Gin atornilló una rosca y salió de debajo del elevador donde se encontraba su preciado Porsche.

Se limpió las manos de aceite y grasa bajo el grifo que tenía en el garaje y se secó las manos con la bayeta antes de acercarse a la pequeña nevera que tenía ahí y sacar un botellín de cerveza bien frío. Le dio un par de sorbos mientras observaba el pequeño garaje de su alrededor y se apartaba un mechón de la cara. Su vida había cambiado tanto en once años…

Lo había perdido todo después de caer junto a todos los miembros de la organización y tener que entrar en prisión, donde le pedían cincuenta años. La cárcel no le había cambiado cómo todo el mundo esperaba. Había vivido toda la vida junto al grupo Karasuma y aún rodeado de esa cantidad de barrotes, nadie allí adentro había sido capaz ni de mirarle. Fueron años aburridos en los que solo leía y hacía flexiones para calmar la rabia que siempre sentía. No iba a engañar a nadie y decir que se arrepentía de todos sus actos, porqué no lo hacía. Y estar encerrado, por más años que fuesen, no iba a provocarle ningún sentimiento que no hubiese sentido anteriormente. Así que, con una buena conducta y una falta de pruebas en todos los casos que se le acusaban, hicieron que saliera de esa pequeña celda solo seis años después.

Había sido demasiado bueno eliminado pruebas en todos sus crímenes y con un buen abogado, la policía no pudo hacer mucho más. Debían recordar que había sido entrenado desde que tenía uso de razón y habían sentimientos y emociones que nunca había rozado.

Siempre había aceptado su estilo de vida, no conocía tampoco otra manera de vivir o ganarse la vida, así que, consideraba ser asesino a sueldo cómo si se tratara de otro oficio más, el trabajo que mejor se le daba y en el que te recompensaban muy bien económicamente. Pero también era uno en el que los errores no estaban permitidos.

Se acercó otra vez al grifo cuando dejó el botellín vacío sobre una mesa de trabajo y se llenó las palmas de las manos para lavarse la cara antes de mirarse en el reflejo del espejo que había justo encima. Su físico sí que había cambiado algo, aunque su mirada era la misma, su pelo era algo más corto y sus pómulos un poco más marcados. Se hizo una coleta y se puso una camiseta antes de salir del garaje para entrar en la casa.

Nunca se hubiese imaginado acabar viviendo de esa manera, reparando coches clásicos para luego venderlos a un buen precio. El Gin de hacía unos años, se hubiese reído de él a la vez que también le diría que había perdido la cabeza.

Pero, ni era la misma persona, ni su nombre era Gin en la actualidad. Había dejado de utilizar ese nombre desde el momento en que había cumplido condena. Por no añadir también que cierto detective, causante de su entrada en la cárcel, se había encargado de seguir cada paso que daba desde que había salido de ahí. Pero él nunca le había dado ningún indicio que le indicase que había vuelto a su antigua vida y el joven tuvo que parar su juego poco después.

Habría sido una opción fácil volver a empuñar esa beretta. Mentiría si dijese que no lo había pensado, pero llevaba demasiados años sin disparar ninguna pistola. La tenía guardada, acumulando polvo en la profundidad de su mesita de noche, recordándole que con la vida que había pasado, nunca podía permitirse bajar la guardia del todo.

Sabía también que ya no sería tan eficaz. Ciertas cosas no habían cambiado, sin embargo, era inevitable que esa mirada fría e incómoda no hubiese desaparecido, al igual que la gran capacidad de observación, que asumía que se llevaría a la tumba.

Pero habían pasado once años, y ahora tenía treinta y ocho y una parte de él se había cansado de vivir de esa manera. Los excesos, lujos y el dinero...ya no le interesaban ni llenaban de la misma manera. No necesitaba vivir bañándose en oro para sentirse a gusto o estar bien y había podido encontrar la manera de vivir tranquilo y seguir adelante siendo su propio jefe. Después de todo, los clásicos siempre le habían apasionado y había descubierto que podía sacar suficiente dinero viviendo de su hobby.

Ahora era Jin, Jin Kurosawa.

Un nombre que aún sonaba raro en sus oídos cuando lo escuchaba en voz alta. Durante esos cinco años de nueva libertad, había tenido que aprender a vivir de nuevo.

Subió las escaleras observando cada detalle de su propia casa, recordando cómo había acabado llegado hasta ahí.

Cierta pelirroja había influido en todo eso, era innegable.

Recordaba la primera vez que se la encontró tras ese teléfono en un vis a vis en prisión. Nunca hubiera imaginado encontrarla ahí, visitándole.

La conocía mejor que nadie, pero cuando menos esperabas, actuaba de manera imprevisible. Por eso acabó escapando.

Por eso escapó de él.

Se quedó parado unos segundos frente al cristal que les separaba, mirándola antes de ceder a sentarse frente a ella, con las manos aún esposadas. Ella estaba en silencio, mirándole fijamente sin vacilar, pero sin decir palabra, entonces él cogió el auricular esperando que ella hiciese lo mismo.

Pero ella seguía mirándole, con las manos bajo la mesa, que imaginaba que temblaban de los nervios.

En esos cuatro años que llevaba encerrado, solo había recibido visitas de la policía y su abogado. Nunca había tenido a nadie a parte de Vodka y la organización. Y Vodka había muerto en aquel desastroso desenlace.

Sherry apenas había cambiado esos cuatro años. Su rostro había madurado convirtiéndola en la mujer atractiva que siempre imaginaba que sería. Era casi una réplica de su madre.

La pelirroja se atrevió a coger el teléfono, controlando el temblor de su mano. Pero, aunque había abierto la boca para hablar, solo podía escuchar su respiración.

"Esto sí que es una visita inesperada, Shiho…" Empezó a hablar él a la falta de sus palabras, haciendo que sus ojos se abrieran ante la sorpresa. "…supongo que nuestros alias ya no sirven para nada."

"Te odio." Soltó ella queriendo tomar el control de la conversación.

"Lo sé."

"No te voy a perdonar nunca." Continuó hablando clavando su mirada en sus ojos verdes, controlando sus emociones de la mejor manera que podía. "Mataste a mi hermana, Gin."

"¿Tu amigo te ha pedido que vengas a sonsacarme información?" Preguntó, ciertamente incomodo de mantener esa conversación con ella.

"Esto no tiene nada que ver con él." Dijo rápidamente.

"Entonces...¿no sabe que has venido?" Intuyó con facilidad al ver su cambio de expresión.

Ella se sorprendió, pero cambió su rostro rápidamente para volver a mirarle con rabia.

"¿Para qué has venido?" Preguntó el rubio sin vacilar. Ya era consciente de lo mucho que le odiaba, no creía que sus reproches fueran la causa de su visita.

Shiho bajó la mirada mirando sus manos para que no viese la tristeza de su mirada. "¿Por qué lo hiciste?"

"Sabes que seguía órdenes." Suspiró.

"No me refiero a eso." Negó con la cabeza apretando los puños. "¿Por qué… ¿Por qué lo mandaste todo a la mierda?" Entrecerró los ojos. "joder, ¿Por qué lo hiciste?"

Gin se sorprendió por segunda vez y cientos de flashes de su relación pasada, aparecieron por su cabeza.

Y por primera vez en mucho tiempo, no supo que decir.

"No te lo voy a perdonar nunca." Continuó hablando, apretando los dientes y clavándose las uñas de apretar los puños. "Fui una ilusa contigo, yo pensaba…" Negó con la cabeza a la vez que resoplaba. "…Fui una completa estúpida."

El rubio la estudió detenidamente. Tratándose de cualquier otra persona o situación, le hubiese importado lo más mínimo. Pero se trataba de ella, y por más que intentaba negarlo, siempre había sido su punto débil. Era una de las razones por las que él se encontraba ahí.

"Sabes que no tenía opción." Le dijo más suave de lo que esperaba. "La única opción válida ahí dentro, era acatar órdenes. Lo sabes mejor que nadie."

"¡Siempre hay una opción, joder!" Alzó la voz, provocando que un par de guardias se volteasen a mirarles de que todo estuviese en orden.

"¡Me ordenaron matarte!" Contestó él con el mismo tono. "¿Es que no lo entiendes? Fue la única manera de salvarte la vida, me jugué el pellejo por ti."

"¡Y una mierda! Prefería haber muerto." Escupió sin poder aliviar su rabia.

"¡Pero yo no quería matarte!" Contestó esperando que dejase de chillar, sorprendiéndose tanto él, como ella.

Abrió la puerta de la primera planta y se descalzó antes de cruzar el pasillo.

Ella no volvió a visitarle, pero para la mala suerte de la pelirroja, no tardaron en volver a encontrarse al poco de salir de ese agujero. Shiho lo había evitado a toda costa, pero el rubio volvió a entrar en su círculo cercano sin apenas darse cuenta. Y cuándo se percató de ello, ya se encontraban intercambiando bromas en su apartamento mientras bebían café.

Gin se propuso volver a romper su armadura, y esta vez, fue mucho más complicado que la primera. Todo el mundo estaba en contra, pero después de insistir durante casi tres años sin rendirse, pudo adornar su dedo anular con un bonito y sencillo anillo, a la vez que cambiaba su apellido por el suyo.

No era una persona que dejase lugar al arrepentimiento, pero él mismo no se perdonaba todo el dolor que le había causado. ¿Cómo iba a pedirle a ella que lo hiciese?

La había intentado matar una infinidad de veces y le había quitado todo al matar a su hermana. No se la merecía, nunca lo había hecho, ni antes ni ahora.

Pero no podía olvidarlo.

Su oído fino empezó a escuchar unos pasos que se acercaban a él por la espalda y se giró reconociendo ese delicado sonido.

"¡Papá!" Le saludó su hijo, manteniendo el equilibrio en sus pasos como podía, acabando en sus brazos abiertos.

Era de los mejores sonidos que había escuchado nunca. Para él, era inimaginable que alguien le llamase de esa manera. Siempre se había preocupado por su propio bienestar y ahora, únicamente podía pensar en la sangre de su sangre y en la persona que le dio la vida.

Esas nuevas emociones le habían ablandado por una parte, no había podido hacer nada para evitarlo. Todo era nuevo para él.

Si alguien podía cambiarle, había sido Shiho. Le había dado todo lo que nunca se hubiese imaginado tener. Una familia y el cariño que nunca había conocido.

No echaba de menos su vida anterior, pero deseaba que ciertas cosas hubiesen ido de otra manera.

Cogió a su hijo y lo cargó antes de continuar caminando hasta llegar a la última habitación del pasillo y acabar de abrir la puerta entreabierta.

"¿Ya has acabado?" Le preguntó una suave voz al final de la sala.

No tardó en encontrarla, estaba estirada en un lado del sofá, acariciando su vientre abultado mientras sostenía un libro abierto. Sonrió al chocar sus ojos con los suyos y se acercó para darle un corto beso en los labios antes de sentarse a su lado.

"Hay un fallo en el motor que no acabo de encontrar, pero no tardaré en hacerlo." Explicó dejando al pequeño rubio al suelo junto a su pila de juguetes. "¿Vosotras como estáis?" Preguntó suavemente acariciando su vientre, sin ser capaz de mirarle directamente a la cara.

"Estamos bien." Contestó dejando el libro a un lado para poner su mano sobre la suya.

En esos momentos, se sentía fuertemente avergonzado.

Nunca había entendido la conexión tan fuerte que tenían las hermanas Miyano, él mismo nunca había tenido hermanos ni a nadie a quien querer. Ella le había enseñado todo eso. Y la peor de las sensaciones, florecía cada vez que veía a su hijo acercarse para acariciar el vientre de su madre con ese amor en los ojos.

Él había sido quien les había robado el derecho a sus propios hijos de conocer a su única tía.

Hiciese lo que hiciese, nunca se merecería tener esa familia, ni el perdón de la pelirroja.

"¿Por qué me miras así?" Pregunto ella arrugando las cejas un poco preocupada, apoyando su otra mano en su mejilla.

Nunca se había atrevido a preguntárselo, pero no tenía que hacerlo para saber que en la vida podía perdonarle algo así. Eso no.

Jin bajó la mirada a sus labios y la besó más apasionadamente.

"¿A qué viene ese beso?" Pregunto la pelirroja sonriendo al separarse.

"Te quiero, Shiho." Dijo seriamente.

Ella sonrió más a la vez que se sonrojaba ligeramente, apartando su pelo rubio tras su oreja. No entendía el efecto que tenía sobre ella o cómo sus ojos verdes podían seguir encandilándola de esa manera. Pero lo hacía y era feliz con él.

Luego estaba esa mirada, que hablaba aún sin que él dijese palabra. Pero sabía exactamente el mensaje que quería transmitirle.

"Te quiero, Jin." Le contestó apoyando su frente en la suya, acariciando sus mejillas con ambas manos mientras él cerraba los ojos bajo su tacto. Intentándole transmitir toda la calidez que podía, haciéndole saber que ellos estaban bien.

Que el pasado no podía borrarse, pero el futuro les prometía todo aquello que nunca hubiesen imaginado. Sus vidas no eran perfectas y estaban lejos de serlo, pero estaban juntos y eso era todo lo que les importaba.