La puerta seguía sin abrirse, tras que el hombre delante de ella, tocase cuatro veces el timbre y llamase dos veces al móvil del dueño del hogar. Desde adentro se podían escuchar los pasos que indicaban que el dueño se acercaba a abrir la puerta. Aunque por el fuerte ruido que hacían las suelas de sus zapatos parecía querer mostrar que ya se encontraba cerca de la puerta y no quería que volviesen a tocar su timbre.
— Tengo hambre y sueño. ¿El cejón nos abrirá la puerta ya? — preguntó el oso entre sus brazos, quien se estiraba y escalaba un poco su ropa para poder mirarlo a los ojos.
— Sí, pronto nos abrirá la puerta, solo tienes que ser paci...— Le dijo con una voz suave, pero antes de que pudiera terminar su frase, la puerta de abrió de golpe, mostrando a un hombre rubio, con el cabello bastante despeinado y mojado.
Su cara, muy expresiva ahora misma, indicaba que estaba enojado. Las cejas fruncidas, los ojos verdes hinchados y rojos, con sus pupilas dilatadas y los dientes apretados, lo dejaban muy claro. Y el rastro del jabón, el aroma a champú y la ropa descolocada y decaída, indicaba que se había estado bañando.
— Leave the damn bell alone! — les recibió muy enojado, el hombre, quien tras jadear varias veces y poder recuperarse de la caminata y la vestimenta rápida, les señalo con un gesto que pasasen adentro del hogar. — Entra, y cierra la puerta.
El hombre frente a él, que acaba de recuperarse del recibimiento, parpadeo dos veces más, antes de mirar a su oso. El animal le gruñó, no solo por su boca si no también por su estómago.
Pasó con cuidado por la entrada, adentrándose a aquel pasillo, cuyo suelo estaba cubierto por una moqueta, arrastrando su maleta con la mano izquierda mientras sostenía al oso por la derecha. Tenía suerte de que la maleta tuviera ruedas incorporadas aunque no tanta de que su oso no quisiera andar esa mañana.
Tampoco es que pudiera culparle, llegaron muy temprano en la mañana, y desde que descendieron de su aerolínea privada en uno de los aeropuertos de Gran Bretaña, en su capital, Londres, no habían podido detenerse mucho tiempo.
Había sido un no parar, las horas en aquel coche privado le habían parecido eternas, horas y horas de carretera bajo el nuevo clima de la isla, todo para llegar a la casa de verano donde se estaba hospedando la representación de esa nación.
Horas, en las cuales, el oso polar había mostrado en un sin fin de ocasiones su inconformidad, pese a que su nación le pidió que se quedará y aún así, insistió en ir.
— Tengo Hambre. — le recordó el oso mientras se volvía a aferrar a su ropa, rasgando la un poco, usando sus garras. A lo que recibió un mirada reprobatoria de su dueño.
— Pronto, y espera a que le pregunté a Arthur si podemos comer algo. — le susurró al oso, quien le volvió a rasgar la camisa otra vez, molesto por su respuesta.
-Fancy a cuppa'? — le preguntó de súbito, el inglés que se asomaba por una esquina.
El recién llegado se había quedado tan distraído con su oso que no había notado como el inglés había avanzado a un paso más moderado que el suyo.
Ante la mención de la taza de té, el oso clavo sus garras con más fuerza, pero sin la intención de herir demasiado, en el pecho de su dueño, quien pegó un súbito salto ante la repentina muestra de hostilidad.
— I'm hungry! — le reclamó, recordándole lo que tenía que pedirle a su anfitrión, a lo que el canadiense simplemente se retorcía hasta que finalmente lo dejó caer al suelo, provocando que el oso se hiciera daño y le mirara con una mirada que exigía disculpas.
— Lo siento, Kumasaborou. — se disculpó nada se dio cuenta de haber tirado al oso, aún así, arrugó su ceño, listo para regañar al oso por su mala conducta, aunque este mismo le miró con cierta hostilidad al oír su "nombre". — ¡Pero no deberías haber hecho eso, me hiciste daño!
— Sorry, Canada.— se disculpó tras la repentina subida de voz de la nación tranquila, mientras mostraba una mirada de arrepentimiento, luego tendría tiempo para corregirle respecto a su nombre.
— Ejem, ejem. — el hombre inglés dio algunas toses muy mal actuadas y algunos pequeños pisotones, para dar muestra que estaba ahí aún. — ¿Entonces quieres la taza aún, muchacho?
— Sí, por favor. — asintió con una voz suave pero lo suficientemente alta para que el otro interlocutor pudiera entenderla, este último asintió también y le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera. — Vamos Kumakichi. — le dijo mientras volvía a cargar al oso y empezaba a seguir al hombre, nuevamente arrastrando la maleta.
— Ese no es mi nombre. — se quejó el oso, sin embargo decidió acomodarse bajo el firme brazo de la nación. — Eres muy olvidadizo.
— Mira quién fue a hablar, tú ni siquiera sabes el mío. — le encaró el canadiense mientras le daba una sonrisa socarrona.
— Pero tu has tenido muchos nombres a lo largo de los siglos. Yo tengo excusa, tú no. — le reclamó para luego bostezar e hacerse el dormido, de esa forma, el canadiense entendía que ya no quería seguir la conversación.
Éste sólo le dio una mirada rápida al oso en respuesta, aunque el otro ya tenía los ojos cerrados, así que no podía verla.
— Matthew, ¿que tipo de taza de té quieres? — le preguntó el inglés, a lo que el canadiense volvió a verse sorprendido.
El canadiense no se había dado cuenta que ya habían llegado a un pequeño salón. Éste venía decorado de forma simple pero elegante, con varios retratos de diferentes eventos.
Desde una foto de la última celebración de la commonwealth hasta fotos más personales, en una de ellas había una foto de un día de esquí en una de los territorios del recién llegado, Yukon.
Sonrió ante aquel recuerdo. En la foto se encontraban posando: Antonio, la representación de España, Lovino, la representación del Sur de Italia, Arthur, la representación de Reino Unido e Irlanda del Norte y él, Matthew Williams, representación de Canadá junto a su oso Polar.
— Matthew. — le llamó nuevamente la atención el hombre inglés, impaciente. — Se puede saber ¿que te está pasando hoy? Estás muy disperso. — le preguntó bastante frustrado por la actitud de su antiguo pupilo, quien normalmente estaba más atento que ahora, parecía que en cualquier momento lo perdía. Éste lo miro, y suavizó más su voz cuando vio captada su atención con una mirada de disculpa.— Si te preocupa ir solo, no te preocupes, yo estoy dispuesto a ir contigo a ayudarte. Solo déjame que pida unos días más de permiso a mi primer ministro y la reina e iré contigo.
— No, no te preocupes. Estaré bien. — declinó la oferta amablemente, con un tono de voz normal, los ejercicios vocales le habían resultado muy efectivos. — Es solo que estoy un poco cansado por el viaje. — le calmo con una voz amable aunque el otro hombre seguía con su mirada inquisitiva.
— ¿Estás seguro? — le preguntó nuevamente a lo que recibió un asentimiento, por lo que simplemente suspiro y desistió de insistir más. — Bueno, está bien. Pero si tienes algún problema, no dudes en llamarme, a la hora que sea.
— Lo haré. — le respondió un poco incómodo pero agradecido por la preocupación de su antiguo tutor. — Por cierto, quisiera un té de Earl Grey. — le dijo confundiendo al otro hombre. — Me preguntaste que té quería y me gustaría tomar eso.
— Ah. — respondió al comprender, así que asintió ante la petición. — Excelente elección muchacho. — le dijo con una sonrisa orgullosa para luego avanzar a la salida del salón.
Antes de marcharse, recordó algo, así que se volvió sobre sus talones y le informó con una sonrisa tibia.
— Por cierto, tu poción de invisibilidad estará lista mañana por la mañana. Se está enfriando ahora, así que tendrás que esperar. — le informó a lo que el otro asintió.
— Está bien, muchas gracias, Arthur. — le dijo con una sonrisa.
— Tiene algunos efectos secundarios, supongo que ya los conoces. Te aconsejo que lleves varios caramelos de miel o mucha agua, la necesitarás para endulzar te la voz, puede que tengas que chillar para hacerte escuchar. — le aviso el hombre, a lo que el otro asentía ante cada información que le iba llegando.
— Sí, lo sé. No te preocupes por eso. — le dijo con una sonrisa.
El hombre le dirigió una sonrisa para luego abandonar el salón.
Continuará.
