DOS BORRACHOS Y UN PERRO

— ¿Por qué?

Alemania se froto las sienes tratando de no explotar en gritos contra las dos naciones sentados con un perro que miraba a sus alrededores.

— ¿Por qué hay un perro en la reunión?

— Custodia compartida — Dinamarca y México respondieron al mismo tiempo.

La ceja de Ludwig tembló — ¿Del.… perro?

— Se llama Albóndiga — aclaró Matthias acariciando al gran San Bernardo que babeaba todo el piso de la sala de reuniones mundiales. Formando un raro cuadro de la nación mexicana y danesa sentados en el piso con un alegre perro en medio de ellos.

El alemán podía oír a España y a Francia riéndose con su hermano mayor. Él no tenía nada en contra de los perros, al contrario, los amaba, tenía tres en casa que le hacían compañía. Con la gran diferencia que él no los traía a las reuniones.

— Consideramos llamarlo como tú — habló México rascándole la panza a Albóndiga— Ya sabes por la película de ese perro llamado Beethoven.

Dinamarca sonrió — Amo esa película, pero no nos respondía por Ludwig.

— Wey, creo que no le gusto. Lo llamamos Albóndiga por que le gusta comer albóndigas.

— Deberían verlo cuando come ¡es adorable! — dijo Dinamarca — Y tenemos la custodia compartida porque ambos lo cuidaremos.

— Te lo juramos — terminó por decir México.

— Por favor díganme que no lo robaron — pidió Alemania, ya pensando cómo le explicaría a su jefe el por qué dos de sus compañeros robaron un perro.

— ¡Estaba solo! — exclamó México abrazando por el cuello al san Bernardo.

— Es adoptado. Vagaba por las calles de Berlín. Estaba sucio y hambriento — chilló Matthias sin hacerle caso a los gritos de Noruega de que dejara de hacer el ridículo.

— Él se nos acercó primero, no podíamos ignorarlo. Y no queríamos dejarlo solo en una habitación del hotel, por eso lo trajimos — dijo Rosalía encogiéndose de hombros.

Espera... ¿Cómo hicieron que entrara a un hotel que no permite animales?

— ¿Lo metieron al hotel sin que nadie se diera cuenta? — Alemania sentía que su paciencia se estaba agotando.

Dinamarca se rascó la cabeza —Bueno... todo comenzó estando borrachos.

— Mein Gott...

— No es tan malo — consoló México.

[ ... ]

La quietud de la habitación fue interrumpida por las estruendosas risas de la pareja que entro por la puerta azotada. Entre tropezones que trataban de ser un patético intento de baile que termino con ambos en la cama sin dejar de rodar por el colchón. Bastante similar a los cerditos en el lodo, solo que cada quien yéndose a su lado.

Dinamarca se sentía muy caliente, con mucho sudor en su torso, pero sus manos permanecían frías. Era curioso. Todo en la habitación daba vueltas, su cuerpo emitía calor como un horno y a sus ojos todo era felicidad. Sus ojos turquesa se fijaron en su acompañante de bar que tomaba las almohadas de la cama y abrazándolas contra ella. Estiro su mano acomodando los cabellos rebeldes que caían por su frente.

Por otro lado, la piel de México se erizaba por el frío. Sentía que se sumergió en un estanque de agua helada, no recordaba cuando fue la última vez que bebió tanto que ya no podía caminar derecho y tenía ganas de reír de todo. Se echó encima del danés sacudiéndolo mandando a volar las almohadas hacia el otro lado de la habitación.

¿Q-Qué pasa? — preguntó Matthias tomando las pequeñas manos de su amiga.

Weeeey, me acabo de dar cuenta de algo — contó ella con los ojos brillantes con el cabello desordenado que caía sin gracia cubriendo parte de su rostro.

Dinamarca imito su sonrisa — ¡Me encantaría escucharlo!

Rosalía se rió cayendo por completo en el pecho de Matthias dando unas cuantas pataletas contra la cama.

Marte está habitado por robots — dijo seriamente fijando su mirada nublada por el alcohol.

Matthias jadeó — ¡Es cierto! ¿Por qué no lo pensamos antes?

Es el gobierno que nos oculta cosas, Den — contestó tratando de levantarse encima de su amigo, aunque se cayó de vuelta.

A Dinamarca no le importaba mucho, era como un peluche impactando contra su pecho.

Eres un peluche — comentó sin pensárselo dos veces.

La mexicana miro al danés con el ceño fruncido, él por otro lado no se podía tomar en serio el enojo en su rostro.

¿Y por qué chingados soy un peluche? Elige con cuidado tus palabras, wey —advitió Rosalía.

Los peluches son lindos y blandos, como tú — respondió después de meditar que respuesta la enojaría menos. Bastante borracho, pero recordaba que no quería recibir un golpe por meterse con el complejo de altura de México. Años de experiencia de hacer enojar sin querer a Lukas.

México lo miró con los ojos ofuscados por el alcohol, se encogió de hombros y rindiéndose de apartarse del cuerpo de su amigo. Se quedaron así unos minutos en los que Dinamarca rodeó a la mujer en un abrazo sin ser consciente por completo de lo que estaba haciendo. México por su parte, comenzó a contar una historia con una voz desafinada y adormilada.

Había una vez el pirata Arthur, era un bandido buscado por los siete mares, porque era conocido por robarse... por robarse... ¿Qué se robaba? — Rosalía le preguntó a su amigo (como si realmente supiera) apoyando su barbilla en la clavícula del hombre.

Todos los rollos de canela de Francia — interrumpió Mattias por el bien de la historia.

¡Exacto! Así que llamaron a Holanda, el príncipe de los almohadazos.

¿Y por qué él?

Da buenos almohadazos, lo sé desde que viví con él cuando era una colonia — explicó.

Matthias comenzó a reírse de la imagen mental de su gigante amigo vestido de príncipe con la temática de almohadas con la pipa en la boca.

Ahora déjame continuar — se aclaró la garganta — Lo llamaron para que le diera al pirata Arthur el almohadrazo del siglo y mandarlo a dormir por toda la eternidad. Fin, qué buena historia me acabo de aventar, wey. Soy genial.

La parte final de la historia solo hizo que las carcajadas del danés opacaran la borracha voz de la mexicana. Dinamarca no podía parar de reírse al imaginarse a Abel dándole de almohadazos a Inglaterra por un rollo de canela con Francia de fondo animando al holandés.

¿Qué tipo de peluche soy? — preguntó después de unos minutos de silencio.

Matthias lo pensó un poco, balanceándolos de un lado al otro suavemente, agarrando unos cuantos mechones castaños de la mujer— Un perro. Me gustan los perros.

Algo pareció hacer clic en la cabeza de la nación mexicana, quien se apartó de golpe del abrazo — Dinamarca. Busquemos un perro.

¡Vamos a por un perro! — coincidió.


¿Y tú le hiciste caso? — preguntó Portugal entre risas.

Hombre, tenía lógica en ese momento.


La pareja de amigos salió del hotel tropezándose con sus propios pies, dando vueltas por los pasillos excusándose que todos parecen iguales, sin importarles que el personal del hotel los mirara como un par de locos. Fue hasta que se toparon con el ascensor que al fin pudieron salir del piso cincuenta y seis. Era un misterio el cómo llegaron a la recepción sin toparse con otra nación.

Un golpe de suerte para el par de borrachos fue abordar el casi vacío autobús a altas horas de la madrugada en Berlín. El conductor los miro por un momento, pero una desorbitante cantidad de dinero para pagar el pasaje lo disuadió de hacer preguntas. No les devolvió el cambio.

¿Crees que un bar ya esté abierto? — preguntó México apoyando su mejilla en el vidrio frío.

No lo creo — negó Matthias — Por eso nos echaron. No pueden estar abiertos a estas horas, los aguafiestas.

Rosalía murmuró — Creí que nos echaron por que nos peleamos con un vato.

Pff...él empezó — se defendió Dinamarca alzando las manos como si lo estuvieran asaltando.

El maldito hijo de puta — concordó.

¿Ustedes están bien? — les preguntó un hombre de unos treinta años con un inglés muy acentuado.

México miro a Dinamarca, y una idea apareció en su mente.

Matthias... ¿Me he vuelto loca o.… él puede vernos? — dijo, mirando a Dinamarca con los ojos abiertos de falsa sorpresa. Ojalá y le siguiera el juego.

Oh Padre de Todo, puede vernos — continuó Matthias esforzándose en mantener su actuación, notando como el hombre comenzó a temblar — Rosalía... Creo que es de los nuestros.

¿Qué? ¿De qué hablan?

¿Puedes ver muertos? — preguntó la mexicana acercándome más al humano — O... ¿Tú también lo estás?

Quién sabe si el conductor decidió hacer oídos sordos por la generosa "propina" o si en verdad no le importaba que estuvieran jugando con el pobre hombre.

Nosotros morimos ahí — dijo Dinamarca señalando el asiento donde él estaba — Nos chocaron de lado, mi cerebro se hizo puré y ella fue atravesada por un tubo en el estómago.

¡Deténgase, aquí me bajo! — gritó el hombre alemán levantándose corriendo hacia la puerta — Quiero bajarme, por favor.

El conductor sin inmutarse abrió la puerta y lo dejo marcharse, Rosalía se asomó por la ventana y comenzó a despedirme con la mano con el detalle de que lo hacía lento y mirando fijamente al hombre alemán. Dinamarca solo le dedicó una sonrisa borracha viéndolo alejarse.

Eres cruel — habló Matthias riéndose cuando el hombre salió de su vista.

¿Yo? — dramatizó mirando a los lados fingiendo buscar a alguien más — ¿Qué hay de ti? Tú también seguiste el juego.

México comenzó a reírse histéricamente, ambas naciones no sabían a donde se dirigían, solo se aventuraban a encontrar a un perro, lo que fue interrumpido por el gruñido del estómago de Rosalía.

Puta madre ¿cómo podré comer con un hoyo en mi estómago?

Dinamarca le tomó unos segundos procesar el comentario, al entenderlo volvió a soltar una carcajada.

Jajaja, no tienes un hoyo ahí. Solo juegos, solo un juego. Vamos a comer, ehh — el danés registró con la mirada todo el autobús — No veo nada para comer aquí.

Los llevare a un puesto — habló el conductor — Solo bájense ya de mi autobús.

El hombre cumplió con su palabra dejándolos a unos cuantos pasos de un puesto ambulante de comida callejera.

¡Adiós señor! — gritó México saltando viendo como el conductor se alejaba entre las calles.

¡Gracias por dejarnos subir en su nave!


¿Y dónde está Albóndiga? — preguntó Bélgica.

Ahí vamos, mija.


Las naciones golpearon entusiastas a los costados del puesto molestando a la dueña, pidieron un montón de albóndigas con cerveza que se les fue entregado de mala gana, todo iba bien hasta que pidieron que le pagaran...

Oh, le di todo el dinero al conductor — confesó México.

Los tres se miraron entre ellos, el ceño fruncido de la señora se profundizo y Dinamarca le entregó sus albóndigas, lo cual se ganó la mirada confusa de Rosalía. Rápidamente su confusión fue convertida en desconcierto al sentir como sus pies dejaban el suelo y alejarse corriendo de la señora del puesto que amenazaba con llamar a la policía desde la creciente distancia entre ellos.

¡Saludos! — vociferó la mujer teniendo la comida y bebidas en sus brazos — ¿A dónde vamos?

Lejos de la cárcel — contestó Matthias sin dejar de correr por las calles casi dejándola caer en algunas vueltas.

Creo que ya nos alejamos lo suficiente.

Dinamarca se detuvo en un parque, bajo a la chica de sus brazos sentándola en una de las bancas públicas como si se tratara de una muñeca. Ambos comenzaron a comer su comida robada e introduciendo más cerveza a sus sistemas. Luego comenzaron a pelearse por cual casa de Hogwarts era mejor.

¡Gryffindor! — defendió Dinamarca.

¡Slytherin! — contradijo México.

Púdrete, es la casa de los valientes ¿Qué puede ser mejor que eso?

La casa de los astutos, ser astutos vale más que solo aventarse al peligro como un idiota. Se le llama autoconservación.

Al menos no somos cobardes — refunfuñó.

Nosotros no somos ratas traidoras.

Ese solo fue Pettigrew, debió ir en Slytherin. El sombrero es un inútil en ordenar a la gente.

La mexicana negó con disgusto — Demasiado idiota y desleal como para ir a Slytherin. La casa de las serpientes es la mejor.

No, la de los leones.

Las serpientes somos mejores.

Gryffindor.

Slytherin.

Un montón de mortífagos salieron de ahí. — argumentó.

También es la casa de Merlín, de Snape, Andrómeda, Regulus y Slughorn.

Dinamarca frunció el ceño, le arrebato el contenedor de albóndigas.

Admítelo — canturreó aprovechándose de su altura manteniendo la comida lejos del alcance de la chica.

Te odio Matthias... Devuelve mis albóndigas — dijo, él se aferró al contenedor con fuerza — Esta bien quédatelo, pero es lo último que recibirás de mi...

Escucharon el chillido de un animal detrás de ellos. Movieron su cabeza hacia el suelo donde se sentaba un gigantesco perro San Bernardo, bastante sucio y sacando la lengua en señal de hambre.

Las naciones se le quedaron viendo, levantaron los brazos y gritaron — ¡Lo encontramos!

¿Cómo lo llamaremos? — preguntó México acariciando las orejas del perro callejero.

Solo Dios sabe cómo un perro tan grande estaba vagando en las calles de Berlín.

¡Oh, oh! — Se entusiasmó el danés — Llamémoslo como el de esa película.

No creo que podamos hacerlo.

Dinamarca inclino su cabeza en confusión — ¿Por qué no? — preguntó sonando desilusionado.

Por el copyright, wey — dijo como si fuera obvio, la respuesta pareció ser suficiente para el rubio.

Cierto, cierto ¿Entonces como lo llamamos?

Ambos se quedaron viendo como el perro se comía las albóndigas del contenedor que Dinamarca dejó caer momentos atrás.

¿Y si lo llamamos Ludwig? Es el primer nombre de Beethoven — sugirió Matthias.

¿Lo llamaremos igual que Alemania? — se rió.

Es un perro en Berlín ¿Por qué no?

México se volteo al perro con una sonrisa — ¡Ludwig!

¡Ludwig!

¡Ludwig!

¡Ludwig!

¡Ludwig! ¡Ludwig! ¡Ludwig!

El perro no respondió, más entretenido en jugar con la caja ahora vacía.

Creo que no le gusto — comentó la mexicana apoyándose en el brazo del rubio.

Solo le gustaron las albóndigas...

Eso encendió el foco en sus cabezas, se miraron de nuevo con una sonrisa — Llamémoslo albóndiga.

Esta vez el san Bernardo los miro con sus enormes ojos cafés con el hocico manchado de salsa de tomate. Decidido, ese sería su nombre.

La cosa difícil fue meter al perro dentro del hotel. Así que en sus cabezas se formó el plan de meter al animal dentro de esos contenedores de ropa sucia, la parte divertida fue que funcionara además de tener la oportunidad de tomar un lote de rollos de canela. Nadie sospecho de ellos y pudieron meter al perro al cuarto de México. Solo pudieron comerse la mitad del lote de los panes azucarados. Los dos terminaron durmiendo en el suelo y Albóndiga en la cama ensuciando las sábanas.

[ ... ]

— Y al despertar lo bañamos y después de la reunión lo llevaremos al veterinario — terminó de contar Dinamarca.

La sala permaneció en silencio hasta que Indonesia comentóYo quiero una película de Arthur el pirata roba panquesitos y el príncipe de las almohadas.

Eso causo un montón de risas de los presentes sin importarles en verdad que hubiera un perro con ellos por un día. México y Dinamarca se acurrucaron con su perro sonriéndose sin ningún tipo de arrepentimiento.

Hay cosas buenas que salen de las borracheras.


Nota del autor: Estoy bastante feliz de que al fin salieran los diseños oficiales de Filipinas e Indonesia. Ambos son chicos, hombres y me dio mucha risa por que la mayoría pensaba que eran mujeres.