AVA
Por Cris Snape
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el reto anual "El retorno del Long Story" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
1
POLTERGEIST
"Hola, William.
Hoy te traigo noticias frescas: Oliver y Franklin se han casado. ¡Al fin!
Ha sido una boda muy bonita. La celebramos al aire libre y, aunque resulte difícil de creer, nos hizo un día excelente. Yo me puse el vestido que llevé para la boda de Angela. ¿Te acuerdas? El rojo que tiene la espalda al descubierto. Te encantaba. Debes saber que se me ha quedado un poco grande, así que es posible que haya llegado el momento de pasar de la dieta por un tiempo. Y antes de que me lo preguntes, no me puse tacones. Ya sabes que los odio. Además, no son la opción más cómoda cuando vas a pasarte todo el día caminando sobre el césped. Pasé de los zapatos y estuve tan a gusto con mis zapatillas de cordones, las que compramos la última vez que fuimos a Londres. Estuve comodísima.
Debo decirte, eso sí, que noté a Oliver un poco tristón, sobre todo al principio. Le hubiera encantado que fueses su padrino, pero supongo que estás demasiado lejos para ocuparte de eso. Hubiera sido genial. ¿No te parece? Aún recuerdo cómo se comportó en nuestra boda, perdiendo las alianzas y todo eso. Debimos darnos cuenta de que era una señal, ¿no te parece? Con todas las cosas que salieron mal ese día, lo más sensato hubiera sido rajarnos y a otra cosa. En cambio, a Oliver y Franklin todo les ha ido bien, así que cabe esperar que tengan un matrimonio feliz. Van a mudarse a Bath, ¿te lo dije? A Franklin le ofrecieron trabajo en un hospital y no han podido negarse. Puede que a Oliver le cueste un poco acostumbrarse, pero sé por experiencia que atreverse a cambiar de vida puede ser muy satisfactorio.
Yo he prometido ir de visita. Llevo demasiado tiempo sin salir del pueblo y creo que a Ava le vendrá bien conocer sitios nuevos. Todavía te echa de menos. He intentado explicarle varias veces cómo están las cosas entre nosotros, pero creo que es demasiado pequeña para entenderlo. Constantemente me pregunta por ti y ya no sé qué decirle. Vale. Me imagino que habrás puesto esa cara tan desagradable, pero, ¿qué quieres que te diga? Tu marcha fue una putada, William. Hiciste todo mal y lo sabes y me importa un pimiento cómo puedas sentirte ahora mismo.
De acuerdo. He tenido que parar para tomar aire. Angela dice que las cartas no deberían servir para lanzarte reproches, así que te pido que me disculpes. Poco o nada puedes hacer por enmendarte, dada tu posición actual. Así pues, me limitaré a ponerte al día con los últimos acontecimientos y así todos podremos estar felices y tranquilos.
Las cosas en la granja van bien. Tenemos una nueva veterinaria y he tenido que contratar a un par de personas más para que me ayuden durante la cosecha. Creo que este año vamos a ganar algo más de dinero que el año pasado, así que podremos renovar el tractor, que buena falta le hace. Menos mal que me diste aquel cursillo exprés de mecánica porque hace un par de semanas no quería arrancar y me planteé la posibilidad de tirarlo al lago. No hubiera sido ninguna locura. Es un trasto viejo y estoy harta de él. Ni siquiera pienso ofrecerle una despedida digna. Que esa es otra. Han pasado los años y aun no entiendo qué querías decir con eso. Supongo que ya no me lo vas a explicar.
En casa he tenido que cambiar el tejado. ¿Te acuerdas de la famosa gotera del cuarto de baño? Pues se convirtió en la famosa gotera de toda la planta superior. Como comentamos en su día, he usado el dinero para emergencias. No me salió demasiado caro porque Oliver me hizo el favor de avisar a unos amigos de Londres. Me hicieron buen precio a cambio de quedarse en casa durante los quince días que duró la obra. Eran bastante majos y muy guapos, así que seguro que no te hubieran caído nada bien. Yo me planteé la posibilidad de pasearme frente a ellos en albornoz, aunque sólo fuera para fastidiarte, pero he estado demasiado ocupada. Sí, te lo puedes imaginar. La granja, la casa, Ava.
Me pregunto si pensarás en ella demasiado a menudo.
De acuerdo. No voy a seguir por ahí. He estado a punto de escribir cosas desagradables.
Ava sigue yendo a la escuela y la he apuntado al equipo de fútbol. Ya sabes que yo no entiendo nada de ese deporte y que ni siquiera me gusta, pero da unos patadones impresionantes. Eso sí, me preocupa un poco. Sigue teniendo muy mal carácter y temo que le dé un balonazo en la cara a algún compañero. Ya sabes cómo terminaron el año pasado las cosas con la señora Wilson. Le he prometido que este curso irá todo mejor, que Ava está más tranquila, pero no sé qué decirte, William. Nada es igual desde que no estás. Y te prometo que ahora no es un reproche, pero de verdad que te echa de menos. Y es normal porque siempre estuvisteis muy unidos. Ojalá encontrara la forma de hacerle entender, pero todo esto me supera. Angela me ha recomendado que busque ayuda profesional. Para mí, quiero decir. Ava ya tiene sus reuniones con la señorita Hendrix. Recuerdas que te hablé de ella. Es una mujer muy agradable y se entiende muy bien con la niña.
¿Qué opinas de lo mío? ¡Bah! No sé para qué te digo nada. Aunque te mostraras conforme, no tengo tiempo para eso. Es que no te he contado la última. El otro día vino a verme la madre de Liam y empezó a decirme lo mucho que le gustó mi tarta de limón. Y no sé cómo pasó, te lo aseguro, pero ahora soy la repostera oficial de la asociación de padres y madres de alumnos. Es una locura. Y estoy estresadísima, así que no sé si lo que te voy a contar ahora fue real o producto de mi imaginación.
¡Oh, venga ya! No te rías, William. No es verdad que yo sea una persona fantasiosa. Y lo que pasó no tiene nada que ver con atravesar un espejo y meterse en un mundo mágico. No. Lo que te voy a contar me da miedo. Parece sacada de esa película horrible que tanto te gustaba. La de la familia que se va a vivir a una casa encantada y hay una niña que habla con la tele. No me hagas pensar en ello que aún me aterra.
Pues bien. El otro día tuve que regañarle a Ava. Me había prometido que iba a hacer sus deberes y, cuando llegó la hora de acostarse, descubrí que había estado perdiendo el tiempo jugando con tu videoconsola. Angela me ha aconsejado que no me enfade con ella y yo intento controlarme, pero a veces no puedo y, sí, le grité y la castigué sin ver la tele durante una semana. Vale. Imagino que has puesto los ojos en blanco y me da igual porque lo que menos importa aquí es el castigo. Lo que pasó es que Ava también se enfadó muchísimo, empezó a gritarme para que la dejara en paz y la videoconsola explotó. Como te lo digo. Hizo un ruido horrible y cuando miré estaba ardiendo en llamas.
Lo único positivo es que el incidente sirvió para aplacar los ánimos de las dos, pero aún no he terminado de hacer las paces con Ava porque el castigo sigue en pie y porque la señora Wilson quiere hablar conmigo. Las cosas no van bien con ella y lo siento, William. De verdad que lo siento. Ojalá pudiera hacer algo más por ayudarla, pero ya no tengo más recursos. Ojalá estuvieras aquí.
Creo que ha llegado el momento de despedirme de ti, pero no te hagas ilusiones. El hecho de que no vivas en esta casa no significa que ya no formes parte de nuestras vidas. Te mantendré informado de todo y tendrás que suplicar para librarte de mí. Espero que las decisiones que tomaste hayan merecido la pena.
Nos vemos pronto.
Audrey"
—Otra carta.
Audrey introduce el sobre en el buzón y lo deja caer. Cuando se da media vuelta, ve a Angela con los brazos cruzados y una media sonrisa en el rostro. Parece satisfecha.
—Otra carta.
Puesto que Angela tiene las piernas más largas que Audrey ha visto jamás, se planta a su lado de un solo paso y le rodea los hombros con un brazo. Se deja achuchar porque siempre que esa mujer la abraza se siente reconfortada. Después, comienzan a caminar rumbo a la escuela. Faltan quince minutos para que Ava termine su jornada y debe recogerla.
—Espero que no hayas incluido muchos insultos esta vez.
—Estarás orgullosa de mí porque no he puesto ni uno solo.
—¿En serio? —Angela alza una ceja, incrédula—. ¿Ninguno?
—No —Audrey se muerde el labio inferior y realiza un esfuerzo ímprobo por hacer memoria—. Que yo recuerde.
Angela la abraza de nuevo, con algo más de fuerza que la vez anterior.
—Pues me parece muy bien.
Audrey se encoge de hombros.
—Ponerle a parir no me servirá de nada.
Traga saliva para evitar que la amargura se le escape a borbotones. Le ocurre a veces. En condiciones normales es capaz de mantener toda esa inquina bajo control, pero hay momentos puntuales durante los cuales le resulta muy difícil dominarse. Cuando la señora Wilson reclama su presencia en la escuela, cuando se encuentra con alguno de los viejos conocidos de William o cuando escribe las cartas. Pese a ser consciente de que le están haciendo mucho bien, a veces siente la tentación de abandonar esa costumbre. Es algo inútil. Para William ya no significan nada y a ella le traen demasiados recuerdos terribles.
—Lo que no entiendo es por qué no utilizas el correo electrónico. Es mucho más rápido.
—Me gusta escribir a mano.
Angela no realiza ningún comentario respecto a esa última cuestión. Ambas saben que el verdadero motivo que lleva a Audrey a enviar las cartas en papel es porque William era un individuo bastante tradicional. Nunca le gustaron demasiado los teléfonos móviles y nunca se dio de alta en una red social. Era, según sus propias palabras, un romántico empedernido. ¿Y existe algo más romántico en este mundo que un mensaje manuscrito? En un mundo en el que la tecnología lo invade todo, la respuesta es que no.
—¿Qué tal la reunión con la vieja bruja?
El cambio de tema es de agradecer, al menos en parte. Angela la ha liberado de su agarre y camina con las manos metidas en los bolsillos. Audrey suspira, consciente de que va a abandonar una de sus preocupaciones para sumergirse directamente en otra, así que se cruza de brazos y echa un vistazo hacia el cielo. Por una vez está completamente despejado, así que ha pensado en aprovechar la tarde para salir a dar un paseo por el campo. Si Ava está dispuesta.
—La señora Wilson tiene un nombre.
—Sí. Agnes la Bruja.
Audrey libera una carcajada mientras su acompañante prosigue con la charla.
—Esa mujer lleva aquí instalada toda la vida. Ha dado clase a todos los habitantes del pueblo, incluida mi abuela.
—¡Venga ya!
—No te pienses que exagero. ¿Cuántos años crees que tiene?
Audrey realiza un cálculo aproximado que no comparte con nadie. Angela no necesita que le den alas.
—Es una buena profesora.
—Si no te coge manía. Si pone sus ojos sobre ti, estás perdida.
Audrey vuelve a reírse.
—Así que tienes malos recuerdos de ella.
—Ya te digo.
Angela echa un vistazo a su alrededor y aproxima la boca a su oreja. Es algo que hace habitualmente, cuando desea compartir con Audrey una información supuestamente secreta. Al principio le pareció una tontería, hasta que un día se dio cuenta de que es algo que Angela solo hace con sus amigos. Lo hace con Oliver, lo hacía con William y, en algún momento después de su partida, comenzó a hacerlo con ella.
—Una vez me tiró el borrador de la pizarra y me dio en la cabeza —susurra en tono confidencial.
Audrey dice las primeras palabras que se le pasan por la cabeza.
—Algo habrías hecho.
—¡Ey!
Como no podría ser de otra manera, se gana un buen golpe en el brazo y una mirada repleta de falso rencor. A continuación, Angela se pasa la mano por el cabello y se encoge de hombros.
—Te diré esto sólo porque eres tú, Audrey. A lo mejor yo no era una niña fácil de tratar.
Tiene que reírse otra vez. Ciertamente le agradece la distracción. Después de pasarse toda la mañana escribiendo la carta para William, su estado de ánimo estaba por los suelos. Nadie como Angela para solucionar ese pequeño inconveniente.
—No sé por qué no me cuesta nada imaginarte siendo un incordio.
—Espero que no estés insinuando nada.
—¡Qué va!
Angela le saca la lengua. A veces, cuando están juntas, Audrey tiene la sensación de estar en compañía de una niña pequeña. Al principio la consideró incapaz de tomarse nada en serio y pensó que la introduciría en un mundo de locuras infinitas, pero nada más lejos de la realidad. Con el paso del tiempo aprendió a conocerla mejor y sabe que, aunque le guste bromear y continuamente se esfuerce por tender puentes en un intento por aliviar tensiones y evitar problemas, es una persona que se toma la vida muy en serio. Tan en serio que lo único que quiere hacer con ella es disfrutarla a tope. Audrey considera que es un ejemplo a seguir, aunque no siempre está en condiciones de hacerlo. Tal vez algún día, cuando deje de escribirle a William.
—Venga, Audrey. No te enrolles y dime qué te ha dicho la señora Wilson.
Audrey recuerda la reunión y siente cierta aprensión en el pecho. Antes de que William se marchara, él era el encargado de tratar con los profesores de la escuela. Siempre se le dio muy bien todo lo concerniente a la educación de Ava. Para Audrey no está resultando sencillo ocuparse de ese asunto, aunque sabe que no puede obviarlo. Está sola con la niña, después de todo. Sentarse en esas sillas diminutas del aula de infantil y escuchar las cuitas de la maestra de Ava fue tan desagradable como necesario.
—Me preguntó por las visitas de Ava a la señora Hendrix. Le preocupaba que las hubiera dejado.
—¿Por qué?
—Dice que Ava parece haber vuelto al punto de partida —Audrey suspira profundamente—. A ver. Se concentra en las actividades de la clase y está progresando muy bien, pero no se relaciona con los otros niños. Y si lo hace es para insultarles, robarles el almuerzo o pegarles. Está descontrolada.
A Angela no le sorprende nada escuchar todo aquello, es evidente. Ve a Ava casi todos los días y no es tonta, así que ha debido darse cuenta de que las cosas no van nada bien con ella. Cuando aprieta nuevamente el hombro de Audrey, no se lo agradece porque necesita mucho más que un abrazo para sentirse mejor. Necesita que alguien aparezca con una varita mágica y arregle lo que sea que le ocurre a la niña. Sobre todo, esas otras cosas de las que nadie quiere hablar. De hecho, la señora Wilson parecía realmente contrariada mientras lo hacía.
—Además, ha vuelto a pasar.
La boca se le queda seca en cuanto pronuncia esas palabras. Angela se detiene y la mira con intensidad, como si estuviera tan preocupada como ella, sabiendo perfectamente a qué se refiere.
—¿Qué ha sido esta vez?
Los acontecimientos extraños que rodean a Ava son una categoría en sí mismos. Comenzaron incluso antes de que William se marchara, pero en aquel entonces eran algo anecdótico. William era la única persona del mundo capaz de mantener a Ava en calma, lo cual reducía los incidentes al mínimo. Lamentablemente él se fue y Audrey está convencida de que la niña se ha vuelto incontrolable. No sabe qué le pasa, no puede demostrar que todas esas cosas ocurran por su culpa, pero no tiene dudas de que ella las provoca. Es cuestión de saber sumar dos y dos.
—La señora Wilson me ha dicho que hace un par de días Ava se peleó con Liam. Él le pidió un lápiz de colorear y ella se negó a dárselo. La profesora le dijo que debían compartir e intentó forzarla para que le prestara el lápiz y Ava se enfadó muchísimo —Audrey suspira profundamente—. Varios lápices de colores salieron volando hacia arriba y se clavaron en el techo. La señora Wilson tuvo que romperlos para recuperarlos y, aun así, las puntas se quedaron allí. Pude verlas.
Angela, quien ha escuchado todo el relato con suma atención, la insta a reanudar la marcha. A Audrey le parece que se ha puesto un poco pálida, lo cual es ridículo porque ya han experimentado varias situaciones parecidas a esa. Cada vez que Ava no se sale con la suya, ocurre algo que podría calificarse como paranormal. En casa, en la escuela, en el parque. Donde sea. Los sucesos extraños son sinónimo de rabieta. O viceversa.
—Tenemos que parar esto.
Audrey agradece que su amiga no intente buscar alguna explicación absurda para los fenómenos. Al principio resultaba sencillo refugiarse en ellas y mantener la esperanza de que aún podían llevar una vida medianamente normal, pero a esas alturas de la historia es absurdo. Han tenido lugar demasiados incidentes que no pueden ser obviados.
—No sé cómo, Angela.
La mujer vuelve a detener la marcha. El colegio está bastante cerca y pronto se encontrarán con otros progenitores que, como ellas, acuden al centro a recoger a sus hijos. Angela echa un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie las está escuchando y realiza su proposición.
—Conozco a alguien, pero no sé si te gustará lo que voy a decirte.
Audrey pone los brazos en jarra y la escucha con atención.
—Es un cura.
Audrey no da crédito.
—¿Un qué?
—Un cura —Angela carraspea—. Me han dicho que puede ir a tu casa y ver si a Ava le pasa algo.
A Audrey le parece que todo eso es demasiado absurdo para ser verdad.
—¿Me estás diciendo que crees que a Ava la ha poseído un demonio?
Angela da un respingo y comienza a agitar las manos a toda velocidad.
—¡No! ¡Claro que no! Pero todo lo que está pasando con ella… No sé, Audrey. No perdemos nada por intentarlo.
No se lo piensa ni dos segundos antes de dar su respuesta.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque sé cómo acabará todo. La gente se enterará y convertirán a Ava en el centro de atención. Y no es un mono de feria, ¿entiendes? No voy a hacerle eso.
—Pero Audrey…
—He dicho que no.
Angela la conoce lo suficientemente bien como para saber que no debe añadir nada más. Audrey retoma el paso y no abre la boca hasta que llegan a la puerta del colegio. Faltan solo tres minutos para que suene la alarma y se queda quieta a varios metros de la verja de entrada, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Es consciente de que atrae bastantes miradas. Sabe que los padres están empezando a considerar que Ava está salvaje y, aunque le molesta, prefiere no pensar en ello. Se mira las puntas de las botas y descubre que están llenas de barro. Genial. Una cosa más que hacer cuando llegue a casa. Aunque en realidad no sabe por qué se molesta en limpiarse el calzado. Trabaja en el campo. Lo más normal del mundo es tener las botas sucias. Durante una fracción de segundo recuerda su vida en Londres, cuando no tenía barro en los zapatos, y lo echa de menos. Por suerte, la fortísima sirena de la escuela la trae de vuelta a la realidad.
Audrey es consciente de la presencia de Angela mientras los niños comienzan a salir en tropel. Como siempre, Ava tarda muchísimo en abandonar el centro. Le gusta quedarse hasta el final para no tener que darse codazos con sus compañeros antes de abandonar el aula. Audrey la observa desde la distancia y piensa en lo poco que se parece a William. Ava tiene el pelo rubio y los ojos azules y es una niña preciosa. Audrey alza una mano para hacerse notar y Ava la mira con desgana. Casi arrastra los pies por la gravilla del patio y, cuando finalmente llega hasta donde están Angela y Audrey, no se molesta en levantar la vista del suelo. Aun así, Audrey le da un beso en la mejilla y coge su mochila. Le sorprende que pese tanto.
—¿Qué tal el día, cielo?
Ava se encoge de hombros y prosigue con su caminata. Mirarla es como ver a un alma en pena. Audrey pone los ojos en blanco y se dice que debe ir tras ella si quiere mostrarse como una persona responsable. Se da media vuelta para despedirse de Angela, quien ya ha recibido a su propia hija. La pequeña Alice tiene cuatro años y es la criatura más risueña y simpática del mundo. A Audrey le da cierta envidia que se agarre al cuello de su madre con tanta alegría porque recuerda los días en que Ava también lo hacía.
—Nos vemos luego, Angie.
—Claro. Y piensa en lo que te he dicho.
Audrey asiente, aunque en realidad no va tener en cuenta esa idea tan absurda. ¡Un cura! ¿Quién en su sano juicio pretende resolver los problemas de sus hijos llamando a uno de ellos?
—Come.
—No quiero.
Audrey se contiene para no dar un puñetazo en la mesa. En lugar de eso, se clava las uñas en la palma de la mano y respira hondo por la nariz. No tiene paciencia para eso, no después de que Ava chafara sus planes de salir a pasear y se negase a hacer los deberes de matemáticas. La niña le ha dado la tarde y lo único que quiere Audrey es que cene de una vez para que se vaya a la cama. Una vocecita le recuerda que tiene que ser más paciente porque Ava solo tiene ocho años y extraña muchísimo a su padre, pero Audrey ha tenido un día horrible y no puede más. De verdad que no.
—Pues si no comes, vete a dormir.
La niña se cruza de brazos y alza la cabeza mientras aprieta los dientes.
—No tengo sueño.
Audrey ve como su mano se alza en el aire y escucha el golpe sobre el tablero de cristal de la mesa de la cocina. Es una mesa súper moderna, acorde con la decoración de la casa. William la escogió personalmente y Audrey la odia. Le parece feísima y difícil de limpiar. Su querido esposo, dejándole la casa llena de un problema tras otro. Maldito fuera.
—A tu cuarto, Ava.
Ahí está el grito que lleva horas intentando evitar. Ava la mira con furia y ella se pregunta en qué momento esa niña se convirtió en el pequeño demonio que tiene delante. Porque a lo mejor no está poseída por ninguna criatura sobrenatural, pero permanecer a su lado le resulta insufrible. Y en realidad sería muy fácil poner fin a todos sus problemas. Está convencida de que más de uno lo comprendería y, si no, a ella le daría igual. Podría regresar a Londres y retomar su vida donde la dejó. Olvidarse de William, de Ava y de toda la mierda que rodea su existencia. Volver a ser la Audrey de antes y no la mujer que siente el corazón a punto de salírsele del pecho y que tiene delante a una niña que acaba de ponerse en pie y la reta con una insolencia nunca antes vista.
—No. Quiero.
Audrey da otro golpe en la mesa y se pone en pie.
—¡Suficiente!
—¡No!
El chillido es tan agudo que Audrey siente la necesidad de cubrirse las orejas. Ava ha cerrado los ojos y su voz se alza sobre toda la casa, como si la envolviera con su furia. Audrey no sabe de dónde sale tanto enojo, pero retrocede un paso mientras el rostro de la niña se vuelve rojo primero y casi púrpura después. Parece a punto de asfixiarse y, como es lógico, Audrey se olvida de su enfado y se acerca a ella con temor. Le da miedo que Ava se muera, pero también le asusta lo que pueda hacer. Y no es para menos, puesto que ve a la niña agitar las manos y, entonces, la cristalera de la cocina salta en mil pedazos.
Audrey se aprieta los oídos. Ava deja de gritar. Puede sentir el impacto de algunos cristales contra su cuerpo y teme el momento de abrir los ojos. Ni siquiera recuerda en qué momento los ha cerrado. Está segura de que cuando mire a su alrededor sólo verá sangre y a Ava destrozada por los trozos de vidrio rotos, pero no. Cuando Audrey contempla a Ava, está totalmente indemne, aunque un poco roja aún. Le alegra que la niña esté a salvo y está a punto de sonreír de puro alivio, hasta que ve la sangre en sus brazos y comprende que ella sí está herida. Tiene algunos cristales clavados en los brazos, aunque es sorprendente que el desenlace no haya sido peor puesto que la cocina está hecha un desastre. Se observa las heridas con fascinación y, de pronto, Ava solloza. Hace meses que no llora.
—Tienes sangre.
—No pasa nada, cielo.
El labio inferior de Ava tiembla. Los ojos se le ponen vidriosos y la respiración se le acelera. Audrey teme que vaya a sufrir otro estallido emocional y se niega a pensar en las consecuencias. Recuerda a William con sus manos extendidas y su voz tranquilizadora, y da dos pasos en su dirección.
—Estoy bien, Ava. Son solo un par de cortes.
—Pero ha sido por mi culpa.
—Eso no es verdad. Nadie tiene la culpa.
—Lo siento.
Ava sale corriendo. Audrey no tarda en escuchar la puerta de su dormitorio cerrándose con un portazo. Sólo entonces siente cómo todo su ánimo se hunde en las profundidades y tiene que volver a sentarse. Respira hondo varias veces mientras siente la sangre escurriéndose por sus brazos y se da cuenta de que debe pedir ayuda. En primer lugar, llama a una ambulancia. Con un poco de suerte no tendrá que ir al hospital. A continuación, marca el número de Angela y no necesita dar más explicaciones. Basta con cuatro palabras.
—Llama a ese cura.
Hola, holita.
Audrey y Percy son mi OTP de Harry Potter desde siempre. Hace muchísimo tiempo que no escribo un long fic sobre ellos y, aunque normalmente me ciño a mi canon mental, me apetecía hacer algo diferente con su relación. Audrey seguirá siendo una muggle y Percy un brujo, pero nada de lo que veréis en esta historia se parecerá a lo que ya he explorado antes. Ya sabéis, hay que renovarse o morir. En cualquier caso, espero que os guste y que disfrutéis con la lectura.
Besetes y hasta la próxima.
