La muerte lo perseguía a donde fuera, lo había empezado a seguir desde que tenía memoria, llevándose a sus padres cuando aún era muy joven como para recordarlo con detalles. Tampoco es como si el pasado le importara demasiado después de haber aprendido a enfocarse en el presente, algo que tuvo que aprender a la fuerza. A pesar del constante peligro, tenía una habilidad extraña para salir prácticamente ileso de cualquier conflicto que se presentara, pero quienes le rodeaban no tenían la misma suerte.
Principalmente el maldito que se había encargado de arruinarle la vida otra vez.
Mentir era algo que sabía hacer muy bien, no solo con palabras sino también con gestos, y de eso se había valido para engañar a una oficina entera y llegar hasta la persona a la que buscaba. Era un hombre de edad, obeso y reía de forma desagradable. De verlo simplemente se le había revuelto el estómago y la rabia se había apoderado de él, no podía creer que por su culpa su jefe, su mejor amigo, hubiera muerto. Con sus ridículos monigotes que aparentaban ser guardaespaldas a un lado, el infame tipo se creyó seguro, y aun creyendo en su mentira, le dio sin preocuparse un cuchillo con el que esperaba que se cortara el dedo, como una muestra de su lealtad a una nueva familia. Antes que pudiera levantarse de su sillón, sus guardaespaldas habían caído muertos por unos cortes directos al cuello, y mientras se desangraban en el suelo, Ryuji se ocupó del culpable de quitarle lo que más quería.
Mientras le clavaba la afilada navaja en su voluminoso estómago, recordaba aquel fatídico día a la perfección, desde que Sorimachi le pidió que lo acompañara a Osaka tuvo un mal presentimiento. El día del viaje había estado inquieto, alterándose por todo, insistiéndole casi en un ruego a que se quedaran. Sorimachi solo había sonreído mientras se encogía de hombros asegurándole que todo estaría bien. Giró el cuchillo para que el tipo sufriera aún más, la sangre que le llenaba la boca lo ahogaba impidiéndole hablar. Al jalar del cuchillo para sacarlo ensució su ropa con la sangre que brotó de la herida, y como no iba a calmarse con simplemente matarlo a cuchilladas, le dio un par de certeros puñetazos directo a la boca, tal y como él había hecho que sus hombres le borraran la sonrisa siempre presente en Sorimachi a golpes.
La muerte una vez más le había acompañado, y esta vez estaba agradecido por ello. También porque no se hubiera quedado con él aquel día, del cual lo último que recordaba era a su jefe débil, con el rostro cubierto de sangre y una pistola apuntando a su cabeza, murmurándole que todo estaría bien. Todo se había vuelto negro después de eso, y al día siguiente el canto de los pájaros lo había despertado, estaba en un basurero, tal vez lo habían dado por muerto. Débil como se encontraba, adolorido por todos los golpes, halló la forma de llegar hasta la oficina en el centro de Tokio. Tal vez el guardia del tren en la estación de Osaka lo había dejado subir por la mala cara que tenía, si estando limpia daba miedo, con sangre y moretones seguro era peor.
En el par de días que le había tomado elaborar su venganza, se había enterado que la razón por la cual estaba completamente solo en la oficina era porque sus otros hermanos estaban muertos. Sin ellos y sin Sorimachi, ya no tenía nada que perder.
Una vez que cumplió con su plan, y aunque sabía que tarde o temprano la familia del obeso jefe lo iría a buscar, estuvo en paz con él mismo.
— E-Eso duele Ryuji.
Pero estar en paz con uno mismo no significaba estar solo.
— Lo siento aniki.
Sorimachi cerró los ojos e intentó no quejarse nuevamente, aunque el antiséptico sobre la herida abierta en su pecho ardiera demasiado. Algunas de las heridas de su cuerpo, principalmente las de su rostro, ya habían sanado, pero otras no se veían muy bien y Ryuji había insistido en atenderlas. Ni siquiera le había permitido contarle como había hecho para volver a Tokio, a casa, pues según él se agotaría de hacer el esfuerzo de hablar. Prácticamente una semana le había tomado volver, una atroz semana en la que se la había pasado pensando en que no volvería a verlo nunca, ya que los sujetos de aquella banda le habían asegurado que estaba muerto. Bajó la cabeza y apretó con fuerza los labios e intentó respirar profundamente, ambos habían sido engañados de la misma forma y todo por su culpa, todo por ser tan crédulo.
— Es como si hubieran intentado borrarte el tatuaje, ¿qué tontería, no? —dijo Ryuji una vez que todos los cortes en su pecho estuvieron atendidos, algunos cubiertos por algo de gasa y cinta—. Vas a verte increíblemente malo con tantas cicatrices, seguro y asustas a todos con quienes juegues a-
— ¡Todo esto fue mi culpa! —Sorimachi levantó la cabeza para verlo, las lágrimas desbordando sus ojos— ¡Lamento tanto no haberte escuchado, por favor Ryuji, perdóname!
Lo miró sorprendido y se quedó sin habla, solamente lo rodeó con sus brazos en cuanto Sorimachi se inclinó sobre él mientras lloraba desconsoladamente. Podía sentir la pena que lo agobiaba, el peso de la culpa que cargaba. No podía recriminarle su llanto, pues sabía que se sentía terrible no solo por no haberlo escuchado, sino por las muertes que había causado por su mala decisión. Todos en la organización habían muerto excepto ellos dos, parecía una suerte de lección perversa, que no entendía del todo por qué le habían dado. Sabía que Sorimachi quería explicarle un poco las cosas, pero aún no se lo permitiría, menos en tal estado.
— Tranquilo aniki —murmuró mientras frotaba su espalda levemente, no sabía bien que podría decirle para animarlo, no era muy bueno con las palabras, mucho menos para consolar a alguien.
Era ridículo que llorara de esa forma, incluso frente a Ryuji. Otra vez el muchacho parecía el jefe y él un simple kobun que no paraba de equivocarse, en situaciones como esa era en las que podía darse cuenta que simplemente no estaba hecho para cargar con la responsabilidad que traía consigo ser la autoridad de un grupo, un grupo que por su culpa había sido reducido a cenizas. Se apartó ligeramente de Ryuji y detuvo el ademán del muchacho para secar las lágrimas de su rostro, no quería seguir sintiéndose un inútil aunque tal galantería le agradara.
— N-No he hecho más que equivocarme desde el principio —con el dorso de su mano se frotó los ojos con cuidado, respirando profundamente para calmarse.
— ¿Qué?
Sorimachi sonrió a medias. Siempre le divertía la forma en la que Ryuji parecía sorprenderse por algunas de las cosas que le decía.
— Es que nunca debí haberme dedicado a esto, p-por lo menos eso es lo que me dijeron esos sujetos…
— No me jodas aniki, no tiene caso arrepentirse de lo que pasó.
— Pero hubo gente que confió en mí, se suponía que debía… —su sonrisa se desvaneció y tomó aire, como si quisiera evitar llorar de nuevo, luego continuó—, hay sangre en mis manos… ¿e-entiendes? ¡Es mi culpa, es mi culpa, condené a tanta gente a la muerte! ¡Incluso a…!
Ryuji le cubrió la boca con la mano para que no dijera más, mientras lo miraba seriamente. Podría culparse todo lo que quisiera pero eso no bastaría nunca para recuperar lo que había perdido por tras de su equivocación, de su falta de desconfianza que muchas veces en el pasado le hubieran recriminado. Cuando estuvo seguro en que Sorimachi no seguiría lamentándose lo sucedido en voz alta apartó su mano y se acercó más a él para besarlo. Seguramente sus sentimientos eran muy egoístas, pues las bajas no le importaban demasiado ahora que Sorimachi estaba con él. Nada haría de menos el hecho de que estuviera vivo, no después de haber estado sumido en un luto que seguramente lo llevaría directo a un abismo demencial. Justo cuando iba a darse por vencido, Sorimachi apareció en su vida para rescatarlo de sí mismo, tal y como lo había hecho antes.
