Nota de autora:
¡Hola! Estaba haciendo limpieza en mi portátil y encontré este one-shot que escribí hace un tiempo. Dudaba si publicarlo o no porque es demasiado cursi para mi gusto. Pero nunca había escrito con estos personajes y me parecía interesante compartirlo.
Espero que os guste :)
Thought my soul may set in the darkness,
it will rise in perfect light;
I have loved the stars too fondly
to be fearful of the night.
Sarah Williams.
ESCRITO EN LAS ESTRELLAS.
Astoria inhaló despacio mientras observaba la escena que se desarrollaba ante ella. Y pudo notar como su corazón se quebraba cuando sus ojos se fijaron en cada uno de los detalles que decoraban el inmenso jardín de la mansión Malfoy. A pesar de ser una calurosa noche de verano, corría una ligera brisa que hacía que los farolillos que iluminaban el lugar temblaran ligeramente, dando el aspecto de estrellas fugaces titilando sobre el firmamento. Cientos de ramilletes de rosas blancas y negras decoraban de forma elegante cada una de las mesas donde los invitados se encontraban sentados, y Astoria comprobó con cierta satisfacción como miraban maravillados todo el esplendor que los rodeaba.
Por supuesto que lo hacían. Ella misma había sido la causante de toda aquella perfección. Y a pesar de que debía sentirse orgullosa por hacer que todo saliera bien, notaba una presión en el pecho que no era capaz de ignorar. Pensó que era culpa suya, que en parte se merecía sentirse así de desgraciada.
¿Quién en su sano juicio aceptaría organizar la boda del hombre del que llevaba enamorada toda su vida?
Al parecer, Astoria no era tan inteligente como la gente creía.
Se llevó la copa de vino a los labios mientras apoyaba los antebrazos sobre la baranda de piedra del balcón que sobresalía de la fachada de la imponente mansión. A pesar de estar a una altura considerable, era capaz de ver todo con claridad. Sus ojos azules recorrieron cada recoveco del jardín hasta que al fin llegó a su objetivo. Una parte de ella le decía que no era necesario, que ya se había martirizado bastante a sí misma durante todos aquellos años. Pero la otra… Esa parte masoquista que la había llevado hasta esa situación, se imponía sobre todo lo demás.
«Una vez. Míralo una última vez y déjalo ir»
Y lo hizo. Incluso si esa imagen ayudó a que su corazón se fragmentara en mil pedazos.
Draco Malfoy estaba impecable, aunque eso no era una sorpresa. Vestía de negro desde la punta de los pies hasta la elegante chaqueta cuyas solapas estaban decoradas con relieves de un brillante color verde esmeralda. Su cabello rubio brillaba bajo los destellos de los farolillos que iluminaban el cielo haciéndolo parecer casi blanco. Sus ojos grises estaban casi cerrados mientras reía, eincluso ese sonido (algo raro y poco común en él) llegó flotando hacia ella como una ligera bruma, haciendo que Astoria se estremeciera.
Estaba tan radiante, tan feliz…
Algo se rompió por completo en su pecho cuando observó como Draco se inclinaba y besaba a Hermione Granger en los labios. Un beso largo, ardiente, pero suave y tierno a la misma vez. Hermione cerró los ojos en respuesta mientras hundía los dedos en sus hombros, disfrutando de la sensación que sus caricias le hacían sentir. Astoria miró el anillo que brillaba en su dedo anular, ese con el que habían sellado su amor varias horas atrás, y que los había convertido en marido y mujer para toda la eternidad.
Para su sorpresa, no sentía envidia de Hermione a pesar de que Astoria podría haber estado en su lugar en aquel momento. Cuando la miraba sentía...curiosidad. Quería desentrañar el misterio que Hermione Granger representaba para ella, llegar a comprender que era lo que tanto fascinaba a Draco cuando la miraba, que era lo que había logrado que se enamorara de esa forma tan cruda y visceral. Y cuando la conoció, cuando Draco la presentó al resto del mundo como su prometida, Astoria comprendió que nunca podría competir contra algo así. No pudo hacer otra cosa que retirarse de una batalla que nadie sabía que estaba librando.
Allí donde Draco había sido oscuridad, dolor y tormento; Hermione era luz, sosiego y paz. Donde él era terquedad, orgullo y vanidad; ella era paciencia, amabilidad y bondad.
Cuando los miraba era como observar un cuadro lleno de matices. En el lienzo se mezclaba el blanco, el negro, diferentes tonos de grises. Y luego en medio de todo aquello, una explosión de vida y de un sinfín de colores.
Eran justo lo que el uno necesitaba del otro. Un equilibrio tan perfecto que ya no podía concebirlos por separado.
Así que no, no podía odiar a Hermione Granger. No podía odiar a la persona que amaba a Draco de la misma forma que ella lo había hecho en secreto durante tantos años.
Astoria arrugó la comisura de los labios cuando comprendió que la única causante de sus sufrimiento era ella misma. Si tan solo hubiera tenido las agallas de haberle dicho todo lo que sentía en su momento, si hubiera aprovechado cada una de las ocasiones en las que habían estado a solas, hablando de todo y de nada a la misma vez… Si hubiera tenido el valor de haberse puesto de puntillas para besarlo cuando habían estado bailando, riendo o simplemente disfrutando de la compañía del otro.
Tal vez todo habría sido diferente. Pero no lo hizo. Siempre se conformó con quedarse entre las sombras esperando ver en él alguna señal que le indicara que lo suyo no estaba avocado al fracaso. Quería lanzarse contra él con total seguridad de que Draco la cogería entre sus brazos, tal y como estaba haciendo en ese momento con Hermione.
No podía enfadarse con Draco. Él siempre la había tratado como lo que era: una amiga. Jamás propasó esa línea por mucho que Astoria así lo quisiera. Nunca le había dado falsas esperanzas. Siempre había sido franco y directo con sus sentimientos, aunque Draco jamás supiera cuales eran los suyos.
Habría sido tan fácil echarse a correr, irse de su lado cuando su historia con Hermione comenzó a despegar… Pero no pudo. Se quedó a observar como espectadora en una obra de teatro donde nunca llegaría a tener un papel. Siempre estaría entre bambalinas observando una vida que nunca sería la suya.
Algún día tendría que irse y dejarlo ir. Hoy no era ese día, tal vez tampoco lo fuera mañana. Pero llegaría pronto y Astoria lo sabía.
Solo quería tenerlo un poco más, atesorar toda aquella felicidad que desprendía Draco, antes de perderlo definitivamente para siempre.
Por esa razón había aceptado ayudar con los preparativos de la boda. Sería su último regalo para él, quería participar en algo que a él le hiciera feliz aunque a ella le hiciera sentir desgraciada. Le estaba diciendo adiós y Draco nunca lo sabría.
No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que sintió las lágrimas corriendo caliente por su rostro. No las limpió, las dejó allí para que fueran las únicas testigos de su dolor.
—Mierda...—murmuró una voz familiar a sus espaldas.
Astoria se giró sorprendida para mirar por encima del hombro a su inesperado acompañante.
Ronald Weasley estaba terriblemente desarreglado. Tenía la túnica torcida, la camisa blanca por fuera de los pantalones, y el pelo rojo alborotado como si se hubiera pasado las manos por él un centenar de veces. Sus ojos azules estaban algo rojos pero muy despejados cuando se fijaron en los suyos. En una de sus manos sostenía una copa casi vacía que meció en su dirección.
—Lo siento. Pensaba que no habría nadie en esta zona de la casa...—se disculpó mientras se giraba de nuevo hacia la salida. De pronto se mostraba algo incómodo y Astoria comprendió que era debido a sus lágrimas.
Se llevó una mano a la mejilla y las retiró con rapidez.
—Puedes quedarte. Yo ya he terminado aquí.
Astoria quiso despegarse del balcón, de verdad que quiso hacerlo, pero en cambio permaneció anclada allí, como si su cuerpo se negara en rotundo a responderle. Para su sorpresa Ronald no se fue sino que caminó en su dirección y se apoyó con toda su imponente altura sobre la baranda del balcón. Por unos segundos ambos se quedaron en silencio mirando como la fiesta se desarrollaba abajo, como la música flotaba en el aire y acallaba el bullicio de los invitados.
Y ella se sintió algo más liviana, más ligera, al compartir ese extraño momento de paz.
—¿Cómo lo haces?—preguntó Ronald rompiendo el silencio de forma abrupta. Giró al cabeza lo suficiente para hacer que sus ojos azules miraran fijamente su rostro:— ¿Cómo puedes estar cerca de ellos y ser capaz de no desmoronarte?
A Astoria se le paró el corazón ante el dolor que había tras cada una de sus palabras. Y lo vio en su rostro, tan claro, tan evidente, que se preguntó si era así como lucía ella misma ante el resto de personas. Si era tan obvio que tenía el corazón tan roto que no era capaz de ocultárselo a los demás. Pestañeó algo sorprendida cuando comprendió que no era la única persona que sufría en aquel balcón.
Entonces las imágenes de todos esos meses atrás vinieron hacia ella como ráfagas. Ronald escondido tras la barra del bar durante la fiesta de compromiso de Draco y Hermione; Ronald arrugando la frente durante los ensayos para la ceremonia mientras apretaba los puños con fuerza; como ni siquiera era capaz de mirar a Draco a la cara, como no podía hablar con Hermione sin que sus ojos azules se oscurecieran por el dolor…
La misma clase de dolor que estaba sintiendo ella ahora mismo. De pronto una especie de reconocimiento floreció en el rostro del joven, como si supiera que ella había descubierto el motivo de su huida hacia esa parte solitaria de la mansión.
Astoria cogió aire mientras se acomodaba a su lado. Esa vez no miró hacia la pista de baile, sus ojos se fijaron en el cielo estrellado, en las constelaciones que brillaban sobre ellos.
—Sí que me desmorono, Weasley. Pero soy mejor que tu fingiendo que en realidad no lo hago.
A su lado Ronald río, un sonido suave y bajo, que hizo que en su pecho se extendiera algo cálido.
—Y yo que creía que ocultar sentimientos era mi punto fuerte…
Otra vez hubo silencio y Astoria aprovechó para vaciar el contenido de su copa de un solo trago. Después se giró hacia Ron que tenía la cabeza gacha mientras observa como sus manos jugueteaban con el vaso de cristal de forma distraída. Observó la tensión que había en sus anchos hombros y como parecía tener ganas de salir corriendo de un momento a otro.
—¿Sabes? No dejo de pensar que ellos...—Ron habló de nuevo, esa vez con la voz grave y casi inaudible mientras señalaba con la cabeza al lugar donde Draco y Hermione continuaban abrazados mientras bailaban.—...podíamos haber sido nosotros. Si me hubiera esforzado más, si hubiera sido capaz de ver que era lo que ella necesitaba de mí en ese momento quizás...—se pasó una mano por el rostro arrastrándola de nuevo hacia su pelo haciendo que varios mechones rojizos apuntaran en direcciones diferentes— Quizás podríamos haber sido felices, a estar alturas estaríamos casados y en camino de tener un hijo como siempre quisimos. Pero yo...estaba tan seguro de tenerla a mi lado que dejé de esforzarme para mantenerla. Simplemente dejé de luchar. No hice más que perderla y ni siquiera me di cuenta hasta que…
Hasta que los vio esta noche intercambiando los votos, haciendo realidad la pesadilla que ambos tanto temían.
Pero Astoria comprendió que el infierno de Ronald Weasley era incluso peor que el suyo. Ella estaba de luto por lo que nunca había podido tener, mientras que él sabía exactamente lo que estaba perdiendo. Ron conocía el sabor de los besos de Hermione, sus diferentes sonrisas, en ruido de los gemidos que salían de ella cuando hacían el amor… Y ahora solo podía pensar en que nunca más haría esas cosas con él, que ahora había otro hombre en su vida que llenaría los huecos que él no había sido capaz de llenar.
Aunque en cierta parte, una parte un poco egoísta y cruel, la reconfortó saber que no era la única que sufría en el silencio de la noche. Astoria continuó callada escuchándolo hablar y sintiendo sus palabras también como suyas.
—Y sin embargo cuando los miro...—continuó Ron, los ojos todavía fijos en los recién casados.—No puedo evitar pensar que tal vez yo no era la persona más indicada para Hermione. Nunca fui capaz de hacerla reír así, ¿sabes? Y ella jamás me miró como lo mira a él, como si fuera lo más importante en su mundo. Quiero odiarla y quiero odiarlo a él pero no soy capaz de hacerlo. Solo quiero…
—Quieres que sea feliz.—terminó Astoria, las lágrimas de nuevo corriendo por su rostro libres y desatadas. Ya no tenía sentido frenarlas —Por que a pesar de todo la quieres. La quieres tanto que permitirías cualquier cosa por ver que esta bien, aunque eso signifique perderla para siempre...
—Igual que tú con Draco...—susurró Ron mientras se giraba en su dirección, ahora con toda su atención puesta en ella. Curvó los labios en una sonrisa algo triste, pero sincera:—¿Él... lo sabe?
Astoria se encogió sobre sí misma, pero mantuvo su mirada fija en la suya.
—Nunca tuve el valor de decírselo. —ahí estaba la terrible verdad de su vida, su cobardía— Y creo que aunque lo hubiera hecho, nada hubiera impedido que ellos se encontraran de alguna forma.
Ronald frunció el ceño pero no dijo nada dándole tiempo a que ella buscara las palabras que nunca se atrevió a decir en voz alta, ni siquiera a sí misma. Astoria se acomodó en la baranda, hundiendo los dedos sobre la superficie de piedra.
—Creo que nuestro destino está escrito en las estrellas, que cuando nacemos estamos destinados a encontrarnos con el que será el amor de nuestra vida. — ella cogió aire mientras alzaba la cabeza hacia el cielo oscuro, el movimiento hizo que el pelo rubio le cayera por la espalda desnuda, haciéndola estremecer—Yo creía que Draco era esa persona para mí. Me aferré a la idea como si fuera mi salvación porque era mejor tener esperanzas a no tener nada. Que era mejor tenerlo de alguna forma que dejarlo ir… Y de pronto llegó Hermione. Fue como clavarme una daga llena de veneno en el corazón, pero me bastó verlos juntos durante unos segundos para darme cuenta de que Hermione era su persona. Que todo lo que Draco había hecho en su vida, cada paso, cada decisión...lo había conducido directamente hacia ella. Ahora él se ha convertido en una estrella fugaz en mi vida que ha dejado su estela detrás, sé que con el tiempo acabará desapareciendo. Y duele, arde como el mismísimo infierno, pero tengo que dejarlo ir. Tengo que dejar hueco para una nueva estrella en mi firmamento, y dejar que Draco siga su camino con la suya.
En algún momento Astoria había cerrado los ojos y mientras hablaba juró que la presión que sentía en el pecho, el dolor, desparecía poco a poco. Incluso así algo permaneció en su interior, aferrándose a ella como si se negara del todo a irse. Entonces notó una calidez alrededor de su mano que la hizo volver y agachar la cabeza en esa dirección. Observó que una mano grande y algo áspera se cerraba sobre la suya. Miró con los ojos cargados de sorpresa como los dedos de Ronald Weasley se cerraban alrededor de los suyos.
Se giró para observarlo y ese gesto logró devastarla. Ron tenía los ojos velados, pero fue su expresión cargada de tantos sentimientos, una mezcla de dolor, miedo, un amor infinito…, lo que logró dejarla sin respiración. Él tragó en seco antes de murmurar.
—¿Qué pasa si ese firmamento siempre está...oscuro?
Astoria notó sus dedos suaves contra los suyos, y pensó que era extraño sentirse reconfortada precisamente por alguien como él, que era todo lo opuesto a lo que había representado Draco a lo largo de toda su vida. Pensó lo extraña que era la soledad y el don que tenía de unir a dos personas que no estaban destinadas a permanecer juntas.
Pero ella lo hacía, realmente reconocía su sufrimiento y se sentía terriblemente identificada con él.
— Las estrellas no pueden brillar sin oscuridad...—no pudo evitar mirar hacia abajo, hacia donde Draco sostenía a Hermione. El negro de su traje contrastando con el blanco de su vestido vaporoso.—Pase lo que pase nunca dejes de mirar ese firmamento, Ronald Weasley. Nunca sabes cuando puede suceder algo inesperado.
Astoria sonrió mientras los miraba, mientras sostenía con fuerza la mano de Ron. Fue una sonrisa sincera y liberadora. La primera sonrisa que les dedicaba sin resentimiento y rencor. La primera que no era falsa, sino sincera y algo rota a la misma vez. Observó como Draco giraba con Hermione en la pista, como su risa los acompañaba en cada movimiento que hacían. Los ojos de Draco brillando como plata fundida, y los de ella como el oro más brillante del mundo.
Más lágrimas salieron de sus ojos. Esas serían las últimas que derramaría por él así que las dejó salir sin ningún tipo de vergüenza. Siguió llorando, dejando que todo el dolor fluyera con ellas, que todo aquel amor se deslizara por sus mejillas y muriera sobre la fría piedra de la baranda.
Pero Astoria no dejó de sonreír en ningún momento. Notó la mano de Ron todo el rato sobre la suya, como sus dedos apretaban los suyos con fuerza. Ella no se atrevió a mirarlo, no lo hizo por miedo de verse reflejada en su rostro. Así que de nuevo alzó la cabeza hacia el cielo nocturno justo en el preciso momento en el que una estrella fugaz pasó volando sobre ellos.
Cerró los ojos con fuerza.
—Pide un deseo... —exhaló Astoria casi en un susurro.
Pero Ronald no era capaz de apartar la mirada de aquella mujer. Observó su pelo rubio cayendo como una cascada sobre su espalda, sus mejillas sonrosadas y perlada por culpa de las lágrimas. Las pestañas húmedas, y los labios entreabiertos mientras seguía sonriendo al pesar de todo. A pesar del dolor.
Fue lo más bonito que Ronald había presenciado en mucho tiempo. Mientras la miraba pudo notar como su firmamento era menos oscuro y un poquito más gris; y sintió como esa estrella fugaz que cruzaba el cielo encendía algo en su pecho que llevaba mucho tiempo marchito. Como su corazón se volvía la liviano y ligero, como el dolor desaparecía lo suficiente como para permitirle respirar.
Y sin dejar que sus ojos se desviaran de ella, Ronald Weasley pidió su deseo.
Deseó sostener su mano por mucho más tiempo. Incluso deseó poder sostenerla más veces a partir de esa noche…
Tal vez ella tenía razón. Tal vez ya era hora de dejar hueco para una nueva estrella en su firmamento.
