D i s c l a i m e r: Los personajes de Axis Powers Hetalia no me pertenecen, sólo los tomé sin fines de lucro. Todos los créditos al señor Himaruya Hidekaz y a Bump of Chiken por la canción .

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La blanca tela que cubría su hombría poco a poco fue cayendo al suelo, entonces con su dorada mirada recorrió su propio cuerpo que, a su gusto y a pesar de los años, seguía sin agradarle.

Su cabello se encontraba suelto y mojado por el agua con que no hace mucho tiempo se duchó, provocando que finas gotas cayeran en su pecho, recorriéndolo. En su piel se podía percibir con claridad marcas que delataban su historia vivida, aquellas que muchos decidían ignorar y que pocos sabían. Algunas estaban muy bien marcadas, otras no tanto. Y es que era muy lógico viniendo de la nación con más de tres milenios con vida sin haber experimentado algo como la muerte.

Estaba orgulloso de su sabiduría adquirida, de tener algo que contar siempre y en gran parte agradecía que a pesar de que esas horrorosas marcas se empeñaban en acompañarlo el resto que le quedaba de existencia, hacían lucir su cuerpo más varonil. No como a él le gustaría.

Ser confundido por una mujer no era para nada agradable, tener esa delicadeza tampoco lo era; él quería demostrar fuerza, masculinidad y todo eso que muchos tenían y ellos no, aunque era consciente que los de su raza padecían de este problema. Al ser el llamado gigante asiático, le hubiera gustado hacer valer ese apodo de aquella manera para sentirse completo. Razones por las que ese tipo de temas le ponían un tanto incómodo, tampoco era que no se quisiera a sí mismo. Dentro de un par de años se hará un tatuaje en la espalda, marcarse por propio gusto podría ser mejor que el ser marcado por una traición.

Suspiró cerrando los ojos después de perderse en sus propios pensamientos, ese día tenía una reunión con su país vecino del norte y el superior de dicho era una persona que sin duda alguna no podía esperar. Un hombre elogiado y respetado por muchos en el mundo, no por nada lo era. Se dio la media vuelta dispuesto a ponerse su traje rojo, ese que tanto le gustaba y que era muy frecuente en él mirar.

No pasó mucho tiempo en el que terminó de hacer todo lo que debía, lo único que faltaba era colocarse su coleta y marcharse a donde se encontraba su superior que de seguro ya estaba listo. Había perdido algunos minutos en comer algo antes de bañarse así que no le sorprendía, pero tampoco le preocupaba pues él no sería quien viajaría a las tierras nevadas, ésta vez le tocaba esperar en su propia casa. Sin demorarse más, salió de la residencia directo a las oficinas de su actual jefe en donde muy seguramente lo estaría esperando con una sonrisa a él y a los invitados.

No podía entenderlo del todo pues éste parecía que tenía buenas relaciones con esas personas a diferencia suya con la representación del país. No era como que se llevaran de la patada ni mucho menos, de hecho, se podía decir que lo que había entre ambos era algo más que una simple relación amistosa, pero se negaba a aceptarlo. Aún a esas alturas no quería verlo. Su cuerpo tenía ya las suficientes cicatrices para agregar una más.

Llegó a su destino más rápido de lo que pensó, sin siquiera identificarse o algo por el estilo, entró ante la inclinación de los presentes que por más que se negara a ser recibido de esa forma, parecía que para ellos era lo más correcto así que no podía oponerse ante eso. Fue directo a la sala donde se suponía su jefe estaría esperando, en el camino checó la hora y se percató que no faltaba mucho para que los visitantes llegaran. Por alguna razón, el nerviosismo se apoderó de él. Abrió la puerta y lo primero que vio fue a su jefe platicando con otras personas, detrás de él se exhibía su hermosa bandera roja junto a la tricolor del ruso. Le gustaba verlas tan juntas, símbolo de la alianza que los unía.

—Hola Xi —Una vez se acercó, le saludó en su respectivo idioma y haciendo una leve inclinación.

—Yao.

Ya no hacia falta formalidades entre ambos, así que hablarse de forma tan informal era muy común; esto no solía suceder con los anteriores jefes de China y estaba muy feliz de que con él sí pudiera tener esa comodidad. Lo consideraba una buena persona además de que ejercía un buen trabajo hasta el momento. Comenzaron una plática que consistía en ver los puntos importantes a tratar en la reunión que estaba por llevarse a cabo, ambos poniéndose de acuerdo en los intereses de la población o eso hasta que un guardia anunció la llegada de los rusos. Y de nuevo, el nerviosismo de China regresó.

Después de un momento, los hombres entraron a la sala y los jefes de inmediato se saludaron mutuamente compartiendo algunas frases mientras que Rusia se acercaba a China con su típica sonrisa poniendo todavía más nervioso al país oriental, éste por supuesto intentó ocultarlo por todos los medios.

—Rusia —saludó al ruso, dedicándole una ligera sonrisa.

—Buenas China —Tomándolo por sorpresa, Rusia cogió su mano y la subió para poder besarla con una caballerosidad nunca antes vista en el euroasiático. China ante tal acción se quedó perplejo, sintiendo sus mejillas arder sin negarle nada. Para cuando iba a hablar, el superior de Rusia se adelantó.

—Hace un tiempo en una reunión de Vladivostok, algunos empresarios chinos me confesaron que a los habitantes del país les encanta el helado de nuestra Rusia.

Bajando la mano del chino sin soltarla, Iván puso su atención en lo que su jefe decía. El milenario le dedicó una fugaz mirada pues al instante un comandante ruso entró a la sala con lo que parecía ser una caja. Xi también miró al sujeto, ninguno tenía la más mínima desconfianza en dicho objeto.

—Les prometí traérselo. Como regalo, le traigo una caja entera de helado —declaró Putin.

Abriendo la caja pudieron notar que, en efecto, estaba llena del helado prometido. El comandante le dio la caja a China el cual dudó en tomarla, pero al ver la mirada un tanto "extraña" de Rusia, la tomó entre sus brazos y soltando la mano del mismo. Xi agradeció el regalo del mandatario confirmando las palabras de los empresarios sobre el amor de los chinos al helado ruso.

—Muchas gracias por el regalo, por el delicioso helado. Cada vez que viajo a Rusia, siempre pido que me compren helado ruso. Luego lo comemos en casa. Ustedes tienen la mejor nata, por eso es tan rico. Me encanta. Gracias por esta cortesía —respondió bastante alegre con la idea Jinping.

—Así que te gusta mi helado... —comentó Iván mirando a su compañero sin perder su sonrisa, a lo cual Yao se sonrojó de nuevo desviando la mirada.

—Sí... es muy rico —confesó, posando su vista en los envases. Iván soltó una ligera risa.

Yao le dio la caja al encargado de las relaciones exteriores para que lo pasara a alguien más mientras ellos iban a una mesa junto a las personas necesarias para tratar la reunión y como era costumbre, reservaron su asiento al lado de Iván. Pasaron tres horas de plática tras plática sobre temas que eran de gran importancia, al culminar tanto rusos como chinos se despidieron de forma cordial para disponer e irse a excepción de los mandatarios y de los países como tal. China estaba dispuesto a irse, pero Jinping lo detuvo, haciéndole ver que él y Putin debían tratar todavía más asuntos, pero estos debían ser privados. El milenario sin opción accedió a quedarse con su compañero nación a esperar cualquier noticia de ellos. Rusia sin perder el tiempo se dirigió a su jefe.

— ¿Es necesario que nos quedemos a esperarlos aquí?

—Si lo que quieren es irse a divertir, pueden hacerlo —Con esto, se giró siguiendo al mandatario chino e ingresando a otro sitio.

Putin parecía ser una persona reservada con sus cosas y lo era, pero a pesar de eso, se entendía bastante bien con Iván. No era un tipo muy expresivo así que no hacían falta palabras para que ambos se entendieran aún cuando su jefe desaprobara varias cosas que hacía, como su visible gusto por la nación milenaria, ese que ni siquiera se esforzaba por ocultar cuando estaba a su lado. Yao era algo que su país quería y anhelaba con fuerza, ni sus compromisos pasados se comparaban a las ganas de "ser uno" con el vecino del sur.

Teniendo la aprobación, Rusia aprovecharía el momento sin duda alguna para aclarar todo lo que tenía que aclarar con China de una vez por todas; estaba seguro que ellos tardarían su tiempo y necesitaba hacerlo. Parecía ser una travesía para él tomando en cuenta que el chino siempre trataba de esquivarlo pero estaba seguro de que podría ser capaz de llegar a lo que quería si se esforzaba, las cosas podían salir mejor de lo que podría esperar.

—Hace rato que no tomamos algo juntos —Se dirigió a Yao, el cual miraba en dirección a la puerta en donde los otros desaparecieron pensativo y al escucharlo hablar, éste le miró.

—La última vez fue en la cumbre del G20, no ha pasado tanto tiempo.

—Para mí eso es mucho tiempo, más tomando en cuenta que no he podido venir a verte —Y China lo recordó, ahora sabía la razón de su inusual paz—. Mi jefe no es el único que trajo un regalo, da~.

Sin poder evitarlo, Rusia se sonrojó un poco al mencionar esto haciendo que en el chino la duda creciera. La curiosidad por saber a qué se refería podía más con él de por sí.

— ¿A qué te refieres?

—Vayamos a tu casa, he preparado algo muy especial para ti —Sin previo aviso, tomó su mano y lo jaló empezando a caminar en dirección a la salida.

— ¡Su-suéltame Rusia! —Trató de zafarse, pero le superaba en fuerza— ¡No puedes llevarme de esta manera, ad-además debemos esperar a nuestros jefes!

—Deja de preocuparte tanto China —Dedicándole una mirada inocente, salieron del lugar con un chino avergonzado por los actos del otro.

Resignado con la idea de que el ruso no iba a soltarlo, caminó hasta emparejarse con él y se acercó lo suficiente para ocultar que ambos iban agarrados de la mano, la gente al estar muy ocupada y llevar un ritmo de vida bastante acelerado, no se percató de esto con alguna que otra excepción como lo eran algunas secretarías que tenían cierto gusto por la representación del país que al fijarse en eso, de inmediato regresaron a su labor con un buen mal sabor de boca. China por su parte trató de parecer normal en todo el trayecto, claro está que el rubor iba delatando parte de su estado actual. Al salir del edificio donde se encontraban, suspiró mirando a Iván un tanto acusador mientras hacía una muequita de disgusto, de esas que al rubio le encantaba ver sin que el causante de ello se percatara.

— ¿Qué es lo que pretendes, Rusia?

—Quiero pasar un rato contigo y darte tu regalo.

— ¿Y es necesario que sea en mi casa? ¿No puedes dármelo aquí y ya?

—No~.

Retomaron el camino, ésta vez Yao no puso objeción. No entendía la razón por la que Rusia le colocaba de esa manera tan fuera de sí mismo, de esa manera que pocas veces en su larga vida sintió y en gran parte temía.

Tenía miedo de caer enamorado de nuevo y ser lastimado una vez más pues siempre le pasaba, si algo bueno le sucedía entonces de ley le seguía algo devastador.

No se quería lastimar, pero ante cualquier cosa, no quería lastimarlo a él que mucho había tenido que sufrir. En la mente del chino se pasó la idea de que quizá ya sentía algo por el eslavo, era consciente que éste estaba detrás de su persona desde ya hacía un buen tiempo, se atrevía a decir que lo estaba antes de que la segunda guerra mundial los azotara y no tenía una fecha aproximada de cuando despertó interés en ese niño hermoso que conoció cuando ambos estaban sometidos bajo el poder de Mongolia. Aún siendo ese niño un gran hombre, le seguía pareciendo hermoso.

Sumergido en sus pensamientos, posó su mirada sobre Iván sin medir cómo lo hacía, al darse cuenta el ruso le miró con una sonrisa provocando que el chino se exaltara y desviara la mirada a un lado, apenado por ser descubierto. Tenía muchas preguntas que necesitaba responder respecto a esa situación, poco a poco empezaba a consumirlo en sobre manera y lo arreglaría, pero lo haría en su momento, no podía ser tan imprudente de tocar ese tema en media calle. Se fijó al frente notando que ya estaban por llegar, Iván se conocía muy bien el camino a su casa; ante tal idea sonrió divertido de que el rubio fuera algo extremista y recordó a su hermana menor que le recordaba a la vez a cierto coreano. Esos dos tenían mucho en común.

No hubo palabras, al estar frente a la puerta, el ruso esperó la reacción del chino. Yao soltó su mano y caminó parándose en frente de la misma, pero en vez de abrir se dio la media vuelta encarando a Iván.

— ¿Cómo sé que no harás algo raro?

— ¿Qué cosa podría hacerle a China? —respondió en automático.

—Me sigue pareciendo extraño que tenga que ser aquí tu dichosa sorpresa.

Con toda sinceridad se acercó al milenario, ambos rostros quedaron a pocos centímetros de distancia.

—No haré nada que tú no quieras hacer.

China bufó desconforme con su respuesta, pero al instante volteó y abrió ingresando al lugar, permitiéndole la entrada al soviético. Una vez dentro cerró, no desconfiaba en el ruso pero tampoco se las daba de confianzudo sea con él u otra nación; entraron a la sala donde se hallaba tan sólo un sillón para cuatro personas, en frente una mesita y a los lados lo que parecía ser sillones de suelo. Se encontraba lo más básico, empezando por una pantalla de plasma de las más lujosas que pudieras encontrar en el mercado y un DVD, al ver ese aparato Rusia recordó la noche con los demás en la que Yao no sabía cómo ponerlo a andar y lo mordió esperando encontrar alguna solución con eso, también recordaba los pensamientos insanos que tuvo y que seguía teniendo. A pesar de ser un viejo bastante tacaño, China a veces se daba sus lujos.

— ¿Y Hong Kong?

—Está de viaje con Corea, al parecer están arreglando giras y esas cosas —Antes de ir hacia la cocina, se paró y observó a su visitante que por esa ocasión había entrado como una persona normal—. ¿Quieres algo de tomar?

— ¿Tienes vodka? —Tomó asiento mientras formuló la pregunta.

—Obviamente no, tengo agua o té.

—Creo que un té estará bien.

Con un leve asentimiento de cabeza, China se dirigió a la cocina. Rusia aprovechó para mirar a su alrededor ya que aún cuando había entrado varias veces al lugar, no se detuvo en esas tantas para admirar el arte chino. Todo el lugar estaba repleto de, como era de esperarse, su propietario y el color que más lo caracterizaba también; Iván sonrió divertido, amaba y odiaba el rojo. Al poco rato llegó el chino con los respectivos líquidos, al colocarlos en la mesita se sentó a su lado sin dirigirle la mirada; en el tiempo que estuvo preparando los tés, Yao se la estuvo pensando bastante llegando al final a una conclusión pues no podía seguir dándole tantas vueltas al asunto.

—Rusia, escucha...

— ¿No crees que es una excelente idea el crear un puente que nos conecte? —soltó sin permitirle al otro hablar.

— ¿C-cómo dices, aru? —Volteó a mirarlo y el eslavo soltó una muy pequeña risa.

Mi jefe y yo hemos estado planeando hacerlo para que el comercio entre ambos mejore considerablemente. Lo haríamos a través del río Amur, para conectar Blagoveshchensk con la ciudad de Heihe. De esta manera nuestras relaciones tanto económicas como poblacionales crecerían y el acceso para los habitantes sería mucho más asequible. Para hacerlo equitativo, tú construirás tu parte y yo la mía —Ante la mirada un tanto sorprendida del chino, tomó su té y bebió de él para proceder a hablar—, además de que le haremos ver al idiota de Estados Unidos cuán fuerte es nuestra unión, porque a pesar de todo nosotros somos aliados naturales —Con lentitud su mirada se clavó en la dorada del mayor—. No importa qué tanto intente separarnos, no lo conseguirá.

—Eh, bueno... —Incómodo con sus últimas palabras miró su taza de té, sabía muy bien de lo que el ruso hablaba. Cerró los ojos tratando de concentrarse en su propuesta y no en los recuerdos del pasado—. En parte es una muy buena idea, pero creo que debemos tomar en cuenta muchos puntos.

—Lo sé, mi jefe decidió que él se lo comentaría al tuyo y yo lo haría contigo, después podremos platicarlo entre todos, ¿no crees?

—Hm —Asintió en afirmación, acariciando su cuello un poco, intentando relajar la tensión que hace un rato vivió. Su cuerpo le dolía, no era novedad y Rusia lo sabía.

—Pero hay algo más importante que un puente —habló en voz más baja cogiendo la mano del mayor nuevamente—. ¿Recuerdas que te traje un regalo?

—Sí, por eso estamos aquí, pero Rusia... —Acercándose al chino de forma muy peligrosa para el espacio personal del mismo, colocó su dedo índice sobre los labios de éste haciéndole callar.

—Estamos en confianza Yao-Yao —Le dijo con voz juguetona sin separarse ni un centímetro—. Antes de dártelo, quiero que sepas algunas cosas.

— ¿Qué cr-crees que haces? ¡Apártate! —Puso sus manos encima de su pecho intentando apartarlo sin mucho éxito—. Sea lo que sea que vayas a decirme es un rotundo NO, será mejor que te vay- —No terminó la frase pues los labios de Iván sobre los suyos se lo impidieron.

De un momento a otro, China ya estaba recostado encima del apoyo del sillón con un Rusia besándole. El chino no daba signos de corresponder y por el contrario, lo empujaba pero para evitar que hiciera algo se acercó todavía más, dejándolo con poco espacio para hacer otra cosa; el ruso le besaba con un amor indiscutible, esforzándose por hacerle ver que de verdad le quería en ese beso y no tardó mucho para que poco a poco Yao empezara a corresponder, temeroso de lo que pudiera suceder al hacerlo. Al sentir los movimientos a la par con los suyos, Iván sonrío al conseguir lo que quería desde hace rato, aunque por supuesto quería mucho más que un beso. Se separó por la falta de aire, había luchado para que el mayor apenas correspondiera y se aseguraría de que el siguiente fuera un beso mucho más profundo.

—Por favor, vete —De sus párpados algunas lágrimas amenazaban con salir. Le dolía saber que su situación era muy poco favorable, y le dolía saber que su cuerpo no quería rechazarlo.

— ¿Por qué me limitas tanto? ¿Acaso no merezco yo también una oportunidad? —sonreía con nostalgia, acariciando su cabello—. ¿No dijiste que cuando me convirtiera en el país más grande del mundo, nos casaríamos?

— ¡No lo confundas, aru! En ese entonces yo no tenía ni idea de que de verdad lo conseguirías, creí que no lo recordarías, eras un niño.

—Desde niño te he amado Yao —El corazón del asiático se oprimió ante tal revelación.

—Deja de decir idioteces.

—Lo que estoy diciendo puede que sea estúpido, que lo que siento es estúpido, pero... —Con una mano traicionera, empezó a recorrer su delgado cuerpo— te puedo asegurar que es muy real.

—No... dijiste que no harías nada que y-yo no quisiera —Sus mejillas ardían, ni siquiera se atrevía a mirarlo.

—Pero tú lo quieres tanto como yo~.

— ¡Es suficiente! —Con mirada retadora y aplicando toda la fuerza que tenía, lo empujó logrando su objetivo; por supuesto, el otro cedió—. ¡Sé qué es lo que quieres! Tú sólo deseas satisfacer a tus locas hormonas que por alguna razón se fijaron en alguien como... tan... ¡yo! —Se incorporó sin poder evitar que algunas lágrimas salieran de sus ojos y se alejó— ¡No caeré en este asqueroso juego otra vez! ¡Vete de mi casa! —Pero para evitar escuchar su voz, salió corriendo rumbo a su habitación.

— ¡China! ¡Espera! —Rusia le observó desaparecer, suspiró y sonrió con melancolía—. ¿Qué debo hacer para que me creas? —Una idea circuló por su mente. Con calma fue directo al lugar en donde muy bien sabía el oriental se encerró.

No pensándolo dos veces, Yao puso llave a la puerta de su recámara, se recargó en ella sentado con sus rodillas y ocultando su rostro. Desde la mañana tenía un presentimiento que, si bien no podía decir que era algo malo, le anunciaba que algo sucedería con la visita de los rusos. Tan sólo quería pensar en que quería comer del helado que el mandatario les obsequió sin saber nada más, ignorando toda esa ola de sentimientos que no le dejaban en paz. Y ante todo, no quería saber de Iván, ese hombre que tantos líos internos ya le había causado en todo el tiempo que se conocían. Sollozó, muy dentro de sí mismo quería que llegara a verlo y que no hiciera caso a su exigencia, pero por otra necesitaba aislarse un rato de todos. Así eran las cosas, así era él.

Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, la melancolía le invadió de un momento a otro. Era una de esas ocasiones en las que ese tipo de emociones hacían gala de su existencia, quitarle eso sería muy difícil pues no era la primera ni la última vez, o eso era lo que creía. Rusia por otro lado, llegó parándose en frente de la puerta, se detuvo a escuchar los casi quejidos del chino antes de proceder a hacer o decir algo. Sonrió, ahora llevaría a cabo su plan. Tocó la madera con suavidad, para ese entonces el llanto del chino ya era notable.

— ¿Qué quieres?

No es un gran nombre, pero alguien me llamó "Fabricante de Risas" —Al escuchar aquellas palabras, Yao no pudo evitar sorprenderse sin comprender lo que decía—. Te he traído una sonrisa. Hace frío, así que déjame entrar.

¿Fabricante de risas? ¡Esto no es una broma! —Levantó el rostro mirando al frente, creyendo que no era más que un objeto de diversión— No te preocupes por mí y desaparece. Si estás ahí no puedo llorar.

Tras un silencio que era bastante incómodo para ambos, aún a pesar de que estaban separados sin poder estar presentes en su totalidad, resonó un golpe que anunciaba la presencia de Rusia detrás de aquella puerta. Algo dentro de China se sentía extraño, era más bien una buena sensación que no podía describir, tal que opacaba mínimamente lo demás. Podía considerarse masoquista, pero lo disfrutaba y lo alegraba a la vez.

¿Aún está ahí? —Se dijo a sí mismo el oriental. Con algo de notable pesar en su voz, le preguntó—. ¿No te dije que desaparecieras?

Eres la primera persona que me ha dicho eso en toda la vida. Ahora estoy realmente triste —No era del todo verdad. Iván posó una mano sobre la puerta con la cabeza gacha, con estás últimas palabras sus ojos empezaron a soltar del líquido salado que lo hacían muy humano—. ¿Qué debo hacer? Creo que voy a llorar.

No tiene sentido que llores. Yo soy el único que quiere llorar —Se abrazó más, mirando sus propias piernas. Lo que menos quería era que el ruso hiciera tal acto tan vergonzoso y adorable a la vez por su culpa.

Una situación muy peculiar para los dos, sobre todo para el país que era tachado por un ser desdichado casi llegando a la mismísima palabra de monstruo. A lo lejos podían escucharse el llanto de dos personas sumergidas en un mismo río de lágrimas, ambos con la igualdad de sufrir el padecimiento que era el estar enamorado. Sus voces entrecortadas mezcladas con hipo, en especial para el causante de toda aquella situación cuya espalda chocaba contra ese único objeto que lo separaba de, posiblemente, el sujeto que más lo amaba en la tierra durante este y muchos otros siglos, así como de todas las maneras.

Estaban cansados, uno de tanto esperar por ser correspondido y el otro por tanto demorarse en corresponder. Otro vacío como lo era el silencio reinó, Yao lo rompió.

¿Todavía pretendes hacerme reír, Fabricante de Risas?

Es lo único para lo que vivo. Si no te hago reír, no puedo ir a casa.

Creo que tal vez te puedo dejar entrar, pero, el problema es que la puerta no abre.

Se levantó ya convencido de que era lo mejor para él y su vecino. Al tratar de girar la perilla, su mano tembló por la idea de ser descubierto en tan penosa apariencia por ese ruso al que alguna vez le mostró uno de sus lados ocultos. Uno de tantos que su pequeña existencia se empeñaba en enmascarar. Sacar muchas cosas que lo estaban consumiendo con lentitud ejerció una presión que le hacía titubear. Logró girarla, pero no podía seguir.

Empuja la puerta desde tu lado, ya está abierta —No hubo respuesta— ¿Qué pasa? Oye, ¡no puede ser! —Con bastante enojo golpeó la puerta, bajando la cabeza sin apartar la mano— ¡Esto no es una broma! Ahora te olvidaste de mí, desapareciste sin que te importara. Me traicionaste en el instante que creí en ti —Su voz fue disminuyendo conforme se expresaba. Las lágrimas amenazaban con volver a salir.

El sonido de la ventana rompiéndose al otro extremo le hizo girarse a ver la causa de que su vidrio se rompiera. Su mente se nubló, no permitiéndole pensar en otra cosa más que ver a Iván sosteniendo su tubería y con el rostro lloroso entrando a su espacio. Le observó acercarse atónito, su cuerpo no respondía.

Te traje una sonrisa.

El milenario observó cómo sacó un pequeño espejo poniéndolo frente a él, en respuesta vio su reflejo plasmado y dirigió su mirada al rubio.

Tu rostro lloroso puede sonreír —dijo, sonriendo. En consecuencia, el chino también sonrió.

El origen de ese objeto no importaba, lo que en verdad importaba era el hecho de que sorprendentemente esa acción logró hacer sonreír a esa alma que la tragedia le perseguía con tanto afán. Algo que Wang consideraba casi imposible, antes no había nada que le parara de ese estado, no por nada los intentos de suicidio en los de su especie era frecuente. El ruso bajó el espejo, su mirada violeta conectada con la dorada desvió su atención por completo terminando por arrojarlo a alguna parte de la habitación, quebrándolo. Poco le importaba.

— ¿Qué debo hacer para que me creas? —repitió esta vez lanzándole la pregunta a él. Sus facciones que eran iguales a las de un niño que sufría de algo malo lograron cohibir en su totalidad al chino— ¿Cómo quieres que te demuestre mi amor?

—No me dejes nunca —Ahora ya nada le importaba, ni su hostilidad había podido contra la situación.

Rodeando su cuello con sus brazos se acercó y como característica única, sus ojos brillaban emocionados de al fin ser capaces de demostrar aquello que tanto quería expresar: el amor que le profesaba al ex-soviético. Cerró sus ojos posando sus labios en los ajenos, las grandes manos de Rusia rodearon su cintura acercándolo todavía más a su cuerpo mientras le correspondía; al conseguir el acceso al interior bucal de su querido asiático, se encargó de profundizar ese beso que el anterior no pudo cubrir, algo torpe al principio por la poca desconfianza que aún existía y que se encargó de eliminar.

El beso pasó a ser pasional e intenso al grado de que empezaban a sentir cosas que eran muy obvias pues los pequeños gemidos que el más bajo empezaba a emitir eran más que suficientes para hacerle ver al menor lo bien que estaba resultando no sólo para él.

Por falta de aire tuvieron que separarse, dejando un hilillo de saliva que aún los unía. Yao estaba sonrojado y perdido en los ojos violetas del ruso, éste se encontraba en las mismas. Decidiendo acabar con esto, el eslavo subió una de sus manos recorriendo su firme espalda hasta llegar a su mejilla donde la posicionó con delicadeza y le dio primero un suave beso en los labios, luego en su mejilla libre para acabar con uno en su frente. Sonrieron por las caricias dadas que dejaban ver el lado que posiblemente nadie conocería de Iván, ese que estaba dejando ser visto sólo por su querido asiático.

Ahora que había conseguido acercarse, no estaba dispuesto a dejarlo por nada y menos que la situación estaba a su favor. Vería la manera de que no se negara a lo que quería; lo disfrutaría y gozaría tanto como le fuera posible.

—Me encanta todo de ti... podría comerte ahora mismo —Con voz baja le susurró en su oído, provocando una risilla de su parte.

—Si me comes, entonces ya no podré comer de tu helado —Hizo un puchero apegándose más a su cuerpo, le gustaba escuchar los susurros del ruso—, y no habrá quien cuide de los pandas.

—Te voy a comer, pero de otra manera~.

— ¿Ah, sí? ¿De cuál?

— ¿En serio quieres saber?

—No creo que sea algo que no me guste —Haciendo lo mismo que hacía Iván, le susurró en la oreja— ¿Verdad?

—En ese caso, te lo demostraré con hechos y no con palabras.

Eso era todo lo que necesitaba, ahora estaba seguro que lo conseguiría. Tomando por sorpresa al chino le cargó, éste no dijo nada y sólo oculto su rostro en su abrigo aferrándose; no había mucho camino por recorrer así que llegar a su cama fue cuestión de segundos en donde sin pensarlo mucho lo depositó sobre la misma. El pequeño mueble que estaba a un lado con una lámpara encima le ayudó a saber que en realidad era más tarde de lo que pensó.

Para cuando salió de la casa aún estaba claro y quizás recibiría alguna reprimenda de su jefe, pero no le importaba en lo más mínimo, ese día era sagrado. Para el oriental no existía tiempo o en realidad estaba ignorando el hecho de que habían dejado a los mandatarios en aquella sala, aunque podía decirse que era una mezcla de ambas. El principio de esa relación con la intimidad por delante era el indicio de que, de hecho, ya existían las bases necesarias para que ésta se hubiese dado mucho antes y que ahora no importaba lo que estaban a punto de hacer, era más bien lo que la hacía oficial.

Iván se sentó a su lado, gateando Yao se le acercó y ambos se unieron en un beso que era bastante relajado; sus manos bajaron donde empezaron a desabrochar su abrigo con la ayuda del ex-soviético, una vez abierto recorrió su fuerte pecho explorando cada parte de él, su sonrojo fue tanto que hasta el ruso pudo notarlo por el calor que desprendía. A Yao le gustaba sentir sus músculos bien definidos, no era común verlo sin su gran prenda por lo que su apariencia podía ser engañosa, pero él podía verlo así siempre y no se cansaría. Sus pequeñas manos deshicieron el nudo de su bufanda para quitarla y dejarle ver lo que esta escondía, esas vendas que ocultaban parte del pasado del menor. Se separó de él con los ojos entrecerrados observando con detenimiento esa zona, Iván aprovechó esto para quitarse por completo el abrigo anunciando el turno del chino para quedar sin prendas.

Le tomó de la cabeza plantándole un beso en los labios, poco a poco se fue levantando y posicionando al asiático sobre el colchón quedando encima de él y una vez con esta posición, empezó a quitar su traje. Sus mechones castaños caían a los lados exhibiendo su rostro apenado, haciendo juego con su piel ahora a merced de Iván pues no había nada que se interpusiera para que su cuerpo fuese observado por el eslavo.

Sintiendo aquello que muchos llamaban "mariposas en el estómago", Yao se retorció en su mismo sitio cuando la humedad de la lengua rusa empezó a recorrer desde su cuello hasta uno de sus pezones. Sin dejar de hacer esto, Iván coló una mano dentro del pantalón ajeno haciendo que el otro se exaltara mínimamente al sentirlo acariciar su miembro sobre encima de su ropa interior, empezando a jadear por ser atendido en esa parte que desde hace rato exigía atención. Acarició su rubio -casi blanco- cabello y en la habitación ya podía sentirse el aumento de temperatura.

Después de unas cuantas caricias más Iván se separó, dándole un último vistazo al rostro que reflejaba placer de su amante para luego quitarle lo que restaba de ropa, Yao le ayudó en su travesía. Una vez estando el chino tal cual llegó al mundo y el ruso sólo con su ropa inferior, éste primero le tomó de las manos.

—Qui-quiero sentirte, aru.

Quitó el guante del eslavo, tomando la otra hizo la misma acción y lamió uno de sus dedos como si de una deliciosa paleta se tratase; Iván sonrío lujurioso por la provocación de Yao. Dejando salir un muy leve suspiro el ruso al sentir ambas manos ser liberadas, emprendió su labor de quitarse el resto de tela que estorbaba y empezaba a lastimarlo, ya no aguantaba más para poder unirse con el chino en uno mismo.

Con los nervios de punta, Yao se recargó en la cama con los codos para ver cómo el ruso se desvestía en frente suya. Está por demás decir que su rostro sonrosado por descubrir lo que muchos ya habían comentado se hizo presente. Francia en varias ocasiones le molestaba preguntándole sobre el tamaño del miembro del ruso a lo que él siempre terminaba golpeándolo por la insinuación. En algún momento escuchó a Ucrania decir que Rusia era quien más "grande" la tenía creando muchos comentarios por parte de Hungría, Bélgica y otros países que para su sorpresa él siempre terminaba en la boca de todos ellos como si ya lo conociera al derecho y al revés. La realidad era que a penas en pleno siglo XXI, esa dicha se le estaba haciendo y era posible que nadie lo conociera a juzgar por lo dicho por todos los presentes.

Y ahí fue cuando descubrió que la ucraniana no se equivocaba.

Tragó en seco desviando la mirada a un lado y dejándose caer en la cama mientras ponía un brazo encima de sus ojos ya cerrados. Iba a doler como los mil demonios. Iván al ver esto pudo adivinar de que se trataba, con un pequeño sonrojo se acercó a su rostro quitando su brazo haciendo que Yao le mirara, le sonrió mientras acariciaba uno de sus muslos empezando a besar su abdomen y provocando pequeños gemidos del mayor; quería que olvidara lo grande de su hombría, aunque eso era casi imposible teniendo en cuenta que en esos instantes se veía de tal magnitud por la excitación.

Dejando atrás esto, abrió las piernas del oriental posicionándose entre ellas, Yao asustado de que el ruso hiciera un acto inducido por puro impulso, puso sus manos sobre su pecho indicando que se detuviera e Iván lo hizo.

— ¡N-no puedes hacerlo así nada más! —suspiró bajando su mano y tomando la suya, guiándola hasta su entrada—. Primero debes prepararme.

Cayendo en cuenta de esto, Iván se apenó. No quería lastimar a su chino o de lo contrario no habría una segunda, ni mucho menos, tercera vez. Sin necesidad de que Yao le dijera qué hacer introdujo un dedo haciéndolo gemir de dolor, después de detenerse para que se acostumbrara a la invasión empezó a mover su dedo en círculos anexando uno más moviéndolos de igual manera. El oriental se retorcía en la cama del más puro placer y para ayudarse a sí mismo empezó a masturbarse mientras se miraban a los ojos; Iván más que excitado por ver esa escena agregó un tercer dedo simulando estocadas.

Ante su perspectiva, ver en ese estado al chino era como estar en el mismísimo paraíso con Yao siendo un dios actuando sólo para él. Pero eso tenía que acabar, su propio miembro le pedía a gritos entrar dentro del asiático a la voz de ya y quería saber de qué más era capaz aquel hombre que presumía de tanta experiencia.

Estando casi seguro que había conseguido lubricarlo lo suficiente para poder continuar sacó sus dedos, recordó que antes de partir a tierras chinas su jefe le obsequió algunos anticonceptivos que según sus palabras, el hospital clínico central de lo que sería su capital le "regaló" unos y él ya tenía los suficientes. Además que siempre que visitaba al chino llevaba al menos dos y eso era más que nada porque Polonia le dijo alguna vez que eran necesarios para cuando eso ocurriera. Iván ya lo esperaba así que no era de sorprenderse.

Agarró su pantalón que no estaba muy lejos y sacó de ellos un par de condones ante la mirada algo confusa de Yao quien rápido reconoció de qué se trataba preguntándose por qué traía eso. Pero para Iván había un problema y ese era el que no sabía ponérselo. Mandando al carajo su intento de seguir el consejo del polaco, aventó el condón a alguna parte de la habitación; Yao no pudo evitar reír ante eso.

— ¿Qué clase de persona carga condones y no los usa?

—Una que se está muriendo por estar dentro tuyo.

Con ésta oración por parte del euroasiático, tomó su duro miembro dirigiéndolo a la entrada del mayor, éste al sentir la punta se mordió el labio inferior y sin darse cuenta ya se encontraba mirando cómo con lentitud regularizada el eslavo iba entrando en su interior. Cerrando sus ojos con fuerza echó la cabeza para atrás apretando las sábanas entre sus puños y abriendo un poco más las piernas; Iván le agarró de los muslos soltando un quejido pues las paredes del chino le apretaban haciendo que un dolor se presentara, uno el cual iba desapareciendo conforme se acostumbraba.

—Es-está muy duro... —gimió el chino, temblando mientras respiraba agitado. El ruso entró por completo y enredó las piernas del otro sobre su cadera haciendo que entrara más profundo—. ¡Mmh! ¡Ha!

Iván se recargó en la cama con sus codos, el oriental pasó sus brazos sobre su cuello acercándolo más a su cuerpo y flexionando un poco más sus piernas. Yao sentía que se rompería a la mitad, pero estaba agradecido con el eslavo por comprender su situación y no actuar de forma extraña, de esa manera que a veces le causaba temor. El miembro del ruso palpitaba en su interior provocándole mil cosas, sensaciones únicas que ni siquiera el dolor que todavía estaba presente se atrevía a superar, y por otra parte, para Iván los gemidos del asiático eran una hermosa melodía. Su voz era tan bella que era capaz de sumergirlo en una paz extraordinaria que tanto añoraba y adoraba, lo amaba tanto.

Yao sintiéndose listo para apenas empezar lo que sería su demostración de amor oprimido, movió sus caderas de arriba a abajo en un ritmo lento e Iván entendió que era hora de empezar. Con los rostros a centímetros de distancia, sus miradas chocando trasmitiéndose palabras silenciosas, Iván fue penetrándolo con mucho más ritmo satisfaciendo a su vez su necesidad de sentirse uno con él.

Dos, cuatro y muchas más estocadas eran causantes del sonrojo y las expresiones de puro placer en el rostro del milenario, esas que no tenían precio, dignas de ser catalogadas como patrimonio cultural. Uno que no podías dejar de ver como si de una droga se tratase.

No quería que acabara tan pronto, claro que aún había mucho por hacer y descubrir en esa inusual velada. Saliendo del oriental antes de llegar al clímax se irguió sentándose y echando su cuerpo para atrás, apoyando sus manos al costado de su cuerpo y flexionando las piernas a su vez que Yao pasaba sus piernas por encima del ruso, apoyando sus brazos en la cama. Con esta posición, Iván volvió a penetrarlo siguiendo un juego parejo en donde ambos tenían un papel: China como activo al poner de su parte en cada estocada. Su cabello desordenado hacía gala con la posición en la que se encontraban y para hacerlo más interesante, el chino posó una de sus manos sobre el abdomen del rubio muy cerca de donde empezaba su intimidad, rozando con la punta de sus dedos su piel y causando cosquilleos muy agradables para el ruso.

—Me gustan tus huesos anchos —jadeante bromeó, dedicándole una mirada de lo más sensual.

—Te gusta hacerme enloquecer... eres fabuloso —confesó, soltando una pequeña risa—, sabía que hacerme uno contigo sería lo mejor que pudiera hacer, hmm~.

Fue el turno de Yao el soltar una risilla. Iván aprovechando el espacio se recostó, relajando su cuerpo sobre el colchón teniendo aun encima al chino sin salir de él.

Flexionó un poco las piernas, siguiendo con su labor de embestir al oriental quien apoyaba sus manos sobre su pecho manteniendo sus ojos cerrados y su boca entreabierta jadeando por la intensidad con la que Rusia daba cada estocada. Ante esta escena, el ruso lo jaló hasta recostarlo sobre su firme pecho y darle un beso que acallaba en parte los gemidos del chino. Le agarró de sus nalgas, logrando tocar el punto que hacía perder la consciencia de su amante por el placer que sentía. Los sonidos en la habitación de piel chocando contra piel eran cada vez más fuertes e intensos. Llegado el momento en el que ambos debían venirse, Yao no pudo aguantar más y dejó de besar al ruso mientras le tomaba de los hombros con fuerza y hacía la cabeza para atrás con sus ojos llorosos.

— ¡Hha! ¡N... no p-puedo, me vengo! —Tras unos golpes más, el ruso se vino dentro y el chino sobre el abdomen de ambos.

Iván gimió muy leve por esa explosión que era inexplicable ante sus palabras. Respirando abiertamente, Yao se inclinó hasta donde el ruso dándole un pequeño beso en los labios y sonriendo después. Vaya que le había gustado cada movimiento realizado, todo era más que perfecto. No importaban sus defectos, para Yao ese país era bello en toda la extensión de la palabra y se sentía dichoso de tener su amor.

Como era de esperarse viniendo del ruso, eso no acabaría ahí; le tomó de las caderas e hizo que se volteara quedando así el chino de espaldas, éste entendiendo agarró el miembro del ruso y lo colocó en su entrada después de algunos intentos fallidos por atinarle, lento para su mejor estimulación anal fue bajando las caderas y volvieron a unirse. Tomando control empezó a moverse de arriba abajo, sintiendo su interior ser llenado por el órgano sexual. Empezó a masturbarse con una mano para más placer mientras se recargaba con la otra en una de las piernas del ruso.

El país eslavo contempló la espalda de su amado, ante su cicatriz -que a su vista era hermosa- sonrió acariciándola, sobresaltando al mayor; entendió que era una zona un tanto especial para él. Su vista se desvió a su cabello aún sujetado y no pensándolo dos veces quitó la liga, su cabello cayó como una cascada sobre su espalda incitándolo a acariciarlo; enredó sus dedos en el mismo. Bajó luego su mano recorriendo su espalda de nuevo hasta llegar a la marca que tenía en forma de panda, se le ocurrió tocar esa zona recibiendo un fuerte gemido del mayor. Por alguna razón el tocar esa área provocó que Yao sintiera cosas más intensas.

Cada brinquito que daba le exponía más su cuerpo así que acercándose besó la cicatriz que tanto dolor le causaba. Yao giró su rostro para mirarle todo lo que era posible, y sonrío muy ligeramente. Iván se recostó otra vez, le sujetó de las caderas e impuso su fuerza pues los brincos aumentaron. Ahora era el ruso el dominante. Yao hizo la cabeza para atrás suspirando, su cuerpo no le molestaba como antes, tal vez en realidad ya necesitaba complacer sus instintos carnales.

Pasó lo mismo que antes. Luego de unos cuantos movimientos más, ambos se corrieron al mismo tiempo dejándolos bastante cansados, pero con ganas de seguir, esto aplicaba para los dos, aunque con menor intensidad en el mayor. Iván salió recostándolo de costado, Yao quedó de espaldas a su cuerpo y pasó su pierna externa flexionándola y apoyándola en la cadera del eslavo, éste le penetro de nueva cuenta pasando una mano para jugar con el miembro del mayor dándole atención. Ya que estaba cerca de su oreja, el oriental era capaz de escuchar su respirar. Sus suspiros que no podía evitar emitir provocándole algunos escalofríos que lo hacían estremecer.

China se recostó en la cama recibiendo de buena manera el placer que Rusia le daba, cerró los ojos y de un momento a otro sin llegar al completo éxtasis, el rubio dejó de masturbarle, pero sin salir de él se levantó sosteniendo sus caderas mientras elevaba su trasero de igual manera; el milenario no se levantó y recostado su pecho en la cama se aferró a las sabanas girando su rostro para observar a su compañero.

Al ser embestido sintió que dolía al principio por lo que volvió a cerrar los ojos con fuerza, ocultando su rostro en las rojas telas, lagrimitas salieron de sus ojos y evitaba gemir gracias a que la sabana se lo impedía. No hace falta mencionar que Iván se encontraba arrodillado cumpliendo con su labor de salir y entrar dentro del chino, con una mano traviesa volvió a recorrer la espalda algo dañada del mayor sujetando uno de sus muslos con la otra. Era una posición muy cómoda para él, pero algo dolorosa para el asiático.

Al ejercer más fuerza para entrar más, las manos de Yao buscaron algo con que apoyarse encontrando como apoyo la tela, la sujetó entre sus puños soltando al fin gemidos más audibles; el rechinar de la cama hacía eco en la habitación aumentando la excitación en los dos al igual que los sonidos que provocaban. Buscando experimentar todavía más, Iván elevó una pierna del chino haciendo que éste se alzara en la misma dirección para no lastimarse y apoyó su mano en el hombro del menor. Su cabello pegado a su rostro sudoroso por tanto ejercicio incitaba a Iván a acariciarlo; haciendo caso a sus instintos quitó algunos mechones de su cara.

La posición anterior no duró mucho ya que Iván bajando la pierna del chino alzó su cuerpo entero posicionándolo encima de su miembro y piernas arrodilladas. Yao alzó los brazos colocando sus manos en la cabeza del rubio, y acariciando su cabello al mismo tiempo, ladeando su cabeza besó al eslavo en los labios con pasión. Sin duda, estaban disfrutando todo lo que estaban haciendo. Yao se separó un poco del otro, ambos se dedicaban miradas que delataban cuánto se querían tanto sentimental como físicamente.

—I-Iván... —Con su nariz rozó la del ruso y rozó sus labios, su voz en susurro apareció—. Wǒ ài nǐ Vanya... —De sus finos labios salió un "Te amo" en su idioma seguido del nombre que le gustaba usar para él cuando nadie los veía, en especial en esa ocasión.

Ya tozhe tebya lyublyu, Yao-Yao~ —respondiendo en ruso a lo que el asiático le había dicho, ambos se unieron en un beso que transmitía sentimientos como el cariño, eso sin contar que aún seguían unidos en uno solo.

Cansados al fin de terminar con todo lo que tenían pendiente se encontraban recostados en la cama, sus piernas entrelazadas con tan sólo una manta blanca cubriendo sus cuerpos desnudos. Yao acariciaba su torso mientras Iván se mantenía con los ojos cerrados, meditando y descansando. Ambos se mantenían abrazados, aferrados el uno a otro. El milenario se sentía querido, correspondido por ese hombre cuya influencia en el mundo era extensa al igual que él mismo.

No hacían falta palabras que le dijeran a ambos que ese era el inicio de una bonita relación. Yao ni siquiera quería pensar en un largo plazo y el rumbo que pudiera seguir, sólo quería estar así mucho más tiempo, quería que durara todo lo que le quedaba de existencia. Sonrió muy leve, su garganta le dolía de tanto gemir y hasta gritar el nombre del euroasiático, pero eso no le impediría decir algo, a lo mucho sólo se distinguiría su voz algo ronca.

—Han pasado horas... ¿Cómo es que estamos tan tranquilos sabiendo que nuestros jefes podrían venir en cualquier momento, aru?

—Ellos no vendrán —Rusia rió quedito—, estoy seguro.

— ¿Y cómo estas tan seguro? —Volteó a mirarlo, el ruso le regresó la mirada.

—Conozco a mi jefe, él sabía que yo te tenía una sorpresa.

Yao parpadeó recordando que la causa de que terminaran de esa manera era porque Iván tenía un regalo para él. Levantándose y sentándose en la cama, con visible curiosidad miró a su alrededor.

—Hablando de eso... ¿Cuál es el regalo que me tenías?

El ruso no dijo nada, China frunció leve el ceño desviando la mirada a un lado creyendo que todo había sido una tetra del menor para llevarlo a esa situación, el dichoso regalo no existía como tal. Recostado, Rusia acarició el brazo del mayor captando su atención.

— ¿Te gustó mi helado?

— ¿Qué? —Alzó una ceja, mirándolo fijamente.

—Oh, Yao-Yao —Le sonrió divertido—. A que mi nata es más deliciosa que la de esos helados hechos en fábricas.

— ¡¡No seas sucio!! —Tomando una almohada que estaba en la cama, se la aventó en la cara. El ruso volvió a reír y la apartó— A-además, ni siquiera lo probé.

—Eso se puede solucionar.

Lo jaló haciendo que cayera en su pecho. Ahora empezarían un nuevo acto un tanto diferente, Rusia estaba totalmente dispuesto a mostrarle el sabor de su nata a China que, de seguro, la amaría.

. . .

Caminando rumbo al avión que no se encontraba muy lejos, Iván debía regresar a sus frías tierras después de firmar todos los acuerdos que eran necesarios y por los que estaba ahí. Sin duda el ruso había conseguido mucho más que tratados o un puente a la puerta de su vecino –ya le sería mucho más fácil ir a donde el chino– y esos logros los consideraba extraordinarios, estaba seguro de ser correspondido por el gigante asiático y mantenerlo para él no sería gran cosa, cualquiera que se opusiera conocería el poder de su tubería que acabó con su ventana en un intento desesperado pero inconsciente de estar a su lado en ese momento que Yao necesitaba de alguien.

— ¿De verdad tenemos que irnos? —Un afligido ruso miraba al mandatario de dicho país.

—Ya pasaron mucho tiempo juntos, ¿no crees? —Putin dio un vistazo a donde estaban ambos chinos. Jinping comprendía la situación, aunque Yao no se salvó de un pequeño discurso de su parte justo en ese momento—. Y sabes que no apruebo esto.

—Eres una persona muy dura —Dejando su actitud un tanto infantil, Iván miraba al frente—, pero no puedes negar ni mucho menos ocultarme que la ambición china es tan atractiva para ti como lo es para mí.

El presidente ruso no dijo nada ante lo que la nación misma dijo, no era capaz de negar algo que era muy obvio para ambos, no estaba permitido el negar algo que era una total verdad. Desaparecieron dentro del lujoso avión en donde se transportaron hasta las tierras asiáticas, ambos tomaron sus respectivos asientos. Putin al igual que Iván miraba por la ventana, tal parecía Jinping estaba disfrutando reprendiendo a China pues éste tenía la cabeza gacha con un leve sonrojo en sus mejillas.

Llegando empezaremos a movernos para que el puente esté listo a más tardar este 2020 —dijo el mandatario. El avión se elevó, los dos chinos voltearon a ver.

—Da~.

Recuérdame tocarles algo cuando regresemos a la residencia de Xi —Con esto Putin se recostó en el asiento, prestando menor atención a las dos naciones.

Cuando las miradas de Yao e Iván se conectaron, éste último le guiñó un ojo mandándole un discreto beso que fue notado por todos los que presenciaban la escena. La nación milenaria se sonrojó bastante y el avión partió vuelo. Apenado, Yao miró de reojo a su jefe desviando luego la mirada.

—Se ve que lo disfrutaron mucho, ¿no? —Le comentó con una sonrisa divertida, Yao se puso de nervios.

—Jefe, aru...

—Está bien, sólo intenta disimular un poco más tu dolor.

El mandatario chino caminó en dirección contraria dirigiéndose a donde se encontraba su esposa. Yao bajó la mirada entendiendo de inmediato que en efecto, era muy consciente de todo lo que había ocurrido la tarde/noche/madrugada con ambos. Ya no teniendo pendientes con el presidente y tras una reprimenda de su parte fue directo a su casa, debía acomodar su habitación para cuando llegara Hong Kong a la vivienda o por si se le ocurría a Taiwán irlo a ver para reclamarle infinitas veces el que la dejara ser país. Tal como se lo había indicado Xi, se esforzó para caminar lo más normal que podía y es que aún le dolía su parte baja. Estaba exhausto.

—Es un salvaje... —Se dijo a sí mismo llegando a la residencia con una muequita de plena molestia. Al entrar pudo notar que los vasos de té de ambos aún permanecían intactos, en la mañana después de ducharse se vistieron para salir casi corriendo a donde los presidentes les esperaban. El gruñir de su estómago le recordaba que ese nuevo día no había probado bocado alguno.

Suspiró, tomó camino a la cocina con los vasos en las manos, los lavó dejándolos a un lado para que secaran, esa parte de la casa estaba intacta así que no había mucho por hacer. Al ir pasando se topó con una fruta cuyo nombre es shānzhú, en el recipiente había tres y tomó una yendo directo a su habitación en donde se encontraba el verdadero desastre; al menos se comería eso por el momento, ya después se encargaría de hacerse algo rico. Al llegar abrió la puerta desganado, en esos momentos tenía bastante sueño, su cuerpo estaba cansado y necesitaba unas buenas horas de dormir, tal vez tomaría un baño para relajarse.

Grande fue su sorpresa al ver que el lugar estaba ordenado, las sábanas cambiadas por otras muy similares a las anteriores, parecía que nada había ocurrido en ese lugar exceptuando el vidrio de su ventana la cual que causándole cierta gracia pudo notar tenía unas maderas clavadas. Sobre su mesita reposaba un pedazo de papel junto a una matrioshka de panda del tamaño suficiente para ser puesta en exhibición. Se acercó conmovido y sonrojado, se sentía un verdadero imbécil enamorado y la verdad lo estaba.

Con el papel entre sus manos, empezó a leer su contenido.

» Para mi girasol.

Sé que seguramente llegarás cansado a casa y no te culpo, por eso mientras dormías hice algunas cosas para sorprenderte. Ve a la nevera, encontrarás lo que te prometí.

Espero que te haya gustado el panda que yo mismo hice, no puedo esperar para poder pasar más noches a tu lado.

Iván Braginski «

— ¡Aiyah! ¡Este Vanya, aru! —Llevó su brazo hasta su frente y parte de ojos cubriendo el gran rubor, su boca temblaba levemente por la nota.

Lo bajó desviando la mirada y depositando la nota en donde estaba, tomó entre sus manos la muñeca empezando a analizarla, se notaba a gran escala que el mismo Rusia la había hecho. Dejándola ahí le echó un último vistazo a la nota, siempre le había gustado la caligrafía del ruso por lo que la hacía más especial todavía; se giró con destino a la nevera, ahora se encontraba muy nervioso de lo que pudiera encontrar dentro de ella.

Al llegar sin dudar la abrió, dejando a un lado la fruta que estaba comiendo; dentro había otra nota. Con un pequeño tic en los labios la tomó y empezó a leer, no se creía que Iván había hecho todo eso mientras dormía y en el rato en el que se desapareció al tratar sobre el tema del puente de forma algo superficial, no era tonto para no saber que en ese rato se había metido a su casa para culminar con su tan elaborado plan, después de todo ya tenía su respuesta. La leyó.

» Aquí no está la sorpresa, ve a la parte de atrás y te juro la encontrarás «

Nunca creyó que la maña del euroasiático por poner caritas en sus escritos no formales le llegaran a cabrear como lo estaba haciendo en ese instante, si bien cuando lo vio hacerlo por primera vez tuvo su desaprobación no le prestó atención. Esperando no encontrar otra notita de esas que se encargaría de guardar, fue a donde se le indicaba, salió y vio a su panda dormir como era costumbre, recorrió el lugar hasta dar con lo que parecía otra nevera que no era suya. Se acercó, a esos extremos se preparaba para encontrar a cierto ruso dentro de ella.

Ésta estaba bajo la sombra de varios árboles, la abrió encontrando helados de todos los sabores que pudieras encontrar, todos hechos en Rusia. Agarró uno mientras sonreía, se conocía cada uno de ellos pues le fascinaba comer de esos, destapó uno de frutas y bayas, ya que no tenía consigo una cuchara o algo con que comerlo embarro un poco en su dedo, probándolo.

— ¡Es delicioso! —exclamó una vez lo probó. Una imagen de él mismo probando la "nata" de Rusia apareció en su mente sonrojándose al tiro.

Lo cerró dejándolo donde estaba, pegada había otra nota.

» Esto te lo traje desde el primer día, pero estoy feliz de que no sólo probaras estos... ojalá te haya gustado Yao-Yao «

¿Cómo podía decirle que le había encantado? No, de cualquier manera, no se lo diría por pervertido y aprovechado, según él. La guardó con curiosidad de saber cómo es que el helado no se había derretido y observó que estaba instalado pues era muy obvio que estaba en funcionamiento, se encontró con un aparato que lo conectaba a quien sabe dónde –y la verdad no tenía mucho interés en saber—. Se trataba sin duda alguna de tecnología de última generación, a veces Iván podía sorprenderle bastante.

Volvió a abrir la nevera tomando de nueva cuenta el helado, esta vez se dio la media vuelta para buscar con qué comerlo. Fue a la cocina con una sonrisa un tanto tonta, al tener con qué comer el helado fue al sillón donde se sentó, no estaba seguro de cuánto tiempo tardaría todo lo que el ruso le obsequió ahí. Lo saboreó, sin querer su mente empezó a comparar ese sabor con uno que no tenía mucho había probado y era de las cosas que no podía conseguir fácilmente.

—Él tenía razón... pero no deja de ser delicioso —comentó al aire. Al reaccionar de lo que estaba haciendo, negó ruborizándose— ¿Qué me está pasando? ¡Se me pegó lo pervertido! —Para ese entonces, el dolor ya se le había olvidado.

Pegando un pequeño brinco al sentir una mano sobre su hombro, se giró encontrándose con nada más ni nada menos que Macao quien sonreía y estaba bastante cerca de él. Lo había escuchado, era lógico. Se concentró tanto en analizar los sabores que no se percató cuando éste entró.

— ¡M-me espantaste! —Desvió la mirada parándose, éste le siguió pero con mirada divertida.

— ¿Con que tuvo visitas? —Se cruzó de brazos mirando el recipiente— Qué bueno que decidí quedarme una noche más con Portugal.

—No digas esas tonterías... —Nervioso dio un bocado del helado, no entendía cómo es que era tan obvio.

Estaba contento y no podía disimularlo, quizá compartir con el chico no era mala idea. Conocía un sabor mucho más exquisito que podía probar cuando se le antojara, ¿y lo mejor? Que era sólo para él.

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25-06-2017, fecha original de publicación.

N o t a s.

•Haré las correspondientes aclaraciones sobre las palabras en cursiva (exceptuando las que están en chino, ruso y las notas). Cabe aclarar que estas son las palabras clave, por decirlo así, que inspiraron a todo mi drama. Estos son hechos reales que puedes encontrar en artículos de Google que ahora mismo perdí–.

2.1.- Sobre el gusto de los chinos por el helado ruso: La fuente central del lemon, razón por la que metí PuXi también. Aquí relato que sucede en una reunión cualquiera, pero en realidad el escenario se da en una cumbre del G20.

2.2.- El puente que conectará Rusia con China: Una realidad. Se estima que para finales del 2019 estará listo y menciono algunos datos de dicha información, tuvieron que pasar 28 años de negociaciones y antes de acabar 2016 se hizo oficial.

Actualización: La construcción ya ha concluído y fue antes del 2020.

2.3.- Los aliados naturales: Esto se dio ya hace un tiempo en donde Putin señaló esto en acuerdo con Li Keqiang.

2.4.- Fabricante de Risas: O Laugh Maker es una canción de una banda japonesa, existe un vídeo que tiene a Yao e Iván como protagonistas y fue más un extra en todo que me ayudó mucho también. Su letra es muy bella.

2.5.- La ambición china: Una referencia a la manera en cómo algunos lo llaman en el actual contexto mundial, también llamado como "La nueva ruta de la seda". No proporcionaré más información dado que es un tema muy reciente.

2.6.- Frase sobre la residencia: Esto está basado en el reciente hecho que ya todo mundo conoce respecto a lo anterior. Putin tocó dos canciones rusas en el piano de Xi en la reunión que se dio este domingo para tratar sobre esto, fue grabado por los medios y subido a las redes.

Este one-shot tiene aproximadamente diez mil palabras. Lo iba a hacer two-shot para que no fuera tan pesado peero, me terminó desesperando por la cantidad de correcciones y lo dejé tal cual. Apuesto que pueden notarlo.Tiene sucesos de hace años, por lógica es información ya vieja que me hacía fangirlear un montón. Además que manejo el concepto de un Iván inexperto, del cual supe en algún momento y quise probar. Y más importante: fue mi primer lemon. Piedad, que me ha costado tragarme el cringe.