Aclaraciones importantes.

1) Esta es la versión de Netflix. Mi fanfic empieza entre el último capítulo de la segunda temporada y el primero de la tercera temporada. Si bien esto está basado en la versión de Netflix, voy a tomar un poco de las otras versiones, incluyendo la fuente original (los libros).

2) A mi me gusta la Peor Bruja, es interesante. Pero detesto profundamente el status quo y me imagino que varias que van a leer esto sientan lo mismo. Así que a partir de acá va a haber muchos cambios.

3) El sistema de magia lo DETESTO. Después de haber estado en varios fandoms de magia (no solo Harry Potter) siento que al sistema mágico le falta estructura, así que eso lo voy a cambiar. ¿Cómo? Sacando las rimas en los hechizos. Tranquilas, no voy a hacer un cambio tan brusco, quiero creer.

4) Estuve pensando mucho tiempo si meter yuri entre Ethel y Mildred. La respuesta es… no, al menos no aquí. Nunca hice yuri y las dos me parecen muy pequeñas todavía (casi trece años en donde lo estoy ambientando). Si tuvieran un par de años más, sí.

5) Perdón por tanto texto al principio, pero no quiero quejas más adelante y me gusta ser clara desde el principio

Este fanfic va dedicado a mi querida Juliana, gran fan de esta serie y espero que cumpla con sus expectativas.

Capitulo uno

La decisión de Mildred

El primer período escolar estaba llegando a su fin. Al día siguiente, todas las chicas tomarían sus cosas y volarían sobre el bosque de pinos cubiertos de nieve, sintiendo el frío viento en sus rostros, bajo un cielo gris del color del cemento hasta llegar a sus casas, donde sus familias la recibirían con los brazos abiertos…

Todos menos Ethel Hallow.

Unos pocos días después de la fiesta de Halloween, Mildred estaba yendo hacia el espejo mágico para poder hablar con su madre sobre como le estaba yendo con las clases. Vio la puerta cerrada y escuchó un murmullo del otro lado, así que supuso que alguna alumna estaba hablando. Siendo que Mildred era la única persona que estaba en el pasillo, se apoyó contra la pared, haciendo la fila. Esperaba que no tardara mucho.

—¡Nuestra familia es horrible! —se escuchó la voz de Ethel del otro lado de la puerta. Mildred, por curiosidad, se acercó a la puerta para escuchar mejor.

—¡Ya te dije que no sabía! —la voz de la madre de Ethel sonaba hastiada de tener que mantener la conversación.

—No creo que no supieras nada. He estado averiguando mucho sobre nuestra familia estos días. Todos fueron malvados y mentirosos.

—¡No permitiré que hables así de nuestra familia!

—¡Tal vez no quiera pertenecer a esta familia!

—¡Perfecto, no podrás volver a nuestra casa jamás!

Se escuchó el jadeo de sorpresa y dolor de Ethel.

—Mamá…

—Con Esmeralda y Sybil tengo todas las hijas que necesito. Tú saliste sobrando.

Se escuchó un silencio breve, pero pesado. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Mildred estaba indignada: ¿Cómo podía hablar así de su propia hija?

—Siempre queriendo llamar la atención con tus estupideces: "Mamá, mira lo que puedo hacer; mamá, mira esto" —la parodió su madre ferozmente—. Como si me importara ver las tonterías que haces cuando Esmeralda es mucho más talentosa y agradable que tú. Sybill es una niña tímida, pero con mucho talento a desarrollar. Dos niñas preciosas. ¿Qué puedes hacer tú contra ellas? Nada.

Sonaba como si hacía años que la señora Hallow quisiera decir todo eso.

—Estoy harta de soportarte. Mírate: ni siquiera eres bonita. Tienes ese rostro desagradable que me da vergüenza mirar. Así que estoy feliz de no tener que esperar hasta que cumplas la mayoría de edad para deshacerme de ti y me dejes en paz. Hasta nunca.

Mildred se alejó un par de pasos. Intentó correr, pero las piernas se negaban a responderle. Escuchó el ruido de la silla arrastrándose y Ethel saliendo de la pequeña habitación como un huracán. Ni siquiera notó a Mildred.

A partir de ese día, la actitud de Ethel cambió por completo. No interactuaba con nadie, se quedaba callada y apenas comía. Esmeralda, quien había sido aceptada para cursar su cuarto año, y Sybill intentaban animarla, pero en vano.

Mildred no había hablado de la conversación que había escuchado con nadie, salvo con Esmeralda. Ella se había sentido terrible cuando se enteró de lo sucedido y había intentado hablar con su madre, pero no daba el brazo a torcer. Para peor, su padre estaba de acuerdo con el hecho de desterrar a su propia hija.

Habían pasado poco más de dos meses desde que Mildred había escuchado esa terrible charla. Era de noche y tenía que marcharse mañana. Estaba acostada en su cama, mirando hacia el techo y sin saber que hacer por Ethel. Pensaba que la pelea era solo temporal, pero ahora se había dado cuenta que se había equivocado. ¿Adonde iría Ethel?

Sin poder soportar un minuto más, Mildred se levantó de la cama y salió de su habitación, intentando no hacer ruido. Si Hardbroom se enteraba de que estaba merodeando en los pasillos de noche, se metería en problemas.

Bajó por las escaleras y se acercó a la habitación de Ethel. Al apoyar el oído en la puerta, escuchó un burbujeo, como si estuviera haciendo una poción, así que todavía debía estar despierta.

Golpeó la puerta tres veces, con suavidad.

—¿Ethel? —llamó, en voz baja. No hubo respuesta.

Golpeó tres veces más, con más fuerza. Escuchó los pasos de Ethel acercarse lentamente hacia la puerta y luego la abrió un poco.

—¿Mildred? —preguntó sorprendida, con la voz enronquecida. El ojo que podía ver estaba rojo e hinchado, como si hubiera estado llorando. Luego cambió su tono al mismo agrio de siempre—. ¿Qué haces aquí?

—Necesito hablar contigo.

—Yo no tengo nada que hablar contigo.

Ethel quiso cerrarle la puerta en la cara, pero Mildred sabía que haría algo como eso y puso el pie entre la hoja y el marco.

—Quita tu pie de ahí, Mildred.

—No hasta que hables conmigo.

—¿Por qué quieres hablar conmigo? Mis antepasados se robaron el crédito que lo que hicieron los tuyos —replicó Ethel amargamente—. No hay nada que pueda hacer para remediarlo.

—Eso no importa. Por favor —suplicó.

Ethel la miró fijo durante un par de segundos y suspiró.

—Entra —dijo.

La habitación de Ethel era pequeña, pero estaba tan ordenada que parecía espaciosa. Había un pequeño caldero humeando sobre la mesa.

—¿Qué estás preparando? —le preguntó a Ethel. Esta se puso tensa.

—Nada importante. ¿Qué tienes que hablar conmigo?

Mildred se mordió el labio. No era fácil decirlo.

—Yo escuché… la conversación con tu mamá… en noviembre.

Ethel se puso blanca como un papel, para luego pasar a rojo como tomate. Abrió la boca y la cerró varias veces, sin poder pronunciar palabra.

—Fue por accidente, no quise escuchar —mintió Mildred.

Ethel desvió la mirada.

—Entonces sabes la verdad —dijo, con voz temblorosa.

—Si. Quiero ayudarte.

—¿Ayudarme? —Ethlel soltó una risa carente de alegría—. ¿Por qué? Te he hecho la vida imposible aquí, intentando que te expulsaran. Hice que mi hermana mayor perdiera su magia y me puse del lado de Agatha. No merezco la ayuda de nadie.

—Pero quieres mejorar, ¿no?

Ethel le echó una mirada furtiva al caldero, el cual soltaba un extraño olor dulzón. Sobre la mesa había algunas flores: una pequeñas flores blancas, unas purpuras en forma de campana y unas color violeta que le recordaba vagamente a la lavanda.

Algo no andaba bien.

—¿De que es la poción? —preguntó Mildred otra vez. Ethel se puso nerviosa.

—Una poción para dormir—dijo con rapidez.

—Oh, genial, yo estoy teniendo problemas para ello. ¿Puedes darme un poco?

Se dirigió hacia el caldero humeante, pero Ethel se abalanzó sobre ella y la agarró con fuerza de la muñeca.

—¡No! —gritó, con los ojos desorbitados.

—¿Qué pasa? —preguntó Mildred, intentando ignorar el fuerte apretón de su brazo.

Ethel la miró fijo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Ethel…

La rubia se mordió el labio y se tiró en los brazos de Mildred, llorando.

—No debí haber nacido nunca —murmuró, hundiendo la cabeza en el hombro de Mildred.

Y entonces ella entendió. Las flores que estaban sobre la mesa eran venenosas y la poción que estaba preparando era en realidad un veneno. Si Mildred no hubiera ido…

Hizo sentar a Ethel en la cama y se puso a su lado, acariciando su pelo.

—No digas eso —se apresuró a decirle.

—Mis padres no me quieren, no tengo amigas de verdad y no entiendo como mis hermanas todavía me quieren a pesar de todo. Hice cosas terribles y ahora ni siquiera tengo un lugar donde vivir.

Mildred le rodeo los hombros con un brazo.

—De eso quería hablarte. Quiero que vengas a vivir conmigo y con mi mamá.

Ethel la miró, con los ojos muy abiertos.

—No, yo no podría…

—El departamento es pequeño, pero estaremos bien las tres juntas. No te preocupes, nos las arreglaremos.

—Gracias, pero… ¿por qué?

—Porque quieres ser mejor persona y no te mereces lo que tus padres te están haciendo —le respondió Mildred con dulzura. Se puso de pie y tomó el caldero que estaba sobre la mesa. Tenía un extraño color púrpura oscuro y su olor le hacía recordar extrañamente a las almendras.

—¿Qué vas a hacer con eso? —preguntó Ethel.

—Lo voy a tirar por el inodoro —respondió Mildred—. No necesitamos esto y es peligroso que ande por ahí.

Mildred fue al baño y tiró todo el contenido a la taza del inodoro. Accionó la descarga y se aseguró de que ni una gota quedara en la superficie. Regresó a su habitación y se llevó consigo un colchón, una frazada y una almohada. Dejó el caldero de Ethel en su habitación: ya lo iría a buscar mañana.

—Listo —dijo Mildred, cuando regresó a la habitación de Ethel, poniendo el colchón en el suelo, al lado de la cama—. Es mejor que vayamos a dormir. Mañana hay que levantarse temprano.

—¿Te vas a quedar a dormir aquí? —le cuestionó Ethel, con los ojos muy abiertos-

—Por supuesto —respondió Mildred sin inmutarse, acomodando las mantas y acostándose—. No te preocupes, me levantaré antes del amanecer. Buenas noches.

Mildred esperaba que Ethel se quejara y la sacara a patadas de la habitación, pero solo se quedó sentada en la cama, observándola. Solo era una sombra de lo que solía ser.

—Buenas noches —murmuró Ethel y se acostó en la cama.