Holaa.

Muchas gracias por hacer click aquí y darle una oportunidad a esto. La verdad no entiendo bien qué era lo que quería plasmar en un principio, pero el resultado final no me disgusta. Supongo que lo que originalmente había planeado se hizo humo mientras escribía, y el OS tomaba otro tinte poco a poco. De cualquier forma, espero que sea disfrutable al menos.

Esta vez traigo un pequeño one shot GoYuu que, podría en lo que cabe, catalogarse como una especie de 18. Hace tiempo tenía muchísimos deseos de aportar con algo aunque sea cortito al fandom de Jujutsu, y finalmente lo hice. ¡Sobre mi pareja favorita!

Este escrito va dedicado a Nolee Vel. He aquí el GoYuu que te debía desde hace tiempo. Lamento la tardanza; el trabajo constante, el cansancio y el estudio me han mantenido súper ocupada, por lo que no tuve tiempo de terminarlo sino hasta ayer. Pero finalmente aquí está, después de miles de años jajaja.

Más vale tarde que nunca, dicen por ahí.

En fin, espero que disfrutes este One Shot. Me quedó más corto de lo que creí, pero creo que al menos quedó decente; dejaré que tú lo juzgues. Cabe aclarar que ni siquiera sé qué fue exactamente lo que traté de hacer en un principio; todo lo que ves escrito simplemente surgió de pronto.

Disculpen cualquier error, no fue beteado.

ADVERTENCIA: contenido sexual, si eres menor de edad lees bajo tu propio riesgo

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Amor. Una palabra un poco difusa e inhomogénea para el no tan amplio vocabulario de Satoru Gojo.

Sabía que el amor abarcaba mucho más que el romance; los chocolates, las pequeñas fiestas en San Valentín y los suaves roces de manos que repartían descargas estáticas por todo el cuerpo, eran solo la punta del iceberg de todo lo que el amor conllevaba, y de los infinitos significados que podía tener esa palabra.

El amor de una gran amistad era un reconocido tipo de amor; acompañado de abrazos, compañías nocturnas y el sentimiento de no sentirse ahogado en la más profunda de las soledades; era retratado como un pequeño cubículo menester en los abismos de cada existencia terrenal. El amor fraternal también existía, ese que era descrito como el más puro e incondicional de todos; que no comprendía de barreras ni tiempo, y que nunca se deterioraba. Satoru no comprendía ese amor en específico, pues nunca convivió con sus padres lo suficiente ni mucho menos tenía hijos.

El amor propio también, un concepto tan escasamente mencionado y tan necesario a su vez, como la deseada amistad; quizás incluso más. El sentimiento de amarse a uno mismo, había aprendido a lo largo de su no tan experimentada pero bien aprovechada vida, era el soporte vital de cualquier ser humano; fue antaño un conocedor en carne propia de la imposibilidad de sentir algún mínimo resquicio de afecto por alguien más, si no se amaba a uno mismo primero.

Y luego arribaba, el amor romántico. Ese sentimiento comercializado en San Valentín, descrito en cientos de relatos románticos y películas, como un afluente del amor entre dos amigos; porque la constante compañía de alguien cercano, rezaban muchas historias, podía desembocar en el desarrollo de tales sentires románticos. Ese sentimiento que se limitaba a besos, hacer el amor y noches de dos amantes acurrucados frente a una chimenea, con chocolate caliente en sus manos y la grata compañía del otro a su lado.

Vaya que los artistas tenían imaginación.

El amor era un concepto vasto e infinito, lleno de matices y tonalidades que eran imposibles de comprender al cien por ciento. Gojo, en sus casi treinta años de vida, todavía no había conocido una sola persona, que fuese capaz de explicarle en profundidad el concepto real del amor; esas cosas a las que muchos escapaban, esos pequeños detalles que se escurrían de la vista.

Pero bueno, el tan sobrevalorado amor era una difuminada zona de arcoíris, con tantos colores como células en un ser vivo.

Sabía bien que aquel inexplorado amasijo de afecto tenía su rincón oscuro, y que pocas veces era visto en la ficción. Sabía que el paso del amor al odio era mucho más corto de lo que pensaban, él mismo lo había dado hacía años, cuando todavía era fiel creyente del romanticismo monocromático que la sociedad le servía en bandeja. Sabía que era un sentimiento tan volátil y maleable, que era capaz de deformarse sin el más mínimo esfuerzo, y engullir la dulzura del enamoramiento para reemplazarla con una amarga monotonía arbitraria.

Sabía incluso lo que era sentir el alma siendo pellizcada por los latidos de un corazón ajeno, y con una suave amargura en la garganta sabía lo que se sentía cuando el objeto de devoción y amor, tomaba el corazón de quien lo amaba y lo exprimía entre sus dedos, hasta hacerlo pedazos.

Sabía tantas cosas, y a la vez tan pocas.

Incluso sabía que el amor no necesitaba romance, que amar no se resumía a regalar flores y chocolates, o incluso organizar alguna cena a la luz de las velas, con la que el dinero se fuese por el caño. El amor se percibía; podía ser degustado, olfateado, sentido y observado con la vehemencia de un amante en la cumbre de sus sentimientos, sin la necesidad de objetos materiales de por medio. Después de todo, no se podía comprar ni regalar al corazón; pero sí podía ser tocado por etéreas manos ajenas.

Satoru degustaba su propio amor en ese preciso instante; besando y halando con sus dientes de la piel de seda debajo suyo, dejando minúsculas esquirlas moradas como huella de su paso por aquel lienzo orgánico, que todavía estaba en blanco.

Él, de hebras rosadas como chicle y ojos brillantes de color marrón; objeto de su más grande devoción y personificación de lo que contenía casi todo su amor, nunca había sido tocado de aquella manera. El pecho de Gojo se llenaba de júbilo al saberse el primero en hacerlo, en degustar antes que nadie aquel cúmulo multicelular de emociones fluctuantes y jadeos cálidos, que se retorcía de satisfacción bajo su propio cuerpo desnudo.

Unos dedos que se enredaron como hiedras en su cabello blanco lo devolvieron a la realidad. Dejó de pensar en los miles de matices del amor, y clavó sus ojos celestes en el chico bajo sus brazos; las sábanas blancas debajo de sus cuerpos hacían un ligero contraste con la piel algo bronceada del joven, tan tersa y suave que la misma seda le tendría envidia.

Satoru se relamió los labios. No había ni siquiera probado la entrada, y ya anhelaba el plato fuerte.

—Itadori —clamó su nombre, y Yuuji Itadori le obsequió la mirada marrón—, ¿todo bien?

—Sí, sólo tengo un poco de hambre —confesó el chico, y por un breve instante Gojo quiso reír ante su deliciosa sinceridad espontánea.

—Me puedes comer a mí —respondió con escasa seriedad, para luego perderse en aquel par de labios extraterrenales.

Cuando lo conoció, en un pequeño bar casi en la periferia de la ciudad, Satoru había quedado hipnotizado por la sonrisa tan reluciente y magnética que el chico Itadori le había regalado. En sus pensamientos no pudo evitar compararlo inmediatamente con el mismísimo sol; una estrella majestuosa y sutil, estática en su lugar predilecto, hundida en su propia parsimonia rutinaria. Pero siempre ardiendo e iluminando; brillando y, Gojo pensaba, sonriendo.

Itadori tenía al sol tatuado en su sonrisa. La más hermosa que había visto; y el primer gesto que lo había halado violentamente hacia él.

Allí recordó lo que era el amor, y los perennes latidos de un corazón que pareció sepultado tras un muro de impenetrable hielo por años; recordó qué se sentía amar.

Y aquí, estaba ahora; menos de un larguísimo mes después, degustando aquel sentir palpitante, en el cuerpo de la encarnación de su amor.

Gojo saboreó el paladar dulce del chico de ojos marrones, él abrió la boca y lo recibió encantado, hundiéndolo con un hambre voraz al mar infinito tras su lengua. Los dedos del joven se enrollaron en las hebras pálidas de Satoru y halaron suavemente, profundizando más si es que era posible, aquel gesto que probablemente los demás habrían calificado como algo arbitrariamente romántico.

El amor era dulce, pensaba Gojo mientras deslizaba sus manos por la estrecha cintura heterogénea de Itadori, y saboreaba el romanticismo centellante en sus fauces; casi balsámico. Las extremidades cálidas del chico de cabello como chicle reptaron por la espalda tan fina y pálida del más alto, delineó con sus palmas cada músculo palpitante al son de su corazón; el sudor se adhirió a su piel, pero a él no le importó.

El beso pasó a segundo plano cuando sus genitales se acariciaron, enviando una deliciosa descarga estática a cada célula de sus cuerpos enhebrados; la lengua de Gojo susurró incongruencias sobre el paladar sin saciar de Yuuji; y unos suaves gemidos se hicieron humo entre el vaho de ambos. La temperatura a su alrededor comenzaba a ascender, y el mismo aire se sintió viciado por unos momentos.

El calor que comenzaba a deslizarse como una cobra por los músculos traidores de Satoru, unidos al perfume embriagante y la cercanía del joven de cabello como chicle, provocaron que la sangre se acumulara como una ráfaga en su zona baja. Se desprendió de aquellos hipnóticos labios unos breves segundos, absorbiendo algo de oxígeno que sus pulmones solicitaban.

Los dígitos sedosos de Itadori palparon la repentina erección del hombre de hebras semejantes a la nieve. Satoru dibujó una sonrisa; el deseo se curvó de pronto a noventa grados sobre su pecho frenético.

—¿Te gusta lo que tocas? —cuestionó sobre su boca, viéndose ya un conocedor de la respuesta que sus oídos esperaba gustosos.

—Es grande —respondió Yuuji como la noche anterior, tocando por segunda vez el órgano sexual firme.

La primera noche que Gojo le había ofrecido compartir contacto sexual, Itadori no se había mostrado demasiado seguro de lo que hacía. El albino de ojos semejantes a cristales recordaba con vividez, los dedos largos y oscilantes del chico de hebras rosadas enrollarse con su mayestática templanza habitual alrededor de su miembro; para luego halar de él con rapidez, arrancándole con cada movimiento unos suaves jadeos. No olvidaba los ojos marrones, brillando —podría incluso asegurar que maravillados— ante el órgano que se alzaba gracias a su tacto.

Sin embargo, esa cándida noche sólo se había reducido a masturbación y toques sutiles, besos que dejaban con hambre y fauces que no reclaman lo que era suyo. Porque Gojo, en su estado de amor inmaterial e inorgánico, había deseado degustar el cuerpo del más joven; que hasta aquel momento había permanecido como un misterio cubierto de telas. Pero el sentimiento que revoloteaba en los abismos de su alma también estaba armado de paciencia, así que decidió esperar a que la seguridad del chico aterrizara en sí.

No fue necesario más de un día de espera. Y aquí se hallaba esta noche, deleitando su paladar con la obra maestra que los dioses le habían confeccionado.

La mano del chico de centellantes ojos marrones se curveó sobre su miembro erecto, y comenzó a ejecutar un calmo movimiento de arriba hacia abajo, deslizando la suave extremidad de algodón sobre la excitación indómita de Satoru. Desprendió un apenas audible gemido de su garganta, que los labios azucarados de Yuuji se bebieron de un respiro. Una gota de líquido pre seminal descansó en su pulgar colocado en el glande, que de inmediato fue extendida hacia el resto de órgano; humedeciendo el trayecto.

El de cabello pálido vio las estrellas en los abismos de su placer por un momento.

Se sumergió jubiloso en el lago de besos y suspiros que descansaban en las fauces de Itadori; él lo masturbaba con suavidad mientras tanto, sepultando en su esófago los jadeos ahogados y el aliento cálido del más alto. El abdomen plano de Gojo sintió cómo la excitación del chico de hebras como chicle trazaba una suave caricia sobre su piel nívea, una gota húmeda se adhirió a su vientre; y una sonrisa se desencadenó en su interior.

La satisfacción y la diversión que se relamían los labios en su corazón le obligaron a desprenderse de los besos de Yuuji una segunda vez, el aire se sintió frío al trazar una danza sobre su boca, deseosa de más degustación. Sin embargo sonrió; las mejillas sonrosadas y el pecho bien formado del joven, moviéndose de arriba abajo engulliendo el oxígeno; aquella deliciosa imagen le mordió las entrañas con dulzura.

El amor, su amor, no necesitaba romance. Necesitaba de aquella fina boca bañada en miel de dioses, encajando sobre la suya como un rompecabezas inmaterial. Pero perfecto.

—Yuuji —profirió su nombre como una plegaria— ¿en dónde quieres que te toque ahora?

Yuuji Itadori pareció pensarlo por unos momentos.

Gojo quería tocarlo en cada rincón adyacente y conocer los secretos que su piel todavía no le había revelado. Y como si hubiese escuchado sus pensamientos, Itadori respondió

—En todas partes.

La primera reacción de Satoru ante aquella respuesta tan perfecta e inesperada a su vez, fueron las comisuras curvándose hacia arriba, enseñando sus dientes pálidos; abriéndole las puertas a un nuevo matiz del amor, que se tomaría el tiempo necesario en conocer. No le importaba si le llevaba toda la noche, cientos, o tal vez miles de noches más; su amor, necesitaba ser explorado.

La segunda reacción, fue dirigir su boca sonriente como un proyectil directo hacia el cuello inmaculado de Itadori, la piel tersa y brillosa perlada con unas resplandecientes gotas de sudor; que la lengua de Gojo se bebió de un solo trago, deslizándose deseosa por aquel espacio entre la clavícula y el hombro. Imprimió un código Morse de besos húmedos, mordió con suavidad en protesta contra la noche y escribió cuentos de amor en prosa sobre el cuello húmedo del joven, que respondía a sus silenciosas oraciones con deliciosos jadeos aprobatorios.

Una de sus manos, inquieta y anhelante, dibujó un mapa con sus dedos sobre la cadera curva y la cintura mayestática del chico de cabello como chicle, comiendo de las migajas de placer que la carne azucarada de su amor le extendía como aperitivo; la otra extremidad se hundía en la almohada, a un lado de su cabeza. Podía vislumbrar desde el comienzo del hombro que cauterizaba a besos en su memoria, los párpados pulcros de Yuuji cerrados y su boca entreabierta. Jadeando, deseando. Deseándolo a él.

El de cabello como la nieve hizo rodar sus propias fauces de fuego entre los resquicios más recónditos del joven, bautizó su paladar con el sudor y la dulzura que su carne cósmica y blanda le ofrecía en bandeja. Del otro lado de la ventana cerrada y las cortinas de seda abiertas, el astro lunar los miraba en sepulcral silencio a kilómetros de distancia; Satoru imaginaba que la mismísima luna le tendría envidia, a un ser tan refulgente como el sol. Probablemente más que él incluso.

Besó y recitó poesía arcaica sobre cada estrella curtida en la piel de Itadori, y él le abría las puertas encantado, encadenado al disfrute que le brindaban aquel par de labios cálidos; que lo engullían, lo probaban de arriba abajo y en su amor se bañaban. Se hablaron en un lenguaje conformado por gemidos y jadeos, dígitos que reclamaban placer enrollándose en el órgano sexual firme del otro, y dos cuerpos que se enhebraban por entero desde adentro hacia afuera. El amor rugió entre ambos.

Satoru besó el fino vello rosado que crecía en el abdomen bajo de Yuuji, y se extendía en fina línea recta hacia la zona pélvica. Milímetros antes de rozar con el mentón la erección caliente del más joven se irguió sobre sus propias rodillas, permaneciendo únicamente el de hebras como chicle recostado en el colchón. El miembro firme y vociferante de atención trazó un minúsculo mapa sobre la entrada de Itadori; inexperta y solitaria, que nunca había sido tocada.

Gojo sería el primero. Su pecho se hincó de emoción.

Tomó entre sus dedos una copiosa cantidad de lubricante de la mesita de noche a su derecha y la extendió por su erección, el gel hacía brillar el falo a la luz pálida lunar. Frotó el órgano duro en la entrada del joven; las mejillas espolvoreadas de rosa y la piel de su cuello curtida de pequeños afluentes rojos y morados, provocaron que una corriente eléctrica reptara por sus músculos. Y lo obligara a entrelazar los dedos de una de sus manos con los del chico de galaxias tatuadas en la piel.

—Itadori, mírame —ordenó, y los párpados de Yuuji se abrieron, atravesándolo con sus ojos marrones que reflejaban supernovas.

Satoru Gojo se hundió en el amor.

Vio las estrellas, vio las nubes y se deslumbró con las supernovas que hacían explosión sobre sus pupilas. Con un precursor movimiento lento y unas cuantas caricias rodando por la piel de Yuuji, vio los más enceguecedores coros celestiales cantarle el prosa; el mismo universo les esbozó una sonrisa y Dios les aplaudió en armonía con arcángeles y querubines. Cada palmo de su ser se derritió de placer, y cada célula de su cuerpo se fundió entre las flamas refulgente en la carne astral de Itadori. Su corazón latió al son de una medianoche casi eterna, y el amor palpitó en él.

Los ojos de Itadori lo observaban, cristalinos y húmedos los primeros minutos, brillantes y ardientes más tarde. Gojo comenzó un vaivén calmo y sutil, que hizo ver blanco al chico de hebras como chicle y estrellas tatuadas en la carne. Saboreó su amor, ese que no necesitaba romance ni materialismo banal; ese que necesitaba de aquellas fauces de algodón y el cuerpo etéreo retorciéndose frente a él, esbozándole un coro fotocromático de emociones que él de cabello como la nieve se bebió en copa de plata.

Ese amor, que podía respirarse en un mismo aire liviano.

Un nuevo matiz del dichoso sentimiento poco explorado, una nueva tonalidad galáctica que le mordía el estómago y le hacía vibrar el alma. La epítome de todo lo que siempre había buscado entre las rendijas del amor, más no había encontrado entre tantos seres volátiles y efímeros que se habían hecho humo bajo su tacto.

Una vorágine de sentires añejos que explotaban en su pecho, lamiéndose las comisuras y devorando los restos oscuros de tonos sombríos que permanecían cauterizados en su esencia. Esa noche Satoru fue depurado con amor.

Ambos acariciaron el orgasmo en conjunto, y el vendaval de placer que oscilaba entre sus huesos fue amainado de un explosivo segundo a otro. Itadori derramó su excitación sobre su propio vientre, y salpicó un poco el abdomen pálido de Gojo; el de cabello como la nieve y ojos de cristal dejó caer su semilla en el colchón, como prueba irrefutable de lo que había sucedido entre ambos. De cómo lo amaba a Yuuji y cómo lo había demostrado.

El amor no necesitaba sexo; pero para aquellos seres tan mundanos como Satoru, en este milenio no existía mejor forma de entrelazarse con el amor, que haciendo el amor.

Dejó caer su cuerpo en la cama, al lado de Yuuji. Ambos respiraban agitados con los pulmones reclamando aire mientras los sistemas de a poco recuperaban su ritmo habitual, sus pechos moviéndose de arriba abajo y sus rostros volviéndose en la dirección del otro, cruzando miradas. Las palabras eran innecesarias, pero quedarse callado no era una virtud de Satoru.

—¿Te gustó? —cuestionó, el chico de hebras rosadas asintió.

—Estuvo bien —respondió—, siento que fue como estar en una película porno.

—¿Te gustaría estar en una? —inquirió Gojo con su habitual liviandad en la voz, mitad bromeando y mitad en serio. Porque no le disgustaría que medio internet supiera cuánto amaba a Itadori— Yo podría grabarnos a ambos en una porno. Aunque debería comprar unas cámaras. Ahora que lo pienso, si ponemos una en el lado derecho de la cama, podríamos capturar tus gemidos y expresiones...

—¡¿Eh? No me refería a querer hacer eso! —chilló el de cabello como chicle interrumpiendo el descabellado plan de Satoru.

El de ojos celestes lo pensó por varios breves segundos; no le parecía una mala idea. Que muchas más personas supieran con qué lenguaje le profesaba su amor a Yuuji.

Porque si aquello que había experimentado no era amor, entonces nunca lo experimentaría.

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Espero que te haya gustado. Tenía ganas de escribir algún GoYuu, aunque haya sido solo un intento fallido de pwp. Algún día escribiré un longfic de ellos, o algo con más historia (espero).

Recuerden que ahora Gojo va a empezar a inmiscuirse en la industria porno (y con "inmiscuirse" me refiero a comprar un iPhone y grabarse haciendo cosas para adultos con Itadori).

~Nos vemos