Tours
Un SakuAtsu para AK
Disclaimer: personajes no son míos
Sakusa Kiyoomi observó el boleto en sus manos, chequeando por décima vez los detalles del embarque. Con temor, entregó su boleto y el pasaporte a la azafata, temiendo un error que no previó. Por ejemplo, que la fecha estuviese mal impresa, o que se encontrase en el aeropuerto incorrecto.
—Deje la maleta sobre la balanza —indicó la azafata. Kiyoomi cruzó los dedos tras su espalda. La maleta debería pesar 11.23 kg, lo comprobó múltiples de veces antes de salir de casa. Y sí, pesaba 11.23 kg exacto. La azafata etiquetó la maleta, que desapareció tras la banda transportadora—. Muchas gracias por confiar en aerolíneas Air-Japan. Le regreso su boleto y pasaporte. Volverán a pedírselos en la puerta de embarque.
—¿Está todo en orden?
—Sí, por supuesto.
Kiyoomi secó el sudor de su frente con un pañuelo. Guardó su documentación en la riñonera que cruzaba su pecho y miró su teléfono.
En unas cuantas horas, Kiyoomi volvería a reencontrarse con Miya Atsumu. Llegó un momento en que dejó de contar los días. Si bien hablaban constantemente por videollamadas, extrañaba su compañía. Su memoria repasaba ese último momento juntos, la despedida en el aeropuerto. Atsumu estrujó los dedos de Kiyoomi entre los suyos, y con sus frentes pegadas, le recordó que ambos habían hecho una promesa.
Las palabras susurradas aún resonaban en su memoria.
—Dijiste que tomarías cada oportunidad. Y si esa oportunidad está en otra persona, yo no me opondré, pero ten la deferencia de decírmelo de primeros.
—No digas eso.
—No me interpondré —insistió—, solo dímelo. Yo estoy a punto de seguir mi camino, gracias a ti. Sigue tú también el tuyo.
Besó la argolla en mano de Kiyoomi, la cual sellaba aquella promesa. Aún con el rostro surcado de lágrimas, su sonrisa brillaba.
Sentado en la sala de espera, atento al llamado para abordar su avión, Kiyoomi acariciaba la argolla de su mano derecha. Se dio de manera tan inesperada que el recuerdo seguía sacándole risas. A dos semanas del vuelo de Atsumu, caminando por las calles de Osaka, se detuvieron ante el escaparate de una joyería.
—¿Te gusta alguna? —le preguntó Atsumu—. Si te gusta alguna, te la compro.
Kiyoomi se lanzó a reír.
—No uso joyas, Miya. Además, ahora que te vas, debes ahorrar todo lo que puedas.
—Pues por eso mismo. Ya no tendré otras oportunidades para regalarte nada. Por favor. Con esa diadema te verías fenomenal.
—Estas de coña, ¿cierto? No puede ser más de princesita. Arruinaría mi estilo para siempre.
—¿Qué dices? Lo complementaría, te lo prometo
Sabía que Atsumu se burlaba de él, por eso Kiyoomi accedió a echarle un vistazo y así reírse ambos, sacarse fotos, porque como bien señaló, ya no tendrían más oportunidades. Desde que estaba con Atsumu, no le importaba protagonizar esas escenas ridículas que solo provenían de él. Solo Atsumu lograba esos cometidos impensables, porque Atsumu (Kiyoomi estaba seguro) era capaz de obrar magia.
La campanita cuidadosamente dispuesta en la puerta anunció la llegada de los clientes, y una de las dependientas, ataviada con un traje de doncella, corrió a atenderlos. Los miró un momento, algo confundida. Dijo sonriendo:
—Los conozco, ustedes son esos voleibolistas, ¿cierto? Sí, son ustedes, un momento. Mary-chan, ven, mira qué clientes tenemos.
—¡No me digan! —otra doncella se acercó rápidamente—. Miya-senshu y Sakusa-senshu. Anni-chan, Koko-chan, vengan rápido, ¿recuerdan a esos voleibolistas…?
Más doncellas (probablemente Anni-chan y Koko-chan, supuso Kiyoomi) se acercaron con curiosidad, una de ellas con el último ejemplar de Yaoi Exprés, un tabloide LGBTIQ+ con más especulaciones que noticias, que debía sacar rectificaciones cada dos por tres.
Posiblemente fue una estratagema de venta. Atsumu se mostraba muy cohibido, algo atípico en él, cuando las dependientas sacaron el catálogo de argollas de compromiso y les enseñaron los más coquetos. Kiyoomi lo vigilaba de reojo, con risa. Le tomó de la mano con dulzura, y al mirarse a los ojos, no necesitaron palabras. Kiyoomi asintió. Atsumu también asintió. Cualquier compromiso entre ellos, se selló en aquella mirada. Más relajado, Atsumu recuperó la confianza.
—No me muestres estas argollas, no es nuestro estilo. Es que esa diadema que tienen en el mostrador, la de los cristales magenta y turquesa, nos ha dejado loquísimos. Si nos van a vender unas argollas, mínimo que sean a juego con la diadema.
Salieron con la diadema de princesa más una cajita de terciopelo que guardaba sus ridículas argollas, tanto en apariencia como en precio. Pasaron por fuera de un viejo local de ramen. Kiyoomi se detuvo un momento.
—¿Tienes hambre? —preguntó Atsumu.
—No, no es eso. ¿No te acuerdas? Aquí me hiciste prometer…
—Ohh… ¿fue aquí?
Kiyoomi abrió la cajita de terciopelo y tomó uno de los anillos. Al frente del local de ramen, le dijo:
—Ese día te prometí que, no importara lo que sucediera, no trataría de romper contigo otra vez. Cualquiera podría pensar que es una promesa caprichosa, pero nosotros sabemos lo que significa. No intentaré autosabotear mi felicidad. Aprovecharé cada oportunidad que se me presente, me superaré a mí mismo en todo aspecto.
En lugar de colocarle el anillo a Atsumu, se lo colocó para él. Atsumu tomó el otro anillo.
—Te prometo que nuestra separación no será en vano. Me llenaré de medallas y de trofeos. Ganaré muchos más premios que tú, Omi-kun —se colocó el anillo—, no solo seré el mejor voleibolista de mi tiempo, sino de la historia. Acuérdate de mí. No son palabras vacías.
—¿Entramos?
—También me dio hambre. No estaba mal el ramen aquí, recuerdo.
Entrelazaron los dedos con sus argollas y tras comer, le pidieron a la moza que les sacara una foto. Ambos enseñaron sus argollas.
Por el altoparlante, una voz neutra indicó a Kiyoomi que era hora de embarcarse. A bordo del avión, escribió a Atsumu:
«Debí decirte esto mucho antes, pero se suponía que era una sorpresa. En estos momentos estoy tomando un avión rumbo a la Francia».
Y luego mandó una selfie de él en el avión, levantando la mano con el anillo.
Muy probablemente Atsumu estaría entrenando, y no vería el mensaje hasta en unas horas, cuando Kiyoomi ya hubiese arribado a Paris y, batallando junto a su diccionario francés/japonés, tratase de conseguirse un boleto hasta Tours. Ni siquiera tenía idea cuál sería la dirección de Atsumu en Tours, era la primera vez que emprendía un viaje con tan poca planeación, y si bien eso en otra ocasión sería motivo para una crisis de pánico, la adrenalina burbujeaba en su estómago.
«¿Estás de coña?» Le respondió Atsumu, casi enseguida.
Bueno, Atsumu era impredecible en demasiados aspectos.
Las azafatas pidieron a los pasajeros apagar sus teléfonos celulares y colocarse los cinturones de seguridad.
. . . .
Cuando Kiyoomi arribó a Francia, Atsumu lo esperaba en el aeropuerto. Kiyoomi supuso que se consiguió los detalles con Osamu. Al principio no lo reconoció. Luego, no pudo dejar de reír. Su tonto novio llevaba el cabello negro y crecido, peinado hacia atrás, sin la raya. En su pecho destacaba el anillo mitad turquesa mitad magenta, enganchada a una cadena colgada a su cuello.
—¿Es que se puede ser más idiota en la vida? —le criticó Atsumu (no era una crítica)—. ¿Cómo se te ocurre venirte a la Francia sin avisarme? Yo… no tengo nada preparado.
—Está bien.
—No, no lo entiendes. Tengo la despensa vacía, el canasto lleno de ropa sucia…
—¿Por qué no estás en tu práctica? ¿Te escapaste?
—Sabes que nunca me escaquearía de un entrenamiento. —y luego añadió—. Pedí permiso, Omi. Pero olvida eso, ¿qué haces aquí?
—Pues… no sé qué tan enterado estarás, pero resulta que mañana es tu cumpleaños, ¿lo sabías?
La mirada preocupada de Atsumu se relajó al constatar que aquel viaje no obedecía a una enajenación del momento resultado de alguna crisis, y mas relajado, pasó su brazo por el cuello de Kiyoomi para darle (por fin) un beso en los labios.
—Eres un idiota —le susurró entre besos (seguía sin ser una crítica).
Kiyoomi se aferró a las ropas de Atsumu. Tenía la pinta de haberse venido directo de la práctica porque llevaba ropas de deporte y arrastraba su bolso deportivo. Quizá le hubo causado más problemas de los que Atsumu admitiría nunca. Se escondió en su cuello, sintiendo el aroma de su desodorante. Atsumu acarició su cabello.
—Movámonos, Omi.
Sin importarle el peso que ya cargaba, tomó la maleta de Kiyoomi y le pidió que lo siguiera. Cuando lo tomó de la mano, los dedos de Atsumu se detuvieron en la argolla de Kiyoomi, tan ridícula como la suya. Sus ojos brillaron.
—Idiota… —dijo esta vez para sí mismo, agachando la cabeza.
. . . .
Kiyoomi siguió a Atsumu por las calles de Paris, por el terminal de buses, y luego por las calles de Tours. Lo veía hablar en francés con cierta dificultad, ya fuese para comprar boletos o comprar refrescos, con las mejillas coloradas, seguramente —dedujo Kiyoomi—, debido a su presencia.
En el viaje en autobús, reclinaron sus asientos y se hablaron mirándose a los ojos todo el trayecto. El sol del atardecer le daba a Atsumu directo en su rostro que no podía contener ni su sorpresa ni su alegría. Parecía no conformarse con ninguna respuesta de Kiyoomi. Qué hacía en Francia. Pero de verdad, qué hacía. Cómo consiguió el boleto de avión. No, de verdad que de dónde reunió el dinero para el boleto. Kiyoomi toqueteaba la cadena del anillo de Atsumu.
—Te digo la verdad —insistía Kiyoomi—, el boleto fue un regalo de tu hermano. Lo compraron a medias con Suna y Komorin.
—Pero por qué.
—Porque, no lo sé, ya deben estar aburridos de mí, y esta es la sucia manera que tienen para sacarme de Japón, aunque sea por unos días.
—No es que esté en desacuerdo o algo, pero realmente…
—Te extrañaba, ¿vale? No es algo que pueda ocultar. Y a lo mejor tú sí puedas ocultarme a mí tus reales sentimientos, pero a tu hermano no. Si Osamu quiso que viniera yo en lugar de él… no lo sé. No sé qué decirte.
—¿Puedo saber cuándo te entregó mi hermano el boleto…?
—A fines del verano. Me enviaron una carta de Hogwarts para que acudiera al restorán de tu hermano. Fue un poco cursi, pero… En fin, no fue mi idea. No tengo ni el dinero ni la iniciativa para tomar una resolución así, pero cuando he recibido el boleto, me sentí aliviado.
—¿Aliviado?
—Ya no podía seguir negando que me hacías falta. ¿Me crees ahora?
—Siempre te creí. Oye, no me pegues. También te extrañé. Molestarte, meterme contigo, esas cosas… además…
El sol ya había abandonado el rostro de Atsumu. Las luces del pasillo del autobús se activaron, haciéndolos parpadear a ambos.
¿«Además» qué?, le habría gustado replicar a Kiyoomi. Se sentía débil ante la proximidad de Atsumu, y solo deseaba que se esfumase la gente a su alrededor para seguir besándolo. De todas formas, era capaz de imaginárselo. Debieron tener alguna clase de conversación, Atsumu y Osamu, que llevó a Osamu idear aquel plan. Una filtración de su humor, un error de cálculo, que su gemelo fue capaz de detectar.
Kiyoomi decidió preguntárselo directamente:
—¿Habrías preferido a Osamu en lugar de a mí?
—Cómo podría elegir.
—Tienes razón, es una pregunta injusta.
Eran lazos distintos, Kiyoomi sabía que no podía competir con eso. Tampoco lo deseaba. Una de las cosas que le gustaba descubrir en Atsumu, era ese lazo que lo unía a Osamu.
Se lo comentó Suna alguna vez, hace un tiempo, cuando Atsumu todavía no se iba de Japón:
—Al principio, cuando conoces a los gemelos, te empeñas en buscar aquellas diferencias que los distinguen del otro, los pequeños detalles. Por ejemplo, sus ombligos tienen nudos distintos. El timbre de sus voces tampoco es igual. Osamu nunca se arregla las cejas, Atsumu sí. Osamu tarda más tiempo en decidir qué elegir en una máquina expendedora, Atsumu es más impulsivo. Así sucesivamente. Te das cuenta de que cada uno es un mundo.
»Entonces, cuando llevas un tiempo en que sabes reconocerlos y distinguirlos uno del otro, redescubres sus aspectos en común, y te sorprendes, porque dejando el físico de lado, es increíble que dos personas tan distintas, sean tan idénticas al mismo tiempo. Sus cerebros parecen seguir las mismas rutas. Les causan gracias las mismas cosas, una situación particular les dispara los mismos recuerdos. Cometen los mismos errores. No se enojan por las mismas cosas, pero reaccionan del mismo modo cuando están enfadados. Es lo mismo cuando están alegres, o tristes, o cuando se enamoran…
»Llevo bastante tiempo junto a ellos, y todavía me sorprenden. Los gemelos se conocen muy bien. No necesitan contárselo todo, los problemas surgen cuando no son capaces de leerse, de intuir qué le sucede al otro, y en esos casos les toca hablar sus intimidades, y no están tan acostumbrados a hacer eso. Están acostumbrado a no necesitar hablarse. Es curioso…
Kiyoomi no conocía a los gemelos del modo en que Rintarou lo hacía, y no era tan hábil enumerando diferencias, salvo las que los propios gemelos habían provocado, como peinarse de maneras opuestas. Pero se daba cuenta que se trataba de una relación especial, de la cual solo podía disfrutar como testigo, y que no llegaría a experimentar de ninguna manera.
Recordó cuando Osamu y Suna descubrieron las argollas de él y Atsumu, al día siguiente de compradas. Exclamó Rintarou:
—¿Se casaron?
Y replicó Osamu:
—Por supuesto que no. Esto debe ser culpa de esa horrible diadema.
—¿Por qué sabes lo de la diadema? —Atsumu parecía contrariado—. No digas que es horrible, es de Omi-kun ahora.
Si bien Kiyoomi también pensaba que era horrible, se colocó la diadema a juego con su argolla y con ayuda de Atsumu, le explicaron a la otra pareja la trampa que les tendieron las doncellas en la joyería.
—Entonces se han casado —insistió Suna—, quizá no en los papeles, pero para ustedes…
—Es una promesa, Rin —le cortó Osamu—. Déjalo así.
Kiyoomi no comprendió a qué se debió aquella interrupción. Se lo explicó Atsumu más tarde.
—Con Samu ya hemos discutido muchas veces lo horrible que es la combinación Magenta-Turquesa, así que era fácil hacer la asociación, pero solo si conocías la diadema. Y ese es el asunto: Samu efectivamente conocía la diadema. Eso quiere decir que él también se ha detenido en escaparates de joyerías… qué extraño.
Se quedó callado, como meditando.
Sakusa observaba a Atsumu iluminado con las luces del pasillo del autobús, y sentía que observaba a todos los Atsumu de su memoria, abstraídos en sus cavilaciones. Quizá Kiyoomi no fuese tan observador como Suna, y no pudiese enumerar semejanzas y diferencias entre gemelos, y le daba igual. Un rasgo entrañable de Atsumu, era constatar ese vínculo invisible que lo unía a Osamu, que lo volvía al mismo tiempo fuerte y vulnerable. Si había personas que todavía se atrevían a decir que Atsumu no era una persona tierna ni sensible, era que no tuvieron nunca el privilegio de observar ese vínculo secreto.
—Bajamos aquí —le indicó Atsumu, trayendo a Kiyoomi al presente.
—¿No esperaremos a llegar al terminal?
—No, nos desviaremos mucho.
Se adentraron por unas calles de pavés, flanqueadas por edificios antiguos. Pasaron a un almacén a comprar abarrotes y comida para el desayuno. Atsumu abrió la reja de uno de los edificios. No había ascensor. Entre ambos subieron la maleta a ruedas de Kiyoomi por la escalera en forma de caracol. Atsumu se detuvo en una puerta del tercer piso, pintada de un brillante azul.
—No me dejarán faltar otra vez a la práctica —dijo, dudando ante la puerta—, así que yo digo que, y en lugar de enloquecer por lo que encontrarás adentro, aprovechemos el tiempo que tenemos. Si me hubieses avisado que venías, yo tal vez…
—Solo abre la maldita puerta —protestó Kiyoomi, temiendo lo peor.
Por un momento, no supo qué decir.
No había cortinas, no había alfombras, y el piso olía a desinfectante. Encontró una final capa de polvo acumulado en algunos muebles, no demasiado, y por una noche podría hacer la vista gorda. Lo loza limpia reposaba en el escurridor de platos. Los zapatos se alineaban en la entrada de casa. La cesta de ropa sucia no estaba a vista. Kiyoomi tomó a Atsumu de las mejillas.
—Aprovechemos el tiempo.
Se desnudaron allí mismo.
. . . .
La mañana siguiente amaneció frío y despejado. A Kiyoomi lo despertó el aroma del café caliente. Subió las persianas. Así que aquel era el famoso Tours. Una ciudad llena de edificios viejos que le robó a su querido Atsumu. Honestamente, no le veía la gracia. Odiaba Tours. Y qué frío. Echó un vistazo a la habitación. El techo era alto, las paredes estaban empapeladas. Buscó un abrigo en el ropero empotrado, y de su maleta sacó un par de zapatillas de andar por casa.
Atsumu se encontraba en la cocina ajedrezada haciendo el desayuno. Le sonrió al verle. Iba ataviado con su buzo deportivo, y sujetaba su cabello con un cintillo, dejando al descubierto las marcas rojas sobre su frente, esas que producían sus dedos cuando dormía.
Kiyoomi observó a su alrededor. Aunque el edificio por fuera era viejo, no se sentía antiguo por dentro. El piso tenía la distribución de un estudio: diáfano, sin divisiones salvo para el baño y el dormitorio, con la cocina abierta al living-comedor, que en el caso de Atsumu, consistía en una kotatsu, un arrimo para la televisión y plantas de interior. Estaba sorprendido.
Tomó asiento en la kotatsu y se sirvió del café. Atsumu se unió cargando una bandeja con croissant, queso, jamón, uvas, y zumo de naranja.
—¿Venden kotatsus en la Francia?
—No, para nada, la mandé a construir, ¿te gusta? El dispositivo de calefacción lo tuve que importar, y fue lo que más demoró.
—No sabía que eras tan fan de las kotatsus.
—Ni yo. Tuve una mesa un tiempo, pero no sé, supongo que me agarró fuerte la nostalgia. A veces echo en menos cosas inesperadas como descalzarme o…
Se interrumpió. Kiyoomi le acariciaba la frente con ternura.
—Echaba de menos ver la marca de tus dedos —admitió Kiyoomi.
Atsumu dejó su zumo de naranja y se inclinó sobre los labios de Kiyoomi. Se interrumpió por el sonido de su teléfono. Coach Dumolin, aparecía en la pantalla del smartphone de Atsumu. Al momento de contestar, comenzó a guerrear en francés. Quizá ignoraba el idioma, pero incluso Kiyoomi se daba cuenta cuando escuchaba diatribas. Colgó con una sonrisa plácida en su rostro.
—Apréndete esta expresión, Omi-kun: J'en ai marre.
—¿Cuándo lo uso?
—Cuando estés ya harto de todo. O sea, en tu caso siempre.
—Yen eh magg… —practicó Kiyoomi— ¡Yen eehh maaggg! ¿Así está bien?
Atsumu lo pensó un momento.
—Sí, así está bien.
Kiyoomi observó su café, buscando la manera de decirlo.
—¿Hay alguien yen eh magg contigo? Sé que te gusta pelear, pero tengo que preguntarlo.
—Oh, no, no te preocupes, los franceses son muy enojones, pero no pasa nada. Con Coach Dumolin nos peleamos todo el tiempo, es una buena señal. Hoy tenemos un partido amistoso, y no me creen de que vaya a estar ahí…
—¿Por qué?
—Porque has venido desde Japón, y porque el partido es en Nantes. Sé que no es un plan romántico pero, ¿quieres venir al partido?
—Supongo que no tengo opción. ¿Qué tan lejos está?
—A unas 2 horas…
Kiyoomi hacía la suma y resta en su cabeza. De Paris a Tours fueron también unas 2 horas. Suponiendo que se quedaban en Nantes a pasar la noche, al otro día tendría que prever 4 horas de viaje para llegar a Paris, más 3 horas para los trámites en el aeropuerto, más 1 hora de margen…
—De acuerdo, pero pasamos la noche en Nantes—. Las matemáticas no le iban a estropear el viaje.
Sus pies desnudos se rozaban bajo la kotatsu.
La primera vez que hicieron el amor bajo las mantas de una kotatsu fue en el piso de Kiyoomi en Osaka. El suelo de madera de Atsumu era duro e incómodo, pero tampoco dejaron que la arquitectura les estropeara el momento. Si acaso era un edificio viejo o no, a Kiyoomi ya no le interesaba saberlo.
. . . .
Atsumu animó a Kiyoomi a seguirlo hasta el gimnasio donde practicaba su equipo. No tenía opción. Rápidamente, Kiyoomi sacudió el polvo del arrimo y el televisor. Inspeccionó el baño, bajo la cama, al interior del horno. Tenía algunos reparos, los mínimos. Kiyoomi cruzó la riñonera al pecho y bajó con su maleta en una mano, Atsumu con el bolso deportivo en la otra. Los dedos de su mano libre, rascaba de vez en cuando la argolla de Kiyoomi.
Tomaron tranvía hasta el polideportivo. El tren de aspecto futurista serpenteaba por las viejas calles de la ciudad. Atsumu le hizo un tur rápido e impreciso, revelando su escaso conocimiento de la ciudad. La vida del deportista era así, razonaba Kiyoomi, sin atreverse a interrumpirlo. Ellos se desplazaban de ciudad en ciudad, intercalando partidos con entrenamientos extenuantes, que poco tiempo les quedaba para turistear.
Imaginaba a Atsumu rendido tras un partido agotador, tratando de no quedarse dormido en el tranvía. Kiyoomi observaba su propio reflejo en la ventanilla ahumada, y podía visualizar el rostro somnoliento de Atsumu, que día a día reflejaban esas mismas ventanillas.
Volvieron a cogerse de manos al descender. Atsumu trató de prevenirlo de sus compañeros:
—Piensa que, sin contar al líbero, soy el más bajo del plantel. Y el líbero es 3 centímetros más bajo que yo. La altura promedio debe rondar los 195 centímetros. Son gigantes. Espera, espera, que esto lo anoté para decírtelo algún día —buscó en las notas que guardaba en su teléfono—. Ya, lo tengo, mi equipo son un puñado de Madame Maxime.
Kiyoomi se sintió avergonzado por ambos. Madame Maxime era uno de tantos personajes del mundo de Harry Potter, y resultaba certero porque Madame Maxime era una mujer, además de francesa, muy alta.
Atsumu abrió las puertas del polideportivo de par en par.
—Écoutez tout le monde, c'est mon petit ami Omi-kun, le toucher n'est pas autorisé.
Un montón de Madame Maxime se acercaron a saludar. Kiyoomi no entendió nada de lo que le dijeron. Atsumu tampoco se lo tradujo todo. Era evidente que Atsumu todavía tenía problemas con el idioma; cuando se rendía, hablaba con los otros extranjeros del equipo en el inglés bravo que aprendió de Thomas de los MSBY.
Kiyoomi guardó su maleta en el casillero de Atsumu y tomó asiento en las tribunas, observando a Atsumu jugar rodeado de aquellos jugadores tan intimidantes. Los centrales debían bordear los 210 centímetros, calculó con cierta envidia, pero no se fijó tanto en ellos.
Atsumu estaba cumpliendo su promesa. Una vez en la cancha, ya no necesitaba el idioma para comunicarse con sus compañeros de juego, porque todo lo que quería decir, lo ejecutaba con su forma tan prolija de manejar el balón. Su modo altanero salía a relucir a medida que puntos acumulaba, contagiando de entusiasmo a quienes le rodeaban, y aunque solo se trataba de una práctica, Atsumu no podía contenerse, jugaba a tope. Sus compañeros le golpeaban la espalda cuando lo hacía bien, le pateaban el culo si lo hacía mal; la buena vibra que transmitía el equipo emocionó a Kiyoomi. No tenía de qué preocuparse. Atsumu estaba en el lugar que debía estar.
Preparó su cámara y le tomó una fotografía a Atsumu cuando, distraído comentando su última jugada con Coach Dumolin, sus dedos toquetearon la cadena que portaba su argolla de colores magenta y turquesa. Debía ser un hábito inconsciente. Kiyoomi observó la fotografía con cuidado.
Atsumu se lo explicó en su debido momento: no podría seguir usando la argolla porque le molestaba al jugar vóleibol. Le incomodaba el peso adicional de la argolla al levantar el balón, sentía raros sus dedos. Aunque Kiyoomi le creía, aprovechó la oportunidad para cobrarle sentimientos:
—No me des una excusa tan barata. No lo usas porque es una argolla horrible, admítelo.
—Es horrible, en eso estamos de acuerdo, pero de verdad que no es la razón. Tú sabes de manías, deberías comprenderme.
—No puedes esconder tu promesa de los demás. Si yo llevo la mía a vista de todos, tú deberás hacer lo mismo.
Atsumu acabó colgándose la argolla al cuello.
Después de sacar varias fotos, y grabar otros videos más, Kiyoomi abandonó el gimnasio. El jet lag hacía mella en él. Necesitaba una energética, pero no encontró ninguna máquina expendedora. Encontró un almacén a unas cuantas calles del polideportivo. Apoyado de su diccionario que con prudencia guardó en su riñonera, logró comprar una bebida energética. Le escribió al grupo que tenía con Osamu, Suna y Komorin, que ya había llegado, que se reencontró con Atsumu y que no había novedades. Traducido al idioma Kiyoomi, les agradecía profundamente por aquella oportunidad, y que nunca podría devolverles aquel favor tan enorme. Estaría eternamente en deuda.
Suna fue el primero en responder.
«¿Te lo follaste ya? ¿Cuántas veces?»
Seguidamente Komorin escribió:
«Sunarin no digas esas cosas, especialmente con Osamu presente. Hay confianza y todo, pero ¡límites!»
Y finalmente Osamu:
«No, si yo estoy de acuerdo. Por eso veo mal que nos escribas en lugar de seguir follándotelo»
Kiyoomi sentía arder sus mejillas.
«Está entrenando con su equipo. Luego nos iremos a Nantes donde tiene un partido de práctica y pasaremos la noche allí. Aprovecho estos momentos para conocer, aunque sea un poco, las calles de Tours».
Acto seguido les mandó algunas de las fotos y videos que sacó en el gimnasio.
Le gustaban aquellas calles de pavés y las construcciones tan antiguas. Al observar las bellas jardineras que colgaban de los balcones, lo primero que pensó fue que allí no debía temblar mucho. Se imaginó a Atsumu caminando por esas calles, cargando una bolsa de papel con sus baguettes y sus croissants, más preocupado en repasar las últimas jugadas que en prestarle atención al camino.
Lo imaginaba en esas calles adoquinadas, por las que han transitados tantas personas y durante tantos años, incluso siglos, sin tomar consciencia de que él era otro más. Porque Atsumu nunca se consideraría de esa manera. Porque él no era solo «otro más». Atsumu tenía una argolla colgada al pecho, y esa argolla simbolizaba que su misión en esas tierras era gobernarlos a todos.
Su celular seguía recibiendo mensajes, uno tras otro. Kiyoomi llegó hasta una plazoleta cuyos árboles, teñidos de amarillos, soltaban sus hojas a la leve brisa que los acunaba. Esto sería Tours para él: un puñado de calles adoquinadas, una plazoleta de árboles amarillos, un departamento anacrónico, y un polideportivo.
Dio un último sorbo a su energética. Al día siguiente, su vuelo estaba programado para las 23:00 hora local. Al subsiguiente, tenía partido de práctica contra los Raijin de Suna y Komorin. La derrota parecía inminente en su futuro. Fue una elección de fechas estudiada, sin dudas. Puñado de traidores, nunca podría devolverles el favor en la vida.
Dejó que el viento sacudiera sus rizos, observando hacia el cielo, a las hojas desteñidas del otoño. Pensó en la palabra magia. Cuando Atsumu dejó Japón, para Kiyoomi fue como si una porción de la magia también lo hubiese abandonado. Esa magia de las cosas mundanas, de los días sencillos y sin novedades. La magia de encontrarse con una sonrisa y poder tocarla. La de observar a la persona que amas, sin que esta haya reparado en tu presencia.
Hacía unos momentos, había visto a Atsumu toquetear la cadena que sujetaba su argolla, sin ser consciente de que Kiyoomi seguía, a lo lejos, cada uno de sus movimientos, tantos los voluntarios como los involuntarios.
Su teléfono recibió una llamada entrante de Atsumu. Quería saber dónde se había metido. Kiyoomi se limpió las lágrimas.
—Es una especie de plazoleta, hay una pileta de piedra, unos árboles que no tengo idea qué son… Está bien, no te preocupes, necesitaba una energética y no encontré ninguna máquina expendedora en el gimnasio. Creo que recorreré las calles un poco más y tomaré algunas fotos, para que me crean que he venido.
—Lo siento por no estar allí —le dijo.
—No pasa nada, fui yo quien he llegado de improvisto.
—¿Estás bien? Tienes la voz afectada.
—No es nada, lo prometo. Hace tiempo no te veía jugar en vivo… me he emocionado.
Se oía de fondo el sonido de las suelas correr por el gimnasio. Kiyoomi no quiso entretenerlo más.
Quizá una parte de la magia se hubiese ido ese día que Atsumu subió al avión, pero tras constatar el resultado de ese sacrificio, Kiyoomi sabía que valió la pena. Eso solo reforzaba el afecto que se tenían el uno por el otro.
Siempre se imaginó que su primera vez en Tours, recorrería junto a Atsumu esas calles de piedra medievales. Pero estaba solo, sacando fotos de hasta los hidrantes, porque su relación funcionaba de ese modo. El dolor los motivaba a seguir esforzándose, a no romper esas promesas selladas. La idea de que, al reencontrarse, podrían al fin estar completos. Ellos juntos eran el fin último.
No lo comprendió hasta ese momento que se encontró solo en Tours, haciendo hora para viajar hasta Nantes. El amor era particular para cada caso, pero para todos, el amor es otra manera de sellar una promesa.
Notas: Querida AK, ¿pensaste que había terminado con los obsequios de cumpleaños? Te comenté hace unos días que estaba escribiendo un SakuAtsu por Tours, y por suerte he logrado terminarlo. Otro fic más inspirado de tu querido fic Millicent Bulstrode, y el cual también se circunscribe en el mundo de Positivo-Negativo.
Disculpas a las personas que no han leído ni Millicent Bulstrode ni Positivo-Negativo pero que de todas formas han llegado hasta aquí. Yo tiendo a escribir enlazando mis historias unas con otras, pero trato de que estas puedan leerse de manera independiente, tal que su comprensión (o al menos el mensaje puntual del fic) no dependa de haber leído las otras historias, pero si acaso alguien ha llegado hasta aquí, no ha leído las otras historias, y está un poco perdide, pues no tengo problema en responder consultas.
Javs.
