CAPÍTULO 1

Ciertamente el tráfico en la Ciudad de México era peor de lo que había imaginado. A pesar de que los primeros años de su infancia vivió en ella y hubo un tiempo en que los viajes de negocios le hacían visitarla, lo que recordaba era muy diferente a lo que ahora enfrentaba. Ya iba más de veinte minutos retrasado y aun le faltaban varios kilómetros para llegar a su destino. Maldijo mentalmente a todos los conductores ineptos que tenía en frente: por culpa de ellos rompería una promesa. Nunca fue una persona paciente, menos aun cuando a la impaciencia se añadía preocupación.

La decisión de mudarse de ciudad no fue fácil, sin embargo después de la muerte de su madre, ya no había nada que lo atara a Nueva York. Todo lo valioso que tenía estaba esperándolo en la escuela a unas cuadras de distancia, en su primer día de clases. Pudo haber optado por cambiarse a otra ciudad de Estados Unidos, pero dado todo lo que había pasado, era mejor cortar de raíz e iniciar prácticamente de cero. Por fin los autos parecían moverse más rápido y se desvió hacia una avenida menos transitada. En pocos minutos llegó a su destino, encontrándose con otro problema: no había dónde estacionar el carro, afortunadamente luego de dar un par de vueltas a la manzana, se desocupó un lugar. Bajó rápidamente del auto y prácticamente corrió hasta la entrada del colegio. Mostró rápidamente su identificación para poder ingresar y una vez dentro la buscó con la mirada en el patio principal entre los pocos niños que aún permanecían ahí. No estaba. De inmediato su corazón se aceleró, y aunque sabía que era prácticamente imposible que algo malo hubiera pasado, era inevitable no preocuparse. Caminó entre un grupo de niños mayores que tapaban su campo de visión y con eso bastó para localizarla: estaba sentada en una jardinera del fondo en compañía de otra niña mayor que ella. Se acercó a ellas y pudo notar que la pequeña le mostraba un cuaderno a la mayor. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para ser percibido, ambas niñas voltearon hacia él.

- ¡Papi! – Exclamó con entusiasmo la más joven a tiempo que corría hacia él y se abrazaba fuertemente a su cintura. De inmediato una sonrisa se formó en su rostro y unos tiernos ojos marrones lo miraron con alegría. - ¡Qué bueno que llegaste…! – dijo la niña con alivio mientras su padre acariciaba gentilmente su lacio cabello.

- Perdón por la tardanza "abejita"… - respondió inclinándose a su altura para darle un abrazo.

- ¿Ves? Te dije que tu papá pronto llegaría – dijo una voz entusiasmada a lado de ellos – No tenías por qué preocuparte. Mis papás a veces llegan tarde por mí. No pasa nada – Finalizó mientras tomaba su mochila.

- Gracias por acompañarme – repuso la pequeña sonriendo tímidamente – Él es mi papi – agregó mirado hacia él.

- No hay problema, además tus dibujos que me enseñaste son muy bonitos. Tiene una hija muy talentosa. – contestó la otra niña dirigiéndose a ambos con aire despreocupado.

- Ella se llama Valentina y ya es mi amiga…. ¿Verdad? – preguntó esto último con timidez

- Claro que ya somos amigas. Mucho gusto señor, pero pueden decirme Vale, creo que mi nombre completo es demasiado largo. – repuso extendiendo la mano ceremoniosamente hacia él, lo que hasta cierto punto le daba un aspecto cómico.

- Mucho gusto señorita – contestó el adulto, siguiendo a corriente – Ricardo Calderón, a sus órdenes. Debo agradecerle por haber acompañado a Lucy mientras yo no estaba.

- No hay de qué. Le decía a Lucy que dibuja realmente bien para su edad, mi papá también dibuja y hace exposiciones, por eso sé lo que le digo.

Ricardo la miró divertido. Ésta niña no pasaba de los diez años, a pesar de que trataba de expresarse como alguien mayor. Llevaba el uniforme un poco desarreglado y algunos rizos caían frente a su cara, escapando de la trenza que retenía el resto de su cabello. Sus ojos claros lo miraban vivazmente.

- Bueno, eso es una muy buena noticia para Lucy, así tienen mucho de qué platicar.

- Así es, aunque bueno, vamos en cursos diferentes y casi no podremos vernos… Pero si llega tarde por ella, podemos aprovechar. Así ya no tendrá que preocuparse.

- Me parece muy buena idea ¿Verdad abejita? – La pequeña asintió – De todos modos, te prometo que intentaré llegar temprano.

Sin que los tres se dieran cuenta, una profesora se acercó hacia ellos.

- Valentina, tu mamá está al teléfono, te espera afuera en el auto. No encuentra lugar para estacionar. Vamos, que no tengo todo el día. – habló la mujer imperativamente – Y a usted, - dirigiéndose a Ricardo - le recuerdo que el horario de salida es a las 2, no casi a las tres. Vamos Valentina. – Y sin decir más, se dio la vuelta y caminó hacia la salida. Vale rodó los ojos y fue tras ella.

- Bueno, me tengo que ir. Adiós – se despidió la niña con la mano.

Ricardo caminó tras ellas tomando de la mano a Lucy

- También nosotros nos vamos. Si quiere yo puedo llevar a la niña con su madre, profesora. – propuso.

- De ninguna manera, no está permitido que los alumnos salgan del colegio con alguien no autorizado. Pero esto ya es el colmo.- Añadió la mujer molesta - Valentina, dile a tu mamá que es la última vez que haremos esto… No, se lo digo yo misma en persona! – agregó decidida.

- Sí profesora – respondió monótonamente

Ya habían salido del colegio y se dirigían hacia un lindo carro azul eléctrico. La mujer al volante hizo señas cuando las vio y tocó la bocina.

- ¡Corre Vale! – exclamó la mujer desde el vehículo – No puedo estar parada en doble fila –

Vale apresuró el paso, dejando atrás a la profesora. Ricardo observaba de lejos la escena mientras cargaba a Lucy. Después del estrés del tráfico, ésta situación se le hacía de lo más graciosa y relajante.

- Valentina, no corras - reprendió la profesora, quien por el calzado que llevaba, no podía seguirle el paso. – Tengo que hablar con tu mamá.

La niña la ignoró y pronto estuvo abriendo la puerta del copiloto del automóvil. Una vez sentada, se colocó el cinturón de seguridad, mientras su madre se estiraba desde su asiento para asomarse por la ventada de lado derecho. Ricardo caminaba lentamente tratando de guardar discreción, aunque la verdad era que ya no alcanzaba a escuchar lo que pasaba y no planeaba quedarse sin conocer el desenlace de tan cómica situación.

- Muchas gracias profesora Rita! – exclamó la madre de Valentina mientras se quitaba los lentes oscuros para agradecer debidamente, frente a frente – Le prometo que no vuelve a pasar! – se disculpó, sin esperar ninguna respuesta se acomodó de nuevo en su asiento.

La profesora no se detuvo y se acercó más a ellas. Valentina, visualizando a Ricardo y Lucy, se despidió de ellos con la mano, ambos le devolvieron el gesto.

- Gracias otra vez! – repuso de nuevo la mujer al volante, y antes de arrancar le brindó una última mirada a la profesora.

Entonces todo pasó muy rápido. Por primera vez, desde la posición en que estaba, Ricardo pudo ver de frente a la conductora, fue solo un vistazo, pero fue suficiente. Ese cabello era inconfundible, la tez morena y los ojos almendrados lo llevaron en un segundo al pasado.

- ¡Señora Rincón, espere! – exclamó la profesora inútilmente, pues el auto avanzaba ya unos metros adelante.

Ricardo se quedó estático, sosteniendo aun a Lucy entre sus brazos.

- Papi ¿Estas bien? – preguntó la niña al notar el cambio en el semblante de su padre. Eso lo volvió a la realidad.

- …Eh…. Sí… sí… no pasa nada abejita – contestó Ricardo titubeante. Con cuidado la colocó en el suelo y la tomó de la mano. Sin poder evitarlo, miró hacia la dirección en que había desaparecido el auto.

- Siempre es lo mismo. Si no fuera tan buena estudiante, no permitiríamos tal situación… Aunque sí tendremos que tomar cartas en el asunto – musitaba la profesora Rita. Ricardo no sabía si se dirigía a él o lo decía para sí misma. – En fin, que tenga buena tarde señor…

- Calderón – completó Ricardo, haciendo un gesto de cortesía con la cabeza. – Igualmente profesora. – finalizó, antes de emprender la marcha junto a Lucy, quien no dejaba de notar cierta tensión en su padre.

"¿Habrá sido buena idea venir aquí?" Trató de pensar razonablemente. Sería mucha coincidencia. La Ciudad de México era enorme, la gente se confunde. Dicen que hay por lo menos siete personas en el mundo que podrían ser nuestros gemelos. Además, el apellido "Rincón" es muy común… ¿Cierto?

- ¿Podemos comer pizza? – de nuevo la voz de Lucy lo trajo a la realidad.

- Podemos – sonrió cariñosamente. Por el momento dejaría el tema en el fondo de su mente. Hoy había sido el primer día de clases de su hija en una nueva escuela, en un país distinto. No podía dejar que su paranoia la preocupara.

Porque Ricardo Calderón pudo haber sido un verdadero hijo de puta en muchos aspectos, pero nunca sería un mal padre.

CONTINUARÁ


Si estás leyendo esto, gracias!! Realmente la cantidad de gente que lee fanfics de telenovelas en esta página, es poca...

Es una historia larga, que depende la aceptación, seguire publicando por acá.