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Las cicatrices que compartimos
Aquel día de verano las fantásticas e inesperadas aventuras de los ocho niños elegidos estaban por terminar. Tras que el mal fuera erradicado del mundo digital no había otro sendero más que tomar que el de regreso a casa. El cansancio y la añoranza no permitieron que no fueran obvias las disyuntivas por las que batallaban sus corazones.
Cada uno de ellos debía de decir adiós a algo que habían terminado atesorando, con sentimientos jóvenes y de profunda amistad.
Despedirse de los Digimon estaba siendo un camino duro para todos. Desde Taichi llorando a escondidas a causa de la armónica de Yamato, hasta una Hikari que aceptaba la despedida como una promesa de reencuentro en el futuro. Porque en todo túnel, debe de existir una luz.
No podían poner en un pedestal cual fue la despedida más triste. La más dolorosa, la que provocó lágrimas de más. Todas y cada una de ellas eran preciosas y épicas en su forma. El destino los separaba.
Uno a uno, fueron subiendo al tren. Tan concentrados en sus despedidas, los niños solo alcanzaron a levantar sus brazos para despedirse mientras las lágrimas surcaban el mar de sus mejillas.
En otro momento, quizás cuando considerasen que la oscuridad podría estar oculta tras uno de los arbustos, podrían haber estado más perceptibles a lo que iba a acontecer. Ninguno de ellos, jamás en la vida, se les habría ocurrido que algo tan inesperado como cruel llegara a acontecer.
Eran ochos niños los que rezaba la leyenda. Fueron siete los que regresaron al mundo humano.
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—El mundo digital es realmente inmenso.
Taichi y Daisuke eran conscientes de que no necesitaban esas palabras para confirmar esa verdad. Ni tampoco el hecho de por qué estaban buscando en ese terreno. Para Daisuke era un lugar desconocido y nuevo, una de las más islas que habían ido descubriendo en su nuevo periplo. Para Hikari y Taichi, no. Sólo pensar en aquel tiempo les creaba un nudo en el pecho.
Podían pasar los años y la espina guardada de aquel día continuaba torturando su memoria, su esperanza y su corazón. Jamás olvidarían los gritos. Los deseos de volver que no se cumplieron. La sangre derramada por unos puños infantiles golpeando el suelo por la frustrada impotencia.
Daisuke Motomiya era uno de los nuevos niños elegidos junto a Hikari. La nueva generación había despertado una esperanza a la que los mayores y Hikari se aferraron. desgraciadamente, eran tantas las desconexiones sin resultados que la esperanza empezaba a mitigarse.
Encontrar la entrada adecuada en la isla file fue una odisea que les puso el corazón en vilo cuando descubrieron de lo que eran capaces la nueva generación. Hikari, quien ya les había contado la historia del pasado a sus nuevos compañeros, acudió a Taichi enseguida que tuvo conocimiento y ambos, alertaron al resto de mayores. Sin embargo, las nuevas represalias negativas que sumían el mundo digital en el caos y la oscuridad, ocupaban gran parte del tiempo de los jóvenes y les obligaba a dividirse en pequeños grupos.
En este caso, Taichi, Hikari y Daisuke con sus respectivos Digimon.
—Escuchad, chicos. Igual esto os parece una idiotez, pero, ¿y si buscamos pistas en ese lugar?
Ambos hermanos se volvieron para seguir la señal de Daisuke. Se habían subido a uno de los riscos más altos con la idea de tener otra vista diferente de la isla. Taichi recordaba bien aquellos momentos en que subirse a los árboles y mirar por su telescopio de mano apenas ayudaba a encontrar un camino de regreso a casa o a las fauces del enemigo.
Hikari y él agudizaron la vista para seguir su indicación.
Podían ver diferentes partes pequeñas de ese lado de la isla. Reconocían la parte del volcán, la playa y la más frondosa que cubría parte de un rio que no tenía salida y desembocaba en un lago. Justo en las cercanías se cernía un castillo de impresionantes torres con pronunciadas cascadas.
Ambos se miraron.
—Eso no estaba antes. No de esa forma, al menos —sopesó Taichi. Se le hacía conocido de alguna forma, de haberlo visto en otra parte de la isla. Era como el típico cosquilleo que te proporciona una palabra que no logras recordar. Un vago recuerdo—. Vamos.
Los otros dos asintieron y en silencio, comenzaron su descenso.
El castillo se cernió sobre ellos a media tarde. Aunque el horario era diferente al mundo humano, el cansancio era igual de real. Estaba rodeado por diversos y pequeños pantanos de los que asomaban caras que ya conocían. Pequeños Gekomon y Otamamon que intentaban ocultarse con el follaje y la suciedad.
—¿Estos Digimon no vivían en otra zona antes? —cuestionó Taichi a medida que avanzaban por el puente central hacia el castillo—. Juraría que tengo un recuerdo de ellos que no termino de recordar.
—¿En serio? —inquirió Daisuke inclinándose para observar a uno de ellos—. Puede que estén por todas partes. Como los Numemon. Levantas una piedra sucia y ahí hay uno de ellos.
—Que se lo pregunten a Mimi —recordó Taichi.
Se detuvo, pensativo.
—Espera. Ahora que he nombrado a Mimi, eso hace que mis recuerdos estén más activos, pero más dispersos de alguna forma. ¿Qué será lo que se me olvida?
—¿Comer? —preguntó Agumon.
—No —protestó incrédulo—. Mejor continuemos.
Hikari se había detenido para observar a uno de los Otamamon. Temblaba y parecía que sus ojos estaban cerca del llanto. Sin embargo, cuando alargó su mano en busca de ofrecer su ayuda, el Digimon emitió un siseo y se alejó raudo.
—Parecen asustados…
—Sí —señaló Gatomon. Mucho más astuta que los otros dos Digimon, perfiló el panorama con cautela.
Se detuvieron frente a las enormes puertas de metal. Grandes argollas adornaban por encima de su cabeza.
—¿Tendremos que llamar? —preguntó Daisuke levantando el puño.
Antes de que lo hiciera, la puerta crujió. Del interior llegó aroma a madera húmeda y vieja mezclado con el olor dulce y atrayente de comida. Los tres se quedaron intrigados con la forma en que se abrían las puertas, pero mucho más por la persona que apareció tras ellas.
Persona no sería la palabra exacta en sí. ¿Un Digimon humanoide? No sería el primero que vieran. Muy delgado, de cabellos rubios y largos. Su rostro estaba cubierto por un antifaz que cubría desde su frente hasta su nariz, desviándose por sus mejillas en forma de espirales metalizadas que parecían segar su mejilla y dejar finas líneas de sangre seca. Ataviado con un uniforme de mayordomo y unos guantes irritantemente blancos. Parecían los de un payaso de cine de terror.
Ninguno de los tres se movió, preguntándose qué iba a ocurrir. Sus Digimon estaban listos para cualquier indicación que los llevara a una batalla irremediable. Sin embargo, el Digimon se inclinó y extendió uno de sus brazos para invitarlos a pasar.
El palacio los recibió con techos enormes y salas impresionantes de belleza sin igual. El agua era más limpia en su interior y la humedad, estremecedora. Había preparada una mesa cuadrada con un enorme agujero en el centro. La comida descansaba en platos gigantescos a los que fácilmente podrían alargar la mano y llevarse algo a la boca.
—Siéntense —ordenó el Digimon—. El amo ShogunGekomon les atenderá enseguida.
—¿El amo? —murmuró V-Mon.
El Digimon esbozó una sonrisa misteriosa.
Desde cerca, su ropa parecía dañada pese a la pulcritud con que se aseguraba que se mantuviera en su lugar con gestos torpes de sus manos.
Hikari, Taichi y Daisuke ocuparon los cojines que le designó amablemente a la vez que a sus Digimon.
—¿Qué eres? —preguntó Gatomon.
El Digimon se detuvo a su lado con una jarra de agua que vertió en el vaso frente a ella.
—Soy el mayordomo del señor de este castillo —aclaró—. Cualquier incomodidad o necesidad, por favor, hacédmela saber.
Hikari se inclinó un poco hacia delante, pensativa.
—¿Nos hemos visto antes?
—Lo dudo —respondió educadamente—. Mi semejanza a otros Digimon es justamente lo que puede hacer que se sienta de esa forma.
Hikari inclinó las cejas, sorprendida.
—Lo siento…
—No, no, no se disculpe —descartó él. Pese a la seriedad de su rostro, por un instante, había una nota vacilante en su voz. ¿Acaso era terror?
"Ese cabello… su ropa descosida. ¿Acaso podría ser…? No es posible, pero la esperanza de Hikari está puesta en cualquier pista, cualquier posibilidad".
Entonces, Gatomon decidió que no iba a dar más rodeos. Sus pensamientos y sus dudas volaban en su mente. Necesitaba explayarlo en palabras.
—¿Eres Takeru?
El Digimon la miró sin comprender.
—¿Quién?
—¡Qué dices, Gatomon! —protestó Agumon incrédulo—. Es un Digimon. Huele como nosotros.
El mayordomo inclinó la cabeza.
—Es justo como dice él —confirmó—. Lamento que mi forma humanoide cree este desconcierto.
Gatomon no añadió nada más. No parecía oler a mentira. Y era cierto, su olor era justo como el de un Digimon. Sin embargo, sus ropas estaban marcadas por roturas que, claramente, habían cosido.
Repentinamente, la sala comenzó a temblar en sacudidas que tambalearon la mesa y el suelo. Taichi se levantó enseguida para cubrir a Hikari, sorprendido.
—¡Un terremoto! —gritó Daisuke.
—No es correcto —negó el mayordomo con suma tranquilidad y reverencia—. Es nuestro señor ShogunGekomon que está reuniéndose con los invitados. Por favor, permanezcan en calma mientras desciende.
—¿Desciende? —cuestionó Taichi—. ¿Por qué se me hace familiar eso?
Entonces, como respuesta, el techo comenzó a crujir. La madera superior que hasta ahora habían parecido vigas decoradas se abrió y un halo de luz los cegó por un instante. Al mismo tiempo, Gekomon y Otomamon empezaron a aparecer para colocarse debajo. Levantaron sus pequeñas articulaciones, temblando a medida que la plataforma descendía hasta aplastarlos.
Hikari exclamó aterrada al ver la escena, pero poco después, los Digimon salieron por diferentes zonas para reverenciar a la enorme figura que, finalmente, podían percibir.
Taichi se puso en pie, pálido.
—¡Le reconozco! Ahora lo recuerdo.
—¡Es cierto, Tai! —confirmó Agumon a su lado.
—¿De qué están hablando? —preguntó V-mon.
Daisuke estaba tan en ascuas como su Digimon.
ShogunGekomon carraspeó para volverse hacia ellos. Su boca anfibia se extendía en una mueca forzada de sonrisa y sus grandes y enormes ojos los estudiaban.
—Bienvenidos a mi humilde castillo —saludó—. Os ofrezco comida y paz.
Movió una de sus enormes patas hacia el resto de Digimon. No necesitaron realmente una palabra de su parte para comenzar a dispersarse en diferentes tareas. De alguna forma, la manera de moverse apresuradamente, de tocar forzosamente instrumentos musicales o esforzarse en reír de chistes horripilantes, los estremeció.
—Creo que ahora entiendo un poco de qué iba lo que hemos visto en la entrada —farfulló Hikari, mucho más sensible al dolor ajeno, abrazándose a sí misma.
Taichi cerró el puño. Los recuerdos eran más claros.
—¿Eres el mismo Digimon que nos encontramos cuando éramos niños? —preguntó sin tapujos.
ShogunGekomon negó.
—No. Ese Digimon hace tiempo que dejó este mundo y creo que todavía demora en la ciudad del comienzo. En realidad, es la primera vez que veo un niño elegido. Porque sí, conozco vuestra fama. Y me gusta la idea de teneros como invitados —añadió. Una risita al final que los estremeció de terror.
Gatomon continuó observando a los sirvientes. Porque no había forma de asemejar esa forma de comportarse a otra. Los Digimon actuaban aterrados, se mostraban cautelosos de desobedecer o dañar el respeto de su amo. Habían soportado su peso con sus pequeños cuerpos y temblaban cada vez que se movía, aunque fuera para sacudir sus grandes y pesados brazos para bailar al ritmo de la música. Parecían tener que hacer todo perfecto.
Y el Digimon humanoide no se quedaba atrás.
Se enfocó en servirles comida a gusto. Hablaba respetuosamente y mantenía la mirada baja. Tampoco perdía de vista las necesidades de su amo y señor, pero al contrario que el resto de Digimon, su agilidad era menguada. De alguna forma, su cuerpo no parecía preparado para el tipo de evolución que era.
Aprovechando que el enorme Digimon les daba la espalda para aplaudir a sus músicos, Gatomon volvió a acercarse a él.
—Todos sois sus esclavos. Tú no eres diferente —indicó—. Además, no te mueves de la misma forma que los demás. Eres más lento. No tienes la rapidez que un Digimon debería de tener. Puede que Agumon esté en lo correcto o puede que lo esté yo —opinó.
El mayordomo simplemente sonrió con inocencia.
—No comprendo de qué me está hablando.
—Gatomon —regañó Hikari sorprendida con la insistencia de la Digimon. Pero Gatomon simplemente la ignoró y continuó enfocándose en él.
—¿Realmente no lo sabes? —preguntó a su vez—. Serví mucho tiempo y reconozco esa clase de vida. Sé lo que es el sufrimiento bajo el mandato de alguien cruel. Las cicatrices que uno desea ocultar.
Hikari acarició su mejilla mirándola con ternura. El mayordomo tembló por un momento y la bandeja que sostenía tintineó con los vasos al chocar entre sí.
—Y estoy segura de que te afecta más porque no eres un Digimon.
—¿Otra vez, Gatomon? —protestó Taichi sorprendido—. Nunca te muestras tan insistente con algo. Agumon dice que huele como uno.
—Es cierto —corroboró V-mon.
—Sí, lo hace —confirmó Gatomon a la par, poniéndose en pie—. Puedo probar que no miento.
—¿Cómo? —cuestionó Daisuke masticando un trozo de carne—. ¿Acaso vas a…?
Antes de que Daisuke terminara la pregunta Gatomon actuó. De un salto alcanzó la máscara y se la arrebató. El mayordomo retrocedió, resbalando hasta caer al suelo. La bandeja resbaló de sus manos y creo un estridente ruido que alertó al resto. Taichi y Hikari se levantaron a la par, atónitos. Gatomon levantó la máscara.
—Si fueras un Digimon auténtico, como portadora de una máscara, te aseguro que no podría quitártela. Eres humano. Y creo que eres Takeru Takaishi.
Sin la máscara, un adolescente rubio, con moretones en diferentes pautas de su rostro y unos grandes y azulados ojos los miraba. La indiferencia que mostraba hacia ellos era latente, pero la esperanza y la añoranza que creaba en los otros era verdadera.
—Takeru —farfulló Hikari incorporándose.
—Oigan, no sé si están seguros de que es ese chico que perdisteis hace años, pero el ShogunGekomon no está muy complacido con esto —advirtió Daisuke señalando al gigante Digimon con el pulgar.
Gatomon asintió, pero volvió a concentrarse en el humano.
—¿No nos recuerdas? —preguntó Agumon.
—No os conozco —aseguró el chico—. No sé quiénes sois ni qué queréis de mí.
—Recuperarte —respondió Taichi posando una mano sobre la cabeza de Agumon—. Nosotros somos tus amigos, Takeru.
—Eres Takeru Takaishi —recalcó Hikari. Las lágrimas habían llegado a sus ojos. Sus manos temblaban ante el deseo de abrazarlo. Pero cuando dio un paso hacia él, Gatomon se interpuso.
—Has perdido la memoria —dedujo. Takeru negó, pero la confusión era obvia en sus ojos.
—Chicos… —farfullaron a la par Daisuke y V-mon.
Takeru se llevó las manos al pecho. El peso de unos recuerdos vacíos no eran la carga más liviana. Gatomon lo sabía.
—Tienes marcas en tu cuello y rostro. Moretones. Los demás Digimon también parecen heridos —explicó Gatomon—. Eres un esclavo. Otro más de los tantos.
—Y dice que no es el mismo Digimon —gruñó Taichi ante la clara mentira que por un momento estuvieron a punto de aceptar.
Finalmente, se percató de que ShogunGekomon estaba volviéndose hacia ellos y que las advertencias de Daisuke llegaban tarde a sus orejas. El enorme Digimon siseó como una rana y abrió mucho los ojos.
—Vosotros, malditos humanos. ¿Estáis intentando robarme a mi mejor mayordomo? Después de que os he ofrecido comida y un techo. ¿Así lo pagáis?
Taichi se subió a la mesa, ignorando la comida y la bebida que arrasó con sus pies. Levantó el puño en alto.
—¡Eres ese mismo Digimon! —acusó. ShogunGekomon se echó a reír.
—Es tan sencillo mentiros, condenados niños elegidos —se burló—. No podéis robarme a mi mayordomo.
Levantó la cola por encima de su hombro. Al mismo instante en que su acto demostró la peligrosidad tras sus palabras, Taichi y Daisuke se miraron para asentir a la vez.
—¡V-mon! —ordenó Daisuke decidido.
Mientras el Digimon evolucionaba, Gatomon aferró las manos de Takeru. Este las retiró enseguida, pero ella las volvió a tomar, con más cautela.
—Lo comprendo. Cree que lo comprendo.
—No puedes —descartó él cerrando sus manos en puños—. No puedes entender nada de lo que sucede.
—¡Puedo entenderlo porque…!
—¡Gatomon! —exclamó Hikari preocupada.
—Está bien, Hikari —aceptó la Digimon.
Con el dolor en el corazón que los recuerdos eran capaces de crear en ella y guiándose por la luz que emanaba de Hikari y ensombrecía un recuerdo amargo, llevó su pata hasta la otra para empezar a quitar sus guantes. Hikari desvió la mirada por respeto y dolor, pero Takeru la observó con detenimiento. Su boca se abrió para tomar aire y expulsarlo lentamente, con una mueca de dolor en su rostro.
—Tú también las tienes. ¿Verdad? —murmuró amablemente Gatomon—. Lo deduje cuando vi tus guantes y la forma en que movía tus manos. Como te asegurabas que no se rozase con las nuestras y las mantenías ocultas en tu espalda la mayor parte del tiempo.
Takeru estaba en shock. Claramente, sus recuerdos no estaban en su mente, sin embargo, esas heridas tan semejantes a las suyas despertaban en él algo confuso e inconcluso en su mente. No comprendía por donde tomar las riendas de su dolor.
—¡No os dejaré que toméis a mi esclavo! —gritó ShogunGekomon—. ¡Es mío!
En ese instante, el mundo giró muy rápido. Agumon evolución a Greymon para detener el embiste de su mano hacia ellos y XV-mon lo golpeó. De un puñetazo limpio, lo hizo caer hacia atrás. Rompiendo parte de la pared del castillo en trocitos que espolvorearon una lluvia de ceniza.
Hikari, demasiado emocionada con la idea de volver a tener frente a él a su fiel amigo de batallas, de aventuras y de secretos, se esforzaba por intentar romper la barrera que lo bloqueaba de los recuerdos.
—Takeru, por favor… —suplicaba—. Intenta recordarnos. A nosotros… a Patamon. ¿Dónde está Patamon?
El chico no respondió, sumido en una laguna de dudas sin fondo. Si buscaba entre los recuerdos de su pasado, no encontraba más que sufrimiento y desvaríos de horas de locura.
Se tocó los guantes con amargura y tiró un poco de ellos. Absorto en lo que eso significaba para él. Gatomon lo comprendía y le dio su tiempo, interrumpiendo a Hikari nuevamente, otorgándole un momento que era para él. Su espacio. El poder de mostrar cuánto le había costado lo que no recordaba.
Hikari se cubrió la boca cuando las vio. Heridas punzantes de cicatrices marcadas sobre su piel. Rojas y blancas. Algunas, delataban que no habían llegado a cumplir ningún tipo de proceso de curación previo a un segundo corte. Eran del tipo de cicatrices que jamás se marcharían.
Takeru volvió a colocarse los guantes, avergonzado y torturado por su presencia. Gatomon hizo lo mismo.
—Oh, Takeru —murmuró Hikari—. Si pudiéramos cambiar el tiempo…
—¡Agachad la cabeza!
El grito de Taichi los hizo reaccionar. Los tres se tiraron al suelo, sorprendidos, para esquivar una de las llamas de Greymon, quien retrocedió arrastrando consigo a XV-mon. Ambos Digimon se separaron y en cuestión de segundos, volvieron a lanzarse contra el ShogunGekomon, quien, antes si quiera de que le tocasen, comenzó a reír. Ambos Digimon se detuvieron, confusos.
—¿Acaso esto te parece gracioso? —cuestionó Daisuke. La irritación provocaba que su rostro estuviera colocado. Había cogido una de las bandejas de comida y llevaba un buen rato tirándole diferentes alimentos al Digimon, quien, obviamente, ni se inmutaba—. ¡No hay nada de gracioso en lo que has hecho!
—¿Cómo terminó Takeru contigo? —preguntó a su vez Taichi. Se mantenía de espaldas a ellos, con los puños apretados—. ¡Contesta!
ShogunGekomon se encogió de hombros.
—Envié a mis pequeños a por un recuerdo aquel día. Y me lo trajeron —respondió indiferente—. Sólo sabía llorar y quejarse indefinidamente, así que opté por educarlo correctamente. Y aprendió —aseguró. Sus ojos brillaron maliciosamente—. Como el mejor siervo que tendré en mi vida.
Taichi apretó tantos los dientes que crujieron. Hikari apenas podía soportar el llanto. No podía imaginar la tortura, el dolor. Los gritos de Takeru llamándoles y sin que ellos pudieran acudir a su rescate. Seguramente, el niño confuso que no entendía por qué su hermano no acudía por él. Por qué los demás le daban la espalda.
Sin embargo, cuando le miraban no parecía recordarles. Podría pensar que era a causa del cambio en sus cuerpos con el paso del tiempo, pero era algo más profundo. Gatomon ya lo había dicho: Takeru no tenía recuerdos.
—Es un esclavo perfecto —continuó ShogunGekomon—. Tanto que podría cazar a cualquiera de aquellos que quisieran hacerme daño.
—¿De qué estás hablando? —cuestionó Daisuke.
Al mismo tiempo en que su pregunta salió al aire, un grito la continuó. Ambos jóvenes se volvieron para ver una escena que no esperaban.
—¡Takeru!
La voz de Taichi no sirvió para evitar lo que estaba haciendo.
Hikari podía jurar que fue algo imprevisible y repentino. La mirada confusa de Takeru se oscureció. Sus manos se movieron rápidamente hasta el cuchillo sobre la mesa y su cuello. Justo antes de que el cuchillo se clavase en su pecho, Taichi logró retenerle.
—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó Taichi forcejeando contra él.
—Creo que ha sido algo lo que ha provocado esto —murmuró Gatomon saltando junto a los otros Digimon. Greymon escupió fuego entre sus fauces y XV-mon comenzó a cargar energía en su pecho—. Una sola palabra basta para que los recuerdos de su tortura se colapsen en su mente y obedezca.
—Como si fuera un programa, sí —confirmó ShogunGekomon irritado por la inteligencia de Gatomon—. Nunca había fallado. Hasta hoy.
—Pero no la ha dicho —sopesó Daisuke—. ¿O sí?
—Sospecho que cazar —indicó Gatomon algo dudosa.
—Daisuke, estoy listo —advirtió XV-mon.
—¡Espera! —suplicó Hikari. Se recuperaba del agarre a su cuello. Aprovechando que Taichi sostenía a Takeru, retrocedió lo suficiente como para no ver aquella mirada perdida y agresiva en él—. Has dicho que nunca había fallado… ¿Quién fue?
—Hikari… —farfulló Taichi—. No creo que ahora mismo sea el momento para pensar en los pobres Digimon a los que…
Las palabras de Taichi se esfumaron en un golpe de aire. Takeru acababa de elevar su pierna y su rodilla golpeó contra su estómago. Por un momento, el mundo se oscureció en su mente. Aferrándose al hecho de que el cuchillo no escapara de su fuerte sujeción, soltó la otra para cubrirse el lugar. Otro golpe en la misma zona de su cuerpo y no podría soportarlo. Takeru era mucho más fuerte y peligroso de lo que parecía.
Por supuesto, la orden era clara y la víctima, estaba cerca.
Con una agilidad pasmosa se movió. Raudo hacia su derecha y extendió su brazo. Sus guantes atraparon el cabello de Hikari, pequeñas hebras quedándose enredadas en la pulcritud blanca de los guantes cuando ella resbaló hacia atrás, huyendo de él.
Taichi, furioso, tiró de Takeru. Por inercia, el joven resbaló hasta su cuerpo y ambos cayeron de bruces contra el suelo. Taichi soltó una palabrota a la par que levantó su mano junto a la enguantada contra el suelo. Takeru no soltó a la primera el cuchillo. Tampoco a la segunda.
El puño de su otra extremidad le golpeó en las costillas. Taichi apretó los dientes. Si no quería perder a su hermana. Si no quería perder también a ese niño perdido, debía de soportarlo.
Levantó de nuevo su mano y la de Takeru y golpeó, con todas sus fuerzas. Esa vez, Takeru sí soltó el cuchillo.
Aprovechando su estatura, Taichi logro retenerlo.
—¡Patamon! —exigió Hikari de rodillas. Se cubría el lugar donde los dedos de Takeru la habían herido. Su oreja enrojecida y ardiendo por el agarre y su cuero cabelludo doliendo ante los cabellos arrancados—. ¿Dónde está Patamon?
—Daisuke… —farfulló XV-mon.
—¡Lo sé! Espera… —ordenó Daisuke. De alguna forma, entendía que Hikari quería comprender eso. Lo necesitaba. La respuesta.
—Pa… ta… mon…
Hikari se volvió, angustiada. Los ojos desorbitados de terror, mientras miraba el rostro que en un tiempo atrás parecía angelical, ahora, desfigurado a causa del odio y la confusión.
—Sí… Patamon —resaltó ella. La voz llena de llanto.
No podía acercarse a él. Tanto el cuerpo tenso de Takeru como la mirada en advertencia de Taichi se lo indicaron. Takeru no se detendría hasta cumplir la orden de su amo. Aunque ello implicara matarla.
—Takeru, por favor, recuerda… —suplicó—. Patamon es tu mejor amigo.
Daisuke miró a XV-mon con sentimiento. Era cierto. Podían discutir muchas veces, pero la amistad que le unía al Digimon era completa. Imaginaba que Takeru tendría un compañero por igual al ser uno de los antiguos niños elegidos.
Sin embargo, su rostro permanecía impertérrito, aunque sus ojos parecieran buscar en las paredes del castillo una respuesta clara. Se detuvo sobre el ShogunGekomon, quien había comenzando a incorporarse a la par que se reía.
—XV-mon, no le dejes levantarse —ordenó Daisuke en ese mismo instante.
—Pero la carga… —objetó el Digimon sorprendido.
—Hikari quiere más tiempo y eso le daremos. Creo que puede conseguirlo. Ten fe en ella —animó.
XV-mon asintió, cerró los puños y los ojos para disipar la energía acumulada. Un rápido vistazo fue suficiente para que Greymon comprendiera su plan y ambos actuasen a la par. Sin embargo, la cola de ShogunGekomon los golpeó, obligándolos a retroceder.
Takeru observaba la escena con terror. Si el ShogunGekomon continuaba enfureciéndose iba a ser más cruel con él y los demás Digimon que le servían. Taichi sobre él impedía que se moviera y Hikari no cesaba de torturarlo repitiendo aquel nombre que había censurado en su mente. Realmente no los recordaba.
No recordaba su pasado, su felicidad. Sólo existía su amo, su lealtad a él. Las heridas debían de ser su premio por su comportamiento ejemplar. Para obedecerle. Él le había pedido que cazara a esa niña y debía de hacerlo. Sin embargo, ella lo atormentaba con ese nombre una y otra vez. No cesaba de penetrar en sus oídos, de estrangular su alma y agitar sus pensamientos.
Patamon.
Su nombre provocaba que le sangrara el corazón. De alguna forma no literal pero igualmente dolorosa.
—¡Takeru! —presionaba Hikari.
Él sacudió la cabeza como respuesta. No quería escucharla, no quería remover las memorias movedizas de su dolor. Su lealtad era firme, no podía resquebrajarse con nada. Con ningún tipo de supuesto recuerdo que le provocara sangrar.
—Estás llorando.
Se fijó en Taichi. Continuaba aferrándolo con mano de hierro. Su rostro tenso y sus ojos reflejando una preocupación inesperada hacia él. Aún así, si le soltaba, sabía que podría atacar a la chica y era algo por lo que no parecía dispuesto a pasar.
Takeru no notó las lágrimas hasta que se lo había dicho. Correr por sus mejillas y perderse en sus comisuras, salándole los labios. El vago recuerdo de la amargura y el dolor de su pasado. No compartía los mismos recuerdos que ellos, era una remembranza más trágica y cuya disyuntiva lo llevaba a cuestionar su lealtad.
—Él… lo mató —siseó. Las palabras con la verdad dolían más que un golpe.
—Suficiente —gruñó ShogunGekomon.
Estiró su cola contra ellos. El golpe de aire le quitó de encima a Taichi y arrastró a la chica junto a él. Gatomon saltó hábilmente para impedir que Hikari se golpeara contra una de las peligrosas paredes y, Taichi, logró encogerse antes de que su propio peso lo empujara contra las mesas.
Takeru giró sobre sí mismo para atrapar el cuchillo entre sus dedos una vez más.
Podía rememorar la imagen. El pequeño Digimon aleteando frente a él, con su cara regordeta pegándose contra la suya. Nombrándole incesantemente. El sonido de su risa. Su llanto aterrorizado y, después, una mueca de dolor de despedida.
Gritó. Con el alma en vilo. La tristeza y la angustia, opacaban la lealtad con la furia de la pérdida.
Con la cara llena de lágrimas se lanzó contra ShogunGekomon.
—¡Maldita sea! —exclamó Daisuke ya en pie—. ¡XV-mon!
El Digimon asintió y comenzó a cargar energía nuevamente en su pecho. Mientras Takeru cruzaba el sendero de casquillos y polvo, con el cuchillo en mano y el grito de venganza y furia en los labios.
—No le hará nada —auguró Hikari aterrada.
—No, pero necesita hacerlo —aseguró Gatomon—. Quédate aquí, Hikari. Iré a por él.
Hikari asintió y buscó con la mirada a su hermano. Éste se había levantando para acudir junto a Daisuke. Más seguro de la posición de Takeru y de que su integridad no corría peligro, podía, al fin, enfocarse en la lucha contra ShogunGekomon.
El Digimon observaba con claro desagrado la ineptitud de Takeru hacia su persona. La traición de su esclavo era algo hilarante para él. Sabía de sobras que no iba a lograr hacerle daño con un simple cuchillo humano y apartarlo de un simple manotazo era algo que pensaba disfrutar. Estaba cansándose de esos payasos que osaban irrumpir sus dominios y mortificar sus años de esfuerzo.
Además, era consciente que se encontraba en minoría. Ninguno de sus esclavos estaba actuando por protegerle, demasiado asustados y a cubierto.
¿Podría haber pecado de confiando? Sí. Se concentró tanto en el niño humano que se desconcentró del que era realmente un problema. El Digimon azul y blanco cuyo torso brillaba en forma de una característica equis.
Cuando finalmente lo hizo, su final ya estaba marcado. No hubo complacencia ni ningún tipo de reconocimiento especial para él.
El ataque de XV-mon arrasó con el mal del ShogunGekomon. En pequeños trocitos digitales que oscilaron por el viento en dirección a la ciudad del comienzo. Los niños liberaron el aire que habían mantenido en sus pulmones y Gatomon se arrodillo junto a ellos con Takeru en sus brazos.
El niño elegido que perdieron en el pasado, había regresado. De sus ojos resbalaban lágrimas silenciosas que servían para terminar un arco de angustia y amargura que debía de quedar en el pasado. Sin embargo, las cicatrices eran algo que perduraría para siempre en sus manos, en su alma y en su corazón.
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Para Takeru regresar al mundo humano fue un cambio extravagante y doloroso. De repente, de estar solo y mortificado, se encontraba rodeado de amor e historias que no lograba recordar. Sus recuerdos no habían vuelto del todo y no sabía si realmente se recompondrían alguna vez de su vida. Eran retazos rotos y perdidos de un puzle que debía de armar con paciencia.
Habría deseado que los recuerdos de su tortuosa vida bajo el mandato de ShogunGekomon fueran aquellos que perdió. Las pesadillas continuarían a su lado, divagando en su alma y sueños tormentosos en sus primeros pasos. Aprendería a caminar en línea recta por un nuevo sendero, donde pudiera acabar mirando al cielo y comprender que el pasado no debía de acompañarte, sino hacerte más fuerte.
Era un niño cuando terminó en las fauces retorcidas de aquel Digimon. Lo secuestraron antes que pudiera subir al tren junto a su hermano y al resto. Por lo que le explicaron, ellos no consiguieron volver atrás por más que lo intentaron.
Sus recuerdos quedaron bloqueados entonces y sólo quedó la amargura de la experiencia. Los latigazos que marcaron para siempre sus manos y para las que optaba llevar guantes. Cada laceración era un recuerdo de su desdicha y de lo que perdió.
Descubría un nuevo mundo. Uno donde al principio los ruidos lo asustaron, lo mantenían tan alerta que terminaba agotándose, hasta que finalmente, logró habituarse a ellos. El contacto físico era algo delicado para él. Las calles abarrotadas de gente le creaban cierto pánico y le gusta subir a lugares altos, donde podía estudiar en soledad el transcurso de una vida que debía de haber aprendido en lugar de la tortura.
Se reunía con los demás elegidos y escuchaba sus historias, manteniéndose al margen cuanto más pudiera. Ninguno le preguntó por su pasado, no quisieron ahondar. También esperaba el momento adecuado en que pudiera extender sus alas y volar.
Su mente continuaría siendo un caos inestable. Podrían saltársele las lágrimas o necesitar respirar y alejarse antes de que le hiciera daño a alguien.
Sólo el tiempo podría indicar si algún día, en un futuro, volvería a ser como antes.
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A la espera, en silencio, un suave resonar. Un nombre llevado por el viento. Blanco y de rayas. Esperaba, impaciente, por el día en que de nuevo lo tomaran aquellas manos.
Finalizado 21 de abril del 2021
