El coleccionista
Sumario: Algo extraño está sucediendo con Draco. Al menos, Harry sabe que el Draco que él conocía en Hogwarts no permitiría que lo tratasen de esta manera.
Género: Drama/Romance.
Claves: Casefic. Drarry/Harco. Post-Hogwarts. EWE. Harry sí es Auror, Draco tiene problemas…y adiós canon.
Disclaimer: Si HP fuese mío, esto sería canon. Ya que no lo es, saben lo que significa.
I
—…los chicos dicen que vendería su propio corazón, si pudiese hacerlo.
—Si Malfoy tuviese corazón…—espetó Ron.
Su esposa le dio un codazo que lo obligó a cerrar la boca cuando la peculiar pareja se aproximó. Harry tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse de la manera en que Ron rodó los ojos, y en el momento en que Hermione giró el rostro en otra dirección, le sacó la lengua a la parte de atrás de su cabeza. Era lo bastante listo para no hacerlo de frente; después de todo, Hermione había estado bastante irritable desde el inicio de su embarazo.
El comedor de los trabajadores del Ministerio, por alguna razón incompresible, tiene una entrada discreta, aparte, exclusiva del personal de Seguridad Mágica, y unos pocos jefes de Departamentos aledaños. Thomas Ho-No-Puede-Recordar-Qué-Sigue, el tercer jefe que ha tenido la división de Ley Mágica en el último año y medio, entró por allí para ir con el Ministro. Draco lo acompañaba.
El mago vestía de negro del cuello hacia abajo y tenía un andar resuelto y grácil, el cabello largo recogido en una coleta, que le otorgaba cierto aire similar al de Lucius, antes de que la Segunda Guerra y los Mortífagos acabasen con él. Caminaba junto al miembro del Ministerio, y dejó que este arrastrase una silla en su lugar para sentarse.
Lo que ocurrió en ese punto es lo más curioso. Thomas habló, de pie junto a él, Draco asintió con aire distraído, hubo una sonrisa de por medio, que se borró tan rápido como el hombre giró el rostro. Thomas acudió a su reunión, unas mesas más allá, mientras un camarero sirvió a Draco.
Lucía aburrido cuando pidió cinco de los platillos más costosos, los que los trabajadores normales no pensarían en ojear, y sólo prueban en las fiestas de Yule del Ministerio.
Harry continuó su almuerzo, hizo comentarios a sus amigos sobre el nombre que podrían darle al bebé, y de vez en cuando, observó hacia el inexpresivo hombre rubio solo en una mesa, preguntándose si los rumores eran ciertos.
Probablemente no. Él debería saber, mejor que nadie, cuánta información puede ser falsificada al pasar de boca en boca.
Sin embargo, cuando Thomas Ho-Lo-Que-Sea acabó su charla, se despidió del Ministro estrechando su mano, se levantó, y se dirigió a la mesa donde estaba Draco, dándole vueltas a una cucharilla dentro de una taza. El hombre le dijo algo, Draco alzó la cabeza y sujetó la mano que este le ofreció. Un instante más tarde, se Aparecieron.
Aun así, tuvo la impresión de que era extraño.
—0—
Harry hubiese olvidado el tema, sino estuviese en boca de varios agentes del Ministerio. Incluso de sus novatos del Escuadrón 7.
—¿…cuánto crees que cobre por una noche?
—No funciona así, no seas estúpido.
—¿Y cómo es entonces?
—Debes tener dinero para que se fije en ti. No parece que lo haga por noches, o días.
—Pues no lo he visto mucho tiempo con ninguno, si a eso te refieres…
—Si tienen tiempo para hablar sobre alguien que no sea un mago prófugo que tenemos que atrapar —interrumpió Harry, utilizando un sonorus para hacerse oír desde su escritorio, al otro lado de la oficina. A veces lamentaba la precaución necesaria de los encantamientos que lo hacían escuchar las conversaciones que tenían lugar entre esas cuatro paredes—, tal vez debería enviarlos a revisar los archivos y ayudarme con este papeleo.
—¡Oh, vamos, Auror Potter…! —protestó uno de los novatos, agitando los brazos de arriba a abajo, de ese modo que le hacía pensar que, dijesen lo que dijesen en la Academia, era demasiado joven para los peligros que conllevaba el empleo.
—Hagan algo útil con su tiempo, chicos.
—Lo dice porque, a nuestra edad, ya había sobrevivido dos guerras y ganado una —bufa el otro, y Harry reprime una sonrisa.
Sí, no eran más que niños. Las placas no significaban nada.
—0—
La siguiente vez, sí comprendió lo que andaba mal.
Estaba en una de las sillas de la sala de espera de Gringotts, creada poco después de la remodelación por el incidente del dragón del que Harry fingía no tener ni el menor conocimiento. Le hacía un favor a Hermione resolviendo algo sobre un permiso del banco.
Y lo vio, por simple casualidad. Los instintos entrenados de Auror lo obligaban a fijarse en todo su entorno, volvía la cabeza, repasaba con la mirada. No era como si lo hubiese buscado.
Draco estaba vestido con lo que era, según sus escasos conocimientos en ropa, una capa de invierno hecha a la medida, e iba del brazo de un mago al que creía distinguir apenas. ¿El hijo del dueño de Flourish&Blotts? ¿El nieto de Ollivander? ¿El sobrino de Madam Malkin? Cualquiera que fuese la opción correcta, estaba seguro de haber visto ese perfil en recortes de artículos de periódico, relacionados al Callejón Diagón.
Caminaron juntos hacia una de las taquillas, el mago era quien hablaba. El duende fruncía el ceño, de esa manera en que sólo ellos pueden hacerlo, se agachaba, contaba, y entregaba un saco; supuso que serían galeones. Al finalizar el trámite, el sujeto murmuraba algo en el oído de Draco, él asentía, y caminaban de vuelta.
Hubiese sido un trayecto común, nada digno de una gran mención, si el mago no se hubiese detenido al ser llamado por otros dos, unos empresarios que hablaban en el inglés americano, acompañados por un duende de peor cara que el anterior. Fue como si se desentendiera de un error. En un parpadeo, estaba sumergido en una plática sin cesar con esos dos hombres y la criatura.
Draco, de nuevo inexpresivo, permanecía de pie, libre del agarre desde que prácticamente lo echó hacia un lado. Cada poco tiempo, daba un vistazo disimulado en dirección a la puerta, luego parecía reconsiderarlo. No abrió la boca ni una vez.
Harry pensó que lucía como un muñeco de exhibición. Vacío, inmóvil. Y cuando su propósito se cumplía, carente de importancia.
Luego, cuando los empresarios se retiraban, el mago se volvía hacia Draco, hablaba con una sonrisa culpable, le ofrecía el brazo, y ambos caminaban el resto del tramo hacia el exterior del banco. Y Harry seguía pensando en eso.
—0—
Harry tenía este problema con los eventos de la sociedad mágica, a los que era invitado, sin distinción, cada vez y en grandes cantidades. Olvidaba las fechas, el tiempo se le hacía difuso, extraño, sumido en la oficina del Departamento de Aurores u ocupado con las misiones, se sentía confundido con los protocolos y las indicaciones.
Cuando recibió la Orden de Merlín, unos años atrás, llegó a la ceremonia alrededor de una hora tarde, se Apareció en medio de la tarima por un error de cálculo, olvidó el sonorus para hablar con la ansiosa multitud, ofendió al agente del Ministerio sin querer (¿cómo iba a saber él que tenía que dejarse colocar el broche en la capa, o sería un tipo de afrenta social contra el asistente de la división de Ley Mágica?), y huyó de las entrevistas programadas. Al final de su "día de gloria", estaba sentado en el sofá más viejo, desgastado y horrendo de Grimmauld Place, frente a la chimenea, con una taza de chocolate caliente, una porción de tarta de melaza a medio comer, y el amargado elfo de los Black, Kreacher, observándolo con un aire resignado.
Si tomaba en cuenta su historial de complicaciones con los actos públicos, que ni siquiera Hermione, con sus métodos organizacionales, o Ginny, con sus constantes reprimendas cansadas, fueron capaces de corregir, no era ninguna sorpresa que se Apareciese, de improviso, a las afueras de un callejón del Londres Muggle, donde tendría que hallar la entrada a un nuevo local, que se inauguraba ese día.
Sabía, por conversaciones dispersas con su amiga, que se trataba de algo relacionado al arte, ¿o era a la cultura? Ella lo decía como una manera de unir los mundos sangrepura y de los mestizos de una vez por todas, y sí, sonaba bien, claro que Harry estaba más que dispuesto a presentarse, dar unas palabras, y dejarse tomar las respectivas fotografías promocionales para El Profeta; sólo que ya era demasiado tarde, la ceremonia de apertura tendría que haber concluido mientras estaba en un entrenamiento con los novatos de su escuadrón, y Hermione le envió un patronus con el explícito comentario de que la prensa mágica iba a asediarlo por el resto de sus días, a causa de este nuevo desplante.
Casi podía imaginarse el artículo de Skeeter que sería publicado al día siguiente.
"Héroe joven, despistado, melancólico y psicológicamente dañado tras la Segunda Guerra, con órdenes de permanecer confinado en el área mental de San Mungo, de nuevo rechaza el apoyo de la prensa, fiel aliada, que sólo busca lo mejor para…" y una basura similar a esa.
Sí, puede que le costase retener información diferente a las misiones como Auror y datos sencillos, como los nombres que sus amigos pensaban ponerle a su futuro hijo, o las fechas de los cumpleaños de los pequeños de Bill y Fleur, que lo llamaban "tío", a pesar de que Ginny y él terminaron años atrás. Sí, debía reconocer que pasaba una cantidad alarmante de tiempo frente a la chimenea, metido en el cuarto que perteneció a su padrino, o con la mirada en algún punto de la pared, en silencio, y sí, también puede que tuviese ese aire meditabundo que le ganaba miradas entristecidas y preocupadas de sus amigos. Pero, en definitiva, no tenía que estar confinado al hospital mágico, y le hacía hervir la sangre que Skeeter no sólo hubiese difundido ese rumor, que se creyó gran parte de la población inglesa con que trataba a diario, sino que lo continuaba promulgando en cada uno de sus escritos, cuando se le daba la más mínima oportunidad de usar su nombre.
Incluso las amenazas de Hermione de revelar su secreto si seguía así, parecían inútiles cuando la fastidiosa reportera tenía, gracias a él, la exclusiva de cómo volvió a ser un absoluto fracaso en sus relaciones públicas.
No era su culpa, por Merlín. Él ni siquiera hablaba con más personas que sus tíos y primo de niño, y solían ser conversaciones unilaterales con gritos y órdenes de por medio. No creció con la idea de que se pararía en una tarima, sería el centro de miradas y cámaras por doquier, y cada palabra que dijera, cada sonido, titubeo, terminaría captado por una vuelapluma veloz.
Aquello era agobiante.
Lo sofocaba, lo hartaba, lo cansaba tanto, que llegó a considerar no entrar al edificio. ¿Para qué? Ya iba tarde. ¿Qué diferencia hacía no asistir?
Le daba vueltas a la idea, cuando dio un brinco por alguien que elevaba la voz, ajeno a otra presencia cercana.
—¡…pues veamos cómo piensas arreglártelas sin mí!
Harry dobló en una esquina, justo a tiempo para notar la figura que se Aparecía lejos de ahí, y la que quedaba atrás.
Draco, de nuevo, con una elegante capa hecha a la medida, y el cabello, mucho más largo de lo que lo llevaba al estudiar en Hogwarts, recogido en una cola. Tenía los ojos puestos en el sitio donde su compañero se desvaneció, las manos unidas por delante de él, y en general, una postura tan rígida, que no le habría sorprendido descubrir que estaba paralizado.
No pensó al abrir la boca. En medio de esa helada noche en Londres, su voz fue apenas una exhalación acompañada de vaho, y el comentario que hizo una puya que no pretendía ser agresiva del todo.
—El Draco Malfoy que conocía no se hubiese dejado hablar así.
Lo observó apretar los párpados por un instante; no se habría dado cuenta de no tener la vista en él desde antes. Luego soltó el aire contenido, despacio.
—Yo no me dejé —masculló, entre dientes, y Harry sintió un inexplicable deseo de sonreír, porque aquella no era la cáscara vacía que había visto en Gringotts, ni el inmutable ser dejado atrás recientemente; era el Draco que conocía, tal y como le había dicho, el que lo molestó por años, el que estuvo obligado a ser un peón del bando opuesto, el que no lo traicionó en el momento decisivo, y sufrió, aun así, las consecuencias.
Harry recordaba con claridad la sentencia dictada en el Juicio a Draco Malfoy, en agosto de 1998. Entonces apenas contaban con los dieciocho años, Draco estaba consumido por meses al lado de Voldemort y la breve estancia en Azkaban con sus padres, y si todavía le quedaba algo de vida en la mirada, el escaso brillo se borró cuando se le dio el anuncio de que sus propiedades, su bóveda, su herencia, todo aquello a lo que tenía derecho legítimo, lo que le fue prometido, para lo que se le preparó, le era arrebatado, alegando que cubrirían el daño causado a la sociedad mágica por su familia.
Draco no sería Draco sin su apellido para presumir, sin la Mansión, el dinero, que respaldaban su altanería. Y ahora, ni siquiera lo primero poseía.
Había olvidado que, como parte de la sentencia, Draco estaba afectado por la eliminación de los Malfoy como familia de los registros de la Gran Bretaña mágica. Una especie de pago absurdo por sus actos entre los Mortífagos, al que incluso Harry y sus amigos se opusieron, sin éxito. Su apellido fue borrado.
—Eso parecía.
Draco giró el rostro hacia él y estrechó los ojos.
—Métete en tus propios asuntos, Potter.
—Lo intento, Draco.
No supo si la expresión extraña e indefinible que hizo fue porque, sin querer, le había recordado que ya no tenía apellido alguno, o porque le resultaba raro e impensable que lo llamase por su nombre, como si les fuese común relacionarse entre sí.
Se miraron por un momento, callados. Estaba oscuro, el ruido del local no traspasaba las barreras antimuggles de las paredes. El único destello de luz del callejón era el débil resplandor de una pieza que le colgaba del cuello a Draco, y que él no alcanzó a identificar, porque este soltó un despectivo bufido, se dio la vuelta, y antes de que su pie hubiese tocado el suelo, se Apareció también.
Harry decidió que prefería pasar otra noche en Grimmauld Place, a solas. A la mañana siguiente, Hermione llegó a través de la chimenea, lista para una severa reprimenda, y se calló al ver su expresión decaída.
Había vuelto a tener pesadillas.
—0—
—…es indignante que hablen de ellos de ese modo. Y denigrante para el periódico, en todas sus formas, que se les permita hacerlo.
Hermione daba su diatriba diaria sobre El Profeta, con el diario mágico en una mano, y un pastelillo de calabaza a medio comer en la otra. El apetito del embarazo parecía que la enloquecería antes de haber llegado al segundo trimestre.
De pronto, lanzaba el periódico contra la mesa, y se dedicaba a mascullar por lo bajo. Ron, que llegó poco después a Grimmauld Place para acompañar a un "desanimado" Harry esa mañana, bebía café junto a él.
—Cuidado —advirtió Ron, con un tono de falsa solemnidad—, ahí viene una idea. Casi puedo ver las nuevas siglas. De P. E. D. D. O. pasaremos a…
—Programa de Protección de los Derechos de Ex-Mortífagos —Hermione se les acercó, despacio. No miraba a ninguno de los dos, pero tenía los ojos muy abiertos, maravillada—. P. P. D. E. M. No, no queda. ¿Programa de Resguardo de Ex-Mor…?
Mientras hablaba, le arrebató a su esposo una galleta del plato que tenía frente a él. Ron boqueó, enrojeciendo de pura indignación, pero cuando estaba a punto de hacer un reclamo, la bruja le dedicó esa mirada de "me lo merezco" que le daba seguido estos días. Harry vio que Ron no tenía más opción que darle su comida a la mujer que llevaba a su hijo en el vientre.
Después de servirse el café también, se sentó frente a ellos, despachó a Kreacher diciéndole que podía tomarse el resto de la mañana para pulir los tesoros de plata de Regulus Black (el elfo casi sollozó en respuesta), y tomó el diario que su amiga había lanzado, para echarle un vistazo. El matrimonio Weasley-Granger estaba sumido en lo que, pensaba él, era una de las discusiones más absurdas que había tenido en su historia de pareja, acerca de por qué Hermione tenía que ayudar a los ex-Mortífagos y las siglas para la futura campaña.
El encabezado del artículo, fuera de la página principal pero no lo bastante apartado para carecer de importancia, provenía de la misma pluma que le causaba repulsión hacia los medios.
"Bonitas piezas expuestas en la Undécima Congregación de Magos Sangrepura Asociados por…" incluso terminar de leerlo le resultaba desagradable. El párrafo de abajo hablaba de una reunión de algún tipo de comité de influencia política, y estaba adornado por las fotografías que, se viesen cómo se viesen, eran el motivo de la indignación de su amiga.
Las "bonitas piezas" no eran objetos.
Pansy Parkinson, con un vestido de escote en "V" y guantes, iba de la mano de un hombre unos años mayor que ella. Blaise Zabini, en una capa blanca, ribeteada en plateado, llevaba del brazo a una mujer preciosa, extranjera, y a un lado, Draco, la imagen misma de la elegancia y falta de emociones, hablaba con otro hombre, que le sujetaba el brazo. En el conjunto de fotografías, parecían ajenos a las cámaras, incluso ante los flashes, y aunque sonreían a sus acompañantes, el gesto se borraba de inmediato.
Y parecía imposible que estuviesen disfrutando, de algún modo, la velada.
—¡…por Merlín, Mione, escúchate! —soltó Ron de repente, y Harry alzó la cabeza de golpe, olvidándose de las imágenes móviles, porque sabía que aquella era una muy, muy mala idea—. ¿Por qué tendrías que preocuparte por…?
Su amigo no había levantado la voz más de lo que lo hacía con una protesta cualquiera; sin embargo, los ojos de Hermione se inundaron de lágrimas y ella se cubrió la boca con ambas manos. En cuestión de un parpadeo, estaban frente a uno de los famosos cambios-de-humor de los que Molly les advirtió que viviría cuando dio la noticia, y Ron intentaba arreglarlo prometiéndole más dulces, un paseo, y ropa para el bebé.
Harry los miraba por encima del borde de su taza, agradecido de que nunca se le hubiese pasado por la cabeza tener un hijo con Ginny.
De reojo, volvió a observar el periódico mágico tirado en la mesa.
Pensó que era un lindo ángulo de Draco el que captaron, mas no se lo mencionó a nadie.
Hubiese preferido que se viese feliz.
—0—
La siguiente vez que se lo encontró, acababa de bajar del ascensor en el Atrio, e iba con la cabeza en otra parte, más específicamente, el entrenamiento que daría ese día a los novatos del escuadrón de Aurores. Fue una suerte que escuchase el ruido de la discusión y no chocase contra la espalda de uno de ellos.
Los pocos empleados que rondaban cerca a esa hora y se detuvieron a mirar, se apartaron casi de inmediato, al caer en cuenta de que el motivo del escándalo que se armaba en pleno recibidor del Ministerio era dirigido por el Jefe de la división de Ley Mágica, el Tom Ho-algo-que-no-podía-recordar.
Lo único que supo fue que oyó un ruido ahogado y el sonido del metal al romperse, Draco trastabillaba hacia adelante, y el Tom Ho-lo-que-sea se retiraba con un bufido despectivo, luego de dar un pisotón al suelo.
Finalizado el espectáculo, las personas se dispersaban. Harry estaba detrás de su antiguo rival, así que no podía saber qué expresión tenía cuando ocurrió, sólo que al instante de que el funcionario se hubiese dado la vuelta, Draco tenía la varita en la mano, y él actuó por puro instinto.
Cien ojos los observarían, los Aurores estaban a metros de distancia. Draco forcejeó cuando Harry le sujetó el brazo y lo obligó a bajarlo, la varita tan fuera de su vista como era posible en esa posición, sin lastimarlo.
—No lo hagas —murmuró, y sintió que él se tensaba al reconocer su voz. Hizo ademán de sacudirse de su agarre y Harry lo apretó—, no lo vale. Hay mucha gente. Se van a lanzar contra ti, sabes cuántos esperan una oportunidad desde los Juicios.
Draco dejó de poner resistencia. Cuando creía que acababa de tener éxito razonando con él, cayó en cuenta de que susurraba sin mover los labios, y lo zarandeó débilmente.
—¿Le estás lanzando un conjuro a distancia, sin varita? —cuestionó Harry, incrédulo y divertido a partes iguales. Como funcionario público, tendría que haberlo impedido. Como Harry James Potter, pensó que una maldición bien merecida a un cretino nunca estaba de más.
—No —replicó Draco, con falsa inocencia, y continuó murmurando en latín.
—No puedes lanzarle conjuros, Draco…
—Sólo uno.
Harry soltó un bufido de risa y pensó en la manera en que el Tom Ho-soy-un-idiota se alteró en público.
—Bien, uno —Y lo dejó ir.
Draco no llevó a cabo ningún movimiento de varita, terminó el encantamiento, y se puso de cuclillas, para recoger una larga cadena plateada y dorada que estaba en el suelo.
—¿Tal vez dos? —añadió después, más como una cansada pregunta que un aviso de lo que haría a continuación.
Por encima de su hombro, Harry distinguió una pieza puntiaguda, del mismo metal combinado y curioso, que tenía un fragmento roto. No pudo identificar su silueta. Draco cerró los dedos sobre la pieza, apretó, y no le importó lastimarse las manos con los picos.
—¿Te lo arrancó? —No era asunto suyo, y por supuesto que él se lo hizo saber, al dirigirle una mirada de desagrado por encima del hombro. Sin embargo, le siguió un vago sonido afirmativo—. Usa un reparo, ¿no?
Incluso a él le resultaba lógico qué hacer, y no podía creer que a alguien como Draco no se le pasase por la cabeza que un simple encantamiento haría que quedase como nuevo.
—Las reliquias únicas hechas por duendes no se arreglan con un reparo, Potter —gruñó Draco, en un tono de obviedad que indicaba que no entendía cómo es que no lo sabía, y se enderezó, la pieza todavía atrapada entre sus dedos.
Cuando se dio la vuelta, se echó el cabello sobre el hombro, se acomodó el cuello alto de la capa que vestía, y alisó una arruga inexistente en el costado, como si tuviese alguna necesidad de mantenerse en un perfecto estado.
—¿Necesitas un duende que lo repare? —insistió Harry, sin saber por qué lo hacía.
Draco lo observó con una expresión tan vacía, tan carente de emociones, que no le habría sorprendido descubrir que, en verdad, no lo veía.
—Los duendes piden algún tesoro a cambio de sus restauraciones.
Dio el tema por zanjado con ese comentario. Carraspeó, le dio los buenos días de forma escueta, dura, y avanzó hacia la mesa de revisión de varitas, donde lo interceptó uno de los Inefables más notables del momento. El cambio fue automático; de pronto, Draco tenía una sonrisa encantadora, hablaba con suavidad, y lucía interesado en cada breve palabra que brotase de sus labios.
Al menos, hasta que este giraba el rostro, y su expresión volvía a quedar en blanco. Vacío. Draco debía estar muy vacío.
—0—
Al día siguiente, se enteró por casualidad de que Tom Ho-soy-un-destructor-de-reliquias faltó al trabajo, por una maldición escupebabosas que lo envenenó. Se preguntó si sería grave, y descubrió que no le importaba tanto.
¡Y aquí estamos de nuevo!
Pues la verdad es que este fic tiene como dos años escrito y yo me había olvidado por completo de su existencia, jAJAJAJA. Mientras buscaba un OS en mis borradores, lo encontré y…wow. Odio cómo escribía hace dos años, pero la idea me llamó la atención como si no supiese lo que pasaría (porque en verdad no lo sabía, jAJAJAJA), así que después de varias correcciones y preguntarme si era buena idea, aquí está.
Es un poco al estilo de los casefic (ya saben, los de casos de Aurores, criminales, eso) y creo que tiene más drama de lo que es usual conmigo ¿? pero queda bien en medio de todo el fluff ¿?
Tiene alrededor de quince partes y lo subiré poco a poco, porque además de corregir varios detalles, no tengo mucho tiempo estos días. ¡Pero ya se los quería traer!
Gracias por leer /corazón, corazón.
