Ranma ½ no nos pertenece.
.
.
.
.
Advertencia: La historia que leerás a continuación contiene escenas de sexo explícito, si eso te incomoda, este es el momento para dejar de leer.
.
.
.
.
.
Fantasy Fiction Estudios
presenta
…
..
.
..
…
un fanfic escrito para la dinámica
#mix_and_match_lemon
de la página Mundo fanfics Inuyasha y Ranma
.
.
.
.
.
.
.
.
Por
Randuril
y
Noham
.
.
.
.
.
.
.
El ángel
.&.
La bestia
.
.
.
.
.
.
.
Primera parte
.
.
.
Le dio un último ajuste a la manguera conectada a la lavadora y se pasó la mano bajo el mentón, secándose las gotas de sudor que le colgaban.
—Creo que con eso basta —dijo Ryu Kumon—, ahora por la otra.
El joven estaba agotado. Trató de recordar qué lo había llevado a esa casa tan grande y silenciosa en primer lugar, para terminar en aquella situación. Todo comenzó con una chica de cara bonita con la que se había topado en la calle.
.
.
.
Ella cargaba varias bolsas con las compras en ambas manos y a pesar del notorio peso y del intenso y ardiente calor del sol de verano, sonreía como si no le importara el esfuerzo. Se había quedado mirándola, con una mezcla de curiosidad y algo más. El cabello castaño de la chica revoloteaba alrededor de sus hombros, que subía y bajaba con un imperceptible jadeo. Al final de la cuadra ella se detuvo, bajó las bolsas al piso y juntó las manos para hacer una reverencia a una anciana con la que se cruzó. Se hablaron un momento. Ella asintió con una nueva reverencia cuando se despidieron. La anciana siguió su camino y ella se quedó quieta. La muchacha, que hasta ese momento había parecido un farol de optimismo, frunció por tan solo un instante el ceño al mirar hacia abajo las bolsas inclinadas contra ella, aplastando los pliegues de la falda contra sus piernas. La vio empuñar las manos, abrirlas después, como estirando sus largos y frágiles dedos, y tardó un poco más en decidirse a tomar otra vez las bolsas, como si supiera el trabajo que todavía le esperaba.
Fue en ese momento cuando, llevado por un impulso, el mismo que extrañamente lo había llevado a seguirla por un rato observándola en silencio, se adelantó hasta detenerse delante de ella. Entonces se agachó apenas un poco y tomó él las bolsas de la muchacha.
—Te ayudo a cargarlas —dijo. Su tono no fue amable, mucho menos cordial.
Ella tardó en reaccionar, vio la perplejidad en sus ojos, ¿miedo?, quizás. Era obvio que siendo él un extraño la muchacha se asustara al verlo aparecer de la nada y cargar sus cosas. Se sintió un poco fuera de lugar y ridículo por su actuar. Pero ella lo tranquilizó con una dulce sonrisa que lo tomó por sorpresa.
—Oh, no, no se moleste por favor, puedo llevarlas yo misma.
Aquella voz tan suave y trato tan dulce le recordó a una persona que había conocido poco tiempo atrás. Se sintió todavía más motivado a ayudarla, a la vez que un poco intrigado, porque no era normal que una chiquilla se comportara con la solemnidad de una mujer madura.
—¿De verdad quieres cargar con todo esto tú sola? —respondió, otra vez demasiado brusco para su propio gusto, antes de haber pensado mejor en sus palabras.
Por suerte ella no pareció tomárselo a mal y sonrió agradecida, llevándose una mano a la mejilla.
—Muchas gracias…
—Kumon —se presentó finalmente, irguiéndose, tomando todas las pesadas bolsas con una sola mano—, Ryu Kumon.
—Kasumi Tendo —respondió ella con una educada inclinación de cabeza—. Por favor, señor Kumon, cuide bien de mí.
—¿Eh?
—Ah, no, no. Quise decir que…
—Será mejor movernos —dijo él, rápido, dándole la espalda, tratando de que ella no notara el calor que de pronto sintió en su rostro—. ¿Es en esta dirección?
—S-Sí —la escuchó responder, tímida, con voz temblorosa.
.
.
.
La casa en la que vivía esa chica era enorme. Por el barrio en el que se encontraban, había imaginado que ella viviría en algún departamento cercano, pero resultó ser la hija de una familia dueña de una gran casa tradicional. Al cruzar el umbral, no pudo evitar quedarse quieto al admirar el hermoso dojo que asomaba en el jardín.
—Señor Kumon, ¿le gusta el dojo de mi familia?
No sabía cómo responder a esa pregunta. Normalmente lo hubiera hecho con un gruñido o un chasquido de la lengua. Pero la chica se había detenido y girado, atenta a él, únicamente a él, esperando una respuesta de su parte. No pudo menos que sentirse desarmado y contestó con honestidad.
—Me trae recuerdos. Con mi padre… tuvimos un dojo una vez. Ya no —acabó en un tono más severo, interrumpiendo sus propias palabras.
—Lo siento —dijo ella con auténtico pesar—. Oh, perdóneme, ¿qué hago que no lo invito todavía a pasar?
—No es necesario, dejaré tus cosas adentro y me marcharé.
—¡Eso no está bien! —exclamó la chica, aunque trató de sonar firme, con los brazos en jarras y las manos en la cintura, su voz fue apenas un poco menos suave y su rostro apenas levemente menos gentil—. Debe permitirme que le invite un poco de té después de todo el esfuerzo que hizo.
—No fue nada… —Ryu guardó silencio al verla.
La brisa sopló con fuerza, cálida y sofocante, como era en pleno verano. El ruido que hacía una cigarra se apagó por un momento. Una larga y brillante nube blanca se apresuró en el cielo. El cabello largo y castaño de la chica se elevó cubriéndole el rostro y ella se quejó, apenas un pequeño chillido, al agarrarse también con un mano la falda que se agitó alrededor de sus piernas. Tras calmarse el aire, ella intentó acomodarse el cabello otra vez en su lugar, pero apenas pudo disimular su nerviosismo por aquel momento tan impropio.
—Aceptaré tu té —agregó Ryu—, pero con una condición.
La chica muchacha juntó las manos, emocionada.
—Sí, lo que usted diga.
—Deja de llamarme señor Kumon. Odio el tono formal, me molesta. Llámame solo Ryu.
—Como usted… —Cerró los labios y los apretó cuando él frunció el ceño—. Co-Como quieras, Ryu.
—Mucho mejor.
.
.
.
La gran casa estaba en completo silencio y, el fuerte contraste entre el resplandor del día en el exterior y las sombras al interior de la casa, hacían todavía más intensa la sensación de soledad. Ella no parecía temerle, más nervios tenía él porque ella no se sintier,a a lo menos, desconfiada por invitar a un desconocido. Era extraña, tonta o demasiado amable, quizás todo a la vez. Sacudió la cabeza, hasta incluso se sintió un poco más aliviado por haber aceptado esa invitación, porque, sin entender sus sentimientos, quizás movido por algún extraño sentido del deber, se había sentido intranquilo porque esa muchacha tan frágil se quedara sola.
Tras dejar las bolsas en la cocina, ella lo obligó a sentarse en la sala, frente a la mesa, desde donde tenía una amplia vista del jardín. Era una casa hermosa. De haber sido otra la situación, quizás su padre hubiera tenido una casa igual de bonita junto al dojo.
Fue ahí cuando comenzaron los problemas.
Un grito vino de la cocina. Se tensó, giró en el suelo de tatami y corrió recordando el camino hasta la cocina. Al entrar se puso en guardia, listo para golpear. Pero se encontró con que esa chica estaba de pie con ambas manos en las mejillas. El tomacorriente de la pared echaba chispas. Rápido saltó hacia delante, la envolvió por la cintura con un brazo y la atrajo hacia su cuerpo con fuerza, girando para protegerla con su cuerpo. Las chispas escalaron en un pequeño estallido seguido por un apagón.
El silencio dominó la cocina y la única luz que quedó era la que entraba por las ventanas. Ambos jadeaban. Soltó el fuerte agarre que tenía sobre ella, deslizando su mano alrededor de la pequeña cintura. Debió hacerlo más rápido, pero una fuerza superior a su razón lo obligó a mantener sus dedos en contacto con el cuerpo pequeño y delgado de esa muchacha, hasta que, incapaz de prolongar por más tiempo ese fugaz y extraño instante, debió sacar su mano del todo, abrir los brazos, dejarla escapar de su pecho. Ella no saltó como esperaba, ni retrocedió asustada. Por el contrario, se quedó ahí, con su cabeza recostada sobre su pecho y la respiración todavía acelerada. Levantó un poco la cabeza y él sintió los mechones castaños rozar su rostro.
Ryu se mordió los labios. Sentir las manos de esa chica apoyadas contra su pecho le provocaba un hormigueo en la piel. Tragó con dificultad, la boca la tenía seca.
—Es… —Incapaz de sacar la voz, se aclaró la garganta—. ¿Estás bien?
Como si su voz la hubiera devuelto a la realidad, la chica alzó el rostro y se encontró con sus ojos. Entonces se apartó frotándose los brazos, mirándolo de una manera extraña. ¿Lo odiaba, quizás?
—Perdón, Ryu, yo no…
Giró, no podía encararla en ese momento y usó el tomacorriente como excusa. Lo miró y se dio cuenta de que el corte eléctrico lo provocó el viejo enchufe de la arrocera. Lo tiró del cable para sacarlo, pero en su lugar lo arrancó junto con parte del tomacorriente, que había quedado convertido en un trozo de plástico medio derretido. Con toda la pieza colgando del cable de su mano, miró a la muchacha y se encogió de hombros.
—No temas, yo lo arreglo.
—No es necesario, Ryu, no fue tu culpa —explicó ella—. Quería preparar el arroz para la cena, pero… ¡Ay!, la arrocera ya no deja el arroz como antes. Está un poco vieja, iba a suceder tarde o temprano.
Ryu dio una mirada a lo que quedó del tomacorriente en la pared y lo olfateo. El aroma a quemado era intenso. No, eso no fue culpa de la arrocera, toda la instalación en la pared era tan antigua que había que dar gracias de que no se hubiera incendiado.
—Te dije que yo lo arreglo. Además, no puedes preparar la cena sin electricidad.
—Pero… Oh.
.
.
.
Por suerte había repuestos guardados en la casa y él sabía cómo hacer uno que otro trabajo de esos, así se había ganado la vida en los caminos. Tras acabar y devolver la luz al hogar, un plato cayó al piso. Una de las patas de la mesa de la cocina se había separado y la vibración había provocado otro accidente.
—Ryu, lo siento. Ay, es que estos muebles…
—Yo lo arreglo —dijo Ryu, pensando que quizás en esa casa no había nadie, ningún hombre, que pudiera hacer tales mantenciones.
Cuando terminó de clavar la pata a la mesa, se sentó en la sala para disfrutar el bocadillo que Kasumi le había preparado. El viento soplaba con más fuerza y las nubes comenzaban a cerrar. Las ramas del viejo árbol se estremecían con un constante crujido. La campanilla que colgada del techo tintineaba melódicamente. Ryu se sintió en paz, algo que nunca le había sucedido antes en un ningún lugar donde se había quedado. Comenzó a rememorar imágenes de su pasado, en el camino, bajo un clima similar, siempre en soledad. Hasta que escuchó un ruido y se dio media vuelta. Kasumi estaba arrastrando varias grandes y pesadas bolsas de basura por el suelo de la cocina. Aún ella, que siempre parecía intentar parecer recatada y silenciosa, no podía evitar quejarse entre tirones y pasarse el dorso del brazo por la frente. Ryu se levantó y se echó las tres bolsas al hombro como si no pesaran en absoluto.
—Deja que yo me encargo.
—Oh, no, Ryu, no deberías. Eres mi invitado.
—Acompaña ese té con algo para comer y me sentiré pagado.
—Pero…
No la escuchó más cuando salió rápidamente por la puerta. Al volver, sacudiéndose las manos, se dio cuenta de que había sido una mala idea cargar las bolsas sobre el hombro, porque su ropa ahora apestaba a verduras rancias. Sudado por el calor y el esfuerzo, dejó caer los tirantes del arnés a los lados de las piernas y se sacó la camiseta sucia. Así se encontró frente a Kasumi, que lo esperaba con la mesa servida. Una aromática taza de té junto a unos pastelillos mochis en un platillo.
—Espero te guste, lo… Oh…
Ryu se miró su cuerpo siguiendo los ojos de la muchacha, para recién percatarse de que estaba medio desnudo. Ella estaba en silencio, mordiéndose el labio inferior, con un gesto extraño que interpretó como miedo.
—¡No, no te asustes, es un malentendido! —se escusó rápidamente—. Mi ropa se ensució y pensaba mojarme en el jardín. Si pudieras decirme dónde está el agua…
—¡Ay, Ryu, te lo prohíbo!
Ryu se quedó en la entrada de la sala.
—¿Qué cosa?
—Ryu, no puedo permitir que, después de haberte ensuciado por mi culpa, uses el agua del jardín. Tienes que darse un baño mientras yo lavo tu ropa.
—¿Cómo?... ¡Por supuesto que no! Estás loca, no necesito molestarte con algo tan pequeño. —Su reacción desmedida lo sorprendió incluso a él mismo. Se sentía avergonzado—. No lo necesito.
Kasumi se plantó con firmeza ante él, dándole una lenta mirada de pies a cabeza. Su rostro había enrojecido, su respiración estaba agitada, sus ojos tenían un extraño resplandor y su cabello estaba un poco revuelto desde hacía un rato, lo que le daba un aire menos mesurado y más juvenil.
—No, no lo permitiré —insistió en un tono que quiso ser severo, pero terminó en una suave reprimenda muy dulcificada—. No puedo dejar que te quedes así por mi culpa, has hecho mucho por mí hoy. Por favor, Ryu, deja que lave primero tu ropa, es lo menos que puedo hacer.
—Ah… Está bien —aceptó a regañadientes.
.
.
.
—Ay, no, ¡qué terrible! —exclamó Kasumi, con una mano en la mejilla. Insistía en presionar los botones de la lavadora—. Creo que se descompuso.
Ryu, tan solo vistiendo los pantalones y con una toalla al hombro, se quedó mirando a la muchacha, luego a la lavadora. Dejó caer los hombros y suspiró.
—Yo lo arreglo —dijo.
—Pero…
—Hazte a un lado, Kasumi.
.
.
.
Kasumi se pasó la lengua por los labios sin darse cuenta. Se sentía tan agradable tener a alguien en casa con ella, trabajando en todas las cosas que eran necesarias. Los hombres de la casa casi siempre estaban ocupados en algo más, y si no lo estaban, se hacían los sordos a sus inquietas exclamaciones.
—La arrocera ya no deja el arroz como antes.
Casi siempre que decía eso, dejaba una mano en su mejilla con gesto lastimero, pero los demás parecían no verla.
—¡Oh! Qué contratiempo, hoy tendré que lavar esta ropa a mano.
Nada. Ni un gesto. Sus hermanas se despedían para ir a la escuela, su padre y el tío Genma desaparecían sin dejar rastro. Incluso el prometido de su hermana era simplemente otra boca que alimentar, pero solo ayudaba a hacer pedazos la casa, nunca a intentar levantarla de nuevo. Kasumi tenía que enfrentarse sola a los pequeños problemas domésticos, los desperfectos de los aparatos electrónicos, el que se terminaran de repente los huevos y no hubiera nadie más para ir a comprarlos, o que el aceite se quemara sobre el fuego porque había estado ocupada colgando la ropa recién lavada.
Nadie pensaba en las dificultades hogareñas de cada día. Nadie sabía cuánto le había costado preparar ese día la sopa, y cuántas dificultades tuvo para lograr crear, con los pocos ingredientes de que disponían, una opípara cena. Nadie se había fijado en ella, ni había pensado en ella, excepto aquel muchacho que se había ofrecido a ayudarla con las compras.
Qué sorpresa le provocó que un extraño la mirara en plena calle.
—El destornillador, señora —dijo él de pronto, sacando a Kasumi de su ensimismamiento.
—Oh. —Ella se pasó la lengua por los labios de nuevo, y le alcanzó la herramienta—. Soy señorita, me llamo Kasumi, ¿recuerdas?
Él pareció no prestarle atención. Separó las partes del lavarropas solo con las manos y las tiró lejos. Ella nunca había visto tamaña fuerza, ni siquiera los constantes peleadores que visitaban su casa, por un motivo o por otro, eran capaces de aquello, estaba segura. Kasumi separó los labios anonadada.
—¿Quieres… quieres una limonada? —le preguntó. De pronto sentía que hacía más calor.
—Me gustaría, Kasumi.
Ella tembló al escuchar su nombre pronunciado por su potente voz. No sabía por qué, aunque sentía calor, de improviso también se estremeció. ¿Tendría fiebre? Quizá debería tomarse una medicina, pero después, cuando él terminara con su trabajo y se fuera. Entonces podría descansar en la cama durante un cuarto de hora, hasta que los demás llegaran.
Una repentina visión de las suaves sábanas sobre la cama la dejó perpleja. Piernas bien torneadas se giraban entre las mantas, el calor, como un vapor, se elevaba en el aire mientras un gemido de placer estremecía los paneles de papel de la pared.
—¡AHH!
La exclamación hizo eco en su mente, volviéndose tan real, que Kasumi dio un respingo.
—¿Qué sucede? —preguntó Ryu, volviéndose hacia ella—. ¿Estás herida?
—¿Eh?... Ah, no, no es nada —respondió en seguida, enrojeciendo furiosamente. ¡Kamisama!, ¿lo había dicho en voz alta? ¿O fue su imaginación? Se llevó una mano a la frente, conmocionada—. Traeré la limonada en un momento.
Kasumi anduvo por el pasillo hasta la cocina sin darse cuenta de lo que hacía, preocupada por su salud. Estaba imaginando cosas, cosas… alarmantes. Tal vez su enfermedad era peor de lo que pensaba, estaba delirando. Aunque, una vez en la cocina, y ocupada en su tarea de preparar la bebida, los extraños síntomas desaparecieron. Mientras oprimía con fuerza los limones haciendo saltar el jugo en oleadas de exquisita acidez, en su mente apareció de nuevo la espalda de aquel muchacho, la camiseta sin mangas que se pegaba a sus músculos por el sudor, la piel tensa y bronceada que dejaba ver la prenda, su cabello oscuro y rizado.
Qué suerte tuvo de coincidir con aquel muchacho llamado Ryu Kumon aquel día.
Cuando volvió al baño, donde Ryu se afanaba con la lavadora, Kasumi iba tarareando, alegre como siempre, olvidada de sus temores y sensaciones tan extrañas. Se había quitado el delantal y las cómodas pantuflas en sus pies le permitían deslizarse con suavidad por el piso de madera casi sin hacer ruido. Al llegar al último recodo del pasillo su andar se enlenteció. Fue, de pronto, demasiado consciente de que Ryu Kumon estaba en la casa.
Se asomó apenas en el baño, con la vergüenza tiñendo sus mejillas de rojo. La rara fiebre que padecía regresó con fuerza y se sintió casi mareada. Con el torso desnudo de Ryu, Kasumi podía ver sus poderosos músculos hinchándose y relajándose con cada movimiento de sus brazos. Su espalda, fuerte y ancha, estaba sudada. Kasumi adelantó un dedo sin darse cuenta, deseando retener en su yema la gota de sudor que resbalaba por la línea de la columna vertebral.
De pronto se quedó quieta, asustada por sus emociones, tan poderosas y cegadoras. Era cierto que ya tenía veinte años y la rutina de los quehaceres domésticos la estaba aburriendo; hacía mucho tiempo que no salía con sus amigas de la preparatoria porque, o se habían casado y habían tenido a su primer hijo, o se habían mudado por trabajo a otra ciudad. Tampoco tenía mucha relación con las personas del barrio, sus vecinas eran demasiado mayores para ser cercanas a ella, una vez la habían invitado a sus reuniones para jugar a las cartas, pero Kasumi las había rechazado con una excusa. Parecía que todo el mundo se olvidaba de que ella era apenas una jovencita, una mujer con la vida por delante que no había tenido más remedio que hacerse cargo de su familia cuando su madre murió.
Sus hermanas tenían otras cosas que hacer, Akane tenía un prometido que todo el tiempo estaba metido en problemas y Nabiki estaba demasiado ocupada en sus negocios estafando a los incautos de la escuela. Además, ellas la veían más como a una madre que como a una hermana joven con sueños. Nadie nunca le había preguntado qué le apetecería hacer después de graduarse, nadie había supuesto que tenía sueños y deseos de estudiar algo. Todos la habían visto casi como una señora al final de una vida ya acabada. ¡Pero ella solo tenía veinte años! Hacía años que no se tomaba un descanso o un día libre. Una amiga le había regalado el año pasado un cupón para una tarde en un spa, sin embargo, el cupón se había vencido y Kasumi no había podido utilizarlo, ya ni recordaba por qué, seguramente porque algún imprevisto la había obligado a quedarse en casa o nadie pudo preparar la cena en su lugar.
Kasumi Tendo amaba a su familia, pero también necesitaba un tiempo para ella. Había aprendido a sonreír después de que murió su madre, sonreía para obligar a su padre a comer algo durante los primeros meses después de la pérdida, y sonreía para no perder la paciencia con las rabietas de sus hermanas tan pequeñas. Sonreía cuando tenía que fregar el baño hecho un desastre después de las peleas de los artistas marciales. Sonreía, aunque la casa se hubiera caído a pedazos a su alrededor. Había sonreído toda su vida, pero comenzaba a hartarse. Todo el mundo decía que ella nunca se enojaba, pero era la mentira más grande de todo Japón.
¡Cuántas veces había deseado golpear la mesa con rabia durante la comida! Decirles «ayúdenme, no puedo sola». Todos salían corriendo en cuanto terminaban de comer, desaparecían como por arte de magia, no importaba, Kasumi lo ordenaría y lo limpiaría todo. Pero ella quería gritar, quería… solo decir «¡estoy aquí!, ¡soy alguien!, ¡existo…! Soy más que la que limpia y cocina, mientras los demás viven aventuras».
Lo único que la mantenía cuerda era el recuerdo de cuando era pequeña y su madre estaba en la cocina. Ella, como era demasiado baja para alcanzar la mesada, se subía a una silla para poder ver lo que su madre estaba haciendo. Kimiko Tendo movía las manos con agilidad y precisión preparando una comida apenas a base de nabos y pescado asado; aún entonces nunca les había sobrado el dinero, su padre era un artista marcial de vida relajada, llevar comida a la mesa y dinero a la familia no había sido su prioridad. Su madre no había querido echar mano a los ahorros y a la dote que su familia le había dado, supuso que algún día la necesitarían para vivir si todo empeoraba. ¡Cuánta razón tenía! Todavía ahora, Kasumi estiraba los pocos yenes que quedaban de la fortuna de su madre.
Pero eso nunca le había importado a Kimiko Tendo, que disfrutaba de hacer magia con pocos ingredientes.
—¿Por qué siempre estás cocinando, mamá? —había preguntado Kasumi, con la inocencia que le daba la edad.
Qué dulce risa había sonado en la boca de su madre. Jamás la olvidaría.
—Esta es mi familia, Kasumi, y debo cuidarla —respondió Kimiko con ojos llenos de amor.
—¿Siempre? —agregó Kasumi, pensando en la cuestión como si fuera de importancia mundial.
—Todos los días —respondió su madre—. Porque los amo.
El dedo de su madre toco su nariz, y la Kasumi adulta vio evaporarse el recuerdo como una aparición que escapaba frente a ella.
Mamá…
La había honrado cada momento desde su muerte y cuidado a su familia con pasión, pues los amaba, y así debía ser. Sonreía, refugiada en ese dulce recuerdo de la niñez.
Pero su madre hubiera querido su felicidad también, y deseado que ella se casara y formara una familia propia, ¿cierto?
Kasumi volvió la atención a la escena en el baño. La espalda musculosa de Ryu Kumon le recordó que nunca había tenido novio, que nunca la habían besado. Ni siquiera la habían tomado de la mano románticamente. ¡Y ni recordaba lo que era ir a un matsuri con un chico! Lo hizo una vez cuando tenía trece años, pero de eso había pasado demasiado tiempo, y los últimos años había ido solo con su familia, como una solterona que se conformaba con su destino.
Kasumi se quedó allí durante largos minutos, pensando con lástima en sí misma, y adelantándose un paso más cada vez, hacia la espalda perfecta de Ryu, hacia sus músculos poderosos, hacia sus manos fuertes que habían abierto en dos la lavadora sin esfuerzo.
—Ryu…
Los labios de Kasumi se abrieron involuntariamente y suspiraron el nombre. Él se dio vuelta con rapidez, como si alguien lo estuviera atacando y se preparara para luchar. Kasumi dio un gritito al quedar casi pegada a él. Levantó el rostro para mirarlo a la cara.
Ryu se alzó ante ella, oscuro y fuerte, violento y masculino. Ella casi podía sentir el calor de su piel a través de la fina tela de la blusa, podía sentir el aliento acelerado de él rozándole la frente.
—¿Kasumi?
—¿Ryu?
Se sostuvieron la mirada por un momento, y Kasumi se quedó prendada de los ojos oscuros de él, de su rostro duro y varonil, con la frente perlada de sudor.
—¿Limonada? —ofreció ella después, con una sonrisa amable.
—Gracias.
Ryu alzó el vaso y bebió un largo sorbo, Kasumi observó cómo su garganta se movía tragando la dulce bebida. Por la comisura derecha de su boca, una gota se escurrió de sus labios y Kasumi se mordió los suyos, que le comenzaron a arder como si estuviera en medio de un nuevo ataque de fiebre.
—Oh…
Kasumi suspiró y dio un paso atrás.
Ryu dejó caer el vaso que se estrelló contra el suelo con fuerza y se movió rápidamente al verla caer.
—¿Qué sucede? —exclamó—. ¿Kasumi?
La recibió en sus brazos cuando ella pareció desvanecerse. Le habló con dulzura, o eso creyó Kasumi, pues no lo escuchaba, solo observaba sus labios moverse. Acercó el rostro a ella y el corazón de Kasumi saltó alegre, porque deseaba que él la besara, ¡lo deseaba con fuerza!, desde que él tomó sus bolsas de compras como si no pesaran nada, desde que hacía cada trabajo en esa vieja casa sin quejarse, sin pedir más que una comida caliente y una bebida fría. Cuando la quietud y penumbra de la casa los recibieron al entrar, ella sintió un sacudón, como si el instinto le dijera lo que iba a pasar antes de que ocurriera. No escuchó las señales, sus dedos rozándose sin querer cuando ella le alcanzaba algo, sus brazos musculosos cuando la protegió en la cocina. La tensión se había acumulado entre ellos como una corriente eléctrica, ninguno lo imaginó, pero así fue. Entonces estalló cuando él la sostuvo con gentileza y ella pronunció su nombre.
¿No era él acaso el mejor hombre del mundo? Kasumi no tuvo dudas, y de pronto no le importó que fuera un extraño, pues en sus palabras hoscas ella podía leer la soledad y el cansancio, en sus ojos oscuros vibraba el mundo entero. Y sus manos estaban hechas para abrazarla y cobijarla. Él era magnífico, como un sueño hecho realidad, lo que ella siempre deseó sin saberlo.
—¿Estás bien? —preguntó él, sosteniéndola con un brazo como si no pesara nada en absoluto—. ¿Tienes fiebre?... Estás caliente.
Sus manos no fueron gentiles, pero a Kasumi no le importó. La caricia de esa mano vigorosa en su frente fue como el agua de vida para un sediento. Percibió las callosidades en sus dedos y se preguntó, por primera vez, cuál era la historia de ese hombre, dónde había nacido, en qué trabajaba, cuáles eran sus sueños.
—Yo… no es nada —consiguió pronunciar ella.
—¿Estás segura?
Kasumi pestañeó lentamente, como despertando de un sueño. Después de todo, quizás él no era el hombre para ella, pensó con infinita tristeza; a él no parecía importarle en nada aquel contacto, no parecía haber soñado siempre con ella, como Kasumi con él. Pronto él la soltaría y terminaría su trabajo, entonces deberían decirse adiós, para siempre. Pero si él se demorara un poco más tocando su rostro, si quizás deseara abrazarla durante un segundo más de la cuenta, entonces ella recordaría esa escena por siempre, para alimentar las fantasías de su corazón en la monótona vida doméstica que estaba condenada a llevar.
—Ryu…
—Deberías darte un baño —dijo él enderezándola un poco—. ¿Quieres que te lo prepare?
Sus palabras hicieron vibrar a Kasumi. Aquella pregunta era casi la misma que «¿quieres que te quite la ropa?». Kasumi enrojeció de pronto. Tal vez él tenía razón, debía tener fiebre y estar delirando, de otro modo, nunca hubiera sentido esas emociones tan irracionales por un hombre que nunca había visto antes. Él no podía implicar eso que ella imaginaba, él nunca… Él jamás…
—Estoy... bien —susurró. Sus labios se movieron lentamente, como si no quisieran pronunciar esa frase que separaría sus cuerpos para siempre.
Hizo el intento de levantarse y, al notarlo, Ryu la ayudó con su fuerte brazo. Kasumi no levantó el rostro, o el vería cuán rojas se habían puesto sus mejillas y cuánto dolor había en sus ojos. Él pareció comprender, sin embargo, que ella necesitaba espacio, y se apartó, lentamente.
Pero como si quisiera romper todas las reglas que se había impuesto desde niña, Kasumi separó los labios para pronunciar su nombre una vez más.
—Ryu —dijo con firmeza, alzando los ojos hacia él, llamándolo. Pero a último momento se arrepintió.
No, no podía hacer eso, no podía pedir, porque si pedía significaba que lo deseaba. Y ella no podía desear algo así, no de un desconocido.
Volvió a escuchar la campanilla resonando en las puertas que daban al jardín. Hacía un rato, cuando él se sentó allí a comer el improvisado sándwich que le preparó, había sonado una y otra vez, agitada por la brisa que presagiaba lluvia, como si fuera el destino que llamaba en sus vidas, golpeando insistentemente hasta que respondieran.
Y el destino había desatado una tormenta, en el cielo y en ella.
—¿Qué? —preguntó Ryu Kumon.
Parecía que se había quedado paralizado, indagando en los ojos de ella, buscando respuestas. Quizás también había sentido ese escalofrío, esa corriente eléctrica que generaban juntos. A Kasumi le pareció que quería decir algo, quizás solo esperaba la invitación de ella para moverse.
Kasumi soltó el aire a bocanadas, con el pecho agitado, subiendo y bajando.
—Be… bésame —rogó en un murmullo.
Los labios le temblaban, y Ryu pudo ver las emociones cruzando sus ojos y su rostro. Cómo comenzaban a deshacerse, como un terrón de azúcar en el agua caliente, las cadenas con las que ella había encerrado su cuerpo y su feminidad.
Los segundos pasaron y Kasumi fue incapaz de apartar sus ojos de él. Pero al final, la vergüenza pudo más y el rubor cubrió sus mejillas por completo. Aún ocupada lidiando con la vergüenza y el dolor de ser rechazada así, Kasumi dio un paso atrás.
Hasta que una mano caliente y fuerte la tomó por el hombro. El corazón de Kasumi dio un salto.
—Yo… —murmuró. Y levantó los ojos de nuevo.
Nunca debió haberlo hecho, si hubiera apartado la mirada podría haber continuado con su vida como hasta ahora, ni cambiado para siempre. Hubiera salvado su alma y su corazón. Pero no lo hizo, porque cuando levantó la mirada y encontró los ojos de Ryu, oscuros y peligrosos, supo que no estaba a salvo. Ya no lo estaría nunca.
—¿Qué te bese? —preguntó él.
Era un tono brusco, salvaje, que hizo que Kasumi experimentara una ardiente sensación en lo más bajo de su vientre, algo que nunca había sentido, que nadie le había hecho sentir.
La mano de él subió por su cuello, dejándole una sensación de calor justo donde latía el pulso en su garganta. Kasumi escuchó el atronador latido de su propio corazón en los oídos, y soltó el aire en una exclamación al sentir de pronto el cuerpo de él contra ella, sobre ella. La apretó con fuerza contra su fuerte torso.
—¿Kasumi?
—…Bésame —dijo ella en tono más firme.
Entonces lo hizo. Ryu Kumon tomó su boca con una ansiedad salvaje, bebiendo de sus labios con una fiereza abrumadora. Le levantó el rostro empujando el mentón con el pulgar para tener mejor acceso a su boca, a su alma que se escapaba en su aliento. Kasumi se derritió en sus brazos, sorbiendo a bocanadas el aire por la nariz, pero sin querer apartarse de la piel de él, del calor y la sensación de sus músculos en ella.
Era mejor que lo que hubiera soñado nunca. La boca de él, tan masculina y ardiente, le provocaba una sensación efervescente en los labios, como si los hubiese tenido dormidos toda la vida y recién ahora despertaran. Kasumi soltó un gemido cuando él la abrazó, subiendo la mano por su nuca hasta detrás de su cabeza, y pasando la otra mano por la cintura, arrastrando su ardiente caricia hasta el redondeado trasero de ella; la atrajo hacia él, apretándola y consumiéndola en un beso que casi le hizo perder el conocimiento y dejarse caer en el torbellino de las sensaciones que le provocaba.
Kasumi se relajó contra él, únicamente disfrutando de la quemante sensación en su cuerpo, de la forma en que su corazón bombeaba sangre hasta las puntas de sus dedos, haciéndola consciente de cada nervio delicado y cada zona sensible a las caricias. Subió los brazos para rodear a Ryu por el cuello y atraerlo todavía más, si fuera posible, aunque no quedaba una pizca de aire entre ellos, y los torneados músculos habían encajado en la suavidad aterciopelada de su cuerpo femenino.
Cuando Ryu le mordió el labio inferior desatando su pasión, Kasumi dejó escapar un gritito, pero no sintió dolor, solo una placentera descarga eléctrica que latió por todo su cuerpo, hasta llegar al centro mismo entre sus piernas. Pero Kasumi no pudo detenerse a pensar en esa extraña sensación que la obligaba a acercarse cada vez más a él, porque Ryu deslizó la lengua en su boca y ella sintió que la abrasaba una llamarada de deseo. Él jugó con ella, explorando su dulzura y enredándose con la lengua de ella. Poco a poco comenzó a marcar un ritmo cada vez más rápido, fundiéndose en ella, queriendo desdibujar los límites de cada uno hasta que se volvieran un solo ser de puro fuego.
Kasumi creyó que ese beso era el acto más lujurioso de su vida. Pero qué equivocada estaba.
En su espalda notó la rigidez de la mampara del baño, contra la que Ryu la aplastó con su poderoso cuerpo. Se separaron por un instante, mirándose atentamente mientras respiraban agitados, pero Ryu la besó de nuevo, y bajó la cabeza, explorando el rostro y el cuello de ella con húmedos besos.
—¡Oooh!
Kasumi gimió al sentir que una mano de él buscaba invadir el casto y sagrado espacio bajo su falda, pero no le impidió la entrada. Él usó apenas su mano para abrir en dos la prenda y descubrir el suave y blanco muslo de ella, que acarició casi con hambre. Kasumi se sostuvo de sus hombros soltando suaves quejidos de placer cuando la lengua de Ryu trazó un enredado símbolo de humedad en su escote.
Ella nunca se había sentido así, nunca había sido tan consciente de su cuerpo como en ese momento. Se mordió el labio mientras él le abría la blusa de un manotazo y hacía saltar los botones.
—¡Ryu...!
—Kasumi —susurró él cerca de su oído.
—Oh… ¡ah!
Kasumi sintió ese cuerpo duro reclamando y aplastando sobre ella, y una dureza aún mayor que emanaba de él, presionando contra su vientre, buscando el rincón del que emanaban las sensaciones más extrañas en su cuerpo. Era como si un imán los atrajera de nuevo cuando se separaban, una y otra vez.
La mano de él se dirigió al sostén de encaje y puntillas que había revelado al abrir la blusa. Su mano caliente se detuvo sobre un pecho, todavía cubierto, y Kasumi se removió contra él. Como si el cuerpo no le perteneciera, vio cómo se ofrecía a sus manos, deseando que él arrancara esa prenda también y la acariciara.
Justo cuando él acercaba la boca para rozar la puntilla del sujetador, un ruido acompañó la caída de la mampara al suelo, y Ryu se movió ágil para proteger el cuerpo de ella del impacto.
Kasumi sintió solo un suave chapoteo. El agua caliente los humedeció de a poco mientras se reponían del golpe en medio de la bañera. Gracias a Kamisama que se le había ocurrido preparar el ofuro para él antes de que todo ocurriera, pensó Kasumi, y gracias a Kamisama, no sabía cómo, Ryu parecía haber adelantado sus poderosos brazos y girado para protegerla de la caída.
Kasumi levantó la cabeza, las puntas de su cabello estaban empapadas y la mitad de su cuerpo mojado, pero casi no reparó en ese detalle, solo notó que estaba prácticamente sobre el regazo de Ryu Kumon, con las piernas de él abiertas a sus costados, y vio que él apoyaba la espalda sobre la pared de azulejos. Él también se había mojado y los mechones se le pegaban en suaves rizos a la frente, pero Kasumi no pudo apartar los ojos del esculpido torso, donde las gotas de agua se arrastraban perezosas por su piel desnuda, resbalando del pecho y acumulándose en las hendiduras de sus músculos bien marcados.
Ella notó que la piel de él se erizaba bajo su mirada, pero cuando sus ojos se volvieron a encontrar, ya no pudo escapar de los ojos de Ryu, oscuros y profundos, como un pozo lleno de secretos, que Kasumi tenía miedo de revelar. Fue incapaz de apartarse, los ojos de él la tenían encerrada en un hechizo que le hormigueaba en la piel y la hacía entreabrir los labios sin saber qué decir exactamente. Notó que él movía su boca, pero ningún sonido llegó a Kasumi, que parecía sorda a todo lo que no fuera el latido acelerado de su corazón, que tamborileaba en todo su cuerpo haciéndolo pulsar con una emoción desconocida.
Ryu levantó una mano despacio sin apartar los ojos de ella, tan lentamente que parecía no moverse en realidad. El corazón de Kasumi saltó otra vez, en su interior los sentimientos libraban una batalla por saber cuál saldría vencedor. Antes, él la había besado de improviso y los dos se dejaron llevar por la pasión, sin pensar en consecuencias o en un después; ahora, él le hacía perder la cabeza de nuevo, pero ella era consciente. Se sentía viva y quería más, quería las manos de él por todo su cuerpo, y la boca de él danzando en cada espacio de piel, deseaba conocer ese mundo que él le insinuaba con sus besos y caricias. Lo deseaba ahora, con desesperación.
¿O estaba completamente hechizada?
Ryu le tocó la mejilla, con el pulgar borró una gota de agua que le resbalaba cerca de la comisura de la boca y Kasumi se sacudió con la sensación que la atravesó. Entreabrió los labios de nuevo, aunque solo pudo soltar una exclamación mitad suspiro.
—Kasumi —susurró él.
—Oh…
Las piernas de él se cerraron un poco en torno a ella y Kasumi dio un respingo. Los ojos de Ryu la observaron atentamente, entonces, ella se dio cuenta de que su mirada había cambiado, ya no era la misma del muchacho que la había abordado en la calle para ayudarla, tampoco la del joven que la había besado apasionadamente, aplastándola contra la mampara del baño. El Ryu Kumon que estaba con ella en el ofuro era ahora completamente un hombre, no un muchacho crecido ni un jovencito, y Kasumi sintió que el miedo y la anticipación crecían en ella a partes iguales.
Como si realmente estuviera presa de un encantamiento, Kasumi se movió, invitada por los ojos de él, haciendo chapotear el agua. Se acercó más y extendió el brazo, muchísimo más osada de lo que había estado en toda su vida. Adelantó la mano hasta que las puntas de sus dedos estuvieron a milímetros del abdomen de él.
Ryu se movió y ella se quedó quieta, asustada. El agua caliente provocaba un rubor en sus mejillas y en la piel de su escote, y le calentaba el cuerpo haciéndole cosquillear los músculos. ¿O era él quien le provocaba esas extrañas sensaciones?
Él la miró más intensamente y pareció retenerse a sí mismo, como si fuera una fiera salvaje que había que encadenar o le haría cosas que ella ni siquiera imaginaba. Ryu se pasó la lengua por los labios y dijo con voz ronca.
—Hazlo.
Era como una orden y a Kasumi le gustó la sensación que le provocaba en el vientre y en las palmas de las manos el tono de su voz. Se arrodilló en el ofuro y se acercó más, entreabriendo los labios a medida que se acercaba a tocar su piel.
—Hazlo —repitió Ryu, con la voz más ronca que antes, cuando ella vaciló un instante.
Relajó las piernas y acomodó mejor la espalda en la pared de azulejos. Kasumi se adelantó todavía más y rozó con los dedos el estómago de él, se deleitó en la textura de su piel mojada y apreció la forma y la dureza de sus músculos. Despacio, subió la mano acariciando su cuerpo y lo tocó justo donde latía su corazón.
En ese instante lo miró a los ojos, y él le sostuvo la mirada.
—Tócame —ordenó él, exigente.
Kasumi soltó el aire a bocanadas entre los labios, agitándose solo con el pensamiento de lo que iba a hacer, excitándose con el tono dominante que él usaba. Puso la mano sobre el pectoral, rozando la tetilla con la palma extendida. Se apoyó en él, inclinándose lentamente, hasta que su aliento rozó la piel de Ryu.
—Sí —celebró él—… ¡Kasumi!
A Kasumi le gustó que él gritara su nombre. Volviéndose arrogante, movió sus rodillas acercándose más, hasta casi rozar el bulto que crecía entre las piernas de él tensando sus pantalones. Se sintió poderosa por hacerlo sentir así y una sonrisa pícara danzó en sus labios.
Kasumi tocó con su boca el pecho de Ryu, acariciándole la piel con el aliento. En ese momento era otra mujer, una osada, que se permitía dar rienda suelta a sus fantasías más secretas sin culpa y sin miedo. En ese espacio íntimo estaba permitido todo y no debía reprimirse o frenar sus deseos. Se inclinó dejando un rastro de besos que bajaban por ese cuerpo templado. Los veinte años que llevaba deseando rugieron en sus venas exigiendo más, y ella se dispuso a satisfacerlos.
Con la lengua trazó un camino cada vez más corto hacia el ombligo de Ryu, y se apoyó en las piernas de él para lamer despacio cada músculo y succionar la piel que acariciaba, aprendiendo su sabor. Bajó más allá del ombligo y, sin pensarlo, puso las manos en los botones para abrirle los pantalones, pero Ryu la tomó de los hombros y la alejó. Confundida y preocupada de que hubiera hecho algo mal, Kasumi buscó sus ojos, pero vio la misma oscura pasión de antes.
—Es mi turno —sentenció Ryu Kumon con voz aterciopelada.
Kasumi se estremeció al sentir de nuevo sus manos sobre ella. Ryu se inclinó y metió las manos por debajo de la falda que flotaba empapada, como una flor alrededor de su cuerpo sensible, para acariciarle los glúteos de una manera brusca y apasionada, pero placentera. La besó en la boca con fuerza, sin importarle ser delicado o cuidadoso, pero a Kasumi le gustó su pasión y cómo sus manos tiraban de sus bragas para arrancarlas. Así de loco se volvía por ella, así de desesperado estaba por devorarla y hundirse en ella, en el centro del huracán que despertaba en su cuerpo.
—Ryu…
Kasumi soltó un gritito cuando la elevó y la puso sobre él separándole las piernas. Ella se estremeció al verse a horcajadas encima y recibió gustosa otro apasionado beso que la hizo temblar. Ryu le besó el cuello de nuevo, esta vez cerrando apenas los dientes sobre su piel.
—¡Ryu!
—Eres mía —dijo él poniendo énfasis en cada sílaba.
Le sacó la blusa del todo y Kasumi se mordió los labios cuando terminó de arrancarle la falda, impaciente, desgarrándola con las manos en dos partes que salieron volando, para parar en el piso del baño. Ella jamás había estado frente a un hombre solamente en ropa interior y el pudor la obligó a intentar cubrirse con los brazos; sin embargo, al encontrarse de nuevo con los ojos de Ryu, tembló bajo la pasión que emanaba su cuerpo, y deseó que la tocara sin ninguna ropa de por medio. Ahora.
Ahora, ahora…
Kasumi echó la cabeza hacia atrás y enredó los dedos en el pelo empapado de Ryu, cuando él le besó la garganta y bajó la boca para dejar besos de fuego sobre la piel de su escote. En un violento movimiento le quitó el sostén, arrancando con la prenda cualquier rastro de recato que quedara en ella. Kasumi lo deseaba, esperaba el toque de sus manos con un ansia abrasadora.
Él se detuvo, recorriéndola con los ojos, deleitándose en cada centímetro de piel expuesta. Kasumi se sacudió y se apretó contra él.
—Por favor… por favor…
En otras circunstancias se hubiera avergonzado de rogar, pero ahora la pasión dictaba sus deseos y sus actos, nada más importaba en el mundo. Nada que no fuera la piel caliente de él contra ella, su boca en la boca de ella. Ryu acercó los labios a la curva de un seno y erizó la piel con su aliento. Kasumi se mordió los labios esperando la caricia que se demoraba, él respiraba contra ella embravecido. Ella pensó por un instante si él acaso se arrepentía, si le daba miedo ser el primer hombre en besar su piel y en verla como era, con las imperfecciones que no podía ocultar, con la inocente pasión que la desbordaba.
Pero al sentir finalmente los labios de Ryu en la punta excitada de un seno, el mundo alrededor de ella se hizo pedazos, reemplazado con la sensación que él provocaba en sus terminaciones nerviosas. Ryu rodeó con la lengua el pezón erecto, saboreando el gusto salado de la pasión sobre su piel. Succionó y atormentó a la mujer en que Kasumi estaba a punto de convertirse. Una sensación extraña sacudió a la muchacha, una urgencia pagana y antigua la hizo mover las caderas contra la excitada pelvis de ese hombre. Lo tomó con más fuerza del pelo y casi sollozó al sentir la respuesta de su cuerpo a la caricia, Ryu empujó suavemente en un vaivén, conteniendo la respiración sobre ella por un momento. La boca masculina buscó el otro pecho y acarició la cúspide estimulándola, hasta que ella gimió y sollozó, con la creciente tensión dentro de su cuerpo a punto de romperse.
—Ryu, Ryu…
Kasumi lanzó un grito desesperado. Él subió de nuevo las caderas, buscando el roce sobre su cuerpo con apremio. Kasumi se tensó una última vez, mientras él la tomaba de las caderas con fuerza y la hacía adoptar su ritmo, ansioso e implacable, arrancando una ola de placer que recorrió el cuerpo de Kasumi en sucesivas y exquisitas ondas. Ella susurró su nombre una vez más, mientras se tomaba con fuerza de los hombros musculosos de él, clavando las uñas en su espalda.
—¡Oh, Ryu!
Se sintió débil, embriagada con la deliciosa liberación que experimentó. Pero él no estaba satisfecho, no lo estaría hasta arrancarle por completo la ropa y entrar en ella, tan hondo hasta tocar su alma, hasta revelar sus secretos más íntimos. Hasta tenerla por completo.
—Kasumi.
Él susurró cerca de su oreja, y ella lo dejó hacer. Ryu se giró con ella encima, sosteniéndola por la espalda con una mano. La sumergió en el agua del ofuro que se agitó con el movimiento. Kasumi extendió los brazos y las piernas, relajándose por completo en el agua caliente, apoyando la cabeza en el borde de la bañera mientras sonreía.
—Ryu… Ryu Kumon —llamó.
¿Él había sentido eso? Cuán maravilloso era compartir entre dos el acto más desenfrenado del amor.
Ryu la tomó por los muslos y buscó la braga que ella todavía conservaba, deslizándola por su cuerpo, en una caricia más, lenta y posesiva, en la que recorrió sus piernas hasta los pies, hasta sacarla. Kasumi se pasó la lengua por los labios, observándolo alerta de nuevo. Estaba desnuda, completamente, al fin, ante ese hombre, y ya no le importaba. Él no perdió tiempo y se desabrochó los pantalones, quitándoselos en plena bañera con una habilidad sorprendente que Kasumi notó. Maravillas de artista marcial, pensó ella, y no supo de dónde le vino la idea de que él debía ser también un conocedor del Arte. Quizás por su agilidad, por sus musculatura tan perfectamente desarrollada.
Kasumi observó entonces su rostro. Era el de un hombre fuerte y apuesto, tenía la mandíbula firme y la frente cubierta por el flequillo. Sus ojos oscuros destacaban en su cara, bronceada como si hubiera pasado mucho tiempo bajo el sol; finas arrugas asomaban en el contorno de sus ojos casi como si el viento hubiera marcado sus rasgos. ¿Cuál era la historia de ese hombre? ¿Trabajaba quizás en tareas al aire libre? Aquel tono cobrizo del que pasaba tiempo a la intemperie, le recordó por un momento el rostro del prometido de su hermana pequeña. Su cuerpo fuerte y musculoso también le daba un aire a campeón de artes marciales. El aire taciturno y exaltado con que se movía, con precisión y vehemencia, la hacían pensar que su vida había sido difícil, pero ¿cuánto? ¿Y cómo?
Ella no sabía nada de ese hombre, lo había visto por primera vez hacía apenas unas horas, comprendió. Pero se sentía tan natural estar con él en ese instante, recreando como habían hecho todos sus antepasados, el Arte más intuitivo y natural entre dos cuerpos.
Kasumi volvió a observarlo y notó que se quitaba la ropa interior. Entonces se quedó con la vista fija en su masculinidad que se alzaba poderosa como un conquistador. Ella sabía lo que seguía, él la tomaría y sería suya para siempre, porque no osaba mancillar ese acto íntimo, noble y sagrado con alguien más; para siempre solo él habitaría sus pensamientos y sus sueños. El erotismo en soledad tendría su nombre, y ella recordaría las caricias de él sobre su cuerpo mientras intentaría imitarlas burdamente con las manos.
—Ryu…
Tanto anhelo ponía en su nombre, tanto lo deseaba en ese instante.
Él la besó y la rodeó con los brazos, atrayéndola hacia su cuerpo, sus manos bajaron por la piel de ella, y Kasumi hizo otro tanto, marcando con los dedos los músculos de su espalda con una mano, mientras la otra vagaba hacia el punto más desconocido y atrayente de él.
—Ah…
Ryu murmuró palabras ininteligibles cuando ella rodeó su miembro con una mano. No sabía qué quería o debía hacer después, pero solo tocarlo y provocarle, quizás, las mismas sensaciones que ella había saboreado era todo lo que añoraba. Su mano se movió con timidez, arrancándole a él exclamaciones guturales cada vez que lo rozaba.
Pero él le arrebató el poder de un movimiento, y Kasumi se enfurruñó.
Ryu Kumon se puso entre sus piernas, de rodillas en el ofuro. Y la penetró en ese instante, alzándola mientras la tomaba por los glúteos, sin dejarle un momento para pensar, retractarse o recordar el dolor que se debía sentir, del que había leído y escuchado a sus amigas. Kasumi soltó una exclamación, incrédula, percibiendo en cada célula la invasión en su cuerpo. Antes de recobrar el aliento recibió la siguiente embestida, y la siguiente. Estaba húmeda y preparada por las caricias anteriores, así que no sintió dolor, no más que el placer, solo la creciente inmensidad de ese hombre dentro de ella. Pero no temió, estaba relajada y dispuesta, era como si Ryu Kumon hubiera sido el hombre destinado a ella por Kamisama. Él pertenecía en su cuerpo, y ella rodeando el de él, el destino los había unido de una forma extraña, mágica, pero muy real.
Él arremetía y Kasumi se adaptaba al movimiento, abriendo más las piernas, hasta recibirlo por completo con un suspiro. Jamás se había sentido tan feliz, tan entera y tan ella.
—¡Kasumi!
Él la besó mientras empezaba a ir más rápido, y ella jadeaba en el beso, recibiéndolo y acunándolo entre sus brazos, hasta sentir que el cúmulo de sensaciones crecía en su vientre y buscaba la liberación.
Se separó de él buscando aire, y se aferró a sus hombros poderosos.
—Ryu…
—Así, así… así.
Indicó él mientras la abrazaba, atrayéndola hacia él, como si no quisiera que escapara en ese último instante. Kasumi apoyó la frente en su hombro y aspiró la fragancia masculina y excitante que emanaba. Era suyo, completamente suyo. Lo supo mientras estallaba en una espiral de emociones y sensaciones.
Era solo suyo, no importaba el antes o el después de ese momento. Por siempre le pertenecería.
Y ella a él.
—¡Kasumi!
Él gritó su nombre una última vez y tembló en sus brazos, mientras a Kasumi aún la asaltaban los ramalazos de la pasión.
—Ryu…
Ella y él, solos en el mundo, imaginó Kasumi mientras se apoyaba en su pecho, escuchando el ritmo rápido ya acompasado de sus corazones. Ella y él. Él era un demonio, una bestia, y ella había sucumbido.
Oh, Kamisama…
.
.
.
.
.
.
.
Continuará…
.
.
.
.
.
.
.
Nota de Randuril:
Muchas gracias por leer. Aunque no lo crean, hace, literalmente, años que Noham y yo queríamos escribir un fanfic juntos, y gracias a la página Mundo fanfics Inuyasha y Ranma tuvimos la oportunidad. Gracias a las geniales administradoras de la página por tenernos paciencia, esta historia va dedicada a ustedes :D.
Si lo desean, pueden escuchar la canción Breathe On Me de Britney Spears, porque fue la música que me inspiró para las escenas más sensuales.
Pueden encontrarme en Facebook, Instagram y Twitter como Randuril o Romy de Torres.
También puede leer mi cuento de romance histórico, Por eso te odio, en exclusiva en Lektu, completamente gratis :)
Nos leemos en la segunda parte.
Notas de Noham:
Todo lo que dijo Randuril.
Eso.
Nada más.
Bien.
Nos vemos. Sayonara. Ciao. Bye bye.
Sí, eso es todo, nada de notas largas y kilométricas, de agradecimientos por la oportunidad de poder escribir junto a mi esposa como habíamos deseado hacía años. De recordarles que no he abandonado ninguna historia y tengo planeado retomar los fics después del NaNoWriMo en una maratón hasta acabarlos todos. De quejarnos, como siempre, por la vida real que nos impide escribir tanto como quisiéramos. De decirles que se sigan cuidando y no salgan sin mascarilla. De hacer promoción por nuestras novelas ya publicadas y adelantarles que estamos escribiendo nuevas. De invitarlos a leer mis últimos cuentos a la página de Lektu (sí, con mi nombre artístico de siempre), como El dios del molino de viento (me siento muy orgulloso de esa historia). De recordarles que leo cada uno de los reviews que me dejan, incluso en mis fics más antiguos, los que me emocionan y agradezco como la primera vez.
Y lo más importante, que no pienso tampoco decir, como ya lo hizo Randuril, que nos estamos leyendo en la próxima parte.
