Hay una creencia en mi país; si cae a tus pies un pluma quiere decir que tu ángel guardián vino a saludarte.
Por mi parte me he resistido por mucho tiempo en creer en esas idioteces que alivian de cierta manera el alma y la vida.
Hoy en día mi antigua vida y tormentos parecen quedar cada día atrás, eso es lo que quiero pensar con todas mi fuerza, pese a que de vez en vez los recuerdos lleguen a mí en formas inesperadas y curiosas. Es así como hoy en la mañana mientras bebía un late una pluma blanca apareció frente a mi pies.
¿Un ángel?
Para ser irlandés y cristiano, aunque me resista a esto último, soy bastante escéptico pero las risas de los niños en los juegos me hicieron replantearme la idea que mi ángel pudiese haberme visitado. Una belleza de ángel con el nombre de Serena.
Poco hablo de mí y de mi pasado, principalmente porque la mayoría de mis recuerdos están enterrados, literalmente la mayoría de ellos están bajo tierra y en el cementerio local de Galway. Una gran lista de gente que me amo y que ame pero que nunca por aquella estupidez del hombre no se los dije. Salvo a mi madre, de esa mujer aun pongo en duda que me amara, solo me dejo a temperatura ambiente y el tiempo se encargó de hacer el resto.
Cada una de las tumbas cuando tenía el dinero suficiente tenía algo mío, flores, hojas de algún libro o una botella de jemerson. Todas excepto una, la de Serena-May.
Una herida profunda y que no sanaría nunca más como aquel dedo que me fue arrancado por un bastardo psicópata. Los niños no vuelven a la vida y los dedos no vuelven a crecer.
Pero aquel día tome el suficiente valor para pasarme por el cementerio.
Los días de verano ayudaban a que el pasto se viera verde y las flores se lucieran. No muy lejos de las tumbas había familias que hacían día de camping. De cierta forma es una buena manera de aprender a vivir con la muerte.
Pase por la tumba de mi padre, de Sean y de la señora Bailey. Estoy muy segura que de todos ellos la más orgullosa de mí ahora sería ella. Pero otro día vendría hablar con ella.
Así fue como con una botella de coca cola y el libro del principito me senté frente a la tumba de la niña.
Soy el peor padrino que alguien podría tener – comencé por decir con aquel nudo en la garganta.
¿Cuánto tiempo había pasado desde el accidente?
El estómago aún se me revolvía al pensar en lo que había pasado. Ya no era mi culpa; durante mucho me había castigado y Cristo siendo mi testigo sabía que en aquel momento había perdido totalmente la cordura.
"Pobre borracho enfermo"
La piedad nunca había jugado a mi favor, no en un pueblo y en un país con gran porcentaje de ebrios; pero había soportado de todos tormentos y castigos de la sociedad por haber perdido que una niña que estaba bajo mi cuidado muriera de aquella forma.
Cuando aquellos pensamientos empezaron a ser más fuertes y duros en mi cabeza me hubiese gustado besar el pico de una botella de Jemerson pero había dejado el alcohol y a cambio de aquello el trago fue de coca cola. El subidón de azúcar era bueno para mí.
Abrí el litro y comencé a leer en voz alta.
Serena-May y yo habíamos entablado una relación atreves de los libros, la más dulce de las relaciones y la más pura de todas mis relaciones.
Cada vez que iba a Charles Byrnes a comprar libros siempre compraba algunos para ella. Hasta esos estúpidos que hacen ruido cuando le apretas un botón.
Su condición, para muchos otros una maldición, había retrasado su habla pero no por ello no se hacía entender.
A Jeff le había regalado un pin de la fundación del síndrome de Down y yo me había comprado otro.
Pese a que me había negado a ser el padrino y por sobre todo el niñero mis amigos me estimaban tanto que no me había podido zafar de aquello. Las visitas y los juegos con ella siempre me hacían sentir mejor, un aire fresco a mis tormentosos días. Ella sacaba lo mejor y además no me juzgaba.
El nudo volvió a ser más intenso en mi garganta y sabía que no podría pasar por ahí la coca cola. Aquello solo se desataría con una o dos botellas ¿O Quien mierda cuenta las botellas cuando la oscuridad te atrapa?
Por mi bien cerré el libro porque no podía caer nuevamente en aquellos estados de destrucción. Aquel botón de autodestrucción estaba temporalmente deshabilitado y seguiría así por el bien mío y de todos a mí alrededor. Otro agujero negro en mi vida no podía producirse. Bien sabía que mi próxima autodestrucción podía acabar con mi vida, cojera, sordera, riñones a las miserias, un hígado que de ser otro ser humano ya estaría bajo tierra y con tan mala suerte que a lado de mi madre.
Coloque el libro bajo el brazo y como sabía que ni las tumbas respetaban en estos tiempos deje un pequeño oso sobre la lápida.
O dulces Jesús - masculle con la dolencia de un corazón roto que no sanaría de aquella herida jamás.
La muerta nunca es bien recibida cuando se trata de seres queridos pero no hay nada como perder a un niño y saberse culpable de su muerte.
Galway lloró y una parte de mi murió aquel día.
Ni el haberme enterado que Cathy, mi antigua amiga londinense y madre de la niña había provocado aquel accidente valiéndose de que yo, inútil borracho, caería dormido tras aquel caso que me había resulto y Morfeo vendría a mi sin importar nada más.
Hay daños que no van a sanar nunca ante actos que estarán fuera del alcanza de una mente como la mía.
Del abrigo de la garda saqué un paquete de cigarros. Hay vicios que no dejaría nunca aunque me estuviera sepultando en vida.
A lo lejos vi una pareja. El pelo rojo de la mujer y la cola de caballo de él me hicieron saber que eran ellos.
-Bastardos – murmure llevándome el cigarro a los labios.
Le empatía no era mi fuerte cuando Galway te acusa de asesino de almas nobles y a la verdadera asesina la ven como una pobre alma corrompida por las circunstancias de la vida.
El humo escapo de mis pulmones pensando que de todas formas la culpa había sido de la sociedad que estigmatiza a esos niños. Niños puros.
Mi móvil sonó y atendí.
Jack Taylor –
Un nuevo caso seguramente y mientras del otro lado alguien en apuro me habla eche así un último vistazo a Serena-May. Mi ángel guardián.
