien, siempre parecía que recién se levantaba de dormir, pero los que lo conocían jamás lo subestimaban, Kenny podía parecer inofensivo, tal como las plantas carnívoras, que cuando menos crees ya te capturaron entre sus fauces y te destruyeron hasta los huesos.
Había algo de anormal en su mirada, aunque para él era completamente natural amedrentar con esos ojos que parecían inyectarte hidrógeno líquido en el alma. Farlan tiritó mientras intentaba secar un par de copas, pensar que le habían advertido sabiamente que no se metiera con Kenny, pero la desesperación es un monstruo que te empuja a los despeñaderos más peligrosos sin que siquiera te des cuenta, y él había estado sumido en la desolación cuando decidió ir al encuentro con semejante personaje.
El tipo se sentó frente a la barra, y semejaba a un demonio que había desplegado sus alas en el lugar. El rubio ceniciento del barman se giró para mirarlo, no pudo evitar tragar en seco. Tenía un dinero pendiente de una herencia, pero al parecer el trámite se estaba haciendo más largo de lo esperado, el problema era ése porque Kenny no era paciente.
Sintió los largos y venosos dedos tamborileando sobre la lustrosa madera del lugar y se aproximó, de nada le serviría esconderse.
—Buenas noches, Kenny, bienvenido —logró balbucear sin mearse en los pantalones.
El hombre lo observó de soslayo, Farlan juraría que la mirada de Kenny era como escuchar una navaja siendo desplegada lentamente, y se congeló en su lugar.
—¿Ya lo tienes? —dijo arrastrando las palabras, como si le diera pereza tener que abrir la boca.
—A-aún no, pero, lo tendré, lo juro.
—Deja de jugar, niño.
—Mire, tengo esto —dijo sacando ese whisky que guardaba celosamente dentro de un compartimento doble detrás del mostrador, Kenny notó leves temblores de parte del hombre al manipular la caja—. Es importado.
—¿Y qué con eso?
—Puede venir y beber todo lo que quiera, hasta que salga mi he-herencia.
—Prefiero romperte todos los huesos, ¿en eso habíamos quedado, cierto?
—Se lo s-suplico —dijo Farlan acobardado, buscó un vaso y abrió rápidamente el elíxir le llenó un vaso con abundancia y lo acercó lo máximo que su valentía se lo permitía.
¿No iría a destrozarlo justo en ese momento y con tantos testigos presentes, verdad?
Kenny miró el vaso sin intenciones de beber, analizando la situación, siendo honestos estaba cansado como para tener otra pelea ese día, podría volver al siguiente y sacarle todos los dientes, con eso debería bastar para que aprendiera su lección.
La música cambió de repente, no había ninguna orquesta, ni músicos a la vista, por lo que se podía presumir que era música grabada, Kenny cayó en cuenta que al parecer había un pequeño escenario a un costado donde un reflector apuntaba, pero no había nadie en él.
Algunos hombres ebrios aplaudieron descoordinadamente y se rieron de manera grotesca. El hombre oscuro decidió tomar el vaso ofrecido por el barman con sus manos similares a garras y bebió un sorbo. No estaba mal, no era el mejor whisky que había probado pero serviría para esa noche. Y entonces, sucedió.
Hizo acto de presencia, una voz que comenzó en una nota media que se fue agudizando más y más, escucharla era como materializar finos hilos de oro que nacían de la luna y se incrustaban en sus venas, por primera vez en mucho tiempo Kenny experimentó una especie de sismo interno, a pesar de estar sentado y quieto, lo estaban sacudiendo por dentro.
¡Ese sonido!
A media que tomaba fuerza le provocaba… electricidad, sí eran como micro rayos eléctricos que se le esparcían por el cuerpo, algo completamente imprevisible e inevitable, una fuerza superior que lo doblegaba. Al parecer tenía un corazón, porque se estremeció dentro de su pecho y comenzó a acelerar sus latidos, como si intentara responder a ese llamado de sirena. Miró con cautela alrededor suyo, miró al barman, pero nadie más parecía sentir ese… poder, solo él.
¿Qué era esto? ¿Qué significaba? ¿A quién pertenecía esa voz?
Y al fin hizo acto de presencia, como si se tratara de una aparición, Kenny sintió como todo se difuminara a su alrededor, esa persona que brillaba con una luz interna, con un halo dorado que parecía brotar de su misma piel. Largos y ensortijados cabellos rubios enmarcando una nívea pálida dermis de porcelana, y esos ojos… sintió que le costaba respirar. Jamás había visto un color de ojos así, entre amatista y lila, sacudió la cabeza y miró de nuevo, ¿estaba alucinando? ¿El hijo de puta del barman le había puesto droga a su bebida? Era probable, lo había envenenado, porque no podía existir un ser humano como ése, sí, no era humano, era… divino.
Llevaba poca ropa, y cualquier retazo de tela era un insulto para tan agraciada anatomía. Tan delgada y eclipsante, sostenía un micrófono entre sus pequeñas manos, sus finos y cincelados labios se abrieron para seguir cantando. Era andrógina, y tal vez ese detalle la hiciera aún más etérea, más irreal, ¿cómo es que siquiera existiera alguien así? Parecía una criatura sobrenatural.
No pudo quitarle los ojos de encima. Tenía un ligero ¿vestido? que dejaba poco a la imaginación, dos tajos enormes a los costados de su cadera exhibían sus majestuosas extremidades que terminaban en dos zapatos de punta fina con tacones. La tela de su atuendo era negra, y bajo la luz tenía algún tipo de efecto brilloso, era como si el mismísimo universo estuviera cubriendo sus partes nobles.
Kenny estaba confundido, no era una persona que se impresionara con facilidad, sin embargo estaba congelado en su lugar, nunca lo había embargado semejante sentimiento, o ningún sentimiento porque en general era una persona práctica y lógica, las sensiblerías no eran lo suyo.
Su hermana, cuando estaba viva, solía bromear que era porque nunca lo había picado el bichito del amor. "Ya te llegará el día", él se había carcajeado con desprecio.
—Donde sea que estés Kuchel, que te parta un rayo, bruja.
—¿Necesita algo? —preguntó Farlan aún con el miedo presente en su lengua y el hombre oscuro solo lo miró con indiferencia.
—Llénalo —dijo luego de vaciar el contenido de su vaso y siguió disfrutando del espectáculo.
Le parecía estar viendo a un lobo herido y agonizante que le entregaba su amor a la noche con cada fibra de vida que le quedaba en su cuerpo. Era angustiante, aunque por momentos, demasiado conmovedor, se quitó el sombrero y lo dejó sobre la barra mientras disfrutaba de la bebida.
Algunos ebrios mascullaban cosas en las penumbras, quería gritarles a todos que se callaran. Nunca antes se había puesto a reflexionar sobre invitar a alguien a compartir su pobre existencia, esa era una posibilidad casi inexistente… sin embargo, por esa dama sería capaz de arriesgarse. ¿Acaso los años lo estaban ablandando? Bufó muy bajo y quiso darse un puñetazo a él mismo.
Muchas mujeres habían pasado por sus manos, a lo mejor frecuentó más a alguna que a otra en el pasado, la mayoría prostitutas, no tenía intención de atarse a nadie, por el simple hecho que no toleraba que alguien le estuviera coartando su libertad. Incluso una escoria como él, ¿podía tener una excepción a la regla?
—Es un canto hermoso, ¿cierto? —dijo el rubio intentando quebrar el iceberg que había entre ellos dos.
—¿Lo hace todas las noches? —preguntó el hombre con un semblante totalmente distinto al que había presentado al ingresar momentos antes.
—Jueves, viernes y sábado, a veces uno que otro lunes —informó el barman con un poco más de confianza. Dios bendijera a Uri y esa voz de diosa que tenía, cierto era que la música podía apaciguar a las fieras, o a los demonios en este caso.
—Me servirás los mejores tragos hasta que cobres esa puta herencia, ¿entendiste? —cedió el hombre afilando la mirada.
Farlan ni siquiera pudo abrir los labios, solo asintió mientras lo embargaban unas enormes ganas de llorar de pura alegría, al parecer sus huesos se habían salvado de ser molidos. Le daría una buena propina al cantante.
El maleante no era constante con nada, ni con nadie, ni siquiera con él mismo, pero comenzó a asistir los días del show, incluso los lunes. No decía nada, se apostaba en la barra y bebía con ademanes calculados, como si estuviera respetando alguna clase de ceremonia ancestral. En completo silencio y con concentración, llegó a memorizar cada acorde que salía de esa maravillosa mujer. Tenía ganas de acercársele, de hablarle, de escucharla de cerca. ¡Era tan patético! Enamorarse de una desconocida, así a la distancia, como un total perdedor, como un acosador tímido, acechando desde los arbustos, con miedo a ser descubierto, el gran Kenny, el matón de los arrabales, dudando como un crío.
Todos los días se repetía lo mismo: "hoy le hablaré, hoy me acercaré, la invitaré a cenar". Nunca en toda su existencia había hecho tal cosa, cortejar o intentar ligar más allá de querer un revolcón, eran terrenos desconocidos para sus necesidades y experiencias. Y cada vez sucedía lo mismo, se quedaba en el mismo asiento, con el vaso vacío al igual que sus expectativas. Deseaba que ella lo mirara alguna vez, que reparara en él, que fungiera algún milagro que provocara el más mínimo interés de su parte, o en su defecto que se le terminara a él.
No quería ser un esclavo, por eso había cortado todo lazo, incluso con sus pocos familiares. Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué?
Una noche en que el adorado fénix estaba haciendo una de sus mejores interpretaciones, cantando la canción más triste que alguna vez hubieran escuchado sus oídos, se le ocurrió a un imbécil del público, bastante ebrio y aturdido, acercarse hasta el escenario para gritarle un par de barbaridades.
—Hey, putita, muéstranos tu cosita, a nadie le importan tus graznidos, perra.
Farlan lo miró con seriedad, dudando entre intervenir o esperar que el tipo se fuera por sí mismo.
Uri no le prestaba atención, cerró sus ojos y continuó cantando con mayor intensidad. Los ojos de Kenny se llenaron de destellos incandescentes, esa canción, sin dudar, era para él.
—¡¿No escuchas, perra?! —dijo el tipo de manera grosera y escupió un asqueroso gargajo que cayó sobre una de las pantorrillas de Uri que apenas y si frunció ligeramente sus cejas, pero no dejó de cantar.
—¡Sí, sí, que se desnude! ¡Queremos tetas! —gritaron otros inadaptados y Farlan dejó el trapo con el que secaba las copas para dirigirse a la zona del conflicto, sin embargo no hizo falta.
El tipo que había escupido antes soltó un grito corto y cayó de espaldas al piso en shock, sin poder reaccionar por lo sucedido. Con la precisión de Robin Hood, Kenny le había aventado el vaso que sostenían sus dedos segundos antes, el cual impactó de una manera perfecta contra la cabeza del borracho, partiéndose y lastimándolo en el proceso. Uri enmudeció al instante.
La sombra nocturna se irguió en sus más de metro noventa y les habló con una voz que no parecía pertenecer a la raza humana.
—No quiero escuchar una puta queja más, al próximo que abra la boca le voy a meter una botella por la misma hasta incrustársela en la garganta, ¿quedó claro?
Los resplandecientes ojos de la dama impactaron en la enorme y tenebrosa figura, si bien Kenny solo hizo una respetuosa reverencia tocando la punta de su sombrero y moviendo ligeramente su cabeza, casi pudo sentir que todo su cuerpo se llenaba de energía al ver una ligera sonrisa de agradecimiento.
Uri tomó el micrófono de nuevo, inspiró hondo, giró su cuerpo hacia donde el otro se encontraba sentado, y esta vez le cantó a Kenny.
Era como entrar en un túnel, de nuevo todo alrededor se reducía a meras manchas grises, mientras ella brillaba de una manera que llegaba a lastimar la vista. Su voz era como una mano gigante que le apretaba todo el cuerpo con una fuerza descomunal, que lo elevaba a un buen trecho del suelo y lo suspendía en el aire, que lo despojaba de todo, que lo convertía en un ser indefenso y débil.
Deja vú.
Una explosión, como un big bang cósmico que se esparcía por sus venas y lo transformaba en algo desconocido pero a la vez… no era nuevo. Era como estar en el ojo de un huracán, todo a su alrededor se volvía cenizas excepto ellos dos, se sintió frágil, una ligera rama quebradiza en los dedos de un gigante. ¿Qué era esto? ¿Esto era amor? No, esto iba más allá de los egoístas sentimientos humanos, era como si un dios le atravesara el cuerpo con su magnificencia.
Bum. Bum. Bum. Su corazón renaciendo, sus latidos expandiéndose como las olas de un lago al ser impactado por una roca, su existencia disgregándose y arremolinándose de nuevo para formar un pacto. Kenny se sentía morir, deseaba morir para renacer, para hacerse nuevo y limpio, para ser digno de esa mirada que no venía de un Paraíso, de la tierra prometida.
Antes de ese momento, nada importaba, después de esto, ella era la reina y dueña de su vida.
Una vez que terminó la canción, Uri puso una de sus hermosas manos sobre su corazón y le hizo una reverencia. El hombre de roca, se volvió arena, se conmovió al punto de que sus ojos se humedecieron. Lo imposible había sucedido, una diosa había reverenciado un gusano.
Le tomó muchos minutos reaccionar y para entonces la dama ya se había retirado. Observó a la barra desde donde Farlan estaba congelado y se acercó.
—¿Cómo se llama? —le exigió.
—Uri.
Una vez más la emoción le recorrió el cuerpo como una serpiente veloz. Que nombre más perfecto.
—Señor Kenny, yo, tengo su di-dinero —dijo el hombre y miró a ambos lados para cerciorarse que nadie se diera cuenta, sacó un sobre de adentro del chaleco del uniforme y se lo extendió—. Lamento las demoras.
—Volveré mañana por él —dijo Kenny y se dirigió a la salida.
Su vida había girado en torno al dinero y la violencia, pero si aceptaba el pago se le acabarían las excusas para volver, aunque… ¿realmente necesitaba una? Se hizo con la calle y resintió el frío que estaba haciendo, por lo que apresuró el paso, se detuvo en seco, como si se hubiera materializado una muralla frente a sus narices. Sintió a su sangre hirviendo por debajo de su piel y tuvo que girarse. A pocos metros de su posición había un callejón, fue un solo jadeo doloroso más que suficiente para hacerlo acudir veloz, cual saeta.
Un tipo estaba apretando una de las muñecas de la cantante, claramente la estaba lastimando. No necesitó preguntar, ni esperar explicaciones, su navaja produjo un breve destello color acero que en un tris levantó sendas gotas carmesí que salpicaron una de las sucias paredes. El monstruo se desplomó y ella lo miró, si había miedo en su mirada se desvaneció al instante.
Al momento que sus ojos establecieron contacto, se reconocieron, se encontraron al fin. La pequeña diosa, al menos en comparación a su enormidad, se acercó de inmediato y tomó una de sus horribles manos entre las frías suyas.
—Sácame de aquí —susurró conmovida.
Le supo a orden y como tal, obedeció de inmediato. La cobijó debajo de uno de sus brazos, como si se tratara de un pájaro herido, y la escoltó hasta la avenida donde abordaron un taxi. Tuvo que llevarla a su casa, fue instinto, tal vez si hubiera tenido la mente más despejada hubiera elegido un hotel o algún sitio más acogedor.
Su departamento era como él, oscuro, despoblado de objetos, tosco, silencioso, pero a ella no parecía importarle. Kenny notó que le hacía frío porque constantemente friccionaba sus dedos de porcelana unos contra otros. Puso la tetera, espantó algunas cucarachas para sacar una caja de té en hebras, esperaba que no hubiera vencido ya que esa porquería solía tomarla su sobrino, se quitó el sobretodo y lo puso sobre los hombros de Uri, quien se arrebujó en la prenda y le sonrió de nuevo, se sentó en la silla que le acercó Kenny, arrastraba la prenda ya que la diferencia de alturas era grande.
Cada vez que sonreía Kenny sentía que se iluminaba una estrella en la cocina de su demacrado departamento. Le hizo un té, se lo endulzó, aunque no tenía idea de si le gustaría así o no, pero es que el simple hecho de dirigirle la palabra le parecía una falta de respeto. No solía someterse a otros, permitirles tanto, sin embargo, quería hacer una excepción.
La miró un largo rato, las largas y tupidas pestañas rubias, esos ojos que parecían transportarlo a una dimensión desconocida y casi le da un infarto cuando Uri suspiró y comenzó a quitarse unas trabas invisibles que tenía en el cabello para al fin liberarse de la peluca.
La expresión de Kenny era un poema.
—¿Te he sorprendido? —dijo Uri con la voz un poco más repuesta, se notaba ligeramente masculina, porque en verdad seguía siendo suave y amable en el fondo—. Disculpa si te decepcioné —continuó la diosa ahora devenido en dios, mientras sostenía la taza que tenía un borde raspado, entre sus manos—. ¿Sabes? Es normal para mí.
—¿Sorprender? —atinó a decir el hombre más alto.
—Decepcionar —sentenció Uri y sus ojos perdieron parte de su bonito brillo—. Tenía la impresión que estabas confundido, está bien, mi voz tiene esa peculiaridad, aun así, gracias por ayudarme. Resulta ser que la fuerza… pues es mi debilidad —dijo sonriendo con tristeza y señalando uno de sus delgados brazos.
¿De qué estaba hablando el cantante? Si era justamente la fuerza de su alma la que lo había doblegado. ¿Así que era un chico? Quién lo diría, Kenny se miró la punta de las botas evaluando en silencio la situación, luego volvió a dirigir sus ojos al objeto de su adoración. ¿Era diferente ahora que sabía que era un hombre como él, se sentía en verdad desilusionado, su confesión había cambiado su sentir?
No.
Todo seguía estando, seguía existiendo y pulsando en su pecho.
—Me gustaría agradecerte apropiadamente pero verás yo… no tengo dinero conmigo en este momento —dijo Uri mirándolo de una forma compungida.
—Ya veo, entonces… canta para mí, eso es suficiente.
Uri parpadeó con notable confusión, ladeó un poco la cabeza y sonrió. Bebió un poco más del té y decidió deleitarlo con una canción extranjera, melodiosa, calma y agradable, tan diferente de esas tonadas tristes que elegía para los espectáculos del bar. Kenny cerró los ojos, estaba violando todas las normas y reglas que se había autoimpuesto a través de su experiencia, bajar la guardia, mostrarse vulnerable, ceder, pero es que quería hacerlo.
Uri cantó con ganas, tanto le había pasado que ya había olvidado lo feliz que lo hacía poder expresarse a través de su agraciada voz. Parecía un ángel invocando a la primavera en los campos Elíseos. La oscuridad parecía alejarse con cada acorde exhalado, el frío retrocedía. Cuando estaba terminando notó como las comisuras de los labios de ese hombre terrible se elevaban sutilmente hacia arriba, y se sintió victorioso de poder provocarle ese gesto.
—Rusalka —dijo Uri luego de una breve pausa al finalizar y Kenny lo miró con dudas, ese pequeño dios parecía adivinar sus pensamientos—. Es una antigua canción donde se le pide a la luna que encuentre a tu amor, a mi madre le encantaba.
—Ya veo el porqué.
—Me dejaba cantarle cuando estábamos solos, mi hermano en cambio me decía que dejara de soñar y bajara mis pies a la tierra, que no se puede vivir de sueños —dijo terminando el contenido de la taza, se puso de pie para lavarla y llenarla de agua cristalina—. Sí, tal vez tenía razón, pero en verdad prefiero morir que renunciar a ellos, cuando me di cuenta de eso, tuve que partir.
Caminó en silencio hasta la ventana de la cocina, los ojos de Kenny seguían sus movimientos, parecía como si sus pies no tocaran el suelo, ¿cómo lo hacía? La ventana chirrió un poco por el óxido y mientras sostenía la taza con una mano, acomodaba las cuatro pequeñas macetas con la otra. Todas tenían alguna planta, pero estaban yermas, desnutridas, achicharradas. Uri tarareó alguna melodía mientras les iba volcando un poco de agua a cada una.
—No tiene caso, están muertas —avisó el hombre alto y luego carraspeó.
—Quien sabe, a veces la vida se esconde en los lugares más recónditos, no está mal darle una mano. Prométeme que si algo crece en estos días, cuidarás mejor de esos brotes.
Kenny bufó divertido.
—No llevas ni media hora en mi casa y ya estás dándome órdenes.
—Una sugerencia, querido, mi voz no fue creada para ordenar.
El hombre oscuro pensó que eso no era verdad, bastaba escucharlo que todo su ser pugnaba por complacerlo. Tal vez la voz de Uri estaba hecha para ordenarle solo a él. Por algún motivo saber eso lo puso un poco feliz. Se terminó su bebida y caminó hacia el pequeño dios. A diferencia de éste sus pasos retumbaban por la habitación, se sentían pesados, enormes.
Se quedó de pie a su lado y ambos se perdieron unos momentos observando la luna sobre el firmamento, una breve brisa movió los suaves cabellos de su acompañante y Kenny se giró un poco para observarlo mejor. El cielo jamás se había sentido tan cercano.
—¿Encuentras divertido mirarme?
—Es solo que… tienes los ojos más hermosos que alguna vez hubiera visto.
Uri sintió a su corazón acelerarse y miró hacia arriba a ese hombre que por fuera parecía hecho de hierro y espinas, pero solo por fuera. Sonrió con dulzura y agradeció el halago con una sutil reverencia. Luego tomó una de las manos de Kenny entre las suyas y la observó con atención, ese simple roce hizo que el más alto sintiera electricidad inyectándosele en las venas.
—Admiro tu fuerza, me gustaría ser así de fuerte.
—Para mí lo eres, alguien que deja las comodidades solo para ir detrás de un sueño, puede que esté loco, pero debe ser muy fuerte para afrontar las dificultades.
—¡Qué amable!
—Para nada, estoy lejos de esa definición para que sepas.
—Solo puedo basarme en mi experiencia, querido y tú eres muy amable. Farlan se ha metido en problemas y no lo has violentado, me salvaste de una paliza segura, me brindaste la comodidad de tu casa, la calidez de una bebida dulce, eso para mí es amabilidad. Gracias, eh…
—Kenny.
—Gracias, Kenny. Debes estar cansado, no quiero abusar de ti así que será mejor que me vaya.
—No —dijo el hombre poniendo su otra mano gigante sobre la de Uri que aún no había soltado la suya—. Hace frío, está oscuro y no es un barrio muy amigable. Solo hay una cama pero puedo dormir en un futón, es mejor así.
—No estoy acostumbrado a que sean buenos conmigo, Kenny, de manera que si lo sigues intentando seguiré queriendo más, te lo advierto —contestó con simpleza el pequeño dios.
—No puedo asegurar que haya mucha bondad en mí, pero toma toda la que tengo, está bien.
—De acuerdo, me quedaré.
El hombre se desconocía, jamás había tenido tantas concesiones con alguien, resultaba intrigante y muy en lo profundo le generaba cierto resquemor porque era un sendero extraño el que estaba recorriendo, no quería equivocarse, pero no había certeza. Bueno, lo aceptaría.
Lo guió a su cuarto y gruñó al ver la cama destendida. Por lo que buscó un cambio rápido y al girarse Uri estaba quitando las sábanas usadas.
—No, no, deja, yo me encargo.
—No voy a morir por tender una cama, y sé hacerlo muy bien, terminaremos antes entre los dos.
Ahí estuvieron un par de minutos acomodando todo, como dos gorriones formando un nido. Era tan agradable, todo lo que Uri decía o hacía era perfecto, como él… aunque fuera un "él", era fácil acostumbrarse.
—No hace falta que duermas en otra parte, la cama es grande —dijo Uri al ver a Kenny revolver para sacar un futón arrumbado en su placard—. No me muevo al dormir y no ronco.
—Bueno, no puedo asegurarte que yo no lo haga.
Uri sonrió divertido y solo se encogió de hombros. Se quitó los zapatos y se sorprendió cuando Kenny le alcanzó una de sus camisas.
—Está limpia, para que duermas más cómodo, aunque, no creo que mis pantalones te queden bien.
—Gracias, con esto será suficiente —dijo Uri y se dirigió al baño de la habitación.
Kenny suspiró y notó que estaba nervioso, qué extraño, no solía ponerse así con nada, decidió cambiarse rápido y ponerse su mejor pijama, pero todo se veía deslucido y feo cerca de su dios. Cuando volvió se le encogió el corazón en el pecho al ver que su ropa le llegaba por debajo del muslo casi a la mitad, ¿se había encogido acaso? Tal vez en el escenario se veía más grande de lo que era, y era probable que los tacones le adicionaran unos centímetros demás, aun así era tan grande el contraste entre ambos.
Se acostaron a cada lado y se cubrieron con las colchas, Uri se giró y quedó mirando a Kenny que hizo lo mismo. No se dijeron nada, el amatista de sus ojos parecía tener cierta luz, ciertos destellos ancestrales, mientras que los ojos de Kenny eran pura oscuridad absorbiendo cada brizna de claridad. No supo en qué momento se durmió. Uri podría haberle robado, haberlo destripado y abandonarlo y probablemente ni siquiera se hubiera enterado porque logró relajarse y descansar con una profundidad que hacía años no conseguía.
La mañana lo cogió desprevenido, se levantó de golpe y tuvo que parpadear varias veces para cerciorarse de lo que sucedía. Escuchó movimientos en su cocina, miró la hora más de las diez de la mañana, se levantó y se aseó, se vistió y fue junto a Uri que parecía un colibrí yendo y viniendo por el lugar, completamente dueño de todo. De hecho se quedó varios minutos en silencio observándolo hasta que el cantante se giró y le sonrió contento.
—Bueno días, Kenny. Compré algunas cosas en la tienda de enfrente, quería hacerte un desayuno apropiado, sí que duermes bien, ¿eh?
—¿Necesitas ayuda?
—Sí, siéntate y cómete todo. Espero sea de tu agrado —dijo Sacando unos torrejones esponjosos de la sartén y colocándolos encima de una pequeña pila sobre un plato—. ¿Café?
—Sí.
Le sirvió como si fuera su mayordomo y Kenny se sintió un poco incómodo, porque no estaba acostumbrado a tanta paquetería y protocolo. Se sorprendió al ver un vaso que fungía de florero en medio de la mesa donde Uri había colocado un pequeño ramo de flores violetas, ¿de dónde las había conseguido?
Pronto puso un apetitoso plato frente a él y derramó miel sobre las hojuelas calientes, olía exquisito.
—Buen provecho —dijo invitándolo a servirse.
—Igual para ti —apenas probó el primer bocado quedó estupefacto—. ¡Demonios! Esto está muy bueno.
No recordaba la última vez que había tenido un desayuno decente y aunque lo recordara, este era el mejor de todos. ¿Qué sucedía que todo parecía brillar tanto?
Uri se había quitado todo el maquillaje, se daba cuenta porque su piel lucía más lozana y había una pequeña cicatriz en su quijada que no había notado la primera vez. Pero de día, bajo los rayos del sol se veía más hermoso si era posible, sus ojos eran dos gemas únicas. ¿Cómo era posible que la gente que iba al bar no se postrara a sus pies y lo idolatrara como el dios que era? Bueno, no se podía pedir demasiado a un grupo de malolientes ebrios.
—¿Dónde vives?
—Bueno, un poco por aquí y otro poco por allá, a veces en dueño del bar deja que me quede en una habitación que tienen allí. Antes era camerino, al parecer hace muchos años era como un pequeño teatro, pero se fundieron y devino en lo que es. Está bien, me permite cantar y ganarme unos dólares.
—Ya veo, pero ese tipo del callejón…
—Sí, bueno, a veces pasa, alguien cree que puede venir y tomar lo que no es suyo, cosas del oficio.
—Estás muy expuesto, deberías aprender a defenderte cuando menos.
—Lo intenté, fui a unas clases de Jujitsu o algo como eso, pero, nada, no tengo fuerza física. Por lo general suelo tener un gas pimienta, solo que anoche, no sé, creo que lo perdí, no lo tenía conmigo.
Kenny suspiró y terminaron el desayuno en silencio. Luego lo acompañó hasta la avenida, ni siquiera se había marchado y ya le estaba doliendo un poco dejarlo partir.
—Gracias por todo, Kenny —dijo Uri intentando hacer una reverencia pero el otro lo sostuvo de los hombros para impedírselo.
—No, no te agaches, hice lo que era correcto, por una puta vez en mi maldita vida. Toma —dijo intentando tomar su mano para dejarle un par de billetes pero el pequeño dios negó con convicción.
—No, está bien, tengo suficiente, de verdad.
—Pero-
—Nada de peros, estoy bien. Aunque probablemente aceptaría uno que otro desayuno alguna vez.
Dicho lo cual se giró para detener un taxi.
—Iré a verte —dijo Kenny antes de que Uri subiera al carro.
—Lo sé, te estaré esperando, querido Kenny.
El hombre regresó a su casa, sopesando los últimos eventos, estremecido, confundido, reflexivo, lo último era algo que rara vez le sucedía. Cuando entró a la cocina para buscar un cenicero y prender un cigarro, notó que una diminuta hoja verde aparecía de la segunda maceta colgante de su ventana.
—Es verdaderamente… un pequeño dios…
.
By Luna de Acero.-
