Este fic lo escribí para la KiriBaku Week 2021 (#KiriBakuWeek2021 en redes)
Prompt: Fantasía
Del color de mis escamas
Eijirou planea una vez más sobre los montes nevados, aguzando la mirada por si ve alguna pista de que en ellas habite algún dragón. No encuentra nada, así que se acerca a inspeccionar las cuevas y túneles de piedra, por si se ocultan en ellos. Están vacíos. Como siempre.
Suspira decepcionado, sintiendo el frío de la tristeza colarse en sus huesos. Se hace un ovillo para descansar. Seguirá buscando al día siguiente, y al siguiente, buscará hasta el último resquicio del mundo, hasta encontrar a sus padres o, al menos, algún otro dragón.
En las aldeas se dice que ya no existen, que fueron cazados hasta su extinción. Otras historias cuentan de cómo se hartaron de los humanos interfiriendo en sus vidas y huyeron a otros continentes, lejos de ellos. También una vez escuchó a una mujer, en una de las aldeas del norte, decir que se habían mezclado con los humanos, y que la sangre de los dragones se había ensuciado, perdiendo así sus poderes para transformarse.
Eijirou no escucha. Se aleja de esas aldeas y extiende sus alas, ocultas bajo el glamour que le permite tomar forma humana, y vuela para seguir su búsqueda. Pero en noches como esas, teme que sean verdad. Porque si lo son, entonces él es el último, y no quiere estar solo.
Ha estado solo toda su vida. Cuando su huevo se rompió y salió él de ahí, su nido había sido abandonado. Miró con aprehensión los huevos de su alrededor, esperando que salieran sus hermanos, pero luego descubrió que estaban rotos. Se alimentó de ratones e insectos, sobreviviendo por instinto; pero no dejaba de sentir en su interior que algo faltaba y llorando por las noches la ausencia de algo que desconocía.
A los seis años Eijirou salió de la cueva, buscando algo más de qué alimentarse. Tuvo suerte, pues los hombres que lo vieron intentaron cazarlo sin éxito, aunque el temor que le provocó el verse perseguido hizo que no saliera por un año entero. Sin que nadie le enseñara descubrió cómo tomar forma humana y eso hizo las cosas más fáciles. En las aldeas se compadecían de él y lo alimentaban, en otras tenía que robar la comida, pero al menos no era perseguido con lanzas y flechas. A los diez decidió emprender la búsqueda. Encontraría a los demás dragones y, quizás, entendería qué había pasado con su nido.
Cinco largos años han pasado desde entonces, y no los había encontrado. Ha encontrado pistas: nidos de dragones abandonados como ese en el que duerme, historias en los poblados, pero nada más.
Lo despierta el olor a humano. Alarmado se levanta dispuesto a defenderse ante cualquier ataque. Pero no ve a nadie. Y entonces lo nota de nuevo, también huele a sangre. Se gira hacia el interior de la cueva, más adentro de lo que él estaba y lo ve. Es un humano joven, su cabello rubio despeinado le cubre una parte del rostro. En su torso desnudo tiene una herida que sangra, se ve que con su mano contraria intentaba detenerlo, con una capa roja hecha bola, llena de sangre también. El joven parece inconsciente.
Lleno de curiosidad y temor Eijirou acerca su cabeza al hombre. Su rostro está contraído por el dolor, tiene los ojos cerrados, pero de pronto los abre y mira a Eijirou. Una corriente eléctrica recorre al dragón, pero no puede dejar de mirar esos ojos rojos, como sus escamas, que lo miran fijamente, sin expresión. Hasta que el chico se queja y vuelve a presionar su herida con la capa.
—¿Qué te pasó? —pregunta Eijirou sin pensarlo.
El humano lo mira sorprendido, unos segundos y luego sonríe de lado, como si le costara y dice con voz débil.
—Bandidos. —Luego agrega—. No sabía que los dragones hablaban.
Está por contestar cuando el chico se queja y vuelve a cerrar los ojos. Respira con dificultad y Eijirou se asusta cuando su cabeza cae sobre su pecho. No puede acercarse bien en esa forma así que se transforma y se acerca alarmado a revisar si sigue vivo. Por alguna razón ese humano no le inspira temor, quizás por que está herido y no puede hacerle nada, ni siquiera con la espada que cuelga de su cintura. Está vivo. Eijirou exhala aliviado. Cura sus heridas con su magia, hasta entonces sólo la había utilizado en él mismo y no sabía si serviría en un humano, pero la cortada deja de sangrar y se cierra. Podría dejarlo ahí e irse, ya no tiene nada que hacer en esas tierras y debe seguir buscando. Pero sabe que los humanos son débiles y que, aunque la herida esté sanada, ese chico no tendrá fuerzas en un rato, ni despertará. Su estómago le recuerda que no ha comido en tres días así que toma una decisión.
Regresa con un jabalí y un ave que no reconoce pero que sabe bien —porque ya se comió dos de esas en el camino—. El humano sigue durmiendo, pero su respiración ya es normal y su piel luce menos pálida. Se acerca a revisarlo y confirma que las heridas han sanado completamente. Tiene varias cicatrices, además de la reciente, y también unas marcas extrañas de color negro en los brazos. «Tatuajes». Recuerda que las llaman los humanos. Su rostro es agradable. Eijirou piensa que es bonito, y se sorprende porque jamás pensó algo así de un ser humano. Perturbado se vuelve a alejar y junta unas ramas, que recogió en su salida, para hacer una fogata. Sabe que los humanos no pueden comer carne cruda, porque siempre los ha visto cocinarla. Con su fuego la prende y empieza a asar lo que cazó.
A los pocos minutos de que la comida se está haciendo el chico despierta. Eijirou siente sus ojos clavados en él.
—Huele bien —dice con voz débil el humano.
—Hay comida —dice Eijirou y señala la fogata.
El humano se mira el pecho, se lo toca y luego mira a Eijirou confundido.
—Mi herida…
—La curé. Te ibas a morir si no.
—Gracias —dice el chico y recarga su cabeza en la pared de la cueva, cerrando los ojos otra vez.
—¿Te duele? —pregunta Eijirou.
—No. Pero estoy cansado. Creo que dormiré más, despiértame cuando esté la comida.
Eijirou siguió cocinando, lanzando miradas al humano que dormía en su cueva con tanta tranquilidad. Cuando estuvo la comida lista lo despertó. Vio cómo comía en silenció, devorando con voracidad la carne de jabalí.
—Me llamo Eijirou Kirishima —decide revelarle en un impulso.
—Katsuki Bakugou —dice el humano entre bocados—. Te debo la vida.
Eijirou asiente mientras come.
—¿Y cómo funciona?
—¿Qué cosa?
—Lo de tu forma humana. Anoche que entré eras un dragón. A menos que lo haya soñado.
Duda en decirle la verdad, sería ponerse en riesgo, pero la forma en la que lo mira lo hace sentirse confiado.
—La verdad no sé como funciona, sólo pienso en parecer humano y solito me transformo.
—¿Puedes transformarte en otros animales?
Eijirou empieza a reírse.
—No lo he intentado, pero no creo. —Se concentra y piensa en transformarse en algo más, pero no ocurre nada—. No puedo.
—Pensé que estaban extintos —dice Katsuki.
—¡No! —exclama Kirishima—. Sólo ocultos, creo… espero.
—Lo siento.
Eijirou agita la cabeza y le sonríe.
—No pasa nada. Es lo que todos piensan.
«Hasta tú, a veces» le recuerda su mente. Comen en silencio. Y al terminar de comer Katsuki se recuesta de nuevo.
—Quiero dormir otro poco, ¿seguirás aquí cuando despierte?
Kirishima asiente, otra vez sin pensarlo. Él también está cansado, casi no durmió y la carne cocida tuvo un efecto extraño en su organismo. Así que regresa a su forma real, porque se siente más cómodo así, y se hace un ovillo.
Despierta unas horas después, al sentir el contacto en su lomo. Katsuki está de pie, al parecer ya recuperado, y lo acaricia con una cara maravillada.
—¿Qué haces? —pregunta Eijirou estremeciéndose un poco bajo la caricia.
—Te admiro —Katsuki deja de tocarlo y lo mira—. No pude verte bien cuando me metí anoche, estaba más preocupado por no morirme. Tienes un color bonito.
—Gracias. Se parece al color de tus ojos —dice sin pensar.
Katsuki sonríe. Eijirou siente que no puede respirar.
—Tengo que irme —dice para escapar de esa sensación que oprime su pecho.
—¿A dónde irás? —pregunta Katsuki, parece triste.
—Estoy buscando otros dragones.
—¿Puedo ir contigo?
—¿Conmigo? ¿No tienes que regresar a casa o algo así?
Katsuki sacude la cabeza.
—No debo regresar a casa sino hasta dentro de nueve meses, o se me considerará poco digno.
Eijirou no entendía.
—¿Poco digno?
El humano le explica cómo en su tribu tienen la costumbre de que a los 15 años deben irse por un año a correr aventuras. Volver antes es un deshonor. A Eijirou le parece algo peculiar pero también admirable. También le cuenta cómo lo emboscaron unos bandidos en el bosque, seis, para ser precisos, y aunque había derrotado a tres de ellos, al final eran demasiados incluso para el mejor guerrero. Había encontrado la cueva y decidido que nadie se acercaría habiendo un dragón ahí.
—Está bien —accede Eijirou.
Sentir al humano en su lomo, abrazándose de su cuello para volar lo reconforta. Cuando encuentra nidos abandonados Katsuki lo anima, le ayuda a seguir teniendo esperanza. Con el tiempo ambos se vuelven más cercanos y la primera vez que Katsuki lo besa Eijirou saca humo por la nariz a pesar de estar en forma humana porque siente que arde por dentro. Cada día el dragón agradece el día que decidió confiar en un humano y curarlo. Porque ya nunca más estará solo.
Notas:
Espero les haya gustado, se agradecen los comentarios. Si quieren leer más kiribaku mío tengo una compilación llamada 'Darling, hold my Hand' en la que hay varios oneshots distintos de esta pareja (y en la que subiré el otro fic que escribí para esta week). De hecho en el primero aparece también un Kirishima dragón, aunque el universo es otro.
