¿Cómo lo llaman?
Ah, sí. Placer culposo.
Un gustillo en sentido contrario al guion de una persona, a la congruencia y coherencia de sus creencias y acciones públicas, al pedestal de superioridad moral en el que se monta para esgrimir opiniones o juzgar, seguro de ser prueba de rectitud y del resultado de una vida bajo las premisas que defiende. Un secreto de satisfacción que haría una mella en su apariencia, colocando en entredicho su credibilidad, permitiendo a los otros desechar sus argumentos y pisotear su orgullo.
Y eso, el remanente de un placer culposo, le escurría por el largo de los dedos con el pantalón a mitad de trasero, sentado frente al escritorio, la vista pérdida en el líquido blanquecino agarrotando sus articulaciones. La respiración pesada se arremolinaba en el aroma almizclado caldeando la habitación, y en el eco de la música a través de los audífonos de casco junto a la computadora, la pantalla titilando en la oscuridad.
Movió el índice, el medio y el anular, el meñique con un espasmo aparte, confundido, las imágenes frescas en su mente y los cristales de las gafas empañados.
La confrontación entre el honor de Shen Yuan y la transgresión en el secreto de su intimidad, no estuvo en el origen, en la escena de sexo descrita con la habilidad narrativa de una almeja muerta, donde Luo BingHe sumó una esposa a su harem desflorándola en una escena cursi a la luz de la luna, en la solitaria profundidad de una montaña, rodeados de mosquitos, contra un árbol que debió actuar cual rallador de queso en la prístina y delicada piel de la doncella, en una postura que imaginada al dedillo... ¡Sadako envidiaría la columna vertebral de la joven y su capacidad contorsionista!
No.
Más de una vez, el maldito Hermano Avión Disparado al Cielo le dio una excusa para levantar el vuelo de su propio avión, por vergonzoso que fuera aceptar el haberse autosatisfecho con semejantes escenas penosamente desarrolladas. Con el tiempo aprendió a aceptarlo, resignarse, sacar su caja de pañuelos, acercar el bote de vaselina, desabrochar el pantalón, bajar el cierre, acomodarse en la silla y recrear una versión de mayor calidad en su mente, dejando correr el momento.
Frases como: "le agarró una teta, la amasó y pellizcó" (replicadas por mero morbo en su plano pecho), que lo hacían pensar en un rudo panadero trabajando la masa, más que en un experimentado amante, llegada la ocasión fueron convertidas en escenas aceptable. Menos "bolear la masa", más "la tersa piel del seno de su esposa se estremeció en la palma de su mano, el sensible marrón endureciéndose en el ángulo entre sus dedos, forzando una inhalación entrecortada". No era Shakespeare, pero estaba seguro de que alcanzaba un nivel de decencia superior al "presionarle la teta a la esposa".
Los arreglos y la transformación, los hizo en múltiples oportunidades sin problemas, situándose en el papel del orgulloso demonio con un halo de protagonista inaudito y un dedo dorado nada científico. Tomaba el lugar de Luo BingHe, descargaba su necesidad, y volvía al teclado con la infracción barrida bajo la alfombra. Después de todo, los lectores del "Camino del Orgulloso Demonio Inmortal" no iban precisamente con la mano fuera del bolsillo del pantalón.
No. Ese no era el quid de la cuestión...
Entonces, la razón por la que era incapaz de moverse, por la cual no pescó un pañuelo y evitó el desastre en su mano... ¿cuál fue? ¿qué fue peor que masturbarse con escenas sexuales del libro que tanto criticaba? ¿había algo peor?
Alzó la vista hacia el póster pegado en la pared azul añil contra la que se posicionaba el escritorio.
Dominando el territorio delimitado para ser suyo, una propiedad inaccesible y privilegiada, Luo BingHe yacía en el papel enmarcado en acero y protegido por cristal, sentado en una arrogante postura en un trono negro, incrustado en piedras espirituales rojas. El mentón en el revés de la mano, el codo apoyado en el reposabrazos, el cabello suelto y ondulado resaltando su figura ataviada en ropas negras y rojas, la marca demoníaca en su frente, y sus ojos carmín… su mirar imponente atravesándolo con un brillo burlón y altanero.
Shen Yuan tragó saliva y se apresuró a limpiar el reguero pegajoso en su palma y dedos. La atención puesta por completo en la labor, negándose a pensar en la sensación de desnudes invadiéndolo al ser escrutado por los ojos fijos de un póster que ganó por casualidad, como uno de los primeros diez lectores en comprar el capítulo cinco mil quinientos veinte. Un póster edición limitada de cien centímetros de largo y setenta de ancho, firmado por el mismísimo (¡maldito autor!) Hermano Avión, en festejo del (¡redoble de tambores!) tomo cuarenta de "Camino del Orgulloso Demonio Inmortal".
Premio por el que no se esforzó, permaneciendo 24 horas pegado a la computadora.
¡No hay que confundir!
No deseaba ese póster y no corrió a enmarcándolo apenas lo sacó de su empaque. No. Sólo tuvo tiempo libre y dinero sobrante esas fechas, y si ya estaba en su poder, ¿acaso iba a dejarlo arrumbado por ahí?
¡Lógica! Simple lógica.
Empujó la silla al levantarse y salir al baño, los pantalones ya bien puestos.
No se miró al espejo. Rehusando ver su rostro enrojecido en el reflejo, dejando apropósito las gafas en la habitación, acusado por una sensación que le acaloraba las entrañas y le coloreaba la piel.
Se lavó las manos y se echó agua fría.
Fuera, el termómetro marcaba poco menos de quince grados.
Dentro, la temperatura sobrepasaba los treinta.
Regresó cabizbajo, casi pidiendo permiso al póster y al ardor en su cuello y mejillas.
Mantuvo la luz principal apagada, el monitor guiando sus pasos a la silla en la oscuridad difuminada por la miopía y el astigmatismo.
Se sentó, de espalda a la cama y a la puerta cerrada.
Apretó los dientes.
Tecleó rápido.
Baidu fue eficaz hallando más de dieciséis millones de resultados, desplegando una lista de enlaces cuyos títulos lo hicieron cerrar el motor de búsqueda, maldiciendo.
—¡Esto no me está pasando! —bufó iracundo, furioso con internet, sus habitantes y con él.
En su mente, una sola palabra de entre las que leyó, atrajo como la miel a una marabunta de hormigas, a cientos más, entorno a: "fantasear", "amor", "suya", "caliente"… "gay".
Pegó las palmas a la cara.
Alargó una inspiración y la contuvo.
Tras una pausa lo suficiente amplia para sospechar una repentina muerte, una carcajada burlona emergió y llenó el apartamento. De la habitación a la sala, de la sala retumbó a la cocina, y si un vecino se hubiera esforzado pegando el oído a la puerta que daba al pasillo fuera de su número, incluso ahí podría haberlo escuchado.
—Me estoy comiendo la cabeza por nada —se peinó el cabello hacia atrás, en un gesto que pretendió verse cool. Al retornar, la base de la palma chocó con el armazón de sus gafas, lanzándolas al suelo.
Inserte onomatopeya de rebote de plástico sobre la alfombra.
Maldijo de vuelta —a falta de un perro que lo orinara, ¡esto!—, agachándose para alcanzarlas a medio metro. Las examinó. Estaban sanas y salvas —noticia buena en la desgracia—. Con un gesto arrogante las acomodó en el puente de la nariz.
—A cualquiera puede pasarle y no significa nada —volvió a subrayar, apagando la computadora, huyendo del demonio.
Estiró los brazos al techo. Deshizo los nudos de su columna acostumbrada al arco antinatural delante de la computadora, pretendiendo serenidad, y apagó el sistema, caminando a tientas a la cama. Destendió la orilla de la colcha.
Hecho un bicho, mitad humano mitad espíritu errante, reptó por el costado hasta las almohadas. Se envolvió en la tela, y en un ovilló bostezó arrinconado en un pedacito de habitación.
«Mañana será otro día», se aseguró. Un día nuevo en el que no tendría que pensar en... «¡Ahhh!», pegó un grito mental, apretando el ceño, determinado a alejar sus "preocupaciones" entregándose, por la fuerza, al sueño.
Soñar...
Ahí, en ese reino, nada lo perturbaría…
Ja, ja.
Pobre ingenuo.
Los sueños son un reflejo enmarañado de nuestro inconsciente, un conato desesperado del cerebro por dar orden al embrollo de nuestro día a día, cuyo resultado suele ser un sinsentido mayor, confuso y aterrador. Aterrador, no por los monstruos y las visiones espeluznantes, sino por la honestidad bruta de algunos escenarios oníricos, como el que se balanceaba en las profundas ojeras de Shen Yuan a las siete de la mañana, la vista fija en el techo, la luz grisácea del amanecer filtrándose por las persianas entreabiertas que olvidó cerrar al retirarse a dormir, en sus prisas por ignorar pensamientos "indebidos", ofreciéndose en bandeja de plata a algo peor.
Los oídos le zumbaron, la cabeza la sintió enorme, y tras dar vueltas y vueltas, con dos horas de tortura pesadillezca encima, no tuvo energías para quejarse, rendido a una de las más horrorosas noches de su vida.
Primero, el incidente en la computadora. Luego… ¡la jodida revancha!
—¿Por qué yo? —lamentó, jalando la almohada de debajo de su cabeza, colocándola en su cara.
Ahogó un gruñido de frustración. Si se ahogaba de verdad, no tendría quejas, no después de...
La oscuridad dio la oportunidad perfecta a su mente para torturarlo un poquito más, reproduciendo una selección especial ultra delux de su tormento. Esa maravilla de la naturaleza, con problemas para recordar las dichas o retener los detalles importantes de los conocimientos impartidos en clases, resultó completamente funcional para la exposición de "Los Mejores Momentos de tu Trauma Vol. 1".
En una grabación en 8K Ultra HD, el galante y hermoso rostro de Luo BingHe dominó su escena frontal, la suavidad de una cama cubierta por la seda ceremonial y pétalos de crisantemo blanco, sosteniendo su espalda y el peso del demonio celestial.
—Abre tus piernas, A-Yuan.
La petición ronca casi desató sin intervención de las manos el cinturón de las ropas rojas, debilitando la aducción de sus piernas, abriéndolas. Brotes en primavera a la espera de la continuación del ciclo de la vida entre sus virginales pistilos
—Buen chico —el elogio proveniente de la voz que reconocía del audiodrama, a cuyo actor seguía en Weibo por mera curiosidad, lo estremeció de la punta de los cabellos cortos a la punta de sus pies descalzos.
Los dedos largos de Luo BingHe, callosos por el manejo de la espada, acariciaron sus muslos, del exterior a el interior, halando de hilos invisibles para hacerlo doblar las rodillas, alzar las caderas y emitir un gemido suave y tímido, urgiendo con una mirada de soslayo a su esposo, un: "¡deja de provocarme y tómame!".
Atrapada en la ropa roja, la segunda espada del más grande señor del Reino Demoníaco y Mortal se recargó en su erección, al erguirse en glorioso estandarte de batalla. Los dos palpitaron en sus venas ansiosos tambores de guerra, anhelando consumar el matrimo… ni…
—¡Oh! —presionó la almohada, acallando el grito de frustración que raspó fuerzas del fondo de su cansancio— ¡¿Qué mierda?! ¡Maldito Avión-juju!
Azotó los puños a los costados de la cintura, hundiéndolos en la cama, y luego convulsionó tundiendo a golpes y patadas el colchón, deteniéndose al resbalar la almohada por la derecha al suelo.
Veintiún minutos para las siete.
Al amanecer de un nuevo día, y sin haber puesto ni un pie en el suelo, se sentía agotado, ¡extenuado!, deseando permanecer ahí, rendido e inmóvil, rogando que un milagro le extirpara los recuerdos.
La alarma de su celular rompió la capa de la quietud regenerándose tras el berrinche.
Giró el rostro alargando la mano al buró.
La pesadez convirtió la sencilla y mecánica tarea en una labor titánica, una exigencia de más de lo que no tenía.
Desactivó la alarma. Regresó el aparato al tablero de oscura madera conglomerada.
En la curva trazada por sus retinas, repasando el cuarto, sus pupilas se dilataron al hacer contacto con él, con el culpable, con la mirada artificial que le cortó el aire, se le metió bajo el pijama arañándole la heterosexualidad, empujando las virutas directo a la punta de Shen Yuan Jr.
El pequeñajo, muy como ocurrió las ocasiones pasadas, ni lento ni perezoso acudió al antinatural llamado envarándose y recibiendo alegre los dedos oníricos que se enrollaron, en el lecho de sus sueños, en torno a él, de la base hacia la punta, precediendo al calor húmedo de una sedosa lengua y a la maliciosa ternura de finos labios cubriendo su cima, contrayendo sus pies y manos, extrayendo de sus ser un gemido...
—¡Basta! —profirió, y saltó fuera de la cama y de la habitación.
Sus pasos retumbaron por el departamento.
Tropezó con el liso linóleo.
Chocó el dedo gordo con el marco de la puerta del baño y liberó una retahíla de maldiciones, que habrían impactado a su madre al punto de blanquearle el cabello negro y, a su padre, el tupido bigote de escoba.
El agua cayó en el tapete antiderrape, en la tela del pijama, y en una renuente erección más firme que su voluntad.
Aquellas fueron una noche, una madrugada y una mañana infernales...
¿Por qué tenía que soñar con ellas tantos años —¡y una transmigración!— después?
«¿Qué clase de placer insano experimenta el destino al hacerme revivirlas?», se preguntó el Maestro de Cumbre Qing Jing.
El filo de los meñiques presionó el entrecejo, arrastrándolo a esa época lejana y solitaria, vergonzosa, en que su vida se resumía a cuatro paredes y su conexión a internet.
Una diminuta sonrisa humillada, oculta, trozó la apariencia serena del inmortal.
—¿Shizun?
La imagen al centro de su pena adolescente y adulta, cruzó la puerta de la habitación de la casa de bambú. Demasiado abochornado para enfrentarlo, se giró a la pared.
—¿Sí?
—¿Estas bien?
Shen QingQiu asintió, sin calcular la distancia interpuesta entre su venerable persona y la madera, celebrando una inesperada reunión de ambos elementos, con un ruido sordo, seguido de un quejido proveniente de la pena, el daño y la sorpresa.
Asustado por el escenario alejado de la digna y compuesta apariencia de su esposo y maestro, Luo BingHe dejó la charola con el desayuno en la mesa, corriendo al borde de la cama, sosteniéndolo de los hombros.
—¿Pasó algo, Shizun?
Esquivando los ojos a Luo BingHe, Shen QingQiu guardó distancia colocando una mano en el pecho del señor del Reino Demoníaco, y asintió con una fiereza que pareció responder a las instrucciones de un yogur, tipo: "agitar antes de beber".
Por el golpe, y por recién despertar, se mareó.
Sostuvo su frente, recargando el peso del hombro donde reposó la palma un segundo atrás.
—Llamaré a Mu QingFang —el intento de Luo BingHe por levantarse fue atajado por Shen QingQiu, aferrado a la manga de su túnica negra—...
¡¿Qué se supone que le diría a Mu QingFang si dejaba que Luo BingHe lo trajera?! ¿Qué no se preocupara? ¿Qué sólo acababa de soñar con los delirios primaverales de su adolescencia en otro mundo, y se golpeó la cabeza al pretender evadir el bochorno de ver al hombre responsable de sus sueños húmedos de ese entonces, el hombre que pasó de ser su no reconocido amor platónico en otro mundo, a su esposo en este?
Oh, sí. Si Mu QingFang no lo diagnosticaba víctima de locura o de una desviación de Qi, mínimo su reputación quedaría dañada para la inmortalidad.
—No hace falta —negó, la vista en las sabanas—. Este Maestro está bien, sólo adormilado.
¿Adormilado? ¡Luo BingHe tenía el corazón de una doncella, no el cerebro de un idiota para no reconocer que mentía, que se rehusaba verlo, los latidos lazándosele del pecho al estómago, rebotando en su garganta! Un chiquillo delante de su primer amor...
¡¿Quién se supone que era su primer amor?! ¿Luo BingHe? En esa época, el protagonista de la dichosa novela de semental en que estaba, era apenas un montón de pixeles para que lo considerara de esa forma. Sí acaso, el loto blanco transmutado a negro, fue lo que leyó en Baidu... ¡un sueño húmedo con su husb...!
La palabra inició en su mente y se enterró en la almohada, para no ser terminada.
¡Maldito Avión!
("Achuu~", cierto autor estornudó en un reino distinto, refugiado en los brazos de su propio suplicio ideal).
Golpeó la cama con el puño.
Pataleó.
Y se levantó en un repentino ataque de valor sosteniendo a Luo BingHe de las mejillas.
Mostró una apariencia pulcra, pese al suave arrebol nacido de dos orígenes distintos (cabeza vs pared, y vergüenza), que cualquiera habría pensado se rompería tras su arrebato completamente fuera del personaje. Un atisbo del Shen Yuan perviviendo en su interior, asomando por el resquicio de sus acciones.
—Quieto —ordenó a Luo BingHe.
El demonio celestial asintió.
Shen QingQiu frunció el ceño, amonestándolo por el movimiento contrario a lo solicitado, y Luo BingHe se paralizó.
Uno.
Dos.
Tres.
¡No tenía ni idea de qué estaba haciendo para disimular el caótico estado de su mente!
Por dentro soltó un largo suspiro, tan cansado como lo estuvo esa madrugada de hace mucho, y recompuso su imagen externa, indicándole a Luo BingHe que lo acompañara en la cama. Su esposo se quitó las botas, comprimiendo dudas y la preocupación por la estabilidad de su Shizun.
—¿Suced...?
La pregunta, sentado en la cama, fue acallada por el maestro recostándose en las piernas del alumno.
—Este maestro aún está dormido y no sabe qué hace. Quédate aquí a hacerme compañía hasta que despierte —la oración fue una mezcla de excusa, indicación y vaga explicación.
La mirada de Luo BingHe permaneció en los hombros de su maestro y se aligeró. Shen QingQiu era así. No decía las cosas de forma directa, tenía sus secretos, y estaba bien. Aquello que decía no siempre era con palabras. La elocuencia de la honestidad impresa en la tensión y distensión de sus músculos, en las diminutas variables, claras para quien tuvo que aprender a decodificar su silencioso lenguaje corporal a fin de eludir malos entendidos; le era suficiente.
Luo BingHe lo descifra y lo acepta.
Shen QingQiu lo observa por el rabillo del ojo, de soslayo, y su felicidad le aprieta el pecho.
Quizás Shang QingHua tuvo razón en lo que dijo de manera indirecta... y certera.
Sin importar el dedo dorado y el halo de protagonista carente de lógica, nunca criticó a Luo BingHe. Señaló hasta la muerte —literal— las fallas del autor, de la historia, del mundo y los personajes secundarios… jamás al protagonista.
Avión Disparado al Cielo lo dijo, y él lo ignoró para no admitir la simple y compleja verdad.
No criticó a Luo BingHe porque fuera su personaje favorito de "Camino del Orgulloso Demonio Inmortal" y, aunque le doliera admitirlo, lo "otro" no se trató de un placer culposo de una noche de hormonas alborotadas. Luo BingHe fue su, previo a transmigrar, lo que en los foros de internet las chicas llamaban... "Husbando".
Si alguna vez se quejó de los personajes que tardaban en darse cuenta de sus propios sentimientos (ya no hablemos de los ajenos), aludiendo a fantasiosas y exageradas irracionalidades de los autores, se disculpaba. A él, a Shen Yuan/Shen QingQiu, le había tomado dos vidas entender su afán por alabar y admirar la belleza del protagonista (cuando podía, y cuando no, igual), y su resolución entorno a no dedicarle ni una duda.
Le costó dos vidas y dos muertes dar nombre a sus sentimientos a Luo BingHe, su placer culposo, su husbando en un universo lejano, y su esposo en el universo presente. Su amor.
Y sí, como también señaló oportunamente Shang QingHua, resultó que muy heterosexual tampoco fue y desde mucho antes de lo imaginado.
NOTAS
Se supone que esto iba a ser un drabble, una cosita cortita y X de Shen Yuan teniendo (sin querer-queriendo) una fantasía caliente con el BingGe de la novela... y luego escribí 7 páginas, con las cuales me estuve peleando por dos semanas (#PerfeccionistaDeAMadres), hasta que mandé al carajo todo y aquí lo tienen.
Ruego a Dianxia que el resultado no fuera tan malo (¿lo fue o no tanto?). Ustedes disculpen.
En otras plataformas este one shot pueden encontrarlo en una colección de drabbles y one shot llamada #SistemaBugeado.
