Este fic es una historia anexa a "Guerras justas" de Kusubana Yoru.

Aquí ahondaré un poco más en un aspecto importante de la historia que se desarrolla inicialmente de forma lejana a lo que está ocurriendo en Guerras justas y que es difícil de incluir sin comenzar a salirse por las tangentes. Sí, parece una historia original hasta que avanza un poco la cosa, pero no lo es, tiene relación muy estrecha con un detalle que el anime de Saint Seiya decidió no mencionar pese a que tiene su importancia en el manga.

Será de 5 capítulos cortos en un inicio y existe la opción de seguir sumándole más cuando empate con el fic principal con momentos que valga la pena expandir.

Mariposa negra

Cassandra Stevens no solía esconder su frustración o malhumor y todos sus compañeros dentro del servicio social del condado de Los Ángeles lo sabían bien. Cuando llegaba al trabajo reemplazando su segunda taza matutina de café por una ruma gigante de documentos en brazos era momento de abrirse camino y dejarla avanzar sin interrupciones hasta que llegara a su cubículo al fondo de la vieja oficina.

El sonido de sus zapatos de tacón chocando con el separador de su espacio era lo que solía seguir a su caminata, continuando con un bufido exasperado y un golpe preciso al cajón de su escritorio que solía atorarse continuamente ya que el personal de mantenimiento parecía tenerlo al final de su lista de prioridades.

―Buenos días a ti también, Cass―saludó una joven menuda, asomándose con precaución dentro del cubículo.

―Madison, no estoy de humor ―contestó agria, sin siquiera levantar la mirada de su escritorio, acababa de prender su computador y no encontraba una de las pantuflas que guardaba en su oficina.

El último caso que le habían asignado ya le estaba quitando horas de sueño y estaba convencida que le consumiría más tiempo y recursos de lo usual. Se trataba de dos hermanos que llevaban casi tres semanas hospedándose en un motel de camino en las afueras de la ciudad; el padre los había dejado ahí con algo de efectivo para que compraran comida. El mayor insistía en que no los habían abandonado, sin embargo el menor admitió que llevaban varios días sin ver a su papá, pero que iba a regresar cuando terminara de cazar.

―Deberías estar agradecida que sea tu vecina de cubículo, todo el resto de gente cercana ha pedido cambio, hasta prefieren estar al lado del baño ―comentó Madison con buen humor.

―Bien podrían darme una oficina de verdad ―refunfuñó cuando al fin dio con la pantufla faltante. Llevaba medio año desde que fue ascendida a director asistente de división, puesto que debía venir no sólo con el agradable aumento que recibió, sino también con un espacio más acorde a su cargo.

―Pensé que luego del incidente con el Sr. Salazar dejarías de usar esas cosas en la oficina, son poco profesionales ―opinó conteniendo la risa al ver como la mujer iba vestida de forma impecable, pero sus pies se encontraban cubiertos por un par de osos panda.

―¿Y perderme su cara de horror mientras le gritaba agitando uno de estos en la mano? ―replicó mostrando una mejora en su ánimo. El Sr. Salazar era el padre en uno de sus casos y había tenido el descaro de aparecerse en su oficina reclamando que sus hijos regresaran con él luego de una paliza salvaje que le propinó al mayor de sólo doce años.

―Sé que no estás del mejor humor ―soltó Madison, sintiendo como su cuerpo se encogía al ver los intensos ojos azules de su amiga clavarse sobre ella―. No es nada oficial, pero escuché que te estaban considerando para un caso especial y pensé que sería buena idea prevenirte.

―¿Qué caso especial? ―preguntó en un susurro, arrastrando las palabras en un intento por aún modularlas y no generar sólo un gruñido.

―Hay una mujer con el director ahora, quizá la has visto en las noticias, Asa Miller.

―¿La que despertó de un coma hace unos meses? ―cuestionó confundida, había leído de forma superficial la noticia de una mujer que sobrevivió a un salvaje intento de asesinato quince años antes, ¿qué tenía que ver un caso como ese con ella?

. .

Los tacones no le incomodaban, al contrario, le gustaba usarlos cuando iba a la oficina de su actual jefe inmediato para quedar por encima de él y regodearse al verlo incómodo por su estatura. El director de la división era todo lo que uno no quisiera en un hombre con su cargo, irresponsable, descuidado, flojo y sobre todo inapropiado. La razón por la que la contrató en un inicio fue por su físico, más específicamente porque la reconoció de unas fotografías para las que había posado en sus años de universidad en un intento por no cargar con una deuda impagable.

―Con todo respeto, no entiendo qué tengo que ver yo en esto, incluso al departamento ―habló ella tras escuchar una explicación simple que sin dudas era señal que alguien le envió el caso y no se dignó más que leerlo por encima.

―No es lo usual, pero ahora tienes más responsabilidades, sólo escúchale y dile que no es de nuestra competencia ―indicó el hombre con una sonrisa condescendiente―. Recuerda que en unos meses me cambiaré a la oficina en Nueva York y todas estas experiencias te servirán de mucho al momento de postular a esta posición, tienes competencia fuerte.

Ella no respondió, sabía que cuando mencionaba competencia sólo se refería a una persona: la chica nueva que contrató por las mismas razones que lo hizo con ella en un principio, pero con la diferencia que esa muchacha si estaba dispuesta a seguirle el juego a cambio de favores.

Con molestia salió de la oficina y se dirigió a la sala de espera, no servía de nada discutir e incluso hasta sentía pena de tener a una persona que había pasado por tanto esperando en la agencia equivocada. La escucharía y la ayudaría en lo mejor de sus capacidades, con algo de suerte podía derivarla con algún conocido que le hiciera la vida un tanto más cómoda.

Cuando llegó a su objetivo se sorprendió de sobremanera al ver que algunos trabajadores andaban cuchicheando a sólo unos metros de la que asumió debía tratarse de Asa Miller, la única persona en silla de ruedas en esos momentos. Pasó junto a ellos lanzándoles una mirada severa que consiguió que se retiraran en el acto y avanzó hasta quedar al lado de la mujer.

―Srta. Miller ―llamó para captar su atención, viéndose incapaz de presentarse de inmediato al posar los ojos sobre el rostro desfigurado de Asa―. Mi nombre es Cassandra Stevens y se me ha asignado su caso ―prosiguió, maldiciéndose en silencio por la pausa, que pese a ser corta estaba segura fue imposible de ignorar.

―Sé que es impactante, pero cubrirlo más me incomoda ―comentó la mujer casi como si se tratara de una disculpa. Su ojo derecho era inexistente, sólo quedaba una vieja cicatriz en su lugar y aunque utilizaba su cabello para tratar de disimularlo, era notorio que su cráneo no poseía una forma normal alrededor de la cuenca ocular.

―Vayamos a una de las salas de reuniones ―ofreció Cass, no pensaba desfilar a la mujer por toda la oficina para llegar a su cubículo.

. .

Cass abrió la puerta de su departamento y prendió la luz, dejando una nueva ruma de documentos en la banca del pequeño recibidor. Avanzó hasta el sillón grande de su sala y se dejó caer con la mirada clavada en el techo, la conversación con Asa Miller resultó ser interesante y a la vez escalofriante. En su carrera profesional ya se había encontrado con casos difíciles que en muchas ocasiones incluso la habían obligado a quebrar reglas y traspasar funciones para conseguir los resultados que beneficiaban más a las víctimas de abusos por las que ella velaba. Pero lo que la mujer de origen japonés, criada en Estados Unidos, le contó era perturbador y podía sentir que Asa aún no era capaz de ver a cabalidad lo oscura que era su historia.

Revisó las notas que tomó durante su conversación con ella. Al comienzo casi no escribió nada, convencida que la mujer estaba en el lugar equivocado, pero conforme la historia avanzó se dio cuenta que debía recolectar la información y que sin dudas tendrían que volver a conversar para conseguir la mayor cantidad de detalles.

Asa había llegado a la oficina de servicios sociales a raíz de la desaparición de sus dos hijos más de una década atrás. Cuando despertó del coma nadie supo qué responderle cuando pidió verlos, incluso cuando lograron dar con su familia no hubo forma de ofrecerle respuesta sobre el paradero de sus pequeños. El caso de la mujer era complicado, incluía un escape de casa durante su adolescencia, un poderoso hombre de negocios japonés, cerca de dos años de aislamiento contra su voluntad en Japón, un regreso a Estados Unidos demasiado avergonzada como para volver a casa, un nombre falso y un intento de asesinato.

―Menudo lio me he metido ―susurró esbozando una sonrisa cansada sin quitar la mirada del techo. No era oficial aún, pero había decidido que ayudaría a Asa, averiguaría cuál fue el destino de sus dos hijos y de estar vivos los reuniría con su madre.

Giró el rostro en dirección a la puerta de entrada, hacia la banca en la que reposaban los documentos de sus otros casos. Iba a tener que agilizar el lento proceso de algunos de ellos, le gustaba estar ocupada, necesitaba estar ocupada, pero el caso Miller iba a requerir muchas horas de investigación previa a poder obligar a que el oxidado engranaje gubernamental comenzara a avanzar en su favor.


Espero les haya gustado y no olviden comentar. ¿Tienen idea a qué va todo esto? ¿Cuál es ese detalle incómodo que la versión en anime prefirió patear bajo la mesa?