Título: I want a baby.
Personajes: Navier, Heinley, McKenna.
Pairings: Navi/Heinley.
Línea de tiempo: AU; Moderno.
Advertencias: Disclaimer Remarried Empress/Emperatriz Divorciada; los personajes no me pertenecen, créditos a Alpha Tart y Chirun. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo alterno]. Situaciones dramáticas, vergonzosas, cómicas y románticas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.
Clasificación: T
Categoría: Familiar, Romance.
Total de palabras: 2320
Nota de autora: Yo... no tengo excusas. ¡Pero sí algo que decir!
No sé qué acabo de escribir–
Summary: El corazón podría escapársele por la boca. Una sonrisa de medialuna acompaña a unos ojos brillantes como estrellas. (Sin embargo, hay una duda inquietante en el aire.)
La taza se le resbala, y cae hasta hacerse pedazos sobre el azulejo del piso, manchando el suave color del suelo con su dulce bebida desperdiciada. Al mismo tiempo, la otra mano casi suelta el teléfono que está todavía a la altura de su oído. Todo mientras su mirada se mantiene fija sobre la persona enfrente suyo.
—¿Heinley? ¿Sigues ahí?
Milagrosamente, la molesta voz de McKenna lo saca de su trance, y de seguir perdido en los bonitos ojos verdes de la mujer que sigue ahí.
—Te llamo más tarde.
—¡No, espera! ¡Heinley–!
Corta la llamada antes de escuchar alguna otra palabra de parte de su fastidioso pero preciado asistente. Ya más tarde podrá escucharlo quejarse y sólo tendrá que prometerle un aumento para que le dejara en paz. Había cosas más importantes en ese instante; incluso mucho más grave que lo difícil que sería limpiar el café con leche que se le había caído hace unos segundos.
Deja el teléfono sobre la isla en mitad de la cocina. Sus orbes púrpuras todavía están encima de la mujer, quien tampoco ha dejado de mirarle desde que entró a ese cuarto. Heinley sabía que debía haber hecho caso al presentimiento que tuvo desde que la vio levantarse más temprano esa mañana. Si lo hubiese hecho, seguro que se hubiera preparado adecuadamente para lo que le estaba ocurriendo.
—Disculpa, Reina... —poco a poco, suaviza su expresión seria. En menos de un instante está sonriendo dulcemente, conociendo bien la debilidad que tiene su esposa ante esa expresión suya—. ¿Qué es lo que acaba de decir?
Navier, contraria a darle la respuesta de mostrarse más suave en cuanto pusiera esa mirada de cariño que le estaba dando, solamente deja de cruzar los brazos, alza la barbilla, y una de sus manos va a su cintura. Sus bellos ojos de verde esmeralda brillan en algo parecido a la duda, pero Heinley nota que eso no dura más de un segundo. Un acto muy digno de su querida esposa: ella siempre se mostraba tan segura.
Pero ahora eso le estaba dando algo de impaciencia.
—Quiero un bebé.
Si Heinley hubiera podido probar su café en ese momento, entonces ya lo habría escupido, o se hubiera atragantado con él. Sin embargo, como tiene las manos desocupadas, lo único que atina a hacer es abrir y cerrar la boca repetidas veces. Respira en silencio, con su mente trabajando en procesar las palabras que acababa de soltar su adorada Reina.
Pero no puede estar seguro.
Quizás está a punto de malinterpretarlo.
—¿Hablas de... un bebé humano o...?
Con Navier nunca podía estar cien por ciento seguro de la situación que le planteaba en azar. Aún recordaba la vez que ella pidió algo color oro para su cumpleaños, y él sin querer compró ropa y joyas adornadas con oro, cuando la verdad era que lo único que la mujer deseaba era el papel para cartas que brillaba como oro, que habían visto los dos en una salida al Centro Comercial. Una indirecta tan indirecta—
De verdad, tenía que asegurarse.
—Sí... —Navier lentamente frunce el ceño. Heinley siente que está mirándole como si fuera estúpido—. Un bebé humano, Heinley. ¿Qué otra clase de bebé querría?
—Bueno, hay bebés de todo tipo —se encoge de hombros, no queriendo empezar a enumerar o explicar la razón de por qué ha actuado de manera tan idiota. Era mejor que ella creyera que estaba loco, antes de que se diera cuenta de que ella misma era el problema de las confusiones entre ambos—. Entonces... ¡Espera–!
Finalmente su cabeza termina de procesar correctamente toda la situación.
Su rostro se llena de sorpresa. Lleva una mano a su boca, y su cara se tiñe de suave rosa. El corazón podría escapársele por la boca. Una sonrisa de medialuna acompaña a unos ojos brillantes como estrellas.
(Sin embargo, hay una duda inquietante en el aire.)
—Pero, tan repentinamente...
Busca en su memoria una razón por la que Navier estaría dándole esta directriz en este día. No era una fecha especial, porque su aniversario ya había sido hace un mes. Tampoco estaba cerca su cumpleaños o el de ella. El aniversario del primer divorcio tampoco (la razón para celebrar esto tenía más que ver con él, quien no quería que su preciada esposa fuera a recordar con amargura ese día). Los días festivos estaban descartados, no solían hacer cosas distintas en esas ocasiones, así que no servía como excusa. ¡Y estaba más que seguro de que tampoco era una premonición a su muerte! Una noticia como esa no podría ser eso.
Pero había algo, algo—
—¿No quieres?
Cuando regresa a ver a Navier, todo en él se descompone.
Hay desilusión deslizándose entre la estoica expresión de su querida compañera.
—¡No...! Quiero decir, ¡sí! O más bien... —realmente se siente un estúpido. Su cara pronto se colorea con más fuerza, y sin poder evitarlo deja ver una sonrisa nerviosa—. No quiero decir que no quiero. De hecho, ¡realmente sí quiero! Es sólo que... es repentino y...
Siente la mirada insistente de Navier sobre su persona, lo que lo llena de más ansiedad. Sus ojos brillosos bajan al suelo, donde continúan tirados los restos de su taza favorita y su café desperdiciado. El tic-tac del reloj en la cocina, de pronto, es absolutamente abrumador. Su cara también se vuelve un tomate.
—Por favor, dime que no planeabas darme un infarto.
—¿Por qué haría eso? —ella vuelve a fruncir el ceño. Heinley se ríe incómodamente.
—Eso me alivia... —susurra para sí mismo, regresando a mirarla de frente. Suspira, tratando de calmar sus incesantes nervios—. Solo es que me has tomado por sorpresa, Reina.
—Creí que la idea te agradaría —habla con parsimonia, pero una pequeña pizca de tristeza. Él intenta decir algo para animarla, pero ella retoma la palabra—. Después de todo, algunas veces te he escuchado decir que te gustaría tener hijos en un futuro.
—¿Entonces estás bien con que los hagamos en la cocina?
—¿Qué?
—¿Qué?
El ambiente se sume en el silencio.
Heinley se ríe suavemente, disipando la pesadez como si nada.
—Fue una broma, cariño —dando un par de saltitos para acercarse a ella y no terminar pisando los restos peligrosos en el suelo, se pone a su lado y le dedica una sonrisa dulce—. Por supuesto que quiero hijos, pero no quiero presionarte, sabes.
—¿Presionarme? —repite, confundida. Él se ríe suavemente, apoyándose sobre ella, envolviéndola en un abrazo.
Heinley deja un beso sobre la frente de Navier.
—Sé que te gusta trabajar —murmura, pegando su mejilla sobre la cabeza de largas hebras rubias de su adorada mujer—. Ser madre te quitaría tiempo de trabajo, así que no sabía cómo lo tomarías si te lo pedía directamente.
—¿Por eso las indirectas? —indica con ligera sorna, recostándose contra él y ocultando una sonrisita de diversión.
Heinley pone un rostro de culpa.
—Bueno, supongo que fui muy obvio. Demasiado como para llamarlo una indirecta... Lo siento.
—No hace falta que te disculpes —niega suavemente, soltándose del abrazo para mirarlo directamente a la cara—. De todas formas, en algún momento íbamos a tener esta conversación.
«Más que una conversación, sólo me diste una orden» piensa Heinley, no muy seguro de tomarse eso de manera alegre. Aunque, en cualquier caso, no estaba enfadado.
Además era excitante que ella lo hubiera dicho de esa manera. Tal vez podría—
—Estás pensando en cosas raras. Detente.
—¿Co-cosas raras? —Balbucea, sintiéndose completamente descubierto. Espantado, retrocede un paso mientras ríe sonoramente—. Para nada, Reina. ¿Qué clase de cosas raras podría–? Ok, sí. Lo estaba haciendo. Perdón.
Navier sonríe levemente, triunfante. Su esposo, de alguna forma, era fácil de leer en situaciones como esa, que no eran muchas para variar. No siempre tenía el valor para soltar tan firmemente un deseo a futuro, mucho había tardado tan sólo en admitir abiertamente que lo amaba por completo. Por lo tanto, el estar en esa situación tampoco era algo a lo que se sintiera del todo natural.
Después de todo, seguía un pequeño problema vigente.
—Tendré que agendar una visita al médico —suelta en voz alta, pensativa. Enseguida tiene la mirada directa de su compañero sobre ella, pidiendo en silencio una explicación sobre lo que acababa de decir—. Aún no sé si estoy en completas condiciones para tener hijos, porque antes no me había preocupado pero ahora–
—Espera, Reina —la detiene amablemente, acercándose otra vez para tomarla con suavidad de los hombros. Navier lo ve entonces, el rostro descompuesto en preocupación de su esposo, quien con cuidado acaricia una de sus mejillas—. ¿Acaso... crees tener algún problema...?
—No es algo en lo que quiera pensar —admite, con amargura, cortando el contacto visual—. Aunque siempre me he cuidado, una mujer de mi edad o más joven, ante el mínimo error ya estaría...
Con cada palabra que suelta, su tono baja, tornándose cada vez más triste. Él no soporta verla de esa forma.
—Entonces eso sólo significa que tú no sabes cometer errores —alienta, sonriendo alegremente. Ella le mira, perpleja—. ¿No es eso genial?
—Heinley, no creo que eso pueda tomarse como una broma.
—¿Por qué no? —Inquiere, divertido, inclinándose para volver a besarla en la frente. Navier no le contesta, así que él le da otro beso, esta vez en la punta de la nariz—. Reina, no te lo tomes a mal. Igual amo ese lado de ti.
Dulce, tan dulce. Palabras tan dulces que, sin poder evitarlo, le derriten la coraza que intenta mantener estable. Navier quiere protestar, pedirle que ya no le diga tantas cursilerías, o que le bese de esa manera en la que la desarma por completo y le llena de una calidez de la que, en ocasiones, no cree merecer. Pero entre medio de tanta palabrería y tantos cariños sinsentido está el intangible amor que respira a su lado.
No puede decir nada para esquivar sus manos, sus ojos o sus labios. Siempre está dándole tantas demostraciones de afecto, que tal vez piensa que ya nunca más podrá vivir sin eso.
Tan aterrador.
—No hay ningún problema con mi Reina —su voz suena más grave que antes, y está sobre su oreja, suspirando. Es un tono de advertencia, pero no para ella. Sus manos de repente han dejado sus hombros para bajar a su cintura—. Así que no te preocupes.
—¿No me preocupe...? —Repite, un tanto confundida. Heinley no le contesta, pero la apega más a él. Navier rodea el cuello ajeno con sus brazos, en un acto involuntario—. ¿Heinley?
—Te amo.
Esa declaración la toma por sorpresa, y enseguida su rostro entero se siente caliente.
Antes de poder decirle algo al respecto, siquiera una respuesta apropiada que delate sin pena que era más que obvio que sentía lo mismo, tiene los labios de su esposo sobre los suyos. Es cerrado y casto al principio, el tiempo suficiente para que pueda digerirlo y cerrar los ojos, dejarse llevar por ese pequeño choque que, en cuanto baja la guardia, se desenvuelve en algo más delirante.
Heinley abre la boca y ella también. Un roce entre lenguas, sonidos más distorsionados. Un murmullo y suspiros ahogados. Ella muerde su labio inferior en un pequeño arrebato, en medio de su inigualable deseo de tomar el control de la situación, aunque siempre sea él quien le guíe hacia el destino que desea.
Un poco tarde se da cuenta de que las manos de su esposo ya están bajo su ropa, y que de alguna forma ha terminado de espaldas contra la mesada de la cocina. Heinley está sonriendo contra su boca, sin parar de besarla, y Navier no necesita más pistas para entender lo que estaba intentando conseguir en ese momento.
—Heinley... —más que un gruñido de advertencia, como hubiera deseado que se escuchara, le sabe a un sinuoso ruego. La respuesta quiere escucharla de su boca, la misma que no puede soltar.
—¿Qué pasa, Reina? —Pregunta, el tono suave, fingiendo inocencia aunque por dentro esté disfrutando de la fechoría de hacerla caer en sus redes—. ¿Que no querías un bebé?
—Así es... pero...
—Bueno, entonces tenemos que hacerlo ya, ¿no crees? —Se ríe suavemente. Sus ojos púrpuras se iluminan, Navier reconoce esa mirada—. Quién sabe cuánto podremos tardar... Y realmente no me gusta dejar esperando a mi querida Reina.
Navier ya no tiene manera de detenerlo.
«Supongo que yo misma me lo busqué».
—En tal caso, ¿la cocina...?
—¡Piensa que será como hornear un pastel!
—Dios mío...
Navier no piensa contarle nada de esto a sus futuros hijos. Y hará lo posible para que Heinley también mantenga la boca cerrada.
¿fin?
