Hi, aquí Harrison.

Todo esto es una combinación de muchas gomitas en forma de pandita, fuzetea sabor durazno y un toque de desesperación. ¡Disfrútenlo!

Disclaimer: Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.


Pay attention
I hope that you listen
'Cause I let my guard down

Todos la percibían de manera diferente. Las personas con más sensibilidad podían verla, pero nunca se preguntarían qué era. No era habitual que ella se presentara ante seres mágicos. Por esa razón, entendía un poco el entusiasmo que había surgido de forma repentina. Siempre causaba ese efecto. Ellos podían sentir cómo su magia bailaba, ese regalo que se les había otorgado desde muy temprana edad.

Siguió revoloteando alrededor, viendo las sonrisas que surgían en sus caras cuando alcanzaba a rozarlos, caras que hasta ese momento habían estado nubladas por el miedo, la desesperación y la furia. Existía tanto enojo dentro de aquellos seres que podía sentir su alma doler. Lo entendía, comprendía a la perfección por todo lo que estaban pasando. Nunca era bonito presenciar el final de una guerra; ella lo evitaba la mayor parte del tiempo por la frustración de que, aunque quisiera, no podía evitar lo que estaba destinado a pasar.

Sin embargo, en algunas ocasiones, podía ayudar un poco. Y por esa razón es que estaba allí. Necesitaba hacer la primera intervención antes de que fuera demasiado tarde.

Aunque usualmente no los necesitaba, debido a que podía percibir con facilidad la magia y energía de las personas, esta vez decidió aparecer sus ojos porque no contaba con demasiado tiempo para encontrarlos. Dos personas, dos magias que habían estado unidas por mucho más tiempo del que era considerado posible. Aunque ella sentía que más que una bendición, era una maldición: sus almas nunca terminaban unidas.

Estaba tan destinado a pasar, que el mismo Destino tenía un capricho por hacer que no sucediera.

Había presenciado por milenios cómo aquellas dos almas se separaban, morían en manos del otro, veía cómo se asesinaban, impulsadas por un odio que tenía que convertirse en amor, pero que siempre existía algo que lo impedía. Vibró con enojo un momento, haciendo que su presencia se volviera un tanto sombría. No iba a permitir que pasara de nuevo.

Se calmó cuando notó que su enojo estaba haciendo que el ambiente a su alrededor estuviera peor. Las personas ahí no merecían sufrir más.

Brilló al localizar a una de las almas que estaba buscando, y oh, la otra estaba junto a ella. Podía percibir una alteración en la magia de ambos. ¿Llegó demasiado tarde? Con premura, atravesó el grueso muro de aquel castillo y la escena ante ella no era una que hubiera esperado.

Un enfrentamiento de esa naturaleza no había estado en sus planes. Varita con varita, en posición de ataque. El odio se podía visualizar en los dos rostros. Los ojos verdes parecían brillar con la intensidad de un Avada Kedavra, mientras que los ojos grises que le respondían la mirada con la barbilla en alto podrían congelar por la frialdad y el desprecio que transmitían.

Hizo lo único que parecía sensato en aquella situación. Empezó a emitir una sensación de tranquilidad y paz, no demasiado evidente para que ninguno de ellos pudiera sospechar que había un ente invisible en la misma habitación, pero lo suficiente para que la furia que ambos sentían disminuyera un poco. No quería verlos muertos de nuevo. Mucho menos cuando sabía que aquella sería la última oportunidad para que sus almas se unieran.

El primero en bajar la varita fue el moreno. Siempre había sido el que guardaba más compasión en su corazón, aunque también era el más orgulloso.

—¿A qué viniste, Malfoy? —preguntó Harry Potter aún con cierta furia tiñendo su tono de voz. El rubio, al ver que al menos ya no había peligro inmediato, también bajó la varita, pero la mantuvo fuera, mostrando así la desconfianza que el pelinegro le generaba.

Draco Malfoy entrecerró los ojos un momento antes de responder. Ella quiso reír por la frustración, ¿por qué tenían que ser tan tercos?

—Tengo derecho a estar aquí —respondió con altivez. No había dudas en su voz y ella podía percibir cómo el tema le estaba afectando profundamente pero que no lo demostraría frente a quién consideraba su enemigo—. Era mi padrino, Potter. No puedes negarme el acceso a su funeral.

Oh. Ahora entendía qué pasaba.

—Por supuesto que puedo. No se permiten mortífagos aquí, Malfoy —si antes la voz del moreno había estado llena de furia, no se podía comparar al desprecio que desprendió cuando pronunció el apellido del rubio. Pero este no se vio afectado y solo puso los ojos en blanco, como si lo que Potter decía estuviera más allá de su entendimiento y lo considerara por debajo de él. Que, conociéndolo, a ella no le sorprendería si fueran esos sus pensamientos.

Con un gesto de impaciencia, Malfoy se subió la manga de su brazo izquierdo, mostrando su antebrazo completamente limpio.

—Sin marca, ¿contento? Me estás aburriendo, Potter, infinitamente —dijo el rubio con un gesto de fastidio. Ella merodeó un poco en su mente, sin sentir culpa en estar haciéndolo y notó que Draco no tenía la paciencia necesaria para lidiar con Potter en ese momento.

El moreno apretó con fuerza la varita que aún tenía en la mano derecha y ella se tensó, sabiendo el carácter tan volátil que se manejaba, más en las circunstancias en las que se presentaba aquella discusión.

—No me importa. Todos aquí saben que compartías sus ideales. No quieras pasarte de listo conmigo —amenazó el moreno dando un paso hacia el rubio. La magia de Harry vibraba a su alrededor, preparada para defenderlo. Era tan poderoso que ella solo pudo vibrar de la emoción. Probablemente era lo más fuerte que había estado su magia en mucho tiempo y sabía que podía aumentar con los años.

Draco también podía notarlo, aunque no tuviera la misma fuerza en su magia y se preparó para el ataque, aunque este nunca llegó. Ella sabía que la magia del rubio estaba más enfocada a sanar, era poderoso, sí, pero de una manera diferente.

Potter era explosión pura, mientras que Malfoy era tranquilidad. Se complementaban y se repelían con la misma intensidad.

—Potter, solo quiero asistir al jodido funeral de mi padrino. ¿Podrías respetar que era su ahijado o eso va en contra de todo tu asqueroso honor Gryffindor? —podía notar el sarcasmo que emanaba el tono de Malfoy y se estremeció. Pudo consolarse al saber que todo aquel odio puro que sentían era impulsado por los sentimientos tan frescos después de estar en bandos opuestos en una guerra que acababa de terminar, sin embargo, incluso así, dolió un poco. Ella lo comprendía, pero no evitaba que se sintiera mal por eso.

—Está bien —Harry escupió esas palabras, sabiendo que no podía hacer nada—. Pero si te atreves a causar algún conflicto…

—No lo haré, Potter —lo interrumpió Malfoy torciendo sus labios en una mueca de desprecio—. Ni siquiera notarás que estoy ahí.

La mirada que Potter le lanzó al rubio decía que aquello sería imposible y se dio la vuelta, dirigiéndose a la puerta con grandes zancadas dejando a Malfoy atrás.

Ella pensó en hacer que regresara, pero no lo hizo. Todavía no era el momento. Los caminos de ambos aún tenían que separarse una vez más antes de que se volvieran a cruzar. Tenían que sanar sus heridas, madurar y empezar a correr por ellos mismos.

Pero lo harían y ella estaría ahí para evitar que se desviaran hacia un final trágico que haría que el mundo mágico se desmoronara.

Esta vez lo lograría.


Harry Potter se encontraba en serios problemas. Podía escuchar desde su refugio cómo los hechizos volaban de un lado a otro en el sangriento enfrentamiento que los aurores estaban teniendo a unos pocos metros. Tomó un largo respiro antes de conjurar una burbuja de aire alrededor de su cabeza. Los magos a los que se enfrentaban habían lanzado un gas que tenía como consecuencia intoxicarse en segundos, algo que no podía permitirse en ese momento. Con una agilidad que había ganado después de mucho entrenamiento, salió al ataque. A sus veinticuatro años, Harry se consideraba un auror con bastante habilidad, cosa que en ese momento necesitaba más que nunca.

Esquivó una maldición que tenía toda la pinta de ser mortal con un giro, antes de apuntar a su oponente y lanzarle el desmaius más potente que era capaz de conjurar. Dio en el blanco, el mago se había desorientado cuando notó que su ataque falló y su hechizo hizo que cayera al suelo. Lo ató con rapidez antes de continuar con la pelea, resoplando con un poco de cansancio.

Recorrió con la mirada el ambiente en el que se encontraban, un poco abrumado por la cantidad de magos a los cuales había tenido que batirse en duelo en solo quince minutos. Habían caído en una trampa para novatos y aquello les iba a costar caro si conseguían salir vivos. Movió su mano con premura, ayudándole a Wilson con magia sin varita y dejando inconsciente a otro mago que tenía un frasco en su mano derecha y se aferraba a él como si su vida dependiera de ella. Desvió su atención de ese hecho cuando escuchó un grito de una voz que le resultaba demasiado conocida y jadeó al notar como Ron Weasley caía por una maldición que uno de los dos magos con los que se enfrentaba había lanzado. Sintiendo como un dolor sordo le recorría todo el cuerpo, alzó su varita y conjuró un escudo que lo protegía de cualquier ataque por unos pocos minutos, pero eso era suficiente para lo que tenía planeado hacer.

Immobilize hostes —tuvo cuidado en su pronunciación, cada silaba debía ser acompañada de un movimiento específico de la varita a la vez que su mano izquierda trazaba la runa Thurisaz siete veces. Era un encantamiento muy difícil, uno que solo aquellos que tenían la capacidad de hacer magia sin varita podían realizar y, aun así, no era recomendable utilizarlo en medio de una batalla porque entre sus propios compañeros aurores podía existir alguien que lo considerara su enemigo, aunque fuera por la más mínima estupidez, sin embargo, esa era la única manera en la podían salir de ahí sin que sufrieran más bajas y tenía que poner a salvo a Ron lo antes posible.

Cuando acabó, pudo notar que alrededor de quince hombres y alguna mujer caían al suelo, desmayados ante la intensidad del encantamiento. Harry cayó también, sus rodillas se vencieron por el agotamiento, había utilizado demasiada magia y ahora pagaba las consecuencias.

Fue entonces cuando pasó.

Una bruja, probablemente una que estaba con aquellos a los que se enfrentaban, se desplomó justo encima del mago que anteriormente le había llamado la atención por la forma en la que agarraba un frasco con un líquido verdoso. Harry lo supo. Y solo pudo hacer una cosa para salvar a todos.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, alzó la varita y lanzó otro escudo, aislando de manera efectiva a los tres. Pudo escuchar a través de la explosión cómo trataban de rescatarlo, pero no había nada que pudieran hacer, el escudo aguantaría y nadie iba a poder atravesarlo hasta que él se desmayara. De inmediato, sintió como si miles de agujas se clavaran en su piel, aunque probablemente no fuera eso, sino su propia magia atentando contra él.

La última cosa que pudo ver entre las lágrimas que le nublaban la vista fueron las caras consternadas de sus compañeros.

Ahí se acababa su suerte, pensó con cierto sarcasmo antes de cerrar sus ojos por el dolor.


La vida en San Mungo era un poco tediosa en opinión de Adhara Bowen. Sus compañeros más veteranos decían que era mejor así, que cuando estaba la guerra no había día en el que se pudiera disfrutar de una buena taza de té y que el ambiente ahí era lúgubre, todos temiendo en cualquier momento un ataque de esos que producían decenas de muertes a diario. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando trató de imaginarse pasar por aquello. Por suerte, todos esos tiempos habían quedado atrás, en un lugar que todos trataban de olvidar. A Adhara no le parecía bien que uno hiciera eso, podían acabar los mismos errores que los habían llevado a una guerra en primer lugar. Sin embargo, no estaba en consideración de opinar, ella no había vivido la guerra. Su familia se había trasladado a Francia a la velocidad de una Nimbus 3000 cuando la cosa se volvió lo suficientemente fea. No les recriminaba, aquello era lo más sensato de hacer en ese momento y ella no tuvo ni voz ni voto en todo ese asunto.

Ahora, en tiempos de relativa paz, es cuando resentía un poco la decisión de su familia, cuando todos la miraban como si hubiera sido una cobarde por no quedarse a luchar contra un lunático con aires de grandeza. Que se jodieran, bien decía su madre: "Mejor cobardes a muertos" y Adhara no podía encontrar ninguna falla en esa lógica. No eran guerreros, no podían luchar en una guerra cuando la mayoría de ellos solamente tenían quince años en ese entonces. Resopló un poco al darse cuenta del rumbo de sus pensamientos, su novia la estaría regañando por pensar en cosas innecesarias en el horario de trabajo, podía escucharla a la perfección.

Una alarma que le resultaba conocida, pero que aún la sobresaltaba a veces, resonó por todo el edificio. Adhara se puso en alerta antes de correr hacia las escaleras con toda la rapidez que sus piernas podían permitirle. Tenían una emergencia de nivel uno, es decir, algo que requería la atención de todos los sanadores disponibles que se encontraran ahí. En medio de la urgencia por llegar al primer piso, Adhara consideró qué era lo había sucedido.

Especulaba sobre los aurores, que eran los que más ingresaban al hospital, sin embargo nada, absolutamente nada podría haberla preparado para lo que encontró ante sus ojos cuando finalmente llegó a la recepción.

Era un absoluto caos, pero en medio de todo ese infierno que se había desatado, pudo observar cómo varios sanadores se aglomeraban en torno a algo que parecía un gran capullo mágico y lanzaban hechizos en torno a este sin lograr atravesarlo. En cuanto se percató de lo que sucedía, atravesó como pudo la marea de magos y brujas que estaban gritando y sollozando.

—¡Dejen de lanzarle hechizos! ¡Van a matar a esa persona! —exclamó lo más alto que pudo. La sorpresa que tuvo cuando notó que el mago dentro de aquel capullo era Harry Potter fue tanta que dejó caer su varita. Los sanadores que habían estado trabajando o intentando sacarlo de ahí la miraron como si consideraran mandarla con un psicomago o algo parecido. Rodó los ojos, incapaz de creer que fueran tan incompetentes. Se agachó por su varita con una dignidad que su madre envidiaría y cuando se enderezó, ya con el palo de madera en la mano, les lanzó una mirada de exasperación—. En serio, ¿están considerando matar a Harry Potter o qué les pasa por la cabeza? Ese capullo mágico en el que está encerrado se creó con su propia magia. Al estar como locos a su alrededor están haciendo que su magia se altere más y eso puede provocar que se descontrole —señaló con la cabeza cómo el color del capullo se había vuelto un azul pálido en lugar del rojo intenso que había tenido cuando llegó.

—Entonces, ¿qué le pasa? —preguntó una sanadora que tenía unos bonitos ojos azules. Adhara estaba segura de que habían hablado una o dos veces desde que pisó por primera vez el hospital.

Notó de forma fugaz cómo la mayoría de las personas habían detenido sus actividades y la estaban mirando con atención, pendientes de cada cosa que decía. Aquello iba a terminar en El Profeta con toda seguridad. Jodido Niño Dorado y toda la atención que traía consigo.

—Sinceramente, no lo sé. Por lo general, los magos o brujas que se protegen con su propia magia creando esa especie de capullo que ven ahí, es porque están a punto de morir y su magia reacciona de manera tal en que están retrasando lo que les pasó —unos cuantos jadeos se escucharon en cuanto dijo eso, pero los ignoró y se acomodó la túnica que los sanadores ahí estaban obligados a llevar, sabiendo el impacto que tendrían sus siguientes palabras—. Es como si se pusieran en estasis a sí mismos, pero de una forma más extrema y peligrosa. Es extremadamente delicado sacarlos de ahí, además de complicado porque estamos atacando su magia y, si se logra, la estasis se deshace, haciendo que lo que sea que le esté afectando actúe de nuevo. Como ya dije, cuando los magos o brujan lo hacen, es porque están a las puertas de la muerte.

—¿No podemos hacer nada? —un mago preguntó en voz baja, mirándola con el shock grabado en su cara. Probablemente era un auror que había estado junto a Potter.

—El único caso que traté fue en Francia, y solamente conozco a un sanador que ha logrado revertir el capullo y a la vez, salvar a la persona —dijo recordando la admiración que había sentido en ese entonces hacia el mago y que seguía sintiendo aún. Su novia, Suze, decía que siempre se comportaba como una admiradora cuando lo veía, pero no podían culparla, nada iba a poder superar aquel espectáculo de sanación que presenció hacía dos años.

—¿Quién es ese mago? —le cuestionó con premura el auror de antes, aunque esa vez había una pizca de esperanza en su voz.

Observó fijamente al auror y a todas las personas que estaban ahí. No les iba a gustar para nada el nombre que estaba a punto de dar. Él le había advertido eso cuando ella decidió hacer un máster ahí, en Inglaterra. Retrocedió un paso, tratando inútilmente de protegerse de la reacción.

—El sanador Draco Malfoy, por supuesto.


El Hôpital Beaufort Pour Maladies et Blessures Magiques o mejor conocido como Le Beaufort estaba ubicado estratégicamente en la calle menos concurrida de Paris, casi como si quisieran que los magos franceses no lo encontraran. Se entraba por un gran ventanal, una entrada sencilla, pero que les funcionaba porque nadie se fijaba mucho si las personas desaparecían de forma repentina, solo asumían que habían atravesado una puerta. Su lema, Guérir rapidement et facilement, les quedaba como anillo al dedo. Contaban con los mejores sanadores de Europa y nunca se molestaban en no presumirlo, era un orgullo decir que su hospital era uno de los que menos muertes registraban al año y su índice de recuperación entre los magos y brujas era alto.

Todos decían que una vez que pisabas el Le Beufort ibas a querer volver solamente para presenciar el espectáculo de sanación que se veía a diario.

Así que, tenía sentido que Draco Malfoy se encontrara en ese momento dentro del hospital, jugando con una pluma de halcón blanco mientras llenaba un par de formularios.

Draco sabía que no era algo que requiriera su atención inmediata y que se los podía dejar a su secretaria y que ella hiciera el papeleo por él. Pero no estaba en condición de permitírselo, quería distraerse de lo que su madre le había dicho esa mañana, de la presión que tenía encima porque aún no quería casarse, por el amor a Merlín. Ni siquiera si era una encantadora dama francesa que estuviera tan dispuesta a tomar el apellido Malfoy.

La vida después de la guerra en Inglaterra había sido difícil. Pero salió adelante, aunque no volvería a pisar ese país. Se lo prometió a sí mismo. Estaba bien ahí, en Francia con su madre, alejados de todo el odio generalizado que recibían en Inglaterra. Hasta podría arriesgarse a decir que era apreciado en Paris, o al menos por la comunidad de sanadores. Podía notarlo, y por supuesto que se lo merecía. Era un maldito buen sanador. Nadie era capaz de negarlo y lo notaba en la admiración que ponían las personas cuando lo conocían. Ahí no era el casi mortífago, era el sanador que había logrado sanar a pacientes que se les daba por imposibles.

Y eso estaba bien, por mucho que extrañara su vida en Inglaterra.

Tal vez, algún día, sus hijos podrían volver, habitarían la Mansión Malfoy como estaban destinados. Sin embargo, él ya había tenido demasiado y su madre concordaba con él.

La única cosa en la que estaban de acuerdo últimamente.

Al principio su insistencia había sido sutil, tanteando el terreno. Cuando vio que él no estaba interesado, no se desanimó y siguió. Los, "pero sería estupendo que llenáramos la sala de narcisos en tu boda" o "Aurora sería una excelente esposa para ti y ayudaría a mejorar el apellido de la familia, Draco" no fueron lo mejor que se le ocurrió a su madre para convencerlo, solo hizo que huyera de ella por semanas. Y lo seguía haciendo, aunque se percatara de cómo le lanzaba dagas por los ojos cada vez que se la cruzaba.

Así que no, tenía que llenar él mismo esos formularios porque no podía ver a su madre. No si quería mantenerse soltero por más tiempo.

Un leve golpe en la puerta de su despacho hizo que levantara su vista de los papeles que tenía en sus manos. Las palabras infección por doxys todavía revoloteaban en su mente cuando dio el permiso para entrar.

Alzó una ceja cuando Suzette Herschel cruzó la puerta.

—Vaya, ¿a qué debo este desagradable honor? —preguntó con cierta curiosidad. No era normal que la directora del hospital se presentara en su despacho un lunes en la noche. Sin contar que simplemente no se soportaban. Los dos eran demasiado retorcidos y engreídos como para que sus personalidades congeniaran. Malfoy no negaba que la guerra de sarcasmo que tenían cada vez que se encontraban era divertida, pero eso era todo. De hecho, Draco se llevaba mejor con la novia de Herschel, por mucho que siempre se preguntara cómo habían terminado juntas. No que le interesara demasiado el tema, pero era curioso el contraste que hacían las dos cuando se juntaban.

—¿Qué? ¿No puedo visitar al mejor sanador que tiene el Beaufort?

Malfoy levantó la otra ceja, diciéndole sin palabras que no lo engañaría de esa manera. Observó la manera en que Herschel se sentaba, como si aquel pequeño despacho le perteneciera también. Dejó con cuidado su pluma en el tintero y se cruzó de brazos, notando que la postura de la directora estaba tensa, como si no quisiera hablar con él y estuviera obligada a hacerlo por alguna razón.

—En serio, ¿qué quieres? No tengo tiempo para tu encantadora presencia ahora mismo, aunque aprecio que reconozcas que soy mejor que tú, querida —sus palabras fueron acompañadas de una mueca, indicándole a Herschel que no era bienvenida ahí.

—No me andaré con rodeos. Te necesitan en Inglaterra.

Draco no esperaba para nada esa respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué precisamente en ese momento? ¿Por qué después de negarle la entrada durante casi diez años?

—Pues a mí nada se me perdió en ese país, así que sigo sin comprender —contestó con cierta indiferencia. No había nada capaz de regresarle a Inglaterra. Nada.

—Tienen un caso de una crisálida mágica, Malfoy. Sabes tan bien como yo que eres el único sanador en este continente que ha logrado con éxito sacar a una persona con vida de esa cosa —dijo con cierta dureza tiñendo su tono de voz. La mirada en su rostro, su postura y lo rígida que estaba daban a entender que estaba dispuesta a luchar para que él aceptara viajar a Inglaterra.

Una crisálida mágica. En contra de su voluntad, su mente comenzó a juntar toda información que tenía, el modo en el que podía intentar contrarrestarlo. Porque cada crisálida era diferente, dependiendo del mago o bruja. Tenía la personalidad del huésped y nunca se podía saber la magnitud de su poder hasta que lo veías en todo su esplendor.

Aunque algo estaba lanzando alarmas dentro de su cabeza. No era un caso de crisálida normal. Conocía a la perfección cómo se manejaban en ese país y no creía que lo solicitarían a él, un repudiado, si la persona que estaba encerrada en su propia magia no fuera importante.

—¿Quién es? ¿Quién fue capaz de encerrarse en una crisálida? Y no te hagas la estúpida conmigo, Herschel. No soy idiota y sé que el ministerio ingles nunca llamaría a un casi ex mortífago para que atendiera a uno de sus ciudadanos si no fuera alguien valioso para ellos.

Intentó pensar en varios nombres mientras esperaba que Herschel contestara. El ministro, algún miembro del Wizengamot, pero ninguno encajaba con la descripción, ¿quién era tan fundamental como para hacer tambalear la burbuja de odio que se cernía en Londres?

Se tensó cuando un nombre resonó en su mente.

Por supuesto.

—Creo que lo conoces —dijo la directora sin mirarlo a los ojos, removiéndose el cabello color rosa en señal de nerviosismo. Algo que nunca esperó ver de ella, si era sincero. Nunca en sus largos años en el hospital la había visto tan fuera de su ambiente natural. ¿Dónde estaba la chica que respondía con el veneno de una serpiente cuando atacaba con su propia dosis?—. Es Harry Potter.

La confirmación no fue placentera. Tenía que haberse imaginado que el jodido Harry Potter estaba envuelto en algo como eso. Había pocos magos lo suficientemente poderosos como para ponerse en una crisálida y Potter era uno que entraba en esa categoría.

—No.

Fue su única palabra. No pensaba volver a Londres para salvar al jodido niño que vivió.

—¿No eres un sanador? ¿Qué pasa con tu juramento de intentar curar a todas las personas, sin discriminación, sanador Malfoy? —recalcó su título, sabiendo lo que hacía y dejando que las palabras y el recordatorio se hundieran en él.

Esa era la Herschel que conocía. Momento inoportuno para volver a su irritante personalidad.

—Golpe bajo, directora —cerró un momento los ojos antes de volver a abrirlos, exasperado. Tenía la ligera sensación de que no ganaría esa batalla por mucho que lo intentara. Su madre iba a matarlo cuando se enterara de la razón por la que volvería a Inglaterra—. ¿Tienes alguna información?

La sonrisa triunfal que dejó ver Herschel solo logró ponerlo de mal humor. Con esa pregunta, estaba cediendo implícitamente a su petición, ambos lo sabían.

—Sí. Aunque es escasa, no querían darme toda la información, pero Adhara —volvió a alzar una ceja ante ese nombre y la directora se percató de aquella acción—, discúlpala, pero en realidad ella fue la que dio tu nombre. Aunque hubieran llegado a él cuándo empezaran a preguntar —intentó apaciguarlo. Draco solo hizo un movimiento con su mano, instándola a que continuara. Lo hecho, hecho estaba—. Parece que hubo un enfrentamiento bastante intenso entre unos traficantes de pociones y los aurores británicos. Nadie vio realmente gran cosa, pero Adhy dice que cuando llegó a San Mungo, Potter ya estaba en la crisálida. No preguntes cómo lograron moverlo sin matarlo —añadió cuando notó que iba a preguntar eso. Rodó los ojos, odiaba cuando ella hacia eso—. De hecho, parece que estuvieron a punto de matarlo de nuevo cuando llegó porque estaban lanzándole hechizo tras hechizo para diagnosticarlo.

Era un milagro que Potter no estuviera acompañando a sus padres después de semejante trato. Británicos incompetentes, todos ellos. Reflexionó un momento, pero no pudo sacar nada. Tenía que ver la crisálida antes de saber qué hacer y, sobre todo, averiguar qué fue lo que puso a Potter en ese estado.

—Bien. Lo haré. Pero con una condición —dijo rápidamente al ver a Herschel intentar levantarse—. El Ministro de Magia debe firmarme un indulto en donde diga que no se hará nada en mi contra si Harry Potter muere. No me mires así, sabes tan bien como yo que no siempre el huésped se cura —agregó esto último al notar como la directora le miraba con desaprobación.

Debía tener esa salida. Porque, aunque fuera un sanador excelente, algunos casos de magia escapaban de su capacidad. Y aquel tenía toda la pinta de ser uno de esos.

—Bien. Tendrás tu indulto.

Asintió con la cabeza en señal de despedida y ni siquiera miró a Herschel cuando salió de su despacho, demasiado distraído por sus pensamientos y el ruido que ahora mismo resonaba en su cabeza.

Tal vez fue por eso por lo que no le prestó atención a la ligera risa que se escuchó en la habitación. Como si una presencia que desconocía estuviera extremadamente divertida por los acontecimientos que se le presentaban.

Ya era el momento de que los caminos se volvieran a entrelazar.


Algo le decía que no estaba precisamente despierto. O sí, pero no en un plano que reconociera. Solo tenía que averiguar por qué sabía eso. Sus ojos seguían cerrados con fuerza, por lo que al abrirlos le costó enfocarlos. Observó su alrededor, posando su mirada en la lúgubre habitación en la que se encontraba. Era pequeña, demasiado. Si no estuviera acostumbrado a los espacios pequeños, probablemente estaría en serios problemas. Más de los que ya estaba en ese momento, por supuesto.

Poco a poco, al acostumbrarse a la ligera niebla que tenía ante sí, pudo reconocer el lugar en donde estaba.

Ya, sí.

Nunca escaparía del armario debajo de las escaleras, ¿cierto?

Se abrazó a sí mismo tratando de protegerse de un enemigo inexistente y deseó volver a no pensar. A no tener conocimiento de dónde se encontraba, ni de nada.

Simplemente no quería existir.


Estar de nuevo en Inglaterra tenía un sabor agridulce. Sabía que no era bienvenido ahí, pero, aun así, disfrutaba regresar al lugar que había sido su hogar durante diecisiete años.

Estaba en la Mansión Malfoy. No había podido escapar de eso. Su madre fue muy clara al respecto: ningún Malfoy que fuera a Inglaterra se quedaría en otro lugar que no fuera la mansión. Él solo pudo asentir y resignarse a que debía ceder en eso, ya suficiente tenía con las miradas de reprobación que le daba cada vez que recordaba el porqué estaba regresando ahí después de años.

Suspiró con dramatismo antes de cruzar las grandes puertas que adornaban la entrada de su casa. No quiso aparecerse en la entrada, aunque pudiera hacerlo, quería que la nostalgia lo bañara por un rato. Observó que los pavos reales de su padre aún estaban ahí, y sonrió levemente al recordar la cara de su padre cuando un Draco de cinco años quiso hacer su propio reino de pavos reales. Aún tenía en un baúl la corona que Lucius había hecho para él, siguiéndole el juego.

Tiempos de inocencia, en donde había sido feliz sin saber que su padre no era aquel ser majestuoso al que aspiraba a ser de adulto. Ojos llenos de ilusión al admirar a un padre que secretamente solo lo entrenaba para entregarlo en bandeja de plata a un demente.

Draco no podía negar que su padre lo llegó a amar en algún momento. De una manera retorcida, pero lo hizo, sin embargo el amor que tenía por él, su hijo, no le ganaba al fanatismo que sentía por Voldemort.

Iba a medio camino de los grandes jardines cuando finalmente decidió aparecerse en el vestíbulo de la mansión. Suficiente autocompasión consigo mismo. Llamó a un elfo, sabiendo que lo reconocerían como el señor de la casa. Sonrió cuando escuchó el inconfundible chasquido a su derecha. Al menos, la sangre de los Malfoy que llevaba siglos conviviendo en esa casa no lo despreciaba, algo que le agradecía en ese momento.

—¡Amo Malfoy, es un honor tenerlo de regreso al honorable hogar de los Malfoy! ¿Qué puede hacer Pinky por usted?

Draco le señaló la maleta que había traído con él a través del traslador. Era pequeña, no planeaba quedarse más de lo necesario, por supuesto.

—¿Podrías ponerla en mi habitación? Oh, también preparen una cena. Regresaré alrededor de esa hora —ordenó. No le dirigió la mirada antes de caminar a la chimenea.

No quería, pero tenía un deber que cumplir para poder irse de regreso a Francia y continuar con su vida, sin intervenciones de estúpidos con gafas que se encerraban en una crisálida.

Con pesadez, Draco agarró los polvos flú, dio un paso dentro de la chimenea y exclamó: "San Mungo". Figuras sin ninguna forma en específico atravesaron por su visión, mareándolo un poco y haciendo que su estómago se sintiera algo revuelto, tal vez estaba más tenso de lo que se admitía a sí mismo. Una vez que sus pies se estabilizaron, salió y se encontró con cinco pares de ojos mirándolo fijamente.

Hasta tenía un comité de bienvenida, qué encantador.

Una chica menuda se adelantó, haciendo notar su presencia al casi estamparse con él y Draco solo pudo sonreír de costado al percatarse de quién era. Aunque resultaba extraño verla con la horrible túnica turquesa que el hospital británico le daba a sus sanadores.

—¡Draco! Perdón, juro que solo quería saludarte —se justificó Adhara Bowen con la picardía pintada en su cara. Malfoy sacudió la cabeza, dando por perdida a la chica. Cada día que pasaba con ella, entendía menos cómo pudo terminar siendo novia de Herschel.

—Descuida —hizo un gesto con su mano para restarle importancia y le revolvió su cabello, sabiendo de antemano cuánto le molestaba aquello. Tenía que vengarse de alguna manera. —¿Por qué mejor no me presentas a tus adorables compañeros que me están mirando como si tuviera una enfermedad contagiosa?

Ante sus palabras, los magos desviaron la mirada, incómodos al ser reprendidos tan brutalmente. Adhara rodó los ojos, haciendo que otra sonrisa escapara de su control; Draco lo admitía, tenía una debilidad por esa chica. Era como la hermana pequeña que siempre quiso tener.

Un mago se adelantó antes de que Adhara pudiera hablar y ahora Draco fue el que rodó los ojos. No quería hablar con alguien que claramente no estaba contento de tenerlo ahí.

—Dave Whinter. Soy el sanador jefe de la cuarta planta en donde tenemos al auror Harry Potter. Estoy seguro de que todos queremos salir de esta situación lo más pronto posible, así que acompáñeme, sanador Malfoy —su tono expresaba absoluta formalidad. No había desprecio ni otra emoción que expresara sus verdaderos sentimientos. Draco admiró que no fuera un hipócrita y su respeto subió un poco, algo sorprendente cuando no esperaba nada de los magos británicos.

Rápidamente, los cuatro magos que se habían reunido en el vestíbulo empezaron a caminar. Solo faltaba que sus túnicas ondearan para que fuera una salida al más puro estilo de Severus Snape. Resopló antes de seguirlos, con Adhara a su lado.

—¿Tienes algunos detalles? —preguntó Draco en voz baja a la chica. Quería saber más sobre la situación antes de llegar. Era importante saber toda la información, aunque fuera mínima, todo pormenor era relevante en caso así.

—De hecho, sí. Ahora el capullo en el que nuestro héroe se encerró es dorado. Cuando llegó estaba de un azul pálido, pero hace una hora cambió de color. Nos llevamos un susto de muerte porque pensamos que iba a pasar a una mejor vida, ya sabes, como los fantasmas. Afortunadamente, no fue así. Aunque, este capullo es… raro. No es como el que trataste. La magia es más agresiva, por decirlo de alguna manera —murmuró la chica, tomando una pausa. Parecía reflexiva, contemplando algo que no estaba ahí, pero que la había dejado claramente perturbada.

Draco volvió a rodar los ojos, por supuesto que Potter no podía tener una crisálida normal. Solo vivía para hacer su vida más complicada, Malfoy estaba seguro de ello.

—Espera —ligera desaprobación se filtró en su tono de voz—. ¿Capullo? Por Merlín, Adhara, no seas vulgar. Es una crisálida. Me ofende que te atrevieras a llamarla así.

Adhara se sonrojó un poco antes de levantar la barbilla con dignidad. Malfoy quiso reírse, aquel gesto era uno que había copiado de Herschel. Esa dignidad ofendida era difícil de olvidar.

—No me aprendo todos los términos, señor Perfección.

—Eres tan infantil, querida. ¿Cómo es que Herschel te soporta?

—Porque me ama —contestó la chica, orgullosa.

Draco estaba preparado para contestarle con algo mordaz cuando fueron interrumpidos groseramente.

—Sanador Malfoy, llegamos —habló otra vez Whinter, lanzándole a la chica rubia una mirada reprobatoria, como si hablar con él estuviera prohibido.

En verdad, los británicos habían aventado sus modales por la ventana o él se había vuelto más quisquilloso al vivir en Francia.

No, definitivamente la culpa era de los británicos.

Observó la puerta por unos segundos antes de empujarla y pasar al interior.

Rogaba a Merlín que todo aquello no terminara en un desastre.


Lo primero que notó fue lo vacío que estaba el cuarto. La cama en donde estaba Potter era lo único que podía ver a menos que todo lo demás fuera invisible y Draco dudaba que fuera eso.

—¿Por qué no hay muebles? —preguntó señalando distraídamente su alrededor fijando sus ojos en la crisálida.

Ciertamente era dorada. Los finos hilos de magia por la que estaba compuesta parecían brillar con fiereza, lastimando un poco la vista. Era un tipo de magia que no se suponía que fuera vista por los ojos humanos.

¿Cómo, por Morgana, Potter había logrado una crisálida de tan alto nivel?

La que tenía ante sus ojos era una de las más poderosas que se tenían constancia en los libros de medimagia. Nunca había tratado con una de tal nivel y realmente no le sorprendía que Potter fuera un caso histórico para el tratamiento de una crisálida. Se acercó lentamente, viendo cómo los hilos de magia parecían entrelazarse con magnífica armonía, haciendo parecer inofensivo al tejido, pero al mismo tiempo, los leves destellos dorados que emitían de vez en cuando daban la advertencia del peligro que se presentaba ante él.

Somos hermosos, pero podemos destruirte.

Draco se estremeció ante la cantidad de magia que se podía sentir en ese cuarto. Magia pura, aquella que era la más peligrosa y mortal. Solo entonces comprendió porque no había nada en la habitación.

—¿Cada cuánto son las explosiones de magia? —preguntó, sin hacer caso a las miradas sorprendidas ante su cuestionamiento. Aún creían que no era capaz de hacer esto, por Merlín, estaba empezando a hartarle. Debería dejarlos con su precioso héroe e irse de ahí. Ya quería ver cuánto tardarían en arrastrarse para volver a contactarlo.

—¿Cómo sup-…

—Por favor, la magia se puede sentir en el aire. Magia pura. No me hagan perder más el tiempo, o Potter puede morir mientras hablamos.

Lo había dicho al aire, pero Draco no creía que eso fuera posible. La crisálida parecía demasiado viva. Generalmente, cuando estas se creaban, el mago o bruja estaba a punto de morir y no podía regenerar su magia, lo cual, no estaba pasando con Potter.

—Cada siete horas—contestó Adhara, la única que se atrevía a dirigirle la palabra, por lo visto. Hizo un gesto con la mano, diciéndole sin palabras que necesitaba más información—. Es una onda explosiva que destroza todo lo que toca y a nosotros nos lanza contra la pared. Es muy fuerte. La última fue hace dos horas.

Reflexionó un momento sin apartar sus ojos de la silueta difuminada de Potter. La crisálida estaba regenerando su magia, estaba claro que aquel idiota no estaba a punto de morir, entonces, ¿qué le pasaba?

—¿Alguna información de cómo acabó en este estado?

—Sí. Estaban en un enfrentamiento con unos traficantes de pociones —Draco asistió, ya tenía esa información y pidió que elaborara más—. Hasta donde dice el reporte, el señor Potter ya había gastado parte de su magia en un poderoso encantamiento para derrotar a sus enemigos. Pero es todo lo que sabemos, todos sus compañeros estaban demasiado lejos o en un estado inconsciente cuando sucedió lo que sea que haya sucedido. ¡Oh! También conjuró un escudo para que no se acercara nadie y cuando este terminó, el señor Potter se encontraba así —Adhara señaló la crisálida al terminar su discurso, y volteó a ver a los sanadores que también se encontraban ahí en completo silencio. Draco reconoció la mirada, aquella que decía que los consideraba unos incompetentes. La rubia estaba pasando demasiado tiempo con su novia, definitivamente.

Desvió su atención de la discusión silenciosa que se había producido entre Adhara y los sanadores y se acercó un poco a la crisálida. No se esperaba la concentración de magia que la rodeaba. ¿Cuánto poder tenía Harry Potter? Draco sacudió su cabeza para sacarse del ligero estupor que le provocó estar rodeado tan de repente por tanta magia, de la magia de Harry Potter.

Por alguna razón que desconocía, sus pies se movieron en automático, acercándolo aún más a Potter, quedando casi pegado a la crisálida y por instinto, la tocó.

El silencio en la habitación fue ensordecedor cuando su mano traspasó los hilos de magia sin ningún daño. El rubio sintió un escalofrío cuando sus dedos tocaron la crisálida y vio cómo su mano se encontraba al otro lado, haciendo que esta brillara aún más. Parecía como si Potter, o al menos, su magia, estuviera disfrutando el contacto.

—¿Cómo hizo eso? —habló por fin uno de los sanadores, sonando conmocionado, tanto como el mismo Draco se sentía.

—¿Nadie había podido traspasarla? —preguntó, aunque ya supiera la respuesta. ¿Por qué la magia de Potter lo estaba aceptando de esa forma? ¿A él? ¿Por qué no estaba reaccionando de manera agresiva como se suponía que lo haría?

Draco retiró la mano con cuidado, pero el efecto fue el mismo, pudo sacarla sin ningún problema. Inmediatamente sintió el cambio en el ambiente, parecía como si la magia de Potter lo estuviera llamando, anhelando de alguna manera la magia de Draco.

Escuchó un murmullo a lo lejos, como si muchas voces estuvieran hablando en voz baja al mismo tiempo y Draco salió de su aturdimiento. Se echó para atrás bruscamente, queriendo poner distancia de la atractiva magia que se le presentaba. Tenía el mismo efecto que un hechizo de compulsión, incitándolo a tocarla, a hacer algo.

—Sanador Malfoy, ¿qué está pasando? —pregunto con impaciencia uno de los sanadores que no había tomado la molestia de presentarse, sonando furioso por algún motivo.

Los ojos grises se movieron de la crisálida, alejándola de su vista para mirar al grupo a sus espaldas. Evaluó la situación durante unos momentos, reparando en la expresión encantada de Adhara, contrastando duramente con las caras molestas de los sanadores.

—Mhn —dijo elocuentemente, sabiendo que sonaba como un idiota en ese momento, pero ¿cómo querían que explicara algo que ni siquiera él estaba comprendiendo?—. ¿Tocaron la crisálida antes? —cuestionó. Necesitaba algunas respuestas antes de siquiera pensar en una hipótesis para lo que estaba pasando.

—Sí. Fue un error de una enfermera, la tocó por accidente, intentando calmar al señor Potter en una de las ondas de magia y ahora está en un coma mágico —explicó alguien. Draco no tenía idea de quién era, sus ojos habían sido atraídos de nuevo a la crisálida y no podía apartarlos. Hizo un gesto pidiendo de forma silenciosa que continuara con la explicación—. Despertará. Pero la reacción nos dejó preocupados y desde entonces nadie ha tocado el capullo hasta ahora —Draco sintió de nuevo los ojos en su nuca, juzgándolo y él sabía que tenían la misma pregunta en sus mentes, pero no se animaban a cuestionarlo—. Sanador Malfoy, ¿por qué usted logró tocar el capullo sin sufrir una reacción adversa en su contra?

Draco también quería saberlo.

—¿Sinceramente? Esto también es algo peculiar para mí. No esperaba venir y encontrar que por alguna razón la crisálida de Potter se encariñara conmigo. Pero, podemos aprovechar este suceso tan inesperado —pensamiento tras pensamiento pasaba por su mente, tratando de encontrar una solución para todo el desastre que se le presentaba en ese momento.

Podía traspasar la crisálida, sí, sin embargo no podía romperla. Eso era algo que el mismo Potter debía hacer, nadie más podía hacerlo sin matarlo. Era el último medio de protección que tenían los magos, en momentos de desesperación, cuando su magia decidía actuar por su cuenta. A Draco siempre le interesó esa parte de la dinámica de las crisálidas. ¿Qué tan extrema tenía que ser la situación para que tu magia decidiera protegerte de todos, incluidos otros magos? ¿Por qué lo haría? ¿Qué pasaría si el mago o bruja nunca salía? Aunque esta última pregunta estaba contestada desde hace mucho. La crisálida significaba protección, sí, pero también era un arma de doble filo. El ser mágico dentro no podría aguantar mucho tiempo sin que su magia se agotara y finalmente, la enfermedad, herida, hechizo o poción que lo estaba matando, lo lograra.

Algo que esperaba poder evitar con Potter si no quería a toda la comunidad mágica de Gran Bretaña detrás de su cabeza. ¿Cómo podría hacer que Potter o su magia se deshiciera de la crisálida? ¿Con qué hechizos contaba? ¿Qué herramientas tenía a la mano que lograrían convencerlo?

—Legeremancia —susurró en voz alta, la compresión cegándolo durante un momento y callando de manera efectiva todas las voces que lo rodeaban.

Podía usarla. Ni siquiera necesitaba usar la varita y no le haría daño a la crisálida porque tocaría directamente a Potter y así usaría la Legeremancia, aprovecharía que la magia de este parecía amarlo y confiaba en que al usar la suya tan cerca no ocasionaría ningún daño. Esperaba que no lo hiciera, no quería terminar en un coma mágico, por Merlín.

—Podemos… Quiero decir, puedo usar Legeremancia —intentó explicarles a las personas que lo estaban mirando con incredulidad en cuanto esa palabra salió de su boca. Incluso podía notar que algunos de ellos sujetaban su varita de forma para nada disimulada. Quiso bufar exasperado, pero se abstuvo de hacerlo, era un Malfoy, los Malfoy no bufaban en público—. No sean estúpidos, no le haré nada a su querido salvador. No puedo solo deshacer la crisálida, entiéndalo. No hay hechizo capaz de lograrlo sin que termine matando al huésped. Solamente Potter puede quitarla y aunque podríamos esperar a que se le acabe la magia y se deshaga sola, es arriesgado. Puedo aprovechar la ventaja de que al parecer no me hará daño y entrar a su mente para tratar de convencerlo. Es la única manera.

Además, Draco tenía la sospecha de que Potter no quería salir de ahí. No con el nivel de magia que tenía la crisálida en ese momento.

Jodido Potter. En verdad existía solo para hacer su vida complicada.

Los sanadores, aunque dudosos, asistieron. Al parecer, la vida de Potter importaba más que el resguardar su mente. Qué encantadores, pensó Draco con ironía.


Ciertamente, no se esperaba aquello. Creía que la mente de Potter sería más… pretenciosa. En cambio, por alguna razón estaba en una versión del Departamento de Misterios. ¿Por qué Potter tenía como imagen mental algo tan mundano?

Su loco plan había tenido éxito. O eso pensaba viendo que se encontraba dentro de la mente de Potter y no en una cama sufriendo un coma mágico. Bien por él.

Recorrió con cuidado el cuarto, fijándose en las puertas negras que se le presentaban ante él y la compresión lo golpeó. Era la defensa de Potter. Al parecer, dominaba la Oclumancia y aquello era la defensa que había desarrollado ante ataques mentales. Draco debía reconocerlo, era ingenioso y algo que no esperaba del pelinegro. Aunque ahora se le hiciera una broma de mal gusto porque sería mucho más complicado encontrar a Potter dentro de su propia mente.

Jodido Potter.

Bien, empezaría con la primera puerta que tenía a su derecha. En algún cuarto tenía que estar o al menos debería advertir su presencia. Ninguna presencia externa pasaba desapercibida contra alguien que tenía el mínimo conocimiento en defender su mente.

En cuanto tocó el picaporte supo que había sido descubierto. Un pequeño, pero potente calambre se instaló en su mano haciendo que retrocediera de inmediato y, al mismo tiempo, sintió cómo su presencia se transportaba a otro lugar, lejos de las infinitas puertas negras. Draco se aterrorizó, no tenía ningún control de su mente estando ahí, estaba a completa merced de Potter y eso, recordando experiencias pasadas, no era nada bueno.

Cuando logró tener de nuevo control de su propia presencia, se percató de inmediato que el lugar en donde estaba era demasiado pequeño. Y estaba oscuro. Podía notar el polvo picarle la nariz, aunque fuera un lugar imaginario dentro de la mente de Potter y casi se podía respirar la humedad. No pudo seguir observando el lugar cuando una voz que se escuchaba demasiado cerca de su persona retumbó por todo el pequeño cuarto.

—¿Malfoy? —la duda y el horror que se percibían en la voz de Potter debieron advertirle del caos que ocasionaba su presencia ahí, pero Draco hizo caso omiso y fijó sus ojos en Potter.

Estaba diferente a la última vez que lo había visto en persona. Demasiado diferente. Los años habían hecho que madurara de buena forma y Draco suponía que el entrenamiento en la Academia de Aurores había tenido que ver en la nueva complexión que portaba ahora.

—El mismo que viste y calza —respondió Draco mientras se acomodaba mejor, alejándose lo más que podía del moreno, lo cual no era mucho dado el espacio tan reducido.

—¿Qué, por los calzones de Merlín, haces aquí?

Draco arrugó la nariz ante la expresión tan vulgar. Se esperaba que Potter la usara, pero el solo pensar en los calzones de Merlín o de cualquier otro mago con miles de años hacía que su estómago se revolviera un poco. Sin embargo, aquello le hizo darse cuenta del estado de alerta en el que Potter se encontraba. Parecía un gatito a punto de lanzarse para atacarlo, hasta creía que podía visualizar unas garras en donde se suponía que estarían las uñas del moreno.

—Lo mismo me pregunto, Potter. ¿Por qué tu mente tiene este cuarto tan horrible? —tenía verdadera curiosidad. No era algo que Draco se hubiera esperado. Aunque se estaba percatando rápidamente de que nada de lo que había supuesto antes del pelinegro frente a él era correcto. Draco podía reconocer su error.

La presencia de Potter se tensó y Draco quiso retroceder de inmediato. La tensión que emanaba era asfixiante y no muy agradable. No sabía qué había dicho para que el moreno tomara una postura más defensiva que la que había tenido antes, pero no podía retirarlo, menos teniendo esa mirada sobre su persona, acuchillándolo para que no hablara. Y, teniendo en cuenta que estaba en su territorio, no se sorprendió de no poder hablar cuando lo intentó.

—Este cuarto tan horrible, como tuviste la decencia de señalar, Malfoy, fue mi hogar por once años; así que vete de aquí —susurró con fuerza Potter, haciendo notar su enojo y su temperamento.

Draco solo pudo soltar un jadeo silencioso por la revelación antes de sentir cómo era expulsado fuera de la mente de Potter con tanta fuerza que no le sorprendió cuando su espalda chocó con una pared en la habitación sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo.

Antes de perder el conocimiento, pudo sentir que alguien trataba de consolarlo, haciendo que el dolor que sentía por el golpe disminuyera un poco. Unas suaves palabras fueron susurradas, palabras que después olvidaría, pero que siempre las tendría presentes en su subconsciente:

No te rindas.


Draco se negaba a hacerlo de nuevo después de ser expulsado de esa forma dos días antes, que es lo que tardó en recuperarse del golpe que había sufrido. Potter tenía un carácter de mierda y él no estaba para aguantar eso.

Pero, en contra de todo, se encontraba de nuevo ahí, frente a las puertas negras. Sus brazos estaban cruzados, negándose a dar un paso. Entendía un poco el motivo por el cual Potter lo había expulsado de aquella manera. Y aquello le había dado unas cuantas horas de reflexión. ¿Por qué Potter había tenido que vivir en una habitación tan horrible? ¿Once años? ¿Eso quería decir que fue antes de su estadía en Hogwarts? Y todas esas preguntas para las que no tenía respuestas regresaban a una: ¿Por qué?

Por más que Draco lo pensaba, no podía encontrar una explicación razonable por la cual Potter tendría que vivir en esas condiciones. Y ni siquiera sabía qué tan horrible había sido el cuarto en realidad, en el que estuvo era una versión matizada de la original, estaba seguro de eso. La mente era extraña en esos casos, podía martirizarte con tus peores recuerdos, pero a la vez, los suavizaba un poco para que la impresión no fuera impactante.

Avanzó de nuevo hacia una puerta, sabiendo que, si quería respuestas, no las obtendría quedándose parado ahí. Nuevamente sintió el calambre recorrerle el brazo antes de que fuera transportado hacia Potter. Tenía que hablar con el moreno y decirle que necesitaba una mejor forma de encontrarse. Esos calambres eran dolorosos.

El entorno en el que apareció era diferente. No estaba en la pequeña habitación horrible, sin embargo, la que se le mostraba ahora tampoco era muy diferente. Ni siquiera estaba decorada, por Merlín. Su cuarto de baño era más grande y eso era decir mucho.

—¿Terminaste de criticar mentalmente mi habitación o necesitas más tiempo, Malfoy? —escuchó la exasperante voz de Potter a un costado suyo. Draco lo observó por un momento, evaluando la situación en la que ahora se encontraba.

Potter estaba sentado en el suelo, sus ojos verdes resplandecían por alguna razón y no pudo evitar que su presencia le estremeciera. Aquella mirada tenía tanto poder detrás que Draco la encontraba ligeramente atrayente. Nadie podía culparlo, su debilidad eran los magos poderosos y, aunque despreciara a Potter, no negaría nunca que había cambiado mucho al adolescente flacucho que dejó atrás cuando se fue a Francia.

Las cejas arqueadas de Potter le dijeron que había pasado demasiado tiempo observándolo y desvió la mirada, queriendo escapar de los ojos del moreno.

—No la estaba criticando —mintió con descaro—, está bien, no la estaba criticando tanto —admitió después, no queriendo que al señor carácter de mierda se le ocurriera echarlo de nuevo. Se quedó donde estaba, no conocía la habitación y aunque en teoría no debería existir nada dañino, Draco no quería arriesgar su trasero al sentarse en la silla que se veía frágil aun a la distancia.

—¿Tu habitación? —preguntó cayendo en cuenta demasiado tarde de lo que el moreno había dicho. Otra incógnita que resolver. La misma pregunta seguía repitiéndose en su mente y se arriesgó a hacerla—. ¿Por qué, Potter?

Draco se negaba a admitir la conexión que existía entre ellos cuando Potter entendió a la primera a lo que se refería con esas simples palabras. No significaba nada, solo habían pasado demasiado tiempo alrededor del otro cuando eran adolescentes y uno tendía a aprender cosas, joder.

—Como si a ti te lo fuera a contar —dijo Potter siendo tan terco como siempre, pero Draco aceptó la respuesta. Tal vez nunca iba a saber el pasado de Potter y viendo el escenario en el que se encontraba, quizá estaba bien no saberlo. Quería mantener un poco más la imagen de arrogante y mimado que tenía del moreno—. ¿Qué haces aquí?

Esa vez la pregunta no salió con enojo. Podía decirse que más que enojado por la presencia de Draco en su mente, estaba cansado. Y ese cansancio se notaba. No emanaba la misma energía que antes. Draco se removió un poco, incómodo ante la imagen tan derrotada de Potter.

—Debes salir de aquí, Potter —habló con un tono de voz queda, sin mostrar ninguna emoción—. Pero primero, ¿cómo, por Morgana, te las arreglaste para acabar en una crisálida?

Tenía curiosidad. No todos los días te encontrabas con magos los suficientemente poderosos para conjurar una en sus últimos momentos. Y que Potter lo haya logrado con el desgaste mágico que tenía en ese momento, era digno de admirar.

—¿Crisálida? ¿De qué rayos estás hablando, Malfoy?

La confusión que podía percibir en el tono de voz de Potter era real y Draco no se sorprendió mucho que no estuviera enterado de su condición y del porqué estaban ahí en ese momento. La crisálida no era algo que fuera conocido en el mundo mágico por la escasez de estas, gracias a Merlín.

—Una crisálida es como un capullo —empezó a explicar, utilizando el término que Adhara le había dicho—, para decirlo de manera sencilla, afuera de tu mente estás envuelto en un capullo de magia que te mantiene con vida.

Era cansado explicar a la gente con lo que estaban tratando, en verdad. Las personas deberían estudiar un poco más para que él no tuviera que educarlos en términos tan sencillos.

—Oh. Así que por eso estamos aquí. Imaginaba que algo de eso había pasado cuando desperté —musitó Potter ahora mirando también alrededor—. Aunque eso no me explica qué exactamente haces en mi mente, Malfoy —los ojos verdes regresaron a él y se tensó un poco al tener de nuevo la completa atención del moreno.

—Soy un sanador ahora, Potter. Estoy encargado de tratarte y curarte.

—Pues, no hay nada que curar aquí, Malfoy, así que puedes irte —contestó el moreno, interrumpiendo lo que el rubio estaba por decir. Potter cruzó sus brazos y lo observó, instándolo a que saliera de su mente.

Draco tuvo que reconocerlo, al menos esta vez no lo estaba echando de ahí. Además, aquella actitud reafirmaba lo que llevaba pensando todo este tiempo: Potter no quería salir del pequeño refugio que había creado con su magia. Esa era la razón de que su crisálida fuera demasiado fuerte, y con seguridad seguiría fortaleciéndose hasta que la misma magia se tragara a Potter. Cuando tu magia es así de poderosa tienes que utilizarla, gastarla de algún modo si no quieres que esta te acabe consumiendo. Draco sabía de un caso así en su familia, Odella Malfoy había sido bendecida con demasiada magia para su cuerpo, desde muy pequeña pudo hacer cosas asombrosas y fue una prodigio, se esperaban grandes cosas de ella hasta que, un día, su poder se volvió en su contra: un hechizo salió de Odella con más fuerza de la necesaria y simplemente su magia la consumió. Cuando leyó eso, Draco no podía creerlo, que tu propio poder por nacimiento fuera capaz de hacerte algo así, era inaudito, pero a la vez podía entenderlo un poco.

Potter no iba a durar mucho si seguía acumulando magia, de eso el rubio estaba seguro. Y eso que no quería incluir lo que lo puso en la crisálida en primer lugar.

Entrecerró los ojos un poco y al final decidió sentarse en frente del moreno, haciendo a un lado todas las voces de sus antepasados diciéndole que los Malfoy no se sentaban en el suelo. No había caído en cuenta, pero tenía que preguntarle a Potter qué había pasado antes de que se protegiera, era importarte conocer esa información antes de que la crisálida se rompiera.

—Hablemos un rato —ante la mirada que le dirigió el moreno, Draco continuó con un poco de fastidio—. Vamos, Potter, si no salgo de aquí con algún avance van a mandar a un par de aurores para que traten de romper la crisálida y ninguno de nosotros queremos eso, sobre todo porque es más probable que tu magia mate a los pobres desafortunados.

Aquello causó el efecto que Draco buscaba. Sabía que era jugar sucio con el complejo de héroe que tenía Potter, pero él no estaba ahí para ser benevolente, si tenía que usar el ingenio Slytherin, lo usaría. Al recibir el ligero asentimiento, continuó.

—No te preguntaré por qué no quieres salir, eso podemos dejarlo para más tarde —le lanzó una mirada al pelinegro, callando lo que evidentemente iba a decir—. Ahora, solo quiero que me digas qué pasó en la batalla. Cada detalle que recuerdes desde que llegaron hasta cuando perdiste el conocimiento.

Draco se acomodó mejor en el suelo mientras escuchaba la historia, sorprendido por lo fácil que estaba siendo hablar con Potter. Suponía que los años que pasaron sin verse habían ayudado. Demasiado odio acumulado, tanto desprecio por la guerra y por sus yo adolescentes habían desatado todo eso. Ahora, mirando atrás, podía ver cuán exagerados habían sido en aquel entonces, cuánto les faltaba por crecer.

No eran los mismos chicos que habían levantado las varitas para casi freírse a hechizos en una habitación abandonada en Hogwarts. En ese momento, eran dos adultos que crecieron y Draco podía ver todos los errores que ambos cometieron y eso estaba bien. Porque eran niños, y los niños hacen cosas idiotas. Aquello era algo que todos lo que habían participado en la guerra debían entender.

—… Entonces, la bruja pelirroja cayó encima de una poción que un mago estaba protegiendo y solo sentí que era peligrosa —siguió Potter, recargándose en el borde de la cama, aparentemente cansado. Se detuvo un momento antes de continuar—. Supongo que actué por instinto. Conjuré el mejor escudo que podía hacer en ese momento, así solamente la poción me afectaría a mí.

—¿Qué sentiste antes de que te desmayaras?

—Como si mi magia me estuviera atacando —contestó y Draco alzó una ceja, extrañado por esa información—. En verdad, fue extraño, como si de repente se estuviera saliendo de mi control y quisiera atacarme.

—Creo que la poción era una que alteraba la magia. Seguramente aún estaba en pruebas y no tenían la versión final, por eso no moriste al instante y tu magia pudo reaccionar no en tu contra como la poción lo estaba pidiendo, sino que causó que tratara de protegerte.

Era la única explicación que se le ocurría. Y lo más importante, podía hacer algo al respecto si era eso. Porque la magia de Potter no estaba tratando de matarlo y eso era una enorme ventaja a la hora en la que el moreno decidiera a salir de la crisálida. Solo tenía que tratar las heridas que tenía a causa de la batalla. Sí, seguiría teniendo minutos de vida, pero podía tratarlo en el momento o al menos, eso esperaba.

Ahora, la cuestión era que Potter tenía que salir de ahí.

Draco lo miró fijamente, observando lo cómodo que el pelinegro estaba en esa pequeña habitación. El lenguaje corporal del contrario delataba que aquella posición en la que se encontraba era una que había usado muchas veces con anterioridad. Y Draco no sabía qué pensar realmente.

—¿Por qué no quieres salir de aquí, Potter?

No le importó la furiosa mirada que recibió en respuesta a la pregunta. Quería saber, era necesario que lo supiera porque si el aclamado héroe no tenía la voluntad de romper la crisálida, el mundo mágico estaría en serios problemas y probablemente su trasero también. Aunque tuviera el indulto, Draco no se confiaba de la honestidad del Ministerio Mágico Británico.

—No es de tu jodida incumbencia, Malfoy —Potter cruzó sus brazos y se recargó aún más en el borde de la cama, luciendo mucho como un cachorro regañado y Draco no pudo evitar soltar un ligero resoplido de risa.

—Eres tan gracioso, Potter. ¿Qué estuviste haciendo estos ocho años? —cambió de tema rápidamente, por mucho que quisiera saber, no lograría nada si era expulsado de nuevo.

—¿Por qué carajos te importa? —fue la linda respuesta de Potter y él solo pudo rodar los ojos.

Definitivamente, el jodido héroe no se iba a dignar a darle una respuesta.

—Algunos no estamos pendientes de lo que sea que diga El Profeta sobre ti, oh, glorioso héroe —probablemente no era lo mejor para decir en la situación en la que estaba, pero Potter ya lo tenía harto.

Decía qué tan mal estaban las cosas que Potter ni siquiera se dignó a dirigirle la mirada. Ahora tenía mucha más curiosidad. ¿Qué había pasado que tuviera tan reacio al moreno de salir al mundo exterior? Aunque Draco la pasara mal al principio en Francia, las cosas no fueron tan horribles al final. ¿Por qué para el Salvador del Mundo Mágico tendría que ser diferente? Lo quisiera o no, Potter tuvo todo al alcance de su mano al final de la guerra. Lo que lo llevaba a recordar su último encuentro. Draco lo miró con resentimiento, no pudiendo evitar el leve rencor que recorrió su cuerpo.

—Una pregunta, Potter —ya que estaba ahí, iba a aprovechar para saber algunas cosas que se le habían privado por su escasa comunicación con habitantes de Inglaterra—. ¿Dónde está sepultado mi padrino? Porque el funeral que asistí fue algo conmemorativo, no creo que realmente esté en Hogwarts, ¿o sí?

Potter lo miró sorprendido, incluso su relajada postura se tensó y Draco pudo sentir el cambio en el ambiente dentro de la mente del moreno. El rubio no entendía por qué había causado tanto asombro la pregunta o la razón de que Potter pareciera tan enojado de repente.

—¿No te notificaron? —las manos del pelinegro se convirtieron en puños, mostrando el enojo como el cavernícola que Draco sabía que era—. Esos malditos idiotas. Dijeron que habían avisado a todos los familiares dónde estaban todos los fallecidos. Lo pregunté dos veces, por Merlín.

Draco lo observó con atención. Potter se veía bastante molesto por la falta de información que tenía y aquello era algo que no se esperaba.

—¿Por qué el enojo, Potter? No es nada anormal que no me notificaran. Estaba en Francia, y el gobierno británico no quería tener trato con parientes de mortífagos, ¿sabes? Ni siquiera nos dejan entrar a Inglaterra. Solo tu posible muerte hizo que me permitieran pasar aquí y tengo a un séquito de medimagos a mis espaldas todo el tiempo, cuidando de que no haga nada sospechoso.

El rubio no era estúpido, sabía el motivo de que lo vigilaran todo el tiempo y despreciaba mucho el trato que estaba recibiendo. Antes hubiera dicho que se lo merecía, pero no ahora, no cuando había hecho todo lo posible por redimir todos los errores que cometió cuando era un jodido niño. Un niño que estaba amenazado de muerte por su propio padre y por personas que eran mucho más peligrosas y poderosas que él. No tuvo ninguna oportunidad de defenderse, nadie en ese tiempo lo tuvo.

Aceptabas o morías. No había otro destino.

Draco estuvo sintiéndose culpable por mucho tiempo por las decisiones que tomó, y sí, muchos tenían razones al culparlo por ser un maldito idiota en su tiempo de Hogwarts porque lo fue. No podía negar esa parte de su pasado. No había manera de justificar el acoso a los hijos de muggles y se arrepentía de haber tenido a su padre en un pedestal tan alto para no ver que sus creencias e ideales eran una mierda cruel y algo con lo que no estaba de acuerdo necesariamente.

Pero ahora no podía hacer nada. Solo seguir en su trabajo, prosperar para que, en algún futuro, lo dejaran entrar cuando quisiera a su país de nacimiento. Porque eso hacía el éxito. Te daba respeto. Una prueba de eso era que estaba ahí, dentro de la mente de Potter. Un Harry Potter que se veía demasiado enojado y a Draco no le gustaba eso. Se preparó por si era expulsado de nuevo, pero, por algún misterio, el enojo del moreno no estaba dirigido a él.

—¿Cómo se atreven? —Potter dio un tirón para levantarse y empezar a dar vueltas por la habitación como un león enjaulado, incluso estaba halando su cabello, despeinándolo aún más—. Solo tenían un jodido trabajo. Prometieron que no volverían a hacerlo. Kingsley me lo prometió. No gané una guerra para que la gente se convirtiera en esto. No luché para esto.

De repente, el enojó de Potter se evaporó y se volvió a sentar en el piso, luciendo demasiado frágil para la incomodidad de Draco.

Y la verdad golpeó a Draco como si fuera una bludger en medio de un partido de Quidditch.

Potter no quería salir de la crisálida por eso. Porque el Ministerio de Magia le había fallado, seguramente estaba viendo la corrupción que existía y, por primera vez, experimentaba lo que era estar del otro lado de la moneda.

¿Hasta qué punto lo habían dañado para que su alabado héroe estuviera dispuesto a morir de esa forma?

—¿Qué pasó estos ocho años, Potter? —repitió, pero ahora había otra intención detrás, una pregunta no dicha flotó en el espacio que existía entre ellos, ambos sabiendo, pero sin que importara demasiado, no era necesario que Draco la expresara en voz alta para que el moreno entendiera.

¿Qué te hicieron?

Potter, finalmente, se lo cuenta.


Lo primero que hace cuando sale de la mente de Potter (esta vez por voluntad propia, muchas gracias), es lanzarle una mala mirada a los medimagos que estaban vigilando.

—Potter está bien, pero todavía no saldrá de esta cosa —señaló distraídamente la crisálida tratando de controlar la furia que escapaba de su control. La última cosa que quería era perder el control de su magia tan cerca del capullo mágico—. No. No diré nada de lo que pasó adentro —respondió con molestia cuando uno de los medimagos abrió la boca. Sintió ligera satisfacción al ver que la cerró de golpe.

Buscó con la mirada una cabellera rubia, encontrándola de inmediato en la puerta, como si hubiera sido expulsada del cuarto, algo que a Draco no le sorprendería en lo más mínimo. En cuanto sus ojos se encontraron, Adhara supo lo que quería transmitirle. La magia de Potter hacía que la suya se intensificara por alguna razón que no estaba capacitado para averiguar en ese momento, y puede que nunca lo estuviera.

Ve a la Mansión.

En cuanto vio como su rostro reflejaba sorpresa antes de que pudiera controlarse y asentía, supo que lo había hecho bien.

—Bueno, caballeros. Les aconsejo que no traten de tocar la crisálida. Potter no está nada contento ahí adentro.

Esas fueron sus últimas palabras antes de abrirse paso entre los medimagos, aprovechando su sorpresa. Necesitaba salir de ese maldito hospital antes de hacer algo drástico.

Cuando llegó a la Mansión, pasó de largo al elfo que quería recibirlo y se dirigió de inmediato a la sala azul.

No se sintió nada culpable al servirse una generosa cantidad de whisky de fuego. Después de todo lo que se había enterado, merecía un trago. Lentamente, se dejó caer. No sé molestó en conservar su postura de sangre pura y se sentó en el piso. De forma lejana, pensó en cómo aquella era la segunda vez que ignoraba su estricta educación. Ni siquiera podía encontrar el humor para burlarse de la ironía de que fuera Potter el que lo provocara.

—Fue al principio. Después de que pasaran los primeros funerales conmemorativos. Todos estábamos dolidos, ¿sabes? Era abrumador el pánico y miedo que se podía percibir en el ambiente. Todos ignoramos las señales hasta que fue demasiado tarde. No prestamos atención y pagamos por ese error.

Tomó un largo trago de su vaso mientras echaba la cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello a la luz de la luna que entraba por el gran ventanal a su derecha.

—La primera fue Daphne Greengrass. Desapareció de forma misteriosa mientras estaba en el Caldero. Apareció muerta y con señales de ser brutalmente asesinada. No se abrió una investigación de inmediato solamente porque era Slytherin. Nadie vio nada malo. Todos tenían el mismo pensamiento: ¿cómo van a desperdiciar los recursos por una slytherin cuando pueden estar reconstruyendo Hogwarts en su lugar?

Draco podía recordar la postura derrotada de Potter. Cómo se había estremecido cuando el nombre de su compañera de clase había salido del cuerpo del moreno con voz débil. Recordaba a Daphne y su vibrante aura cuando llegaba a la sala común para contarles la nueva cita que había tenido con un Ravenclaw. No sabía que había muerto de esa forma.

Ahora se arrepentía de alejarse de todos y de este país en cuanto pudo, pero tal vez, aquella decisión fue lo que lo había salvado.

—La segunda fue Tracey Davis. Fue encontrada de la misma manera que Daphne y tampoco se hizo nada. En ese momento, yo ya me había percatado que algo raro pasaba con los Slytherin de nuestra generación. No era normal que dos muertes se produjeran de esa manera y que no hubiera investigación detrás. Pero, una vez más, ignoré las señales. Estaba demasiado frustrado y no quería pensar en nada más que en el hecho que estaba a punto de enterrar a Tonks y el profesor Lupin y que Teddy se había quedado huérfano. Confié en las palabras de Kingsley. Confié demasiado en él. Olvidando que era un político. Olvidando que también había perdido gente en la guerra. Olvidé convenientemente muchas cosas para poder encerrarme en mi dolor.

¿Cómo no se había dado cuenta en esos ocho años que su generación no se había contactado con él? Era inaceptable. Pero, el rubio no se culpaba a sí mismo, en su momento pensó que todos lo consideraban un traidor, la realidad tan turbia había sido impactante.

—Hermione llamó "Guerra en Las Sombras" a esos dos años. Porque estábamos peleando a ciegas, moviéndonos en contra de todos porque no veían la crueldad que se cometía. No había nada de malo para ellos en que asesinaran a personas inocentes solamente por estar en una casa de Hogwarts. Traté de detenerlos. Amenacé a muchas personas. No había perdido gente y luchado una guerra para entrar a otra que era completamente irracional. Pero nadie me escuchó. Nadie quiso hacer nada.

Tomó un sorbo de su whisky con lentitud. Toda esta situación estaba tocando temas que él no estaba listo para tratar. Había tantas cosas que se pudieron evitar, tantas personas que se pudieron salvar y él no era un jodido héroe e, incluso así, quería a Daphne de nuevo. Quería que Tracey le contara sobre el nuevo hechizo que estaba dominando.

—Creo que los que los rompió finalmente fue que traté de irme del país. Algo estúpido, porque estaba huyendo como un cobarde. Pero no soportaba vivir en un lugar que se cometían asesinatos a sangre fría cada semana y todos felizmente los ignoraban porque eran Slytherin los que mataban. Empaqué mis cosas, agarré a Teddy y a Andrómeda y salimos de Inglaterra. No estaba orgulloso de ello. Pero ahora no era solo yo, ¿sabes? No podía dejar a mi ahijado en un país así, tenía que pensar en su futuro y simplemente no quería eso para él. Antes de irme, mandé una carta al Profeta diciendo mis razones. Eso fue lo que finalmente los despertó.

Se sobresaltó cuando escuchó la puerta abrirse, casi dejando caer el vaso en la costosa alfombra en la que se encontraba sentado. Tan vulgar, tan poco Malfoy. Giró su cabeza hacia la fuente del sonido, acordándose de lo que le dijo a Adhara cuando vio a la rubia parada en la puerta, luciendo ligeramente aturdida al verlo tan descompuesto o al menos eso se imaginaba que estaba pensando.

—Adelante.

Entiende la vacilación de la chica al cerrar la puerta detrás de ella. Él tampoco hubiera entrado a la habitación en el estado en el que se encontraba.

—La carta era una amenaza combinada con toda la información que el Ministerio había estado ocultando a la comunidad mágica. Tenía nombres de las personas asesinadas y exponía todo de la manera más cruda posible. Andrómeda por poco no me dejó enviarla, decía que nos iba a traer más problemas, pero yo no podía irme sin decir nada, no podía ser más cobarde de lo que ya era. Creo que lo peor fue darme cuenta después de que no era que fuera un cobarde, si no que era un niño. Un jodido adolescente cargando con el mundo mágico. No era normal. Sigue sin ser normal, porque cuando regresé, todos los ojos seguían maravillados creyendo que los había salvado por segunda vez. Nada cambió realmente, pero ahora no podía huir. Lo único bueno fue que se atraparon a los responsables. Era lo mínimo que podían hacer.

Sentía la mirada de Adhara, la cual se encontraba sentada en uno de los bonitos sillones que decoraban la sala azul. Incluso tuvo la decencia de encender la chimenea, dándole a la habitación un resplandor rojizo algo agradable, aunque Draco no sabía apreciarlo. No con todos los pensamientos que revoloteaban en su mente.

—¿Qué pasó? —la pregunta sonaba preocupada. Y tenía sentido que lo estuviera, era la primera vez que lo veía así de destruido, tan herido y con la guardia baja.

Draco no supo por dónde empezar, así que se quedó en silencio por unos segundos antes de que algo explotara dentro de él y, entre lágrimas, le contó todo lo que Potter le había dicho.

—No voy a salir, Malfoy. Necesitan una lección y aprender a caminar por sí solos, si para eso tengo que morir dentro de una jodida crisálida, lo haré. Ya fui el títere por demasiado tiempo. Así que déjame cortar mis hilos e irme, porque no lograrás que salga de aquí.


Carta de Harry James Potter, enviada el 05 de enero del 2000.

Yo, Harry James Potter me dispongo a abandonar Inglaterra, el país donde nací y crecí porque no puedo soportar la injusticia y maltrato que se está ejerciendo en este momento. No puedo vivir con personas que creen que está bien asesinar y torturar para tener justicia por su propia mano y que el gobierno haga ojos ciegos a todas estas muertes. Es inaceptable e inhumano.

Por si su Ministro no informó acerca de la situación, procedo a decir el nombre de todas las victimas que se han producido en este año y medio:

Daphne Greengrass, Tracey Davis, Blaise Zabini[...]


—Tienes que salir, Potter.

Fueron las primeras palabras que salieron de su boca en cuanto tuvo al moreno en frente suyo. Había tardado una semana en salir de su estado de autocompasión. Demasiado tiempo para pensar las cosas, investigar y caminar directamente a San Mungo en cuanto tuvo toda la información que necesitaba.

Adhara fue un pilar fundamental para él, algo que nunca se hubiera imaginado. Ahora estaba agradecido de contar con ella a pesar de no conocerla bien. Se lo dijo varias veces, sabiendo que la rubia recibiría el cariño con gusto. Incluso no huyó cuando se derrumbó después de leer la carta que Potter le había dicho, algo que apreció. Nadie debería ver a un Malfoy en ese estado, pero Draco dejó hace mucho que las duras lecciones que su padre le había inculcado con tanta fuerza se le resbalaran. Cada nombre que leyó fue un golpe duro, cada muerte de gente que conocía, que había convivido con él se sintió como un cruciatus.

Nunca los perdonaría. Más sabiendo que ninguna muerte estaba justificada. Y no iba a dejar que la de Potter fuera la siguiente, no les concedería ese honor.

Así que ahí estaba, cruzado de brazos frente a un Harry Potter jodidamente terco. Que le dieran, no iba a salir de ahí sin llevárselo. O al menos intentarlo. Lo intentaría todas las veces que hicieran falta y no importaba que Potter quisiera bloquearlo, no podía porque su magia se había encaprichado con la suya. Irónico, pero ahora agradecía que pasara, así el pelinegro no tenía forma de prohibirle la entrada a su mente.

—No. No voy a salir, Malfoy —fue lo único que dijo Potter antes de darle la espalda y ahí es donde Draco se percató en qué encantadora habitación estaban.

De hecho, tiene que darle el beneficio de la duda, al menos es acogedora, puede ver un dragón de peluche en una de las esquinas mohosas y ligeramente escondido en un sillón bastante feo, está otro peluche, este con forma de serpiente. Las paredes son grises y bastante deprimentes. Pero tiene algo que grita hogar que hace que Draco se guarde cualquier comentario que estuviera a punto de salir de su agraciada boca.

Avanzó hacia el moreno, importándole poco el espacio personal y agarró a Potter con suficiente fuerza para voltearlo. Acercó sus caras, dejando que sus frentes se tocaran porque, sinceramente, estaba harto.

—Vas a salir, Potter. No me importa lo que digas. No voy a dejar que esos bastardos de ahí afuera te lleven también. Ya hicieron que perdiera a la mitad de mis amigos y no voy a permitir que tú seas el siguiente, ¿de acuerdo? —no le importaba si estaba siendo brusco, lo importante era hacerle entender al moreno todo lo que había pensado—. Presta atención, Potter y escúchame muy bien: expúlsame las veces que quieras, no vas a lograr protegerte de mí, aunque seguramente ya te diste cuenta de ello —a juzgar por la mirada que le devolvieron los ojos verdes, sí lo había intentado. Chasqueó la lengua, irritándose aún más con Potter—. Entonces, ¿haremos esto de la manera sencilla o difícil? Tú eliges.

Lo soltó cuando sintió una descarga de magia recorrerle el cuerpo. Le dio una mala mirada antes de apartarse. No se iba a ir de todos modos. Estaba decidido a sacar a Potter de la crisálida ese mismo día. No soportaba estar en Inglaterra en ese momento. Necesitaba Francia, su hogar.

Volvió a mirar a Potter y la expresión en su rostro hizo que retrocediera un paso. Estaba tan enojado y ahora podía percibir como su ira sí iba dirigida a él. Que se lo follara un hipogrifo, no tenía paciencia para sus desplantes.

—¿Alguna vez estando aquí adentro has pensado en tu ahijado, jodido idiota? ¿En Weasley y Granger? ¿Has dedicado siquiera un pensamiento a tus mejores amigos? ¿En lo que sacrificarías si solo te dejaras morir dentro de la crisálida? No puedes cambiar nada muerto, Potter. Los fantasmas no tienen la autoridad que tendría una persona viva. Si quieres un cambio en Inglaterra, hazlo. Utiliza el ingenio Slytherin y verás cómo arden de furia por estrategias de la casa que tanto desprecian. Arrasa con todo, destrúyelos desde adentro y luego reconstruye este jodido país. Estoy seguro de que no estás solo y que puedes hacerlo. Puedes hacer que todos aquí dejen de ser unos malditos hipócritas. Entonces, múdate. Haz lo que quisiste hacer hace seis años. Agarra a Teddy, a todos los que quieran irse contigo y disfruta de la paz que siempre quisiste. Pero no dejes que ganen. No dejes que te venzan de esta manera.

Pudo sentir la manera en que Potter se iba desestabilizando con cada palabra que decía. Había formado un plan, por supuesto, en las horas que pasó observando la horrible carta, viendo los nombres de personas que nunca regresarían, su mente no pudo descansar. Y sabía que Potter sería el único que podía lograr que todo lo que le había escupido se hiciera realidad. Confiaba en él por algún motivo, quizá venía integrado con todo eso de enemigos mortales, quién sabe.

No estaba preparado para el grito que soltó el moreno. Observó cómo cayó de rodillas, agarrando su estómago por alguna razón y alarmas saltaron en su mente.

—Te odio, Malfoy —dijo Potter con dificultad, mandándole su mejor mirada de desprecio—. No me dejes morir, idiota. La herida más peligrosa está en mi estómago.

Eso fue lo último que escuchó antes de ser arrojado violentamente de la mente de Potter. No tuvo aviso, no hubo ninguna señal de advertencia y lanzó su mejor insulto antes de frenar su caída, evitando estrellarse la cabeza contra la pared.

Potter era un estúpido. Pero era un estúpido que tenía que salvar.

Agarró fuertemente su varita e ignoró a los medimagos, sabiendo perfectamente que solo iban a estorbar. Pero tenía que hacer algo pronto y no podía con todos los ojos observándolo para intervenir en cualquier actividad sospechosa que hiciera.

—¡Todos fuera! Menos la sanadora Adhara —volteó a ver a la rubia antes de dirigir su mirada a las personas que se encontraban a unos pasos de la puerta—. ¿Por qué no se han movido? La crisálida está a punto de deshacerse y tanta magia en la misma habitación puede afectar gravemente a Potter.

Estaba mintiendo de forma descarada, pero solo así iba a poder echar a los medimagos de ahí y poder hacer su maldito trabajo en paz. Observó un poco sorprendido que estos le hacían caso y se marchaban, algo renuentes, pero lo hacían. Algo en eso hizo que sus entrañas se revolvieran. Querían demasiado a Potter como para estar dispuestos a ceder y confiar en un Malfoy.

Cerró sus ojos un momento, tratando de despejar su cabeza antes de que un leve grito por parte de Adhara le hiciera abrirlos. Entendió de inmediato la causa del sobresalto de la rubia.

La crisálida estaba rompiéndose. Los pequeños hilos dorados estaban siendo cortados por una tijera invisible, poco a poco, cada uno iba desprendiéndose. Era un espectáculo digno de admirar, cómo magia tan poderosa se desmoronaba frente a sus ojos y se sintió orgulloso de la decisión de Potter. Hasta ese momento, realmente no creía que lo haría.

Cuando la última capa de hilos se deshizo, fue como si una explosión suave recorriera la habitación. Draco lo sintió como la calma antes de la tormenta.

Potter empezó a convulsionar.

Rápidamente, Adhara se adelantó y sujeto con fuerza al moreno al mismo tiempo que él movía su varita sin perder el tiempo, concentrándose en la herida en el estómago, tal y como Potter le había dicho hace unos minutos. Parecía como si en ese lugar se hubiera acumulado la fuerza del golpe por la onda expansiva de la poción. Algo que tenía sentido, pero que ahora mismo estaba jodiendo su existencia. Trabajó con premura, haciendo todo lo posible para no dejar morir al idiota en la cama.

Estuvieron así una hora. Él lanzando hechizo tras hechizo, con Adhara ayudándolo cuando se requerían dos varitas hasta que pudieron respirar tranquilos. Voltearon a verse, ojos cafés enfrentándose con los grises, el triunfo visualizándose en estos.

El niño dorado de Inglaterra iba a vivir un poco más y Draco esperaba que les hiciera la vida imposible.

Nada mejor que Harry Potter para ser un jodido dolor en el culo.


Malfoy,

¿Por qué tienes que ser tan difícil de encontrar, idiota? ¿Sabes cuántos sanadores rubios hay en Francia? Eres insoportable, estoy seguro de que estuviste esquivando mis intentos de contactarte porque eres un terco.

Ven a Inglaterra. Te van a dejar pasar. Necesito hablar contigo y tal vez tenga otro uso para tu estúpido trasero sangre pura, solo si estás dispuesto, por supuesto. ¿Nunca has tenido el pensamiento de que la magia quiere nos entendamos o nos destruyamos? Es tan extraño lo que pasó que ni siquiera sé por dónde empezar.

Búscame en el Valle de Godric y conversemos. Tengo mucho que contarte.

Atte., Potter.


Revoloteó encima de aquella inesperada carta que había llegado con una hermosa lechuza a la oficina de Draco Malfoy. Ella ya sabía de quién era, pero al leerla no pudo evitar iluminarse, sabiendo que eso era lo mejor que había experimentado en mucho tiempo.

Tampoco pudo evitar sentirse orgullosa de los dos hombres, uno de los cuales estaba sonriendo, sin ser consciente de su presencia. Al final, logró que los dos dieran un pequeño paso a la dirección correcta.

Ahora el resto dependía de ellos.


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"La magia quiere que nos entendamos o nos destruyamos", cita sacada de la saga de Alianza, cuarto libro, Aislamiento. Todos los créditos a Helena Dax.

Un agradecimiento enorme a mi sis y beta: CuteCandySky. Se suponía que este fic sería su regalo de cumpleaños, pero me atrasé un poquito, perdón.