LOYAL, BRAVE AND TRUE

Hay muchos personajes importantes que han hecho historia en el territorio mexicano y en el mundo que han tenido el honor de conocer a su nación. Cuando uno le pregunta a la representación de México cual, de todos ellos, fue quien logró cautivar al corazón de la amada nación del mundo, muchos suponen que de su boca saldrá el nombre del benemérito de las Américas, de uno de los héroes que lucharon por la libertad de su patria o incluso del dictador que gobernó sus tierras durante treinta y un años. No obstante, todos se quedan con la mandíbula colgando cuando la mexicana dice otro nombre, el de una mujer.

Ella se reirá de las expresiones incrédulas de sus compañeros o del humano que escucho la nada esperada respuesta. La siguiente pregunta por regla era si es que los poemas en realidad fueron para ella, lo que inevitablemente reviviría los recuerdos de los calurosos veranos en el castillo y el eco de las promesas de amor escritos en la palma de su mano. Podía llegar visualizar el fantasma de su figura envuelta en ese vestido dorado y escarlata con su cabello ébano con un tocado de flores. Un hermoso recuerdo entre los miles que tenía.

El nombre de Juana Inés de Asbaje y Ramírez resonaba entre los cotilleos de los nobles del Virreinato de la Nueva España, famosa por su belleza criolla, su inteligencia cultivada por las páginas rebosantes de sabiduría y talentosa como ninguna dama que haya conocido antes. Superando las expectativas en los prestigiosos exámenes a los que fue sometida. Una flor de la sociedad en la corte. Aquella quien más de una vez la dejo sin palabras. Todo comenzó cuando la virreina Leonor Carreto convirtió a la señorita en su dama de honor. Ella sigue pensando que fue por capricho.

— Por favor, dígame que no lo hizo — suplicó la novohispana a su excelencia.

— Lo hice porque pude — contestó la virreina Eleonor Carreto caminando hacia un pasillo alfombrado de violeta.

— ¿Crees que ella aceptara? — preguntó Nueva España siguiendo a su virreina, quien agitaba su abanico ocultando su sonrisa.

— ¿Quién no aceptaría? Tendría todo lo que quisiera si se convierte en mi dama. Joyas, vestidos y prestigio — afirmó la regente viendo por el rabillo del ojo a la colonia cuestionándola con ojos demasiados viejos con esa apariencia de una niña de catorce años.

— No creo que eso sea lo que la señorita Asbaje y Ramírez quiera en realidad — debatió la chica morena acomodándose los mechones detrás de la oreja.

— Independientemente de lo que quiera, lo obtendrá — finalizó la mujer siendo condescendiente — Tú la recibirás cuando llegue.

La joya de la corona alzo las cejas en un gesto de sorpresa — ¿Le ruego que me disculpe?

— Recibirás a mi dama de honor cuando el momento llegue — repitió Leonor.

— ¿No te preocupa lo que dirán los nobles? El hecho de que escojas a alguien fuera de la nobleza para que sea tu dama, provocaran quejas y reclamaciones sin importar que tan inteligente sea — trató de razonar con la virreina.

— Mi querida señorita, cuando eres la que se para junto al virrey como su esposa es muy poco lo que pueden decir — contestó la mujer pelinegra con aires de arrogancia.

La joven colonia se quedó en silencio por un tiempo aceptando que perdió la discusión— ¿Por qué yo tengo que recibirla?

— A ver si tu perspectiva cambia cuando la conozcas — terminó por decir la virreina entrando a uno de los cuartos dejando atrás a Nueva España.

— Pero ya la he visto — comentó al aire.

La chica de ojos dorados se froto las sienes tratando de entender que era lo que hacía tan especial a la criolla que tenía encandilada a toda su corte. Había sido testigo en primera fila de como la joven de quince años dejaba en ridículo a las figuras intelectuales del momento con un batido de pestañas y una lengua afilada. Sin embargo, como predijo la monarca, Juana había aceptado su propuesta y entro al palacio oficialmente como la dama de honor. Nueva España espero pacientemente en la entrada del palacio virreinal junto a algunos guardias hasta que la dichosa belleza llego inclinándose ante ella.

— Es un honor conocerla, joya del imperio — dijo la mujer de cabellos y ojos negros cual ébano causante del delirio de los intelectuales, con una sutil y cortes sonrisa.

— Lo mismo digo señorita Asbaje y Ramírez — aceptó el saludo la colonia, en su interior furiosa con Eleonor por decirle a la muchacha acerca de la existencia de los de su especie. ¿Qué parte de la palabra secreto no entiende? El hecho de que la haya llamado joya, le confirmaba acerca de ese conocimiento que no hubiese compartido de buena gana. — Empezare con presentarle los alrededores del palacio, luego los lugares que más concurre la virreina Eleonor y la corte ¿Entendido?

La muchacha asintió mansamente siguiéndola a su lado escuchando sus instrucciones, como no entrar a las cocinas después de que el sol se haya ocultado, no molestar a las cortesanas del virrey, a cómo llegar a los lugares favoritos de Eleonor, todo iba con normalidad hasta que...

— ¿Y la biblioteca? — preguntó en un momento de silencio.

La castaña se volteo hacia la pelinegra, ya esperaba esa pregunta en cuanto escucho la reputación de erudita de Juana.

— Al parecer está ansiosa por ver esa parte — dijo tratando de que su diversión no se filtrara por su voz.

— Tal vez sea la única parte que quiera ver — contestó Juana sin tapujos.

— Supongo que los libros interesantes se han agotado de donde vino — expresó Nueva España viendo como una sonrisa se dibujaba en el pálido rostro de Juana Inés.

— Uno jamás debe conformarse con el conocimiento que tiene a la mano, si no buscarlo para ser menos ignorante — se defendió la criolla.

— ¿Y qué quiere saber? ¿Acerca de los reyes católicos? ¿De los piratas que invaden los puertos? ¿O es acaso que quiere saber de la gente de otras naciones? — indagó fijando sus ojos en los de la humana delante de ella.

— ¿Usted sabe acerca de eso? — cuestionó con una ceja levantada, olvidando con quien estaba hablando.

— Le recuerdo que, a pesar de mi apariencia, he vivido para ver más amaneceres que cualquiera en estas tierras — expresó la castaña con irritación por esa pregunta.

— Su Excelencia me ha informado acerca de su... curiosa naturaleza —decía Juana entretejiendo con cuidado cada una de sus palabras, sintiendo la profunda conexión con la aparente niña que le miraba con altivez.

— Esta humilde servidora de la corona española, le pide por favor que no me trate como a una infanta, a cambio tráteme como a cualquier dama de la nobleza, señorita Asbaje y Ramírez — pidió la joven Nueva España aclarándose la garganta, recordando que no debía salirse del papel que su tutor le había instruido de seguir ante los humanos. Honestamente no quería tener problemas con sus superiores por un desliz de lengua con la muchacha.

— Mi intención en ningún momento fue ofender a la joya de la corona — defendió Juana — Hace poco que me contaron acerca de usted, me parece fascinante que usted haya vivido tantos años sin que el tiempo haya logrado provocar una arruga en su acanelada piel y que su apariencia dicte que solo ha consumido catorce años es bastante contradictorio con lo que he llegado a aprender.

La colonia se apaciguo ante las hermosas palabras de la humana que genuinamente sentía curiosidad hacia ella. Juana Inés tenía un don de la palabra con la que lograba conquistar a los corazones más duros y hacía temblar las bases de lo establecido en la época con solo una pluma sumergida en tinta.

— No estoy ofendida, solo que el cansancio de ser cuestionada por mi aspecto me supera —explicó en un suspiro exasperado.

Juana sonrió con pena — Estoy segura que es por que asumen que no ha experimentado todo lo que ofrece la vida.

La castaña abrió los ojos con sorpresa sintiéndose avergonzada por el comentario que logro picar en un lugar dentro de su ser.

— ¿Acaso usted no lo ha experimentado todo? — preguntó en un tono algo risueño — Entonces no tengo más que sentir lástima por usted.

Nueva España se erizo, pregunto chirriando los dientes — ¿Por qué lástima?

— Pobre de quien nunca ha muerto de amor. Pobre estómago, velando por mariposas monarca. Pobres ojos, que jamás albergaron lágrimas amargas. Pobre corazón, que no ha latido desbocado. Pobre boca, sobria de un tacto amoroso — Juana paso sus dedos sobre sus sonrosados labios curvados en una discreta sonrisa — Pobre cuerpo absuelto de pecado y culpa de carne. Pobre de esa alma inmortal, que pretende que ha vivido durante siglos y solo ha matado el tiempo. Pobre de mí señorita que no ha muerto de amor.

— Usted... usted — su voz se apagó sin saber que decir. Por primera vez en su vida, la habían dejado sin palabras. Era una mezcla que no era nada agradable, era amargo por la vergüenza que se acumulaba en sus mejillas y a la vez con una dulzura gentil de la amabilidad que se supone que no debería estar allí. Lo que predominaba era sin dudas la molestia.

— El amor es un sentimiento maravilloso. Espero de corazón que sea capaz de experimentarlo — terminó por decir la mujer a la colonia dejando que ella pasase a su lado, alejándose de ahí para cumplir sus nuevos deberes.

Algo parecido al odio le nació ese día, su orgullo herido de ser callada por un humano en verdad la enardecía de ese sentimiento.

Pronto la molestia de los nobles del virreinato paso como las lluvias de otoño en los campos, ojalá Nueva España pudiera decir lo mismo acerca de sus sentimientos hacia Juana Inés. Era cosa de todos los días verse por la virreina Eleonor, de ambas con largas peleas verbales con provocaciones ocultas de palabras bellas y miradas obstinadas de las orgullosas mujeres sin ser detenidas por Eleonor, porque le divertía con demasía las discusiones en las que eran protagonistas.

Juana Inés, era una mujer que se salía de las líneas fijadas de las damas españolas, opacándolas con sus comentarios sagaces y astutos. Ganándose la atención de los hombres con una mirada brillante y las mujeres deseaban ser como ella. Su competencia contra la dama de honor se volvió algo personal, solo la motivaba a estudiar en cada oportunidad que tenía para superar al fin en una discusión contra la mujer hasta casi perder la compostura.

Mientras tanto, Juana Inés se divertía a expensas de la colonia junto a Eleonor. Les encantaba enfurecer a su nación.

— Entonces... ¿No te vas a casar? — eso era nuevo, nunca había oído de una mujer mortal que no quisiese formar una familia con un hombre de buena cuna. Pero quien era ella para cuestionar eso siendo que por años se creyó que el mundo era plano.

— Quiero que mi nombre cambie al país para siempre a causa de mí, no por los logros de un marido — explicó la joven tomando de su taza.

— ¿Y qué vas a hacer? ¿Rogarles a los próximos virreyes su protección para conservar tu impunidad?

— No le rogare a ningún humano a un mérito que tengo bien merecido.

Ella es mordaz, pensó la castaña sirviéndose varios terrones de azúcar en su té.

— Nunca supe cuál era su nombre — comentó la joven Juana Inés moviendo la cuchara en círculos en su té. Bien acomodada en la silla delante de ella con la luz de los ventanales besando su piel de porcelana.

— ¿No lo sabes? — interrogó extrañada. Pensaba que a esas alturas alguien debió habérselo dicho u oído por casualidad.

La poeta negó con la cabeza.

— Siempre te han llamado Nueva España o la señorita Fernández Carriedo.

La castaña parpadeo lentamente bajando la taza de té, chasqueo la lengua — ¿Por qué debería decirle?

— ¿Por cuánto tiempo planeas continuar con esto? — suspiró la pelinegra sorbiendo su té.

"¡Hasta que gane!" pensó la colonia española en un grito interior. En cambio, de sus labios no salió ninguna respuesta.

— Creo que podríamos llegar a grandes estudios y hacer hermosos escritos si dejamos este juego entre nosotras. Es entretenido, pero disfrutaría mejor debatir con usted de forma pacífica— propuso la novohispana clavando su mirada en Nueva España.

— ¿Una tregua? — articuló.

— Exacto.

— Parece que siempre tienes algo por decir — comentó la joven colonia.

— Siempre queda algo por decir, por hacer, eso es mejor que guardar silencio — sonrió la mujer dejándola de nuevo sin palabras para defenderse.

— Rosalía — pronunció la castaña de ojos dorados dando un largo trago del té.

Juana Inés asintió complacida — Llena de flores. También puede referirse a las guirnaldas de rosa que se hacían en las celebraciones del imperio romano para los difuntos.

— ¿Por qué tiene ese rostro de que lo sabe todo? — preguntó Rosalía confundida por la actitud de la mujer. Eso lo averiguaría en una de las publicaciones de la joven que fue escrito en forma de un poema que poca discreción tenía en ocultar que fue inspirado en su persona...

Rosa divina, que en gentil cultura
Eres con tu fragante sutileza
Magisterio purpúreo en la belleza,
Enseñanza nevada a la hermosura.

Amago de la humana arquitectura,
Ejemplo de la vana gentileza,
En cuyo ser unió naturaleza
La cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida.

¡De tu caduco ser das mustias señas!
Con que con docta muerte y necia vida,
Viviendo engañas y muriendo enseñas.

Siendo honesta consigo misma, no sabía que era peor, si el título del poema 'A una Rosa' o el verso final de este mismo. El mensaje claro del soneto la hizo fruncir el ceño cada vez que leía una y otra vez cada verso. Ella era una mujer, tenía el cuerpo y razonaba como una, pero Juana Inés estaba equivocada en pasar por alto en que era una colonia, la belleza en ella no se marchitaría sin importar el cruel tiempo. Pero picaba, ardía el hecho de que no podía expresar su opinión libremente no solo por su condición de mujer, también de la colonia española más importante del imperio.

¿Cómo una humana de apenas dieciséis años puede comprender la naturaleza de los de su clase?

¿Cómo es posible que ella tuviese las mismas cadenas que ataban no solo a mujeres, si no a las castas que no eran criollos o directamente españoles?

— No por eso dejas de ser mujer — discutió Juana Inés sentada en el pasto de los jardines. Juraba que cada día que pasaba en el calendario, la belleza de la señorita florecía en una hermosa explosión de primavera con esa espesa cabellera negra que enmarcaba su rostro jovial con una expresión relajada ante la presencia de la que era su madre patria.

— Tengo que tener mis prioridades, Juana Inés — refutó Rosalía apretando entre sus dedos la tela de la falda de su vestido quitándose los tacones de sus hinchados pies y deshaciéndose de las aparatosas decoraciones en su cabello.

— No hablo de prioridades o responsabilidades. Hablo de sus deseos arraigados en las raíces de su corazón. Si, Rosalía eres una criatura longeva, pero actúas como lo haría cualquier ser humano. Te enojas cuando las cosas no salen como quieres, lloras cuando alguien lo hace, sueltas risas por cosas pequeñas que encuentras entrañables y añoras la compañía de un amigo. ¿No es eso lo que te hace humana?

— Puedo ver por qué eres poeta —comentó la colonia riéndose sin gracia — Mi vida no solo es mía, muchos dependen de mí, no soy humana y no estoy sujeta a las leyes de ustedes. Estoy destinada a pelear por mi gente en cada guerra que quieran, será la guerrera y la protectora de todos quienes nazcan en mi casa. Es mi mayor orgullo y es por eso que me mantendré firme.

— Siento más humanidad en usted que en los que en verdad son humanos — dijo Juana Inés.

Rosalía se rio sin mantener el decoro, tratando de controlar sus risas por la mirada confusa de su amiga.

— Tal vez sea cierto. La definición humanidad es demasiado amplio — empezó a decir — Puede referirse a la bondad de un ser humano, a su empatía, pero la humanidad abarca también el egoísmo, la avaricia y sus actos crueles que caracterizan a la especie.

— La cuestión es decidir qué hacer con esa humanidad — razonó la novohispana mayor.

— Eso es lo fascinante, aho-

— No he cambiado de opinión, Lisi — interrumpió Juana mirando los ojos de su nación con cinismo.

Rosalía amplio los ojos en su desconcierto. Juana Inés al notar su confusión se compuso con la espalda recta.

— Solo ha afirmado que usted es una mujer con un gran corazón, la representación cruda de la humanidad. Al menos una de ellas. Una mujer que siente, razona y habla que tiene deseos como cualquiera. La única diferencia entre nosotras es que usted es libre de las expectativas de la concepción y el matrimonio. Tiene literalmente todo el tiempo del mundo para conocer y aprender lo que venga en un futuro que no veré. Eso es lo que envidio.

La nación negó con la cabeza ante la mujer que admiraba, ella quien desafiaba sus condiciones que la limitaban, decía lo que pensaba con una gran persuasión y encanto, que tenía las posibilidades frente a ella como un gran halo de luz bajo la protección de los virreyes y vivir de su amor por las letras. La viva imagen de la lealtad, valentía y la honestidad.

— No tienes ni idea de lo que pides. Créeme que no vale la pena — dijo la muchacha de ojos dorados reprochándole— Lo que daría por ser capaz de concebir la vida en mi cuerpo, disfrutando con un hijo entre mis brazos...

— ¿Tú no puedes concebir? —susurró suavemente.

— Nunca seré capaz de sentir la dicha de ser una madre del fruto de mi vientre — afirmó con una discreta tristeza en su rostro.

Juana Inés tatareo entre dientes, después de un silencio corto — ¿Y qué hay de aquellas que no quieren hacerlo?

Nueva España carraspeó llamando la atención de la pelinegra, transformo su rostro triste en uno tranquilo, maquillando su gentileza con la arrogancia de una dama.

— Es la decisión de ellas, eso no les resta valor. Solo envidio que poseen lo que jamás tendré.

— Todos tienen algo que envidia otra persona — dijo Juana Inés tomando entre sus largos dedos mechones del cabello castaño caoba de la colonia — ¿En verdad la inmortalidad es tan malo?

— Hay muchas cosas nefastas de tener demasiadas mañanas para vivir. Aunque no puedo negar que hay aspectos positivos en ello —confesó la colonia apoyándose en el hombro de la mujer.

— ¿Cosas cómo?

— Conocer a gente como tú, las que cambiaran el mundo con sus acciones. He visto terminar décadas con increíbles inventos, experimentar nuevas experiencias con mis compañeros y ver el mundo transformarse.

Rosalía sonrió tomando la mano pálida entre la suya — Y estoy segura de que estaré contigo hasta el final. Eso me consuela.

[ ... ]

Pasaron dos años desde que Juana Inés se volvió la dama de honor de Eleonor, fue solo un instante en la vida de Nueva España en que conoció a esa bella mujer de ilustres palabras. Aunque claro, ya veía que la ambición de su amiga no estaba conforme con la vida en el palacio. Contra todo pronóstico, ella siguió ahí, a pesar de todas las ofertas de matrimonio de hombres con buen estatus social.

Eso cambio cuando le dijo que debía ir a España con sus hermanos. Días más tarde le informo que se uniría a una orden religiosa, renunciando al matrimonio para dedicarse de lleno a sus estudios. Ambas mujeres se despidieron en el puerto prometiendo escribirse antes de que el barco zarpara alejando por un tiempo a dos corazones.

La distancia hace muchas cosas a una persona, te hace dar cuenta de las cosas que extrañas y lo importante que son. Así fue como Rosalía se volvió consciente de su amor a la ahora monja. Extrañaba el olor de su cabello al peinarlo con flores de buganvilia, las tardes de debates y charlas de obras literarias, los comentarios suspicaces de la criolla, el encuentro de sus ojos buscándose al otro lado de la corte y su franqueza.

Los sonetos personales que recibía en sus cartas avivaban las emociones despertadas en su corazón, se reía tontamente en momentos aleatorios, su estómago era tacado por mariposas y se quedaba sonriendo al papel releyendo cada línea firmada con ese cariñoso apodo.

Desgraciadamente, no solo sus hermanos menores notaron su cambio de comportamiento, el mismo España la confronto.

— Morirá — afirmó el ibérico en la entrada de su habitación— Los humanos son frágiles y no viven mucho.

— Lo sé — respondió.

España negó con la cabeza — Solo te terminaras lastimando.

— Quiero quedarme con ella hasta que... Sé que vale la pena.

Rosalía fijo su mirada dorada en el rostro de Antonio.

— Eso crees porque eres joven e ingenua. Las naciones no debemos involucrarnos de esa manera con los humanos — su voz comenzó a irritarse.

— Pero lo hacemos. Lo has hecho.

Ambas naciones se miraron en un silencio pesado. España en verdad trataba de no perder la paciencia con la chica.

— ¿Quién te dijo? — demando Antonio aún sabiendo la respuesta. Portugal en verdad le gustaba molestarlo, en especial si eso fuera metiéndose con la memoria de la reina católica.

— Stefan — respondió Nueva España a secas — Déjame hacerlo.

Su voz salió como una petición mansa, iba a decir algo, pero... se detuvo apretando la tela encima de su corazón, escuchaba a Antonio de fondo y sus brazos evitando que cayera al suelo. Los virreyes habían muerto. Dos jefes más que debía enterrar. No, ellos no eran sus jefes, habían sido relevados de ese título para ser devueltos a la madre patria.

Regreso de emergencia a sus tierras. De nuevo, ahí estaba Juana Inés vestida de monja esperándola en el puerto llamándola mi querida Lisi. Sus mejillas se calentaron cuando el aroma de buganvilias la rodeo. Se golpeó a si misma diciéndose que no era el momento. Para ella solo era otra de sus tantas virreinas que se iban a manos de la muerte, pero Juana había perdido a una amiga cercana. Nunca menciono las manchas de agua en sus hombros después del funeral.

España no envió ninguna carta. No la esperaba de todos modos. La muerte era natural en los humanos, aunque eso no le impedía llorar por cada pérdida. Pero la corona del virreinato tenía sus líderes, a las personas a quienes debía estar a su lado.

Sus nuevos virreyes.

Tomás de la Cerda y Aragón y María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga.

— ¿Vas a quedarte?

Los cabellos de Juana Inés estaban cubiertos por un velo negro, sus manos indecisas de tocar a la muchacha y cada paso hacia su persona fue firme. Los jardines de la iglesia de San Jerónimo se sumergían entre las penumbras, solo se iluminaban con las dos velas que sostenían en sus manos.

— Bueno, es mi casa. Así que...

— ¿Vas a quedarte? — preguntó de nuevo con suplica la novohispana. Rosalía comprendió con lo que quería decir con esa pregunta, era si se quedaría con ella.

— ¿Quieres que lo haga? — contestó queriendo con todo su corazón que su respuesta fuera sí — Pensé que jamás le rogarías a nadie por algo que te merecieras.

— Quiero estar al lado de esta orgullosa rosa que ha sido verdugo de mis temores. De la orgullosa rosa que ha florecido entre las palabras de mi boca — recitó Juana Inés cortando la distancia entre sus corazones — No soy digna de tan gran corazón, no le suplico a un humano, solo le suplicare a esta criatura deslumbrante a aceptar este amor egoísta.

— Sabes lo que soy, a lo que mi alma está atada — susurró — No podre corresponderte de la manera en la que deseas.

La monja sonrió — Eso no me importa. Un amor eterno es lo que pido, aunque no sea de forma terrenal.

Ambas se ocultaron entre las sombras de las hojas de los árboles sellando un amor que nunca se consumió, pero no por eso no existió.

Los años pasaron entre los textos de los sonetos de amor a Lisi dirigidas a los ojos dorados de Rosalía, quien sin importar que tanto tiempo pasó, seguía viéndose como esa joven del vestido rojo en los pasillos del palacio. En cambio, la monja siguió cada anochecer y envejeció junto a este cambiante mundo.

La enfermedad llegó...

Una epidemia de tifus se expandió en el virreinato de la Nueva España matando a los incautos, a los desamparados y desafortunados. Las garras frías de la muerte reclamo a Sor Juana Inés en el inicio de la primavera, y tal como prometió Rosalía estuvo en su lecho.

— Espero que algún día seas libre de la opresión, espero haber dejado atrás mi legado y haber conmovido tu corazón. Quiero que me prometas algo, cariño— dijo Juana Inés sosteniendo la mano de su amor, sin ningún miedo a su final.

Nueva España asintió besando su mano — Lo que sea.

— Quiero que permanezcas leal a tus convicciones, tu corazón fiel es tan hermoso, no dejes que las malas intenciones de otras naciones cambien eso. Se esta mujer valiente con las dificultades que vendrán y se honesta con tus sentimientos y con las personas que amaras — terminó por decir la monja fijando sus oscuros ojos azabache en sus dorados.

— Lo prometo. Hare que te sientas orgullosa.

Su voz ahogada pronuncio esas palabras, a sus ojos vieron a Juana Inés... la mujer a quien siempre admiraría.

No era un mito porque había sido alguien en carne y hueso, no era una diosa a la que construían monumentos y sin duda no era la representación de una nación que ha luchado innumerables guerras.

Era una humana, una que había dejado una huella gigante. Sor Juana Inés de la Cruz era un nombre que paso la prueba del tiempo, un legado que definió un antes y un después.

Y tras siglos de una lucha de independencia, problemas internos, una dictadura, revoluciones, guerras mundiales y un sinfín de acontecimientos que dejaron atrás a esa colonia llamada Nueva España para convertirse en México, una aliada e importante nación que comenzaba a exceder las expectativas. Ahora parada frente a la puerta del edificio de ONU, eran tan grande que la hacía sentir diminuta, con un suspiro entro por las puertas con una gran sonrisa.

— ¡Buenos días a todos! — saludó México recibiendo respuestas de las naciones presentes. Se dirigió a su asiento que tenía una placa con su nombre, todo por lo que lucho en un nombre tan corto.

— Te ves de buen humor — comentó Perú sentado a su lado izquierdo balanceándose en su silla — Bueno, más de lo normal.

— Síguele wey, te vas a partir la madre — habló Rosalía sin contestarle realmente a Miguel. Unos segundos después pudo escuchar el grito de su amigo cayendo al suelo.

— Si dices te lo dije, te lo juro mi causa, que...

Rosa lo interrumpió con una sonrisa— Deja que te ayude.

Perú no estaba mintiendo, se sentía bastante feliz por que iría a visitar a Sor Juana.

Como siempre la reunión termino en un caos con algunos muebles rotos y en peleas a golpes. Rosalía se escabullo de sus compañeros y familia, caminando y tomando el autobús. Puede parecer algo escabroso, pero a México le gustan mucho los cementerios, en especial cuando se decoraban en esas fechas de noviembre ¿Por qué tendría que tenerles miedo? Eran su gente quienes descansaban en ese lugar, los mortales que ha conocido toda su vida.

En la iglesia de San Jerónimo descansan los restos de su amada poeta, con su nombre grabado en una placa. Un lugar que era visitado por tantos humanos como un lugar para presentar sus respetos y admiración a una maravillosa mujer que vivió hace más de dos siglos.

Nunca sabrán quien es la responsable de dejar un ramo de margaritas y buganvilias al pie de la tumba cada 17 de abril.


(1) Sor Juana se integró a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, en Nueva España, a los 15 años de edad entre 1664 y 1665. Incluso para que fuese "aprobada" su presencia, varios prelados le hicieron exámenes que superó con creces.

(2) La reina católica era Isabel de Aragón. La reina consorte responsable de darle el permiso a Cristóbal Colon en buscar nuevas rutas de comercio, aunque acabo descubriendo otra cosa. Ya sabemos el resto...

(3) Hay una confusión acerca de con quien Sor Juana Inés de la Cruz tuvo la relación amorosa. Ella conoció a dos virreinas, a sus quince años conoció a Eleonor que la convirtió su dama de honor, quien falleció años después de que Sor Juana se consagrara y dejara el puesto de virreina y después conoció a María Luisa, la nueva virreina a quien dedicaría poemas de amor, pero aquí hice que fueran para México.

(4) Se dice que Juana había ingresado al convento no sólo por una supuesta decepción amorosa, sino por haberse enamorado de la virreina Leonor de Carreto, a quien le compuso varios sonetos que "permiten ver" el amor que le profesaba.

(5) El 17 de abril de 1695 murió Sor Juana en el convento de San Jerónimo por una epidemia de tifo.

Alguien tenía que escribir acerca de Sor Juana Inés de la Cruz. Adiós.