¡Buenas!

Este fic es una continuación de mi one-shot "El Regreso del Enemigo". Es parte de un crossover de varias franquicias que estamos haciendo con el usuario Plagahood. Pueden ver el resto de trabajos en mi perfil, tanto míos como de mi compañero.

Dividí este trabajo en 5 mini capítulos dentro de la misma página, por así decirlo. Espero que les guste esta historia y si quieren comentar son bienvenidos a hacerlo.

¡Disfruten de la lectura!


Capítulo 1

Mandos

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Todavía no comprendía aquel nuevo poder que poseía. Sin embargo, le había devuelto su antiguo espíritu combativo. Se sentía rejuvenecido y con mayor fuerza que antes. Se sentía capaz de recuperar aquello que le habían arrebatado.

Cuando abrió aquel portal desde el Vacío Intemporal, sabía muy bien hacia dónde quería ir. Al otro lado del inmenso portal azulado se encontraba Arda, y en particular, Valinor.

Las estancias de Mandos eran como cavernas inmensas en el interior de la tierra. Melkor, con su túnica y forma física restauradas, y su corona de hierro donde yacía incrustada la Gema del Espacio, apareció. Detrás de sí se cerró el enorme portal.

En un trono de piedra y metal se encontraba Mandos. No parecía sorprendido de ver de nuevo a aquel vala. Su rostro inmutable lo decía.

— Mis profecías resultaron erróneas — dijo Mandos. El eco de sus palabras resonaban por los salones de sus estancias — Creo que algo ha interrumpido el flujo natural de los acontecimientos, y eso fue lo que te ha traído hasta aquí.

Melkor se enderezó ante él y dio un paso adelante.

— He recibido un regalo del destino — dijo Melkor con una voz terrible.

— Y has venido a reclamar lo que crees que es tuyo.

— He venido a reclamar toda la existencia.

Melkor sabía que su lanza negra estaba en aquellas estancias. Podía sentirla como parte de sí mismo. Extendió la mano y la Gema del Espacio refulgió sobre su corona. De pronto, un portal se abrió delante de sí, y allí estaba su arma, como si apareciera a través de una ventana formada en el aire. Melkor tomó su lanza y sonrió para sí mismo, puesto que había aprendido a controlar aquel nuevo poder.

Mandos se levantó del trono y tomó una espada blanca, y se abalanzó sobre su enemigo. La gema volvió a brillar y Mandos quedó flotando en el aire, encerrado por una barrera creada con la energía de la Gema del Espacio, ya que esta podía controlar y manipular las distancias y el espacio en todo el universo.

Melkor, lanza en mano, caminó hacia su antiguo carcelero y juez. Lo miró a los ojos y con su voz resonante y terrible, anunció:

— Aquí, en tus estancias, comenzará la Dagor Dagorath.

La lanza negra atravesó el corazón de Mandos. La espada blanca cayó y se tiñó de la sangre del vala. Todos los maia y elfos que allí había vieron toda la escena, pero no pudieron hacer nada puesto que los invadía por completo el terror y la sorpresa.

En seguida, Melkor extendió su influencia maligna y los maia y elfos que estaban cerca sucumbieron ante el poder del Señor Oscuro, se convirtieron en figuras monstruosas y se volvieron sus siervos. A los más poderosos de ellos les crecieron alas y cuernos, crecieron en tamaño y las flamas comenzaron a danzar alrededor de sus cuerpos. Se habían convertido en balrogs.

La Gema del Espacio volvió a brillar y Melkor, con un golpe de su lanza, envió su influencia maligna a todos los rincones de las estancias de Mandos. En poco tiempo, los cientos de seres y criaturas benévolas que allí habitaban se volvieron malignas y se pusieron voluntariamente a su servicio.

Capítulo 2

Manwë

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La muerte del vala Mandos no pasó desapercibida por los corazones de todos los demás valar y maiar. Incluso los elfos más poderosos pudieron sentir el dolor en el mundo, y una sombra oscura que comenzaba a ceñirse sobre ellos.

Melkor pasó los siguientes tres días en las estancias de Mandos, meditando acerca de sus futuros planes y de todo lo ocurrido anteriormente. Quería aplastar Arda, pero luego quería continuar con otros mundos. Quería gobernar a todo ser viviente en toda la existencia y que fueran sus siervos. Soñaba con erigirse como Señor Supremo y gobernarlo todo. Porque desde que había nacido, y en el momento en que, junto al resto de los ainur, tocó la Primera Música, Melkor sintió que era diferente al resto. No compartía los deseos ni comprendía los pensamientos de Eru Ilúvatar. Su padre creaba para que los seres vivieran, pero Melkor no veía el fin provechoso de esto. Era una pérdida de tiempo y de energía, según su propia visión.

Para él, la vida era la búsqueda del poder, y el poder sobre otros. Si podía demostrárselo a su padre y a sí mismo, entonces habría ganado.

Pensó también en cómo consiguió la gema que ahora le daba tanto poder. Recordó a los pequeños hombres que la poseían. ¿Cómo era posible que seres tan insignificantes como ellos tuvieran en sus sucias manos un objeto tan poderoso? Melkor estaba destinado a poseerlo y así fue. Pero, ¿habría más de aquellas Gemas del Infinito, como las había oído en los pensamientos de aquellos hombres? Sentía que sí, y sentía que una de ellas se encontraba en Arda. No podía saber por qué, pero así era.

Pero había obstáculos más inmediatos en su camino. Debía enfrentar a Manwë, su hermano, para así reclamar todo Valinor para sí mismo. El resto de la Tierra Media se desplomaría sin remedio bajo sus pies. ¿Qué podían hacer los poderes de los hombres contra la voluntad de Melkor?

Y así fue como el Señor Oscuro abrió un nuevo portal y lo cruzó. Llegó a las montañas de las Pelóri, específicamente a los picos blancos de Taniquetil, la montaña más alta de toda Arda. En su cima se encontraba Ilmaril, las mansiones de Manwë y Varda, su esposa. Melkor ni se molestó en tocar la puerta. Su portal lo llevó a los inmensos e imperecederos salones principales de la mansión.

Allí había guardias, y como los rumores del regreso de la oscuridad se habían esparcido, no dudaron en atacar. Pero Melkor había visto sus habilidades y poderes restaurados. Con su negra lanza bloqueó los golpes de espadas y atravesó los corazones de los guardias maiar que lo enfrentaban. Varias cabezas salieron volando, salpicando sangre en el precioso mármol blanco que cubría los suelos.

Cuando ya no hubo guardias que quedaran con vida, Melkor siguió su camino por los salones hasta toparse con el trono donde esperaban sentados Manwë y su esposa Varda. El más grande de los valar lo miró con ojos tristes.

— Hermano — le dijo — Hubiera preferido que nuestro encuentro fuera contigo convertido de nuevo en un vala bueno y bondadoso. Pero has consolidado tu camino de maldad con estos actos, y no hay nada que lastime más mi corazón.

— Hermano — dijo Melkor — Hace eternidades que no soy el que alguna vez fui. He conseguido un nuevo poder y ya no hay fuerza en este mundo capaz de hacerme frente.

— Tu vanidad siempre ha sido tu ruina — dijo Manwë, y se levantó del trono, haciendo aparecer una espada dorada y un escudo de plata — Yo mismo le pondré fin a tu causa egoísta.

Entonces Melkor y Manwë se batieron en un duelo encarnizado. Varda solo se limitó a observar, pues era consciente de que ésta era una batalla de hermanos y que no podía interferir.

Manwë logró hacerle unos cortes superficiales a su hermano, pero Melkor era más rápido y más fuerte de lo que lo recordaba. Pronto la lanza negra atravesó el estómago del vala más poderoso y su esposa gritó en súplica. Melkor invocó los poderes de la Gema del Espacio y creó un enorme portal detrás de Manwë. Extendió el brazo y Varda fue atraída hacia la mano de Melkor, siendo su cuello ahora oprimido por sus guantes de acero.

— Mi venganza será condenarlos al mismo castigo y sufrimiento que recibí — dijo Melkor — Varda, que una vez te deseé, ahora verás a tu amado esposo morir frente a ti y vivirás una eternidad en el Vacío Intemporal, hasta que la pena y la desdicha hayan consumido tu espíritu y no quede más en tu mente que el deseo de morir.

Y dicho esto, Melkor empujó a Manwé al interior del portal y lanzó a Varda a través de él. Cerró el portal y el silencio sepulcral reinó sobre las cimas del Taniquetil.

Vencidos los valar más poderosos de Valinor, no le fue difícil al Señor Oscuro conquistar las tierras sagradas. Aunque el resto de valar y muchos maiar organizaron a sus ejércitos y reclutaron a las águilas, Melkor, junto con sus nuevas fuerzas malignas de orcos que renacieron gracias a su poder, les hicieron frente y los derrotaron una y otra vez, hasta que no quedó de Valinor más que tierras corrompidas, con sus bosques incendiados y sus ríos cristalinos convertidos en flujos de agua negra y horrenda.

Luego de meses de luchas crueles y de venganza, Melkor logró conquistar Valinor. Los ecos de los horrores y las batallas recorrieron los mares y llegaron a oídos de los elfos de la Tierra Media, quienes se apresuraron para realizar un nuevo Concilio.

Capítulo 3

El Último Concilio de Elrond

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Gandalf había llegado a las costas de la Tierra Media junto a una pequeña flota de navíos construida por Cirdan, el Carpintero de Barcos. En aquella misma flota viajaron muchos de los elfos que habían dejado la Tierra Media tanto tiempo atrás, pero ahora regresaban luego de la caída de Valinor.

El mago era ya muy anciano. Habían pasado muchos años y la mayoría de los antiguos camaradas de la Comunidad del Anillo habían fallecido por la única acción del tiempo. Solo Legolas continuaba con vida, y ahora cuidaba a su anciano amigo, el último de los Istari. El elfo, con un aspecto muy similar al que tenía durante la Guerra del Anillo, viajó en el mismo barco que Gandalf, recordando con nostalgia aquellas épocas donde recorrió los mares junto a su gran amigo Gimli, con quien había forjado una amistad legendaria. Hacía varias décadas que el enano había fallecido de vejez, y recordarlo ponía triste a Legolas. Sin embargo, su mirada de elfo le hacía prever un futuro donde se derramaría mucha sangre, y debía estar listo para luchar.

— Preveo para ti un porvenir lleno de pruebas — le había dicho Galadriel una vez — La guerra volverá a cubrir tu destino con un manto de sombras, pero hay una luz en medio de la oscuridad. Habrá nuevos compañeros con los que lucharás codo a codo. Tendrás que abrir tu mente para lograr entender, porque verás cosas que jamás imaginaste. Pero si te aferras a las enseñanzas que has aprendido en estos siglos, tal vez podrás ver qué hay más allá de la sombra.

Los elfos se apresuraron para partir a Rivendel y organizar el Último Concilio de Elrond. Allí asistieron los representantes más importantes de las razas que aún vivían en la Tierra Media. Incluyeron a los Ents y a Bárbol, quien se encontraba en el concilio para hablar en nombre de los bosques.

Elrond, Galadriel, Celeborn y Cirdan presidían la reunión, con Gandalf a la derecha de los elfos principales, y Legolas a su lado. Los demás hombres y enanos solo observaban y escuchaban a Elrond narrar sobre las atrocidades que Morgoth había realizado en Valinor.

— He aquí que la Dagor Dagorath ya ha empezado — dijo Elrond y un escalofrío recorrió los espíritus de los mortales — Morgoth, el Supremo Señor Oscuro, ha regresado, más poderoso que nunca, pues ha logrado asesinar a sus propios hermanos Valar. Mandos había realizado una profecía hace ya muchas edades, pero algo parece haber cambiado el curso de nuestra historia. Un nuevo elemento, un nuevo actor se ha involucrado, y la profecía ya no tiene relevancia.

— Los Elfos hemos perdido fuerza — dijo Galadriel — La presencia oscura de Morgoth y su poder renacido está nublando nuestra vista, y perdemos fuerza a cada momento. Pero he logrado ver que el Señor Oscuro ha conseguido una fuente de poder de otro mundo, y por eso ahora ha cambiado nuestro destino.

— ¿Otro mundo? — preguntó el actual rey de Gondor, un hombre de cincuenta años con armadura reluciente — ¿Cómo es eso posible?

— Nadie lo sabe — dijo Elrond — Los elfos ya no tenemos todas las respuestas. Y en vista de los acontecimientos, ya no podemos proteger la Tierra Media. Y si nosotros no podemos, nadie en este mundo lo hará.

— ¿Entonces es el fin? — preguntó el rey enano — La Dagor Dagorath acabará con todos nosotros. La oscuridad cubrirá este mundo.

— Tal vez sea el fin de Arda, mi señor enano — dijo Elrond — Pero Gandalf tiene una idea que le gustaría compartir con todos ustedes.

Legolas ayudó al mago a levantarse, y el anciano comenzó con una voz ronca:

— Si Morgoth obtuvo poder desde más allá de este mundo, entonces tal vez existan otras razas que nos ayuden a combatirlo. Elrond tiene razón: con los Valar muertos, ya no quedan poderes en este mundo capaces de enfrentar la maldad del Señor Oscuro, pero confío en que podemos recurrir a nuevos aliados.

— ¿Confías? ¿Tal vez? ¿Qué es esto? — dijo un general humano — ¿Quieres que intentemos contactar con un pueblo que no sabemos que existe? ¡Esas son fantasías! ¡No existe nada, nada, más allá de este mundo!

— No subestimes la voluntad y los poderes de Eru Ilúvatar, mi querido general de Rohan — dijo Gandalf — Lo que sabemos es una gota de agua: lo que ignoramos es el océano. Tiene que haber algo más allá que nos ayude a enfrentar a Morgoth. Y lo encontraremos.

Hubo un silencio incómodo. Los representantes de los hombres, elfos y enanos creían que Gandalf se había vuelto loco y los elfos al mando habían caído en la desesperación.

— Usaremos lo que resta de los poderes de los elfos para crear una puerta que nos envíe a otros mundos — dijo Galadriel — Podremos evacuar a nuestros pueblos y pedir ayuda. Nunca se han realizado conjuros similares, pero desde que Morgoth regresó, Celeborn y yo hemos estado estudiando las formas de hacerlo.

— ¿El plan entonces es huir? — preguntó el Rey de Gondor — ¿Dónde quedó la antigua gloria y orgullo de los elfos y de los hombres, que preferían morir antes que ver al enemigo tomando sus tierras?

— Si así podemos salvar lo que queda del pueblo de la Tierra Media, entonces así será — contestó Elrond con amargura — Ya no podemos hacer más.

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En Valinor se estaba construyendo la nueva fortaleza de Melkor. Sus siervos trabajaban sin descanso y las enormes bestias de carga, así como los trols, eran utilizadas para los trabajos más pesados.

En un trono de roca negra se encontraba la gran figura del Señor Oscuro. Se encontraba en una posición pensativa. Un balrog se acercó y se inclinó ante él.

— Mi Señor — comenzó — Ya hemos enviado a los primeros escuadrones de orcos para buscar la Gema.

— Bien. ¿Y los puertos de Cirdan?

— Están tomados. Los elfos y maiar fueron aniquilados. Los carpinteros han comenzado los trabajos para construir navíos para las tropas, Mi Señor.

La Gema de la Mente. Melkor no sabía cómo, pero conocía su nombre. Tal vez fuera la Gema del Espacio la que le daba cierto conocimiento acerca de esas piedras poderosas. Y el Señor Oscuro sabía que la Gema de la Mente se encontraba en Arda, pero no estaba seguro de dónde.

— No importa si está enterrada en Valinor, en la Tierra Media y en lo profundo de los mares — se dijo el Señor Oscuro — La encontraré y será mía, incluso si tengo que desintegrar este mundo. Y seguiré avanzando hacia otros nuevos.

Capítulo 4

La caída de Rivendel

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Transcurrieron varias semanas. Los ejércitos humanos, enanos y élficos se concentraron en las costas occidentales de la Tierra Media, pues los altos mandos élficos sabían que Morgoth iría de frente, atacando directamente desde Valinor, sin dar rodeos ni buscar atacar por sorpresa. Las tropas darían el tiempo suficiente para crear y mantener el conjuro de Galadriel.

El hechizo se llevaría a cabo dentro de Rivendel. Galadriel, Elrond, Celeborn y Gandalf se encontraban sobre un círculo dibujado en el suelo.

Legolas se mantenía cerca, capitaneando un grupo de elfos para proteger la zona del conjuro. Más allá de la colina central de Rivendel había grupos con cientos de elfos, enanos y hombres, de distintos sexos y edades, cargando pertenencias y algunos animales. Estaban listos para cruzar el portal cuando tuvieran la oportunidad. Todos ellos miraban al suelo con tristeza, pues se encontraban a punto de abandonar su mundo para ir a un lugar lejos de la maldad de Morgoth. Legolas esperaba que el conjuro funcionara y los herederos de los tres pueblos de la Tierra Media pudieran encontrar un lugar en el que vivir en paz.

Esperaron durante un largo rato, mientras que Galadriel, Elrond, Celeborn y Gandalf susurraban conjuros en lenguas ya muy antiguas, tan viejas como el tiempo mismo. El viento se movía y levantaba las hojas, haciéndolas bailar en círculos armoniosos alrededor de los cuatro seres más poderosos que quedaban con vida.

Una luz leve se hizo presente en mitad del aire. Una luz clara como el sol de la mañana, que se fue extendiendo como un espejo que colgara del aire, y creció lo suficiente como para que cruzara un hombre. Elrond dio la señal y poco a poco, las personas comenzaron a cruzarlo. Caminaban lentamente y con pesar. Los ancianos susurraban oraciones, y los niños asustados apretaban la mano de sus madres mientras cruzaban el halo de luz.

Pero de pronto, un cuerno élfico resonó por los valles de Rivendel.

— ¡Orcos! — exclamó Legolas — ¿Cómo han llegado hasta aquí sin que nuestros ojos los vieran?

— Ciertamente el poder de Morgoth ha crecido mucho, y con él, el de sus sirvientes — dijo Gandalf — ¡Rápido! ¡Todos crucen ahora!

Las personas, atemorizadas, corrieron hacia el portal. Todavía quedaba una larga fila de enanos y hombres por cruzar. Legolas tomó una flecha de su carcaj y tensó el arco. Gandalf desenfundó la espada, temblorosa ahora en su mano.

Se oyeron ruidos de batalla. Legolas lanzó varias flechas al interior de los bosques.

— Mantendremos el conjuro hasta que todos crucen — dijo Elrond — Gandalf, Legolas, deben cruzar también.

— ¡Defenderé Rivendel con mi vida! — dijo el elfo.

— Rivendel ha caído, así como toda Arda — dijo Elrond con pesadumbre — Ambos tienen que continuar viviendo y ayudar a guiar a nuestros pueblos. Gandalf les dará la sabiduría de la vejez, y tú les ayudarás con tu fuerza y protección, pues aún tienes muchas edades por vivir. ¡Vayan! Arda vivirá con ustedes.

Todas las personas terminaron de cruzar. Sin embargo, una flecha negra silbó en el aire e impactó en el estómago de Gandalf, quien cayó al suelo. Legolas se apresuró a ayudarlo a levantarse. El elfo miró con tristeza cómo los orcos arrasaban e incendiaban a su paso, y cómo sus hermanos elfos morían. Galadriel le dedicó una última mirada.

— Que Eru Ilúvatar esté siempre con ustedes — dijo — Adiós, Legolas, hijo de Thranduil.

El elfo colocó un brazo de Gandalf sobre su hombro, lo levantó con delicadeza y ambos cruzaron el portal, siendo los últimos habitantes de la Tierra Media en hacerlo. Legolas, con los ojos llorosos, vio cómo el portal se cerró.

Capítulo 5

La Gema de la Mente

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Rivendel cayó. Los últimos grandes elfos fueron asesinados a manos de capitanes orcos, y los reinos de los hombres pronto enviaron emisarios en rendición y pidiendo clemencia, algunos de ellos poniéndose a su servicio para evitar la muerte. Los enanos, más tercos que el resto de las razas, prefirieron detonar explosivos en las entradas de sus fortalezas para morir dentro de las montañas, sus únicos y auténticos hogares. Pero Dain Pie de Hierro exclamó que el legado de los enanos nunca moriría pues ya habían partido muchos de los mejores a través del portal de Rivendel. Siempre quedaría esperanza para su pueblo.

Unos días después de la caída de Rivendel, un portal azul se abrió a la entrada de Minas Tirith. Melkor cruzó el umbral, materializado como un señor oscuro, pero de tamaño similar al de los hombres, pues necesitaba ingresar a la ciudad.

Ni siquiera pidió a sus guerreros que lo acompañaran. Las personas se inclinaban atemorizadas ante el Señor Oscuro, y sus corazones parecían aplastarse en desesperación y pena.

Melkor podía sentir el poder de la Gema de la Mente cada vez más cerca. La había encontrado ya que el mismo rey de Gondor le había hablado de una joya que apareció de pronto en las mazmorras de Minas Tirith. En ese momento, el Señor Oscuro supo que se trataba de la gema que buscaba.

¿Cómo había llegado ahí? Lo ignoraba. Tampoco le importaba. Sabía que era una prueba más de que el destino quería que tomara el poder sobre todo ser viviente, y le estaba dando las herramientas para lograrlo.

Melkor se tomó su tiempo. Le gustaba deleitarse con la pena y el sufrimiento de los hombres, a quienes tanto había odiado desde que Eru Ilúvatar los había creado. Recorrió la ciudad fortificada de Minas Tirith y subió hasta lo alto de la ciudadela, en la Plaza del Manantial. Muchedumbres asustadas se arrastraban como perros detrás de él, temerosas pero aun así, curiosas por saber qué era lo que haría su nuevo señor. Melkor observó desde lo alto de Minas Tirith los inmensos Campos del Pelennor.

— El tiempo del Hombre ha terminado — dijo con una voz grave y tenebrosa.

Luego se volteó y, haciendo aparecer su lanza a través de un portal invocado por la Gema del Espacio, atravesó la base del Árbol Blanco, robándole la vida para siempre y acabando con la última muestra de la gloria de los hombres de los días antiguos. Se oyeron alaridos de tristeza y desesperación por parte de la multitud, mas no hicieron nada. Ya habían perdido la voluntad de luchar.

Melkor se dirigió entonces al trono. El rey ya no se encontraba allí: se había suicidado pocas horas antes. En su lugar, encima del trono había una pequeña piedra amarilla que brillaba intensamente. El Señor Oscuro la reconoció de inmediato. Extendió su mano, tomó la Gema de la Mente y la llevó hacia su corona. Aparecieron hilos de energía desde la gema a la corona, y cuando la engarzó, su energía fluyó por todo su cuerpo, y Melkor sintió un nuevo poder manifestándose en lo profundo de su ser.

Salió al patio, miró hacia arriba y extendiendo los brazos, exclamó:

— ¡Padre, ve con tus ojos lo que sucedió por condenarme! Todo porque era diferente al resto, y distinto a tu visión del mundo. ¡Me condenaste desde el principio, pero ahora mira cómo Arda cae ante mi voluntad! ¡Y observa bien, porque iré tras de ti!

Morgoth dirigió su mirada al reino de los hombres. Conocía de primera mano su codicia y debilidad de espíritu, y no le tomó mucho tiempo para que fueran sus siervos, mas no los corrompió a todos con su poder como hizo con los elfos de las Estancias de Mandos. Necesitaba hombres que le sirvieran como cebo, señuelos que pudieran engañar a otros hombres en su nombre.

Fue así como Morgoth Bauglir se apoderó de Arda y de su más reciente y preciada posesión: la Gema de la Mente, la cual ahora brillaba con fuerza en su corona de hierro, engarzada a un lado de la Gema del Espacio.