Título: Sonatine
Pareja: Fushiguro Toji / Itadori Yuji. & Fushiguro Megumi / Itadori Yuji.
Resumen: 500 yenes, 500 míseros yenes, una entrada a un sentou; o cuatro productos más impuestos en una tienda de 100 yenes; 5 oportunidades de echar la suerte en un templo. Es eso todo lo que vale la vida de este mocoso. Es la primera vez que encuentra a alguien que valga menos que él. ¿Es posible valer menos que un hombre invisible?
Fushiguro Toji, profesión: asesino a sueldo. Conoce a Itadori Yuji, alguien cuyo único deseo es morir..
Advertencias: Age-gap. Menciones de Suicidio.
Notas: Entonces…. Ustedes se preguntarán… ¿Por qué esta esté sujeto sacando una historia navideña en pleno abril? Bueno, eso es porque el borrador ha estado ahí moviéndose desde antes de Navidad.
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Sonatine
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Fushiguro Toji nunca admitiría que es un hombre con muy mala suerte.
Nunca lo admitiría. Pero era un hecho evidente a los ojos de los demás. Nunca ganaba en las carreras de caballos, amononaba billetes de lotería con los números errados en los bolsillos de las chaquetas, y jamás conseguía que le salieran buenas manos en el poker.
Ahora sentando entre el humo, la música trastabillante golpeándole los tímpanos, aunado al vómito colorido de las pantallas quemándole las retinas. Su miseria solo lo confirmaba, no había podido ganar más de 3 balines en el Pachiniko, de los cuales ya había perdido 5.
Sin ni una mísera moneda de cinco yenes en los bolsillos, y el número de teléfono de Gong Si-Woo en la lista negra.
Fushiguro Toji no podía hacer nada más que suspirar.
El centro de Pachiniko se la tenía jurada. Pero, eso era algo personal. Siempre terminaba con los nudillos rojos, descargando su ira en algún pobre jugador desgraciado con mejor suerte que él.
Especialmente cuando el bastardo de atrás seguía haciendo sonidos de felicidad que sobrepasaban el ruido del lugar.
Mirando de soslayo, el mocoso, si era un chico en un gakuran, y una maldita capucha roja. El letrero de la entrada dice solo mayores de 18 años, el renacuajo tendría a lo sumo 14 años, quizás menos. Bueno, al final del día no le constaba, no cuidaba de su propio hijo, menos iba a cuidar de... ¿Eran eso cuatro canastas de bolitas metálicas apiladas una sobre la otra?
—Maldita sea, —murmuro para sí mismo—. Maldita sea.
Y tomo otra calada a su cigarrillo dejando que la ceniza cayera al suelo, porque a fin de cuentas él no es quien limpia el lugar.
Funfurruñando se dejó atraer nuevamente al juego. Pero no lo suficiente. Nunca lo suficiente, no sabiendo que probablemente nunca iba a conseguir algo como las ahora, cinco cajas apiladas una sobre la otra del estúpido mocoso de atrás.
Eso no era envidia, solo competencia.
El chico con el cabello malta, levantándose de su asiento, con cinco cajas en cada brazo, paso a la velocidad del rayo por su lado, lo cual es algo que requiere destreza, después de todo; Las cajas de plástico rojo, teñidas de rosa donde el plástico cede en los bordes, estaban a punto de rendirse y caer bajo el peso de su riqueza.
Algo cayo del bolsillo del niño, y Toji siendo un ciudadano preocupado, y envidios- recogió la nota.
Doblada en cuatro pedazos, una hoja de cuaderno arrancada. Las marcas y la tinta fina lo hicieron querer reír. Especialmente cuando la escritura desordenada le estallo en la cara. Lo suficientemente legible, incluso en un lugar como este donde las luces estroboscópicas ayudan poco a la vista.
Los ojos de Toji se ampliaron.
En la hoja sucia, una donde las líneas de elección de carrera se habían vuelto chuecas por los dobleces, las cajas aun intactas; una en la cual cualquier otro niño podría haber colocado algo estúpido como "Quiero se el Primer Ministro", o "Seré Bombero", se leía:
Deseo morir.
—Itadori Yuji.
Las líneas habían sido repicadas con tanta fuerza que el papel se había hundido hacia abajo y afuera, como intentando escapar de sus confines. Tan sencillo, como estúpido. Dos palabras, y una firma. Itadori con el kanji de tigre, y Yuji justo como su nombre, compartiendo el kanji de humanidad. Ambas cosas se vuelven contradictorias.
Una criatura que devora humanos, y un asesino, juntos; diferenciados. Análogos.
Una verdadera estupidez.
Y, en el amplio margen de un universo absurdo plagado de coincidencias, quizás, era inevitable el que se encontrarán. Aun así, Toji sonrió, la cicatriz en su rostro se estiro suficiente como para doler un poco.
Esto en definitiva podría ser interesante.
El chico había desaparecido hace mucho tiempo entre el barullo y la luz. Sin embargo, sabía dónde podría encontrarlo.
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Toji espero afuera de la tienda de cambio de regalos.
Espero mientras observaba las vitrinas perezosamente, mirando los muérdagos que se aferraban con cinta transparente a las esquinas del vidrio. Pasando el dedo descuidadamente por el marco de la vidriera. El polvo dejo una marca negra en su dedo índice, y Toji la limpio en su pantalón, paso los ojos por los horribles muñecos de felpa, (quizás a Megum… No, él ya lo debe haber olvidado, ya no deben gustarle los animales de felpa, quizás tampoco le gustan los animales reales).
Sacudió su cabeza ligeramente, dirigió la mirada arriba donde una elegante caja de sake fino le saludo, conociendo muy bien que nunca ganaría lo suficiente para permitírselo.
Chasqueo la lengua, y por poco pierde nuevamente la figura del chico que salió de la tienda acunado una bolsa de papel en sus brazos, con tanto cuidado como si fuera un recién nacido. No hay cajas ni balines brillantes; casi parece un estudiante normal, uno extraño, con el cabello en un original color cereza.
Toji está seguro de que ninguno adivinaría que ese chico es un suicida en potencia.
—Hey.
Si le preguntaras a un observador casual, diría que un hombre con una cicatriz en el rostro, empinándose sobre un niño cuya cabeza le llega a lo sumo al pecho, es francamente sospechoso.
No obstante, eso a Toji no le concierne, nadie está encuestando a los transeúntes.
Esto es entre el chico y él. Estos son negocios.
—Hey...
Responde el niño, acunando la bolsa más cerca contra su pecho.
Para Itadori Yuji esta no era una ocurrencia necesariamente extraña.
Ser detenido en el medio de la noche por un profesor preocupado que lo había visto salir de uno de los centros de Pachiniko de la ciudad, usualmente nunca lo encontraban, pero cuando lo hacían… Era difícil sacárselos de encima. Aunado a eso, Sugisawa es una ciudad relativamente pequeña, la gente se conoce, aun así; nunca había encontrado dos veces al mismo maestro que lo hubiese detenido.
Y nunca había tenido problemas con la policía.
Sin embargo, Yuji sabia diferenciar muy claramente un profesor de un policía y este tipo, no parecía ninguna de las dos cosas. Itadori Yuji estaba a punto de disculparse y partir, cuando una hoja blanca que reconocería en cualquier parte es empujada contra su cara.
—Tiraste esto. —Dice el hombre, su voz en suave sorpresivamente juvenil para alguien que parece tan cansado, suple el cerebro de Yuji por lo bajo.
—Ah. Gracias. —Murmura Yuji en respuesta guardándose la hoja en el bolsillo. Esta en el medio de acomodar sus pies para girar y alejarse de ahí como alma que lleva el diablo.
El hombre lo detiene, con una mano amplia y pesada sobre su hombro, sorpresivamente cálida.
—Yo podría hacerlo por ti.
Yuji gira sobre sus talones, y sus ojos se encuentran por primera vez.
Los ojos de Toji brillan.
Una mezcla extraña de verde que se funde en la oscuridad perpetua de la codicia. Una sonrisa afilada, como la de alguien que comparte una broma interna, y una cicatriz en el la esquina de la boca, sobre la cual Yuji decide no hacer preguntas.
Eso no evita el chillido avergonzado que sale de su boca:
—¡¿…Lo leíste?!
El hombre asiente, poniendo la mano en la barbilla, evaluando el futuro negocio, entonces dice una de las cosas más aterradoras que le han dicho a Itadori Yuji nunca.
—Podría asesinarte por el precio correcto —los ojos de Itadori se expanden, vidriosos, atemorizados y definitivamente con…—. Nada personal solo negocios.
El tinte infantil de la esperanza.
¡Oi! No es eso… El niño al frente suyo frunce el ceño, por alguna razón que a Toji nunca va a dejar de sorprenderle, no parece preocupado, solo confundido. Da un asentimiento rápido, lo observa cuidadosamente antes de meterse la mano al bolsillo, luego de un momento balanceando los pies y las rodillas, saca una moneda plana, brillante y plateada.
—Solo tengo 500 yenes.
Toji parpadea, increíble… El aire se extiende en sus pulmones y ante la cara seria, pero esperanzada del chico, entonces, contra todo pronóstico…
Fushiguro Toji no puede hacer más que reír.
Itadori Yuji frunce el ceño, observa la moneda en su mano, se siente cálida al tacto, la pasa por entre los dedos y la vuelve a guardar en el bolsillo del pantalón del gakuran descocido. Entonces se dedica por completo a observar al hombre atractivo que se desternilla de risa sujetándose contra la pared. Está a punto de preguntarse si está bien…
—¡Diablos chico no soy tan barato! —Exclama entre risas mal disimuladas que se transforman en los bufidos de una hiena, ante la mirada perpleja del niño que solo aprieta más cerca la bolsa de premios del pachiniko.
Toji se sujeta las costillas, en cualquier momento se le va a salir un pulmón. Esto es hilarante, sencillamente hilarante.
Tan horrible que no debería estarse riendo, pero igual lo hace.
500 yenes, 500 míseros yenes, una entrada a un sentou; o cuatro productos más impuestos en una tienda de 100 yenes; 5 oportunidades de echar la suerte en un templo. No alcanza si quiera para un maldito boleto de tren. Es eso todo lo que vale la vida de este mocoso.
Es la primera vez que encuentra a alguien que valga menos que él. ¿Es posible valer menos que un hombre invisible?
—¿Y todo lo que ganaste en el Pachiniko? —Lanza despreocupadamente, limpiándose las lágrimas de las esquinas de los ojos.
El chico sonríe, no es para nada la cara de alguien que quiera morir. O posiblemente es la cara exacta de alguien que desea morir más que nada en este mundo.
Toji detesta reconocer que ve a alguien que conoce en esa mirada.
Con las esquinas curvadas, y los ojos expectantes.
—¡Lo cambie por regalos! —sonríe el chico, señalando la bolsa—, ¡ves!
Hay cuatro cajas, un juego de té, una botella de té cara, varios dulces, e incluso un pequeño set de llaveros, hay otro montón de chucherías que animes que transmiten en la mañana y que conoce porque ese es el único canal que su televisor (bien el televisor de mierda de la chica con la que se está quedando por dos o tres folladas gratuitas en la noche, capta. Sinceramente, preferiría el dinero. Aquí debe haber a lo sumo unos 30.000 yenes desgastados en estupideces.
Estupideces que el definitivamente no compraría porque se habrían perdido en una botella de sake de alta calidad.
—Ah, Diablos. —Suspira Toji sacudiendo la cabeza, luciendo tan decepcionado que Yuji no puede evitar intervenir.
—Hey, no puedo hacer nada — Yuji se encoje de hombros con sutileza, pasando los dedos por el set de llaveros, haciendo que se golpeen unos contra los otros, bajo la luz de la farola—, no me dejan cambiarlas por dinero.
Toji solo puede negar con la cabeza tanto talento desperdiciado, masculla por lo bajo.
—Ossan —susurra Yuji—, Quizás… ¿tienes mala suerte?
Y ese es último clavo en el ataúd al ego de Toji, no solo le dijo Ossan, indicando que le consideran un adulto mayor que necesita un bastón cuando a pesar de que apenas tiene más de 30 años, llegando casi a los cuarent-. Además, le restregó su mala suerte en la cara, y maldita sea el tono condescendiente en esa voz infantil era de lo peor.
Toji no contesta. Solo le gruñe, rapándole la bolsa de papel de entre los dedos de del niño, rebuscando con manos grandes entre su contenido y tomando lo que él considera el producto más caro.
—¡Hey! —Lloriquea el niño, mientras empuja la bolsa de nuevo a su pecho, y abre la lata con la otra mano—. Ese es mi favorito...
Eso a Toji no le importa. Un niño con los ojos más brillantes con los que alguien lo ha visto en mucho, definitivamente no es su problema. Así que le da la espalda y se retira del maldito callejón.
—¡Ossan!
Escucho al niño, no a Itadori Yuji. Llamándolo. No volteo a mirar. No deberían volverse a encontrar. El té se desliza por su garganta, y definitivamente es bueno.
—¡Ossan!
Ahora entiende porque el niño estaba decepcionado. Muy mal por él.
Debería aprender a mantenerse callado.
Las farolas de la calle chisporrotean en una luz amarillenta que se pega en las paredes y las hace viscosas,las pequeñas luces navideñas lloran como estrellas atrapadas en los confines de sus cercas verdes y plateadas, Last Christmas se pierde entre las callejuelas, justo como él.
Toji cierra los ojos y deja que la última gota de té se deslice por su garganta.
Es demasiado dulce.
Además, no es que de ninguna manera Fushiguro Toji tuviera mala suerte.
Su encuentro con Itadori Yuji ese día de invierno,
definitivamente fue a causa de su mala suerte.
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Itadori Yuji deja las flores en el pequeño florero de cerámica blancuzca que las enfermeras han dejado para él. No había nadie más que su abuelo en esa sala. Las paredes se amplían una tras otra, y en el pequeño laberinto que es la sala de pacientes terminales del hospital de Sugisawa.
Itadori Yuji encuentra una entrada, y con la muerte del abuelo, encuentra una salida.
"No tienes que venir más".
—Quien más va a visitar a las bonitas enfermeras, —es lo que contestaria—. Alguien tiene que ayudarlas a colgar las luces en las salas de visita desde que pronto será navidad, alguien tiene que subir a la punta del árbol a poner la estrella, viejo.
"No seas como yo".
—No digas eso, eres…—Es lo que contestaria, si aplicara, después de todo. Itadori Wasuke acababa de fallecer, las flores están frescas. El abuelo falleció. Es la víspera de navidad.
"Salva a mucha gente Yuji, no mueras solo como yo".
— …Lo único que me queda.
Es la víspera de navidad e Itadori Yuji ahora está realmente solo en el mundo.
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Debe haber algo mal con él.
Algo fundamentalmente erróneo.
Algo sucio que hace que sus huesos se sientan llenos de espuma, algo que hace que sus entrañas se hinchen y supuren, ah, míralo, solo tienes que mirarlo. Solo tienes que mirar el sucio, horrible, y ajeno mundo en el que retozan sus penas, sus confidencias, en el que sus pies vacíos trastabillan luego de la fiebre.
Un mundo en el que ya no le queda nadie.
El horrible mundo lleno de luces parpadeantes, que lo hacen desear ser egoísta.
El horrible mundo en el que esta esperando.
Así que eso hace, se sienta contra la puesta metálica de un negocio cerrado. La casa esta demasiado vacía, y demasiado llena de recuerdos como parra volver. Encender el cálido Kotatsu seria un suplicio que no merece. Comer las sobras del almuerzo de la nevera, ver las luces de la calle con Iguchi-senpai, y el club de ocultismo.
No merece permanecer ahí.
Debería salvar gente, realmente debería salvar gente. Ser fuerte, salvas a muchas personas; lo único que desea es una cosa. Un anhelo pequeñito, estúpido incluso:
Alguien, por favor, quien sea,
Sálveme.
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Fushiguro Toji nunca admitiría que tenía mala suerte.
Porque la suerte, al igual que Dios, no existen.
Ambos han muerto, murieron muchos años atrás y nadie se acordó de en qué cajón guardaron los huesos.
Otra prueba fehaciente de ello, es cuando su buena voluntad, lo condena nuevamente a errar en su camino para encontrarse pocas horas después de medianoche con el mismo mocoso de la ultima vez, pocas horas luego de que Sachiko, tiene una memoria asombrosa para las chicas que lo dejan pernoctar en su casa. Lo hiciera salir puesto que su esposo estaba regresando de un viaje de negocios esa misma tarde y la llevaría a cenar.
Al menos se había llevado la chaqueta mas cara que había en el armario de la ropa. Con el único inconveniente de que la talla no era la adecuada y de que solo podía usarla con las mangas arremangadas, sin abotonar.
Está pensando en las ventajas de gastar lo poco que tiene en el bolsillo, o de quedarse en el parque hasta que amanezca cuando lo ve, ese estrafalario color de cabello, lo recordaría en cualquier lugar, reconocería al mocoso de hace tres días, especialmente ahora que estaba en problemas.
Rodeado de ebrios que intentan arrastrarlo a algún rincón.
Nunca ha sido un buen samaritano, aunque, no seria una mala noche para empezar.
Especialmente cuando esos ojos violáceos bajo la luz de la farola en contraste con la nieve que cae desagradablemente, se hunden poco a poco en su alma, no puede evitarlo cuando lo escucha, sin palabras, sin sentido.
Sálvame.
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—¿No tienes que volver a casa?
Es el hombre de la última vez, llamado la atención de Yuji, quien acuclillado en un rincón observa arriba, al hombre de la cicatriz en la boca quien, definitivamente no es un policía. No con esa chaqueta que parece prestada dos tallas demasiado pequeñas—: Es tarde, este lugar es peligroso, alguien podría intentar hacer algo malo contigo.
Itadori no contesta.
Solo lo observa, pupilas dilatadas, como alguien con un alto grado de alcoholemia encima. No obstante, el chico no apesta, así que es otra cosa, no tarda mucho en encontrar la definición adecuada. Anhelo. Toji ve como el oro de esos ojos se vuelve traslucido, y detesta admitir que reconoce esa maldita mirada. La ha visto en el espejo durante los últimos 15 años todos los malditos días al despertar.
La ultima vez que se encontraron…
Sálvame.
Toji chasquea la lengua,
El chico no estaba así.
—Demonios mira lo que haces, me estás haciendo darle clases de moralidad a un desconocido, casi parezco un hombre decente. En todo caso, regresa a casa.
Itadori Yuji abre la boca, y la vuelve a cerrar. Un pez fuera del agua. Un hombre ahogándose. Un niño perdido en el parque, desangrándose con las heridas abiertas en un callejón a media noche donde su único refugio es un hombre que roba vidas para ganarse el pan de cada día.
—No tengo un lugar al cual regresar.
Fushiguro Toji gira los ojos, eso es algo estúpido, él nunca ha tenido un hogar, menos tratándose de esa asquerosa familia Zen'in y no se esta quejando.
—No tengo a nadie esperándome en casa.
—Hm... —contesta Toji sentándose a su lado en el borde la calle, y mientras enciende un cigarrillo, las telas de su ropa se cruzan lo suficiente como para que una chisca de calidez lejana nazca en el centro—, Nimiedades.
La luna esta ocupa por las nubes, y las luces desagradables titilan poco antes de morir, estarán hasta el 31 cuando una nueva campaña publicitaria empiece y Santa Claus regrese a su caja hasta el año entrante. Toji desprecia la navidad, y por eso casi no logra escuchar el murmullo que incluso en el silencia se contrae sigilosamente antes de desaparecer.
—Mi abuelo murió.
Toji chasquea la lengua—: Y eso a mí que...
En chico da un sollozo entrecortado, una mezcla entre la tristeza y el asombro.
—No tengo a nadie más. —explica—, No tengo nada más.
Toji le da una calada a su cigarrillo.
—Ah. —exhala— Eso suena horrible.
Sus miradas se encuentran, puede sentir el reproche que pesa sobre sus hombros, la incredulidad, y las lágrimas que parecen estar a punto de desbordarse como un dique en el medio de una tormenta.
Había visto esa mirada en muchas ocasiones, de vez en cuando llegaba a extrañarla.
—Dilo como si lo sintieras.
Llegaba a extrañar cuando lo reprendían por su falta de tacto.
—Eso suena asquerosamente horrible. —Murmura Toji en respuesta—, ¿Mejor?
Las esquinas en la boca del chico suben, y sus ojos se ven solo un poco menos húmedos.
—Mejor. —susurra Yuji—. Sólo un poco mejor.
Toji ríe por la nariz, e Itadori lo secunda. Ambos simplemente se hacen compañía. Hasta que Toji termine su cigarrillo, o hasta que Yuji encuentra su camino a casa, un silencio trémulo bajo la telaraña de luces que lentamente cesan de titilar.
Fushiguro Toji termina por ver como el niño estira las mangas de su chaqueta, hasta que la tela se alza por encima del segundo nudillo, cubriéndole las manos casi por completo. Las puntas de los dedos son purpuras, y viendo que es pasada medianoche el chico debió haberse mantenido ahí, desde hace mucho, muchísimo tiempo, esperando.
Pero, ¿esperando que…?
—Entonces decidiste venir al peor lugar de la ciudad, y olvidarte del viejo.
Yuji inhala—, No podría olvidarme del abuelo, era como un padre para mí.
—Un padre, ¿eh?
Tienes que cuidar de Megumi. Dijo ella.
Tienes que cuidarlo. Eres su padre. Ahora eres un padre.
Entonces no hubo nada más. No importa, tampoco.
Es todo lo que Yuji, recibe en respuesta.
Y tras lo que parece una larga espera, Yuji siente la mano cálida y pesada del desconocido asentarse en el rescoldo de su codo; tirándolo hacia arriba con tanta fuerza que lo hace tropezar. Tiene las piernas entumecidas, y su única guía es el olor a humo de este hombre, que deja caer la colilla del cigarrillo al suelo para pisarla descuidadamente.
—Vámonos.
Es todo lo que dice.
—¿A dónde? —cuestiona Yuji aturdido, guiándolos a ambos desde la retaguardia sin pensarlo siquiera, son tenues movimientos de memoria muscular que para alguien como Toji con un instinto tan desarrollado, suenan como cascabeles, tenues, frágiles.
—A tú casa —masculla Toji—. Hoy por hacer de chaperón me quedé sin lugar en el cual dormir, maldice mí buen corazón muchacho.
Ambos saben que eso es una mentira.
—¿Tiene uno de esos, señor? —replica Yuji.
Recibiendo un golpe en la cabeza como su única respuesta, algo que sería verdaderamente doloroso si fuera con intención.
—¡Ay!
Cuando su cabeza no duela mas ve la mano extendida del desconocido frente a su rostro.
—...Préstame dinero.
Yuji se muerde la lengua, están frente a un combini y viendo a este hombre bajo la luz pálida del Lawson, no puede evitar pensar que acaba de salir de alguna película de crimen de las que tanto le gustaban a su abuelo. La punzada de la nostalgia quema en su pecho sutilmente, mientas se rebusca los bolsillos, tiene las manos congeladas, pero su corazón se siente cálido.
—Solo tengo... Un billete de 2.000 Yenes.
Los ojos de Toji brillan con codicia.
—Es más que la última vez —exclama, entrando a zancadas en la pequeña tienda mientras Yuji espera afuera, no sin antes comentar como—: con esto sí que, podría considerar el trabajo.
Itadori se encoge de hombros.
—Bueno, que se le hace.
Es todo lo que puede decir.
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Cuando sus pies están frente a la residencia Itadori, o así lo señala en la placa pegada en la pared de arenisca gris que se tiñe paulatinamente de verde por la refracción de la luz, lo único que Fushiguro Toji puede decir es:
—Realmente tengo mala suerte.
Yuji arquea una ceja, es verdad que la casa esta un poco vieja, el abuelo la había comprado con su pensión del ejercito poco después de que se casaran con la abuela, o algo así lo había escuchado murmurar por lo bajo. Jin… había suspirado con cansancio, y afecto.
Entonces,
—¡Esto se está cayendo a pedazos!
Yuji simplemente responde con parsimonia.
—Bueno, he estado aquí sólo...
Toji se adelanta y entra—: La puerta está abierta.
Tira sus zapatos desordenamente en el genkan, y Yuji le sigue los pasos acomodándolos ambos paralelamente, lo suficiente cerca como para que tengan que tocar el calzado de los demás, para volver a ponérselos de nuevo. Como para que al partir se vean forzados a recordarse mutuamente.
Algo infantil, definitivamente idiota, pero conmovedor sin lugar a dudas.
—Bueno, no tengo nada que puedan robar.
Es la única respuesta que Itadori le da al tirar de la cadena que conecta el bombillo del techo, la sala rezuma en luz, y el Kotatsu en el centro de la sala se ve más acogedor que nunca. La televisión antigua y el cenicero del abuelo están donde siempre ha estado, y causan, una pequeña punzada inestable de dolor que desaparece casi instante.
—Incluso los ratones se mueren de hambre aquí, chico.
Mascullo Toji, exasperado abriendo la nevera de par en par, bajo la mirada auscultaste de Itadori Yuji. Nadie nunca se había tomado tantas libertades en su casa, y eso es porque nunca antes había traído amigos (si es que podía llamar a este hombre amigo) a su casa. Por alguna razón la palabra amigo, se sentía, particularmente incorrecta.
La bolsa del Lawson se desparrama sobre el Kotatsu ajena, mientras Fushgiruo Toji enciende el televisor, nadie le ha dicho que se ponga cómodo, o que se sienta como en su casa. Pasa de canal en canal, y tras escuchar la misma maldita canción Last Christmas. En al menos tres canales distintos decide establecerse en el canal de cocina. Aunque nada se vea particularmente delicioso.
—¿Eso fue lo que compraste —discute Yuji abriendo el paquete, reconociendo la marca que observa sigilosamente cuando pasa por los estantes refrigerados del combini—, cerveza?
Toji toma la lata con manos grandes, mas grandes de las de Yuji, los puntos en los que sus dedos de tocan son inesperadamente cálidos.
—Había descuentos... —Responde abriendo la lata con un chisporroteo satisfactorio, tiene una sonrisa de oreja a oreja—. Te dejaré probar una. —añade.
Itadori lo observa impávido, una sonrisa tan falsa como las pelucas de los travestis.
—¡Para conmemorar nuestro encuentro! —apunta Toji, aun sonriendo.
—Soy menor de edad. —suspira Yuji.
Toji gira los ojos hasta que casi ve el interior de su propia cabeza, increíble, esta atrapado con un suicida apegado a las malditas reglas, no, alto, eso es incorrecto, porque ningún niño bueno que sigue las reglas, entraría a un salón de Pachiniko con el uniforme puesto.
Ningún niño bueno, dejaría que hombres desconocidos entren a su casa.
O pasaría las noches en las calles, hasta que todos los establecimientos han cerrado, y especialmente no lo haría en la víspera de Navidad.
—Eso no importa... —dice, tomando un gran sorbo de cerveza. Entonces, mientras Itadori Yuji piensa una respuesta satisfactoria, su cabeza gira en un agradable ángulo de 45 grados que habría aceptado de alguna belleza como Jennifer Lawrence.
Sus labios se superponen, y Toji lo besa.
Lo besa derramando el amargo contenido en su garganta, Yuji debe tragarlo o se ahogará, se ahogará en el amargo sabor de la cebada, y se ahogará bajo el peso de los brazos de Toji alrededor de su cuello. De las manos que lentamente han cardado su camino donde la piel cálida espera debajo de su camisa, justo entre el borde donde sus pantalones caen debajo el hueso de cadera.
—¡Ah! —exhala Yuji conmocionado, en un suspiro con la cara rojo brillante—E... ¡Ese fue mi primer beso!
Toji arquea una ceja.
No esta atrapado con un niño bueno, esta atrapado con un niño bueno, y virgen, maldito cherry boy
—Sabor Clear Asahi es un buen comienzo, un beso de 108 yenes, con impuestos incluidos —Contesta Toji, girando la lata para ver la etiqueta—. Especialmente para alguien que quiere olvidar o quizás, ser olvidado.
—¿Tienes algo que quieras olvidar...?
Fushiguro se muerde la lengua, ya es demasiado tarde, siempre es demasiado tarde con este tipo de cosas. Inevitables, si así se quiere. Estúpidas. Estúpidos errores de juicio y de voluntad.
—Toji. —responde—, Mi nombre es Toji.
Yuji mete la mano en la bolsa, todavía tienen al menso dos docenas de latas de cerveza barata, toda la noche; ningún lugar al cual ir, muchos de los cuales escapar. Abre la lata con otro chasquido satisfactorio, un btzzzz que resuena bajo el sonido de Hage-san quien esta probando alguna comida deliciosa en Ginza, a ninguno de los dos le interesa eso, aun así, es mejor que el silencio.
—¿Tienes algo que quieras olvidar, Toji-san? —pregunta.
—Muchas cosas, —ella, ella, ella, la maldita familia Zen'in, su hijo, su hijo, ella, demonios, maldiciones, la gente que mato, tantas cosas que no cabrían en una sola respuesta, tantos arrepentimientos que se tejen unos sobre otros—. La vida entera.
Pero lo hacen.
—Deprimente. —Es la respuesta que le da el mocoso, tras tomar un sorbo de su cerveza barata, y encoger la nariz en un gesto que lo hace parecer un cachorro regañado.
—En ocasiones eres más directo de lo que pareces, ¿eh? Mocoso. —Establece Toji, tomando otro sorbo a su Asahi barata—. Para alguien que quiere morir.
La expresión de Yuji no vacila, se ha acostumbrado al sabor, su forma de beber deja mucho que desear, es obscena, por resumirlo en pocas palabras.
—Bueno, ser estúpido es una de mis cualidades.
Una línea de cerveza cae lentamente por la esquina de la boca de Itadori, combina con sus ojos, el tono dorado es casi el mismo que el de su cabello, y Toji puede entender finalmente porque esos hombres habían estado encantados.
—Deberías darte más crédito.
Itadori lo sabe, lo sabe también como él, como el pozo de la lujuria que se alza lentamente en sus entrañas, y que impide que sus ojos se separen de los labios rosados de Itadori Yuji.
—...Toji-san, bésame de nuevo.
Toji posa sus manos, cálidas, amplias a ambos lados de la cabeza de Itadori, podría escapar si quisiera, Toji puede escucharlo, el sonido del colibrí que late en el pecho de Itadori. Frágil. Ajeno.
—Que exigente... —murmura contra su boca abierta, llena de dientecitos blancos afilados—. Las vírgenes prontas a ser desfloradas siempre son las más salvajes.
—Pervertido. —es la única respuesta que recibe por parte de Yuji.
—Toma uno para conocer uno.
Es así, como lo golpea un sentido un sentido de estúpida finalidad, definitivamente se va a enamorar de este niño, como un imbécil. Eso no importa. Ya nada importa. Es navidad. No tiene ningún lugar al cual llamar hogar.
Eso no, es más, que otra prueba de la existencia de su mala suerte.
Fushiguro Toji, no es mas que un hombre desafortunado.
(E Itadori Yuji acaba de sucumbir junto a el en la desgracia).
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