Disclaimer: Los personajes de Supernatural no me pertenecen sino a Eric Kripke.

NA: ¿Se acuerdan cuando papá Winchester trabajó un caso en Windom Minnesota, bueno, y que de paso también trabajó a la madre de su futuro hijo Adam? Pues de esa doble vida va este fic.

¿Nunca se han puesto a pensar, qué hubiese sucedido si los chicos Winchester diesen con el secreto de su padre mucho antes de lo que se muestra en la serie? Eso es lo que encontraran acá.

¡Disfrútenlo!

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1990

Era verano y hacía un calor de los mil infiernos. La pequeña habitación de motel no contaba ni siquiera con un mendrugo ventilador de mesa. Ambos hermanos se encontraban con tan solamente camiseta y bóxer. Temiendo convertirse en un mar de sudor con el simple hecho de llevar una prenda de más.

—Estoy aburrido —gimoteó el menor desde el tétrico sillón donde se encontraba tumbado boca abajo.

Dean no pudo más que resoplar al escuchar a su hermanito gimotear como por décima vez en el último cuarto de hora.

—Qué casualidad, yo también —comentó con cansancio y con todo el mal genio que le ponía ese condenado calor.

—Lo siento —Sam sabía que estaba siendo más quisquilloso de lo habitual. Seguramente Dean estaba cansado de tener que cuidar al bebe llorón que tenía por hermano.

—Hey —Dean llamó la atención de su hermano, sacándolo de esos pensamientos tristes a los que el niño se retiraba cada vez más—. No es tu culpa que papá nos dejara en este maldito motel con un verano calcinante —Dean suspiró, quitándose una gran gota de sudor que bajaba por su cien izquierda.

—Si tan sólo tuviésemos una televisión —comentó con anhelo el niño de siete años.

Dean observó como un puchero se formaba en el rostro de su hermanito. Después de todo, Sammy era solamente un niño pequeño que hace unos pocos meses descubrió que los monstruos existían y que su padre era un cazador.

Sin saber que decir para consolar a su hermano, Dean agradeció el momento exacto en el que el teléfono de la habitación comenzó a sonar.

—¿Papá? —Dean preguntó esperanzado cuando hubo descolgado la bocina.

—Lo siento, chico —fue lo primero que salió de la boca del patriarca—. La cacería durará más de lo que tenía previsto. ¿Podrán esperar unos días más?

—Claro, papá. Estaremos bien —Después de todo, ¿qué más podría decirle a su padre, y acaso serviría de algo si dijese un no por respuesta?

Sam estaba expectante a la espera de que la llamada finalizase para pedir avances del regreso de su padre, por eso cuando su hermano colgó el teléfono, corrió a su lado y esperó como un cachorro adiestrado.

—Papá dijo que tardaría un poco más —ver la desilusión en el rostro de su hermanito era tan desgarrador que Dean odió a su padre en ese momento, lo odió más que al demonio que se había llevado a su madre.

—¿Cuántos días más pasaremos en este lugar? —comentó el castaño, limpiándose una gota de sudor que se resbalaba desde su cuero cabelludo hasta la mitad de su frente—. Hace mucho calor.

Dean pudo ver como lentamente se iba formando el mal humor del niño a causa del calor y la falta de su siesta por dicho infierno. Sam puede ser el niño más bueno del mundo, pero se convierte en una bestia insoportable cuando tiene hambre y sueño; y Dean como gran hermano mayor no permitirá que el día de su hermano ni el suyo empeoren por el calor, pero sobre todo por la falta de palabra de su padre.

—Sé que hace mucho calor, peque —Dean peinó con cariño los cabellos rebeldes y sudorosos de su hermanito—, Pero no te tienes que preocupar porque los días que pasemos en este pueblo serán como unas pequeñas vacaciones, solos tu y yo.

—¿Qué quieres decir, Dean? —Sam miró a su hermano como si se hubiese vuelto loco, ya que, cada vez que su padre se demoraba en alguna cacería, a ellos les tocaba esperar en la habitación sin la posibilidad de ni siquiera asomar la nariz por la puerta.

—Digo que no necesitamos de papá para divertirnos y que la ausencia de papá será beneficiaria para nuestras escapadas al río por las tardes ¿te parece, enano?

Dean supo que había triunfado en sus planes cuando al terminar su pequeño discurso el rostro antes abatido de su hermano menor, ahora se mostraba tan resplandeciente de felicidad que podría cegar al mismo sol.

—¡Si! —gritó Sammy, corriendo por la pequeña habitación del motel. El calor había dejado de importar, también lo había hecho la usencia de su padre, ya que, tenía consigo a su hermano mayor y eso era más que suficiente para ser feliz.

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1996

La pequeña familia se encontraba en un pequeño restaurante de comida rápida, esperando a que sus desayunos fuesen traídos por la camarera.

—¡Que hambre! —se quejó el mayor de los hermanos.

—El día que no tengas hambre se acabara el mundo —se burló Sam, ganándose una patada por debajo de la mesa.

—Hey, no me patees, troglodita —le devolvió la patada a su hermano, solamente que para él fue más difícil, ya que, aún no había conseguido un buen estirón y era de extremidades cortas. Tener trece años apestaba.

—No me patees tú, idiota —Dean pegó un brinco ante el dolor en su pierna, declarándole la guerra a su hermano.

—Tú eres el idiota —Sam estaba por tirarle otra patada a su hermano por debajo de la mesa, pero la gran mano de su padre se lo impidió al capturar su pierna.

—Dejen de patearse —John reprendió a sus chicos, retándolos con la mirada a llevarle la contraria—. Sigan así y desistiré del viaje al campamento.

—¿Qué? No, no puedes hacer eso —exclamó Dean.

—Claro que puedo, llevo el título de papá y ustedes aún son mis hijos —sonrió con malicia al ver a su hijo mayor alarmado por sus palabras, en cuanto a su hijo menor, este se veía calmado, seguramente preparando una buena defensa en su cabeza.

—Buen argumento, pero olvidas que nos diste tu palabra y supongo que eso tiene que contar algo —comentó con una sonrisa de autosuficiencia, siendo secundado por su hermano.

John bufó con diversión ante la encerrada que le estaban haciendo sus hijos, también había algo de orgullo en lo bien que se llevaban y se apoyaban. Cuando estaba por comentar algo que seguramente le llevaría a la derrota con su pequeño abogado del diablo, su teléfono celular comenzó a sonar.

—Vuelvo enseguida —viendo el numero en la pantalla, John se excusó con sus hijos, no sin antes advertirles que si los veía peleando les daría de nalgadas sin importar que tuviesen trece y diecisiete años, si se comportaban como niños él les trataría como tales.

Dean se alegró al ver que la comida al fin había llegado, y más feliz estaba al saber que su hermanito había optado por no comer como conejo esa mañana.

—Es bueno ver que comes algo que no sea monte, Sammy —le molestó, ignorando la advertencia de su padre.

—Las hamburguesas llevan lechuga y eso cuenta como monte —comentó con diversión, dándole un gran bocado a su hamburguesa—. Mmm delicioso.

—Te cedo toda la razón, hermanito. Estas son las mejores que he probado —dijo Dean con la boca llena, Sam solamente se limitó a poner los ojos en blanco, ya que, esas mismas palabras su hermano las decía ante cada hamburguesa que comía.

Al cabo de unos cuantos segundos, John apareció con el rostro serio. Se aproximó a la mesa y le hizo una señal a la camarera, pidiéndole que les empacara la comida para llevar

—¿Qué sucede? —Sam nunca había estado tan disconforme de no poder comerse una hamburguesa, cosa que ni de chiste era su comida favorita.

—Surgió algo y tengo que atender el asunto lo más pronto posible —comentó medio distraído por las noticias que había recibido—. Los dejare en un motel y de allí irán donde Bobby.

—¿Todo bien, papá? —Dean miraba con preocupación la actitud de su padre, daba la impresión que algo malo había pasado.

—Sí, solamente una cacería —sonrió de forma forzada, no queriendo perder tiempo al explicar a sus hijos algo para lo que todavía no estaba preparado.

—Pero dijiste que iríamos al campamento —habló Sam con cierta queja en su voz. Si tan solamente su padre no fuese tan críptico con sus salidas.

—Sera el siguiente año —dijo con desinterés, encontrando absurdo el reclamo que le estaba haciendo Sam. Su mundo estaba ardiendo y su hijo menor se preocupaba por un campamento.

—Lo prometiste —insistió el castaño, sintiendo como su pecho se contraía al sufrir otra de las decepciones de su padre.

Para ese entonces ya debería de estar acostumbrado, pero eso no significaba que no tenía que doler.

—Sammy —Dean trató de apaciguar la furia y el dolor ardiente en la mirada de su hermanito, seguramente su padre tenía una muy buena razón para estarse comportando como un completo idiota.

—No, Dean. Él lo prometió —Por muy enojado que estuviese, Sam trató de mantener su voz al alcance de su mesa, tampoco es que quería dar el espectáculo de la mañana.

—El mundo no gira en torno a ti, Samuel —comentó más fuerte de lo que tenía planeado, ganándose unas cuantas miradas curiosas y una muy atenta por parte de su hijo mayor.

—Pero el nuestro si tiene que girar en torno a ti ¿cierto? —le contestó Sam sin temor a las represarías, el enojo que sentía le daba la valentía suficiente como para plantarle cara a su viejo.

—Puedes dejar de comportarte como un niño mimado y obedecer sin quejas ni berrinches —siseó el patriarca a escasos centímetros del rostro de su hijo menor.

—Papá —dijo Dean a modo advertencia, sujetando el brazo de su padre levemente, pero con una clara advertencia para separarlo de su hermano.

—Apestas como padre —soltó Sam con furia. Levantándose de su asiento se marchó antes de que hiciese algo que le ganase un bofetada.

En ese momento apareció la camarera con la comida empacada, se veía algo incomoda por la escena, John le dejó el dinero de la cuenta más una propina extra por las molestias causadas.

—¿Quieres decirme que diablos sucede contigo? —le gritó John a Sam cuando todos estuvieron en el Impala, lejos de los oídos curiosos—. ¿Acaso quieres que te ponga sobre mi rodilla?

—Papá, cálmate, Sam no quería decir eso, solamente está un poco enojado ya se le pasara —el mismo estaba enfadado, pero Sam siempre había sido el más temperamental de los dos, y por eso mismo era el que más se metía en problemas con su padre ante sus arrebatos.

Sam seguía cruzado de brazos mientras miraba por la ventana, tratando de ignorar a su familia. Él estaba enojado con su padre por siempre fallar en sus promesas, y con Dean también estaba enojado por siempre tomarse la falta de palabra de su padre con tanta naturalidad, como si estuviese bien que jugase con sus sentimientos, los ilusionaba y luego los dejaba tirados como un niño que abandona a sus juguetes cuando se cansa de ellos.

John condujo en silencio hasta el motel más cercano para dejar a sus hijos instalados en una habitación. Su prisa era grande, pero no por eso los pensaba dejar tirados a la orilla de la calle para que fuesen el almuerzo de cualquier monstruo.

—Sam, tengo que atender este asunto. Mira, lamento lo que dije en la cafetería y seguramente tú también lamentas lo que dijiste —John se aproximó a su hijo menor, pero este le huyó con evidente enojo en su mirada.

—No lo hago —comentó con más resignación que enojo.

—¿Qué? —dujo John confundido.

—No lamento lo que dije porque es la verdad, como cazador eres el mejor, pero como padre apestas —Sam apretó los dientes y le mantuvo la mirada a su padre, casi retándolo a contradecirle.

—¡Sam! —Dean chilló sorprendido por la actitud de su hermano ese día. Aunque muy en el fondo debía de admitir que era cierta cada palabra que decía el niño.

—¿Qué, Dean? ¿Acaso estoy diciendo algo que no sea cierto? —Sam podía sentir como el dolor se acumulaba en su pecho, subiendo por su garganta—, Siempre cualquier otro asunto está por encima de nosotros.

—Nada es más importante para mí que ustedes —John jamás llegó pensar que escucharía una acusación de tal magnitud, nunca se imaginó que sus hijos se sentían desplazados y poco queridos.

—Si eso fuese así no nos abandonarías con tanta facilidad cada que suena ese maldito teléfono —dijo el menor.

—Sammy —John se pasó la mano por la cara, sintiéndose la escoria más grande de todas—. Los amo.

—Demuéstralo, quédate —La postura de Sam decía tensión y enfado, pero su mirada era una súplica silenciosa para su padre, para que los eligiese a ellos.

—No puedo —soltó con voz quebrada sin ser capaz de sostenerle la mirada a sus chicos.

—Porque el asunto que tienes que atender no es más importante que tus hijos, si claro —Sam bufó con toda la intención de restregarle en la cara a su padre que después de todas sus palabras bonitas la realidad era otra muy distinta.

—Sammy… —John fue interrumpido a medio decir, aunque si no hubiese sido interrumpido, dudaba que realmente hubiese tenido algo que decir.

—Vete, igual ya estamos acostumbrados. Pero no te extrañes el día que regreses y te encuentres con que nos hemos ido —quizás lo había dicho por despecho, o porque muy en el fondo de su corazón deseaba eso, correr de esa vida con su hermano mayor.

Sin nada más que decir o escuchar, Sam se retiró al cuarto de baño antes de sus emociones pudiesen con él y terminase llorando patéticamente.

Dean había permanecido como un observador ante la charla. Él siempre había sido leal a su padre, pero el dolor que Sam sentía no era único él también lo compartía algunas veces. Algunas veces se sentía olvidado, sirviendo solamente como un instrumento más para matar monstruos.

—¿Realmente no puedes quedarte? —Dean preguntó sin saber por qué, ya que de antemano sabía la respuesta.

—Lo lamento, hijo —John suspiró con pesar.

—Sí, también yo —comentó con voz cansada mientras le daba la espalda a su padre.

John quiso estar enojado, quizás ofendido, pero realmente se sentía devastado. Cuanto desearía poder quedarse con sus chicos, pero había otro chico con su misma sangre que se le necesitaba.

Por años John odió y maldijo a su padre por abandonarlo, y por años se juró ser totalmente distinto a Henry Winchester. John se dijo que él nunca abandonaría a sus hijos, pero si lo que estaba haciendo no era abandonarlos, entonces ¿que era?

—Le diré a Bobby que irán para allá —dijo caminando hacia la puerta sin atreverse a mirar el dolor y la desilusión que había causado—. Cuida a tu hermano.

—Siempre.

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Sam se sentó en las baldosas heladas del cuarto de baño. Llorando en silencio se abrazó las piernas y enterró su cara entre sus rodillas. Podía sentir como se ahogaba con el dolor que sentía en su pecho, él sabía que su padre los amaba, pero tal parecía que nunca era amor suficiente como para permanecer a su lado. Pareciera que había algo que le faltaba a su pequeña familia y tenía que ir a buscarlo siempre lejos de ellos.

—¿Sammy, estas bien? —Dean espero frente a la puerta a recibir contestación alguna, pero el silencio reinó—. No te enojes conmigo.

Sam tomó aire y calmó su respiración, por nada del mundo dejaría creer a su hermano que estaba enfadado con él. Quizás estaba enfadado con su padre y con el mundo, pero con Dean nunca.

—No estoy enojado —musitó con voz húmeda—, Solamente quiero estar solo ¿sí?

Dean solamente deseaba abrir esa puerta y tomar a su hermanito en brazos, llorar a su lado y sanarse mutuamente, pero si Sam quería estar solo, entonces él le cumpliría su deseo.

—Iré a traernos algo que comer ¿sí? —dijo en voz alta, nuevamente sin respuesta.

Con un suspiro de cansancio, tomó la llave de la habitación y salió a buscarse un poco de comida, no sin antes tomar la bolsa del desayuno a medias, quizás algún perro de la calle comería esas hamburguesas.

Minutos después de que Dean se fuese, Sam salió del baño. Con pasos lentos se acercó a una de las camas y se tumbó boca abajo, sintiéndose un poco culpable por decirle todas esas cosas a su padre, pero por muy dolorosas que hubiesen sido eran la más cruda de las verdades.

En algún momento del último año, Sam llegó a pensar que ellos eran un lastre para su padre. Cada vez que volvía de sus "asuntos" se le veía relajado, sano, feliz, y en cuanto volvía con ellos a la vida de carretera se le veía cansado, viejo, triste, casi como si ellos le frenasen la oportunidad de tener una mejor vida.

Más de una ocasión Sam se había planteado el porqué de las salidas de su padre y con cada ausencia su teoría tomaba más fuerza, y su corazón se debilitaba más ante la realidad. Dean y el eran solamente un proyecto fallido de familia.

A sus trece años Sam había conocido el lado más oscuro de la vida, y como todo niño solamente ansiaba buscar consuelo en los brazos de su padre, pero este ya casi nunca estaba, así que Dean se había convertido en su mejor amigo, su hermano, su padre y madre, Dean era su todo, y odiaba que fuese así porque quizás su hermano nunca quiso eso para su vida y se vio obligado a tomar las obligaciones de unos cargos que nunca debieron de ser suyos. Dean merecía una vida mejor, y no ser la niñera de su hermano menor.

No se dio cuenta de cuando perdió la batalla de sus pensamientos y cedió ante el sueño. De lo que si se percató fue de los dedos de su hermano peinando su cabello, como cuando él era un niño.

—Hey, te traje algo delicioso —Dean habló bajito, como si no quisiese romper la calma que se sentía después de la tormenta que había azotado esa pequeña habitación.

—No tengo hambre —dijo Sam, cerrando los parpados y suspirando de gusto al sentir los dedos peinando su cabello, algo que ya casi no sucedía, solamente cuando estaba muy triste o enfermo.

—Sí, lo sé, tampoco siento hambre, pero que tal si la recuperamos ¿qué dices, chico?

—¿Qué tienes en mente? —se sentía drenado, seguramente su hermano se sentía igual, así que en vez de sumergirse en su miseria se esforzaría por los dos.

—Pues da la casualidad que en la recepción no alquilan únicamente películas porno, así que nos alquilé la trilogía del Señor de los anillos y compré la suficiente comida chatarra como para aguantar las tres películas.

—Genial —Sam sonrió genuinamente al ver los planes de su hermano, era mejor que un estúpido campamento y mejor que un padre ausente—. Oh, por cierto, no quiero ir donde Bobby.

—¿De qué hablas? Tu amas ir donde Bobby.

—Sí, pero ahora no, estoy enojado con papá y no quiero llevar mi mierda con Bobby. Además, papá siempre nos avienta a él cada que puede y seguro piensa que nadie más aparte de él tiene una vida, prefiero quedarme aquí y no malestar.

—Sammy, tu no molestas —Dean le sonrió con simpatía a su hermano, pensando que Sam ese día andaba muy decaído y todo gracias a su mentiroso padre.

El silencio de Sam le cayó como una patada en los bajos. Y por segunda vez, Dean maldijo a su padre por hacer sentir mal su hermano menor.

—De acuerdo, nos quedaremos aquí, serán como unas estupendas y haraganas vacaciones. Dormir tan tarde como queramos, comer cuanta comida chatarra podamos y ver televisión todo el día sin tener que hacer la molesta investigación.

—Bien, a maratonear se ha dicho —Sam sonrió grande, viviendo en su pedacito de felicidad.

Después de la primera película, Dean miró a su hermano y se sintió más tranquilo al ver que el aura decaída había desaparecido, lástima que era solamente una pausa hasta que su padre la volviese a cagar con sus promesas faltas de valor.

La noche los alcanzó viendo la tercera película, Dean veía los esfuerzos que Sam hacía para llevar a Frodo a la Montaña del destino, ojala y el pudiese hacer eso con su Sammy. Tomar todas sus cargas y preocupaciones y llevarlas donde fuese y cuando fuese, hacerlas desaparecer.

Después de terminar la trilogía salieron a comer a un restaurante, Sam por su parte se dio el gusto de pedir una enorme ensalada junto con unas fajitas de pollo y una gran ración de papas fritas bañadas en queso. Dean pidió lo mismo exceptuando por la ensalada.

—Ah, esto es mucho mejor que un estúpido campamento —comentó Dean, casi citando sin saber los pensamientos de su hermano.

Cuando ya no hubo que ver o comer, dieron por llegada la hora de lavarse los dientes, ponerse sus pijamas e irse a dormir.

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Una semana después de la repentina ausencia de John, Sam decidió que era hora de entrar en modo de espionaje. Su padre ocultaba algo y él estaba dispuesto a descubrir que era tan importante como para abandonar a sus hijos cada cierto tiempo.

Por un segundo estuvo tentado de reclutar a su hermano en su descabellada y peligrosa misión, pero sabiendo de antemano la devoción y fe ciega que este le tenía a su padre, sería un grave error. Aún más si iba solamente cargado de leves suposiciones. Si quería tener a Dean de su lado por lo menos debería de tener una prueba al menos.

El primer paso de su plan era apoderarse del teléfono de su padre, ese del cual no se despegaba ni para ir al baño. Si tan solamente pudiese saber de quién era el número misterio que siempre ponía en acción a su padre.

Una semana y media fue lo que duró John lejos de sus hijos y al regresar se topó con que Sam ya no estaba enojado, pero tampoco estaba feliz con su regreso.

—¿Hasta cuándo vas a seguir tratándome con esa indiferencia, Sam? —John miró a hijo mayor que iba sentado a su lado en el auto, pero al parecer este había decidido retirar todo su apoyo después del su repentina salida.

—No es indiferencia, señor —Sam contestó con todo el desinterés del mundo, sabiendo cómo le crispaba eso a su padre.

—Sam —John le reprendió, dándole una mirada por el espejo retrovisor.

—¿Quién te puede entender a ti, papá? Si te buscó pelea te molestas y ahora si actuó racionalmente te molestas también —Sam comentó con más indignación infantil de la que hubiese querido.

—Solamente quiero que volvamos a ser como antes —dijo John.

Ante el claro anhelo en la voz de su padre, Sam estuvo a punto de flaquear en su misión y darle el perdón con los brazos abierto. El también extrañaba los viejos tiempos donde pasaban más tiempo con su padre que con la espera de su retorno para seguramente mudarse al próximo motel.

—Antes no nos abandonabas con tanta frecuencia —agregó Sam con resentimiento.

—Sabes que tengo que cazar —John seguía con la vista fija en la carretera, sintiendo que si miraba a alguno de sus hijos su mentira seria rebelada.

John se sentía el ser más miserable y más aún al escudarse detrás de la cacería, misma profesión que empezó cuando él y sus hijos perdieron a Mary y ahora la usaba de tapadera. Se encontraba entre la espada y la pared, pero aun así no podía decirles la verdad a sus hijos. No los quería lastimar aunque al parecer eso es lo que hacía con sus acciones.

—Entonces porque ya nunca nos llevas contigo —siguió presionando, quizás si presionaba lo suficiente su padre explotaría con la verdad.

—Es peligroso, Sam.

—Como siempre, pero ya ni siquiera… —Sam no pudo continuar porque fue interrumpido.

—Sam, déjalo —esta vez fue Dean quien habló ya cansado de escucharlos—. Papá tendrá sus razones para dejarnos atrás.

El resentimiento de su hermano se había vuelto propio, y mucho más al escuchar los pretextos tan pobres de parte de su padre. La vida de cazador siempre había sido peligrosa, ¿y hasta ahora su padre venia notándolo? Ciertamente había algo más detrás de esas semanas de ausencia pero Dean tenía miedo de averiguar qué era. Prefería seguir viviendo en su dulce ignorancia, no necesitaba algo que les arruinara aún más la vida a él y a su hermano.

—Me preocupo por ustedes —dijo John, más ninguno de sus hijos se tomó la molestia de contestarle.

Ese silencio le quemó por dentro y le hizo ver lo mal padre que era. Claro que ya era tarde para llorar.

Y como si el karma hubiese querido darle una pequeña lección, fueron a una cacería de un hombre lobo donde el único herido había sido John. Una fractura de brazo y tres costillas rotas, mientras que sus hijos, quienes mataron al hombre lobo, no se despeinaron ni un solo pelo.

Mientras que su padre estaba en la sala de urgencias, Sam supo que esa era su oportunidad de oro. Dean sostenía la chaqueta de su padre y Sam sabía que ese era el sitio donde se guardaba el teléfono celular.

Dean se encontraba sentado en una de las sillas de la sala de espera, así que Sam se sentó a su lado, poniendo su cabeza sobre el hombro de su hermano como si se estuviese durmiendo.

—¿Tienes sueño? —inquirió Dean, rodeando a Sam con un brazo por los hombros huesudos.

—Algo así, pero mejor iré al baño a mojarme la cara para despejarme el sueño —dio un pequeño bostezo para afianzar aún más su farsa.

El paso más importante había sido hacerse del teléfono y gracias a su acto y a sus manos pequeñas logró sacar el móvil del bolsillo de la chaqueta sin que Dean se diese cuenta de algo.

—Bien, solamente no dures mucho y ve con cuidado —dijo Dean, ya casi haciendo nota mental de tomarle el tiempo a Sam.

—De acuerdo —a Sam le daba gracia cuando su hermano se ponía modo mamá gallina.

Sam tuvo que contenerse de salir dando saltos de victoria. Cuando estuvo cerca del baño apresuró su paso y se metió en uno de los cubículos. Su primera incursión en el móvil fue a los mensajes pero allí solo encontró algunos mensajes promocionales de mejoras de planes de llamadas. Luego se movió al registro de llamadas.

Había un número en particular que se repetía muchas veces. Muchas llamadas recibidas y realizadas de ese número. Siendo esa su única y mayor pista se aventuró a marcar el número, pero tanta fue la casualidad que en ese mismo instante entró una llamada de ese contacto sin nombre.

Toda la determinación y valentía que sentía al efectuar su plan se fue al caño ante la presión de esa llamada entrante. Quizás después de todo robar el teléfono de su padre no había sido la mejor idea, pero siendo tarde para arrepentimientos respiró profundo y contestó.

—Johnny, querido. Necesito que…

Sam colgó antes de que la mujer terminase la frase. Las teorías de quién era esa mujer y qué significaba en la vida de su padre eran descabelladas y ridículas. En el mejor de los casos podría tratarse de una línea de sexo telefónico, aunque por su tono de voz sonaba más triste que "alegre". Y en el peor de los casos podría ser su nueva vida, sin ellos en ella.

Calculando que su padre ya estaba por salir de la sala de urgencias y que su hermano estaba a punto de darle búsqueda y rescate optó por regresar.

—¿Todo bien, Sammy? —inquirió Dean al ver el semblante entristecido de su hermano.

—Sí, Dean —contestó con una sonrisa que ni siquiera sentía.

Nuevamente se sentó al lado de su hermano y colocó el teléfono en la chaqueta, sólo que esta vez no se apartó de su lado, se quedó acurrucado contra su costado disfrutando de la comodidad del único familiar que sabía que nunca le abandonaría.

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Era otra semana de estar solos, John había recibido otra de sus misteriosas llamadas y había corrido a su camioneta como si el mismo diablo pisara sus talones, no sin antes rezar el mismo protocolo de salar puertas y ventanas, no salir, no hacer estupideces y cuidar a Sammy.

Desde que su padre había salido por la puerta, Sam no podía dejar de pensar con la facilidad que este les dejaba cada que recibía esas llamadas, cada vez que ella llamaba. Dicha actitud de perrito obediente le hacía preguntarse cuando seria el día en que su padre decidiría que ya no valía la pena regresar a la vida de moteles y monstruos.

Esa noche se sentía en extremo solo. Su hermano se encontraba en la cama de al lado pero aun así Sam sentía que los separaba un mar de distancia.

—Dean ¿puedo preguntarte algo? —Sam comentó bajito por si acaso su hermano se encontraba dormido.

—Dispara —dijo, mirando de reojo el reloj de la mesa de noche, divisando que era la una de la madrugada.

—¿Prometes no enojarte? —Sam tanteó el terreno. Después de mucho meditarlo decidió compartir sus dudas con su hermano.

Dean sabía que cuando su hermano preguntaba eso era porque estaba a punto de soltar una bomba.

—Vamos, Sammy. Cuéntale todo a tu súper hermano mayor.

—Promételo —insistió con terquedad el menor.

—Vale, lo prometo —suspiró resignado al saber que con Sam era ganar o ganar.

Sam encendió la lámpara de la mesita de noche, junto al reloj. Era tonto estar con la luz apagada si ambos estaban despiertos. Además tanta oscuridad le crispaba los nervios.

—Creo que papá tiene otra familia —soltó de golpe y sin sensiblerías.

Dean se rio fuerte, pero conforme miraba el semblante serio de su hermano, su risa se fue apagando hasta quedar un mal sabor de boca. Está bien que su padre y Sammy ya no convivan como antes y que la única conversación que tengan sean las típicas riñas. Pero de eso a inventar semejante idiotez, ya era pasarse del límite.

—Como vuelvas a decir algo como eso juro que te patearé tu triste culo escuálido —Dean habló con calma, claramente conteniéndosepara cumplir su palabra de no enojarse.

—Dean —Sam sabía que se estaba adentrando en terreno peligroso, pero era hora de enfrentar la realidad. Por muy dolorosa que resultase.

—No, Sam. Basta de tonteras —más que enojado, Dean estaba asustado. Si Sam se atrevía a decir algo de tal magnitud era porque de verdad tenía una fuerte sospecha.

—Yo sé que tú sabes que algo sucede con él, no eres idiota. Aunque papá piense que lo somos —agregó con un suspiró tembloroso.

—Puede ser otra cosa, no necesariamente tiene que significar que él tenga otra… —Dean ni siquiera podía pronunciar la palabra, ya que, ellos apenas y entraban en la categoría de familia, ellos eran un precario grupo de personas de sobrevivientes. Más que una familia completa, eran un dúo, él y Sam, simplemente ellos contra el mundo.

—¿Qué sería más importante que sus hijos? —comentó Sam con dolor.

Dean no supo que responder, ya que, Sam tenía toda la razón ¿Qué podría ser más importante para John Winchester que sus hijos? Claro que una cosa era especular que su padre tenía otra familia y otra muy distinta poder probarlo.

Por el momento únicamente les quedaba vivir con la molesta sospecha de ya no ser suficiente para su padre, ya tendrían tiempo de efectuar un plan y desenmascarar lo que ocultaba su padre. Sin importar lo dolorosa que fuese la verdad, Dean estaba dispuesto a llegar al fondo de ese asunto, él y Sam no necesitaban mendingar cariño y si su padre pensaba que los iba a tener como plato de segunda mesa estaba muy equivocado.

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Fue irónico, completamente irónico. Ellos se habían estado quebrando la cabeza durante un mes entero, tratando de buscar la manera de descubrir el secreto de su padre, quizás seguirlo, rastrear la señal de su teléfono. En momentos de desesperación hasta acudir a una psíquica había cruzado por sus cabezas. Pero lo que nunca imaginaron fue que la verdad los buscaría a ellos, que un día después de uno de los repentinos viajes su padre este cruzaría la puerta y les contaría todo.

—Déjame ver si lo entiendo, ¿quieres que nos hagamos una maldita prueba para saber si somos compatibles con tu "hijo"? —Dean prácticamente vomitó la palabra.

—Dean, ya les dije que lo lamento, pero no podía decirles —John trató de acercarse a sus hijos pero estos en sincronía dieron un paso atrás.

—¿Porque no podías o porque no querías? Sabes qué, ya no importa —Sam se rio ante el descaro de su padre—. Simplemente no sueltas una noticia así y luego nos dices que necesitas nuestra ayuda para salvar a ese chico.

—Adam, su nombre es Adam y él es tu hermano así que trátalo como tal —John se sentó en una de las camas, viendo con dolor como sus hijos se mantenían de pie. Alejados de él.

—Mi único hermano es Dean y por el momento no estoy abriendo una plaza de reclutamiento —Sam gritó sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas.

—¿Acaso crees que esto es divertido? Miren, sé que la cagué y que no hay manera gentil de decir algo así, pero se me acaban las opciones; Adam está enfermo y mi médula no funciona, tampoco la de su madre. Quedan ustedes como posibles donantes —John sintió como su corazón se agrietaba ante la posibilidad de perder a Adam. No es que él lo quisiera más que a sus hijos, pero ellos estaban bien. Claro, enfadados pero eso ya pasaría.

—Es bueno saber que como siempre somos los últimos en tu lista de opciones —Dean bufó con sarcasmo.

—Ustedes son mis hijos y los amo más que a nada en el mundo.

—Seguramente eso era antes, pero ahora que tienes lo que perdiste por el fuego dudo que sea así —Sam se aventuró a hablar.

—¿Qué intentas decir, Samuel?—rugió John.

—Digo que ya le encontraste un reemplazo a la esposa que perdiste y por lo visto a nosotros también —agregó Sam.

John caminó hacia su hijo menor y lo tomó por las solapas de la chaqueta, zarandeándolo un poco.

—Como vuelvas a decir algo así… —John fue interrumpido por la potente voz de su hijo mayor.

—¡Suéltalo! Suéltalo o te juro que pondré una bala en tu pierna —Dean nunca esperó ver a su padre abalanzarse contra su hermano menor y mucho menos zarandearlo de esa manera tan violenta. Tal parecía que la verdad que Sam le había dicho a su padre le había picado en lo más hondo de su alma.

—¿Qué demonios crees que haces? —John soltó a Sam y fue en ese preciso momento que se dio cuenta de lo que acababa de hacer. La mirada asustada de su pequeño le causó náuseas y le hizo merecedor de la bala que Dean le prometió.

—Cuidar de Sammy. Así que suéltalo o atente a las consecuencias —dijo con una frialdad mortal—. Ven aquí, Sammy.

Sam se alejó del agarre de su padre y corrió a la seguridad de los brazos de su hermano. Dean por su parte guardó el arma pero decidió mantenerse alerta en caso de otra sorpresa como esa.

Podía sentir como su chico temblaba entre sus brazos. Un fuerte abrazo y unas palabras de consuelo fueron lo necesario para calmarlo y volver a enfrentar al hombre que una vez admiró y deseó ser como él.

—Lo lamento, Sammy. No sé qué me pasa, en verdad lo lamento —John se deshacía en disculpas, pero sin importar cuanto hablase ya el daño estaba hecho—. Por favor no me vean como el malo de la historia.

—Es serio ¿qué esperabas al venir y soltar algo así de golpe, que te diéramos una medalla al padre del año? —Dean dijo con amargura, manteniendo a Sam un paso tras de él.

John tragó pesadamente y no supo que decir. Él no pensó en nada lógico cuando se decidió a contarles a sus hijos la razón de su ausencia, solamente podía recordar el último informe del doctor de su hijo de seis años.

Sam estaba tan enojado que sentía como su sangre se calentaba ante las palabras de su padre, al escuchar lo rotó que sonaba su hermano. Él sabía que ese chico no tenía culpa de las embarradas de su padre, pero por un segundo tuvo ganas de decirle al mal prospecto de padre que tenia que se fuera a la mierda con sus excusas patéticas y su hijo enfermo, que si era el caso que se murieran los dos. A él podría importarle poco lo que sucediese en el mundo después de ese momento donde su padre decidió tener su gran acto de sinceridad.

Mientras tuviese a Dean lo demás le daba igual. Pero su naturaleza no era ser malo, y ese chico no tenía culpa alguna y si podía salvarse por medio de ellos, pues que así fuese.

Era más que obvio para los ocupantes de esa habitación que ya nada volvería a ser como antes, que no habría mentira ni disculpa alguna que solucionase lo roto que estaba todo.

._._._._.

John había salido a llenar el tanque de gasolina, esa vez Sam no tuvo miedo que no volviese, es más si no lo hacía seria casi un respiro para ellos.

Estaban empacaban sus pocas pertenencias de la habitación de motel que les sirvió de hogar durante las dos semanas que su padre andaba jugando a la casita feliz. Una lágrima silenciosa se deslizó por la mejilla de Sam al escuchar como su hermano lloraba quedito mientras recogía su ropa y la metía en la bolsa de lona.

Sam sabía que Dean era muy privado con sus emociones, por eso sabía que se estaba arriesgando al caminar hacia él y colocar su mano en su hombro para girarlo.

—Lamento haber tenido razón —dijo Sam con tristeza de ver las lágrimas surcando el rostro de su héroe.

—Tú no tienes que disculparte por nada, enano —Dean sonrió con ternura al ver como su hermano menor intentaba consolarle sin romper en llanto el mismo—. Papá es el que debería de lamentarlo.

Dean miró por un momento a su hermano y sonrió ante lo que veía, Sam tenia trece años y ciertamente aún conservaba mucha de sus facciones de niño, como sus regordetas mejillas que formaban unos tiernos hoyuelos con cada sonrisa y también estaba ese condenado puchero que se negaba a morir junto con esa desarmadora mirada de perrito.

—No te preocupes, Sammy. Todo estará bien, te lo prometo —Dean lo tomó entre sus brazos, disfrutando de la sensación de aun poder hacerlo. Sam aún era un niño y no merecía las patadas que le daba la vida.

—Tú tampoco te preocupes, Dean, yo nunca te abandonare —Sam lo juró contra el pecho de su hermano, al sonido de su apaleado corazón.

Una sonrisa acuosa surcó el rostro del mayor y con más fuerza apretó a Sam entre sus brazos. Estaban solos y las únicas promesas que valían eran las hechas por el otro. Juntos lloraron y juntos se consolaron.

Para cuando John reapareció ellos ya tenían todo listo para el viaje donde se les enseñaría que hay dolor más grande que perder a una madre y ese era tener un padre que los menospreció por algo más nuevo, puro y normal.

El asiento del copiloto se encontraba vacío, Dean optó por viajar al lado de su hermano siendo cómplice en la ley de hielo e indiferencia hacia su padre.

Por cada intento de una conversión por parte de John el ambiente se ponía más pesado, más lleno de una asfixiante tristeza. Sentía que estaba llevando a sus hijos a la orca con cada kilómetro que avanzaban.

Él fue un iluso al creer que podría vivir ambas vidas y no perder, porque después de todo no se trataba de una competencia de con quién era más feliz. Las cosas simplemente se habían dado y no les había contado a sus chicos sobre Adam y la madre de este para evitarles el dolor de sentirse desplazados. El karma hacia nuevamente su presencia para demostrarle que todo en esta vida se pagaba y su método de evitar dolor le había pateado en la cara.

John sentía que se caía a pedazos. Sus chicos eran lo más preciado que tenía, eran el último pedacito que le quedaba de Mary y nunca fue su intensión hacerles daño. Si tan sólo pudiese volver en el tiempo él cambiaria de lugar con su esposa.

Una vez que llegaron al hospital los tres miembros de la pequeña familia se movieron por uno de los pasillos del lugar, siendo liderados por el patriarca Winchester.

—Odios los hospitales —comentó Dean a su hermano.

—Dímelo a mí, son fríos y huelen feo. Siempre los he liado con la morgue —Sam se encogió de hombros, sintiendo un escalofrió recorrer su cuerpo.

—Yo con los manicomios —agregó Dean.

—Si ya terminaron de… —John no pudo terminar la oración por una dulce y conocida voz llamándole desde una sala de espera.

—¡John, cariño!

Sam reconoció esa voz, ella era la mujer que había llamado a su padre cuando estaba haciendo su investigación.

—Mi amor —John la recibió con un fuerte abrazo—. ¿Cómo esta Adam?

Tanto Sam como Dean apartaron la mirada de esa escena tan familiar y rutinaria, casi dejándoles como unos viles fisgones.

—¿Quiénes son estos chicos? —la mujer miró a los chicos.

—Son los hijos de un primo —comentó sin atreverse a mirar a sus hijos—. Ellos quieren hacerse la prueba para ver si pueden ayudar a nuestro hijo.

Las palabras "nuestro hijo" fueron como un fierro caliente en el corazón de Dean. Quemaron aún más que ser negados frente a esa mujer quien simulaba ser para su padre una copia de la mujer que había amado y perdido hace años.

—¡Oh vaya! Pero que gran corazón de su parte, realmente les agradezco mucho, muchachos —comentó Kate, colocando su mano sobre su pecho.

—Lo que sea por la familia ¿no es así, John? —dijo Dean con una sonrisa afilada.

—Fue un gusto conocerlos, chicos. Sin importar lo que digan los resultados de las pruebas quiero agradecerles por su buen corazón. Iré a ver a Adam —nuevamente Kate agradeció, despidiéndose de John con un beso.

Los segundos se contaron en silencio y cuando la puerta de la habitación se hubo cerrado tras la mujer fue que el caos explotó.

—¡Qué mierda papá! ¿Acaso te avergüenzas de nosotros? —masculló Dean con los puños apretados.

—Nunca, pero no podía decirle que ustedes son mis hijos así como si nada —dijo John.

—Pero si podías decirnos a nosotros que tienes otro hijo y que necesitabas nuestra médula —agregó Sam a viva voz, importándole poco quien pudiera oírle.

—Sammy, no podía contarle de ustedes porque ella no sabe que los monstruos son reales y que yo soy un cazador —se escudó John, guiando a sus hijos a una apartada sala de espera.

Sam se rio sin humor. Mientras su padre protegía a su nueva familia a ellos los dejaba a su suerte en cada motel de mala muerte que encontrase, y aun así tenía el descaro de llevarlos allí a salvar la vida de su preciado hijo y a ellos negarlos por el bienestar ajeno.

—Sabes qué, púdrete —Sam farfulló con todo el desprecio que fue creciendo con cada día de abandono de su padre.

—No me hables así, muchacho —le reprendió con enfado, sólo que esa vez se contuvo para no terminar con un arma apuntando a su cabeza.

—Tienes que disculparlo, pero es que Sammy está muy emocionado y por eso no sabe lo que dice. ¿Qué tal sí olvidamos todos los rencores y nos tomamos una hermosa foto familiar? Ya sabes, para recordar el hermoso día que estamos pasando —comentó Dean con sarcasmo y puro desprecio en su voz, causando que John sintiera como si un puñetazo le hubiese dado de lleno en la cara.

—Yo... —John estaba por ya sea justificarse o disculparse cuando fue interrumpido por su hijo menor.

—Lo curioso es que uno de los requisitos para ser donador es ser mayor de edad; y aunque seamos posibles donadores siendo menores de edad necesitaríamos el permiso de nuestro padre o tutor legal para que autorice la donación y por lo visto tú ahora solamente te limitas a ser nuestro ¿primo segundo? —Sam achicó su mirada en dirección del ex marine—. Así que, ¿cómo planeas proceder en esto?

Dean miró a su sabiondo hermanito con orgullo, y saber que John se perdería de ver a Sammy crecer y convertirse en alguien de bien.

—El doctor que atiende a Adam me debe la vida así que él está dispuesto a guardar discreción y colaborar en lo que haga falta —agregó John.

—Bien por ti y tu red de mentiras —bufó Sam, cruzándose de brazos.

—Hagamos lo que vinimos a hacer y luego nos vamos a un motel, porque no creo que quieras que nos quedemos en la casa de tu amada familia —escupió Dean.

—Chicos —John tenía ganas de decirles que tuvieran piedad con él, pero no habían palabras en el mundo que él pudiese decir y no embarrarla más de lo que ya lo había hecho.

—Ya lo escuchaste, John, a lo que vinimos —Sam le secundó a su hermano.

John simplemente se limitó a asentir para en silencio dirigirse a buscar al doctor Olsen.

Si Dean ya odiaba a su padre, ahora lo hacía mucho al ver el rostro plagado de dolor de su hermanito al ser su turno de hacerse la bendita prueba. Dean ya sabía lo que dolía, él había sido el primero, por eso sabía lo que tenía que estar sufriendo Sam. Sin importar la anestesia aplicada el dolor estaba allí y por lo visto permanecería por unos días.

Ambos hermanos salieron adoloridos del hospital, siendo guiados por su padre al motel más cercano al hospital para descansar.

Dean se aseguró de que su hermano estuviese dormido en una de las camas de la habitación. Habían sido demasiadas emociones en tan solo dos días y no dejaría que su padre terminase de arruinar la poca paz que Sam estaba teniendo.

—No necesitas quedarte —le avisó Dean a John cuando vio que este hacia el ademan de sentarse en el sofá frente al televisor.

—Dean, ambos necesitan conservar reposo, no puedo irme y simplemente dejarlos solos —John caminó hacia la cama de su hijo menor, pero su camino se vio obstruido por el cuerpo de Dean.

—Ya te ha funcionado en el pasado ¿por qué no ahora? —dijo cortando toda posibilidad de acercarse a Sam.

—No quiero pelear, Dean —John suspiró, volviendo al roído sofá.

—Y nosotros no queremos verte —dijo secamente, aclarándole a su padre que su hermano estaba más que de acuerdo con él.

—Esto es absurdo —John alzó la voz, siendo reprendido visualmente por su hijo—. Sé que están enojados pero sigo siendo su padre y...

—Sólo vete —dijo con cansancio.

Dean solamente deseaba acostarse en su cama y olvidar por un momento que estaban en un motel de quinta siendo dejados de lado por la única persona que les quedaba de su vida pasada.

Justo cuando John le iba a rebatir su móvil sonó, Dean notó por el gesto en el rostro de su padre que estaba recibiendo una llamada de su otra vida y que estaba por contar una de sus típicas excusas.

—Déjanos solos, Sammy y yo tenemos que descansar. Además, no es como si tuviésemos algún lugar donde ir. Nos quedaremos aquí.

Dean no esperó a que su padre le contestase, simplemente se acostó y fingió dormir hasta que escuchó la puerta cerrándose.

—Todo estará bien, Sammy. Estaremos bien, lo juró —dijo en voz alta antes de dejarse llevar por el sueño.

._._._._.

Unos cinco días después de que ambos hermanos se realizaran la prueba apareció John con una sonrisa nueva, una nunca antes vista por sus hijos. No les costó mucho comprender que dicha sonrisa era de felicidad pura y la comprensión del por qué ellos nunca la habían visto fue como una bofetada a sus sentidos, como prenderle fuego por segunda vez a sus vidas.

No hizo falta preguntar la buena nueva porque a los pocos segundos de estar en la habitación, John les comentó que de ambas pruebas solamente una había sido compatible y esa había sido la de Sam.

Sam estaba destrozado al ver esa nueva faceta de su padre, una faceta que nunca seria de ellos. Sin poder evitarlo nacía la pregunta de si ninguno de los dos hubiese sido compatible ¿recibirían una mira de decepción y rechazo?

—¿Estás seguro que quieres hacer esto, Sammy? —preguntó Dean a su claramente asustado hermano menor.

—Dean —le reprendió John.

Sam pudo ver como esa sonrisa en el rostro de su padre se evaporaba con la pregunta de Dean, era como si le hubiesen dado una patada en los bajos, y fue allí que Sam entendió que la respuesta a su pregunta hubiese sido un muy certero sí.

—Dean nada, papá —Sam vio como Dean se interponía entre él y un muy enfadado John—. Es muy lamentable lo que le sucede a tu otro hijo, pero ni tú ni nadie obligaran a Sammy a hacer algo que él no quiere.

—Soy su padre y tienen que obedecerme —gritó John—. Además, si Sam se niega le estaría negando el derecho de vivir a Ada… —John no pudo terminar porque el puño de su hijo de diecisiete años se estrelló contra su rostro, lanzándole al suelo.

—¿Qué demonios, Dean? —vociferó John, viendo que un hilillo de sangre resbalaba por su labio.

—Hablas como si Sammy le estuviese poniendo un arma en la cabeza a ese chico y apretase el gatillo. Déjame decirte algo John Winchester, hasta hace unos días no sabíamos de la existencia de tu otra vida y ahora no nos vas a venir a imponer órdenes, si Sam quiere ayudar a ese chico está bien que lo haga, pero escúchame bien, si no quiere hacerlo no habrá poder humano que lo obligue ¿he sido claro?

—No puedes hacerme esto, Dean.

—¿Y que hay con lo que nos hiciste? ¿Alguna vez te pusiste a pensar en lo mucho que nos podías herir? —inquirió Sam, saliendo detrás de su hermano para encarar a su padre que aún seguía en el suelo—. Responde y si lo haces con sinceridad entonces ayudaré a tu hijo.

Con piernas temblorosas, John se levantó del suelo y después de tomar una gran bocanada de aire respondió con una sinceridad tan cortante que sabía que cortaría por completo los lazos que lo unían a sus chicos. Por mucho que le doliera decir esa verdad la traicionera felicidad de poder salvar a Adam seguía allí.

—No, no lo hice, porque nunca pasó por mi cabeza que ustedes se enterarían. Bueno, quizás lo harían una vez que yo hubiese muerto y fuesen unos hombres, capaces de superar esta sorpresa —John derramó unas cuantas lágrimas en el proceso—. Lo lamento, realmente lo siento.

Dean bufó ante las estupideces que decía su padre. Podrían ser hombres hechos y derechos pero el enterarse de una verdad así jamás dejaría de doler y jamás se iría el malestar de no ser lo suficiente para alguien.

—Aprecio tu sinceridad. Vayamos al hospital —Sam tomó la mano de su hermano y tiró de el para que salieran de esa habitación, ignorando las lágrimas de su padre y las peticiones de perdón.

Una vez que estuvieron en el hospital y Sam estuvo instalado en una habitación donde esperaría a que un camillero fuese por él, Dean tomó su mano y le propuso nuevamente la opción de no hacer algo que no quería.

—Por mucho que odie esta situación, ese chico no tiene la culpa, Dean. Y si puedo ayudarlo entonces lo hare porque eso es lo que esperaría de alguien si tu estuvieras enfermo —agregó con una sonrisa envalentonada a pesar de estar asustado por el procedimiento médico y por lo que sería sus vidas de ese momento en adelante.

—Estoy orgulloso de ti, Sammy —Dean le regaló una sonrisa a Sam de esas que decían que todo estaría bien porque se tenían—. Descansa, yo te despertare cuando vengan por tu culo escuálido.

—Idiota —dijo Sam.

—Perra —le respondió Dean.

Dean se recostó en la silla al lado de la cama y plantó su mirada en la figura de su hermanito, luego en la puerta, vigilando que ninguna persona indeseable entrase.

Sam tenía un enorme corazón, tan grande que Dean tenía miedo que ese fuese un problema en el futuro.

Una vez que se había realizado el procedimiento medico Sam fue devuelto a la habitación donde estaba su fiero hermano a punto de ir en búsqueda del castaño. Sam se veía un poco pálido y con una mueca de dolor a pesar de su inconciencia.

Quizás unas dos horas habían transcurrido para que el menor de los Winchester diera señales de vida. Una vez que estuvo despierto Dean oprimió el botón junto a la cama y una enfermera apareció para checar el estado de salud de su hermanito. Todo estaba bien, había dicho la mujer para salir por la puerta y volver con una bandeja con dos cuencos de gelatina y dos de pudin.

—Amo a esa mujer —clamó Dean al probar su pudin—. Anda, Sammy, come o luego no te quejes.

—Mantente lejos de mi pudin y mi gelatina, mira que estoy convaleciente —comentó dramáticamente Sam.

—Creo recordar que la enfermera dijo que estabas en perfecto estado —sonrió de forma canalla, haciendo el ademan de robarle uno de los potes a su hermano.

Ambos hermano estuvieron jugueteando por un rato, molestándose entre sí e ignorando el elefante rosa en el centro de la habitación.

Quizás una hora y media después de la pequeña merienda la puerta se abrió para que entrase una pareja tomada de la mano, una pareja muy feliz y agradecida.

Tanto Sam como Dean sabían lo que estaba por venir y hubiesen dado lo que fuese por no estar allí para escuchar la eterna gratitud de una madre que no era la suya y la mirada entremezclada de amor y culpabilidad de su padre.

—No me alcanzara la vida para darles las gracias, chicos —comentó la mujer con lágrimas en los ojos—. Su padre debe de estar orgulloso.

—No sabe cuánto —comentó Dean, sabiendo que ese golpe iba directo a las entrañas de su padre.

—Sé que ya lo dije, pero gracias. En cuanto le den de alta a Sam quiero que sepan que serán recibidos en mi casa para que puedan descansar —dijo Kate.

—No creo que… —Sam estaba por negarse con toda la amabilidad que Dean le había inculcado, pero fue silenciado por su padre al interrumpirle.

—No te preocupes, querida. Ellos aceptaran —habló John por sus hijos, ignorando las dagas en sus miradas.

—Bien, gracias. Creo que bajare por algo a la cafetería ¿quieren algo, chicos? —al ver que ambos negaban con la cabeza salió de la habitación.

—En cuanto a Sam le den de alta nos vamos y no precisamente a la casa de tu mujer —informó Dean.

—Dean, tu hermano necesita descansar y un motel no es el mejor sitio para eso.

—¿Y hasta ahora te enteras? —bufó Dean

—Nosotros no pensamos jugar a la casita feliz contigo —comentó Sam antes de que su padre pudiera debatir mucho más con Dean—. Ahora, si no te importa quiero descansar.

—Bien, los veré más tarde y quiero que hablemos —comentó John antes de salir.

Una vez que estuvieron solos pudieron respirar con normalidad y dejar de lado la fachada.

—Dean, ni siquiera pienses que hablaré con el —le comentó a su hermano.

—No lo harás, Sammy, nos vamos ahora mismo de aquí —dijo mientras le pasaba la ropa al castaño y le ayudaba a vestirse—. ¿Crees que puedes caminar?

Dean con gusto sacaría a su hermano en silla de ruedas pero sin lugar a dudas llamarían la atención.

—Con tal de salir de aquí, estaría dispuesto a arrastrarse por este germinoso piso —Una vez listo, Sam se bajó de la cama con la ayuda de Dean.

—Entonces larguémonos de acá, hermanito.

Ambos hermanos salieron de ese hospital sin mirar atrás y sin remordimiento alguno en sus corazones por abandonar a quien una vez figuró como su padre ni mucho menos por llevarse el Impala con ellos.

Sam se acomodó en el asiento de atrás mientras que Dean conducía con Metallica en la radio y una sonrisa en el rostro al ver por el espejo retrovisor a su hermano sano y salvo.

Estaban en su casa con ruedas, con la única familia que sin importar los acontecimientos de la vida nunca, jamás se abandonarían. Su hermandad transcendería por cada lugar al que fuesen y se quedaría con cada persona que salvasen. Ellos serían las historias que se convertirían en leyendas.

Serian grandes, amados por muchos y odiados por otros. Perderían mucho y ganarían aún más, pero para eso faltaban varios años y lo único que importaba en ese momento exacto era que estaban juntos y que sin lugar a dudas superarían el dolor que les había dejado un padre ausente y mentiroso.

Ellos lo superarían todo.

._._._._.

Gracias por leer.

Siento que me puse muy emotiva al final, pero fue una forma de despedir a los chicos (al final de la serie). Quizás muchos no gustaron del final, en cambio yo no pude estar más que feliz (después de un mar de lágrimas). Y es que así tenía que ser el final digno para una historia tan larga y amada. Me siento agradecida de pertenecer es este fabuloso fandom y poder compartir con ustedes estas historias.

Cuídense. Se les quiere.