Disclaimer: Los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, yo solo he creado esta pequeña historia sin más fin que el entretenimiento.

Sentimientos

Inuyasha no había tenido una vida fácil.

Había vivido con su madre durante los primeros años de su existencia, pero ella era humana e incluso una enfermedad un poco fuerte podía arrebatársela... y así había sido.

Recordó haberse sentido perdido y confuso en cuanto fue consciente de tal tragedia. La confusión pronto se tornó en soledad. La soledad, en desesperación.

Únicamente fue capaz de pensar al día siguiente de despedirse de ella, cuando comenzó a notar las miradas hostiles que le dirigían los habitantes del castillo en el que había vivido hasta entonces.

Ahí supo que debía huir.

Durante años evadió a demonios mucho más poderosos que él. Se fue haciendo fuerte poco a poco, pero esa fortaleza no fue solo física. Su corazón se recubrió con una coraza que pretendía ser irrompible.

Ni en sus más locos sueños habría pensado que la protección que él mismo había creado podría destrozarla otra persona.

La primera grieta se la hizo Kikyo. La primera mujer que amó. Sí, era un hecho, a pesar de que ninguno de los dos supo ponerle unos cimientos sólidos a este sentimiento, lo que provocó la certeza equivocada de que uno había traicionado al otro. Ese sentimiento se asentó incuestionado en sus corazones y trajo como consecuencia la muerte de una y el sello del otro.

Tuvieron que pasar cincuenta años, aunque para él habían sido meros instantes, para conocer a aquella que habría de destruir todas sus defensas.

Kagome.

Comenzó a darse cuenta de que empezaba a mostrar debilidad la primera vez que le permitió ver su transformación en la luna nueva.

No había sido su intención en lo más mínimo, pero así se habían desarrollado los acontecimientos. No obstante, lo que de verdad comenzó a derrumbar su coraza fueron sus lágrimas.

Kagome había llorado por él. Por él, que no hacía más que contestarle con tono mordaz y que le había dejado claro en incontables ocasiones que solo la quería como detector de fragmentos.

Aquello fue el comienzo de todo.

En el año que la tuvo en su compañía, su vida dio un giro de 180 grados. Hizo amigos, hizo las paces con su pasado... y volvió a enamorarse, esta vez sólidamente. Poco a poco. Con una férrea base que nadie conseguiría destruir.

Sabía que aquella primera noche de luna nueva había provocado un cambio en él, pero de lo que no se había dado cuenta en ese momento era de que habían empezado a generarse más y más grietas en su coraza.

Cada abrazo, cada latido, cada sonrisa de ella quebró más y más los muros que tanto tiempo le había llevado construir. Hasta que llegó un momento en el que su corazón volvió a quedar al descubierto. Paradójicamente, en ese instante se sintió libre. El peso que ni siquiera sabía que llevaba sintiendo toda su vida se había levantado de sus hombros. Inuyasha sabía que ese momento clave correspondía a cuando aceptó sus sentimientos por ella y decidió protegerla con su vida pasara lo que pasase.

Había estado un año con ella y ese año lo había sentido como toda una vida.

Pero Inuyasha no había tenido una vida fácil y creer que el mundo le iba a regalar la presencia eterna de Kagome era pedir demasiado.

Estuvieron separados tres años.

En ese tiempo intentó volver a levantar sus barreras, tratando convencerse de que ella estaba a salvo en su mundo. De que había gente allí que la quería. Que cuidarían de ella. Aunque eso significara no volver a verla nunca más.

Pero su corazón anhelante, que al fin conocía lo que era la felicidad, lo llevaba al pozo devorahuesos cada tres días para comprobar si podía volver a estar completo.

Su coraza nunca más volvió a regenerarse y durante tres años sufrió lo indecible, callándose su angustia y fingiendo una tranquila normalidad.

Tenía a sus amigos, podía volver a estar contento, aunque no feliz. Y ellos lo sabían. Le lanzaban miradas de tristeza cuando pensaban que no los estaba mirando, pero nunca hizo ademán de reconocerlo.

Inuyasha esbozó una sonrisa triste al recordar esto último, pero dicho gesto se transformó en su rostro casi al momento al oír un sonido de pasos acercándose. Esbozó una pequeña sonrisa, esta vez auténtica.

Tal vez era la noche sin luna la que le hacía meditar estas cosas. Después de todo, su noche humana siempre le ponía más sentimental.

Perdió el hilo de sus pensamientos al oír su voz.

—Inuyasha, deberías entrar. Está lloviendo mucho —dijo Kagome al asomarse por la entrada de la cabaña que ahora compartían.

—Feh, no soy un débil humano.

Kagome le dirigió una mirada irónica y él resopló.

—Esto es una excepción —replicó indignado, pero en su tono no se apreciaba la mordacidad que hubiera presentado antaño.

—Ven, he encendido el fuego —dijo Kagome, extendiendo su mano.

Inuyasha la entrelazó con la suya, pero mantuvo un cierto aire de dignidad, inflando el pecho, a fin de no parecer totalmente sumiso a ella. Kagome se rio disimuladamente y tiró de él hasta el interior de su hogar.

El hanyou, ahora temporalmente humano, la siguió y se sentó en su habitual lugar junto al fuego. Ella se sentó a su lado, sin apenas dejar distancia entre los dos.

Tras unos breves instantes de contemplación, Kagome apoyó la cabeza en su hombro y suspiró. Inuyasha se dejó llevar y la rodeó con un brazo, apoyando la mejilla sobre su coronilla, respirando el suave aroma que tanto había echado de menos cuando estuvieron separados.

Habían pasado varios años desde que Kagome había regresado al Sengoku, desde el momento en el que Inuyasha se juró nunca más dar nada de ella por sentado.

—¿Sabes, Inuyasha? Va a haber cambios pronto —dijo Kagome con tono vacilante.

Inuyasha frunció el ceño. ¿De qué está hablando? Le dio un pequeño apretón en su hombro para hacer que lo mirase y el tiempo que ella tardó en hacer justamente eso se le antojó eterno.

Lo miró por un momento sin decir nada más. Inuyasha vio sus ojos brillosos a la luz del hogar, pero sin su olfato de medio demonio no podía distinguir más que lo que veía en la superficie. Lo único que podía decir con seguridad era que Kagome estaba nerviosa. Y eso normalmente no significaba nada bueno.

Kagome volvió a suspirar, parecía que le estaba costando horrores decir lo que tenía que decir.

—Keh, mujer, escúpelo de una vez.

Ni en su noche humana se le quitaba la brusquedad que siempre le salía cuando se sentía incómodo.

—Inuyasha... —dijo Kagome arrastrando las palabras y cerrando las manos en puño.

Inuyasha se tensó, temiendo que fuera a usar el rosario, pero ella respiró hondo para tranquilizarse y pareció contener toda irritación hacia él.

—Inuyasha —dijo, esta vez con más decisión en su voz—, dentro de unos meses seremos tres en esta casa.

Inuyasha parpadeó. Y volvió a parpadear. Kagome lo miraba expectante. Estaba claro que quería que dijera algo.

—¿El mocoso ha terminado con sus exámenes? —dijo sencillamente.

—Shippo no tiene nada que ver con esto —contestó Kagome con la poca paciencia que le quedaba. Había pensado en mil y una formas de decírselo. Debía haber sabido que escoger la opción sutil no iba a dar resultado.

—Entonces, ¿qué...?

Pero Inuyasha no consiguió acabar la frase porque en ese momento su compañera se giró hacia él, fijando la mirada en sus ojos y llevándose lentamente las manos al vientre.

Inuyasha abrió los ojos como platos, al fin entendiendo lo que le había querido decir. Acto seguido, empezó a temblar. Lo siguiente que supo era que estaba abrazando a Kagome con todas sus ganas, pero con un deje de cuidado que a ella no le pasó desapercibido. Sonrió entre el abrazo correspondiendo al mismo con igual entusiasmo.

Esa noche se dejaron llevar por su amor. En su pequeña cabaña solo se oyeron los suaves gemidos de dos amantes demostrándose sus sentimientos con la misma intensidad de la primera vez.

Inuyasha no fue capaz de dormir en toda la noche después de eso, a pesar del cansancio. De todas formas, nunca dormía en su noche humana. Pero su negativa al sueño, que siempre se debía al miedo a un ataque en su momento más vulnerable, hoy venía derivada de las ganas de observar a su compañera, que ahora dormía plácidamente a su lado.

Inuyasha esbozó una amplia sonrisa mientras apoyaba una mano en su todavía plano vientre. Hacía solo unas horas pensaba que conocía la sensación de la verdadera felicidad. Ahora sabía lo equivocado que estaba. Esto sí era ser plenamente feliz.

Inuyasha no había tenido una vida fácil en el pasado y no sabía lo que le depararía el futuro, pero tenía la certeza de que todo iba a ir mucho mejor.


Nota de la autora: Me resulta muy extraño poner mis comentarios como autora y no como traductora, pero este pequeño one-shot ha salido de mi cabeza, por sorprendente que parezca.

Si os ha gustado lo que habéis leído, os animo a dejarme un review, os lo agradeceré muchísimo.

Además, os recomiendo que os paséis por el fic Hojas en Blanco de Lis-sama, que le faltan unos poquitos comentarios para llegar a los 100 y ha prometido actualizar dos veces en la misma semana cuando llegue. Tanto Aida Koizumi (escritora fantástica también, leedla y no os arrepentiréis) como yo estaremos muy contentas si Lis llega a esa marca antes de que termine la semana.