Hola. Gracias por darte una vuelta por acá. Es necesario que explique unas cosas antes de que comiences la lectura.
Nick y Judy no serán los protagonistas, tampoco el jefe Bogo ni ningún otro personaje de la película, al menos no por ahora. Aparecerán en la historia después. Para llegar a ese punto debo construir todo un marco histórico hasta la época en la que ellos vivieron.
Este fic abordará temas de filosofía, política y religión, también escenas de sexo y violencia explícita, las cuales quedarán advertidas al principio de cada capítulo. Si eres sensible a estos tópicos, te pido que te retires. En caso de que decidas quedarte, no tengo otra opción más que agradecer tu consideración por querer vivir esta gran aventura.
Las actualizaciones pueden demorar meses, por eso les pido que sean pacientes.
Sin más que agregar, disfruten el episodio.
Gracias.
Hace mucho tiempo…
Había un templo que estaba oculto debajo de la tierra. Sus columnas eran de oro y brillaban como el fuego. Las baldosas ajedrezadas de los corredores acentuaban sus muros como bambalinas oscuras. El mural blanco al fondo del salón acogía una simbología dibujada con trazos finos. Las sillas, tapizadas en terciopelo escarlata, estaban ocupadas por animales vestidos de seda, los cuales infundían el terror con sus máscaras maquiavélicas. La nave central bifurcaba la estancia. En el podio se hallaba el Sacerdote Maestro junto a sus secuaces. Había una iluminación bochornosa; las velas avivaban como antorchas en la oscuridad.
El Ritual estaba a punto de comenzar.
El Sacerdote Maestro era una cabra bípeda y robusta. Usaba un traje negro con corbata de vino. Su altura rebasaba los tres metros y sus cuernos eran tan negros como su pelaje. Llevaba guantes blancos en las manos y su mirada era como de un fuego ardiente, con la barba finamente recortada. A sus espaldas se veía el símbolo de la Providencia rodeado por los destellos de un sol opaco.
Las puertas se abrieron lentamente. La iluminación hacía brillar los bordes de oro y los bustos de ónice. La sombra de aquel animal que esperaba debajo del marco se alargaba hasta el fondo de la habitación. Por ambos lados, dos figuras de paños negros lo escoltaban hasta el altar.
Aquel animal cargaba un sombrero negro de ala ancha sobre la cabeza y un abrigo oscuro. Durante todo el trayecto se mantuvo cabizbajo en señal de respeto. Había luchado por años para llegar hasta donde se encontraba en ese momento; la escaleta había requerido sacrificios gigantescos, de una valentía para entregarse a la abnegación; su esposa, sus hijos, sus amigos; todo lo echó por la borda para volverse uno de los sacerdotes más poderosos de la Orden.
Conocimiento ilimitado, carisma, placeres carnales, juventud eterna y muchas otras promesas que el pacto concedería a cambio de su alma. Delante de él había un pentáculo dibujado en el centro de la moqueta, abstracto y difícil de comprender. Las velas en los cinco picos de la figura alumbraban parcialmente su semblante. Era un lobo de pelaje fijo y oscuro, con ojos parecidos a los rubíes. Sonreía maliciosamente; sus dientes asemejándose a las perlas y su rostro tan arrogante como el de un dictador. Se apoyó en una de sus rodillas delante del propiciatorio que descansaba encima del pictograma.
Al cerrarse las puertas, el Sacerdote Maestro extendió los brazos.
—Jason Maddisson —develando una voz rasposa y engrosada, se refirió al lobo arrodillado a unos cuantos metros de él.
—¡Oh, Gran Señor de la Oscuridad! —dijo sin haber levantado la mirada—, vengo ante usted humilde y humillado.
—Has demostrado ser un miembro admirable de nuestra sociedad y por ello habrás de ser recompensado. Tus logros fincan lo que eres ahora, la base de lo que serás por el resto de tus días.
—¡Oh, Señor mío! Necesito tu sabiduría para conducirme en justicia —hablaba como si estuviera implorando clemencia—… Nuestra justicia.
—Construiremos un mundo completamente nuevo. El Nuevo Orden Mundial lo controlará todo, y tú Jason Maddisson verás el amanecer de un glorioso porvenir. Nadie nos podrá detener.
—Será como usted deseé, maestro.
La criatura bajó la mirada hacia el libro que descansaba encima del podio. Era rojo y tenía un pentáculo negro en la cubierta. Lo abrió para buscar las páginas.
—Ponte de pie y acércate al propiciatorio.
Sus secuaces se posicionaron a su lado para iniciar el ritual. Juntaron sus palmas en el momento que Jason extendía las manos hacia el frente.
—Entréguenle la espada.
Uno de sus secuaces se acercó al lobo para desenvainarla y entregársela. Un rasgueo filoso y estridente atosigó sus oídos. El mango era de oro puro y la hoja de hierro labrado. Vibraba en címbalos y brillaba como una estrella. Cuando la colocaron sobre sus palmas advirtió su ligereza. Debía medir como setenta centímetros.
—El pergamino.
Oyeron la voz del Sacerdote Maestro y extendieron un pliego de papel sobre el propiciatorio.
—Todos de pie.
Aquellos enmascarados se levantaron de sus lugares. El Sacerdote Maestro alzó los brazos para declarar con gran voz:
—¡Oh, Belcebú! ¡Sé testigo, recuerda este momento!
Jason agarró la espada con su mano izquierda.
—Protege a este siervo tuyo que ha decidido sufrir contigo.
Aferró su palma derecha sobre la hoja y jaló fuerte.
—Revela tus misterios, deja que tus súbditos se complazcan en tus delirios.
Con el puño firmemente cerrado, Jason enseñó los dientes ante el dolor.
—Permite, oh, Señor de las tinieblas, que tu siervo te glorifique; derrama tu favor sobre su ahora avivado espíritu.
Jason suspiró antes de levantar la pata encima del propiciatorio. Sabía bien lo que estaba a punto de hacer.
—Jason Maddisson, ¿entiendes que ya no hay vuelta atrás una vez hayas hecho el ritual?
—Lo estoy, señor.
—¿Estás consciente de que ya no habrá salvación para tu alma?
Jason estaba convencido de sus acciones.
—Por supuesto que sí, maestro.
—¿Estás enterado de que la Madre Naturaleza quitará su mano de ti?
—Sí, señor.
—Antes de proseguir, deberás escoger una de las tres bendiciones que Belcebú puede brindarte.
Jason oía atentamente.
—Estoy preparado.
—Escoge ahora, Jason: Amor, dinero o conocimiento. Toma el tiempo que necesites.
Jason inclinó la mirada para analizarlo. Al cabo de unos segundos, levantó el rostro y suspiró.
—Ya hice mi decisión.
—¿Qué has decidido?
—Conocimiento; quiero saberlo y entenderlo todo.
La cabra lo miró con respeto.
—Belcebú te prosperará grandemente por haber preferido la sabiduría antes que los sentimientos y lo material. Sé consciente, Jason, de que nuestro dios es poderoso, que este mundo está bajo su poder. Al hacer el pacto de sangre, habrás completado la escolaridad como sacerdote grado treinta y tres y formarás parte de La Supremacía.
—No habrá halago más grande, mi señor.
La criatura cerró el libro y bajó los pequeños escalones de la tarima. Sus secuaces le cedieron el paso con temor. Era gigante, tres metros treinta y dos de alto, temible y con una mirada escalofriante. Se posicionó frente a Jason. Este último no se atrevía a mirarlo al rostro.
—Abre la zarpa entonces, y deja te consuma.
Jason vio la sangre emergiendo de los pliegues de su mano.
—Como ordene.
Al hacerlo, un chorro de sangre cayó sobre el pergamino. Todavía se derramaron unas gotas cuando la criatura tomó su antebrazo. Jason se espantó ante la violencia y la velocidad del agarre. La cabra se soltó de él suavemente para saborear la sangre de Jason con su lengua partida.
«Uy, sí...» Exclamó deleitándose por la sazón.
Jason se asqueó.
—Deberás cumplir una tarea más antes de que acabe el ritual —la cabra retiró el contrato del propiciatorio—. ¡Tráiganla ya!
Una puerta se abrió repentinamente a un costado del salón. Dos figuras negras salieron de allí arrastrando a una joven de buen parecer. Estaba atada de manos y lloraba horrorizada. En ese momento, todos se retiraron las capuchas y las máscaras. Eran presas en su mayoría, una galería de distintas especies. Había también unos cuantos depredadores, pero eran mínimos en comparación. Los sacerdotes también se quitaron las caperuzas, revelando que también eran cabras como el Sacerdote Maestro.
«¡No, por favor no! ¡Se los suplico, déjenme ir!» Vociferaba en cueros. Jason advertía que era una zorrita del ártico.
—Deberás sacrificarla para complacer los deseos de nuestro Señor —decía en lo que la tomaban con fuerza de los brazos y la acostaban encima del propiciatorio.
«¡No, no, por favor! ¡Ay, Madre Mía, sálvame!» Exclamaba entre lágrimas.
—Toma la espada y mátala ahora.
Jason temblaba. Había hecho otras atrocidades en el pasado, pero nunca sacrificar a una jovencita, menos a una zorrita tan bella. Al verla más de cerca, cayó en la cuenta de que tenía menos de 18 años.
—Completa la tarea y lo tendrás todo, Jason —le decía la criatura.
Jason empuñó la espada con ambas patas, asustado. Se acomodó para tener un buen ángulo. Los sacerdotes le tapaban la boca para que dejara de gritar. Espantado, Jason colocó la hoja justo encima del cuello de la ninfa, un poco más abajo de la nuca. Esta última percibió la vibración del filamento en su pelaje sacudiéndose con violencia.
La pequeña balbuceaba sin éxito.
Jason sintió lástima por ella.
—¡Hazlo!
Fue entonces que Jason alzó las manos para cortar su cabeza de un tajo.
Jugoso, viscoso.
El lobo trataba de describir el sonido tan peculiar que se produjo al momento de hacerlo. Cuando abrió los ojos, la cabeza de la vulpina rodó hasta caer frente a sus pies. El cuerpo se agitó bruscamente antes de desplomarse encima del propiciatorio. Jason tomó una porción de la sangre derramada para embarrarla en el pergamino. A continuación, el Sacerdote Maestro lo levantó para que todos lo vieran.
—¡Está hecho!
Aplaudían sus hazañas.
—Hice lo que me pidió, maestro.
—Y te felicito, Jason.
No estaba inmutado. Rumiaba profundamente lo que acababa de hacer.
—He aquí un claro mensaje de nuestro Señor —pregonaba ante la secta—. Recuerden que me ha elegido a mí, Mefistófeles, como su aliado. Gracias a ello, por haberme entregado en cuerpo y alma, me ha provisto de una parte de sus poderes. Por eso soy el único digno de transmitir sus mensajes.
Prestaban atención.
—Gracias a él creamos esta sociedad. Es nuestro deber, por la lealtad que hemos jurado, infundir a la gente la idea de hacer a un lado todas las supersticiones religiosas, los prejuicios y las diferencias —miró a Jason, complaciente—. Bienvenido a la orden, Jason. Belcebú estará más que complacido por ti.
—Haré lo que sea que él me pida —respondió—. A partir de ahora, todo mi ser le pertenece.
