Draco Malfoy no era amigo de los inventos muggles. O eso creía él cuando era más joven.

Primero descubrió Starbucks. Fue Blaise el que le llevó un domingo por la mañana, después de una noche muy loca en un club gay del Soho.

Quizá debería poner lo primero en esa lista los clubs gays.

En todo caso, lo tercero fue la televisión y con ella los deportistas en pantalones cortos. Amaba el soccer y el voley playa. Eso serían los inventos cuatro y cinco.

El sexto eran las motocicletas. Y el séptimo la ropa de cuero para los que andaban en moto. Veía realities de moteros solo por disfrutar de los prietos traseros enfundados en cuero.

Esto último cambió de disfrute a obsesión una noche de sábado de otoño. De camino al encuentro de Blaise en uno de sus clubs preferidos, le adelantó una moto. Negra, potente y hábilmente conducida por un magnífico ejemplar de hombre totalmente cubierto de cuero.

No tuvo oportunidad de disfrutar mucho de las vistas, solo de captar unos hombros anchos y unos muslos fuertes. Suspiró cuando el semáforo cambió a verde y la moto arrancó con un potente rugido.

Los siguientes sábados, al pasar por el mismo cruce, no pudo evitar mirar hacia la calzada, esperando a ver si tenía suerte y volvía a verlo. La suerte le sonrió por fin llegando a Navidad, pero en un sitio diferente. Estaba en la puerta del club, esperando a que llegara Blaise, que como siempre iba tarde, cuando escuchó el rugido que no había podido olvidar.

Giró el cuello con un ligero crujido y lo vio venir por la estrecha calle. Pasó ante él, despacio, permitiéndole disfrutar de nuevo de los muslos y los hombros. Lo siguió con la mirada, deseando ver más, cuando descubrió con sobresalto que estaba aparcando. Se comió con los ojos todos los movimientos al bajarse del magnífico ejemplar con ruedas.

— Date la vuelta, vamos —murmuró para sí—. Venga, venga.

Sonrió cuando el motociclista se dió la vuelta y caminó hacia el portaobjetos para guardar el casco. Por Salazar, su culo estaba perfectamente a la altura de sus piernas y su espalda. Era un ejemplar increible.

— ¿Qué miras con tanto interés? —le sobresaltó una voz junto a su oido.

Dio un respingo y se giró a darle un puñetazo en el hombro a Blaise.

— Joder, me has asustado.

— Estabas tan concentrado... —le respondió con una sonrisa ladeada— ¿Qué mirabas?

Fue a señalárselo, pero solo estaba la moto.

— Mierda Blaise, me lo he perdido.

— ¿El qué? —preguntó sin entender nada.

— Un motero, uno increible. Y estaba a punto de verle sin casco, joder —se enfurruñó y pateó el neumático del coche más cercano.

Su amigo soltó una carcajada y lo abrazó por el hombro para conducirle al interior del club.

— Vamos, te invito a una copa para compensarte.

— Un gintonic —contestó enfurruñado, con los brazos cruzados sobre el pecho—. De la ginebra más cara que haya que combine con lima.

Blaise volvió a reír, agarrándole más fuerte mientras entraban al local apenas iluminado.

Iban por el tercer gintonic cuando lo vio. En uno de los flashes de los focos, distinguió perfectamente un trasero apretado en unos pantalones de cuero dirigiéndose a los baños.

Ni siquiera avisó a Blaise, que bailaba a su lado, directamente comenzó a abrirse paso hacia allí, maldiciendo la costumbre de su amigo de bailar en el mismo centro de la pista. Con los ojos fijos en el sitio por el que había desaparecido, avanzó a codazos, ganándose algún insulto, hasta llegar a la puerta de los servicios.

Respiró hondo para calmarse antes de abrir la puerta... y casi se ahoga al descubrir quien estaba dentro.

— ¿Estás bien? —oyó la voz preocupada a su lado mientras intentaba dejar de toser, con la cabeza agachada.

— Si —respondió con voz ronca, avanzando hacia el lavabo.

— Me alegro de verte, Malfoy, aunque no esperaba que fuera aquí.

Lo miró a través del espejo. Apoyado contra la pared, con los musculosos brazos cruzados sobre el pecho y los brillantes ojos verdes mirándolo, él. Jodida vida, con todos los motoristas que había en Londres y le tenía que tocar este.

— Yo tampoco, la verdad —respondió abriendo el grifo, evitando responderle que era una alegría para los ojos.

Se hizo un silencio incómodo mientras Draco se lavaba la cara.

— ¿Vienes mucho por aquí? —rompió el silencio Potter, inquieto, pasando el peso de una pierna a otra.

Draco no pudo evitar reír por el tópico, y por la evidente falta de dotes sociales del moreno.

— Bastante, es más divertido que lo que ofrece el mundo mágico. Tú pareces novato.

Una sonrisa tímida asomó a la cara guapa. Indudablemente había ganado con los años, la camiseta negra, de manga corta y ceñida, mostraba unos brazos musculosos y definidos. Y se había dejado barba, corta y muy bien arreglada. ¿Como no había visto a ese bombón antes?

— He estado fuera del país un tiempo. No he tenido oportunidad de explorar después del colegio. Quizá quieras ser mi guía.

Gracias, Merlín, se dijo Draco.

— Estaré encantado. Pero quiero algo a cambio.

La sonrisa se apagó un poco. Habló enseguida para mejorar la impresión.

— He visto tu moto ahí fuera.

— ¿Quieres mi moto? —preguntó incrédulo.

Sonrió de lado antes de contestar, mientras se secaba las manos y se acercaba peligrosamente a Potter.

— Quiero que me des una vuelta.

La mañana del domingo le encontró, mucho más temprano de lo aconsejable, con un café en la puerta de un Starbucks. Se había abrigado bastante, guantes incluidos, porque Potter le iba a llevar de excursión.

Había sido sorprendentemente cómodo hacer grupo con Potter y Blaise en el club. Una vez pasada la timidez inicial, y teniendo en cuenta que era el único sobrio de los tres, fueron capaces de hacerlo reír a carcajadas y de convencerlo para bailar. Y menudo espectáculo era ver esa mitad inferior bailar con pantalones de cuero.

La moto negra apareció con su ronroneo al fondo de la calle. Disfruto viéndola acercarse, emanaba un poder increíble. Se paró ante él con un último rugido antes de que los ojos verdes aparecieran a través de la visera.

— ¡Buenos días! ¿Preparado?

Draco asintió, apurando el café y tirándolo en la papelera más cercana. Harry echó pie a tierra y le tendió un casco de color marfil que colgaba de su brazo. El rubio lo miró sin saber cómo manejarlo. Una pequeña risa salió de dentro del casco de Potter, que apagó el contacto, silenciando la moto, y se bajó. La bloquéo con un pequeño hechizo y se acercó.

— Creía que a estos inventos muggles la magia no les iba bien —comentó Draco sin perder de vista las manos de Potter manejando el casco.

— Esta lleva varios retoques mágicos. Era de mi padrino.

Zanjó el tema colocándole el casco. Al abrocharlo, le rozó sutilmente la piel del cuello, bajo la barbilla. Le ayudó a subirse antes de sentarse delante de él y darle instrucciones.

— Creo que te sentirás más seguro si te coges de mi cintura. Cuando cojamos una curva, tienes que tumbarte como haga yo. Y los pies debes mantenerlos en ese soporte en el que los tienes ahora, ¿alguna duda?

— ¿A cuanto puedes ponerla?

La carcajada de Harry se fundió con el sonido del motor al arrancar.

— Agárrate, anda — le recordó antes de echar a andar.

Comenzó rodando despacio por las calles aún libres de tráfico, permitiéndole acostumbrarse a las sensaciones.

Tomó la A23 y enseguida notó a Draco abrazarse más fuerte a su cintura conforme aumentaba la velocidad hasta las 70 millas por hora (112km/h) legales.

— ¿Esto es todo, Potter? —lo escuchó gritar al cabo de veinte minutos.

Rió, animado. Malfoy seguía siendo un reto.

— Esto es lo legal, Malfoy —le gritó de vuelta—. No conviene llamar la atención de la policía.

— Uhhhhh, ¿ahora te preocupan las normas? —trató de picarle.

— Quizá me he vuelto bueno.

Los dedos enguantados se introdujeron por debajo de la cintura de su chaqueta de cuero.

— Espero que no —respondió, aunque el tono insinuante se lo llevó el viento.

Draco cerró los ojos, disfrutando de la velocidad. Al salir de la ciudad se había dado cuenta de que Potter había puesto un sutil hechizo calefactor alrededor de los dos, así que estaba disfrutando muchísimo del viaje sin tener que preocuparse del castañeteo de dientes. Y andar pegado a ese cuerpo musculoso era un extra nada desdeñable.

Volvió a abrir los ojos cuando escuchó a Potter gritarle.

— ¡El mar!

El sencillo entusiasmo de ese hombre era contagioso. Observó por encima de su hombro la línea gris del mar y la ciudad a la que se acercaban.

— ¿Donde estamos?

— Brighton. Te gustará.

Aminoró la velocidad al acercarse la ciudad y aumentar el tráfico. A pesar del frío y el cielo gris, Brighton seguía siendo destino de familias para pasar el domingo, sobre todo el lugar al que se dirigían.

Aparcó la moto cerca de Brighton Beach.

— ¿Necesitas ayuda para bajar? —preguntó quitándose el casco— Lo más fácil es que cojas impulso apoyándote en mi hombro.

Draco se bajó con agilidad y se quitó el casco como si lo hubiera hecho un millón de veces. Se lo tendió a Harry, que se había bajado también y estaba bloqueando y protegiendo la moto.

Echaron a andar hacia el paseo marítimo codo con codo, arrebujados en sus respectivas chaquetas.

— Un día regular para ir a la playa, ¿no? —preguntó jocoso.

— Vamos allí —le señaló con una sonrisa.

Avanzaron por el espigón. Aún era temprano y había poco movimiento.

— ¿Quieres un café o un té? ¿O prefieres dar un paseo? Los puestos de comida y bebida igual están ya abiertos.

— ¿Qué es este sitio? —quiso saber, sorprendido.

— Es una feria. Hay puestos de comida, actuaciones y ... atracciones de feria. ¿Has oído hablar de la montaña rusa?

El brillo entusiasmado en los ojos de Draco le dijo a Harry que sabía lo que era una montaña rusa. Un par de horas después se estaba preguntando si había sido una buena idea traerle.

Si la noche anterior ya había sido divertida, y le había mostrado a un Malfoy que no recordaba para nada al de la escuela, el viaje en moto y dos horas en una feria estaban mostrándole a un Malfoy que podía gustarle. Mucho. Gritaba como un niño en cada bajada de la montaña rusa, conducía como un loco los autos de choque. Y podía comer perritos calientes y algodón de azúcar a mitad de mañana.

— Me está gustando Brighton —confesó a mediodía, cuando consiguió sacarlo de la feria para dar un paseo, aprovechando que el cielo se abrió un momento y se dejaban sentir unos tímidos rayos de Sol.

— Es un sitio agradable. Y dicen que tiene muy buen ambiente nocturno.

— Háblame de la moto, ¿dijiste que era de tu padrino?

Harry asintió, con una sonrisa nostálgica.

— A Sirius le gustaban mucho las motos. Había tres en el garaje. Estuvo un año escondido en la vieja casa familiar y se entretenía arreglándolas.

— ¿Las otras dos también son mágicas?

— Una de ellas, pero no la he conducido nunca. La otra es totalmente muggle, es una Harley antigua, una moto para viajes más largos en carretera.

— ¿Y la de hoy? —preguntó curioso.

— La de hoy la uso para trayectos más cortos, es más potente, pero la Harley se conduce más erguido, es más cómoda y disfrutas más del paisaje.

— ¿Y has viajado mucho con ella?

Disfrutó un rato escuchando a Potter hablar de sus viajes por Europa en moto, envidiando un poco la libertad que transmitía.

— Entonces eso es lo que has hecho desde la guerra, viajar.

Potter no contestó, dirigió sus pasos a un pub y le abrió la puerta. Había mucha animación y olía a pescado y cerveza.

— ¿Tienes hueco para almorzar? —le preguntó cuando el camarero le señaló una mesa libre desde la barra, llamando a Harry por su nombre.

— Desde luego —respondió retador, pensando que Potter estaba evitando responderle.

Se sentaron, tras quitarse los abrigos. el camarero les saludó muy amable antes de tomarles nota. Tras quedarse solos, Harry apoyó los codos sobre la mesa, con las manos entrelazadas y le miró directamente a los ojos antes de hablar.

— Después de la guerra me desmoroné. Mucho. Te voy a ahorrar los detalles, pero el caso es que pasé casi un año en Suiza, en un sanatorio mental.

No supo qué decir. Agradeció la llegada del camarero con una pinta y un refresco.

— ¿Te incomoda?

La cara de Potter mostraba preocupación y tristeza al mismo tiempo.

— No, perdona. — Dio un sorbo a su cerveza— Me ha pillado desprevenido. En el ambiente en el que crecí jamás se reconocería algo así, sería considerado una muestra de debilidad. Pero —habló rápidamente al ver que Potter fruncía el ceño e iba a decir algo—, te agradezco la confianza. ¿Quieres contarme más?

Negó con la cabeza mientras bebía de su refresco.

— Después de que me dieran el alta, volví aquí lo justo para poner los asuntos al día y ver a la gente. Entonces descubrí las motos en el garaje y decidí viajar. Necesitaba un tiempo para mi, para tratar de encontrar algo que me motivara a volver a Inglaterra y quedarme.

— ¿ Y lo encontraste?

Harry masticó pensativo una patata frita.

— Creo que sí. ¿Y tú qué has hecho en estos cuatro años?

Dio un sorbo y cortó un trozo de pescado antes de hablar.

— Quería estudiar para pocionista, pero mi padre decidió que no era digno. He estado trabajando con él, aprendiendo a llevar los negocios de la familia.

— No parece que eso te haga muy feliz.

Reflexionó un momento antes de hablar.

— No es lo que soñaba de niño. Pero bueno, conseguí independendizarme y ahora me dedico a tocarle las narices a mi padre siendo muy gay y recordándole que no voy a darle herederos.

— Hay un fondo de justicia ahí, sí —reconoció Harry con una sonrisa.

Comieron y charlaron, comparando las experiencias de Harry en sus viajes con las de Draco cuando viajaba de niño con sus padres. Un par de horas después, al ir a salir tras pelear por pagar la cuenta, se dieron cuenta de que llovía a mares.

— Igual hay que pensar en un plan alternativo —comentó un poco triste.

— Vivo cerca, puedes volver a casa por mi chimenea si quieres.

Levantó las cejas, sorprendido.

— ¿Vives aquí?

— Un par de puertas más abajo. Por eso Jerry me conoce —respondió, negándole con la cabeza al camarero que le ofrecía un paraguas por señas.

Corrieron unos metros bajo la lluvia, para que no fuera tan evidente el impervius que se habían echado.

— Adelante —le invitó a entrar, abriendo la puerta—, ¿quieres un té?

— Si, gracias —contestó mientras exploraba el pequeño salón.

Las paredes estaban decoradas con acuarelas, varias eran vistas del mar, otras eran montañas y pueblitos blancos.

— ¿Las has pintado tú?

Harry dejó sobre la mesita el servicio de té y se acercó.

— Era parte de la terapia y acabó gustándome.

Sobre la repisa de la chimenea, junto al frasco de los polvos flu, había varías fotos. Un niño pequeño, soplando velas cuatro veces, con un vistoso pelo color turquesa. Una foto de una pareja con un bebé, indudablemente los padres de Harry, por el parecido. Dos fotos de boda, una de ellas de la misma pareja, acompañados de tres jóvenes de su misma edad. En la otra reconoció sin dificultad a Weasley y Granger, con Potter entre ellos.

Volvió su atención a la foto de boda más antigua. En un segundo examen reconoció a Lupin y a Petigrew.

— ¿Es tu padrino? —preguntó señalando al que no acababa de situar.

— Y tú tío. Sirius Black, nada que ver con los carteles de se busca, ¿verdad?

— Bueno, a Petigrew también le pasaron factura las malas compañías. ¿Y el niño es el hijo de Lupin?

Harry tomó la última foto y sonrió cariñoso, acariciando el cristal.

— Imagino que no los conoces.

Draco negó con la cabeza, mirando también la foto, en la que salía una mujer con indudable parecido a su madre y su tía Bellatrix.

— No creo que mi madre se haya planteado nunca reconectar con la hermana perdida.

— Una lástima —contestó Harry dejando de nuevo la foto sobre la repisa y volviendo al sofá para servir el té.

Al ir a sentarse, se percató de que Potter se había cambiado de ropa, llevaba una sudadera y un pantalón de chándal gris. Debió de hacer un puchero de desilusión, porque Potter le preguntó si todo estaba bien. Se sonrojó, un poco avergonzado porque le habían pillado.

— Te has cambiado.

Más tarde culparía al exceso de azúcar, por no culpar a su libido traidora. Potter parpadeó, con cara de jo entender. Se dejó caer en el sofá junto a él para esconder su sonrojo tras una taza de té, pero el moreno lo miraba con tal cara de confusión que tuvo que explicarle.

— Me gustaban los pantalones de cuero.

Se sonrojó aún más al ver la comprensión llegar a la cara morena, acompañada de una sonrisa traviesa que no le había visto nunca.

— Puedo volver a ponérmelos si quieres —bromeó, con un parpadeo de falsa inocencia.

Se quedó mirando esos ojos verdes como la n bobo. ¿Siempre habían sido tan verdes? Y esas pestañas tan negras y tan largas. Entonces cayó en algo.

— Ya no llevas gafas.

— No son cómodas para el casco. Pero en un rato me las pondré, cuando se pase el efecto del hechizo corrector.

Y al nombrar el casco cayó en otra cosa.

— ¿Pensabas hacer dos viajes a Londres por mi?

Ahora fue Harry el que se sonrojó un poco y trató de ocultarlo tras la taza de té.

— Parecías muy ilusionado con montar en moto.

Volvió a sonreírle, pero esta vez con timidez, como la noche anterior en el baño. Y Draco perdió la cabeza. Se inclinó hacia delante y le sujetó la nuca con una mano, mientras con la otra trataba de dejar la taza sobre la mesa. Demasiado precipitado, porque en cuanto Harry aprovechó la cercanía y se adelantó a besarle, le derramo la taza de té caliente por encima.

Potter dio un pequeño grito justo encima de sus labios antes de apartarse y mirar sus pantalones empapados.

— Ay, Merlín, lo siento —se disculpó Draco, agitando las manos sin saber que hacer para ayudarle.

Harry soltó una carcajada antes de acercarse de nuevo.

— Si querías que me quitara los pantalones sólo tenías que decirlo.

Y le dio un beso corto y brusco antes de levantarse y volver a desaparecer en el dormitorio.

Draco limpió el desastre con su varita, con el pulso un poco tembloroso. Cuando Harry se deslizó de nuevo junto a él en el sofá no pudo evitar reír, se había cambiado de ropa y llevaba de nuevo los pantalones de cuero y una camiseta ceñida.

— ¿Esto querías?

Respondió abalanzándose sobre él y besándole, aprisionándole con todo el cuerpo contra el respaldo del sofá. Sin dejar de besarle, se sentó a horcajadas sobre sus piernas e introdujo las manos bajo la camiseta negra, acariciando sus costados. Harry respondió haciendo lo mismo, pasando sus dedos por su cintura y espalda.

Se besuquearon como adolescentes en el sofá durante un buen rato. Forcejearon entre risas para ver quién le quitaba la camiseta a quien. Manos ansiosas repasaron cada centímetro de piel desnuda mientras los besos se volvían más ansiosos y los pantalones más incómodos.

— Quizá la cama sea más cómoda para esto —murmuró Harry en su oído antes de atacar su cuello y empezar a descender hacia su pecho.

Asintió, porque en ese momento le habría dicho que si a cualquier cosa. El dormitorio estaba en penumbra, pero no se entretuvieron en encender más luces. Draco hizo lo que estaba deseando hacer desde que lo había visto por primera vez subido a la moto, besarle mientras le acariciaba el trasero envuelto en suave piel con las dos manos.

— ¿Tienes un fetiche con el cuero? —preguntó Harry divertido, mordisqueando su cuello en respuesta a un apretón especialmente posesivo en su trastero.

— Tengo un fetiche con los hombres que usan cuero para ir en moto y tienen un cuerpo de impresión —respondió, pegándose un poco más y besándole debajo de la oreja.

— Vaya, gracias. ¿Qué quieres entonces que haga con los pantalones? —planteó trazando un camino con su lengua hasta uno de sus pezones.

Draco no respondió, pero se sentó en el filo del colchón sin soltarle y le imitó, lamiendo un pezón y siguiendo hacia abajo la ruta que marcaba el rastro de pelo en dirección al ombligo. Metió la lengua mientras retiraba las manos del trasero lo justo para bajar la bragueta. Al abrir el pantalón se encontró con el prepucio de un nada desdeñable pene asomando por la cinturilla de los calzoncillos. Se dejó caer al suelo de rodillas y levantó los ojos hasta cruzarlos con los de Harry, antes de sacar la lengua y lamer muy despacio el trocito de carne. Lo sintió temblar y volvió a ponerle las manos en el trasero para sujetarle.

Con los labios haciendo una O comenzó un movimiento arriba y abajo, bajando poco a poco el calzoncillo ceñido. Harry apoyó una mano con delicadeza sobre su cabeza, mientras con la otra se sujetaba de su hombro. Trataba de mantener contacto visual, para no perderse los cambios en la expresión de Harry.

Lo vio ruborizarse y abrir levemente la boca para jadear y gemir bajito, manteniedo el contacto visual. Después de una bajada especialmente húmeda y ajustada, sintió el trasero bajo sus manos apretarse y supo que se estaba conteniendo para no hundirse en su boca con fuerza sin avisar. Lo soltó con un plop y lo atrajo hacia abajo para besarle de nuevo.

— ¿Voy muy rápido? —preguntó, acariciándole la nuca entre beso y beso.

Harry soltó una risa jadeante, cerrando los ojos y apoyando sus frentes.

— Vas genial. ¿Puedo quitarme ya los pantalones y tenerte desnudo a ti también?

Se lamentó interiormente por la pérdida de los pantalones de cuero, pero la idea de meterse desnudo con Harry bajo el cálido y grueso edredón le estaba resultando muy atractiva. No le respondió, simplemente puso una sonrisa insinuante y comenzó a desnudarse.

Harry le devolvió la sonrisa y se acabó de quitar los pantalones y los calzoncillos. Por Merlín, pensó Draco, hasta sus pies son bonitos. Ya desnudo, se acercó sin rastro de timidez y lo tiró en la cama, con los pantalones aún a medio quitar.

Fue a protestar, pero no le dio tiempo, porque Potter comenzó un ataque a su cuello y a sus hombros que lo tuvo suspirando en un momento, olvidando que estaba a medio desvestir.

Lengua y labios fueron bajando, creando expectativa, pero Potter pasó de largo del premio mayor, según Draco claro, y siguió bajando más, acabando de paso con sus propias manos de quitarle pantalones y ropa interior.

Si bien Draco tenía mucho sexo, conocía al dedillo todos los cuartos oscuros del Soho, no tenia normalmente el tiempo o el interés en que le hicieran lo que le estaban haciendo en ese momento: Potter, le había puesto bocabajo y con la lengua plana recorría su espald y su cuello. Impaciente, levantaba el trasero, tratando de llamar la atención sobre él, porque sólo la anticipación de recibir a esa lengua en su culo ya le estaba volviendo loco.

— Eres un espectáculo, Malfoy — murmuró en su oído mientras se subía a horcajadas sobre él y le provocaba pasando su polla, aún húmeda de su saliva, por su raja, estimulando los sensibles nervios de la zona.

Draco contestó con un gemido y tratando de frotarse contra las sábanas, pero estaba bastante inmovilizado por el peso de Harry.

— Voy a hacer eso que estás pidiéndome — siguió en su oído, haciendo que se le pusiera el vello de punta—. Voy a bajar ahí abajo y voy a darme un banquete. ¿Eso quieres? ¿Quieres que deje mucha saliva y después te la meta solo con eso? ¿O quieres que use mucho lubricante para que te sientas resbaladizo y pueda follarte muy duro y muy rápido?

Solo fue capaz de contestar con un gemido. ¿Quien iba a pensar que ese chico de sonrisa tímida era capaz de tener una boca tan sucia?

— Tomaré eso como un "estoy bien con todo" —bromeó, abriendo un cajón de l mesilla y sacando un bote de lubricante.

Cumplió con la promesa de bajar y chupar y lamer y tentar. Draco se sentía a medio camino entre derretirse y entrar en combustión cuando sintió un dedo untado en lubricante tantear su entrada. Impaciente, levantó el trasero, encogiendo las rodillas, pidiéndole que fuera más rápido.

— Eres un impaciente —se rió Potter, dándole una pequeña palmada en el trasero con la mano libre—. Déjame hacer esto bien, me lo agradecerás después.

Solo pudo contestar con un gemido impaciente porque, mientras hablaba, había metido el dedo completamente y oh, ese lubricante era increíble, se sentía como si estuvieran masajeándole todo el ano y a la vez un intenso calor. Enseguida notó el segundo dedo y, por Merlín bendito, un masajeo en la próstata que le hizo dar un grito.

— ¿Quieres correrte ahora, Draco? Puedo asegurarte que soy capaz de hacer que repitas en un rato.

No contestó, porque Harry no había esperado respuesta, estaba masajeandole la prostata con una mano y con la otra le masturbaba como si no hubiera un mañana. Claro que sé corrió, con un grito y un par de maldiciones.

Se dejó caer jadeando bocabajo, el rostro enrojecido, sin importarle tumbarse sobre su propia humedad. Sintió a Harry tumbarse junto a él y se giró levemente para mirarle, apoyando una mejilla en el colchón.

Los ojos verdes le estaban mirando con intensidad, con la respiración algo alterada, la cabeza apoyada en la mano.

— Me reitero en que eres un espectáculo, Malfoy.

Trato de sonreírle, pero solo le salió una mueca.

— ¿Estás bien? —preguntó, cambiando a un tono preocupado.

— ¿Qué demonios es ese lubricante? Aún te siento.

Una carcajada ronca salió de la garganta de Potter.

— Inventos muggles interesantes, lo compré en una islita griega.

— Eres una caja de sorpresas, Potter.

— Es Harry —le corrigió, acercándose a besarle—. Creo que ahora ya hay confianza.

No pudo evitar reír también, antes de echarse un poco sobre él y besarle de vuelta.

Claro que cumplió su promesa. Dos horas después, estaba sujetándose a la cabecera de la cama, gimiendo a ratos, a otros gritando su nombre, mientras Potter le taladraba con ímpetu en busca del tercer orgasmo de la noche. Era una suerte que fuera a volver por flú, porque después de este segundo polvo estaba seguro de que no iba a poder pasar un rato montado en la moto.

— Joder, Harry —gritó, después de un golpe especialmente bueno en su próstata.

Los brazos de Harry lo atrajeron hasta él, apoyándolo en su pecho. Dejó caer la cabeza en su hombro y giró el cuello para besarle. En esa postura la movilidad era menor, pero lo sentía muy dentro. Y de repente el ambiente cambió de muy porno a muy íntimo, poniéndole la piel de gallina.

— Draco —le jadeó Harry en el oído, besando su cuello.

En esa postura no podía ignorar el corazón del otro, martilleándole en la espalda. Una de las manos de Harry se movió hasta su pene, mastubándolo muy despacio. Draco comenzó a moverse al ritmo de esa mano, mientras ponía una de sus manos sobre la que Potter aún tenía sobre su pecho.

Lo sintió, sintió el preciso momento en el que Potter alcanzó el orgasmo. Lo sintió porque su mano apretó su pene, porque se clavó con fuerza en su interior y porque le mordió con fuerza en el cuello, lanzándole también a un orgasmo seco, incapaz de eyacular ya otra vez esa noche.

Se dejó caer agotado en la cama. Con los ojos cerrados dejó que Harry le tapara y se tumbara junto a él. Y obvio, se quedó dormido, confortablemente abrazado por el cálido edredón y el brazo de Harry alrededor de su cintura.