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no recuerdo si tenía que aclarar algo jaja esta historia es un what if donde caesar no murió.
Disfruten.
Jojo era como un niño. Era irracional, caprichoso y un poco tonto.
—Es que es un niño —decía Lisa Lisa, cuando era víctima de sus descargos.
Caesar no pensaba así. Para él, Jojo actuaba deliberante así delante de los demás.
Cuando estaban solos, era más maduro, más sarcástico. Tampoco le agradaba, pero le parecía más acorde. No entendía su necesidad de fingir cosas distintas con todo el mundo.
Al momento de su casi muerte, pasó algo que lo desorientó más.
Estaba bajo una pared de piedra. Se había salvado de ser aplastado gracias a los escombros que habían caído antes, que sostenían más o menos la pared. Estaba entre la conciencia y la inconsciencia cuando el grito de Jojo lo alertó.
—¡Caesar! —no distinguía si era cercano o no. Abrió su boca para responder, pero él volvió a gritar su nombre.
—Jo–
—¡Todos, cierren la boca! ¡Caesar!
—¡Jojo! —escupió sangre y su pecho ardió con el nombre de él.
Antes de darse cuenta, Jojo estaba levantando la piedra. Lo miró y él devolvió su mirada, y le pareció que estaba llorando. Lágrimas brillosas caían por sus mejillas y entonces Caesar pensó que debía ser un sueño porque era imposible que Joseph Joestar estuviera llorando por alguien más, muchísimo menos por él, alguien a quien apenas toleraba.
Pero no podía negar que, sea o no un sueño, el alivio que sintió porque haya sido Jojo quien lo encontró era real.
Despierta días después, adolorido y preguntándose porqué está tan cansado en la otra vida, cuando nota que Jojo está a su lado y que su mano está sobre la suya, dándole calor y despertando tantas preguntas.
Quiere hablar. Quiere saber qué día es, cuándo tienen que ir a pelear. Quiere saber cómo está Jojo, si tomó el antídoto, si están listos para pelear.
Pero le duele todo. Tanto que lo único que puede hacer es gemir apenas y mover los dedos para que el otro se dé cuenta.
Es patético. Odia estar así y que, encima, el otro tenga que verlo. Hubiera preferido morir.
Jojo levanta su cabeza veloz y sus miradas se encuentran. Se ve pálido, hay bolsas bajo sus ojos rojizos y Caesar está bastante seguro de que su cara está más delgada. Demacrada.
Él jadea y va a gritar, pero en cambio, susurra—, despertaste.
—¿Qué... pasó?
—Ya todo terminó.
¿Todo? ¿A qué se refiere?
Hay demasiadas cosas sin sentido, como que él hable en tono normal, que esté diciendo que todo terminó sin presumir su victoria, que su mano cálida esté sobre la helada de Caesar o la suave sonrisa que tiene.
—Ganamos —agrega y Caesar hace una mueca a la vez que suspira—, ¿qué?
—¿Me perdí todo? Ugh, patético.
Jojo ríe y si bien cree que se está burlando, Caesar se da cuenta de que es una risa divertida.
—No fue gran cosa, eran mucho ruido y pocas nueces al final.
Lo dice despreocupado, de la única forma en que Jojo sabe hablar, pero Caesar nota las heridas en su rostro. Y cuanto más mira, bajando sus ojos a su cuello y a donde más sea que tiene ropa, más lastimaduras encuentra.
Sí fue gran cosa.
Vuelve a preguntar qué pasó y ahí sí vuelve a la normalidad Jojo, contando con lujo de detalles y exageraciones de cómo derrotó a A-Ha y a Kars, luego suelta como si nada el hecho de que Lisa Lisa es su madre. No llega a preguntar sobre eso porque Suzi Q abre la puerta.
—¿¡Otra vez aquí!? —exclama ella, un poco alto para la cabeza adolorida de Caesar—, ¡te dije que tenías que descansar!
—¡Estoy descansando! —devuelve Jojo, cruzándose de brazos como si hiciera berrinche—, además, Caesar se aburre solo.
—Claro que no —responden Suzi y Caesar a la vez. Jojo lo mira entornando la mirada.
—Ah, ¿sí? ¡Entonces, me voy!
—Claro —dice Caesar. Cierra los ojos, dispuesto a dormir más—, cierren la puerta cuando salgan.
Todo vuelve a la normalidad. O eso se supone que debería pasar.
Jojo regresa a Inglaterra con Lisa Lisa y Suzi Q, y ahí se reencuentra con su abuela. Entiende que Lisa vaya con él, pero no tanto lo de Suzi. No pregunta.
Él se queda en Italia. ¿A dónde más iría? Su vida estaba ahí, además de que no tenía nada qué hacer en Inglaterra.
Tampoco es como si lo hubieran invitado.
Lo que no es normal es que Jojo vuelva.
—No tienes vida propia, ¿verdad?
Aparece de la nada, detrás de Caesar. Está cruzado de brazos y apoyado en una pared y él se pregunta cómo no lo sintió llegar, aunque lo que debería preguntar es porqué está en su casa.
—Siempre entrenando, muy aburrido —concluye y prende un cigarro.
—Y tú despreocupado, como siempre —devuelve, pensando en preguntarlo luego. Se acerca a él y nota su mano.
—Linda, ¿no? La fundación Speedwagonla construyó —estira el brazo izquierdo. Se ve natural.
Caesar hace una mueca, porque no tiene que ser linda, sino funcional.
—Claro, lo que digas.
Estira la mano para tomar su botella de agua del suelo, pero Jojo es más veloz. Caesar lo mira molesto, pero él sonríe.
—¿Qué? —se burla. Jojo tiene la mano con la botella estirada y Caesar lo mira receloso antes de tratar de tomarla, solo para que él aleje la mano—, vamos, tómala.
—Te gusta buscar pelea, ¿no es así?
—Ah, no —hace un gesto restándole importancia—, no busco pelea, es demasiado nueva como para que mi Hamon super poderoso la rompa, ¿sabes?
Sigue moviendo su mano, tal vez presumiéndosela a Caesar, pero a los ojos del otro, Jojo solo parece un niño con un juguete nuevo.
Caesar suspira cansado—, dame mi botella, entonces.
—Ven a buscarla —Jojo sonríe.
Caesar vuelve a suspirar. Se resigna a los juegos de Jojo y se estira otra vez para tomar la botella, a sabiendas de que él la va a sacar de su alcance.
—Ups.
—Sabes que no es divertido, ¿no? —lo mira frunciendo el ceño y Jojo sonríe.
—Lo es para mí. Vamos, tómala, little Caesar.
Se estira una y otra vez, decidido a ignorar que su irritación se está convirtiendo en diversión y que cada vez está más cerca de Jojo. Piensa en aprovechar el descuido de él para acorralarlo contra la pared y arrebatarle su botella.
Lo que no se da cuenta– o en realidad, se da cuenta tarde, es que todo esto es parte del plan del otro. Y no debería sorprenderle, porque ya debería saber que Joseph Joestar no hace las cosas si no tiene un plan de antemano.
Jojo queda contra la pared, estira la mano mecánica con la botella y hasta se pone de puntitas, como si con los centímetros extras que tiene no fuera suficiente.
—¿Y ahora? —pregunta Jojo, sonriendo como si cada pieza cayera en su lugar.
—Dámela.
Mueve apenas la botella, queriendo tentarlo a tomarla. Caesar suspira.
—¿A dónde vas? —Incluso de espaldas puede sentir el tono decepcionado de él.
—A tomar agua adentro.
—Vamos, esta es mejor —lo sigue.
—Prefiero hasta tomar agua de un charco —Jojo jadea indignado y alcanza al otro—. ¿Qué haces aquí, de todas formas? Deberías estar con tu abuela.
—Estoy haciendo una parada —hace un gesto de secreto y le guiña un ojo.
Caesar no se molesta en preguntar.
Cuando llega la noche y Jojo no parece tener intenciones de irse– está echado en su sofá, escuchando la radio, se ve obligado a preguntar.
—¿Cuándo te vas?
Jojo hace una mueca—, creí que me preguntarías qué quería cenar.
Caesar entorna las cejas, pero lo ignora, volviendo al otro tema.
—¿Cómo supiste dónde vivía?
Jojo se encogió de hombros.
—Tan solo seguí la peste de la amargura —Caesar rodó los ojos por sus jodas infantiles—. Le pregunté a Lis– mi mamá.
¿Debería preguntar sobre ese tema?
—Entonces, ¿qué? —continúa Jojo—, ¿echarás a un pobre hombre sin una mano?
—No eres para nada pobre y apenas eres un hombre.
Vuelve a jadear indignado y esa parece ser su broma del día porque después ríe, para nada la reacción que espera de él.
—Si no me harás la cena, me veo obligado a comer afuera.
—Y no vuelvas —dice Caesar, girándose para irse, pero Jojo sujeta su muñeca.
—¿A dónde crees que vas? Tú vienes conmigo.
—Claro que no.
—Te invito.
Quiere negarse, pero está cansado y con hambre. ¿Qué tan malo puede ser?
—Tengo ganas de comer mariscos... —comenta Jojo cuando están saliendo de la casa de Caesar.
Él hace una mueca de asco y cierra la puerta con fuerza.
Terminan en un lugar de pizza.
—¿Qué tienen con mariscos? —pregunta Jojo bajando el menú.
—Maldita sea, Jojo, no pediremos nada con mariscos.
—¿¡Por qué!?
El camarero se acerca y Caesar sonríe. Pide una pizza común.
—¡Pide cerveza también! —exclama Jojo.
—Vino, en todo caso —responde el otro con una mueca. Nunca le agradó la cerveza.
—¿Sabes? Es Estados Unidos siempre la sirven con cerveza —comenta Jojo, apoyando un brazo en la mesa y su cabeza encima de su mano—. No está mal, deberías probarlo.
Caesar niega—, no me gusta la cerveza.
—Ah. Qué puto —ríe Jojo y él frunce el ceño.
—Tú ni siquieras bebes vino y esa sí es bebida de adulto.
Jojo hace una mueca. El camarero regresa.
—Tráeme tu vino más fino —pide en inglés y el camarero lo mira sin entender.
—Tráenos tu vino más fino, por favor —repite Caesar en italiano y el camarero asiente.
Caen en silencio y debe ser la primera vez en toda la vida de Caesar que le pasa eso. ¿De qué solía hablar con Jojo? Mejor dicho, ¿algunas vez hablaron de algo que fuera entrenar o de sus enemigos? ¿Habían entablado alguna charla normal alguna vez?
—Me quedaré contigo —suelta Jojo. Caesar se vuelve y él sonríe—, no contraté alojamiento.
—¿Te olvidaste?
—Claro —¿Qué significa eso?
—No tengo lugar para otra persona.
Desvía la mirada hacia el paisaje. Es verdad lo que dice, pues ahora vive en una casita con solo una habitación en el campo.
—No me molesta usar tu cama —responde Jojo en tono despreocupado y después lo mira, sonriendo en complicidad—, de seguro tienes una cama grande, ¿no? Para llevar a todas las chicas de la ciudad.
—Ah, por supuesto. ¿Cuál es la gracia de tener una cama así, si no es para compartirla?
Le sigue el juego, pero cuando se vuelve a Jojo, lo nota irritado. Tal vez es envidia, pero no está seguro. Parece ofendido, en realidad.
El vino llega antes que la pizza. El camarero deja dos copas, las llena hasta la mitad y antes de que pueda irse, Jojo bebe el líquido de un solo trago.
—¡Mierda, es fuerte!
—¡No se bebe así, inútil! —regaña Caesar, tapándose el rostro con una mano de la vergüenza.
—Oye, para algo tengo un nombre, eh —se queja, rellenando su copa.
—Nunca se llena del todo, Joseph —dice Caesar, quitándole la botella.
—Tienes reglas para todo, ¿no?
Lo ignora y se lleva la copa a la boca, dando un sorbo pequeño.
—¿Y? ¿Cumple tus expectativas?
Primero es amargo y después le deja un pequeño dejo dulce. Es… pasable. La verdad es que prefiere el vino blanco, que es más dulce.
—Por supuesto que sí —miente y lo mira instigante—, pero creo que es demasiado amargo para un niño.
Jojo frunce el ceño y no debería sorprenderle a Caesar, porque lo primero que aprendió de él es que nunca rechaza un reto. Se vuelve a beber su copa de un trago.
Se sacude apenas, pero después se reclina en su asiento.
—El segundo trago está mejor.
—Deja de beber así, no te arrastraré hasta la cama.
—¿Oh? —Jojo se inclina hacia adelante, sonriendo—, ¿entonces sí dormiré en tu cama?
Caesar no tiene tiempo para responder porque llega la pizza.
Para cuando terminan de comer, la botella está vacía. Está seguro de que se arrepentirá mañana, en parte por la resaca, en parte porque también tendrá que soportar la resaca de Jojo.
Están caminando de regreso. Quiso pedir un taxi, pero Jojo insistió en que no. No está mal, la noche es tibia y corre una suave briza cálida. Mira hacia arriba, las estrellas brillan con fuerza, pero no ve la luna.
—Luna nueva... —murmura Jojo.
Caesar se gira; él imita su posición de hace un momento. Está oscuro y no sabe si es su imaginación o el alcohol, pero le parece que las estrellas están reflejadas en su rostro y no se ve tan mal.
—La próxima luna nueva, no estaré aquí —agrega, deteniéndose. Lo dice con una voz resignada y eso confunde a Caesar.
—¿Está todo bien?
Jojo lo mira sonriendo y no hay sorna ni burla ni ningún rastro del Jojo que conoce– o cree conocer, porque este también es Jojo, pero es tan distinto.
No responde y reanuda la caminata, adelantando a Caesar.
—¡Carrera! —exclama, pero no llega a dar dos pasos que tropieza y cae de cara.
—¡Ah! —jadea y se apresura a ayudarlo. Jojo está riendo—. Eres un inútil.
Le estira la mano para ayudarlo, pero Jojo estira la derecha. Sujeta su mano. Está caliente y un poco sudada.
—¿Te lastimaste? —pregunta Caesar y Jojo levanta una ceja mientras sonríe desde el suelo, sin soltar su mano.
—¿Preocupado, Zeppeli?
Él rueda los ojos y lo pone de pie de un tirón. Jojo se tira encima de él.
—¡Cárgame! —dice, colgado de sus hombros.
—Claro que no, pesas mucho.
—Tómalo como entrenamiento extra.
—Te dije que tomáramos un taxi —reprende y tira de su mano para que siga caminando.
Diez pasos después, se da cuenta de que sigue sujetando la mano de Jojo. O en realidad, siempre estuvo al tanto y decidió ignorarlo. Piensa en que debería soltarlo, piensa en que el otro debería soltarlo. Piensa en no deberían caminar de las manos porque no tiene sentido caminar de las manos, pero se sigue aferrando con fuerza.
Jojo debe estar bastante ebrio, porque tampoco dice nada. Hasta balancea sus manos, como si fuera algo de siempre hacer eso.
¿Debería soltarse? Tal vez es algo normal para los británicos, no quiere ser rudo.
¿Desde cuándo no quiero ser rudo con Jojo?
Llegan a la casa. Jojo va directo al baño y Caesar se esfuerza en no escuchar si vomitó o no. Prepara la cama.
—¡Es un asco cuando entra y cuando sale el vino! —exclama Jojo saliendo del baño.
—Das asco —responde, pasando de largo para entrar él—, y más te vale que esté limpio.
—Entonces no te agradará saber que hice tiro al blanco —bromea Jojo mientras Caesar cierra la puerta.
Está decente el baño.
Cuando sale, él está por dormirse en el sofá, sin cambiarse.
—Me estás jodiendo que ni siquiera trajiste equipaje.
—Ah… me parecía que me estaba olvidando de algo… —rio.
—Eres un niño, ¿sabes? —le tira un pijama viejo de él en la cara—. ¿Cómo harás para estar hasta la próxima luna nueva aquí sin ropa?
Jojo se quita la camiseta y se encoge de hombros.
—Compraré nueva.
Caesar no responde. Termina de cambiarse y se acuesta.
—Apaga la luz cuando termines.
—¡Oye! ¿No me darás una sábana, al menos?
—Dijiste que dormirías en–
Se gira veloz a mirarlo. Jojo tiene los ojos entrecerrados y sonríe satisfecho.
—Pues, no soy quién para negarme cuando me invitan a dormir con otra persona —apaga la luz, se acuesta y gira a Caesar, casi pegado—. Mira que me gusta ser la cuchara grande.
—Aléjate o te mandaré de una patada directo a Inglaterra.
Jojo se acuesta sobre su espalda, riendo para nada intimidado.
Cuando Caesar despierta, tiene sentimientos contradictorios. Por un lado, está satisfecho de que Jojo se tragó sus palabras porque está dormido en los brazos de Caesar, una pierna sobre las de él y su cabeza sobre su brazo, roncando apenas en el cuello de Caesar.
Por otro lado, Joseph Joestar está durmiendo encima de él y eso no lo altera tanto como el hecho de que es un poquito agradable. ¿Qué debería hacer? Lo apropiado es moverse, alejarse o lo que sea, pero, ¿por qué tiene que hacerlo? ¿Cuál es la regla de etiqueta que lo obliga a alejarse del otro cuando es evidente que Jojo está tan cómodo como él?
Desliza su brazo lejos de él y se levanta, porque si bien no hay argumentos en contra, tampoco hay a favor.
Sale a correr, pero es una muy mala decisión porque su cabeza retumba con cada paso que da, además de que no se siente tan lejos de vomitar. Termina caminando, disfrutando el fresco de la mañana.
Cuando regresa, Jojo ya está levantado. Sigue en pijama e inspecciona su alacena mientras bosteza y se rasca la espalda. Voltea apenas cuando oye a Caesar entrar, pero se devuelve, cerrando el mueble.
—Tengo hambre —dice, pero él lo ignora, yendo a darse una ducha—, Caesar, tengo hambre.
—Te escuché la primera vez.
—¿Y por qué no respondes, huh?
Lo vuelve a ignorar, cerrándole la puerta en la cara.
—Eso es bastante rudo, terrible anfitrión, Caesar, terrible. ¿Qué pensaría Lisa Lisa de ti? —trata de provocarlo del otro lado de la puerta, pero el ruido de la ducha aplaca las quejas de Jojo.
Parece que Jojo se calma, porque cuando sale de la ducha, no lo escucha quejarse. Atraviesa la sala para ir a su habitación y lo ve acostado en el sofá. Tiene el mismo pantalón de ayer, pero usa una camiseta distinta, una de Caesar. Le queda ajustada y eso le hace darse cuenta de la diferencia de tamaño que hay entre ellos. A Caesar le queda al cuerpo, pero bien. A Jojo le queda bastante ajustada.
—Vayamos a la ciudad —dice cuando Caesar está por entrar a su habitación.
Jojo actúa raro. No está seguro de cómo, pero sí está seguro de que no es el de siempre. Sin embargo, eso lo lleva de nuevo al principio. ¿Cuál es el verdadero Jojo? Nunca se jactó de conocerlo bien, más bien pensó que era alguien simplón, que es tan plano como parece.
Pero Jojo es más, muchísimo más de lo que los ojos de Caesar llegan a ver.
Y quiere descubrir qué es lo que hay ahí, quiere descifrar su actitudes indescifrables y erráticas, que tal vez sean más lógicas de lo que cree.
Jojo es inteligente. Es ingenioso y hasta rebuscado, pero todo eso lo sabe en contexto de batalla. ¿Cómo aplica eso a su vida normal?
Solo tiene una forma de descubrirlo y es acompañándolo, a donde sea que vaya.
—¿Entonces? —Jojo lo está mirando, esperando una respuesta que, tal parece, demoró mucho en dar.
—Eres insoportable.
—¿Eso es un sí?
No responde, pero, unos minutos después, sale vestido de su habitación.
Caminan a la ciudad, la misma distancia que la noche anterior. Paran para desayunar algo rápido, mayormente porque Jojo lo apresura en ir a las tiendas de ropa.
Arrastra a Caesar de tienda en tienda, comprando ropa. Piensa en que debería molestarle todo esto, en que debería estar haciendo mejores cosas, pero, ¿qué cosas? ¿Entrenar como si no hubiera mañana? ¿Estar solo en su casa?
No lo va a admitir, mucho menos a Jojo, pero su compañía es un cambio agradable. Por el momento. No le tiene tanta fe, probablemente lo arruine antes de darse cuenta.
—¡Cesarino! —exclama Jojo, abriendo la cortina del probador de un movimiento—. ¿Cómo me queda?
Está usando ropa de señora.
—Estás usando ropa de señora —dice y se pasa una mano por el rostro—. No sé cómo sea en Inglaterra, pero aquí todos se visten más…
—¿Aburridos?
—Sobrios —frunce el ceño. Se levanta del banco, dejando las bolsas que lleva ahí. Se acerca a un perchero y saca una camisa rosa pálida, de mangas cortas—, esto es lo más colorido socialmente aceptado.
Se la prueba y después termina yéndose con la camisa puesta. Le queda bien.
Caminan al mercado. Compran todo lo que falta en la casa de Caesar, incluyendo cerveza, que Jojo insiste que tiene que volver a probar.
Al fin regresan a la casa. Es pasado el mediodía y hace algo de calor. Jojo tira las bolsas al suelo junto al sofá, se quita la camisa nueva, dejándola colgada en el respaldo de una silla, y entra al baño.
Caesar guarda lo que compraron y después se sienta en la mesa, sin saber qué hacer.
No entiende lo que pasa, porqué tiene tantos momentos de retrospección últimamente. ¿Acaso busca algo dentro de su cabeza? No tiene sentido.
—¿Vas a ducharte?
De repente, Jojo está a su lado, inclinado sobre él, su cabello mojado cayendo sobre su rostro y goteando en la camisa de Caesar. Tiene el torso desnudo y nota que el borde de su pantalón está húmedo.
—Sí —responde, desviando la mirada y levantándose.
Sus oídos zumban y se siente agitado, a pesar de que estaba tranquilo un momento atrás. Cierra la puerta del baño tras él y se mira en el espejo. Está sudando y tiene tanto calor. ¿Qué mierda le pasa?
Se lava la cara y sale algunos minutos después.
—¿No te ibas a bañar? —cuestiona Jojo. Tiene un sandwich en la mano.
—No.
—Mugriento.
—Iré a dormir, no me molestes —concluye la conversación y se encierra en su habitación.
A pesar de que no tiene sueño, se duerme de inmediato.
¿Debería sorprenderle soñar con Jojo? Tal vez no.
Sin embargo, cuando despierta, no recuerda el sueño. Abre los ojos y él está a su lado. Está acostado hacia él, con sus manos debajo de su rostro.
La habitación está oscura, pero distingue el rostro de Jojo, tan cerca, tan tranquilo. Lo mira fijo, parece que ni siquiera parpadea, y no recuerda ningún momento donde él haya estado tanto tiempo en silencio.
Quiere preguntarle qué hace ahí o hace cuánto que lo está o lo que sea, con tal de hacer ruido.
Pero Caesar siente que perdió la voz.
Voltea a mirar hacia el techo y cierra los ojos, pero es imposible dormirse otra vez. Gira el rostro a Jojo, abre los ojos y él está más cerca. Los cierra y suspira.
Siente el movimiento en la cama– es imposible no hacerlo, después siente la mano de Jojo rozando la suya, pero no la aleja, ni siquiera cuando el otro enlaza sus dedos con los propios.
En ningún momento piensa en qué está haciendo o porqué, no puede pensar en literalmente nada porque su cabeza está inundada de la incertidumbre por los actos de Jojo, por curiosidad en cuál será su próximo movimiento, y ese es reír; resoplar por la nariz como si algo le hubiera causado gracia, a pesar de que lo único que se oye es estática por el silencio roto.
Su mano es tan cálida sobre la de Caesar, acaricia sus nudillos en un movimiento tan imperceptible, que no se habría dado cuenta si no prestara atención.
La habitación está casi por completo a oscuras cuando siente una explosión de color dentro suyo, ¿o tal vez solo es el efecto de Jojo? Tan cerca, tan cálido, tan dulce a la hora de besarlo.
No se pregunta si está bien que Jojo lo bese o que él le devuelva el beso o que siga besándolo cuando se separan para respirar o que lo acaricie y se deje acariciar sin separar sus bocas.
Caesar Zeppeli se pregunta porqué se siente tan bien hacerlo.
Jojo está encima de él, encorvado y acariciando las costillas de Caesar. Lo siente jadear y aferrarse a la ropa de él. Detenerse de golpe y después seguir. Caesar lleva sus manos a sus mejillas y él suspira su nombre contra su boca, pero después de endereza veloz.
—¿Qué? —susurra Caesar. Sus manos están quietas, esperando a que Jojo vuelva a ocupar el hueco que dejó.
—Yo… —niega—, no es nada.
Se vuelve a acercar. Los labios de Jojo son dulces y húmedos, para nada lo que hubiera imaginado de él. Nunca se preguntó cómo se sentiría besar a otro chico, pero la respuesta es que se siente bien, tal vez mejor que besar a una chica.
Jojo se separa. Tiene los ojos cerrados y el entrecejo fruncido. Caesar no entiende nada.
—Tengo hambre —susurra, apoyando su frente contra la de él.
—Te felicito —responde sarcástico.
Jojo resopla divertido y se tira en la cama, junto a Caesar.
—Ve a preparar algo.
—No soy tu mucama.
—No sé cocinar.
—De verdad eres inútil, ¿no?
Él no responde. Quedan en silencio, acostados en la oscuridad. Ahora que lo menciona, él también tiene hambre, no almorzó.
Jojo se mueve en la cama y por un momento, Caesar cree que va a volver a besarlo, pero él se inclina hacia el lado contrario, hacia la mesa de luz. Se acuesta un poco incorporado y enciende un cigarro.
—No fumes aquí.
—¿Por qué no? —cuestiona, soplando el humo.
—No hay cenicero y vas a ensuciar todo —responde, frunciendo el ceño—. Ve a afuera o a la ventana, al menos.
—Ah, vamos…
—Mi casa, mis reglas.
Jojo se levanta a regañadientes, no sin antes soplar el humo en la cara a Caesar. Se para junto a la ventana abierta y ahí Caesar nota que sigue sin camiseta. Lo mira por un largo rato, delineando su silueta y tratando de distinguir lunares y cicatrices, aunque es imposible en la oscuridad.
—¿Disfrutando la vista? —cuestiona Jojo a la vez que Caesar desvía la mirada. No tiene que observarlo para reconocer el tono burlón y vanidoso de él.
—Lo haría si no taparas toda la ventana.
Se levanta y sale de la habitación, ignorando la respuesta de él. Va a la cocina y comienza a preparar la cena, solo porque tiene hambre. Poco después, la puerta de la habitación se abre. Escucha los pasos suaves de Jojo a pesar de que está descalzo. Lo siente pararse detrás de él, pero no dice nada. ¿Lo hace para molestarlo o qué espera?
—¿Qué vas a preparar? —pregunta, mirando sobre el hombro de Caesar.
—Gnocchi di patate.
—No sé qué es eso, pero estás pelando papas —dice—. ¿Vas a hacer papas fritas?
Caesar se detiene y se gira lentamente a mirarlo, molesto.
—Sal de aquí —refunfuña, dándole un codazo en el estómago. Jojo suelta aire con fuerza por el golpe.
—Oye– —se queja y se cuelga de sus hombros, queriendo devolvérselo.
—Aléjate o te voy a apuñalar.
Él bufa, como si dudara de que Caesar fuera a apuñalarlo o no, pero se aleja algunos pasos. Se apoya en la mesada, a su lado, y se cruza de brazos.
—¿Falta mucho?
—Prende el fuego.
Pone las papas a hervir, después se acerca a la radio, en una esquina de la cocina, y la enciende. Va a sentarse en el sofá, a esperar a que estén las papas. No pasa un segundo, que Jojo se sienta a su lado. Parece su sombra.
En la radio están pasando un programa que no conoce, nunca suele prestar atención, siempre la deja como ruido de fondo, para llenar su propio silencio.
Jojo está reclinado; tiene sus brazos sobre el respaldo, uno detrás de Caesar, sin tocarlo, pero él puede sentir el calor que emana.
Se pregunta si se acercará más, si hará algo, pero no va a preguntarlo.
¿Por qué le importa, en todo caso?
—Caesar —dice y él voltea de inmediato. Jojo está cerca, no lo suficiente, y a Caesar se le ocurre que le dejó esa distancia para que él mismo la cierre—. Creo que están hirviendo las papas.
No es lo que cree, por supuesto que no lo es.
Ah.
¿Qué es lo que creyó?
Hay algo malo en él y aunque se esfuerce en ignorarlo, hay algo malo en él.
Recién una hora después termina de cocinar. Jojo estuvo revoloteando a su alrededor, no precisamente ayudando, pero sí haciéndole compañía. Se había bebido una cerveza mientras Caesar había preparado los gnocchis y ahora, sentados a la mesa, tenía la segunda.
—Esto está increíblemente bueno —comenta Jojo, metiéndose una cucharada llena a la boca.
Caesar hace una mueca.
—Das asco.
—Tú das asco.
Pasan la cena bastante en silencio. En la radio están pasando los últimos minutos de música antes de finalizar la transmisión.
Jojo bosteza. Sus ojos están cansados, los párpados se ven pesados y su rostro aburrido y– ¿por qué me fijo en todo eso?
—Ve a dormir —dice Caesar, comenzando a levantar los platos.
—No tengo sueño.
Eso es algo tan de niño para decir.
—Tengo energía para correr una maratón —agrega después y Caesar resopla divertido—. ¿Qué es eso? ¿Estás dudando de mí? Te reto a–
—No me interesa —interrumpe—. Yo sí estoy cansado.
—Dormiste todo el día.
—Cansado de ti —concluye.
—Vete a la mierda —responde él, pero no es agresivo el tono. Caesar no distingue cuál es.
Jojo se levanta de su silla y sale de la casa. Caesar frunce el ceño, porque ni siquiera lo ayudó a levantar los platos.
Cuando termina de poner orden, se va a fijar qué está haciendo. Está acostado en el pasto.
Jojo siempre parece saber lo que piensan los demás y si bien a Caesar le molesta, admite que también le gustaría saberlo. Saber lo que piensa Jojo, al menos. Porqué hace lo que hace, si es algo impulsivo o no. Saber si esto es planeado y desde hace cuánto.
Pero Jojo está acostado en el pasto con un cigarrillo sin prender en sus labios y lo mira desde abajo. Está sonriendo y Caesar no duda en que lo estaba esperando. Jojo cierra los ojos sin borrar la sonrisa y él se acerca con pasos lentos.
¿Por qué su mente está en blanco? ¿Por qué no está pensando? Eso no es propio de él, la única vez que actuó sin pensar, casi muere.
Pero ahora no va a morir. No lo piensa, no lo analiza, pero siente que no hay ningún riesgo, nada que atente contra su vida– porque así es.
Se arrodilla al lado de la coronilla de Jojo, sus rodillas casi rozando su cabeza. La expresión del otro es relajada, tan entregado a lo que sea que Caesar vaya a hacer. ¿Por qué? Debería tener la guardia en alto, ¿qué hará si Caesar decide pegarle a traición, viendo lo vulnerable que está? Pero Caesar no va a pegarle, es algo que, a pesar de haberlo usado como amenaza, nunca atravesó sus pensamientos, realmente.
Toma el cigarro que Jojo tiene en su boca y se sorprende de que sus manos no tiemblen. Él lo deja y sus labios permanecen partidos, solo un suspiro escapando de ellos que Caesar reclama con su propia boca cuando la apoya sobre la de él.
Jojo estira su cuello, queriendo acercarse más, pidiendo más de lo que Caesar le está dando– más de lo que le puede dar. Desliza su mano a su nuca, pero Caesar se escapa antes de que pueda atraparlo. Lo mira un segundo y está a punto de decir algo, pero Caesar le pone el cigarro otra vez en la boca. Se levanta y se va, dejándolo solo en la oscuridad del patio.
Estira su mano a su bolsillo y saca un encendedor.
Suspira el humo.
Es una victoria, pero no la siente como tal. Tal vez porque nunca pensó que llegaría a esto; que sería imposible o que él mismo se acobardaría. Se sentía como una derrota contra otra parte de él mismo, la que le había dicho no te acerques, no lo busques, no vayas. La parte que decidió ignorar y que creyó que podría contradecir, demostrar que él podía detenerse cuando tuviera que hacerlo.
Pero falló.
Y si bien sabe que se arrepentirá más temprano que tarde, se levanta del suelo y entra a la casa. Las luces están apagadas y la puerta de la habitación está abierta.
No dice nada cuando entra, no le pregunta al otro si está despierto. Se cambia y se acuesta sobre su espalda. Caesar está de espaldas a él. Jojo lo mira, observa su cabello que sabe que es dorado, pero que se ve gris ahora, y se gira, acercándose. Reposa su frente contra su espalda y su mano se apoya despacio en la cintura de él.
Caesar no está dormido.
Enlaza sus dedos con los de Jojo.
No hablan. Tienen conversaciones banales y discuten bastante, pero no hablan. Caesar sigue sin saber porqué Jojo está ahí, después de dos semanas. No le pregunta si es verdad lo que había dicho, que ya no estará para la próxima luna nueva. No sabe qué pensar de eso tampoco.
No hablan sobre qué pasa, ignoran el elefante en la habitación. Es mejor así. No sabe tampoco qué podría decir.
Ninguno es cariñoso, en el sentido de estar abrazados ni tomados de las manos todo el tiempo. Los momentos en que se besan son casi a escondidas, tarde en el día, con las luces apagadas, o entrada la madrugada, cuando deberían estar durmiendo.
Un día, llega una carta. Está dirigida a Caesar, de parte de Lisa Lisa.
El cartero conoce a Caesar, se la entrega en el mercado cuando él está esperando a que Jojo salga de una tienda. La guarda y piensa en cuál será el momento ideal para leerla sin que el otro lo moleste.
—¿Listo, Cesarino? —pregunta Jojo, con dos bolsas en la mano.
—Listo, Joseph —imita. Comienzan a caminar de regreso a su casa.
Jojo entra de inmediato a la habitación para ponerse la ropa nueva que compró, momento que Caesar aprovecha para leer la carta. No es muy larga, dos carillas y media de cursiva de Lisa.
Querido Caesar, espero que esta carta te encuentre bien [… ]
Las cosas han estado bien por acá, Erina es muy buena y se lleva de maravilla con Suzi […]
Espero que Jojo esté contigo, no quiso decir a dónde iría, pero supuse que iría a verte […]
No quiero entrometerme en sus cosas, pero su abuela está preocupada de que cometa errores irreversibles […]
Como de seguro ya te habrá dicho (o tal vez no, pues este muchacho…), su boda será […]
—¿Cómo me queda? —pregunta Jojo, abriendo la puerta de par en par.
Caesar levanta la mirada de la carta despacio, tratando de darle sentido a todo, aunque no lo logra.
—¿Qué es eso? —pregunta Jojo, acercándose curioso.
—Te vas a casar —murmura Caesar. Jojo trata de arrebatarle la carta pero él la aleja antes—. Por eso estás aquí. ¿Por eso estás aquí?
—Es… necesario, sabes cómo es —trata de justificar.
—No, no sé cómo es, Jojo —dice—. ¿A qué viniste? ¿Estás escapando?
—Yo–
—¿Soy tu forma de no cometer errores irreversibles? —cuestiona—. ¿Era más fácil venir aquí, que–? —se muerde la lengua. Que ir con alguna puta—. A qué viniste, Joseph —repite.
Jojo se ve dolido. Probablemente él se vea igual, aunque no le parece justo que él también haga esa expresión.
—Quería verte —dice.
—No es así.
—¡Claro que sí!
Está cerca y no debería seguir acercándose, pero lo hace.
—Regresa a Inglaterra.
—No lo haré —dice firme y agrega—, no todavía. Quiero–
—No me interesa. Tienes que irte.
—Caesar —dice. Va a decir algo más, pero no sabe qué o tal vez no sabe cómo decirlo—. No es real. Lo de Suzi. Es… es lo que tengo que hacer, pero…
No quiero. Di no quiero.
—No me iré —concluye.
Y no se va. Caesar sabe que lo hará en algún momento, pero todavía no.
El resto del día pasa tenso y silencioso, tanto que Caesar no puede soportarlo más y sale a correr. Jojo entiende y capaz comparte el alivio de tener al otro lejos, porque no lo acompaña.
Piensa que correr aclarará sus pensamientos, pero su mente se queda en blanco todo el tiempo. Eso también funciona.
Regresa cuando está atardeciendo. Jojo no está por ningún lado y la idea de que se haya ido lo preocupa– por no decir que lo aterra, pero él sale del baño. Lo mira sorprendido, seguro porque no se esperaba que estuviera ahí. Jojo niega apenas y desvía la mirada, pasando de largo de él, excepto que Caesar sujeta su camiseta. Y Jojo se detiene. Y Caesar espera que este sea uno de esos momentos en que él lee su mente porque no quiere tener que decirle que lo bese.
—¿Qué? —pregunta, decepcionándolo y obligándolo a besarlo.
Tira con más fuerza de su camiseta y se acerca, chocando sus bocas. Lame sus labios y Jojo abre la boca, sin preguntar ni cuestionar, solo recibiendo lo que el otro le da y entregando lo que tiene.
Jojo es cálido y lo es más cuando lo abraza y cuela sus manos por debajo de la remera de Caesar, rasguñando su espalda y haciéndolo suspirar. Caesar sube sus manos y se aferra al cabello de él, tirando con más fuerza de la necesaria porque no puede dejar de pensar en que es un hijo de puta, siempre egoísta, nunca dejando de ser infantil.
Pero esto no es infantil, ni inocente, ni es llevado por la curiosidad.
Tal vez eso es lo que más lo enfurece.
Esto es lo que quiere y es lo que Jojo también quiere.
Muerde su boca y respira contra sus labios y– tiene que detenerse, pero Jojo lo sigue besando. Se inclina hacia él, tratando de envolverlo por completo, de acariciar todos los lugares posibles, pero sus manos no dan abasto. Siente que hay demasiado él y poco Jojo, cuando Jojo siempre fue demasiado.
Las caricias de Jojo bajan, no de intensidad, sino de zona, y el calor que Caesar sentía antes es insignificante con el que le está provocando él ahora. Arde y le agrada; quema y le gusta; duele y le encanta.
La mano de Jojo está en su pantalón y por más que piense– cosa que no hace, no ve razón para detenerlo.
Tampoco vio razón la segunda vez que su mano bajó cuando estaban acostados, o la tercera, en la madrugada.
O los días posteriores.
Nunca llega a tener necesidad de detenerlo porque, cuando se da cuenta, Jojo ya se ha escapado de entre sus dedos, en la madrugada, mientras Caesar dormía.
Todo se vuelve silencioso, silencio al que está acostumbrado, pero que ahora es más pesado e insoportable.
Otra vez está solo en su cama, primera vez en dos semanas, y ve el cielo estrellado por la ventana.
No hay luna.
gracias por leer!
el título es por wicked game de chris isaak, temaikén.
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la realidad, si bien con el final parece que nunca más se van a ver, dentro de mi cabeza, ellos vuelven a verse jaja no terminé stardust crusaders todavía, pero ya me spoileé sobre joseph y, bueno, no lo veo tan descabellado(?
saludos
