¡Hola! Publicaré aquí dos one shots escritos hace muchos años para una colección. Están relacionados entre sí.

Digimon no me pertenece y escribo esta historia sin fines de lucro.


Cerebro digital


Su oficina estaba desordenada, y ese adjetivo solo no terminaba de describir la situación. Las cuatro computadoras junto al ventanal estaban prendidas, cada una corriendo un programa distinto. La pantalla gigante liberaba estática, indicando que había quedado encendida luego de una conferencia. El ventilador estaba prendido, orientado a los enchufes, y la calefacción también, justificada debido a la ola invernal que, de manera extraña, había afectado a esa región del digimundo.

El dispenser de agua estaba vacío, lo cual significaba que, o algún extraño había entrado al despacho, o quien lo terminó no había hecho a tiempo de cambiar el bidón, algo que no recordaba hubiera sucedido antes. Su propia computadora estaba prendida, a pesar de que él no la había tocado. Sin embargo, nadie la usaba más que para apoyar y atesorar papeles llenos de símbolos digitales: la mayoría recién impresos, o eso indicaba su impresora, que no dejaba de funcionar tirando más y más hojas al escritorio y al piso.

Y en el escritorio de Koushirou… tres cafés sin terminar, fríos. Eso indicaba peligro.

―¿Sucedió algo…? ―preguntó, finalmente. Intentó arrimarse a Koushirou, pero echó al suelo una pila de libros que alguien, descuidadamente, había atesorado en el camino.

Y Koushirou, por supuesto, no le contestó. Sentado en su silla con rueditas, esa que él sabía había sido una mala idea comprarle, se deslizaba de un lado a otro, frente a las computadoras del ventanal, escribiendo algo en una, dando enter a programas en otra o verificando algunos datos.

Shuu suspiró, acostumbrado al mutismo nervioso de Koushirou. Se acercó hasta el perchero para colgar sus ropas ―esas que debía ponerse frente a su computadora, en su casa calurosa, para justificar los pocos pasos que debía caminar hasta entrar al edificio de su trabajo―, pero no se tranquilizó ni bajó la guardia: Koushirou nunca perdía los nervios ni se comportaba en forma maleducada. Nunca, salvo que algo terrible estuviera sucediendo, o a punto de suceder. Shuu ya sabía que, en un caso así, simplemente debía ponerse a disposición, entrar a la acción sin entorpecerlo.

―¿Qué necesitas? ―preguntó, luego de haber cambiado el bidón de agua y organizado los papeles que el ventilador echaba en todas direcciones.

―Aún no lo sé… ¿puedes agregarle hojas a tu impresora? ―indicó el aparato, que acababa de quedarse en silencio.

Cualquier otro superior se hubiera ofendido con Koushirou por hacerlo trabajar de cadete, pero él sabía muy bien quien era el genio digital, y también lo conocía y entendía sus maneras. Por ende, sin protestar, hizo lo que le pidió: agregó hojas en la impresora, y mientras esta se reiniciaba, se tomó un momento para observar las ya impresas.

Hacía tiempo que había aprendido a leer lenguaje digital casi tan bien como su lengua madre, pero aún se sorprendía cada vez que observaba esos símbolos con apariencia de runas. Porque él, antropólogo de profesión, notaba como cada uno de ellos había sido arrancado a alguna civilización en la tierra; es decir que no habían sido creados artificialmente. Descubrir quien había sido el cerebro, antiquísimo, detrás de la invención de ese sistema, que también funcionaba como lenguaje, era un gran sueño suyo, uno que dudaba cumplir alguna vez.

―¿Es por las excavaciones de los países? ¿Las mismas que están generando este desequilibrio, esta ola de frío?―preguntó. Koushirou asintió.

―Se están perdiendo datos, están volando… volando como si fueran mariposas, ¡pero no mariposas digitales! ―exclamó, refiriéndose a los datos que cuidaban el digimundo, y que tan seguido veían volar o posarse sobre alguna flor―. Es como si… como si quemaras papel en un ambiente con viento: la hoja, al deshacerse, se separa en pequeños pedazos que vuelan, prendidos fuego, pero que si agarras a tiempo, aún puedes recuperar… ¿se entiende?

Koushirou siempre se hacía entender. Eso era imposible de negar.

―¿Qué es lo que estás queriendo decir, con esta metáfora…? ¿Acaso podemos recuperar esos datos antes de que se quemen? ―se acercó una silla, no giratoria, y se sentó cerca de él, cuidando de dejarle suficiente espacio para que se moviera a sus anchas entre los programas que estaba manejando.

―Tengo tres computadoras trabajando en ello, tratando de captar los datos antes de que desaparezcan para siempre.

―¿… Y estas impresiones? ¿Acaso son esos mismos datos? ―Koushirou, de nuevo, asintió. Pero esta vez le tembló el labio inferior, y Shuu lo notó―. ¿Qué sucede? ―Pero como su colega laboral no contestó su pregunta, debió sacar sus propias conclusiones―. Estoy pensando que… aún no sabemos cómo sacar los datos de una hoja de papel… podemos usarlo como lenguaje, podemos leerlo y entenderlo, pero no sabemos cómo utilizarlo como sistema, como programas, si están impresos en un papel… ¿es eso lo que te preocupa?

Esta vez, Koushirou giró a verlo, dedicándole toda su atención. Y luego de un breve silencio, admitió:

―Sí ―con seriedad.

―¡No lo puedo creer! ¿Qué esperaba encontrar Naciones Unidas en el digimundo? ¿Zafiros? ―protestó. No era usual que él, Shuu el risueño y simpático, perdiera los estribos en su trabajo. Pero, al igual que Koushirou, ese día su comportamiento estaba justificado.

―Voy a hablar con Taichi, él tiene que parar todo esto. No me interesa cómo, pero no podemos arriesgarnos a perder esos datos para siempre.

―Espera ―Shuu lo detuvo de la camisa, arrugada. La misma que vestía el día anterior―. ¿Qué prefieres que haga? Puedo monitorear los datos o puedo buscar nuestra investigación sobre el lenguaje digital. No dejo de pensar que se nos salteó algo, algo vital que puede explicarnos cómo extraer el lenguaje y convertirlo en sistema.

―¿Qué te sientes más cómodo haciendo? ―contra preguntó Koushirou. Su primera reacción fue molestarse por esa ligera pérdida de tiempo, pero desechó sus pensamientos rápidamente.

―… Los datos, los datos ―dijo, luego de una breve pausa―. Monitorearé los datos. Tú encárgate del lenguaje.

Koushirou iba a repreguntar, ¿seguro?, pero una mirada entre los dos le indicó que Shuu estaba convencido de lo que hacía.

Y sí que lo estaba: jamás dudaría, ni por un segundo, en negarle sus propias investigaciones a Koushirou, porque sabía que él era el verdadero cerebro digital.